¿Buenas Obras

o Fe?

Obispo Alejandro (Mileant).

Traducido por Bernardo Aramburu / Gennady Tschubov

Permitid que vuestra luz brille ante los hombres de tal manera, que puedan ver vuestras buenas obras, y glorificar a vuestro Padre que está en el cielo (Mat. 5:16).

  


Contenido: Los Dos Extremos. Una Explicación de Términos. ¿Hacia dónde debemos esforzarnos? Los Santos Padres sobre las Buenas Obras.


  

Los Dos Extremos

La vieja disputa continua; cada una de las partes de la contienda se ha aferrado a su posición y no tienen intención de ceder ni una pulgada. La Iglesia católica romana asevera que la salvación - es mérito del hombre. Con sus hechos y trabajos, el hombre no solo puede cubrir sus pecados, sino que, además, obtener un excedente de sus méritos, que puede ser utilizado en beneficio de otros. Como prueba de lo acertado de su concepto, los católicos romanos citan aquellos pasajes de la Escritura que hablan sobre la necesidad de las buenas obras; por ejemplo: "Por cuanto somos obra de Él, creados en Jesucristo para obras buenas, preparadas por Dios para que nos ejercitemos en ellas" (Ef. 2:10). "Deseo ... que quienes han creído en Dios sean capaces de ser cuidadosos en guardar las buenas obras. Estas cosas son buenas y benéficas a los hombres" (Tit. 3:8), entre otras citas.

Rechazando esta doctrina, los protestantes enseñan, que todos se salvan solamente por los méritos del Salvador. Los dones del perdón de los pecados y la vida eterna son obtenidos únicamente por la fe, la que es totalmente suficiente para la salvación. No existe la necesidad de las buenas obras, ni la perfección moral: Tan solo creed, y seréis salvos.

Para "probar" lo "cierto" de su concepto, ellos citan, entre otros textos, las siguientes palabras del Apóstol Pablo: "supuesto que delante de Él ningún hombre será justificado por las obras de la Ley. Porque por la Ley se nos ha dado el conocimiento del pecado. Ahora la justicia de Dios, sin la Ley, se nos ha hecho patente según está atestiguada por la Ley y los Profetas. Y esta justicia de Dios por la fe en Jesucristo, es para todos y sobre todos los que creen en Él, pues no hay distinción alguna; porque todos pecaron, y están privados de la gloria de Dios. Siendo justificados gratuitamente por la gracia de Él, en virtud de la redención que está en Cristo Jesús; a quien Dios propuso para ser la víctima de propiciación en virtud de su sangre por medio de la fe, a fin de demostrar la justicia que da Él mismo, perdonando los pecados pasados, soportados por Dios con toda paciencia, con el fin de manifestar su justicia, en el tiempo presente, por donde se vea cómo Él es justo en Sí mismo, y que justifica al que tiene la fe en Jesucristo. ¿Dónde está, pues, tu jactancia? Está excluido. ¿Por qué ley? ¿Por la de las obras? No; sino por la ley de la fe. Por ende concluimos que un hombre es justificado por la fe sin las obras de la Ley" (Rom. 3:20-28). Además, "Sabiendo que un hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo. Por eso creemos en Cristo Jesús, a fin de ser justificados por la fe de Cristo, y no por las obras de la Ley, por cuanto ningún mortal será justificado por las obras de la Ley" (Gal. 2:16).

Debido a que ambas partes encuentran sustento en la Santa Escritura, ¿Quién tiene la razón?. Es triste ver que algunas veces hasta los teólogos ortodoxos se enredan en el debate sobre la manera en que el hombre se salva. En sus polémicas con los católicos utilizan argumentos protestantes, mientras que en polémicas con los protestantes utilizan argumentos católicos. Esto da la impresión de que la Ortodoxia quizá no tenga clara su propia enseñanza acerca de la salvación, y que sostiene algo intermedio entre el catolicismo y el protestantismo. Un cristiano común que escuche los argumentos de ambas partes, hasta puede llegar a dudar sobre la veracidad de la Sagrada Escritura. Puede pensar que quizá los Apóstoles no comprendieron plenamente la enseñanza de Cristo, o que fueron incapaces de expresar Su enseñanza con suficiente claridad, o también que el contenido de las Escrituras fue distorsionado por agregados heréticos posteriores. Tal opinión fue sostenida por Martín Lutero y otros teólogos protestantes, quienes disputaban la autenticidad de la epístola del apóstol San Jaime y la epístola a los Hebreos, basados en el hecho de que hablan más definidamente sobre la necesidad de las buenas obras, que en el resto de los libros del Nuevo Testamento.

Una Explicación

de Términos

En realidad, no hay contradicciones en las Escrituras, ni pudo haber alguna. Toda la disputa entre los teólogos no ortodoxos se da en torno de un malentendido, por cuanto, la cuestión de la salvación desde una esfera espiritual y moral, es reducida a un simple nivel de categorías jurídicas formales. La salvación llegó a ser comprendida, no como la renovación de un alma pecaminosa, y adquisición de la rectitud, sino más bien como el resultado del cumplimiento del hombre de determinadas condiciones - o buenas obras (como en los católicos romanos) o fe (como en los protestantes). Entonces, si el hombre viola las condiciones requeridas, no puede ser salvo.

De hecho, la salvación o perdición del hombre es el resultado del estado moral de su alma. El Paraíso no es simplemente un lugar, sino también un estado o condición del alma que ha sido renovada. Cristo no vino a la tierra para llevarnos a mejores condiciones de vida, sino para renovarnos espiritualmente, para sanarnos de la corrupción del pecado, para restaurar en nosotros la belleza de la imagen de Dios, y a hacernos niños de Dios. "Por lo tanto, si alguno está en Cristo Jesús, ya es una creación nueva; acabose lo que era viejo..." (2 Cor. 5:17).

Debido a que la condición moral de un alma depende de la inclinación de su voluntad, el hombre debe esforzarse en corregir su corazón (cf. Lucas 17:20; Matt. 11:12). Es por eso que la doctrina de la salvación no puede ser observada desde un plano de hizo-no-hizo. La salvación debe ser vista como un proceso espiritual, llevada a cabo por la gracia de Cristo con la activa participación de quien está siendo salvado. En algunas personas este proceso se completa bastante rápido, como por ejemplo, en el sabio ladrón que se arrepintió en la cruz, mientras que en otras toma lugar lenta e indirectamente. Además, lo que se requiere espiritualmente para uno u otro individuo, es igual al nivel de perfección espiritual, que cada uno pueda alcanzar - en forma individual; esto es evidente en las parábolas de las semillas y los talentos (Mat. 13:1-23; Mat. 25:14-30).

Para estar convencidos de que la Santa Escritura esté libre de cualquier contradicción interna, debemos tener en claro su terminología: específicamente, cuando se refiere a obras, y cuando se refiere a la fe.

En aquellos textos referentes a la justificación por la fe que son citados por los protestantes, las palabras del Apóstol Pablo no son dirigidas contra las buenas obras, como tales, sino contra las obras de la ley. "Las obras de la ley" es un término muy específico, por el cual San Pablo se refiere al ritual y el aspecto ceremonial de la Ley Mosaica: sus "sábados" y festejos, la circuncisión, sus abluciones y ritos de purificación, su escrupulosa distinción entre la comida limpia y la inmunda, y finalmente toda su sobrecargada estructura de costumbres etnico-religiosas que se había construido en centurias. Los judíos, habiendo embebido "las obras de la ley" desde la lactancia de sus madres, veían a su religión no como una fuerza de renacimiento moral, sino el conjunto de prescripciones que debían ser estrictamente observados para merecer la justificación ante Dios. Cuanto más cumple uno las obras de la ley, tanto mayor será la recompensa - en proporciones meramente aritméticas. Así emergió esa mentalidad utilitarista y mercantilista contra la que San Pablo constantemente batallaba.

Cuando se trataba de buenas obras como expresión de una viva fe en Dios, San Pablo no solo que no las rechazaba, sino que por el contrario, a menudo exhortaba a los cristianos a llevarlas a cabo diligentemente. Por ejemplo, él escribía: "Por que con el corazón se cree para justificarse, y con la boca se hace confesión para salvarse" (Rom. 10:10). "Ya que tenemos por ende la oportunidad, hagamos el bien a todos los hombres" (Gal. 6:10). "Por cuanto somos hechura de Él, creados en Jesucristo para obras buenas, preparadas por Dios para que nos ejercitemos en ellas" (Ef. 2:10). "Deseo ... que quienes han creído en Dios sean capaces de ser cuidadosos en guardar las buenas obras. Estas cosas son buenas y benéficas a los hombres" (Tit. 3:8). "Ya sea que comáis, o bebáis, o cualquier cosa que hagáis, hacedlo todo a la gloria de Dios" (1 Cor. 10:31). Es Apóstol Santiago lo asevera más categóricamente: "Aquel, pues, que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, comete pecado" (Santiago 4:17).

Por lo tanto, cuando hablamos acerca de las "buenas obras," hacemos una distinción substancial respecto de las "obras de la ley," las cuales, ciertamente, en el cristianismo han perdido todo significado. Primero, las buenas obras no pueden ser cuantificadas ni medidas. Su valor no radica en su número sino en la dedicación con la que son realizadas. Por ejemplo, la pequeña moneda de la viuda pobre tuvo más valor ante los ojos de Dios, que las grandes sumas que los ricos donaban al tesoro del Templo; "porque todo lo que hacían es vertir su abundancia; pero ella de su necesidad vertió todo lo que tenía, incluso todo su sustento" (Marco 12:44).

Además, la misma obra puede ser considerada como buena o mala, dependiendo de la intención con que sea hecha. El Fariseo, de la parábola del Evangelio, pasó mucho tiempo en ayuno y oración, no obstante, no obtuvo ningún beneficio de ello, porque actuaba solamente para presumir de sus buenas obras frente a los demás; en cambio, Ana la profetiza adquirió el Espíritu Santo mediante su ayuno y oración (cf. Lucas 2:36). Los sectarios que rechazan los ayunos y oraciones de la Iglesia como si fuesen innecesarios, deberían de percatarse del hecho de que esa recta mujer, mediante sus obras de abstinencia y oración, obtuvo la gracia de Dios incluso en aquel tiempo en que la gracia aún no era accesible a los hombres, ya que el Espíritu Santo aún no había descendido sobre los Apóstoles (cf. Juan 7:39).

Finalmente, el valor de las buenas obras no radica tanto en las obras mismas, como en la manifestación de las buenas cualidades del hombre, sus virtudes. Existe una determinada correlación que aquí cabe señalar. Cada "obra" (acción) que el hombre hace deja una determinada huella perceptible en su alma, ya sea positiva o negativa. Una actividad mas o menos constante del hombre, gradualmente lo hace virtuoso, o depravado. Por eso es importante realizar buenas obras, aunque más no sea, que para adquirir buenos hábitos (cf. Rom. 12:12; 1 Tim. 4:16). Por esta razón el Evangelio dice, "Benditos son los que padecen .... Benditos son los que en verdad tienen hambre y sed de rectitud .... Benditos son los misericordiosos .... Benditos son los que hacen la paz," - lo que significa que, felices serán aquellos, que permanentemente hacen el bien.

Ahora trataremos de aclarar la esencia del concepto de la fe. Hablando de la necesidad de la fe, las Sagradas Escrituras entienden bajo ese término, no solamente un reconocimiento abstracto y teórico de determinadas verdades de la religión, sino el consentimiento voluntario de someterse a Dios. En otras palabras, la fe contiene un elemento activo de determinadas actividades positivas, y en todas aquellas partes de las Sagradas Escrituras, en las que se habla de la fe salvadora, siempre encontramos determinados actos. Aún en nuestra vida cotidiana, los ingenieros no son apreciados tanto por sus conocimientos teóricos, como por su capacidad de aplicar esos conocimientos en la práctica. De igual manera, Dios espera de nosotros no una fe abstracta, sino una fe viva y activa. Es interesante notar que el mero conocimiento de la verdad religiosa, sin un modo de vida consecuente, no solamente no beneficia al hombre, sino que le infiere una condenación aún mayor; como dijo Cristo, "Ese siervo que conocía la voluntad de su señor, y no se preparó, ni obró de acuerdo con su voluntad, será golpeado con muchos látigos" (Lucas 12:47; cf. Rom 2:13).

Y así, la fe cristiana debe incluir un sincero deseo de volverse diferente y mejor persona. Esto exige un esfuerzo interior, un auto análisis, arrepentimiento, un cambio de modo de vida, para que así nuestra fe brille con luz resplandeciente. "Permitid que vuestra luz brille ante los hombres de tal manera, que puedan ver vuestras buenas obras, y glorificar a vuestro Padre que está en el cielo" (Matt. 5:16).

¿Hacia dónde

debemos esforzarnos?

La pregunta de que si el hombre se salva por la fe o por las obras, está planteada de manera equivocada, porque la salvación del alma no puede ser separada de su condición moral y espiritual. El Hijo de Dios vino a la tierra con el propósito de restaurar en el hombre la armonía entre sus pensamientos, sentimientos y actos, y así unirlo nuevamente a Él. Por eso, la Fe no se puede contraponer a las obras; por que ambas deben ser una sola, como el alma y el cuerpo de un ser humano vivo. Cuanto más virtuosamente vive el hombre, tanto más fortalece su fe, y cuanto más fortalece su fe, más recta será su vida - ambas se fortalecen entre sí.

Dios no necesita, ni la simple aceptación de Su existencia ni un desempeño mecánico de determinados actos. Él nos ama tanto que ofreció a su Hijo Unigénito en sacrificio para nuestra redención. ¿Qué puede ser mayor que semejante amor? Corresponde a nosotros responderle a Dios no a medias, sino con todo nuestro amor, incluyendo corazón y vida.

Para sintetizar la esencia del cristianismo, San Pedro el Apóstol les escribe a los creyentes: "De acuerdo con Su poder divino [i.e., la gracia de Dios] se nos ha otorgado todas las cosas necesarias para la vida y la piedad ... así ustedes, poniendo en ello todo el empeño, muestren en vuestra fe, virtud; en la virtud, sensatez; en la sensatez, abstención; en la abstención, paciencia; en la paciencia, piedad; en la piedad, amor fraternal; en el amor fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, e incrementan, entonces no les faltará el éxito y el fruto de conocer a nuestro Señor Jesucristo." ¿Cómo puede uno templarse sin ayunar? ¿Como puede ser caritativo sin dar ayuda al necesitado? Claramente, una alma virtuosa presupone una vida virtuosa. "Quien no posee eso, - escribe mas adelante el apóstol Pedro, - esta ciego, cerró los ojos, olvidando de qué manera fue lavado de sus antiguos pecados" (2 Ped. 1:9). Este breve pasaje instructivo merece la atención por el hecho, que combina los elementos más importantes del cristianismo: esfuerzo personal con la ayuda de la gracia de Dios y una vida virtuosa con favorables cambios del alma.

Ciertamente, todo esto requiere tiempo y paciencia, como enseña el Apóstol Pablo: "No nos cansemos, pues, de hacer el bien, por que si perseveramos, a su tiempo hemos de recoger el fruto. Por lo tanto, mientras tenemos tiempo, hagamos el bien a todos" (Gal. 6:9-10). "No seáis flojos en cumplir vuestro deber; sed fervorosos de espíritu y servid al Señor" (Rom. 12:11).

En vano ha sido la discusión de los no ortodoxos acerca de la manera en la que el hombre se salva. "Porque en Jesucristo nada importa el ser circunciso o incircunciso, sino la fe, que obra animada de la caridad" (Gal. 5:6). Cualquier cristiano que no se esfuerce por corregir su corazón, está desperdiciando la gracia recibida. Como dijo nuestro Señor, "El que no esta conmigo, contra Mí está; y el que conmigo no recoge, desparrama" (Mat. 12:30).

San Pablo sintetizó bellamente la disposición la cual debemos conservar permanentemente en nosotros. "Regocijaos en el Señor Siempre: y os digo otra vez, Regocijaos.... No tengáis cuidado de nada; sino que en cada cosa mediante la oración y súplica con agradecimiento permitid que vuestra petición sea conocida por el Señor... Cualquier cosa que sea verdadera, cualquier cosa que sea honesta, cualquier cosa que sea justa, cualquier cosa que sea pura, cualquier cosa que sea agradable, cualquier cosa de buena reputación; si hubiese cualquier virtud, y si hubiese cualquier halago, pensad en estas cosas. Aquellas cosas, que habéis aprendido, y recibido, y escuchado, y visto en mi, hacedlas: y el Dios de la paz estará con vosotros" (Fil. 4:4, 6:8-9).

Apéndice:

Los Santos Padres

sobre las Buenas Obras

"Que cada buena obra que llevemos a cabo sea hecha para la gloria de Dios, y entonces será también para nuestra gloria. El cumplimiento de los mandamientos es santo y puro solamente si es hecho teniendo al Señor en la mente, con temor de Dios y amor por Él. El enemigo de la raza humana (el diablo) trata por todos los medios de alejarnos de tal disposición utilizando diversas añagazas terrenales, para que en lugar de un verdadero bienestar - amor a Dios - atemos nuestro corazón a los imaginarios bienes mundanos. En general, el malvado trata de manchar y desfigurar cualquier bien que el hombre pueda hacer; en nuestro cumplimiento de los mandamientos él disemina las semillas de la vanagloria, duda, murmuración o algo similar, para convertir nuestra buena obra en algo que ya no es bueno. Una buena obra llega a ser verdaderamente buena solo si es hecha para Dios, con humildad y diligencia. En tal estado, todas las cosas prescritas por los mandamientos se vuelven fáciles para nosotros, porque nuestro amor por Dios aleja todas las dificultades para guardar sus mandamientos" (San Efrén el Sirio).

"Todos los que deseen ser salvados no solo deben evitar el mal, sino que están obligados a hacer el bien; como está dicho en los Salmos, 'Alejaos del mal, y haced el bien' (Ps. 33:14). Por ejemplo, si alguien es propenso a la ira, no solamente debe dejar de enojarse, sino que debe volverse manso. Si alguien es soberbio, no solamente debe dejar de ser soberbio, sino que debe volverse humilde. Cada pasión tiene una virtud opuesta: soberbia - humildad; miserabilidad - generosidad; lujuria - castidad; descorazonamiento - paciencia; cólera - mansedumbre; odio - amor" (Abba Dorotéo).

"No toda buena obra es considerada una buena obra, solamente es una buena obra aquella que es hecha para Dios. Los aspectos externos de la obra no constituyen su esencia, Dios ve el corazón. Como debemos humillarnos, viendo, que a cada buena obra se mezcla la pasión. Lo más saludable es una abstinencia moderada. Es mejor ser deshonrados y sufrir, y dejar que todo se haga a la voluntad de Dios; uno por sí mismo no debe afligirse. Eso sería un acto de insolencia y soberbia, y podría resultar en que no podáis resistir lo que habéis tomado sobre vosotros por vuestra propia voluntad. Un pecado que esta cubierto por una máscara de bondad entra clandestinamente y daña las almas de quienes no se examinan a sí mismos con los Evangelios. La bondad del Evangelio requiere de abnegación, la renuncia a la propia voluntad y mente" (Starets Nícon).

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Panfleto Misionero # S71

Copyright (c) 2000 Publicado por

La Iglesia Ortodoxa Rusa de la Santa Protección

2049 Argyle Ave. Los Angeles, California 90068

Editor: Obispo Alejandro (Mileant).

 

(essence_christianity_4s.doc, 04-01-2000).