La Ley

de Dios

 

Metropolitan Philaret (Voznesensky, 1903-1985)

Traducido por Diacono Juan Alvarado (Climaco)


Contenido: Conciencia y Responsabilidad Moral. La Naturaleza del Pecado. La Virtud. La Ley de Dios. Libertad de Voluntad. El yo Cristiano. Humildad. Conversión de Pecadores. Gracia y Salvación. Aprendizaje y Religion. Desarrollo Emocional. Desarrollo Emocional en los Niños, y Sobre la Esperanza Cristiana. La Educación y el Desarrollo de la Voluntad Humana. Fortalecimiento de la Voluntad por el Trabajo y los Votos. La Lucha Contra la Sensualidad. Otros Problemas Carnales; Muerte Cristiana. Justicia Cristiana. Falsedad; Caridad Cristiana. Envidia; Maldición y Cólera. Sistemas Eticos Insolventes. El Amor Cristiano Como Principio de Moralidad. La Familia Ortodoxa. Familia - Sociedad y Patriotismo. Servicio Cristiano; Guerra. Cristianismo y Comunismo. La Unidad de Amor A Dios y Al Prójimo. La Obligación Cristiana de Conocer A Dios. La Necesidad de la Oración. El Modelo de la Oración Cristiana. Oración, Fiestas y Ayuno.


Conciencia y responsabilidad moral

De todas las criaturas de la tierra, solamente es el hombre quien posee la comprensión de la moralidad. Toda persona sabe que las acciones humanas son o buenas o malas, benévolas o nefastas, moralmente positivas o moralmente negativas (inmorales). Debido a estos conceptos de moralidad que el hombre posee, el hombre difiere inmensamente de todos los animales. Los animales se comportan de acuerdo con sus características naturales u otras, si han sido bien entrenados, del modo en que han sido enseñados. Sin embargo, no poseen concepto alguno de moralidad/inmoralidad, y por esa razón no pueden examinarse desde el punto de vista de la conciencia moral.

¿Por qué medio podemos distinguir entre lo moralmente bueno y lo moralmente malo? Esta diferenciación se hace por medio de una ley moral especial dada al hombre por Dios. Esta ley moral, esta voz de Dios en el alma humana es escuchada en el fondo de nuestro conocimiento interior y se llama la conciencia. Esta conciencia es la base de la moralidad que es común al hombre. Una persona que no escucha a su conciencia, sino que la calla, suprime su voz con falsedad y con la oscuridad del pecado obstinado, es llamada falto de conciencia. La Palabra de Dios hace referencia a tales pecadores obstinados como a gentes con conciencia marchita. Su condición espiritual es extremadamente peligrosa, pudiendo ser ruinosa para el alma.

Cuando escuchamos la voz de la conciencia, vemos que esta conciencia habla dentro de nosotros, ante todo como un juez estricto e incorruptible que valora todas nuestras acciones y experiencias. Frecuentemente, ocurre que una acción determinada parece ventajosa a una persona, o bien que ha obtenido aprobación por parte de los demás, pero en lo profundo del alma, esta persona escucha la voz de la conciencia que le dice: "Esto no es bueno, esto es pecado."

En estrecho abrazo con esta actuación de juicio, la conciencia también actúa en el alma, como legislador. Todas esas demandas morales que se presentan ante el alma del hombre en todas sus acciones conscientes (por ejemplo: ser justo, no robar, etc.). son normas, demandas, preceptos de esta misma conciencia. Su voz nos enseña cómo debemos y cómo no debemos portarnos. Finalmente, la conciencia también actúa en el hombre como remunerador que nos premia. Esto ocurre cuando nosotros, habiendo actuado correctamente, experimentamos paz y calma en el alma o, por el contrario, cuando experimentamos reproches de la conciencia después de haber pecado. Estos reproches de la conciencia a veces desembocan en un dolor y tormento mental, que pueden llevar a una persona a la desesperación o a una pérdida del equilibrio mental, si uno no restablece la paz y la calma en el alma por medio de un arrepentimiento profundo y sincero.

Es totalmente evidente que el hombre tiene responsabilidad solamente por aquellas acciones que comete, en estado consciente, siendo libre de realizar acciones. Solamente entonces puede aplicársele una imputación moral a estas acciones, y entonces se le imputa a la persona, o transgresión, o alabanza, o juicio.

Las personas que, por lo contrario, son incapaces de reconocer el carácter de sus acciones (niños pequeños, los privados de razón, etc.). o los que son forzados contra su voluntad a cometer tales acciones, no tienen responsabilidad por ellas. En la (primera) época de persecución contra la Cristiandad, los atormentadores paganos frecuentemente colocaban incienso en las manos de los mártires y seguidamente ponían sus manos sobre el fuego que estaba en sus altares. Los torturadores suponían que los mártires echarían las manos atrás, arrojando el incienso sobre el fuego. Realmente estos confesores de la fe eran tan firmes generalmente en su creencia que preferían quemar sus manos y no arrojar el incienso; pero, aunque lo hubieran arrojado, ¿quién les acusaría de que habían sacrificado al ídolo?..

Que la ley moral tiene que ser reconocida como innata en la humanidad, es decir, fijada en la misma naturaleza del hombre, es indiscutible. Esto está demostrado por la universalidad indudable por parte de la humanidad de un concepto de la moralidad. Naturalmente, solamente son innatos los requerimientos morales más básicos - una especie de instinto moral - pero no ocurre esto con las comprensiones y conceptos revelados y de clara moral. Pues las comprensiones y conceptos de clara moral se desarrollan en el hombre, en parte a través de la enseñanza e influencia de generaciones precedentes, la mayor parte de todas sobre la base de sabiduría religiosa. Por lo tanto, grupos inferiores de personas tienen normas morales inferiores, más bastas, más contrahechas que los Cristianos Ortodoxos que conocen y creen en el Dios Verdadero Quien puso la ley moral dentro del alma humana, y Quien, a través de esta ley, guía toda su vida y actividades.

La Naturaleza del Pecado

Todos los cristianos ortodoxos saben por las Sagradas Escrituras y creen que Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza. Por consiguiente, en la creación el hombre recibió una naturaleza exenta de pecado. Pero ni siquiera el primer hombre, Adán, permaneció sin pecado. Perdió su pureza original en el Paraíso con la primera caída en el pecado. La toxina de esta corrupción contaminó a la raza humana entera, ya que provenía de sus progenitores que habían pecado, exactamente como un agua envenenada fluye de una fuente envenenada. Toda persona comete sus propios pecados personales, actuando precisamente sobre la inclinación a pecar heredada de nuestros antepasados como la sentencia de las Escrituras dice: "No hay nadie que viva un solo día y no peque."

(1) NOTA: (Los Cristianos Ortodoxos no deben confundir esta realización del efecto del pecado ancestral con la enseñanza sectaria acerca del 'Pecado Original.' No hay doctrina de 'Pecado Original' en la Santa Iglesia, pues no es posible heredar el 'delito' de Adán. En ningún lugar mencionan los Santos Padres, sino que se refieren al "pecado ancestral" que produjo, como el Metropolita Filareto dice aquí, no un delito, sino una enfermedad hereditaria, es decir: 'la inclinación a pecar: estado del hombre de separación de Dios, etc.)

(2) NOTA: (cf. Eclesiastés 7:20; 2 Cron. 6:36)

Solamente nuestro Señor Cristo Jesús está absolutamente libre de pecado. Incluso los justos, los Santos de Dios pecaron por sí mismos, aunque lucharon con la ayuda de Dios contra el pecado, y se humillaron reconociéndose como pecadores. Por lo tanto y sin excepción todas las personas son pecadoras, contaminadas por la toxina del pecado.

El pecado es una lepra espiritual, una enfermedad y una ulcera que ha herido a toda la humanidad, tanto en el alma como en el cuerpo. El pecado ha dañado a las tres capacidades y potencias básicas del alma: la mente, el corazón y la voluntad. La mente humana se oscureció, inclinándose hacia el error. Por tanto, el hombre yerra constantemente: en ciencia, en filosofía y en su actividad práctica.

Lo que está aún más dañado por el pecado es el corazón humano: el centro de su experiencia del bien y del mal, y de los sentimientos de tristeza y de alegría. Vemos que nuestro corazón ha sido ligado al lodo del pecado; ha perdido la capacidad de ser puro, espiritual y Cristiano, poseer sentimientos verdaderamente elevados. Y en lugar de esto, se ha cambiado a inclinarse hacia los placeres de la sensualidad y de las aficiones terrenales. Está infestado de vanagloria y frecuentemente nos asombra por una completa ausencia de amor, así como del deseo de hacer el bien al prójimo.

Así y todo, lo más dañado de todo es nuestra voluntad como capacidad de acción y de realización de nuestras propias intenciones. El hombre demuestra que carece de fuerza de voluntad, especialmente cuando es necesario practicar el genuino bien Cristiano más especialmente, aún cuando pudiera desearlo. El santo apóstol Pablo habla de esta debilidad de la voluntad, cuando dice: "Porque no hago el bien que quiero, sino que hago el, mal que no quiero." NOTA 3: (Romanos 7:19). Esta es la razón por la cual Cristo dijo del hombre pecador: "Quien practica el pecado es el esclavo del pecado." NOTA 4: (Juan 8:34) aún cuando, desgraciadamente, le parezca al pecador mismo que servir al pecado es libertad y luchar por escapar a sus redes es esclavitud.

¿Cómo se desarrolla el pecado en el alma humana? Los santos Padres, luchadores de ascetismo y piedad Cristianos, que conocían el alma humana pecadora, lo explican mucho mejor que los doctos psiquiatras. Ellos distinguen los siguientes grados en el pecado: El primer momento en el pecado es la 'sugestión' cuando una 'tentación' se presenta en la conciencia de una persona: una impresión pecadora, un pensamiento sucio o cualquiera otra tentación. Si, en este primer momento, la persona rechaza la sugestión pecadora de manera decisiva e inmediata, la persona no peca, sino que vence al pecado y su alma experimentará progreso en lugar de degeneración.

Y precisamente es en el momento de la sugestión del pecado cuando es la ocasión más fácil de todas para alejarlo. Pero si no se logra rechazar la sugestión, pasa primeramente en un intento enfermizo, para pasar después a transformarse en un claro deseo consciente de pecado. En este momento uno ya comienza a inclinarse al pecado de un cierto tipo o clase. Sin embargo, incluso en este preciso momento, sin una lucha especialmente difícil, uno puede evitar el entregarse a un pecado, absteniéndose de pecar. Uno será ayudado por la clara voz de la conciencia y la ayuda de Dios, si solamente uno se vuelve a El.

Más allá de este punto, uno ha caído en el pecado. Los reproches de la conciencia suenan ruidosa y claramente, produciendo una repulsa al pecado. La antigua confianza en si mismo desaparece y el hombre es humillado (compárese el Apóstol Pedro antes y después de su negación de Cristo).

NOTA 5: (Mateo 16:21; 26:33 con Mateo 26:69-75)

Pero incluso en este momento, la derrota del pecado no es totalmente difícil. Esto se manifiesta en numerosos ejemplos, como en las vidas de Pedro, del santo profeta - rey David y otros pecadores arrepentidos.

Es más difícil luchar contra el pecado cuando, por su frecuente repetición, se convierte en hábito en la persona. Después de haber adquirido cualquier clase de hábito, las acciones habituales son realizadas muy fácilmente, casi sin darse cuenta la persona, espontáneamente. Por consiguiente, la lucha con el pecado que se ha convertido en hábito para una persona es muy difícil de vencer, desde el momento que no solamente es difícil el vencer, sino que es incluso difícil de detectar en su aproximación y en su proceso.

Y aún un momento más peligroso del pecado es el vicio. En esta condición, el pecado gobierna a la persona de tal manera que fragua su voluntad en cadenas. Aquí, uno se encuentra casi sin potencia para luchar contra él. Está esclavo del pecado, aún cuando la persona reconozca su peligro y, en intervalos de lucidez, quizá llegue a odiarlo con toda el alma (como ocurre, por ejemplo, con el vicio del alcoholismo, el empleo de drogas o estupefacientes, etc.). En esta condición, uno no puede enfrentarse consigo mismo sin especial misericordia y ayuda de Dios y uno necesita de la oración y la ayuda espiritual de los demás. Debemos tener presente que incluso un pecado al parecer menor como la murmuración, el placer de adornarse y ataviarse, las diversiones vacías, etc. pueden convertirse en un vicio en el ser humano, si este vicio le posee enteramente y llena su alma.

El estadio inferior del pecado, en el que el pecado esclaviza por completo a la persona, es la pasión por uno u otro tipo pecaminoso. En esta condición, el hombre ya no puede más odiar su pecado, como puede hacerlo con un vicio (y ésta es la diferencia entre ellos). Más bien, el hombre se somete al pecado en todas sus experiencias, acciones y maneras, como hizo Judas Iscariote. En esta condición, la persona, literal y directamente, permite a Satán que entre en su corazón (como se dice de Judas en el Evangelio, NOTA 6: (Juan 13:27; Locas 22:3), y en esta condición, nada le ayudará, excepto las oraciones llenas de la Gracia de la Iglesia y otras acciones semejantes.

Hay aún otro tipo de pecado especial y el más terrible y destructor. Este es el pecado mortal. Incluso las oraciones de la Iglesia no pueden ayudar al que se encuentra en esta condición. El apóstol Juan el Teólogo habla directamente cuando nos invita a orar por un hermano que ha pecado, pero señala la inutilidad de la oración para el pecado mortal. NOTA 7: (1 Juan 5:16).

El Mismo Señor Cristo Jesús dice que este pecado - la blasfemia contra el Espíritu Santo - no es perdonado y no será perdonado, ni en esta edad, ni en la futura. NOTA 8 (Mateo 12:31-32). El pronunció estas terribles palabras contra los fariseos quienes, aunque vieron claramente que El hacía todo de acuerdo con la Voluntad de Dios y por el poder de Dios, no obstante falseaban la Verdad. Ellos perecieron en su propia blasfemia y su ejemplo es instructivo y urgente para todos aquéllos que cometieran este, pecado mortal: por una obstinada y consciente oposición a la Verdad evidente y por eso mismo blasfemia contra el Espíritu de la Verdad: el Santo Espíritu de Dios.

Tenemos que observar que incluso la blasfemia contra el Señor Cristo Jesús puede perdonársela al hombre (de acuerdo con Sus propias palabras) desde que puede cometerse con ignorancia o ceguera temporal. La blasfemia contra el Espíritu Santo pudiera ser perdonada, dice San Atanasio el Grande, solamente si la persona cesara por completo, arrepintiéndose de ella. Pero la misma naturaleza de este pecado es tal, que hace virtualmente imposible a una persona retornar a la Verdad.

El que está ciego puede recobrar su vista y amar al que le ha revelado la verdad, y el que está manchado de vicios y pasiones puede ser purificado por el arrepentimiento y convertirse en confesor de la Verdad, pero ¿quién y qué puede cambiar a un blasfemo, que ha visto y conocido la Verdad y que la ha rechazado obstinadamente e incluso la ha odiado? Esta horrible condición es semejante a la condición del mismo Diablo, que cree en Dios y tiembla, pero que, a pesar de ello, Le odia, blasfema de El y está en contra de El.

Cuando una seducción, una tentación de pecado, se presenta ante el hombre, generalmente procede de tres fuentes, a saber: de la propia carne del hombre, del mundo y de Satán.

Con respecto a la carne del hombre, no existe duda alguna de que generalmente es una caverna y fuente de predisposiciones, contiendas e inclinaciones inmorales. El pecado ancestral - esta inclinación al pecado, herencia del pecado de nuestros progenitores- y nuestras propias experiencias pecadoras personales: todo esto acumulado y cada experiencia fortaleciendo a las demás experiencias, crea lógicamente en nuestra carne una fuente de tentaciones, y de maneras y acciones pecadoras.

Aunque, más frecuentemente, nuestra fuente de seducción suele ser el mundo que nos rodea, el cual, de acuerdo con el Apóstol Juan el Teólogo, 'está bajo el poder del maligno' y la amistad con él de acuerdo con el Apóstol, es enemistad con Dios. El mundo que nos rodea (o nuestra circunstancia) nos seduce, e igualmente las gentes que nos rodean nos seducen también (especialmente los premeditados, seductores y corruptores conscientes de la juventud, acerca de los cuales dijo el Señor: "El que haga que uno de estos pequeños tropiece y caiga, le hubiera sido mejor a tal hombre que le ataran una rueda de molino y que fuera arrojado al mar").

Los tentadores son también los bienes exteriores, las riquezas, las comodidades, los bailes inmorales, la literatura sucia, los atavíos desvergonzados, etc. Todo esto es indudablemente una fuente fétida de pecado y seducción.

Pero la fuente principal y raíz del pecado es, naturalmente, el diablo, como el Apóstol Juan el Teólogo dice: "El que practica el pecado es del diablo; pues el diablo ha pecado desde el principios. En lucha contra Dios y Su Verdad, el diablo lucha con las personas humanas, tratando de destruir a cada una de ellas. Lucha más intensamente y con el máximo de malicia con los Santos, como vemos en el Evangelio y en las vidas de los Santos. Nosotros, enfermos y débiles, somos defendidos especialmente por Cristo contra esas fieras tentaciones a las que los Santos de Dios, fuertes de espíritu, están sujetos. Sin embargo, Satán no nos ignora. Actuando por medio de las incitaciones del mundo y de la carne, haciéndolos más fuertes y engañosos, y también tentándonos con sugestiones pecadoras de toda clase. Por eso el Apóstol Pedro compara a Satán con un 'león rabioso anda dando vueltas buscando a quien devorar." NOTA 10: (1 Pedro 5:8).

La Virtud

La virtud es lo completamente opuesto al pecado. Sus rudimentos se encuentran en toda persona, como restos de aquella natural bondad que fue colocada en la naturaleza humana por su Creador. Solamente se encuentra en forma pura y completa en la verdadera Cristiandad, pues Cristo el Salvador dijo: "Sin Mi, nada podéis hacer."

La Cristiandad (o más propiamente el Cristianismo) nos enseña que la vida terrena del ser humano es un tiempo de lucha moral, un tiempo de preparación para la futura vida eterna. Por lo tanto, los trabajos de la vida terrena del hombre consisten en una correcta preparación para la eternidad futura. La vida terrena es breve y no se repite, pues el hombre no vive más que una sola vez sobre la tierra. Por consiguiente, en esta vida terrena, tenemos que trabajar con virtud, si no queremos destruir el alma, pues esto es precisamente lo que la verdad de Dios nos demanda en el umbral de la eternidad.

Cada Cristiano, con la ayuda de Dios, es el formador de su propia vida terrena en el sentido de su camino hacia la virtud. No obstante, para ser virtuoso, no solamente hemos de hacer bien a los demás, sino trabajar sobre uno mismo, luchando con las propias insuficiencias y vicios, desarrollando en uno mismo, un buen basamento de valor Cristiano. Este trabajo sobre uno mismo, este combate hacia la perfección moral de la vida terrena del hombre es indispensable a todo Cristiano. El Mismo Señor dijo: "El reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan por la fuerza" . NOTA 1: (Mateo 1l:l2).

El carácter moral y los rasgos de cada persona son efectuados en esta lucha vital. Naturalmente, un Cristiano tiene que ser, ante todo, un verdadero Cristiano, una persona con un carácter moral estable y sólido y tiene que pretender la edificación de tal carácter. En otras palabras, tiene que esforzarse en progresar en sí mismo, hacia la perfección moral.

Lógicamente, desde un punto de vista cristiano, la vida es una batalla moral, un sendero de constante esfuerzo hacia el Bien y la Perfección.

No puede haber altos en este sendero, de acuerdo con la ley de la vida espiritual. Un hombre que deja de trabajar sobre sí mismo, no seguirá siendo el mismo que era, pero inevitablemente se hará peor, como una piedra que es lanzada a las alturas y deja de subir; no quedará suspendido en el aire, sino que caerá hacia abajo.

Ya sabemos que nuestros pecados generalmente provienen de tres fuentes: del diablo, del mundo que nos rodea que reposa en el mal, y de nuestra propia carne pecadora. Y desde el momento que el pecado es el principal enemigo y obstáculo para la virtud, es evidente que un Cristiano que esté esforzándose hacia la virtud tiene que, con la misericordia y ayuda de Dios, luchar contra el pecado en todos sus aspectos. Especialmente, es necesario en este momento, recordar las palabras del Salvador a los Apóstoles, en el Jardín de Gethsemani: "Vigilad y orad, para que no caigáis en la tentación." Estas palabras no están solamente dirigidas a los Apóstoles, sino a todos nosotros, indicando que el combate con las tentaciones pecadoras solamente es posible para el que está vigilante y en la oración, permaneciendo en guardia para su supervivencia.

La Ley de Dios

La tarea de la vida terrena del hombre consiste en prepararse para la salvación y bienaventuranza eternas. Para alcanzar esto, el hombre tiene que vivir de una manera santa y pura, es decir, de acuerdo con la Voluntad de Dios.

¿Cómo podemos reconocer esta Voluntad de Dios? Naturalmente, ante todo, en la conciencia propia, que, por esta razón, se llama la Voz del Dios en el alma del hombre. Si la caída no hubiera oscurecido al alma humana, el hombre podría sin error y firmemente seguir el sendero de su vida de acuerdo con los dictados de su conciencia, en la cual está expresada la ley moral intima. No obstante, sabemos que, en un hombre pecador, no solamente están dañados la mente, el corazón y la voluntad, sino que también la conciencia está oscurecida y su juicio y voz han perdido sus firmes claridad y fuerza. No sin razón algunas personas son llamadas desrazonables o faltas de razón.

Por tanto, la conciencia sola - la voz íntima - resultaron insuficientes para que el hombre viviera y obrara de acuerdo con la Voluntad de Dios. Surgió, pues, la necesidad de una guía exterior, de una ley revelada por Dios. Esta ley fue dada por Dios al hombre en dos aspectos: primero, el preparatorio: el Viejo Testamento en la ley de Moisés; segundo, la ley completa y perfecta del Evangelio.

Hay dos partes perceptibles en la ley de Moisés: la religiosa-moral y la ceremonial-nacional que estaba estrechamente unida con la historia y el modo de vida de la nación Judía. Naturalmente, el aspecto segundo ha desaparecido en el pasado para los Cristianos, es decir, la ceremonial-nacional, tanto en sus reglas, como en sus leyes. Pero las leyes religiosas-morales conservan su fuerza en el Cristianismo. Por consiguiente los diez mandamientos todos en la ley de Moisés, son obligatorios para los Cristianos y el Cristianismo no los ha alterado. Antes al contrario, el Cristianismo ha enseñado a que el pueblo comprenda estos mandamientos, no exteriormente -literalmente, de una manera ciega, de obediencia de esclavo, y cumplimiento exterior - sino que ha revelado el sentido pleno y enseñado la comprensión perfecta y completa, así como su cumplimiento. Sin embargo, para los Cristianos, la ley de Moisés solamente tiene significado, porque sus mandamientos centrales (los diez que tratan sobre el amor de Dios y del prójimo) son aceptados y expuestos por el Cristianismo. Nosotros somos guiados en nuestras vidas, no solamente por esta ley preparatoria y temporal de Moisés, sino por la perfecta y eterna ley de Cristo. San Basilio el Grande dice: "Si parece extraño que alguien encienda una lámpara ante él en la plena luz del día, entonces cuánto más extraño será el que permanece en la sombra de la ley del Antiguo Testamento, cuando se está predicando el Evangelio." La distinción principal entre la ley del Nuevo Testamento y la del Antiguo consiste en que la Ley del Viejo Testamento consideraba el exterior de las acciones del hombre, mientras que el Nuevo Testamento considera el corazón del hombre, en sus motivos íntimos. Bajo la ley del Viejo Testamento, el hombre se sometía a Dios como un esclavo a su dueño, pero bajo el Nuevo Testamento, intenta someterse a El como un hijo se somete a su amado padre.

Existe una tendencia a considerar el Antiguo Testamento como una ley incorrecta: algunos no ven en ella algo bueno, sino solamente procuran hallar rasgos de grosería y crueldad. Esto es una visión equivocada. Es preciso tomar en consideración el bajo nivel del desarrollo espiritual en que se encontraba el hombre hace miles de años. Bajo los condicionamíentos de los tiempos, con moral tosca y verdaderamente cruel, esas reglas y normas de la ley de Moisés que ahora nos parecen crueles (como: ojo por ojo y diente por diente, etc.). en realidad no eran tales. Naturalmente, ellos no destruían la crueldad y venganza humanas (solamente el Evangelio podía hacer esto), pero las restringían y establecían limites firmes y estrictos sobre ello. Además, debemos recordar que esos mandamientos sobre el amor hacia Dios y prójimos nuestros, que el Señor indicó como lo más importante, están tomados directamente de la ley de Moisés (Marcos 12:29-31). El Santo Apóstol Pablo dice de esta ley: "De manera que la ley es santa y cada mandamiento es santo, justo y bueno" (Rom. 7:12).

Libertad de Voluntad

Nos damos perfecta cuenta que el hombre tiene la responsabilidad de sus acciones solamente cuando tiene libertad de hacerlas. Pero ¿tiene esa libertad espiritual, libertad de la voluntad que aquí se presupone? Recientemente se ha extendido una teoría o enseñanza que se llama determinismo. Los seguidores de esta enseñanza - deterministas - no reconocen libertad de voluntad en el hombre. Declaran que en cada acción separada, el hombre actúa solamente de acuerdo con meras causas externas. De acuerdo con esta enseñanza, el hombre actúa siempre solamente bajo la influencia de motivos e impulsos que no dependen de él, y generalmente se somete al más fuerte de estos motivos. Los discípulos dicen: Solamente nos parece a nosotros que actuamos libremente. Esto es auto-engaño.

El eminente filósofo del siglo 17, Spinoza, defiende esta opinión. Como ejemplo, hablaba de una piedra que era arrojada. Si esta piedra pudiera pensar y hablar, diría también que está volando hacia y cayendo sobre el lugar que ella desea. Pero en realidad, vuela solamente porque alguien la tiró y cae bajo la acción de la gravedad.

Más adelante volveremos a este ejemplo, pero mientras tanto, observemos lo siguiente. La teoría o enseñanza que es opuesta al determinismo, y que reconoce la libertad de voluntad del hombre se llama indeterminismo. Esta enseñanza es enseñada por los Cristianos. Pero es necesario recordar que hay indeterministas extremos, cuya enseñanza tiene un carácter unilateral y falso. Estos proclaman que la libertad humana es su plena autoridad de actuar sobre su propio deseo o fantasía, el Santo Apóstol Pedro habla acerca de tal libertad: Pedro 2:15-16; 2 Pedro 2:19. Naturalmente, esto no es libertad, sino un mal uso de la libertad, una distorsión de la libertad.

El hombre no tiene libertad absoluta, evidente; solamente Dios Todopoderoso posee tan altísima Libertad creativa.

En contraste con ese falso indeterminismo, el verdadero indeterminismo enseña correctamente. Su enseñanza reconoce que el ser humano se encuentra indudablemente bajo la influencia de motivos y de impulsos de las clases más variadas. Así, por ejemplo, el medio ambiente circunstancial, las condiciones de vida, la situación política, la educación recibida, el desarrollo cultural, etc., actúan sobre él. Todo esto se refleja en los rasgos de contenido moral. En este reconocimiento de la acción sobre el ser humano, y a veces muy fuertemente, de los varios motivos e influencias exteriores, los indeterministas están de acuerdo con los deterministas. Pero, aparte de esto, existe entre ellos una profunda separación. Mientras que los deterministas dicen que el hombre actúa de una u otra manera bajo las influencias del motivo más fuerte, pero no tiene libertad, los indeterministas reconocen que siempre es libre de escoger cualquiera de los motivos. Este motivo no necesita en absoluto ser el más fuerte. Aún más, un hombre puede incluso preferir un motivo que, para otras personas puede parecer como totalmente desaventajado y sin provecho alguno. El celo de los santos mártires sirve como ejemplo de esto. Ante sus perseguidores paganos, aparecían como locos autodestruyéndose conscientemente. Por consiguiente, en opinión de los indeterministas, la libertad del ser humano no es una libertad creativa evidente, sino una libertad de elección; la libertad de nuestra voluntad decide si uno actúa de una u otra manera. Precisamente el Cristianismo acepta tal comprensión de la libertad humana, de acuerdo con el indeterminismo. Aplicándola al reino de la Moral, a la cuestión de la lucha entre el bien y el mal, entre la virtud y el pecado, el Cristianismo declara que la libertad del ser humano es su libertad de elección entre el bien y el mal. De acuerdo con la definición teológica conocida, la libertad de la voluntad es nuestra capacidad independiente de todos y de todo, de definirnos a nosotros mismos con respecto al bien y al mal.

Ahora podemos ya rechazar el ejemplo de Spinoza de la piedra, que cae. Nos damos cuenta que el ser humano posee una voluntad libre en el sentido de elección de actuar de una u otra manera. Spinoza considera las acciones de la piedra en el espacio análogas a las acciones del hombre. Esta comparación pudiera haber sido establecida solamente, si la piedra tuviera la libertad de elección: de volar o no volar, de caer o no caer. Pero una piedra, naturalmente, no posee tal libertad y por tanto, el ejemplo que nos presenta es inconvincente, no puede convencernos en absoluto.

La insolvencia del determinismo, que niega la libertad de la voluntad, es evidente por lo que veremos a continuación. Primeramente, ningún determinista efectúa o lleva a cabo su enseñanza en la vida práctica. Y el por qué o la razón de ello es claro. Pues si hemos de considerar la vida, desde un punto de vista determinista, no hay necesidad de castigar a alguien: ni al ladrón por su robo, ni al criminal por su crimen, etc. desde el momento que ellos no actuaron libremente, sino que fueron esclavos, autores involuntarios de cualquier clase de motivos que les obligaron y que los influenciaron desde el exterior. Esto es una deducción absurda, pero completamente inevitable del determinismo. En segundo lugar, la prueba de la libertad de la voluntad viene dada por el hecho de la experiencia del alma que es llamada al arrepentimiento, experiencia personalmente conocida por todos. ¿Sobre qué está basado el sentimiento del arrepentimiento? Es evidente que está basado sobre el hecho de que el hombre que se arrepiente retorna o se vuelve en pensamiento, al momento de realizar su acción equivocada, y llora por su pecado, reconociendo claramente que pudo haber actuado u obrado de otra manera, que pudo haber hecho el bien y no el mal. Vemos claramente que tal arrepentimiento no podría haberse producido, si el hombre no poseyera libre voluntad de acción, sino que fue un esclavo involuntario a las influencias exteriores. En ese caso, él no hubiera respondido a su acción errada.

Nosotros, los Cristianos reconocemos que el hombre es moralmente libre y el guía de su propia voluntad personal y acciones, así como responsable de ellas ante la Verdad de Dios. Y tal libertad es el máximo don hecho por Dios al hombre, ya que Dios no busca una sumisión mecánica, sino una obediencia de amor filial, dada libremente. El mismo Señor afirmó esta libertad: "Si alguien desea ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo y tome su cruz y Me siga" (Mateo 16:24). De nuevo, en el Antiguo Testamento, El dijo a través del profeta:

"¡Mira! Yo he puesto ante ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal. Si tú atiendes a los mandamientos del Señor tu Dios, que Yo te doy hoy, de amar al Señor tu Dios, de caminar en todos Sus caminos, y de guardar Sus ordenanzas y Sus juicios; entonces vivirás y... el Señor Dios te bendecirá... Pero si tu corazón cambia y no atiendes y te dejares extraviar ... ciertamente perecerás... os he puesto ante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, amando al Señor tu Dios" (Deuteronomio 30:15-19).

El yo Cristiano

Viviendo en este mundo, un Cristiano está en un constante trato, en una 'viviente' comunión con Dios, y con sus prójimos, (próximos). Además de esto, durante el curso de su vida entera, cuida de sí mismo, de su bienestar físico y de la salvación de su alma. Por consiguiente, sus obligaciones morales pueden dividirse en tres grupos: (1) con respecto a sí mismo, (2) concerniente a su prójimo, y (3) el supremo de todos: concerniente a Dios.

La primera y mas importante obligación que el ser humano tiene para consigo mismo, es el ocuparse 'dentro de si mismo' de carácter espiritual: de nuestro verdadero "YO" Cristiano.

El carácter espiritual de un Cristiano no es algo que le ha sido dado al principio. No; es algo buscado, adquirido y realizado por sus trabajos y esfuerzos personales. (Lucas, Capítulo 16). Ni el cuerpo de un Cristiano con sus capacidades, potencias y esfuerzos, ni su misma alma - como centro natural de sus experiencias conscientes y como principio vital - son su Personalidad, el "YO" espiritual. Este carácter espiritual en un Cristiano Ortodoxo es la que difiere totalmente entre él y cualquiera no Cristiano. En la Sagrada Escritura, no se llama un 'alma,' sino un espíritu. Este espíritu es precisamente el Centro, la concentración de la vida espiritual; tiende hacia Dios y hacia la Vida Inmortal, Bendita y Eterna.

Definimos la labor de la vida humana entera como la necesidad de usar la vida transitoria terrenal como preparación hacia la, Vida Espiritual Eterna. En el caso presente esto puede decirse con otras palabras: la finalidad de la vida humana terrena consiste en que, durante el curso de esta vida, el hombre pueda realizar su carácter espiritual, su verdadero, viviente y "YO REAL."

Uno puede preocuparse del propio "YO" de maneras diferentes. Hay personas que se llaman egoístas y que se preocupan muchísimo de su "YO." Sin embargo, un egoísta piensa solamente de sí mismo y de nadie más. En su egoísmo, él intenta obtener su felicidad personal por cualquier medio - aún a costa del sufrimiento y desgracia de su prójimo. En su ceguera, no se da cuenta de que, desde el verdadero punto de vista - en el sentido de la Cristiana comprensión de la vida - él sólo se daña a si mismo, a su "YO" inmortal.

Y aquí el Cristianismo Ortodoxo (es decir, la Santa Iglesia) está exhortando al hombre para que cree su carácter espiritual, dirigiéndonos en el curso de esta creatividad, para distinguir el bien del mal y lo verdaderamente beneficioso de lo supuesto beneficioso y dañino. La Santa Iglesia nos enseña que no podemos considerar las cosas que nos da Dios (habilidad, talentos, etc.). como nuestro "YO?,' sino que más bien debemos considerarlos dones o dádivas de Dios. Tenemos que emplear estos dones materiales (como los materiales en la construcción de un edificio) para la edificación de nuestro espíritu. Por esta razón, debemos hacer uso de todos estos 'talentos' dados por Dios, no egoístamente para nosotros, sino para los demás. Pues las leyes de la Verdad del Cielo están en contradicción con leyes del beneficio terrenal. De acuerdo con las opiniones mundanas el que reúne bienes para si mismo, adquiere; de acuerdo con la enseñanza de la Verdad Celestial de Dios, el que durante la vida terrena da y hace el bien, adquiere (para la eternidad). En la conocida parábola del mayordomo indolente, el pensamiento principal y la clave para su correcta comprensión es el principio de la distinción entre las opiniones del egoísmo terrenal y la verdad de Dios. En esta parábola, el Señor específicamente llamaba a la riqueza terrestre, reunida egoístamente, para uno, "riqueza injusta" y ordenó que no fuera empleada para uno mismo, sino para los demás, para que la recompensa se reciba en la vida eterna.

El ideal de la perfección Cristiana es inalcanzablemente elevado. "Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto," dijo Cristo nuestro Salvador. Por lo tanto, no puede haber final para el trabajo de un hombre sobre si mismo, sobre este carácter espiritual. La vida terrena de un cristiano es una constante batalla de auto-perfección moral. Y naturalmente, la perfección Cristiana no se da al hombre de una vez, sino gradualmente. Para el cristiano que , debido a su inexperiencia, pensara que podría obtener la santidad de una vez , San Serafín de Sarov dijo: "Haz todo lentamente, no de repente; la virtud no es una pera no podéis comerla de una vez." Tampoco el apóstol Pablo, en toda su altura y poder espirituales, se consideraba a si mismo como habiendo alcanzado la perfección, sino que dijo que solamente se estaba esforzando hacia esa perfección, o que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberla ya alcanzado (la perfección); pero una cosa hago: olvidando ciertamente aquellas cosas que quedan atrás, y dirigiéndome hacia las cosas que están delante, prosigo hacia la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (Phil. 3:12-14).

Humildad

De acuerdo con las enseñanzas de nuestros Santos y Theóforos Padres, los atletas y luminarias de la piedad Cristiana, la primera de todas las virtudes Cristianas es la HUMILDAD. Sin esta virtud, no puede adquirirse virtud alguna y es impensable la perfección espiritual de un Cristiano. Nuestro Salvador Cristo Jesús comienza los preceptos de las bienaventuranzas de Su Nuevo Testamento con el precepto de la Humildad: ¡Bienaventurados los pobres de espíritu, pues de ellos es el Reino de los Cielos!

En el sentido corriente de la palabra, consideramos pobre a una persona que nada tiene, teniendo que pedir ayuda de los demás. El Cristiano (materialmente rico o pobre) tiene que reconocer que es pobre espiritualmente, que en él nada hay bueno de si mismo. Todo lo bueno en nosotros es de Dios. Por nuestra propia existencia, solamente añadimos mal: amor a nosotros mismos, caprichos de sensualidad, y orgullo pecador. Cada uno de nosotros tenemos que recordar esto, pues no es en vano que dice la Sagrada Escritura: "Dios se opone al orgulloso y da gracia al humilde"

Como ya hemos dicho, sin humildad, ninguna otra virtud es posible, pues si el hombre no cumple la virtud con un espíritu de humildad, inevitablemente caerá en el orgullo opuesto a Dios, y perecerá fuera de la misericordia de Dios.

Juntamente con una verdadera humildad profunda, todo Cristiano tiene que tener un acercamiento espiritual como el que se habla en el segundo precepto de la Bienaventuranza. Sabemos que la humildad se rebaja y se juzga tal. Sin embargo, frecuentemente, éste no es una condición profunda y constante de la mente y de las experiencias del alma, sino un sentimiento superficial e insípido. Los Santos Padres indicaron una manera por la cual se puede comprobar la sinceridad y la profundidad de la humildad.

Comenzar reprochando a la persona, frente a frente, por aquéllos mismos y con las mismas expresiones en que 'humildemente' ella se juzga. Si su humildad es sincera, escuchará los reproches sin cólera, y a veces, dará las gracias por la humillante instrucción. Si no tiene verdadera humildad, no soportará los reproches, sino que se encolerizará, desde el momento que su orgullo se levantará en defensa por los reproches y acusaciones.

El Señor dice: "Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados." En otras palabras, bienaventurados son los que, no solamente están tristes por su propia imperfección e indignidad, sino que están tristes por más que eso. Por estar tristes o afligidos entendemos, ante todo, la aflicción espiritual: llorar por los pecados y la pérdida resultante del Reino de Dios. Es más, entre los ascetas del Cristianismo, había muchos que, llenos de amor y compasión, lloraban por el resto de los seres humanos: por sus pecados, caídas y sufrimientos. También está en considerar dentro del espíritu del Evangelio como afligidos a todos aquellos seres que se afligen y que son desgraciados que aceptan su pena de manera Cristiana: humildemente sometidos. Son verdaderamente bienaventurados, porque serán consolados por el mismo Dios, con amor infinito. Y por el contrario, aquéllos que solamente buscan cómo obtener placer y gozo durante la vida terrestre, no son en absoluto bienaventurados.

Aunque ellos se consideran afortunados y otros los consideren como tales, de acuerdo con el espíritu de la enseñanza del Evangelio, serán las personas más desafortunadas. Y es precisamente a ellos a quienes se dirige este aviso terrible: "¡Ay de vosotros, los ricos! porque ya habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros los que estáis repletos! porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque estaréis afligidos y lloraréis."

Cuando un hombre está lleno de humildad y angustia por sus pecados, no puede hacer las paces con ese mal del pecado, que tanto mancha a él y a otras personas. El intenta apartarse de su corrupción pecadora y de la falsedad de la vida que le rodea: retornar a la verdad de Dios, a la santidad y a la pureza. El busca esta verdad de Dios y su triunfo sobre las falsedades humanas y lo desea más ardientemente que el que estando hambriento desea comer, o el que está sediento desea beber.

El cuarto precepto, que está ligado a los dos primeros, nos dice acerca de ello: "Bienaventurados son los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados." ¿Cuándo serán saciados? Parcialmente, aquí en la vida terrena, en lo que estos fieles seguidores de la verdad de Dios ya están viendo, a veces, los comienzos de su triunfo y victoria en las acciones de la Providencia de Dios y en las manifestaciones de la justicia de Dios y su omnipotencia. Pero su hambre y sed espirituales serán saciados y apagados plenamente allí, en la bendita eternidad, en el nuevo cielo y nueva tierra, donde la Justicia vive.

Conversión de Pecadores

Hemos hablado de los temas de la libre voluntad del hombre y examinado la primera de las virtudes: la humildad, la pesadumbre espiritual y el anhelo hacia la Verdad de Dios. Ahora, debemos hablar del proceso de la conversión de un pecador equivocado hacia el sendero de la justicia.

La parábola del Hijo Pródigo (Lucas 15:11-32) es el mejor ejemplo de este proceso. Esta parábola nos habla de un hijo joven que está cansado de la protección cuidadosa de su padre. El hijo insensatamente decidió traicionar a su padre, y fue a él rogándole que le diera la parte de su herencia. Habiéndola recibido, partió a un lejano país. Está claro y manifiesto que este hijo insensato representa a cada pecador. La traición a Dios del hombre se manifiesta por lo general de esta manera: el ser humano recibe todo lo que Dios le ha dado en la vida, y entonces deja de tener fe ferviente en El, deja de pensar en El y de amarle, y finalmente, olvidando Su ley. ¿No es esto como la vida de muchos intelectuales contemporáneos? Desdeñando lo que verdaderamente es esencial, viven totalmente alejados de Dios.

En aquel país lejano, tan halagadora vista desde lejos, el hijo alocado gastó y despilfarró cuanto poseía, viviendo de manera disoluta. De este modo es como el pecador alocado despilfarra su fuerza espiritual y física en la persecución de gozos sensuales malgastando su vida, alejándose, en corazón y en alma, cada vez más lejos de su Padre Celestial.

Una vez que el hijo pródigo gastó todo cuanto poseía, pasaba un hambre tan terrible que tomó un trabajo como guardián de cerdos (pastor de cerdos que de acuerdo con la ley de Moisés, son animales impuros). Hubiera sido feliz comiendo de las algarrobas de los cerdos, pero nadie le daba nada. ¿Acaso no ocurre lo mismo con el pecador, enredado finalmente en las redes del pecado, teniendo hambre espiritual, sufriendo y languideciendo? Intenta llenar su vacuidad espiritual con un remolino de vacíos placeres, regocijos y disipación. Pero todo esto es 'alimento de cerdos' que no puede saciar el tormento del hambre que su espíritu inmoral carece.

Ese desgraciado perecería si no fuera por la ayuda de Dios, Quien dijo que El "no desea la muerte del pecador, sino que se convierta y viva." El hijo pródigo oyó la llamada de la Gracia de Dios y no la dejo de lado, ni la rechazó, sino que la aceptó. La aceptó y se rehizo como se rehace uno que está enfermo después de una terrible pesadilla. Hubo un pensamiento salvador: "Cuántos obreros de mi padre tienen pan de sobra! pero yo, su hijo, estoy muriendo de hambre."

Entonces decide: "Me levantaré e iré a casa de mi padre y le diré, Padre, he pecado contra el cielo y ante ti, y no soy digno de llamarme hijo tuyo. Pero acéptame entre el número de tus obreros." Una intención firme y una resolución decisiva: se levantó, "y fue a su padre."

El fue, lleno de arrepentimiento, ardiendo con toda conciencia de su falta e indignidad y con la esperanza de la misericordia del padre. Su camino no fue fácil. Pero, cuando aún estaba lejos, su padre le vio (esto significa que el padre estaba esperando y quizá todos los días estaba mirando para ver si su hijo volvía). El lo vio y tuvo lástima lleno de piedad y corriendo salió, y, abrazándole le besó. El hijo estaba comenzando su confesión: "Padre, he pecado contra el cielo y ante ti, y no soy digno de llamarme hijo tuyo." Pero el padre no le dejó acabar la frase. Ya le había perdonado y olvidado todo, y aceptó al disoluto y hambriento porquero, como a un hijo amadísimo. El Señor ha dicho: "Hay más alegría en el Cielo por un pecador arrepentido que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de arrepentimiento" (Lucas 15:7).

Así gradualmente, el proceso del alejamiento y conversión a Dios ocurre en un momento. Uno es humillado y seguidamente elevado paso a paso. Al principio la traición a Dios, alejándose de El a un 'país distante." En esta enajenación de Dios, hay una completa servidumbre del pecado y las pasiones. Finalmente, aparece una 'quiebra espiritual,' hambre y oscuridad: la persona ha llegado al fondo de su caída. Sin embargo, aquí, de acuerdo con las palabras del Apóstol Pablo, donde el pecado ha proliferado y multiplicado, aparece una abundancia de Gracia para instruir al hombre. El pecador acepta la salvadora llamada de la Gracia (o la rechaza y perece, como desgraciadamente esto ocurre a veces). La acepta y se rehace, decidiendo firmemente, alejarse del pecado y marchar con arrepentimiento al Padre Celestial. Marcha a lo largo del camino del arrepentimiento, y el Padre sale a encontrarse con él, aceptándole, olvidando todo, y con tanto amor como siempre.

Gracia y salvación

Hablando acerca de lo verdaderamente bueno, la actividad Cristiana, nuestro Señor Cristo Jesús dijo: "Sin MI, nada podéis hacer." Por lo tanto, cuando consideramos el asunto de la salvación, el Cristiano Ortodoxo debe recordar que el principio de esa vida verdaderamente Cristiana que nos salva, viene solamente de Cristo el Salvador, y que nos es dada en el Misterio del Bautismo.

En Su conversación con Nicodemus acerca de cómo se entra en el Reino de Dios, nuestro Salvador replicó: "En verdad te digo que si no se nace de nuevo, no se entra en el Reino de Dios." Más adelante aclara esta frase: "A menos de nacer del agua y del Espíritu, nadie puede entrar en el Reino de Dios" (Juan 3:34). Por consiguiente, el Bautismo es esa puerta por la cual solamente podemos entrar en la Iglesia de los que se salvan. Pues solamente los que tengan fe y sean bautizados serán salvados. (Marcos 16:16).

El Bautismo borra la corrupción del 'pecado ancestral,' y borra la culpa de todos los pecados cometidos anteriormente por el que es bautizado. Sin embargo, las semillas de pecado - hábitos pecadores y los deseos hacia el pecado permanecen en nosotros y son vencidos por la lucha moral durante toda la vida (los esfuerzos del ser humano en cooperación con la Gracia de Dios). Pues, como ya sabemos, el Reino de Dios se conquista por el esfuerzo, y solamente aquéllos que se esfuerzan, lo consiguen. Otros Misterios (o Sacramentos) de la Iglesia: el arrepentimiento, la Santa Comunión, la Unción y varias oraciones y servicios divinos, son momentos y medios de la consagración de un Cristiano. Un Cristiano recibe la Divina Gracia en ellos, de acuerdo con la medida de su Fe, lo cual facilita su salvación. Sin esta Gracia, de acuerdo con la enseñanza apostólica, no solamente no podemos hacer el bien, sino incluso no podemos desear hacerlo (Filipenses 2:13).

No obstante, si la ayuda de la Gracia de Dios tiene tan inmenso significado en el asunto de nuestra salvación, entonces ¿qué significan nuestros esfuerzos personales? ¿Acaso todo el asunto de la salvación es hecho para nosotros por Dios y nosotros solamente hemos de sentarnos con los brazos cruzados, esperando la misericordia de Dios? En la historia de la Iglesia, esta cuestión fue establecida clara y decisivamente en el siglo quinto. Un monje recto e instruido, Pelagio, comenzó a enseñar que el hombre se salva por si mismo, por su propia fuerza, sin la Gracia de Dios. Desarrollando su idea, finalmente llegó a un punto en el cual, en esencia, comenzó a negar la necesidad misma de redención y salvación en Cristo. El eminente maestro Agustín (de Hipona) se presentó resueltamente contra esta enseñanza, y demostró la necesidad de la Gracia de Dios para la salvación. Sin embargo, al refutar a Pelagio, Agustín cayó en el extremo opuesto. De acuerdo con su enseñanza, todo en el asunto de la salvación es hecho por la Gracia de Dios para el hombre, y el hombre tiene solamente que aceptar esta salvación con gratitud.

Como de costumbre, la verdad se halla entre estos dos extremos. Fue expresada en el siglo quinto por el justo asceta San Juan Cassiano, cuya explicación se llama "sinergismo" (cooperación). De acuerdo con esta enseñanza, el hombre es salvado solamente en Cristo, y la Gracia de Dios es la fuerza agente principal en esta salvación. No obstante, junto a la acción de la Gracia de Dios para la salvación, los esfuerzos personales solos son insuficientes para su salvación, pero son necesarios, pues sin ellos la Gracia de Dios no comenzará a ejecutar el asunto de su salvación.

Así, pues, la salvación del hombre es ejecutada simultáneamente por la acción de la Gracia Salvadora de Dios, y por los esfuerzos personales del mismo hombre. De acuerdo con la profunda expresión de algunos Padres de la Iglesia, Dios creó al hombre sin la participación del hombre mismo, pero El no le salva, sin su consentimiento y deseo, pues le creó libre. El hombre es libre de escoger entre el bien y el mal, salvación o ruina y Dios no le obstruye su libertad, aunque constantemente le anima hacia la salvación.

Aprendizaje y Religión

Los psicólogos reconocen tres potencias básicas o capacidades en el alma del ser humano: mente, emoción (corazón) y voluntad. A través de su mente, el hombre adquiere conocimiento de mundo que le circunda y de su vida, y también de todas las experiencias conscientes de su alma personal. A través de sus emociones (corazón) el hombre responde a los efectos e impresiones que provienen del mundo externo y de sus propias experiencias. Algunas de ellas le son agradables y le agradan, siendo otras desagradables y por tanto desagradándole. Más aún, los conceptos de 'agradable' y 'desagradable' no coinciden con los de otras personas. Lo que a una persona agrada no es siempre agradable para otra y viceversa (de este hecho se deriva el dicho castellano "Sobre gustos nada hay escrito"). Finalmente, la voluntad del hombre es esa fuerza del alma por cuyo medio entra en el mundo el ser humano y actúa en él. El carácter moral del ser humano depende fuertemente del carácter y dirección de su voluntad.

Volviendo a la cuestión del desarrollo en el hombre de su personalidad espiritual, debemos observar que, al trabajar sobre su "YO," el hombre debe desarrollar las capacidades de su alma, mente, corazón y voluntad - correctamente y de una manera Cristiana.

La mente humana es la que se desarrolla más rápidamente de las tres, sobre todo por medio del estudio de las ciencias, y por la educación. No es correcto pensar que el Cristianismo considera las llamadas ciencias 'mundanas' o la educación como innecesarias (o incluso perniciosas). Toda la historia de la Iglesia en los siglos antiguos habla contra este erróneo punto de vista. Precisamente es suficiente contemplar los tres grandes maestros o Jerarcas, Santos Basilio el Grande, Gregorio el Teólogo y Juan Crisóstomo. Se encontraban entre los personajes más altamente instruidos de su época, habiendo estudiado a fondo la ciencia puramente mundana de su tiempo. La ciencia de entonces se ajustaba a una definida forma pagana, pero ellos fueron capaces de dominar lo que era necesario y útil de esta enseñanza, descartando lo que era inútil e innecesario. Aún más, nosotros tenemos que valorar el estudio de la educación mundana de ahora, cuando desaparecieron las mezclas paganas de la enseñanza y nos esforzamos a la comprensión de la verdad pura. Es cierto que incluso ahora muchos sabios asumen erróneamente que la ciencia contradice a la religión y añaden sus puntos de vista anti-religiosos a las verdades científicas. Pero la ciencia pura no es culpable en esto y el Cristianismo siempre saluda y bendice la educación mundana seria en la que los poderes del pensar y las capacidades humanas están formadas y fortificadas.

Bien entendido, un Cristiano, que acepta la educación mundana, da aún una mayor importancia o significación a la educación religiosa. Debemos recordar que el Cristianismo no es sola y exclusivamente - una esfera de experiencias y sentimientos. No; el Cristianismo es un cielo completamente rematado o perfecto, un sistema de conocimientos que se corresponden, de los más variados datos o informaciones, relacionados, no solamente con la religión, sino también con la ciencia. Para empezar, ¿cómo podríamos, nosotros los Cristianos, pasar por alto el conocimiento de la vida del Salvador, Sus milagros y enseñanzas? Más aún, ¿podríamos pasar por alto el conocimiento de la historia de nuestra Santa Iglesia y sus divinos servicios que tienen que ser conocidos y entendidos? Para todo esto, es necesario el aprendizaje, es decir, el conocimiento.

El significado del Cristianismo, como sistema polifacético y perfecto de aprendizaje, queda claramente demostrado en los Cursos de moralidad y doctrina Cristianas (antiguamente enseñados en las escuelas secundarias Rusas). En éstos, el Cristianismo es considerado como un sistema riquísimo de conocimiento, abarcando y explicando al ser humano el mundo entero, y exponiendo el verdadero sentido y finalidad de su vida terrena.

Pero también hemos de recordar esto: habiendo recibido el aprendizaje de una educación religiosa, la plenitud de conocimiento acerca de la Verdad de Dios, el hombre, conociendo la verdad, tiene que servirla y atender su voz. El Señor Mismo dijo: "Quien no está conmigo, contra Mi está." Y en relación con El y Su Santa Voluntad y ley, la indiferencia, la frialdad y la omisión de cumplir esta ley son desastrosas para el alma y hacen del hombre un enemigo de Cristo y de Su Verdad. Así pues, nunca debemos olvidar Sus palabras: "Por qué Me llamas Señor, Señor, y aún no haces lo que digo?" Del mismo modo, Su Apóstol dice: "No los que escuchan la ley, sino los cumplidores de la ley serán justificados?

Desarrollo Emocional

Volvamos ahora al asunto del desarrollo del corazón humano. Bajo la categoría del corazón, entendemos la capacidad de sensaciones agradables y desagradables. Estas sensaciones son de diferentes clases: desde las más inferiores sensaciones orgánicas hasta los más elevados sentimientos, morales y religiosos. Los sentimientos más elevados son llamados también emociones. La educación del corazón humano consiste en el desarrollo de estas emociones en él.

Detengámonos en una emoción semejante: el sentimiento estético. Sentimiento estético es el término que significa el sentido de lo bello: la aptitud humana de contemplar y comprender, de gozar y ser esclavizado por la Belleza, por todas las cosas bellas, sin tener en cuenta dónde y como se nos presentan. Semejante delicia en la belleza puede o alcanzar un éxtasis violento y ardiente, o un sentimiento tranquilo, calmo y profundo. Así pues, el sentimiento estético está indisolublemente unido con la idea de lo bello, con el concepto de la Belleza. Pero, nos preguntamos: Qué es la Belleza?

Esta pregunta tiene diferentes respuestas. La mejor respuesta es ésta: La Belleza es la total armonía entre el contenido y la forma de una idea determinada. Cuanto más pura, más 'viviente' y más perfecta la forma a que ha sido transferida esta idea, más belleza mostrará, más bello será este fenómeno. Naturalmente, el Cristianismo Ortodoxo ve la más sublime Belleza en Dios, en Quien está la Plenitud de toda Belleza y Perfección.

El sentimiento estético de un grado u otro es inherente a cada persona, pero, en todo caso, está lejos de estar desarrollado correctamente, en su plena medida. Su desarrollo y dirección propios son efectuados por la revelación de la posibilidad de la persona para evaluar correctamente uno u otro fenómeno, una obra de Arte. Una persona estéticamente cultivada puede encontrar rasgos de perfección y belleza en una buena pintura, composición o trabajo literario. El mismo puede entender y valorarla, pudiendo explicar a otra persona lo que es, precisamente, bello en una obra de Arte dada, cual es su contenido y de qué forma se transfiere.

El Cristianismo Ortodoxo sabe cómo valorar y amar la Belleza. Y vemos la Belleza en la Ortodoxia por todas partes: en la arquitectura de la iglesia, en los servicios divinos, en los cantos de la música de la Iglesia y en la Iconografía. Aún más, es de advertir que la Belleza en la naturaleza fue amada y valorada por los más estrictos de nuestros ascetas, quienes habían renunciado completamente al mundo. Los monasterios principales de Rusia fueron fundados en localidades que se distinguían por su belleza.

En esto, el brillante espíritu de la Ortodoxia se manifiesta en su relación con todo lo verdaderamente bello. Vemos en el Evangelio de qué manera Cristo nuestro Salvador contemplaba con ternura y amorosamente los lirios de los campos, las aves, las higueras y las viñas. Incluso en el Antiguo Testamento, el profeta rey David, contemplando la belleza y majestad de la Creación de Dios, exclamaba: "Con Sabiduría las ha creado a todas ellas... ¡Gloria a Ti, ¡oh Señor! Que has creado todas las cosas...!" En otro Salmo, se dirige a la naturaleza, como si fuera consciente, diciendo: "Que todo cuanto tiene aliento (de vida) alabe al Señor..." ¡Alabadle, sol y luna! ¡Alabadle, estrellas y luminarias!

Pero, naturalmente, el Cristianismo Ortodoxo no puede limitar su concepto de lo verdaderamente bello solamente a lo que agrada a nuestro sentido de la Belleza por la elegancia de sus formas, sino que tiene que ver como verdaderamente bello todo lo que tiene moralmente valor. La verdadera Belleza siempre eleva, ennoblece, ilumina al alma humana y coloca ante ella los ideales de la Verdad y de la Bondad. Un Cristiano Ortodoxo nunca reconoce como bello ese fenómeno u obra de Arte que, aunque sea de perfecta ejecución, no purifique ilumine al alma humana, sino más bien la rebaja y mancha.

Desarrollo Emocional en los Niños,

y Sobre la Esperanza Cristiana

El sentimiento estético que hemos examinado en el capitulo precedente, no es más que una de las emociones humanas del corazón. Lógicamente, muchas otras emociones tienen una mayor significación para el Cristiano. Por ejemplo, los elevados sentimientos de simpatía y antipatía, de misericordia, compasión, etc., deben ser desarrollados en el corazón del Cristiano Ortodoxo, si es posible, desde la más tierna infancia.

Desgraciadamente y con excesiva frecuencia no ocurre esto. Desafortunadamente, en muchas buenas familias Ortodoxas Cristianas, la vida se halla dispuesta de tal modo que los padres conscientemente guardan a sus hijos ajenos al contacto con la humana necesidad, tristeza, pesadas dificultades y pruebas. Una protección tan excesiva de los niños de la dura realidad solamente da resultados negativos. Los niños que han crecido bajo las condiciones de un invernadero, separados de la vida, criados blandamente, mimados y no bien enfrentados con la vida, frecuentemente egoístas endurecidos, solamente acostumbrados a demandar y recibir y no sabiendo cómo condescender, para servir, para ser útiles a los demás. La vida puede destrozar a tales personas cruelmente y a veces las castiga de manera insoportable, frecuentemente desde sus tempranos años escolares. Por consiguiente, es necesario para los que aman a sus hijos, templarlos. Principalmente, tiene que haber siempre una finalidad definida Ortodoxa Cristiana, tanto ante los padres, como ante los hijos: que durante el crecimiento de los niños desarrollándose físicamente, deben también crecer y desarrollarse espiritualmente, que sean mejores, más amables, más piadosos y mas simpáticos.

Sin embargo, para realizar esto, es necesario permitir que los niños se pongan en contacto con las necesidades de la gente y sus deseos, dándoles la oportunidad de ayudar. Entonces los mismos niños se inclinarán hacia la bondad y la verdad, para todo lo que es puro, bueno y brillante está especialmente cerca del alma del niño libre de daño.

Esas emociones de las que hemos hablado, incluyendo las mas elevadas de ellas: la misericordia y la compasión, no se encuentran en todas las personas. Hablando ahora del sentimiento de categoría puramente Cristiana, nos detenemos en el sentimiento de la esperanza Cristiana. La esperanza Cristiana puede ser definida como un recuerdo sincero de Dios, inseparablemente unido con la seguridad de Su Amor y ayuda Paternales. Un hombre con una esperanza semejante se siente siempre y en todas partes bajo la protección del Padre, exactamente lo mismo que ve la inmensa bóveda del cielo sobre él, en el mundo físico. Por consiguiente, un Cristiano Ortodoxo, teniendo esperanza en Dios, nunca llegará a desesperarse, nunca se sentirá solo desesperadamente.

Una situación puede parecer desesperada solamente a un incrédulo. Un creyente, uno que espera en Dios, conoce su cercanía al doliente corazón humano, y encontrará en El consuelo, valor y ayuda.

Naturalmente, la corona y cima de la esperanza Cristiana está en lo futuro. Nosotros, los Ortodoxos Cristianos, sabemos que nuestro Símbolo de la Fe, en el que están reunidas todas las verdades básicas del Cristianismo, termina con las palabras: "Yo aguardo (espero y seriamente anhelo) la resurrección de los muertos y la Vida de la vida futura. Amén."

Así, pues, una realización de la luminosa esperanza Cristiana llegará, cuando la Vida finalmente triunfe sobre la muerte y la Verdad de Dios sobre la falsedad mundial. Entonces, "todo dolor será sanado, pues Dios enjugará toda lágrima de sus ojos y la muerte no será ya más, ni habrá angustia, ni aflicción, ni pena alguna más ." "Y un gozo eterno estará en sus manos."(Rev. 21:4; Is. 15:10).

He aquí la cumbre, la corona y la plena realización de la esperanza Cristiana Ortodoxa y el triunfo de aquéllos que, en esta vida terrenal, fueron perseguidos y oprimidos y desterrados por la Verdad de Cristo.

La Educación y el Desarrollo de la

Voluntad Humana

Ahora tenemos que examinar la cuestión del entrenamiento y desarrollo de la voluntad humana. El carácter y el valor morales de la personalidad humana dependen ante todo, de la dirección y fuerza de la voluntad. Naturalmente, todo el mundo comprende que, para un Cristiano es necesario que la posea: primeramente, una fuerte y decisiva voluntad, y en segundo lugar, una voluntad que esté firmemente dirigida hacia el Bien y no al mal.

¿Cómo desarrollaremos una fuerte voluntad? La respuesta es sencilla: sobre todo, por el ejercicio de la voluntad. Hacer esto, como con un ejercicio corporal, es necesario que comencemos lentamente, poco a poco. Sin embargo, habiendo comenzado a ejercitar la voluntad en alguna cosa (por ejemplo, en una constante lucha con los hábitos o caprichos pecaminosos), este trabajo sobre uno mismo, nunca tiene que cesar. Más aún, un Cristiano que desea fortalecer su voluntad, su carácter, tiene que evitar desde el principio mismo, toda disipación, desorden o inconsistencia de comportamiento. De otro modo, será una persona sin carácter, no presentándose como algo definido. Ni los demás, ni incluso la misma persona pueden tener confianza en un individuo semejante. En la Sagrada Escritura una persona así se la llama una caña sacudida por el viento.

La Disciplina nos es necesaria a todos nosotros. Tiene una significación tan vital que, sin ella, es imposible cualquier correcto orden normal y éxito en el trabajo. En la vida de los individuos es de primaria importancia, pues la auto-disciplina interior tiene la categoría de escuela exterior o disciplina militar aquí. El hombre tiene que colocarse en armazones definidos, habiendo creado condiciones definidas y un orden de vida, y no desviarse de esto.

Advirtamos igualmente esto: los hábitos humanos tienen una amplia significación en el asunto del fortalecimiento de la voluntad. Ya hemos visto que los hábitos pecaminosos son un gran obstáculo para la vida moral de un Cristiano. Además, los buenos hábitos son una valiosa adquisición para el alma y por lo tanto, el hombre tiene que aprender muchas cosas buenas, para que lo que es bueno se convierta en suyo propio, es decir, para que se convierta en habitual.

Y esto precisamente es importante en los años tempranos, cuando el carácter humano se está aún formando, es decir, tomando la forma que tendrá en el futuro. No es sin motivo y razón que digamos que la segunda mitad de la humana vida terrena está 'formada' de los hábitos adquiridos durante la primera mitad de esta vida, o sea, durante la infancia y la juventud.

Probablemente nadie argüirá contra el hecho de que el hombre necesita una fuerte voluntad. En la vida, nos encontramos con personas que poseen diversos grados de fuerza de voluntad. Frecuentemente ocurre que una persona que está muy dotada y con mucho talento, poseyendo una mente poderosa y un profundo buen corazón se convierte en un abúlico (falto de voluntad), sin poder llevar a cabo sus planes en la vida, a pesar de lo excelente y valiosos que puedan ser. Por el contrario, también ocurre que una persona con menos talentos y dotes, pero con mayor fuerza de voluntad y carácter más fuerte, triunfe en la vida.

Así y todo, una cualidad aún más importante de la voluntad humana es su correcta dirección hacia el lado bueno y no al malo. Si una persona buena pero de débil voluntad puede llegar a ser de poca utilidad a la sociedad, entonces una persona con fuerte voluntad y destructiva y mala, es peligrosa; y cuanto más fuerte sea su voluntad, más peligrosa es. Por esta razón, es claro y evidente la gran importancia de estos principios, esos cimientos básicos y reglas por los que la voluntad humana se guía. Un ser sin principios es una insignificancia moral, no teniendo fundamentos morales, y un peligro para todos cuantos lo rodean.

¿De qué fuente puede la voluntad humana inferir para si ,misma estos principios para actuar de acuerdo con ellos? Para una persona incrédula, una respuesta a esto resulta extremadamente difícil y esencialmente imposible. ¿Han de inferirse de la ciencia? Pero la ciencia, en primer lugar, está básicamente interesada en cuestiones de conocimiento y no de Moral, y en segundo lugar, no contiene algo que sea sólido y constante en cuanto a principios, desde el momento que se ensancha sin cesar, profundizando y cambiando constantemente muchísimo. ¿Acaso de la Filosofía? Pero la Filosofía misma enseña acerca de la relatividad y no de ninguna clase de autenticidad incondicional de sus verdades. ¿Acaso de la vida práctica? Aun menos. Esta misma vida necesita principios positivos que puedan limpiarla de condiciones desordenadas y carentes de principios.

Aunque la respuesta a la pregunta presente es tan difícil para los incrédulos, para un Cristiano creyente es sencilla y clara. La fuente de los buenos principios es la Voluntad de Dios. Y nos es revelada en la enseñanza del Salvador, en Su Santo Evangelio. Este solo tiene una firme autoridad incondicional en esta área; y solamente nos ha enseñado el auto-sacrificio y la libertad Cristiana, la igualdad Cristiana y la hermandad (una comprensión robada del Evangelio por socialistas, comunistas y otros enemigos de la Fe). El Mismo Señor dijo acerca de los verdaderos Cristianos que "no todo el que Me diga, Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumpla la Voluntad de mi Padre que está en los Cielos" (Mateo 7:21).

Fortalecimiento de la Voluntad Por

El Trabajo y los Votos

El trabajo es una característica indispensable de toda virtud humana que fortalece la voluntad. Es una obediencia impuesta por Dios sobre el hombre pecador, cuando perdió el Paraíso: "Con el sudor de tu frente comerás tu pan." Por consiguiente, cada uno de nosotros tiene que trabajar.

En la Epístola a los Thesalonicenses, el Apóstol Pablo escribió acerca de la necesidad del trabajo: "Os rogamos, hermanos... que os ocupéis de vuestros negocios y trabajéis con vuestras propias manos, como os hemos mandado" (4:11). En la 2a Epístola, duramente amonestó a los que actuaron sin decencia y son supersticiosos, y precisamente hace un llamamiento al trabajo: "Aquél que no trabaje, que no coma." Debemos advertir que la Ortodoxia nunca divide el trabajo en 'intelectual' y 'manual. Estas divisiones son moneda corriente en nuestra sociedad, que tiende a considerar el trabajo físico o manual con desdén. La Ortodoxia requiere solamente que el trabajo de una persona sea honorable y produzca su beneficio correspondiente. Desde el punto de vista Cristiano Ortodoxo, una persona que trata con desdén sus obligaciones, aún cuando se encuentre en un puesto elevado y lleno de responsabilidad, es mucho más inferior que el más insignificante de sus subordinados que cumple concienzudamente sus obligaciones, de una manera verdaderamente Cristiana Ortodoxa. Más aún, podemos descubrir fácilmente por medio de nuestra experiencia personal, qué plena satisfacción se experimenta por la persona que trabaja honorablemente y bien, y qué sedimento mezquino queda en el alma del que ha pasado el tiempo en una vacuidad disipada.

En la sociedad contemporánea se está extendiendo un falso y pecaminoso pensamiento acerca del trabajo, y de la diversión. La gente considera el trabajo como algo muy desagradable, como un yugo pesado y esclavizador que intentan quitárselo de encima lo más rápidamente posible. Todos sus esfuerzos se hallan dirigidos hacia el "reposo" (¿de qué?) y hacia pasar la vida lo más divertidamente posible... Reposo y diversión son agradables y encantadores solamente cuando han sido ganados por un trabajo anterior. Para prevenir esa vacuidad o vaciedad y dispersión en el alma que tan comunes son ahora en estos tiempos nuestros tan llenos de nervios, de falta de reposo y tan vanos y vacío, un Cristiano Ortodoxo tiene que aprender a concentrarse y a aunarse consigo mismo. El hombre debe observarse a sí mismo en todos sus aspectos y hacerse una relación de sus disposiciones de ánimo y sus anhelos. Tenemos que considerar también los seres humanos qué debe hacerse en un momento dado y la finalidad hacia la cual dirigir los propios esfuerzos.

Hablando del fortalecimiento de la voluntad, tenemos que recordar también aquellas instancias en que una persona que su voluntad carece de poder para resistir alguna tentación o hábito pecaminoso que ha echado raíces. En este caso, uno debe recordar que el medio primero y básico en tales momentos es la oración, una humilde oración de fe y esperanza. Más adelante hablaremos más sobre la oración. Mientras tanto, recordemos que, incluso una persona de tan fuerte espiritualidad como el Apóstol Pablo habló de su impotencia para luchar contra el pecado y hacer el bien: "El bien que deseo hacer, no lo hago sino el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago." Cuánto mucho más nos ocurrirá a nosotros entonces, ya que somos enfermizos y débiles! Pero la oración puede ayudarnos, ya que por medio de ella recibimos la fortaleza del Dios todopoderoso, para ayudar nuestra impotencia.

Además de la oración, los votos y promesas tienen una gran importancia en el fortalecimiento de la voluntad en el combate con el pecado. Un voto es una promesa personal de hacer alguna cosa buena, una acción beneficiosa, por ejemplo, ayudar a una persona pobre, edificar una iglesia o institución pública, adoptar un huérfano, hacer una peregrinación, etc. Cuando se aplica a nuestras vidas personales, tales votos pueden consistir en lo siguiente: si una persona se siente deficiente de algún modo: no ayudar a los demás, pereza, tener poca preocupación por su familia, etc., la persona debe seleccionar una buena obra definida y constante en este dominio y obligarse a cumplirla, sin ningún fallo, como es su obligación. Las promesas son votos negativos. Uno hace una promesa de no cometer un determinado pecado, de luchar de la manera más resuelta con uno u otro hábito pecaminoso (por ejemplo, dejar de beber, o de fumar, o de jurar, etc.)... Es evidente que una persona debe hacer votos o promesas, solamente después de haber comprobado su fortaleza y haber resuelto que, con la ayuda de Dios, los cumplirá sea cuales fueren. El Salvador nos previene contra los votos hechos descuidadamente, sin pensar y sin estar de acuerdo con nuestra fortaleza, en la parábola del constructor necio. En la parábola, el hombre comenzó magníficamente a edificar una torre, pero no pudo completarla y sus vecinos se rieron de él, diciendo: "Este hombre comenzó a construir y no pudo acabar."

Si habéis hecho un voto, entonces, habiendo pedido la ayuda de Dios, poneos a cumplirla resueltamente.

La Lucha Contra la Sensualidad

El ser humano está compuesto de alma y cuerpo. Muchas antiguas religiones y enseñanzas filosóficas decían que el alma había sido creada por Dios, mientras que el cuerpo se suponía que venía del principio malo: del diablo. La Ortodoxia enseña de otra manera. Tanto el alma como el cuerpo humanos son creados por Dios. De acuerdo con la enseñanza Apostólica, después del Misterio del Bautismo, el cuerpo humano es un templo del Espíritu Santo y los miembros del cuerpo - por la unión con Cristo en el Misterio de la Santa Comunión - son miembros de Cristo. Por consiguiente, el ser humano pasará a la futura beatitud eterna (o al tormento eterno) son su ser entero: tanto el alma inmortal, como el cuerpo que será resucitado y reunido con el alma, antes del juicio de Cristo. Esto quiere decir que, mientras que se cuida del alma, un Cristiano Ortodoxo no debe dejar sin atender su cuerpo. Tenemos que guardarlo - guardarlo del modo Ortodoxo - no solamente de la enfermedad, sino también de los pecados que corrompen, manchan y debilitan al cuerpo. Entre tales pecados, el más peligroso y dañino es la disolución o desenfreno de vida o costumbre: la pérdida de la castidad y la pureza corporal.

No nos produce una alegría particular poner este tema sobre la mesa... pero es imposible dejar de mencionarlo, desde el momento de que, sin duda, es el pecado más peligroso para la juventud.

Estamos hablando de la fornicación, de la corrupción y de la degeneración sexual que son, sin lugar a duda, las más terribles plagas de la humanidad contemporánea. Es difícil enumerar las terribles consecuencias que siguen tras este pecado, como una sombra inseparable. No hablaremos de enfermedades específicas que tan frecuentemente resultan de una vida desordenada, sino que lo más que hemos de temer es el juicio final de Aquél que nos demandó llevar una vida pura e impoluta...

Pero, ¿cómo luchar con las tentaciones de este pecado para quien desea preservarse puro y casto de una manera Cristiana? La contestación es sencilla: La respuesta es sencilla: ante todo, por la pureza de pensamiento e imaginación. Frecuentemente se dice que la necesidad sexual actúa con una fuerza tan insuperable que el ser humano se encuentra sin fuerzas para resistirla. ¡Es falso! Aquí no estamos hablando de necesidades, sino de depravación y libertinaje y los resultados lógicos de una persona que no para de provocarse a si misma con pensamientos y deseos. Naturalmente, tal persona excita la natural inclinación sexual a un grado excesivo, y esto le conduce a pecar. No obstante, un Cristiano Ortodoxo, que es amante de Dios y recto consigo mismo, nunca consentirá, nunca permitirá que los malos deseos y pensamientos posean su mente y corazón. Para cumplir esto, pedirá la ayuda de Dios en oración y por el signo de la Cruz y la lucha contra tales pensamientos,. en el instante que aparecen. Por el esfuerzo de la voluntad, llevaremos sus pensamientos sobre la oración o, al menos, a otros temas más edificantes. Si nos permitimos ser encendidos por una imaginación impura, ello significa que nos hemos pervertido y empobrecido. Para luchar contra los malos pensamientos, una persona Ortodoxa tiene que alejarse firmemente y abandonar rápidamente atraer estos malos pensamientos. Nuestro Salvador no estaba hablando en vano cuando nos previene de manera tan estricta de la mirada impura y lasciva; y la mirada de la que Cristo nos previno no iba más allá que el mirar. ¡Tan peligrosa es la tentación mental!

Hay tantas tentaciones: una degeneración total de la Moral y un alejamiento de una vida Ortodoxa pura y ordenada, y una inadmisible y desordenada con respecto al matrimonio y a la vida matrimonial, que no pueden ayudar, sino afectar al alma joven. Además de esto, están las películas y la literatura que rivalizan entre sí, alabando al pecado y describiéndolo con los colores más seductores y con una total desvergüenza. La música concertada, las danzas y las diversiones tanto ciegan a la 'Cristiana' sociedad contemporánea paganizada, que ya ni siquiera se da cuenta de su pecado y veneno. Distintos tipos de humor obsceno son perfectamente aceptados en la sociedad. Todo ello es una podredumbre y pestilencia espirituales, que corrompen y matan la mente y el corazón humanos: toda esta nube de tentaciones se cierne sobre la juventud, desarrollando el alma de la humanidad.

Bendita es la persona que desde su juventud hasta el final de sus días ha permanecido pura de cuerpo y alma. Bendito es el que llevó, con su frescura fragante, la fuerza de intocada potencia de alma y cuerpo, a una luminosa boda consagrada por Dios por medio de la Iglesia, o quien preserva todo esto hasta la tumba, en la radiante pureza de la virginidad y de la castidad. Dios bendice solamente dos senderos para el ser humano sobre la tierra: o el santo sendero del matrimonio Cristiano, indisoluble unión de dos corazones, o también un sendero más elevado y santo, el sendero de la Virginidad, consagración de uno mismo a Dios y al prójimo: el santo Monaquismo.

¡Terrible es el final del sendero de quien desdeña, ignora y viola obstinadamente las leyes de la pureza y la verdad Ortodoxas dadas por Dios, y así matando al alma!

Otros Problemas Carnales;

Muerte Cristiana

De las otras "condiciones de la carne, es decir, pecados que han arraigado profundamente en la misma naturaleza humana, quizá el más peligroso es el de la embriaguez y la adicción de drogas. Este pecado está desgraciadamente ampliamente extendido en estos tiempos. Recordemos todos que no debemos esperar hasta que esta ruinosa pasión se haya desarrollado ya, sino que debemos guardarnos de ella antes de que se desarrolle, pues entonces es muchísimo más fácil. Pues nadie nació en el mundo de Dios ya adicto al alcohol o a otras drogas. Ya sabemos cuánto más fácil es para una persona el luchar contra la tentación del pecado antes de que se haya convertido, por la repetición, en un hábito perpetuo. Es mejor no beber en absoluto, desde la juventud. La juventud tiene mucha vivacidad y suficiente energía sin el alcohol y "calentarse uno con vodka" es innecesario. Hay un proverbio que dice: "Da al demonio un dedo, y él se tomará la mano entera." La voluntad joven no es aún fuerte, pero las tentaciones de beber, así como las drogas, son numerosas.

Muchas personas se arruinan en los tempranos años por una clase especial de valor, una especie de pasión deportiva, en la que una persona quiere "probar" o demostrar su fuerza y resistencia en el empleo de bebidas alcohólicas. Naturalmente, uno mostraría mayor firmeza y fuerza - fuerza real y moral si pudiera realmente controlarse y no ceder ante esta mala ,tentación. Una persona Ortodoxa debe, con todas sus fuerzas, apartarse de seducciones pecaminosas y alejarlas de ella, recordando de qué manera el apóstol previene que las malas asociaciones destrozan la buena moral.

Existe otro pecado carnal que, a primera vista, no parece tan ruinoso como la embriaguez y la depravación, pero que, sin embargo, es extremadamente peligroso. Este pecado es el amor al dinero. El apóstol dice literalmente que "la raíz de todos los malos es el amor al dinero" El primer peligro para una persona que posee riqueza egoístamente es que esta misma riqueza es el acceso a todas las demás (exactamente como el ídolo de oro) al cual el ser humano se adhiere con toda su alma y todo su corazón, llegando a ser incapaz de arrancarse de su servicio. Vemos un ejemplo de esto en el Evangelio, en el hecho histórico del joven rico que no pudo seguir al Salvador, porque su vida estaba atada a su riqueza. Sobre este particular, Cristo dijo: "Cosa difícil es para un rico, el entrar en el Reino de Dios." Así, pues, la riqueza ciega al hombre, haciéndole su esclavo. Este peligro amenaza a todo aquél que se hace adicto de la "adquisición" para lograr ganancia y tener esto como finalidad de la vida.

Para prevenir este vicio del amor al dinero y que se desarrolle en la persona, es necesario enseñarle el desinterés Ortodoxo en sus primeros años. Todas las obras de un Cristiano Ortodoxo deben hacerse desinteresadamente o, como dice el Evangelio , por amor a Cristo. Como mencionamos anteriormente, de acuerdo con la Verdad Divina, la Verdad del Evangelio, no es la persona que ahorra posesiones para si, quien verdaderamente adquiere, sino que más bien es el que da a los demás en la batalla de la misericordia y preocupación por sus prójimos, quien verdaderamente gana. El que sirve a los demás en la lucha del Bien, no solamente les muestra la ayuda Cristiana Ortodoxa, sino que también su propia alma recibe beneficio, adquiriendo para él mismo un verdadero tesoro: en el Cielo.

Una persona que está intentando llevar una vida Ortodoxa no debiera ser negligente con su salud. La salud es un don valioso que nos da Dios y debe ser guardado. Es una locura suponer que un Cristiano no procurara ser sanado por los doctores. Los doctores y los medicamentos existen por la voluntad de Dios. Leemos en las Escrituras que el Señor creó ciertas cosas para su empleo curativo. No obstante, la Ortodoxia ve en la enfermedad las consecuencias directas de nuestra corrupción. Por, esta razón, una persona creyente comienza su tratamiento ante todo con la oración, con la purificación y el fortalecimiento del alma, con los Santos Misterios. Después, sigue el tratamiento del cuerpo que ha sido prescrito por el doctor. Podemos ver este patrón en el Evangelio, en el cual, antes de curar a una ,persona de su enfermedad física, Cristo sanaba su alma con el perdón de sus pecados. A una le dijo Cristo: "Has sido sanado; procura no pecar más, para que nada peor te ocurra."

Al mismo tiempo que atiende su salud, una persona Ortodoxa no debe temer a la muerte. No estamos hablando de la muerte de un mártir por el amor a Cristo, que todo creyente desea con gozo, sino sencillamente del final de nuestra vida terrena. Los verdaderos Cristianos Ortodoxos, por lo general, no temen a la muerte, sino que incluso la aguardan con esperanza. El Apóstol Pablo, por ejemplo, dice directamente: "Yo deseo morir y estar con Cristo, porque es incomparablemente mejor" (que permanecer en la tierra). En otro lugar dice también: "Nuestro hogar está en el Cielo" enseñándonos que nuestra verdadera patria es allí, ya que mientras estamos en la tierra, somos solamente exiliados temporales.

Ese ansiado "final Cristiano de nuestra vida" no ocurre siempre sin enfermedad, pero en todo caso, es "puro y lleno de paz." Uno se prepara para tal final por medio de la oración, de la contemplación y recibiendo los Santos Misterios.

Por otra parte, una vergonzosa muerte no-Cristiana, es algo terrible, por ejemplo, un criminal muriendo en medio de un crimen, etc. En este momento, tenemos que mencionar el suicidio. Es cosa bien sabida que la Santa Iglesia en sus cánones prohibe un enterramiento Cristiano a quienes conscientemente (sin enfermedad mental) se quitan la vida. El suicidio es una traición completa al mismo espíritu del Cristianismo, un rechazo a soportar la propia cruz, un rechazo de Dios y de la esperanza en El. El suicidio es la sórdida muerte del egoísta completo... El que comete suicidio deja de ser un hijo fiel de la Santa Iglesia, y por lo tanto se priva a si mismo de su enterramiento. Pues ¿cómo podría la Iglesia enterrar a un suicida, de acuerdo con Su servicio? El pensamiento principal de este servicio de enterramiento es: "Da reposo, oh Señor, al alma de Tu siervo/a, pues puso su esperanza en ,fi." Estas palabras serían falsas en el caso de un suicida. ¿Cómo podría la Santa Iglesia afirmar lo falso?

Justicia Cristiana

Hasta aquí, hemos hablado acerca de los deberes de un Cristiano en relación consigo mismo. Ahora, examinemos sus obligaciones en relación con los demás.

El primer elemento para una adecuada relación con otras personas es la justicia. Sin este elemento básico, incluso la propia bondad puede resultar inútil - si aparecen la parcialidad y la unilateralidad en ella, en lugar de la verdad. No obstante, existen marcadas diferencias en las condiciones de las relaciones justas entre las personas.

Justicia legal o leal (de lex-legis): Esta es la forma inferior de la justa relación, la más extendida en la vida y estado civil. Una persona leal intenta cumplir con precisión las leyes estatales y civiles que son obligatorias para ella y para los demás. Además, generalmente cumple todas sus transacciones y obligaciones exacta y puntualmente. Sin embargo, no va un paso más allá que estas normas legales y limites marcados por la ley, para hacer concesiones o condescendencias. Esta clase de persona puede ser fría, falta de simpatía y sin piedad. Semejante persona de iniquidad ni crea, ni viola las leyes, pero tomará lo que es suyo propio sin concesiones, aún cuando su prójimo sufra por esa causa. Naturalmente, en nuestros tiempos semejantes personas justas legalmente, son comparativamente ordenadas, desde el momento que cumplen honorablemente sus obligaciones. Sin embargo, para un Cristiano Ortodoxo, es evidente que semejante relación es insuficiente, porque no es Cristiana, sino simplemente pagana.

Justicia de Corrección: Con respecto a la moral, esta forma de justicia es claramente más elevada que la anterior. Nos referimos como correcta la persona que, en sus relaciones con los que la rodean, intenta cumplir lo que es necesario no solamente de acuerdo con las leyes externas y las costumbres, sino también de acuerdo con su conciencia. Por lo tanto, trata a todo el mundo con igualdad, y es pacífica, educada y cuidadosa con todo. Responde con gusto a una demanda de servicio e intenta cumplir todo cuanto ha prometido, frecuentemente liberando a otras personas de sus dificultades. En comparación con la gente secamente-legal, resulta fácil y agradable vivir y trabajar con semejantes personas correctas y conscientes. Así y todo, esto está lejos del Cristianismo, toda vez que tal compasión y simpatía son rara vez constantes y fieles a ellas mismas, y llega un momento en que se marchita y se seca.

Justicia Cristiana: Esta es la clase completa de justicia: la justicia del corazón Cristiano. Su principio básico, sabio, claro y comprensible está expresado en el Evangelio por estas palabras: "Así, pues, cualquier cosa que deséis que los demás hagan por vosotros, igualmente hacédlo también a ellos" (Mateo 7:12). Y el concilio de los Apóstoles repitió esto mismo en forma negativa: "No hagáis a los demás, lo que no deseéis que os hagan a vosotros." Y así, no solamente no debéis de obrar mal, sino tenéis que hacer el bien, de acuerdo con vuestra conciencia, desde el corazón, que se origina en la ley de amor, misericordia y perdón del Evangelio. Si queréis que las personas os traten sinceramente, entonces abrid vuestro corazón a vuestros prójimos. No seamos egoístas, no consideremos nuestros derechos, como hacen las personas legales y correctas, más bien colocad el bienestar y bien de vuestros prójimos por encima de vuestros derechos, de acuerdo con la ley del amor Cristiano.

Muy a menudo ocurre en la vida que somos demasiado condescendientes con nosotros mismos, pero demasiado exigentes y estrictos con los demás. La justicia Cristiana habla de otro modo. El Señor dijo: "Por qué miras la ramita en el ojo de tu hermano, pero no ves la viga de tu ojo? Hipócrita, quita primero la viga de tu ojo y después verás cómo quitar la ramita del ojo de tu hermano." Por esta razón, los ascetas del Cristianismo, mientras se lamentan de sus propios pecados, siendo casi despiadados estrictamente y exigiéndose de si mismos, eran tan compasivos e indulgentes totalmente con relación a los demás, que cubrían las faltas de sus prójimos con amabilidad y amor. Por lo general, la regla Cristiana de vida nos enseña que no tenemos que tratar de encontrar culpables a los otros, sino a nosotros mismos, en nuestros propios deseos, obstinación, amor propio y egoísmo. Así, pues, la justicia Cristiana nos demanda condescendencia hacia los otros. Sin embargo, incluso esto no es suficiente. Nos invita a ver en cada persona, nuestro propio hermano, un hermano en Cristo, una creación amada y una imagen del Dios todopoderoso. Y no importa cómo caiga un hombre, no importa cómo oscurece la imagen de Dios en sí mismo, con pecados y vicios, tenemos aún que buscar la chispa de Dios en su alma... "Los pecados son pecados, pero la base en el hombre es la imagen de Dios... Odia el pecado, pero ama al pecador," dijo una vez San Juan de Kronstadt.

Juntamente con el respeto por la persona de nuestro prójimo, tenemos también que demostrar confianza en él. Esto es necesario especialmente, cuando una persona que ha caído en el error, se adelanta con las Evangélicas palabras "Estoy arrepentido" y promete corrección. Qué a menudo esta intención de la persona arrepentida es recibida con frialdad y desconfianza, y el buen deseo de corrección desaparece, siendo reemplazado por ira y una decisión destructora... ¿Quién responde por la destrucción de esta alma? Un Cristiano sincero y amante, por lo contrario, recibe alegremente el buen deseo del prójimo, dando énfasis a su total confianza y respeto hacia el arrepentido sobre el sendero recto, soportándolo y fortaleciéndolo, ya que aún está débil y vacilante. Naturalmente, a veces ocurre que una persona que ha prometido corregirse, bien por debilidad de voluntad o por deseo consciente de defraudar, abuse de la confianza del prójimo. Pero ¿acaso esto puede aplastar el sentimiento de confianza y buena voluntad hacia su prójimo en el amor de un creyente Cristiano, de ese amor del que el apóstol dijo que "todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta?" (1 Cor. 13:7).

 

Falsedad; Caridad Cristiana

Uno de los defectos más importantes de la sociedad contemporánea es la falsedad. Se manifiesta de formas muy variadas, especialmente, en la forma corriente de mentir en la conversación general y en la manera de engañar en la vida de los negocios. Es extremadamente peligroso enfocar ligeramente este pecado que ahora encontramos por todas las partes. Se considera completamente corriente el confirmar algo si se sabe o no se sabe si es verdadero; el decir, "No estaremos en casa" para evitar un huésped o al que telefonea; pretender estar enfermo, estando sano, etc. (a esto tenemos que añadir los falsos "cumplidos" la adulación, la alabanza, etc.). La gente olvida que la falsía viene del diablo, del cual dijo Cristo el Salvador "El es un mentiroso y el padre de las mentiras." Así, pues, el mentiroso es un colaborador y dispositivo del diablo. Ya en el Antiguo Testamento se nos dice: "Los labios falsos son una abominación ante el Señor."

Especialmente peligrosos son esas clases de falsedad como el chisme y la calumnia. Todo el mundo sabe que el chisme es: una red de seducción y falsedad, tejida por el diablo, que enreda y oscurece las buenas relaciones de las personas entre sí. Este 'chisme' - el hijo de la falsedad y de las cabezas vacías ha convertido en el rasgo más favorito de casi todas las conversaciones. Aún peor y horrible es la calumnia, es decir: la falsedad consciente contra una persona con la finalidad de dañarla. Esta clase de falsedad es singularmente diabólica, pues la misma palabra 'diablo' significa 'calumnia.'

Cuando nuestro Señor Cristo Jesús reprochó a los escribas y fariseos, generalmente les llamaba 'hipócritas,' indicando con ello esa horrible forma de falsedad: la hipocresía, de la que estaban llenos estos llamados guías del pueblo. Los fariseos eran pretendidos santos exteriormente, pero en sus corazones y almas, eran maliciosos aborrecedores de la Verdad y del Bien. Por esta razón, el Señor los asemejaba a sepulcros finamente fabricados, sepulcros blanqueados, que eran bellos por la parte exterior, pero dentro estaban llenos de huesos muertos y de cosas corruptas... El vicio de la hipocresía está ampliamente extendido, incluso hoy día, en la modalidad de pretender y desear parecer ser lo que uno no es: no ser, sino parecer. Un Cristiano intenta, naturalmente, no parecer, sino ser bueno. Esto no es fácil, y frecuentemente pasa casi desconocido por los demás, except6 para Dios que todo ve. Y muchos, especialmente entre la juventud - intentan parecer más listos, más bellos, más dotados, más desarrollados y más caritativos que lo que son realmente. De este proceder así, obtienen ese mortal engaño e insinceridad que ahora frecuentemente destruye las personas y su felicidad, que se halla claramente basada sobre la falsedad y no sobre la verdad.

Ya hemos mencionado que la base de la relación de un Cristiano con sus prójimos es el amor, intentando de ese modo hacer el bien a y para ellos. El que no hace bien, no es Cristiano. Y este 'bien,' este amor por el prójimo tiene que expresarse, definidamente en acciones de misericordia y buena voluntad hacia todos. No sin razón nos ordenó amar, no solamente a los que nos aman, sino también a los que nos odian. También en Su conversación acerca del Juicio Temible, claramente indicó lo que nos será demandado primeramente y ante todo en el Juicio. Ni riqueza, ni gloria, ni educación tendrán significa do alguno allí. El principio del Juicio Temible será la pregunta terrible y fatal para los egoístas y los que se aman a sí mismos: "Cómo servisteis a vuestro prójimo?" Cristo enumera seis formas particulares de ayuda física. En Su Amor, Compasión y Misericordia, El se 'identifica' con todas las personas desgraciadas y con todos los necesitados de ayuda: "Estuve hambriento y Me disteis de comer; estuve sediento y Me disteis de beber; estuve desnudo y Me vestisteis; estuve enfermo y Me confortasteis; estuve en prisión y Me visitasteis." Y San Juan Crisóstomo dice claramente: "Esta imagen de amor es múltiple y su demanda es amplia." Ciertamente, la demanda concerniente a la misericordia abarca la totalidad de la vida humana, y muchas veces dijo el Señor a Sus Santos que las obras de misericordia y compasión cubren los pecados más grandes de una persona.

Naturalmente, la ayuda Cristiana no se agota por las obras de ayuda física. Igualmente, existe la ayuda espiritual, que es frecuentemente más inmensurablemente más importante y valiosa. A veces, para una persona desalentada, una sencilla palabra de compasión sincera, consuelo y comprensión son más valiosas que cualquier ayuda material. ¿Quién argüiría contra el hecho que no se puede valorar, en términos de dinero, el servicio de salvar a una persona por medio de sincera compasión y palabras amables de, por ejemplo, el vicio de la embriaguez o del pecado de suicidio? El Apóstol Santiago escribió acerca de esta preciosa ayuda espiritual: "El que convierte al pecador del error de su camino, salvará un alma de la muerte (tanto los pecadores y la suya propia) y cubrirá una multitud de pecados" (Santiago 5:20).

Al terminar estas palabras acerca del deber de caridad al prójimo, veamos la diferencia entre la caridad personal y la caridad pública. Ejemplos de la primera son el dar limosnas a una persona necesitada, adoptar huérfanos pobres, etc. Ejemplos de la segunda están la fundación de sociedades de caridad, sociedades para ayudar la educación, refugios u hogares para niños, para enfermos o personas de edad, etc. Sin duda alguna, la caridad es una virtud preeminente, como nuestro Señor manifestó en el Evangelio. Tal ayuda personal puede crear una relación de participación altamente Cristiana, gratitud y amor mutuo. Esta clase de caridad directa, sin embargo, puede penetrar en personas que abusan de ella, mendigando constantemente o empleando el engaño y la ignominia.

Esto no ocurre en una caridad social que no es administrada de manera casual, sino que está planeada y organizada, dando muchos beneficios substanciales. Naturalmente, en esta forma de caridad, existen muchos menos de esos lazos vitales de amor y confianza personales, como los que se forman en casos de ayuda personal; pero entonces, toda persona que da un donativo aquí, sabe que está participando de un modo vital y Cristiano en algo verdaderamente serio y valioso.

Envidia; Maldición y Cólera

Cuando el señor hablaba con los Apóstoles acerca de los últimos tiempos, dijo que, entonces, "debido a la multiplicación de la maldad, el amor de muchos se enfriará" (Mateo 24:12). Podría parecer que esta profecía ya_ se está cumpliendo en estos días: días de enajenamiento y frialdad mutuas de relaciones. Esto es especialmente perceptible ahora que los enemigos de la fe de Cristo están plantando la envidia y la mala voluntad en las masas, en lugar del amor y la buena voluntad de Cristo.

Y nuestro Salvador incluyó la envidia en la categoría de los pecados graves. Por su misma esencia, la envidia es imposible en las personas que son de disposición Cristiana. Pues, en toda familia buena, la envidia es imposible cuando todos los miembros de la familia se regocijan de los éxitos de cualquiera de sus miembros (que no envidian al triunfador). Este tiene que ser el caso en las relaciones de todos los Cristianos Ortodoxos: una familia, como hijos del Amante Padre Celestial. Por lo que el Apóstol Pablo nos exhorta a llorar con los que lloran, sino también a regocijarnos con los que se regocijan, como opuesto a los que envidian los éxitos de los demás. Para liberarnos de los sentimientos de envidia, debemos recordar que nuestra propia vanidad y competitividad egoísta se encuentra en la base de este sentimiento pecador. En su egoísmo, la gente generalmente teme que no serán reconocidos (sus méritos), que no les será dado lo que se les 'debe,' que otros se colocarán más altos que ellos, etc. El Cristiano teme lo contrario: teme ser colocado más alto que los demás y así ofenderlos.

Juntamente con la envidia, un fuerte enemigo de las buenas relaciones entre las personas es el hablar mal en diversas ocasiones: hablando falsamente, la afición a la argumentación, el discurso o lenguaje abusivo. ¡Qué extraño es esto! La gente se está haciendo tan torpe y ciega que consideran todos estos pecados sin importancia y ni se dan cuenta del pecado constante del hablar 'mal.' Pero aquí se trata de lo que el Apóstol Santiago dice de estos "pecados de la lengua" - "Ved qué gran fogata puede provocar una pequeña chispa. Y la lengua es un fuego, una iniquidad ilimitada... un miembro desenfrenado, malo, lleno de veneno mortal." Y de nuevo dice que "si uno se considera como piadoso y no pone brida a su lengua, sino que engaña a su propio corazón, es un hombre vano." También el Señor dijo claramente: "Por tus palabras serás juzgado, y por tus palabras serás condenado." ¡Tan peligrosos son los pecados de la palabra!

El más repulsivo de estos pecados de 'hablar mal,' es sin duda alguna, el sórdido y repulsivo hábito de Juramentos que no se pueden imprimir' y a los que están ahora atados tantos y tantos... ¡Qué gran vergüenza es esto, qué sordidez, qué insulto a la pureza y a la castidad que el Señor espera de nosotros y nos ha recomendado. Aún así, mucha gente piensa que todo esto es "necedad" sin consecuencia?, olvidándose de las temibles palabras: "Seréis juzgados por vuestras palabras y seréis condenados por vuestras palabras" que ya hemos citado. El Apóstol Santiago pregunta: "Pueden brotar de la misma fuente el agua salada y la dulce?" Pero nosotros, sin embargo profanamos nuestros labios con este repulsivo juramento e imaginamos que las fragantes palabras de la pura oración a Dios fluirán de los mismos labios; y con estos profanados y sucios labios aceptamos lo más santo de todas las cosas santas: los purísimos misterios de Cristo. ¡No! "arrojad ahora todo: rabia, maldad, hablar mal, la obscenidad de vuestros labios" - El que tenga oídos para escuchar, ¡que escuche!

En contraposición de todas estas fuentes de mutua ira y de argumentaciones, el Cristianismo nos llama para que seamos amantes de la paz y el perdón de las ofensas todas. Nuevamente volvemos a los mandamientos de las Beatitudes: "Bienaventurados son los humildes, pues ellos heredarán la tierra... - Bienaventurados los pacificadores, pues ellos serán llamados hijos de Dios." Una persona humilde es sobre todo, una persona no maliciosa y sencilla, y completamente opuesta a todo egoísmo. En ella no hay autosatisfacción o interés propio. Por el contrario, busca ante todo lo que es beneficioso a los demás, y no para ella. Mientras que la mayor parte de los egoístas generalmente se presentan como un rebaño de lobos hambrientos, mordiéndose entre sí en sus esfuerzos de capturar la presa arracándosela de unos a otros, la persona humilde, cediendo ante todos y ayudando en todo. Es digno de notarse que, de acuerdo con el Evangelio, esta línea de conducta humilde es la más recta y sólida; pues nadie más que ellos, los humildes, serán los que heredarán la tierra, aún cuando pasen a través de esta vida, como las ovejas entre lobos, de acuerdo con la clara imagen de nuestro Salvador.

Aún es más exaltada la virtud de la pacificación. Y la recompensa de esta virtud es más elevada, Divina: "pues ellos serán llamados Hijos de Dios." El pacificador Cristiano es, por esta acción, como el primer "Pacificador": el Hijo de Dios, durante Cuyo nacimiento, los ángeles cantaban: "Y en la tierra Paz ...." La persona humilde crea una atmósfera de consuelo y paz alrededor de ella y no irrita a los otros. El pacificador intenta extender esta atmósfera de paz y buenas relaciones tan ampliamente como sea posible, intentando reconciliar a los demás. Una lucha semejante demanda un gran esfuerzo, paciencia y preparación para enfrentarse con la fría falta de comprensión, escarnio, enemistad y oposición. Sin embargo, un pacificador Cristiano está siempre preparado para todo esto, ya que sabe que toda lucha Cristiana de las buenas acciones es más elevada y de mayor valor y por eso encuentra dificultades y oposición.

La virtud del Evangelio del sufrimiento continuo está orgánicamente ligada con la humildad y la pacificación, y debe ser un rasgo distintivo de todo Cristiano. Se manifiesta sobre todo en el perdón de las ofensas e insultos personales, como el Salvador nos ordenó, diciéndonos: "Si alguien te golpea en la mejilla derecha, pon la izquierda también." En otras palabras, no respondas a la violencia con la violencia, sino responde al mal con bien. Y el Apóstol Pablo explica: "Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. No venzas al mal, sino vence al mal con el bien." Y su contrario: si una persona responde al mal con el mal, entonces evidentemente se ha convertido en prisionero de este mal y está derrotado por él (naturalmente, estamos hablando de ofensas personales).

En la vida, observamos que muchas veces una persona que es ofendida por alguien, se pone colérica y toma la venganza a veces. Pero la venganza es, sin duda alguna, un pecado y, para el Cristiano, es totalmente inaceptable. "Amados, no os venguéis aconseja el Apóstol Pablo. La venganza es una completa traición al espíritu Cristiano de la humildad y del perdón y demuestra la ausencia del amor Cristiano en una persona.

La situación es algo diferente en el asunto de la cólera. El Señor no la prohibió como pecado, excepto en la cólera "en vano." Y el Apóstol dice: Encolerízate y no peques, indicando de este modo que la cólera puede ser también sin pecado. El Mismo Señor Cristo Jesús se encolerizó contra la falsedad y la terquedad de los Fariseos (Marcos 3:5). Así, pues, la cólera puede ser naturalmente legal y justa. Fue con esa cólera que San Nicolás el Taumaturgo se levantó, en el Concilio Ecuménico, dio una bofetada en la mejilla al herético Arius. Esta cólera vino de una fuente pura, celo ferviente por la gloria de Dios. La cólera es pecaminosa cuando, primeramente, es injusta y en vano. Esto ocurre frecuentemente cuando uno está enfrentado con la verdad y esto hiere el egoísmo y amor que no estemos coléricos con los que ofenden nuestro amor propio, sino que los valoremos como doctores espirituales que revelan las llagas de nuestra alma orgullosa y jactanciosa. Y aún la cólera que tiene un justo principio puede hacerse pecadora, cuando una persona la usa intencionadamente con un corazón áspero. Entonces una persona armoniza su propio corazón con la cólera y por esta razón, indudablemente peca. Hablando contra esto, el Apóstol dice: "No permitas que el sol se ponga sobre tu cólera."

Ya dijimos anteriormente que la venganza era inadmisible en un Cristiano. Pero mucho más inadmisible es el duelo absurdo vestigio de la Edad Media. Era distinto en la Edad Media, cuando la gente realmente creía que la Verdad de Dios no permitirá que el inocente sufra, y entonces un duelo era considerado como un juicio divino. Hoy no hemos admitido este pensamiento, y la conciencia Cristiana revelada claramente nos dice que Dios a nadie dio el derecho de emplear Su juicio en nuestra vida pecadora. Generalmente, los duelistas no piensan en absoluto en Dios y son llevados por un absurdo concepto del "honor." Como es sabido, este "honor" sentimiento de la propia dignidad, "noble orgullo" etc., son esencialmente el mismo orgullo impío y auto-exaltación, contra lo que nos previene el Cristianismo. La consecuencia de un duelo, o su resultado dependen según la opinión pública, de la pericia del oponente y de la "suerte ciega." En el concepto del mundo actual, nada queda de la idea que la Edad Media tenia acerca del duelo.

No es en vano que el duelo es considerado como un embrollo infernal de tres pecados: tomando la ley en la mano, crimen y suicidio. Un duelo toma las veces de la ley misma, porque es un asunto arbitrario entre los duelistas. Es crimen, porque cada uno de ellos va a matar al otro, y suicidio porque ambos oponentes se colocan ante la bala o espada del enemigo...

Sistemas Eticos Insolventes

Todas las cualidades de la relación de un Cristiano con su prójimo: humildad, pacificación, gran paciencia, etc. claramente nos conducen a una virtud básica y fundamental. Esta virtud es el Amor Cristiano, que es la raíz y fuente principal de la Moralidad Cristiana.

Además del sistema moral ofrecido por el Cristianismo Ortodoxo, hay también los sistemas morales y seculares no Cristianos. Mientras que éstos están de acuerdo en muchos puntos con la enseñanza de la moralidad Cristiana, sin embargo estos sistemas no reconocen el principio del Amor Cristiano como la enseñanza básica sobre la moralidad. Parecen estar horrorizados por la altura del Amor deseado por el Evangelio, y buscan principios para si mismos que son más fáciles y más aceptables.

De estos sistemas seculares de moralidad, los mejor conocidos y más ampliamente esparcidos en la vida práctica son: el eudomonismo y el utilitarismo.

En cuanto al eudemonismo (epicureísmo), su base de moralidad es la indagación o búsqueda por esa forma de felicidad que es natural para la humanidad. Además, entiende la felicidad como la suma de las satisfacciones y gozos por los cuales la vida se hace agradable. Sin embargo, los eudemonistas difieren en sus opiniones de cuales son las satisfacciones que uno debe precisamente buscar para ser feliz. Algunos de ellos (ya que no la mayoría) hablan casi exclusivamente de las satisfacciones viles y sensuales. El Apóstol Pablo describió el ideal básico de tal eudemonismo como: "Comamos y bebamos, pues mañana moriremos."

Otros eudemonistas, señalando que el entusiasmo por las satisfacciones sensuales destruye el cuerpo y el alma de la persona, recomendaban que no debíamos ser cautivados por éstas. Prevenían que debiéramos más bien obtener satisfacciones que son más estables y prolongadas, y también más espiritualizadas. Por ejemplo, la música, la poesía y varios tipos de arte y ciencia en general.

Naturalmente, ninguna forma de eudemonismo es un principio aceptable de moralidad para los Cristianos Ortodoxos. La cuestión fundamental de la moralidad es la diferencia entre lo que es bueno y lo que es malo. Sin embargo, el eudemonismo habla de lo que es agradable y lo que es desagradable. Nadie podría argüir el punto que éstas están lejos de ser una y la misma cosa. Claramente se ve que los eudemonistas quieren, en la vida práctica, siempre ser egoístas que demandan voluntariamente y toman lo que es agradable para ellos mismos, rechazando lo que es desagradable (aún cuando, actuando de otro modo, pudiera ser agradable y beneficioso para los demás).

Además, ¿de qué moralidad podemos hablar en una situación en la que todo el pueblo está procurando obtener solamente lo que le agrada?

Cuando se le enfoca desde el punto de vista estrictamente Cristiano Ortodoxo, el eudemonismo se hace aún más insolvente y positivamente absurdo. La Ortodoxia constantemente endereza los pensamientos de los fieles hacia la inmortalidad del alma la cuenta propia de la vida de cada fiel y su conducta en el Juicio. ¿Qué espera al egoísta eudemonista en el Juicio por Aquél Que les preguntará acerca de asuntos de amor y ayuda a su hermano doliente? Su suerte será el hado del rico en la parábola del rico y el pobre Lázaro. No puede ser de otro modo, desde el momento que uno de los principios fundamentales y bien conocidos del Cristianismo es: "Entrad por la puerta estrecha, pues ancha es la puerta y ancho es el camino que conduce a la destrucción, y hay muchos que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la Vida, y pocos son los que la hallan." (Mateo 7:1314).

El utilitarismo es la filosofía del bien común, siendo un sistema algo mejor de moralidad no-Cristiana. Este sistema invita a que uno haga lo que es beneficioso, mas bien que lo que es agradable a uno. Así y todo, este sistema moral no puede ser denominado como solvente. El concepto de 'beneficioso' rara vez coincide con el concepto de 'bueno,' como algo absolutamente bueno. La Medicina, por ejemplo, es beneficiosa para restaurar la salud, pero, al mismo tiempo, las armas (revólver, cuchillo) son beneficiosas para el ladrón en el cumplimiento desempeño de su intento malvado. Así, pues, el principio de utilidad o provecho no puede ser establecido como una base de la moralidad. Si expresamos este principio utilitario en forma concisa: "Actúa de la manera que sea beneficiosa (es decir, ventajosa) para ti" entonces, está claro que aquí nuevamente tenemos la elevación de aquel crudo egoísmo que ya antes hemos mencionado.

Por esta razón, algunos filósofos utilitarios intentan suavizar este ideal, recomendando que no solamente busquemos nuestra propia ventaja personal, sino también el bien común, beneficio común que es lo que ellos dicen, que es el bien personal de cada individuo ha de ser hallado. En este caso, el utilitarismo aparece de una forma más ennoblecida y suave. Sin embargo, sigue reteniendo su primera insolvencia básica: el hecho de que los conceptos "útil" y "bueno" no coinciden necesariamente. En segundo lugar, hay situaciones en la vida práctica en las que podemos estar reprimidos del crimen por sentimientos religiosos (aprensión de violar la ley de la Verdad Altísima) pero no por el seco raciocinio del utilitarismo. Este no puede dar un apoyo moral, cuando estamos vacilando al borde de la tentación...

Así, pues, los Cristianos Ortodoxos de ninguna manera pueden aceptar ni el eudemonismo, ni el utilitarismo como sistemas solventes de moralidad. Estos sistemas se encuentran ahora ampliamente desarrollados, pero tenemos que observar sin embargo, que sus adherentes son a menudo personas completamente de orden. ¿Por qué? Porque mucha de la moralidad y opinión sociales aún llevan impresas la marca de la influencia del Cristianismo... Y es solamente por esta causa que las personas que se consideran ser eudemonistas o utilitarios pueden, en la vida real, ser honorables y ordenados. Debido a esta influencia moral Cristiana, las ideas eudemonistas y utilitarias están frecuentemente revestidas de un mando de idealismo Cristiano.

El Amor Cristiano Como

Principio de Moralidad

Hemos observado que esos sistemas de moralidad que no se encuentran basados sobre la enseñanza Evangélica del Amor, son insolventes. También hemos observado que la moralidad Cristiana está completamente establecida sobre la ley del Amor; esta ley es la base y cumbre de ella.

¿Qué es exactamente el Amor Cristiano? En su estado completamente desarrollado, es el más elevado, poderoso y radiante de todos los sentimientos humanos. Se manifiesta como una experiencia de una proximidad especial, espiritual y moral, de una gravitación interior fortísima de una persona hacia otra. El corazón de una persona que ama está abierto para aquél que es amado, y está dispuesto a recibirlo en el suyo y dispuesto a darse al otro. "A vosotros, Corintios," el Apóstol Pablo escribió a sus amados hijos espirituales: "Nuestro corazón está agrandado para vosotros... hay sitio para vosotros en nosotros." "Así, pues, todos sabrán que sois mis discípulos, si vosotros tenéis amor entre vosotros" (Juan 13:35) dijo el Señor Cristo Jesús a Sus Apóstoles (y por medio de ellos, a todos nosotros).

El Amor Cristiano es un sentimiento especial que nos atrae hacia Dios Quien es el AMOR MISMO, según las santas palabras de Su Amado Apóstol (1 Juan 4:8).

En la esfera de los sentimientos terrenos, no hay nada más elevado que un amor que está dispuesto al sacrificio propio. Y la historia total de la relación de Dios con el hombre es una historia continua del auto-Sacrificio del Amor Divino. El Rey Celestial conduce al pecador (el que se ha opuesto a El y Le ha traicionado) de la mano hacia su salvación, El ni siquiera excusa a Su Hijo Unigénito. El Hijo de Dios bajó del Cielo, tomó carne, sufrió y murió para El, por medio de la Resurrección, pudiera dar al pecador esa bendita eternidad que había perdido por su propia traición. Más aún, antes de Sus sufrimientos, El dio a Su fiel un testamento, un mandamiento e ideal de Amor: "Del mismo modo que Yo os amé, igualmente vosotros también amáos los unos a los otros."

Tal es el ideal del auto-abnegado Amor Cristiano. Este abarca a todos, no solamente a los amigos que le aman, sino a los enemigos que le odian. En el Evangalio el Señor dijo claramente: "Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues incluso los pecadores aman a los que los aman" (Lucas 6:32). Con estas palabras, el Señor nos previene contra el carácter egoístamente interesado del amor pagano, no-Cristíano. En este amor egoísta, el elemento principal es nuestro YO físico, nuestra propia gratificación que recibimos de este sentimiento. El Señor mandó algo más a los Cristianos: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ofenden y os persiguen. Así, pues, un Cristiano ama a los demás, no por su buena o servicial disposición, sino por sí mismos; los ama en si mismos y el amor del Cristiano busca su salvación, aún cuando ellos le traten como a un enemigo.

Quizá en ningún sitio de la Santa Escritura están reveladas tan claramente la esencia y naturaleza del amor Cristiano como en el capítulo trece de la Epístola de Pablo a los Corintios. Este capítulo es llamado con toda propiedad "el himno del amor Cristiano." En él, compara el Apóstol al amor Cristiano con varios dones y virtudes espirituales. Llama al Amor el sendero más excelente (al final del capítulo doce), y seguidamente explica, con una inconmovible convicción, cuánto mucho más elevado que todos los dones y experiencias humanas.

"Aunque yo hable con las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero si no tengo amor," dice el Apóstol, "entonces soy como bronce que resuela o címbalo que retiñe" (como objetos sin espíritu y actúan solamente sobre los sentidos externos del hombre y no en su corazón). Y todos los más elevados dones y virtudes: profecía, comprensión de todos los misterios, taumaturgia, fe, combates de autonegación y martirio; sin amor son nada, y solamente adquieren su dignidad del amor.

"El amor es sufrido y misericordioso, no tiene envidia ni es jactancioso, ni indecoroso de conducta." Nos hace pacientes, mansos, humildes y de buena voluntad hacia todos.

"El amor no busca lo suyo propio, no se irrita fácilmente, no piensa mal, no se regocija de la iniquidad, sino que se regocija en la Verdad."

Esta es una fuerza victoriosa, el poder del amor humilde, que destruye el egoísmo y el mal que anidan en el corazón humano. Este verdadero amor siempre busca la verdad y lo real y no la falsedad y la cortesía. Finalmente, "El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser."

Verdaderamente, nunca. Nada le romperá, ni juicios ni tormentos, ni penas, ni privaciones, ni desencantos. E irá con un Cristiano a un mundo nuevo y mejor, donde florecerá en toda su plenitud, cuando todos los otros dones hayan desaparecido, y la fe y la esperanza hayan cesado ya. La Fe será reemplazada por la visión de la Realidad, "cara a cara"; y la esperanza llegará a su 'realización'; EL AMOR SOLAMENTE REINARA POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS: ETERNAMENTE. Y por eso, el mismo Apóstol dice: "El Amor es el cumplimiento de la Ley..." (Romanos 12:10).

La Familia Ortodoxa

La tarea básica del Cristianismo Ortodoxo es enseñar a las personas a vivir de acuerdo con la Voluntad de Dios para, por medio de esto, sean llevadas a la bienaventuranza eterna. Algunas personas vanamente desean reducir el Cristianismo a una estrecha esfera individualizada de experiencias religiosas. Sin embargo, el Cristianismo es vida; es un nuevo sello sobre todas las relaciones vitales de las personas. Y ninguna persona imparcial dudaría o se opondría al hecho de su influencia sobre la vida. Es suficiente señalar que aún cuando la vida y conducta de las personas en la tierra se hayan alejado de los ideales Cristianos, sin embargo sus conceptos y puntos de vista fueron formulados sobre el tipo Cristiano. El trabajo de muchos de los mejores artistas y científicos lleva una clara señal Cristiana sobre el mismo. Además de eso, fenómenos tan consoladores como la desaparición de la esclavitud, la aparición de toda una serie de instituciones de caridad e instrucción, y otras muchas cosas, indudablemente están obligadas al Cristianismo para sus comienzos. Pero quizá, la influencia transformadora y promotora del Cristianismo donde se ha experimentado más que nada es en la célula del orden de la vida social: la familia.

La gran responsabilidad para una persona Ortodoxa es la elección de un amigo/a para toda la vida. La palabra de Dios dice del matrimonio Cristiano: "dos serán una sola carne," es decir, en el matrimonio dos personas un organismo, una vida común. Una esposa Ortodoxa piensa ante todo en su marido, y después en ella. Igualmente, el marido primeramente de su esposa, y después, de él mismo. El Señor atemperó esa unión marital Cristiana con Su Divina palabra: "Lo que Dios une, que no lo separe el hombre." Es digno de ser notado que en el matrimonio Cristiano, el amor de los cónyuges es del mismo carácter de dejación del yo y de autonegación por lo que se distingue el amor Cristiano. Con mucha razón el Apóstol Pablo compara la unión marital con la unión de Cristo y de la Iglesia, y dice: "Esposos, amad a vuestras esposas, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a Si mismo por Ella" (Efesíos 5:25). En el matrimonio Cristiano, la unificación de las personas que se aman se convierte así en omni-abarcante y plena, la dedicación mutua de los cónyuges tan profunda y absoluta, que se parecen el uno al otro en todo, y a veces (en la madurez) incluso llegan a parecerse físicamente. Y su vida pasa en total acuerdo, en dedicación total a la voluntad de Cristo el Salvador y Su Santa Iglesia.

En nuestros días es difícil soportar el ver la relación impetuosa, imprudente y completamente no cristiana relación de la juventud frente a esta seria cuestión. Hoy día observamos continuamente cómo se contraen los matrimonios, no con un sentimiento serio, profundo y controlado de amor, sino con la emocionalidad de "estar enamorados," sentimiento que no es serio, ni profundo y no muy elevado desde el punto de vista moral. Frecuentemente, la "substancia de estar enamorados" es, por desgracia, esencialmente puro sensualismo animal, solamente la "agitación de la sangre joven" incluso a veces no joven, sino sucia, irascible. Juntamente con esto, en el tiempo prematrimonial de semejantes matrimonios, en los que podemos constantemente observar engaño y el propio embellecimiento de cuerpo y alma, deseo hipócrita no de ser, sino de parecer que uno es mejor y más bello. Sin embargo, la vida no puede edificarse más que sobre la verdad; no puede sobrevivir sobre la falsía. De aquí se siguen el desencanto de los cónyuges y la aberración de los divorcios.

El matrimonio cristiano es una vida sencilla, vivida por dos en unificación. Con los años, la vida marital solamente se fortalece, se hace más profunda, más espiritual. Naturalmente, el amor apasionado unido a la inclinación sexual natural de cada persona y también la atracción puramente física, también entran en el amor marital Cristiano. Sin embargo, en un matrimonio verdaderamente Cristiano, tal amor apasionado entra en el efecto solamente de manera incidental, y nunca tiene la misma significación y fuerza como en las uniones maritales no Cristianas. En las vidas de los Santos, vemos multitud de ejemplos en que los esposos, de mutuo acuerdo, renunciaron a la vida sexual, bien desde el mismo comienzo del matrimonio o incluso después de cuarenta años. Es digno de observarse que en un matrimonio semejante, cuando los cónyuges viven "como hermano y hermana" ascéticamente, su mutuo amor se distingue por una especial fuerza de devoción, omni-abarcante fidelidad y mutuo respeto. Así consagra el Cristianismo, eleva y transforma una unión de matrimonio.

En una familia Cristiana, no solamente se considera la relación de marido y esposa, sino también la de los hijos con sus padres. De nuevo el Cristianismo coloca su marca sobre esta interrelación.

En toda familia buena tiene que haber, sin falta, una sencilla vida familiar. El "nuestro" siempre tiene que tener preferencia al personal "mi" en esta relación. No es en vano que todos los miembros de la familia tienen el mismo apellido, pues tienen que vivir una cordial vida común. La cabeza de la familia es el marido. El bienestar de la familia está basado sobre él y sobre su trabajo. La familia es su primer deber. De aquéllos que no cuidan su propia familia, dice el Apóstol Pablo lisa y llanamente: "Si alguien no cuida de lo propio, y especialmente de su propio hogar, éste ha negado la fe y es peor que un descreido" (1 Timoteo 5:8).

Frecuentemente ocurre que, al guiar a sus hijos hacia uno u otro sendero, los padres actúan tan en contra de la voluntad de las inclinaciones del niño y el deseo de su corazón que generalmente son injustos. El Apóstol Pablo habla contra esto, sutilmente diciendo: "Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten... sino criadlos en la enseñanza e instrucción del Señor" (Col. 3:21; Efesios 6:4). El exigir de los niños lo que excede su fuerza, solamente les sumerge en la desesperación. Hay aún una injusticia mayor: para un niño, el padre es la máxima autoridad, y ¡ay! si su autoridad traiciona ese sentimiento de confianza, sentimiento que es más fuerte en el niño que en un adulto. Esto es seguido por una situación que es sencillamente ineludible para el niño. No obstante, es aún peor cuando los padres miman demasiado a sus hijos, o son demasiado condescendientes con ellos y frecuentemente les dejan sin supervisión. El niño puede recibir una gran ruina moral de esto; como ya hemos visto, la palabra de Dios ordena a los padres educar e instruir a los niños en la ley del Señor...

La cuestión de educar a los niños falla en primer lugar por la madre. Esto es natural, desde el momento que nadie está tan cercano al alma y al corazón del niño como su madre. No sin razón el niño corre directamente a su madre, llamando "Mamá" cuando se le daña. Hay ante la madre una gran tarea: educar a un hijo o hija como creyente Cristiano, bueno, responsable, amante del trabajo, útil para la Iglesia y la sociedad e incitar al niño así por la palabra y el ejemplo y el amor y puntualidad. Esto es el santuario de su servicio al Señor; su trabajo es no menos importante que el trabajo del marido para la familia. ¡Vergüenza y deshonor para esas madres que esquivan la educación de sus hijos, entregándolos para ser cuidados por personas alquiladas, olvidando lo fácil que es arruinar o macular el alma del niño! Además, ¿acaso puede cualquiera reemplazar a la madre del niño?

Pero los hijos tienen que comprender sus responsabilidades no menos que los padres. Todos conocemos el quinto mandamiento de la ley de Dios, sobre honrar a los padres. El Apóstol Pablo invita a los hijos a "someterse a sus padres en el Señor, pues lo exige la justicia." Y, naturalmente, este requerimiento es puesto de manifiesto precisamente por la justicia. Pues los hijos están obligados en todas las cosas a sus padres, quienes cuidan de ellos, amando, trabajando, negándose así mismos en muchas cosas, educando a sus hijos por su propio amor, frecuentemente incluso ayudándoles cuando ya se han hecho adultos y personas independientes.

¡Cuán frecuentemente, no obstante, se viola el quinto mandamiento entre nosotros! Incluso esos mismos hijos que están convencidos que aman sincera y profundamente a sus padres, muchas veces no los cuidan, lo que significa que no los honran. El amor siempre está unido a la obediencia. Y cuanto mayores se hacen los hijos, más voluntariosos se hacen, desgraciadamente, afrontando a sus padres, reprochándoles a la cara por su "pesadez" y no su autoridad en algo. ¿Acaso es esto el respeto para los padres?..

Así, en su sentido básico, el quinto mandamiento habla de honrar a los padres. Todavía, también habla considerando a todos aquéllos que ocupan unas posiciones similares para un Cristiano: profesores, educadores, etc.; y especialmente, a los representantes de la autoridad legal que guardan el orden de la sociedad.

El Apóstol Pablo nos aconsejó orar "por los que rigen el pueblo y por todas las autoridades" y en muchos lugares de sus epístolas, nos enseñó a someternos a las autoridades. Naturalmente, más importante para el Cristiano, es honrar a las autoridades de la Iglesia: los pastores de la Iglesia, especialmente los obispos, y también el pastor que es su padre espiritual y responde ante Dios de nuestra alma. El Apóstol Pablo dice: "Someteos (a vuestros instructores espirituales), pues ellos velan por vuestras almas y tienen que dar cuenta." Y el Señor Mismo dijo a Sus apóstoles, y en sus personas a los pastores de la Iglesia: "El que os escucha, a Mi me escucha, pero el que no os escuche, no Me escucha a MI."

Familia - Sociedad y Patriotismo

Una familia fuerte y sana es la primera unidad básica de la sociedad y del estado. El estado más fuerte y mejor organizado llegará a una condición de decadencia y desintegración, si su unidad familiar decae y no hay bases de vida familiar y educación. Si, por otra parte, la unidad familiar es fuerte y la educación es sana, entonces, en el caso de una mayor destrucción exterior de las formas de la vida de estado, las personas permanecen capaces de continuar la vida y pueden reestablecer la fuerza y unidad del estado.

Tenemos que recordar que una familia Cristiana no tiene que estar totalmente aislada dentro de si misma, convirtiéndose en un "gallinero." Tal vida es la vida de una familia egoísta. El hombre que vive una vida semejante, no tiene ninguna clase de intereses fuera de su familia, no desea saber nada acerca de las alegrías y penas del mundo circundante, no sirviéndole de manera alguna. Naturalmente, una vida semejante no es una vida Cristiana y una familia semejante no es una familia Cristiana. Como ya hemos dicho antes, la familia Cristiana es precisamente la célula de la sociedad, y por tanto, una parte indisolublemente unida a la totalidad. Participa enérgicamente en la vida social, sirviendo a sus prójimos, tomando constantemente interés por ellos y dándoles tanta ayuda como pueda.

Sin embargo, eso no es suficiente. De acuerdo con la luminosa enseñanza del Nuevo Testamento, las relaciones de un Cristiano en la vida, no deben estar encerradas dentro del marco de la familia, ni dentro del marco nativo, y gubernamental. No, en su amor, el Cristianismo es internacional. Para un Cristiano, toda persona, no importa a qué nación pertenezca, es su hermano a quien tiene que amar, de acuerdo con el mandamiento de nuestro Salvador. Esto está claramente afirmado en la parábola del buen Samaritano y especialmente, en su conclusión categórica. En esta parábola, el Salvador mostró al fariseo el grado de misericordia y amor que el buen Samaritano dispensó al Judío robado y herido, miembro de una nación hostil a los Samaritanos. Es más, El dijo al fariseo: "Ve y haz tu lo mismo." Tal es la ley del Amor Cristiano.

Pero, si los Cristianos estamos llamados a tal amor a todos sin distinción, eso no quiere decir que estemos obligados a aceptar el cosmopolitanismo, enseñanza sobre la hermandad de todas las naciones y en el que el hombre es un "ciudadano de todo el universo" y no de su propio estado. De acuerdo con esta enseñanza, la humanidad tiene que convertirse en una familia, sin ninguna clase de distinciones y divisiones gubernamentales y nacionales.

No podemos dudar que la parte positiva del cosmopolitanismo, tomó sus llamamientos de hermandad, amor y ayuda mutua directamente del Cristianismo. Estos llamamientos son puramente Cristianos. Sin embargo, solamente estas ideas Cristianas son de valor en el cosmopolitanismo. No obstante, éste ha añadido mucha falsedad y error tergiversados a este elemento de Verdad.

A causa de esto, su enseñanza se ha convertido en algo estrechamente unilateral y artificial, y por tanto, no vital. Tales errores incluyen todos los dogmas del cosmopolitanismo que hablan contra los sentimientos de patriotismo y del deber de servicio a la tierra nativa, su buen estado y su seguridad.

Realmente, podemos observar que las vidas de los verbosos predicadores del cosmopolitanismo son secas e incapaces de sinceras relaciones de compasión. Con espuma en la boca pregonan a voz en grito su amor por la humanidad, pero no pueden amar a su prójimo como es debido. El Cristianismo no enseña este falso cosmopolitanismo unilateral. Cristo nos dijo que tengamos, no un artificial "amor por la humanidad sino real amor por nuestro prójimo. Para un Cristiano, semejante prójimo," es toda persona en general (por lo tanto, un Cristiano tiene que amar a todos), y en particular, a toda persona con la que nos encontramos en nuestra vida diaria. La vida Cristiana se 'manifiesta, sobre todo, precisamente en estos encuentros personales, en vivir este trato mutuo, ayuda mutua y compasión. ¡Cuán distante de esto es la enseñanza unilateral del cosmopolitanismo con sus llamamientos a un artificial "amor a la humanidad"; un amor que está alejado de las realidades de la vida.

Cuando el hombre es aún niño, su prójimo son sus padres, hermano, hermanas, y todos los familiares. En esa época, es suficiente que sea bueno, amante, y un miembro atento y dedicado de la familia. Creciendo gradualmente durante la niñez y la juventud, uno desarrolla relaciones personales y vitales con muchas más personas y ellos se convierten en mías propias para él. En ese tiempo, una buena educación debe enseñar al niño la manera de tratar a esos prójimos de un modo Cristiano: ser amistoso, de buena voluntad, estar preparado siempre a ayudar, y prestar todos los servicios que sean posibles. Cuando la persona 'madura,' su horizonte se expande y todo ser humano se transforma en su 'prójimo,' sin que importe la nación o raza a la que puedan pertenecer.

Naturalmente, amaremos a la propia familia y a los parientes con los que crecimos, la mayor parte de ellos, y en segundo lugar, a todo el país o nación y a las personas que pertenecen a él o ella. Todos estamos atados a estas personas tanto por obligaciones de estado o civiles, así como por la cultura y costumbres. Estamos unidos a nuestro pueblo, a nuestra patria y los amamos a todos. Este amor por la patria es ese patriotismo contra el cual luchan tan fuertemente los cosmopolitanistas.

El patriotismo Cristiano es, naturalmente, ajeno a esos extremos y errores en los que caen los "super-patriotas." Un patriota Cristiano, mientras que ama a su nación, no cierra los ojos a sus insuficiencias, sino que sobriamente contempla sus propiedades y características. Nunca estará de acuerdo con esos 'patrioteros' que están inclinados a elevar y justificar todo lo nativo, aún los vicios e insuficiencias. Tales 'patrioteros, no se dan cuenta que esto no es patriotismo en absoluto, sino exaltado orgullo nacional, ese mismo pecado que el Cristianismo combate tan fuertemente. Un verdadero patriota no cierra los ojos a los pecados y enfermedades de su pueblo; él los ve, se lamenta de ellos, lucha con ellos y se arrepiente ante Dios y los demás pueblos por sí mismo y por su nación. Además, el. patriotismo Cristiano es completamente ajeno al odio de otros pueblos. Si yo amo a mi propio pueblo, entonces ciertamente debo también amar a los Chinos, a los Turcos y a todos los demás pueblos. El no amarlos no seria Cristiano. No, Dios les concede bienestar y todo éxito justo.

La información más importante que encontramos, está en la Sagrada Escritura. En el Antiguo Testamento, toda la historia del pueblo Judío está llena de testimonios de cómo el pueblo Judío amaba a su Sión, a su Jerusalén, a su Templo. Esto era un modelo de verdadero patriotismo, de amor por el pueblo propio y sus cosas sagradas... El profeta Moisés mostró un ejemplo impresionante del amor por su pueblo. En una ocasión, inmediatamente después de la conclusión del Testamento de Dios, el pueblo Israelita traicionó a su Dios y adoró a un becerro de oro. Entonces, la justicia de la Verdad de Dios se inflamó fuertemente y Moisés comenzó a orar por su pueblo que había pecado. Permaneció en la montaña durante cuarenta días y cuarenta noches en oración. El Señor le dijo: "Aléjate de Mi, no Me detengas, para que Mi justicia se encienda sobre ellos y los destruya." (NOTA: En estas palabras de Dios, hay un notable testimonio acerca del poder de la oración por parte de una persona justa, por la cual, claras palabras de San Juan Crisóstomo "ata a Dios").

El gran profeta comenzó a orar aún más fervientemente y finalmente exclamó:

"Perdónales su pecado, y si no quieres, entonces bórrame también de Tu libro de Vida." Y el Señor escuchó a Moisés. ¿Acaso no es esto la batalla importante del patriotismo que se niega a si?

Vemos también un ejemplo semejante en el Nuevo Testamento, en la vida del gran Apóstol Pablo. Nadie estorbaba su trabajo de predicación de manera mas colérica y obstinada que las gentes de su país. Odiaban a Pablo y lo consideraban como un traidor de la fe de sus padres. Sin embargo, el Apóstol dice: "Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne; que son israelitas, de los cuales." (Romanos 9:34). Por estas palabras vemos su amor por su país natal. Este amor era tan grande que, como Moisés, estaba preparado al sacrificio incluso el suyo personal, su eterna salvación por la salvación de su pueblo.

Tenemos un ejemplo también en la vida del Mismo Salvador. En el Evangelio leemos que El vino solamente a Su propio pueblo y les habló a ellos los primeros de todos. En otra ocasión, dijo, mirando a Jerusalén: "¡Oh Jerusalén, Jerusalén! que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!" (Lucas 13:34-35). Cuando cabalgaba hacia Jerusalén a los gritos de "Hosannah," cuanto todo el pueblo se regocijaba, el Salvador lloró. No lloró por El Mismo, sino por esta Su cuidad, y por la ruina de aquéllos que estaban entonces aclamándole: "Hosannah," pero que a los pocos días gritaría: "¡Crucifícale!" Así amaba El a Su propio, con un amor profundo y conmovedor.

Por lo tanto, el sentimiento del Patriotismo no es rechazado y condenado por el Cristianismo. No condena, a pesar de las falsas perspectivas de los cosmopolitanos, la rectitud del preeminente amor por sus prójimos. Ya conocemos las palabras del Apóstol: "porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha renunciado a la fe, y es peor que un incrédulo" (1 Timoteo 5:8).

Una vez más ponemos especial énfasis en que tal amor y cuidado no tiene que ser un amor egoísta y egocéntrico. Mientras que cuidar de aquéllos con los que estamos en contacto directo es correcto, un Cristiano nunca debe olvidar a los demás en su amor Cristiano: su prójimo y hermanos en Cristo. Para terminar, citemos estas palabras del Apóstol Pablo (Gálatas 6:10): "Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente, a los de la familia de la Fe."

Servicio Cristiano; Guerra

Naturalmente, este patriotismo Cristiano de que hemos hablado, requiere de cada uno de nosotros, un servicio tan grande como sea posible a la nación. El valor de semejante servicio es aún más significativo, si se hace abnegadamente, libre de toda clase de cálculos y consideraciones materiales. Una persona sirve al país de una u otra manera, cuando participa en su vida, por ejemplo, en la prensa o en las elecciones civiles, etc. En esto, debemos procurar beneficiar al país entero, al pueblo entero, y no a los propios intereses personales o de partido; de este modo, nuestra conciencia estará en paz. Es posible que uno no alcance un gran éxito externo, pero, sin embargo, que cumpla el deber de un patriota y de un hijo fiel de la nación, de una manera honorable y Cristiana.

Hay un dicho popular que dice: "Se conoce al amigo en la desgracia" o "Los amigos se conocen en las ocasiones." El amor por la nación se manifiesta más claramente en tiempos de prueba o turbulencias. Todos sabemos cómo se siente uno cuando alguien próximo a nosotros se encuentra enfermo. No queremos diversiones o satisfacciones. En nuestra tristeza y preocupación, a veces, ni queremos comer, ni beber, o dormir. Uno que ama verdaderamente a su nación, manifestará sentimientos similares durante las épocas de conflictos nacionales. Si nuestro corazón no está lleno más que con nuestras experiencias e intereses personales, si nos lamentamos y suspiramos, mientras nuestros hechos permanecen lejos de nuestras palabras, entonces nuestro amor por la nación es ciertamente insignificante.

Uno de nuestros más claros y abnegados esfuerzos de servicio a la patria propia es morir por la nación. Un soldado Cristiano es un defensor de la patria, que cumple exactamente el precepto de Cristo: "No hay mayor amor que dar la propia vida por sus hermanos."

La guerra, en si, es absolutamente mala, un fenómeno extremadamente triste y totalmente contrario a la misma esencia del Cristianismo. Las palabras no pueden expresar la felicidad que sería, si los paises proscribieran la guerra entre si y que la paz reinara en todo el mundo. La triste realidad habla de manera totalmente contraria. Unicamente algunos soñadores muy alejados de la realidad y algunos sectarios estrechamente unilaterales pueden pretender que la guerra puede ser arrancada de la vida real.

Es perfectamente correcto señalar que la guerra es una violación del Mandamiento de Dios: "NO MATARAS!" Nadie osará contradecir esta afirmación. Así y todo, vemos en la Sagrada Escritura que en ese mismo tiempo del Viejo Testamento, cuando fue dado este Mandamiento, el pueblo Israelita luchó por orden de Dios, y derrotó a sus enemigos con la ayuda de Dios. Consecuentemente, el significado del Mandamiento "NO MATARAS" no se refiere incondicionalmente a todo acto de quitar la vida de una persona. Este Mandamiento prohibe: matár por venganza, en cólera, por decisión personal o acción voluntaria. Cuando nuestro Salvador explicó el profundo significado de este Mandamiento, señaló que prohibe no solamente el matar de hecho, sino también, la cólera vana.

No obstante, en una conversación con los apóstoles acerca de los últimos días, el Señor les dijo: "Oiréis de guerras y relaciones de guerras, no os alarméis; porque es necesario que estas cosas acontezcan priméro" (Lucas 21:9). Con estas palabras, el Señor refuta todas las afirmaciones que la guerra séa evitable.

Si, ya hemos examinado el hecho de que la guerra es un fenómeno negativo. Así y todo, existirá, a veces como la única defensa de la verdad y de los derechos humanos, o contra una captura, una invasión brutal y contra la violencia. Solamente estas guerras de defensa son reconocidas en la enseñanza Cristiana. En efecto, conocemos el siguiente suceso en la vida de San Atanasio de la Santa Montaña.

El Principe Tornikian de Georgia, eminente estratega de las armadas Bizantinas, fue recibido en el monasticismo en el Monasterio de San Atanasio. Durante la época de la invasión Persa, la Emperatriz Zoe volvió a llamar a Tornikian para ponerse al mando de los ejércitos. Tornikian rechazó totalmente, por la razón de que era un monje. Pero San Atanasio le dijo: "Todos somos hijos de la patria nuestra y estamos obligados a defenderla. Nuestra obligación es guardar la patria contra los enemigos por medio de oraciones. Sin embargo, si Dios juzga conveniente que usemos nuestras dos manos y nuestro corazón para el bien común, debemos someternos por completo. Si tú no obedeces al que gobierna, tendrás que responder de la sangre de tus compatriotas, a quienes no quisiste salvár." Tornikian se sometió, derrotando al enemigo y libró a su patria del peligro.

En una conversación con Mahometanos, acerca de la guerra, San Cirilo el Instructor de los Eslavos, dijo: "Nosotros humildemente sufrimos las ofensas personales; pero en cuanto a la sociedad, nos defendemos, dando nuestras vidas por nuestros prójimos."

Naturalmente, uno puede pecar y pecar grandemente, mientras se participa en la guerra. Esto ocurre cuando se participa en la guerra con un sentimiento de odio personal, de venganza, o vanagloria y con finalidades personales de orgullo. Por el contrario, cuanto menos piensa el soldado sobre sí mismo, se acerca más y más a la corona del martirio.

Cristianismo y Comunismo

Ahora examinemos la cuestión de la relación del Cristianismo con el Comunismo, más exactamente, con esa forma particular de comunismo que ha aparecido ahora, como, un intento de realizar las ideas del socialismo. Esta forma de comunismo surgió en la historia como un enemigo jurado y severo del Cristianismo. Por su parte, el Cristianismo se reconoce como absolutamente extraño y hostil al Comunismo, a su mismo espíritu, al total contenido de su ideología.

La historia de la Iglesia, durante los tiempos Apostólicos, nos dice que en aquella época tenía su propio Comunismo Cristiano, cuando los fieles tenían todo en común, como dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles. Incluso ahora, este comunismo Cristiano existe en la forma de Monasticismo, que es considerado como la mejor forma de la vida ascética Cristiana. De tal manera, el compartir la propiedad desde el punto de vista Cristiano es, no solamente aceptable, es más que eso: es una manera o tipo brillante e idealmente noble de la interrelación Cristiana, ejemplos de lo cual existían y existen actualmente en la vida de la Iglesia Ortodoxa.

¡Qué gran diferencia entre este comunismo Cristiano y el Comunismo Soviético! El uno está tan lejos del otro, como el cielo de la tierra. El comunismo Cristiano no es una finalidad independiente en sí misma, hacia la cual se esfuerza el Cristianismo. No, es el resultado y nacimiento de un espíritu de amor lo que respiraba la Iglesia de la historia primitiva. Además de esto, el comunismo Cristiano era totalmente voluntario. En él nadie decía: "Da lo tuyo: nos pertenece" Al contrario, los Cristianos mismos se sacrificaban de tal modo que "nadie decía que algo de su propiedad era suyo" En lo que concierne al comunismo Socialista, el reparto de la propiedad es una finalidad en sí misma que necesita ser conseguida a cualquier precio, sin más consideraciones. El Comunismo alcanza su finalidad de una manera puramente coercitiva, no deteniéndose en los medios empleados, ni siquiera el golpear a los que no están de acuerdo... La base de este comunismo no es la libertad como en las comunidades Cristianas, sino coerción; nada de amor que se auto-sacrifica, sino la envidia y el odio...

En su lucha contra el Cristianismo, el comunismo Soviético llega a tales excesos que excluye incluso la justicia más elemental que está reconocida por todo el mundo. En su ideología de clase, el comunismo Soviético pisotea la justicia. El objeto de su trabajo no es la felicidad común de todos los ciudadanos del estado, sino solamente los intereses de una sola clase. Todo el resto de grupos estatales y sociales de ciudadanos son "echados por la borda," fuera del cuidado y protección del gobierno comunista. La clase en el poder no se preocupa por ellos.

Al hablar de su nuevo orden, de su estado 'libre, el comunismo promete constantemente una "dictadura del proletariado." Sin embargo, se hizo manifiesto hace tiempo que no hay signo alguno de esta prometida dictadura del proletariado, sino en lugar de ella, lo que hay es una dictadura burocrática sobre el proletariado. Aún más, no hay manifestación alguna de libertad política ordinaria bajo este sistema: ni libertad de Prensa, ni libertad de reunión, ni inviolabilidad del hogar. Solamente los que han vivido en la Unión Soviética saben el abatimiento e intensidad de la opresión que reina allí. Por encima de todo esto, impera un terror político tal como jamás se pudo experimentar antes: ejecuciones y crímenes, exilios y prisión en condiciones increiblemente rígidas. Esto es lo que el comunismo ha dado al pueblo Ruso, en lugar de la libertad prometida.

En su propaganda política, el comunismo proclama que está alcanzando la realización de libertad, igualdad (es decir: justicia) y hermandad. Ya hemos hablado de la primera y de la segunda. La idea de "hermandad" fue tomada de los Cristianos que se llamaban "hermano." El Apóstol Pedro dijo: "Honra a todos, ama a la hermandad" (1 Pedro 2:17). En la práctica, el comunismo cambió la palabra "hermano" por la palabra "camarada." Esto es muy significativo, ya que los camaradas pueden ser co-partícipes (pero no los hermanos) en cualquier actividad. Pero nadie puede hablar realmente de "hermandad" en ningún sitio, allí donde la lucha de clases, la envidia y el odio son predicádos.

Todas estas diferencias citadas entre el Cristianismo y el comunismo no agotan aún la misma esencia de la contradicción entre ellos. La diferencia fundamental entre comunismo y Cristianismo subyace más profunda aún, en la ideología religiosa de ambos. No es de extrañar, pues, que los comunistas luchen tan maliciosa y obstinadamente contra nuestra fe.

El comunismo es supuestamente un sistema ateo que renuncia a toda religión. En realidad, es una religión: una religión fanática, oscura e intolerante. El Cristianismo es una religión del Cielo; el comunismo, una religión de la tierra. El Cristianismo predica el amor para todos; el comunismo predica la lucha de clases y la guerra y está basado en el egoísmo. El Cristianismo es una religión de idealismo, fundada en la fe de la victoria de la verdad de Dios y de Su Amor. El comunismo es una religión de seco pragmatismo racional, que persigue la finalidad de crear un paraíso terreno (paraíso de saciedad animal y de reprobación espiritual). Es cosa significativa que, mientras se pone una cruz en la tumba de un Cristiano, la tumba de un comunista está marcada con una estaca roja. ¡Qué indicativo y simbólico para ambos! En el uno, fe en la victoria de la vida sobre la muerte y del bien sobre el mal. En el otro, oscuridad ignorante, lobreguez y vacuidad, sin alegría, ni alivio o esperanza para el futuro. Mientras que las reliquias sagradas de los santos ascetas de la fe de Cristo florecen con incorruptibilidad y fragancia, el podrido cadáver frecuentemente embalsamado de Lenin es el mejor símbolo del comunismo.

La Unidad de Amor a Dios

y al Prójimo

Ascendiendo de nuestras obligaciones más sencillas a las más elevadas, alcanzamos su cumbre: nuestras obligaciones en relación con Dios.

De acuerdo con los claros y precisos consejos de la Sagrada Escritura, nuestra principal obligación hacia Dios es la de amarle. Este Mandamiento fue expresado en el Antiguo Testamento con estas palabras: "Ama al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente." En el Nuevo Testamento, el Señor Cristo Jesús dijo acerca de este Mandamiento: "Este es el primero y más grande Mandamiento."

A este Mandamiento de la ley de Dios, nuestro Salvador añadió un segundo: amor al prójimo. Y dijo acerca de este Mandamiento que es "como el primero" es decir: amar al prójimo es como amar a Dios. La Santa Iglesia, estando fundada sobre las palabras del Señor, siempre ha puesto por delante el orden siguiente en las obligaciones morales humanas: las inferiores de todas ellas son las obligaciones hacia uno mismo. Por lo tanto, el amor por uno mismo tiene que ser sacrificado en el nombre del amor a Dios y al prójimo. El amor al prójimo está por encima del amor a uno mismo, pero éste está por debajo del amor más alto: el amor a Dios, a Quien debemos amar sobre todas las cosas.

Hay una teoría contemporánea, que un gran amor a Dios estorba nuestro amor a nuestros prójimos. Los defensores de esta teoría manifiestan que el hombre debe considerar la relación con su prójimo como su preocupación primera. Por medio de esto, aseguran que uno cumple sus obligaciones de amor a Dios. Las personas que defienden esta teoría, generalmente se oponen a los esfuerzos de la vida de los anacoretas. Desde su punto de vista, el modo de vida del anacoreta es una manifestación de egoísmo y desdén hacia los demás. En su opinión, el anacoreta es una persona que se ocupa exclusivamente de sí mismo y de la salvación de su propia alma, sin preocuparse en absoluto de los demás.

Nadie discutirá el hecho de que el servir al prójimo, un Cristiano sirve a Dios. Aún más que eso: el amor al prójimo es la prueba del amor a Dios, como dice el Apóstol Amado: "El que dice: 'Yo amo a Dios, pero odio a mi hermano,' es un mentiroso; pues si alguien no ama a su hermano a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios a Quien no ve?" Al servir a nuestros prójimos, servimos a Dios, pues cumplimos Su ley de amor.

Sin embargo, es aún más cierto que nuestro amor a Dios nunca estorba nuestro amor al prójimo. Dios es Amor (1 Juan 8:16). Por nuestro amor a Dios, nos elevamos a una atmósfera o plano espiritual más alto, atmósfera o plano de Amor y luna nueva inspiración de Vida. El corazón de un Cristiano Ortodoxo está lleno de ese Divino Amor y lo irradia por todas partes y sobre todos. Así, contra la nueva opinión antes citada, el Amor a Dios no obstruye al amor al prójimo, sino que, por el contrario, le fortifica y le ahonda.

Un excelente esclarecimiento de este lazo entre el amor a Dios y al prójimo nos es dado por uno de los más grandes luchadores Ortodoxos, Abba Dorotheos. Dio la siguiente ilustración: la humanidad es como el cerco de una rueda, su contorno exterior. Dios es el centro, y cada persona es un radio. Si contemplamos una rueda, nos damos cúenta de que cuanto más cercanos están del centro los radios, más cercanos están los radios entre sí. Pero el ser humano puede acercarse a Dios y al prójimo, solamente por el Amor. Está claro que si uno ama a Dios, inevitablemente amará a sus prójimos.

En la historia del ascetismo Ortodoxo, repetidas veces vemos cómo los luchadores, inflamados en el Amor a Dios, abandonaban al mundo con sus tentaciones. Ellos hicieron esto de acuerdo, con las instrucciones del Apostol del Amor, Juan el Theologo, quien dijo: "No ames al mundo de las cosas que están en el mundo. Si alguien ama al mundo, no está en él el Amor del Padre" (1 Juan 2:15). Es erróneo pensar que los ascetas renunciaron a su amor por las personas que están en el mundo. En absoluto. Ellos mismos manifestaron que sé alejaron, no de las personas, sino de los pecados reinantes en el mundo y de las tentaciones de una pecadora vida mundana. Ellos aman a sus hermanos de este mundo, incomparablemente más que aquéllos que han permanecido en este mundo y participado en sus pecados. No sé debería olvidar que la soledad en estos luchadores ha estado siempre llena con la oración, y la oración Cristiana no es solamente acerca de uno mismo, sino también de todos los demás. La Historia recoge para nosotros el siguiente incidente de la vida de San Pachomios el Grande, nativo de Alejandría. Una vez, mientras vivía en el desierto, supo que la ciudad de Alejandría estaba siendo azotada por el hambre y la epidemia. Y se pasó varios días en lágrimas, sin siquiera comer la ínfima ración de alimento que sé permitía diariamente. Sus novicios le rogaron que comiera y restaurase sus fuerzas, pero San Pachomios replicaba: "Cómo puedo yo comer mientras que mis hermanos no tienen pan?" ¡Qué lejos estámos, aún el mejor de entre nosotros, de semejante amor y conmiseración!

Tal amor a Dios no es solamente la cumbre de una elevación moral del Cristiano, sino también es la base de su existencia espiritual. Sin Amor no puede haber ninguna clase de vida, lucha y virtud espirituales.

El servicio más alto del amor Cristiano es el servicio del pastor, que solamente puede ser cumplido por el que puede amar a Cristo. Esta es la razón por la cual nuestro Mismo Salvador, al llamar a Pedro a la cura de almas o ser pastor, le preguntó: "Simón, hijo de Jonah ¿me amas más que éstos?" La Ortodoxia es una Religión de Amor. "Por esto os reconocerán que sois mis discípulos, si tenéis amor entre vosotros" dijo el Señor. Aquí, Sus palabras son acerca del mutuo amor Cristiano de las personas entre sí, y también acerca del amor filial, y de la devoción infantil a Aquel a Quien se llama constantemente en el Evangelio: "Nuestro Padre Celestial."

Por consiguiente, la base de una vida verdaderamente Cristiana es un corazón que cree en Dios y está entregado a El de una manera infantil, y penetrado por una atracción sincera hacia El, como el amadísimo Padre Infinitamente Amante...

La Obligación Cristiana

de Conocer a Dios

Si nuestra primera obligación básica hacia Dios es la de amarle, entonces se sigue de esto naturalmente que debemos conocerle. El ser humano ni amará, ni podrá amar a alguien a quien no conoce.

Tenemos que darnos cuenta de que la necesidad de conocer a Dios es una de las obligaciones menos cumplidas por nosotros. ¡Qué diferente era en los tiempos anteriores, cuando el interés en materias teológicas y conocimiento religioso era tan profundamente sentido por las almas Ortodoxas! San Gregorío el Teólogo testifica que en su tiempo incluso los mercaderes en el mercado volvían de sus asuntos comerciales para discutir la consubstancialídad del Hijo de Dios.

Ahora, muchas personas inteligentes, a veces los que escriben y hablan sobre temas puramente Cristianos, temen de manera positiva toda teología. Tienen tendencia a considerar todas sus explicaciones y cuestiones como algo remoto y extraño de la vida circundante.

Y por causa de esto, ha aparecido una opresiva ignorancia religiosa: una falta de conocimiento de las verdades básicas de la fe. Tomad, por ejemplo, las masas de personas Rusas inteligentes y educadas. Os enumeraran, sin error, todos los zares de casa de Romanov, o los principales escritores Rusos, etc. Se considera una desgracia para, una persona Rusa no conocer esto. Por el contrario, preguntadles los principales dogmas de la Fe Cristiana, o el nombre de los doce apóstoles de Cristo (personajes que hicieron incomparablemente más por la humanidad que cualquier zar o escritor) y en nueve de diez casos, el resultado será lamentable. Aún es peor el hecho que ninguno considerará esta ignorancia como una desgracia, y estas personas incluso lo admiten con la mayor inconciencia despreocupada.

Es absolutamente necesario que todo Cristiano Ortodoxo tenga un conocimiento del contenido de su fe y de sus verdades básicas: el dogma de la Trinidad, del Amor Divino, de la Encarnación, de la muerte salvadora y de la Resurrección del Salvador, y del futuro destino del mundo y de la humanidad, etc. Estas cuestiones no son algo lejano e insignificante; por el contrario, son vitales y muy importantes para nosotros, pues el sentido total de la vida depende de estas respuestas.

Todas estas cuestiones se incorporan en una sola cuestión: ¿Hay un Dios y Quién es? Estas son cuestiones importantes incluso para las personas que únicamente creen. Para las personas verdaderamente creyentes, el saber acerca de Dios es conocer lo que El significa para nosotros y cuál es Su voluntad con respecto a todos nosotros. Este es el básico conocimiento de la vida y el más importante y valioso. Realmente, la misma vida Ortodoxa está definida ante todo por el conocimiento de Dios. El Señor Mismo, cuando oraba a Su Padre, decía: "Esta es la eterna vida, que ellos Te conozcan, el Unico Verdadero Dios y a Aquel que Tú enviáste."

Por todo esto, vemos que el conocimiento de Dios es nuestro inmediato deber Cristiano, así como el camino para lograrlo, además del estudio de la teología, es la contemplación de Dios. La contemplación de Dios es la descripción de la manera espiritual en que el ser humano se introduce y se mantiene en su conciencia, el pensamiento de Dios, de Sus altísimas propiedades, el asunto de nuestra salvación y de nuestro eterno futuro, etc. Tal contemplación de Dios es amada especialmente por nuestros ascetas, pero, desgraciadamente, no es siquiera familiar para la mayor parte de nosotros.

El conocimiento de Dios no es, sin embargo, la aceptación y memoria meramente racional de nuestra Cristiana enseñanza Ortodoxa de fe y de vida. El Cristianismo es una Vida viviente, una experiencia del corazón humano, y por ello, es aceptado de manera desigual por las personas. Cuanto más ha experimentado una persona su fe en su vida personal, en la experiencia interior de su lucha y anhelo interiores de vivir de acuerdo con el Evangelio de Cristo, más profundamente asimila el Cristianismo. Pero si una persona trata secamente su fe, con formalismo meramente exterior, y no está guiada por los llamamientos del Evangelio de Cristo en su vida personal, no aceptará el Cristianismo ni en su alma, ni en su corazón, y como resultado de esta actitud suya, el contenido profundo de las verdades de la Fe de Cristo permanecerán ajenas y realmente desconocidas para ella.

La Necesidad de La Oración

El conocimiento de dios está basado naturalmente en la fe. Esta fe es la primera respuesta del corazón humano al contenido de las verdades religiosas, un acuerdo y una aceptación de ellas. A medida que la fe se fortalece y se hace más profunda, eventualmente trae al corazón humano la paz en Dios, a una esperanza Cristiana en Dios. Por otra parte, la Ortodoxia nos enseña que la fe Cristiana está inseparablemente unida al amor a Dios. Y el amor siempre demanda una relación viviente y personal con aquél a quien amamos. En nuestra relación con Dios, este amor ante todo se manifiesta en la oración.

Uno que no ora no es Cristiano... La oración es el elemento primero y más esencial en nuestra vida espiritual. Es el aliento de nuestra alma, y sin él, el alma muere, exactamente como el cuerpo muere sin aire. Todas las funciones vitales del cuerpo dependen de su respiración. Exactamente de la misma manera, la vida espiritual de uno depende de la oración, y una persona que no ora a Dios está muerta espiritualmente.

La oración es la conversación del ser humano con Dios. Quien recuerda, conoce y ama a Dios, infaliblemente se dirigirá a El en oración. Hay una opinión muy seriamente errónea de la oración que ahora está ampliamente extendida. Alguien dijo: "Uno no tiene que forzarse a orar. Si deseo orar, oraré; si no hay deseo, no hay necesidad de orar."

Esto significa una falta total de comprensión del asunto. ¿Qué podríamos realizar en la actividad mundana, si no nos forzáramos en alguna cosa, sino que solamente hiciéramos lo que deseábamos hacer, o mucho más en la vida espiritual, donde todo lo que es precioso y significativo se adquiere por medio de la fuerza, por la lucha del trabajo sobre uno mismo? Recordemos nuevamente que de acuerdo con nuestro Salvador, el Reino de Dios (y todo lo concerniente a él) es alcanzado por medio de la fuerza. Por tanto, es indispensable para un Cristiano aceptar firmemente en su corazón que tiene que orar no importa qué, sin tener en cuenta su deseo o falta de deseo. Si tienes un buen deseo de orar, agradece a Dios de Quien viene todo bien, y no pierdas la oportunidad de orar con toda tu alma. Si no tienes este deseo, y llega el tiempo de la oración, entonces es necesario que te fuerces, animando a tu letárgico y perezoso estado anímico, recordándole que la oración (como toda buena obra) es lo más precioso ante los ojos de Dios cuando se da con dificultad. El Señor no desdeña oración alguna, si oramos sinceramente, de la mejor manera que sepamos, aún cuando no hayamos desarrollado el hábito de la oración completamente y con fervor infatigable.

El que vive incluso una parcial vida espiritual Cristiana, siempre encontrará algo sobre lo que orar a Dios, porque para esa persona, Dios es un Padre amante, un Poderoso Protector y una inagotable Fuente de ayuda y fuerza. El Cristiano se apresura a dirigirse a El en la necesidad y la pena, como un niño se dirige a sus padres...

En Su conversación con la Samaritana, nuestro Señor declaró que: "Los verdaderos adoradores adoran al Padre en Espiritu y en Verdad." Esto es el principio básico en la oración Cristiana. Tiene que ser realizada en espíritu y verdad, y al orar, un Cristiano tiene que reunir todas sus fuerzas espirituales en un concentrado y profundo esfuerzo en si mismo, en su alma y contemplar las palabras de la oración. Naturalmente, cuando tenemos una noción correcta de la oración, comprendemos que es imposible dar el nombre de 'oración' al mero hecho de estar presente en la oración o leyéndola con la lengua, mientras nuestros pensamientos están lejos de ella. San Juan Crisóstomo dice de tales "oraciones": "Tu cuerpo está dentro de la iglesia, pero tus pensamientos han volado a sabe Dios donde. Los labios pronuncian oraciones, pero la mente cuenta utilidades, cosechas, bienes raices y amigos... Tú no escuchas tu propia oración. ¿Cómo esperas que Dios escuche la tuya?.. Un Cristiano no tiene que orar de esa manera: él ora en espiritu y verdad. Ora en espíritu, concentrado en la profundidad de su "YO," por medio de profundas experiencias del corazón. Ora en verdad y no hipócritamente, sino dentro del marco sincero de la mente, en verdadera súplica a la Verdad Encarnada: a Cristo el Salvador.

Naturalmente, esto no anula (a pesar del error Protestante) la necesidad de la oración externa, sino que solamente requiere su unión con la oración interior. El ser humano no es un ángel: su alma no vive sin el cuerpo, justamente como el cuerpo no vive sin el alma. El Apóstol Pablo dice: Glorificad a Dios en vuestros cuerpos también, y en vuestras almas, que son de Dios. Por consiguiente, la noción más básica y completa de oración es que ambos estén presentes: lo interno y lo externo. Ambos se unen estrechamente: tanto la experiencia interna de la súplica del ser humano a Dios, como la actividad exterior: postraciones, permanecer en pie, hacer el signo de la cruz y acciones variadas en los Servicios Divinos.

Ordinariamente, hay tres tipos distintos de oración: peticiones, glorificaciones y acciones de gracias. En nuestros libros de oración y Servicios Divinos, estos tres tipos se aplican, complementándose mutuamente entre sí.

Una persona que ora a Dios debe recordar que la oración camina sin oírse, si es sincera y respira de fe viviente. El Mismo Señor dice: "Todo es posible para el que cree." Sin embargo, el Apóstol Santiago o Jaime explica qué destructiva es la duda en la oración, diciendo que uno que duda es como una ola del mar, sacudida y agitada, de acá para allá por el viento. Semejante persona no debiera esperar recibir algo del Señor. En el Santo Evangelio, por otra parte, frecuentemente leemos cómo el Señor al curar a los que venían a El, les decía: "Que se cumpla según tu fe... Tu fe te ha sanado." Pero creyendo firmemente en la fuerza, misericordia y ayuda de Dios, un Cristiano no debe olvidar que toda petición para sus deseos tiene que someterse a la santísima Voluntad del Padre Celestial, Quien sabe lo que necesitamos. En tal estado de fe y conformidad con la voluntad de Dios, daremos las gracias a Dios, tanto si el Señor cumple nuestra demanda, como si no la cumple. Esto es completamente natural, puesto que tal persona cree absolutamente que la sabiduría y el amor de Dios dirigen todo para el beneficio y el bien del ser humano. Con mucha razón, cantamos en la oración de la Iglesia: "Oh, Tú! que con sabiduría profunda, ordenas misericordiosamente todas las cosas, y das lo que es conveniente para todos los seres humanos."

El Modelo de la Oración Cristiana

Para los cristianos ortodoxos, el modelo de oración es, naturalmente, el "Padre Nuestro" (la oración del Señor). Si observamos su composición y contenido, vemos que, exteriormente, está dividida en tres partes: invocación, siete peticiones, y una glorificación. En su contenido interior puede dividirse en tres «partes comunes: la principal, que encierra una invocación y las tres primeras peticiones: la del pan diario, y tres peticiones acerca de los pecados personales.

¿Cuál es la cosa más importante por la que un Cristiano debe orar? Por la finalidad por la cual debemos empeñarnos más: el Reino de Dios y Su Verdad. Vemos que ésta es la primera parte de la oración. Al apelar a Dios como el Padre Celestial, un Cristiano Ortodoxo testifica que nuestra verdadera patria no está en la tierra, sino en el Cielo. "Nuestra morada está en el Cielo dice firmemente el Apóstol."

En esta apelación al Padre, un Cristiano ora que el Nombre de Dios sea santificado, tanto en la vida personal de cada uno de nosotros, como en la historia humana. Es santificado especialmente, cuando nosotros, Ortodoxos Cristianos, por medio del ejemplo de nuestras propias vidas, conducimos a los incrédulos a glorificar el Nombre de nuestro Padre Celestial.

Además de eso, oramos para que el Reino de Dios sea manifestado sobre la tierra. Observando la vida, vemos en ella una lucha constante entre dos principios: la luz y la oscuridad, la verdad y la falsedad, lo bueno y lo malo. Cuando vemos esto, no podemos menos de orar para que se produzca una victoria de la luz sobre las tinieblas y que triunfe el Reino de Dios: el reino de la Verdad y del Bien.

En la tercera petición de la oración del Señor, oramos para que la voluntad de Dios se cumpla en la vida del ser humano, del mismo modo que se cumple en el mundo Celestial. La conciencia Cristiana es sabedora y firmemente nos convence que no solamente es nuestro deber, sino que es sabiduría real y la verdad de nuestra vida someterse a la voluntad de Dios. El Padre Celestial sabe lo que es beneficioso y necesario para cada uno de nosotros, y por Su infinito Amor y Bondad, nos desea el bien y la salvación aún más que lo deseamos nosotros mismos. Por eso, el Apóstol Pedro dice: "Poned todas vuestras ansiedades en El; porque El tiene cuidado de vosotros" (1 Pedro 5:7).

La cuarta petición de la oración del Señor es la única que trata de las necesidades corporales. Nosotros también nos dirigimos a Dios y Le rogamos por todo lo que es necesario para la vida del cuerpo...

La quinta petición de la oración del Señor se refiere al perdón de los pecados. En esta petición, como en toda Su enseñanza, nuestro Salvador manifiesta claramente que es condición indispensable para recibir el perdón de los pecados por parte de Dios, nuestro propio perdón de las deudas de nuestro prójimo. Pero ¡cuántas veces hacemos esta petición falsamente. Leemos: "Perdónanos nuestras deudas, como perdonamos a nuestros deudores," mientras que realmente ni perdonamos, ni olvidamos, sino que estamos ofendidos y guardamos la vejación en nuestro corazón, e incluso un deseo de venganza. Por lo tanto, cada vez que un Cristiano repita esta petición, tiene que considerar si ha perdonado a sus enemigos y ofensores. Si no, ¿cómo espera él perdón de Dios para si mismo?

Las dos últimas peticiones, la sexta y la séptima, hablan de una cosa: las causas del pecado. En la primera rogamos que su embrión sea arrancado de nosotros, es decir, que seamos liberados de incitaciones y tentaciones, y después que seamos liberados del 'maligno,' esto es, de la raíz de todos los pecados: Satán. Generalmente, las gentes temen desgracias exteriores: bancarrotas, enfermedades, pobreza, etc. El Cristianismo nos enseña a temer más por nuestra alma inmortal. "No temáis a los que matan el cuerpo pero no pueden dañar al alma," dijo nuestro Señor, "sino más bien temed al que puede destruir el cuerpo y el alma." Con respecto a desgracias exteriores, particularmente juicios y persecuciones sufridos por la Fe, nuestro Señor dijo a los que los sufren: "Regocijaos y estad alegres, pues vuestra recompensa en los Cielos será grande."

No son las desgracias exteriores y la pobreza lo que tienen que temer los Cristianos Ortodoxos, sino más bien deben temer sus propios pecados y caídas. Todos sabemos qué acostumbrados estamos a pecar, literalmente a pecar a cada paso y a cada momento de nuestra vida. El pecado es una violación de la Verdad de la Ley de Dios, y el resultado del pecado es sufrimiento y pesadumbre. La oración del Señor instila en nuestros corazones una gran aversión contra estos males espirituales, de manera que, mientras confesamos humildemente nuestra debilidad e inclinación al pecado, rogamos a Dios que nos preserve de caer en pecados y nos libere del malvado dueño del pecado: el diablo.

Al final de estas siete peticiones, se ha añadido una solemne glorificación del poder de Dios, la autoridad y la gloria. NOTA las palabras: "Pues Tuyos son el Reino, el poder y la gloria," no forman parte de la oración del Señor, sino una respuesta litúrgica a la misma, incluida por el Evangelista. El hecho de aparecer en el Evangelio muestra cuán antigua es la Liturgia. Esta glorificación de la grandeza de Dios contiene una expresión filial de convicción resuelta y clara de que todo cuanto pedimos nos será dado por el Amor del Padre Celestial: pues Suyos son el Reino, el Poder y la Gloria, por los siglos de los siglos. Amén."

La oración del Señor no es la única oración de glorificación, no obstante. Hay oraciones que son simplemente y exclusivamente glorificaciones, como: "Alabanza al Nombre del Señor" o Santo, Santo, Santo!" No las empleamos frecuentemente, pero son representativas de los finales de nuestras oraciones, especialmente en los Servicios Divinos. Las oraciones de glorificación tienen que ser consideradas como especialmente elevadas, pues en ellas, expresamos amor Cristiano hacia Dios y nos inclinamos ante el Altísimo.

El tercer aspecto de la oración es la Acción de Gracias. Es muy comprensible que un Cristiano que ama a Dios y sabe de Su Amor, misericordia y beneficios innumerables, pueda menos que experimentar sentimientos de acción de gracias en su corazón. La oración mas importante de Acción de Gracias es el más importante Servicio Divino: La Santa liturgia. Su parte principal se refiere al "Canon de Acción de Gracias (Eucarístico)" comenzando con las palabras: "Damos gracias al Señor" Y el puro sacrificio incruento, un sacrificio de verdad, un sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Cristo, que es dado en la Santa Comunión, está cumplido por el Mismo Cristo, por Su Gracia y poder omnipotente, y es únicamente recibido por nosotros, con devoción de amor agradecido. Esta es la razón de que, en los momentos más importantes de la liturgia, el sacerdote exclama solemnemente: "Lo Tuyo Propio Lo Tuyo Propio, Te ofrecemos a Ti, en beneficio de todos por todos" mientras que el fiel responde con el himno de acción de Gracias: "Te cantamos himnos, Te alabamos, Te damos las Gracias a Ti ¡oh nuestro Dios!"

Oración, Fiestas y Ayuno

Ya hemos hablado de lo importante que es la oración para la vida espiritual de un Cristiano Ortodoxo. Pero, ¿cómo tenemos que orar? Dos clases de oración se practican en la vida del Cristiano Ortodoxo: 1) la privada, u oración que hacemos en casa, y 2) la oración de la Iglesia unificada. Cada una de ellas tiene características especiales. Nuestro Salvador dio instrucciones en el Evangelio sobre la oración privada: "Cuando oreís, entrad en vuestra cámara y cerrad la puerta, y orad a vuestro Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará abiertamente" (Mateo 6:6). Y naturalmente, las oraciones privadas son básicas para nosotros. La oración es profundamente intima y sentida en el fondo del corazón. Todo aquél que haya tratado de descubrir la oración sentida en lo más hondo del corazón y 'afectuosa,' sabe perfectamente lo fácil y natural que es orar en soledad, en silencio y paz. Además, nuestro Señor nos previene firmemente contra la oración hipócrita hecha para aparentar piedad, para obtener alabanza de las gentes.

Cuando un Cristiano ora a Dios, debe procurar contemplar las palabras de las oraciones que está leyendo, y concentrar su pensamiento en el contenido de las oraciones. Todos sabemos qué difícil resulta luchar contra la presión del exterior de pensamientos e imágenes que incansablemente acosan a la persona que ora. Esto nos llega tanto de nuestra distracción personal, como de la acción indirecta del poder del mal. La tarea del Cristiano es aplicar todas sus potencias para zafarse de todos estos pensamientos (que a veces son impuros) que le atormentan y orar concentrándose lo más posible y con toda piedad. Debemos recordar siempre que todo duro ataque de pensamientos e imágenes, particularmente si son sucias o blasfemas nos viene directamente de Satán, y la lucha de combatir estos pensamientos es una lucha directa contra el maligno. Por consiguiente, recibimos un gran beneficio de una lucha semejante.

Generalmente, oramos con las oraciones de la Iglesia que aprendemos desde la niñez (o desde que comenzamos a vivir la vida Ortodoxa, como conversos). Esto es muy necesario, porque ellas nos conducen a esa atmósfera de oración por la cual respira toda la Iglesia. En cuanto a esto, debemos velar a no deslizarnos en una lectura automática y mecánica o rutinaria de oraciones, y por consiguiente sin atención, ni penetración en el sentido y significado de las palabras de la oración. Para esto, se demanda una plena reverencia y concentración de la atención, para que realmente oremos y conversemos con el mismo Dios.

De acuerdo con los testimonios armónicos de los ascetas de la oración (Teofanio el Recluso, San Juan de Kronstadt, etc). además de la lectura de las oraciones de la Iglesia, debiéramos añadir la oración con palabras propias, sobre las necesidades personales nuestras y las necesidades de nuestros prójimos. Frecuentemente, un Cristiano no puede expresar plenamente sus sentimientos y experiencias personales con las palabras de las oraciones escritas. En casos semejantes, una viviente oración sincera con palabras propias personales está apropiado, junto con la confesión de las faltas diarias nuestras, con expresiones del intento personal para luchar, con la ayuda de Dios, contra nuestras faltas diarias. Tal oración personal debe venir de las profundidades del alma humana.

Solamente la persona que desarrolla en si misma una oración privada penetrante y constante, puede participar correctamente en las oraciones públicas de la Iglesia. Esta participación es una necesidad 'real' para todo Cristiano. El mismo Señor dijo: "Donde dos o tres (miembros de la Iglesia) se reúnen en Mi nombre, Yo estaré en medio de ellos." El Patriarca Ecuménico y gran maestro de oración, San Juan Crisóstomo, dice: "Naturalmente, uno también puede orar en casa: pero no podéis orar allí, como hacéis en la iglesia, donde tantas personas están reunidas, donde una voz armoniosa sube hasta Dios: pues aquí hay algo más grande: unidad de mente, una unión de amor, las oraciones del sacerdote. Durante la oración pública, no solamente las personas elevan sus voces a Dios, sino juntamente con ellas, los ángeles y los arcángeles glorifican al Señor." Por lo tanto, la oración en la iglesia tiene un carácter preeminentemente sagrado y éste es dado por la Gracia del Espíritu Santo que, como sabemos, vivifica nuestra vida espiritual, cooperando con nuestros personales efectos espirituales.

Un sacerdote sirve en la Iglesia: no es sacerdote porque reciba una educación eclesiástica, o porque tenga una vocación para servir en la Iglesia. Todo esto solamente le prepara para el servicio pastoral. Es sacerdote solamente porque fue consagrado para ello en la ordenación, y entra a través del Misterio del sacerdocio a la dignidad de un pastor de la Iglesia. Así es que nuestra iglesia es una iglesia consagrada, con un santo altar especialmente consagrado. De acuerdo con la palabra de la Santa Escritura, nuestra iglesia es una casa de oración. El Señor nos dio un ejemplo del honor debido a la casa de Dios cuando, Su permanencia terrena, la limpió dos veces de todo desorden e indecencia o falta de decoro. En los Servicios Divinos, repetidamente escuchamos a la Santa Iglesia exclamar: "Por esta santa casa y por todos los que, con fe, reverencia y temor de Dios entran en ella, oremos al Señor." Cada uno de nosotros debemos entrar en la iglesia en esta disposición de ánimo, recordando que aquí estamos ante la Faz del Mismo Señor.

Una de las mayores y más evidentes deficiencias de nuestra vida contemporánea es nuestra incapacidad de celebrar nuestras fiestas de un modo Cristiano. Nuestras vidas están establecidas de tal manera, que predominan en ella los intereses de carácter puramente terrenal en ellas. Trabajos, preocupación por el impuesto sobre la renta y las triviales impresiones del día: todo esto llena nuestro tiempo y el hombre no tiene tiempo para sencillamente pensar acerca de su alma, sus demandas y necesidades. Nuestras fiestas son ventanas abiertas en nuestras vidas incoloras de vanidad y de preocupaciones mundanales. Ellas nos enseñan que este mundo no está tan vacío y empobrecido como a veces nos parece, pues, sobre todo, hay un mundo diferente que da a nuestra alma alegría y paz inefable. ¿Quién no conoce el gozo profundo que llena el corazón de un Cristiano Ortodoxo en los días de la fiesta máxima: la Pascua, la Radiante Resurrección del Señor?

¡Cuántas veces los días de conmemoración Cristiana y de triunfantes festividades se nos convierten en días de incluso mayor vacuidad y de trivialidad sin sentido y significado! Una fiesta es un día especial de Dios que debe ser dedicado tan plenamente como sea posible a la oración y a las buenas obras de Cristiana misericordia y caridad más ardiente. En nuestros tiempos, las fiestas son tratadas como otro día cualquiera y, a veces, las gentes incluso las emplean en dormir más, paseando, divirtiéndose y, algunas veces también, en relajación y embriaguez. ¡Con cuánta frecuencia vemos a la gente, o incluso que clubs, sociedades e instituciones organizan sus "bailes" y diversiones las vísperas de las fiestas ... ! ¡Esto es una costumbre repugnante y no Cristiana! ¿En qué se diferencian estas personas de los paganos y atéos?

Aún más reprensible es el modo en que muchas personas consideran los ayunos que la Santa Iglesia nos ha dado. Nosotros tenemos muchos ayunos: cuatro largos (Gran Cuaresma, Ayuno de Santos Pedro y Pablo, ayunos de la Dormición y la Navidad) y también otros más cortos: los ayunos semanales de los miércoles y viernes e incluso los lunes en los monasterios. E igualmente, debe observarse un ayuno estricto la víspera de Navidad, Epifanía, la Degollación del glorioso profeta Juan Bautista y Precursor del Señor, la Exaltación de la vivificante Cruz, la Semana de Pasión, muy especialmente el Viernes Grande y Santo.

Es sorprendente y totalmente 'no-Cristiano' el comportamiento de tantos y tantos de nosotros en relación con estos ayunos de la Iglesia. Estos ayunos son violados por las personas sin el menor remordimiento, como si se tratara de algo insignificante. Por otra parte, la Iglesia enfoca muy seriamente este asunto, y excluye de la Santa Comunión a los que rechazan guardar los ayunos sin causa. San Serafín de Sarov dijo con precisión: "El que no observa los ayunos no es Cristiano, sin tener en cuenta ninguna clase de consideraciones ...." El ayuno es absolutamente indispensable al ser humano. Desde su aspecto exterior, es un combate de absoluta obediencia filial a la Iglesia, cuyas regulaciones son del Espíritu Santo, y no algo que puede ser descuidado y desdeñado. Desde el punto de vista interno, es una lucha de freno y auto-limitación. En esto reposa el gran valor y el sentido del ayuno, ya que una estricta observancia de los ayunos atempera la voluntad propia y perfecciona el carácter de quien es firme en sus convicciones religiosas, así como de sus acciones. No olvidemos que Cristo ayunó El mismo, y previno que Sus Apóstoles ayunaran también.

Escuchamos a la gente que proclama que el ayuno es dañino para la salud. Pero el ayuno estricto no se exige a las personas enfermas, que ayunan solamente de acuerdo con sus fuerzas. Lo más importante que debiéramos recordar es que, solamente las personas que no ayunan son las que hablan de la nocividad del ayuno. Pero las que lo observan nunca dirán esto, pues saben por su propia experiencia personal que, no solamente el ayuno no es nocivo, sino que es positivamente benéfico para la salud del cuerpo.

No obstante, el ayuno no es meramente una restricción de alimento. Durante los días de los ayunos, la Iglesia canta: "Mientras ayunamos corporalmente, ayunemos también espiritualmente." El verdadero ayuno incluye obras de Cristiana misericordia. El verdadero ayuno es una enajenación (desunión) del maligno, una restricción de la lengua, un abandono de la ira, una destrucción de los vicios y una revelación de la falsedad... Así, pues, para un Cristiano, el ayunar es un tiempo de restricción y autoeducación en todos los aspectos, y un 'real' ayuno Cristiano da a los creyentes una gran satisfacción moral. El gran maestro de ascetismo Cristiano, el Obispo Thephan el Recluso, dice acerca del ayuno: "El ayuno parece sombrío hasta que descendemos al combate: pero empieza y verás qué luz trae después de la tiniebla, qué libertad después de las cadenas, qué alivio después de una vida gravosamente pesada.

 

 

TRADUCIDO POR EL REVERENDO DIACONO JUAN CLIMACO.

RETRATO del Metropolitan Philaret, 1983 7

DEDICATORIA 9

IGLESIA de San Juan -El Teólogo- 1683 11

IGLESIA RURAL 13

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Editor: bishop Alexander (Mileant)

(Ley_Dios.doc, 09-25-98)