Sobre

la isla

de los Leprosos

 

Obispo Alejandro (Mileant)

Traducido por Bernardo Aramburu

"Benditos son los puros de corazón: porque verán a Dios" (Matt. 5:8).

Nuestra escuela parroquial acepta a niños que no son Ortodoxos, siempre y cuando estén dispuestos a aprender las oraciones y el catequismo junto con el resto de los niños Ortodoxos. Unos años atrás la madre de una alumna me telefoneó y manifestó enojada que retiraría a su niña de nuestra escuela porque nosotros estabamos distorcionando la fé Cristiana. Para sustentar su contienda, citó el hecho de que nosotros les estabamos pidiendo a los niños que aprendieran una oración que reza, "y límpianos de toda impureza" (la oración "Rey Celestial"). "Somos Cristianos," dijo la mujer, "y por ende somos santos y puros. No hay razón de inclucarles a los niños sentimeintos trístes de pecaminosidad y penitencia!" resultó ser que la mujer pertenecía a una secta carismática.

Lamentablemente, una concepción tan ingenua de la propia impecabilidad y santidad, junto con una fracaso en comprender la esencia del Cristianismo, ha caracterizado a las denominaciones Protestantes desde la época de Martín Lutero (principios del siglo XVI). Un prominente teólogo Protestante sintetizó el entendimiento Protestante del Cristianismo de éste modo: "La justificación de un pecador es un acto de Dios que abarca todo. Cuando un creyente es justificado, todos sus pecados - pasados, presentes y futuros - le son perdonados. En el momento en el que Dios lo declara justificado, la totalidad de sus pecados son remitidos" (William G. T. Shed, Dogmatic Theology, Grand Rapids: Zondervan 1888; con énfasis).

Aparentemente la fé en Jesus Cristo automáticamente le garantiza a un hombre, si no impecabilidad, por lo menos una ausencia de culpa por sus pecados. Semejante opinión no tan solo es radicalmente errónea, sino que también muy nociva, porque priva al hombre de los medios poderosos de regeneración que nuestro señor Jesus Cristo dió a los creyentes para su purificación espiritual y santificación.

Antes que nada, el mal espiritual es substancialmente diferente del mal físico. Por ún solo hecho, los males espirituales son inseparables de nuestro ego, libre voluntad, subconsciente, experiencias, hábitos y preferencias. Cuando el señor Jesus Cristo sanó a la gente que estaba padeciendo de diversos males físicos, lo hizo instantaneamente, de tal modo que fueron liberados de sus flaquezas de una vez por todas y no nececitaron posteriormente de terapia alguna. Desafortunadamente, la curación espiritual, que es la regeneración de un alma dañada por el pecado, es un poceso más lento y complejo, en el cual un hombre debe desempeñar por sí mismo la parte más activa. Ésto es porque el pecado se ha enraizado profúndamente en nuestra naturaleza, y se ha entrelazado en ella casi por completo.

Si deseamos buscar ejemplos de santidad Cristiana, debemos naturalmente volvernos hacia la Iglesia de los primeros Cristianos. De cualquier modo, al leer los libros del Nuevo Testamento, nos llama la atención el hecho de que, aunque los dones de gracia eran abundantes en muchos ejemplos de altísma santidad, también fueron encontrados entre Cristianos ordinarios, sin embargo, había más de unos cuantos casos de naturaleza contraria.

De hecho, tan solo a pocas semanas después del descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la formación de la primera comunidad Cristiana en Jerusalén, vemos la aparición del favoritismo y la injusticia entre los creyentes en materia de la distribución del alivio (Actos 6:1). San Pablo el Apóstol castiga a los Cristianos de Corinto por la envidia, vanagloria, orgullo, pugnicidad y litigiosidad (1 Cor. 3:1-4; 1 Cor. 4:8; 1 Cor. 6:1-9). También los critica por haber aceptado entre ellos, de manera tolerante, y hasta indulgentemente a un adúltero quien le había quitado la esposa a su padre (1 Cor. 5:1-7). Más adelante, los llama a evitar pecados de impureza (1 Cor. 6:15-19), y les advierte contra el engreírse con soberbia a causa del don de lenguas (1 Cor. 12-14). Acusa a los Cristianos en Galatea de "morderse y devorarse" el uno al otro (Gal. 5:15). Los Apóstoles tuvieron que prevenir a los Cristianos contra la embriaguez y el exceso en sus festejos de amor, i.e., liturgias (2 Pet. 2:13; 1 Cor. 11:17-32). San Pablo reprende a los Cristianos por comer comida ofrecida a los ídolos y escandalizar a otros Cristianos (1 Cor. 8). También menciona la traición de los hermanos falsos. En las cártas a las Iglesias de Asia Menor que se encuentran al principio del libro de la Revelación, hay una crítica de la tibieza, la arrogancia y la soberbia. En otras palabras, junto con los Cristianos de áltos estándares espirituales estaban los que estaban tan degradados moralmente como un pagano ordinario, porque se volvieron negligentes después de su bautizo y fueron vencidos por sus antiguas pasiones.

Nuestra condición humana puede compararse a la vida en una isla de leprosos, en donde los habitantes se encuentran en diferentes estados de recuperación. El sacramento del Bautizo limpia la lepra del pecado e infunde gran poder espiritual dentro de un hombre. Sin embargo, las cicatrices del pecado no desaparecen de inmediato. Queda una cierta predisposición al pecado. Hay muchos factores que amenazan al hombre con la oportunidad de caer en pecado: tentaciones externas, el virir en un ambiente desfavorable, sus propios hábitos pecaminosos y debilidades, inmadurez espiritual, carnalidad, inconstancia y endebleza. Si uno no lucha contra los pecados y debilidades pequeñas y los limpia por medio del arrepentimiento, con el tiempo pueden formar una carga moral sumamente pesada sobre la consciencia de un Cristiano; lo pueden llevar a un "naufragio" espiritual (1 Tim. 1:19).

Es un hecho triste de la vida el que los pecados pequeños son tan inevitables como el polvo en el aire. Asi como es necesario lavarse todos los dias, y asear nuestro cuarto, es igualmente necesario el arrepentirse constantemente por nuestros deslices diarios. ¿Quién se consideraría a si mismo más santo o más perfecto que los Apóstoles de Cristo? Ni siquiera ellos se veían como impecables. "En muchas cosas ofendemos a todos," escribió San Jaime el Apóstol (Jas. 3:2). "Si decimos que no hemos pecado, entonces lo hacemos un mentiroso, y Su palabra no está en nosotros... Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo al perdonarnos nuestros pecados, y al limpiarnos de toda iniquidad," escribió San Juán el Apóstol (1 Juán 1:10, 8-9). San Pablo el Apóstol está dolorosamente consciente de su propia indignidad: "Cristo Jesus vino al mundo a salvar a los pecadores; de quienes soy el mayor" (1 Tim. 1:15). Nótese que él no dice "fuí," sino "soy," evidentemente porque continuaba arrepintiéndose de haber perseguido alguna vez a los creyentes. La Tradición nos dice que los ojos del Apóstol Pedro siempre estaban algo enrojecidos, porque al escuchar a los gallos cantar en la noche, se despertaría, recordaría su negación de Cristo y comenzaría a llorar.

San Juán el Apóstol enseña a los Cristianos a cuidar su estado espiritual con éstas palabras: "Mis niñitos, éstas cosas les escribo, para que no pequéis. Y si cualquier hombre pecase, tenemos un abogado con el Padre, Jesus Cristo el récto: y Él es la propiciación por nuestros pecados: y no solamente por los nuestros, sino también por los pecados del mundo entero....Pero si andamos en la luz...la sangre de Jesus Cristo Su Hijo nos limpia de todo pecado....Y cada hombre que tenga ésta esperanza en él mismo, se purifica a si mismo, hasta como Él es puro" (1 Juán 2:1-2; 1:7; 3:3). De modo similar, San Pablo escribe: "Por lo tanto, teniéndo éstas promesas, tiernamente amados, limpiémonos de toda inmundicia de la carne y espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios" (2 Cor. 7:1; cf. Heb. 9:13-14). Claramente, en éstos pasajes los Apóstoles no están llamando a los paganos al arrrepentimiento, sino a los Cristianos, y las palabras que ellos usan, "limpia" and "limpiemos," sugieren que la pureza moral tiene sus grados, asi como el pecado. Por la misma razón otra escritura dice: "El que es injusto, que aún sea injusto; y el que es inmundo, que sea aún inmundo; y el que es récto, que aún sea recto: y el que es santo, que aún sea santo" (Rev. 22:11).

De este modo, la inculpabilidad moral es un propósito y un ideal, no una condición ya obtenida. Las arábolas del evangelio de la red lanzada al mar, y la del trigo y las cizañas, nos dicen que la Iglesia no está hecha solo de santos, sino que incluye gente de varios niveles espirituales, hasta pecadores. Ésto es lo que el Apóstol San Pablo tiene que decir acerca de la Iglesia: "En una grán casa no hay unicamente vasijas de oro y plata, sino también de madera y tierra; y algunas para honrar, y otras para deshonrar" (2 Tim. 2:20). Solo referente al futuro reino del cielo se dice "ahí no ha de entrar de ningún modo cosa alguna que corrompa, ni cualquiera que obre abominación, o haga una mentira: sino aquellos quienes están escritos en el libro de la vida del Cordero" (Rev. 21:27).

El orígen de nuestors problemas espirituales es el haber nacido con una naturaleza humana dañada por el pecado. ¿Qué podría ser más puro y más inocente que un niño? Aún en las condiciones de vida familiar más favorables los niños son algunas veces obstinados, crueles y pícaros; son capaces de ser engañadores, decir una mentira, golpear a otro niño o de romper el juguete de otro niño por despecho. Con frequencia los padres toman éstas cosas como travesuras infantiles. De cualquier modo, deberian comprender que al menos que les enseñen a sus hijos a guardarse de sus malas tendencias y combatirlas, éstas tendencias pueden convertirse con el tiempo en pasiones desordenadas e ingobernables. Es por ésto que la Iglesia llama a los niños a la confesión a partir de los siete años de edad.

Los miembros de las denominaciones Protestantes al verse a si mismos como santos impecables, simplemente porque creen en Jesus Cristo, se causan un grán daño espiritual, privándose de aquellos medios de gracia que el Señor nos dió para nuestra regeneración espiritual. Entre éstos medios de gracia están una frequente y cuidadosa examinación de la conciencia propia, arrepentimiento constante, confesión de los pecados propios ante un padre espiritual y el recibir el Cuerpo y Sangre de Cristo en Santa Comunión.

Supongámos que voz creéis sinceramente en Cristo y que tratáis de vivir una vida Cristiana. No habéis matado a nadie; no habéis cometido adulterio; no habéis robado nada; no os ebriagáis; lleváis una vida de trabajo duro y templanza. ¿Significa ésto que sois completamente irreprachable? ¿Que hay de los pensamientos y sentimientos impuros, que surgen en nosotros involuntariamente? ¿Que hay del parloteo ocioso, la presunción, los sentimeintso de envidia o enojo en el corazón? ¿Que hay de una indiferencia hacia la verdad y la aceptación de enseñanzas falsas - pecados de los que todos los Protestantes son culpables? ¿Que hay del amor propio, la vanagloria, sentimiento de superioridad propia, la soberbia, la sospecha, el regocijarse en la desgracia de otros, la pusilanimidad, el desaliento, condemnación de los demás, el torpor espiritual , la pereza, el desperdiciar el tiempo, la hipocresía o la lujuria de los ojos? ¿Que hay un apego a los bienes y comodidades mundanas, el soñar hacerse rico, o el empedernimiento y la indiferencia al sufrimiento de otros? ¿Hay alguien quien pueda analizar cuidadosamente si vida, o siquiera un dia de ella, y declarar que es completamente récto, y hasta santo? Si no, entonces él es impuro (cf. Matt. 15:18-20), y debe arrepentirse y pedirle a Dios ayuda para enmendar su vida.

Es paradójico que aquellos que eran en verdad réctos - tales hombres como San Serafín de Sarov, Staretz Ambrosio de Optina, San Juán de Kronstadt, el Arzobispo Juán de Shanghai y otros como ellos - siempre se arrepintieron con una contrición de todo corazó por sus pecados y faltas, mientras que algunos de nuestros falsos Cristianos contemporáneos, quienes evitan todo tipo de lucha espiritual, andan por ahí con sus frentes en alto y ven desdeñosamente por encima de sus hombros al resto de nosotros los pecadores. Fué a tales "santos" engreidos que el Señor les dijo: "Conozco vuestras obras, que vosotros no sois ni frios ni calientes....Vosotros habéis dicho, soy rico, y sobrados en bienes, y no tener necesidad de nada; y no sabéis que sois infelices, y miserables, y pobres, y ciegos, y desnudos. Os aconsejo que compréis de Mí oro probado en el fuego, para que podáis ser ricos; y predas de vestir blancas, para que podáis vestiros, y que la verguenza de vuestra desnudez no aparezca" (Rev. 3:15-18).

Lo peor del Protestantismo es que ha bajado los estándares morales drásticamente. De manera comprensible, la gente puede tener diferentes ideas acerca de la limpieza. Una persona desaliñada es feliz mientras que no haya comida pudriéndose en su cuarto y sus sábanas no se le peguen, mientras una persona pulcra sufre hasta por la mínima alteración a su órden.

Dios no quiere que vivamos bajo estándares descuidados. Él desea que cada uno de nosotros luche afanosamente hacia la perfección espiritual. "Por lo tanto seais santos, puesto que Yo soy Santo" (Lev. 11:45). Notad que la beatitud referente al puro de corazón (Matt. 5:8) viene en séptimo lugar entre las otras beatitudes. Está precedida por los enunciados sobre la humildad (el pobre en espíritu), arrepentimiento (aquellos que se lamentan), mansedumbre, un ardiente luchar hacia la rectitud (quienes en verdad tienen hambre y sed de rectitud) y misericordia. En otras palabras, la pureza de corazón es obtenida por un esfuerzo intenso, y hasta entonces, "Benditos son los puros de corazón: porque verán a Dios."

Una consequencia triste de nuestro dañado, y pecaminoso estado es el conflicto radical que existe entre las nobles aspiraciones de nuestro espíritu y los desordenados deseos de nuestra carne. El problema de ésta dicotomía interna es tán importante que las Sagradas Escrituras le prestan la mayor atención. Ellas nos llaman a forzárnos a nosotros mismos a vivir una vida espiritual. Debemos citar aquí solo algunos de los pasajes más impactantes.

"Caminad en el Espíritu, y no habéis de satisfacer la lujuria de la carne. Porque la carne va contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne: y éstos son contrarios el uno al otro; de tal modo que no podeis hacer las cosas que hubiereis" (Gal. 5:16-17). "El estar inclinado a la carne es la muerte; pero el estar inclinado al estar inclinado al espíritu es la vida y paz. Porque la inclinación carnal es enemistad contra Dios....Cofrades, antes que eso, somos deudores, no de la carne, para vivir en pos de la carne. Porque si vosotros vivís en pos de la carne, vosotros moriréis: pero si vosotros vivis a través de Espíritu y sí mortificais las obras del cuerpo, vosotros vivireis" (Rom. 8:6-7, 12-13). "Que ningún hombre diga al ser tentado, estoy tentado por Dios: porque Dios no puede ser tentado con el mal, ni Él tienta hombre alguno: sino que cada hombre es tentado, cuando es alejado por su propia lujuria, y provocado. Entonces cuando la lujuria se ha engendrado, saca al pecado; y el pecado, cuando está terminado, trae la muerte" (Jas. 1:13-15). "Ya que Cristo ha sufrido en la carne por nosotros, armáos a vosotros mismos de igual forma con el mismo entendimiento: Porque aquel que ha sufrido en la carne ha cesado de pecar; para que ya no haya de vivir el resto de sus dias en la carne a la lujuria de los hombres, sino a la voluntad de Dios" (1 Pet. 4:1-2).

A veces éste combate contra las tentaciones puede volverse muy intenso, requiriendo de nosotros un grán esfuerzo espiritual; como San Pablo les escribió a algunos Cristianos que estaban abatidos en esppiritu: "No habeis resistido aún hasta la sangre, luchándo contra el pecado" (Heb. 12:4).

Como si resumiése las enseñanzas de los Apóstoles que hemos citado aquí, San Juán de Kronstadt dice: "Tened firmemente en mente que vosotros sois personas de dos lados. Un lado es carnal, viejo y enfermo de las pasiones. A éte debeis mortificar, no cediéndo a sus constantes exigencias pecaminosas. El otro lado es espiritual, nuevo, buscándo a Cristo, viviéndo en Cristo y encontrándo en Él su vida y reposo."

De manera de escapar de la esclavitud a los deseos desordenados de la carne amante del pecado, un Cristiano debe siempre combatir las tentaciones y no permitir que los pecados se apilen sobre su conciencia. Como San Serafín de Sarov enseña,

"El que quisiere ser salvo debe siempre tener un corazón que sea contrito e inclinado al arrepentimiento. 'Un sacrificio a Dios es un espíritu quebrantado; un corazón quebrado y humillado Dios no habra de despreciar' (Ps. 50:17). Con un espíritu tan contrito un hombre puede prontamente y sin daño alguno salvar todas las arteras trampas del diablo, quien dirige todos sus esfuerzos a perturbar el espíritu del hombre y sembrar sus cizañas en medio de la perturbación creada... A lo largo de nuestro tiempo de vida ofendemos a la majestad de Dios por nuestras caidas en el pecado; y por esto siempre debemos pedirle al Señor con humildad el perdón de nuestros pecados."

Es tonto y destructivo el engañarnos a nosotros mismos pensando que no somos peores que otras personas, y que Dios nos ama y por eso todo saldrá bien. No; el pecado es una enfermedad moral seria. En el Sacramento del Bautismo el Señor lava nuestra lepra espiritual y nos infunde con una fresca energía espiritual. No obstante, las cicatrices de nuestra enfermedad anterior permanecen con nosotros, como tambíen el peligro de un relapso de vivir entre el resto de los "leprosos."

La Iglesia nos ofrece armas poderosas para la prevención del pecado y para combatirlo. El ayuno, el ascetismo, la penitencia, la confesión - todas éstas cosas pueden sonar tristes, especialmente a una persona heterodoxa que busca en la Cristiandad solo lo que es dichoso y fácil. Se debe entender que la perfección espiritual, la rectitud, la santidad, la cercanía a Dios, la contemplasión de Dios, el reino del cielo y la bienaventuranza eterna son todos diversos aspectos de una cualidad que ocupa un lugar central entre las éstas. Ésta es la pureza de corazón, que es obtenida a través de combatir nuestras propias faltas. Aquí descubrimos una ley clara: Entre más puro sea el cristal, más luz transmite; entre más pulido esté el diamante, relucirá más brillantemente.

Por lo tanto, si deseamos obtener todas las bendiciones que nos fueron prometidas, examinemos cuidadosamente nuestro estado espiritual y arrepintámonos sinceramente hasta de nuestros pecados más ínfimos. La senda es angosta, y algunas veces inclinada, pero no hay otro camino!

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Panfleto Misionero # S71

Copyright © 1999 y Publicado por

La Iglesia Ortodoxa Rusa de la Santa Protección

2049 Argyle Ave. Los Angeles, California 90068

Editor: Obispo Alejandro (Mileant).

 

(essence_christianity_2s.doc, 09-24-99).