Hacia el conocimiento

de la Biblia, parte 5

Libros de los Profetas

Por Obispo Alejandro (Mileant)

Traducido por Dra. Elena Ancibor

 


Contenido:

Importancia y significado de las profecías. Época de los profetas. Cronología. Importancia de los profetas. Acusación y consolación.

Libros de los profetas en orden cronológico: Joel, Jonás, Amós, Oseas, Isaías, Miqueas.

Profetas del segundo período.

Sofonías, Nahum, Habacuc, Jeremías, Abdías, Ezequiel, Daniel, Ageo, Zacarías y Malaquías. Lista de profecías y temas más importantes. Conclusión.


  

Importancia y

significado de las profecías

El río de los tiempos lleva raudamente nuestro bote de la vida hacia el ilimitado océano de la eternidad. Nadie sabe qué le espera al hombre en el futuro - ni los hombres, ni los demonios, ni siquiera los ángeles, sino tan sólo Dios. Algunos tratan de penetrar en el misterioso futuro consultando horóscopos, adivinos, brujerías, datos supersticiosos y otros métodos pecaminosos y vanos prohibidos por las Sagradas Escrituras (Lv. 19:31; 20:6; Dt. 18:10-13; Jer. 27:9-10). Lo que nos es indispensable saber acerca de nuestro futuro, Dios ya lo reveló a través de su Hijo Unigénito y de Sus Profetas y Apóstoles elegidos.

Todos los libros de las Sagradas Escrituras en alguna medida contienen profecías. Pero algunos libros hablan sobre todo del futuro y por ello, son llamados proféticos. En el Antiguo Testamento podemos encontrar dieciséis libros proféticos y uno en el Nuevo Testamento: el Apocalipsis. Los profetas del A.T. son: los cuatro Mayores - Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel, y los doce Menores - Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías. Ellos son llamados profetas Mayores porque sus libros son de mayor volumen que los de los doce profetas Menores. Al libro de Jeremías, hay que agregarle 2 más: las Lamentaciones y el libro de Baruc. Los profetas a veces escribían personalmente sus prédicas y otras veces lo hacían sus discípulos. Muchas profecías de estos libros ya se han cumplido, como por ejemplo, sobre los destinos de los pueblos antiguos, la llegada del Mesías y tiempos del Nuevo Testamento. Las profecías sobre los últimos tiempos del mundo - el reino del anticristo, la segunda llegada de Jesucristo, la resurrección universal de los muertos y el Juicio Final, esperan su cumplimiento. Pero los signos del acercamiento de estos últimos acontecimientos en la historia de la humanidad, ya comienzan a cumplirse. Las profecías, al igual que los milagros, dan testimonio de la elección de Dios de los profetas y de la inspiración Divina de sus libros.

La fe cristiana nos enseña que el futuro de cada hombre por separado y el de toda la humanidad en conjunto no es el resultado de una cantidad casual de causas ni del "destino." Los acontecimientos en la naturaleza inanimada (la que carece de alma) se encuentran enteramente bajo el control del Creador. En referencia a los actos de los hombres, Dios le deja la libertad de actuar a su libre albedrío pero le ayuda, sin embargo, a cumplir sus buenos designios. Toda la Sagrada historia, las vidas de los santos y una observación profunda de nuestra vida nos convencen que Dios se preocupa del bienestar humano y dirige su vida hacia la salvación.

Si los actos humanos se definen por su propio deseo, ¿cómo puede saber Dios qué decidirá hacer el hombre? Cuando nos ocupamos de este problema debemos considerar que los conceptos de pasado y futuro son conceptos humanos. Dios vive fuera y por encima del tiempo: para Él todo es presente. Todos los acontecimientos grandes y pequeños en la vida de cada ser humano, sus pensamientos secretos y sus deseos, lo que acontece en la vida de la sociedad humana, en el pasado, presente y futuro, todo lo que ocurre en los rincones más lejanos del universo, en los mundos de los ángeles y del infierno, es decir todo es visible para Su ojo Divino hasta en los más ínfimos detalles.

¿Por qué Dios nos esconde algunos hechos futuros y nos muestra otros? Lo hace por el bien de nuestras almas. A partir del momento trágico cuando el primer hombre escuchó al diablo y quebró la ley Divina, comenzó en el mundo una tensa guerra por el alma humana. El hombre se encuentra en el centro de esta batalla. Sus defensores y ayudantes son el Señor, los Angeles y los Santos que llegaron a la perfección. Sus enemigos son los demonios y los hombres que se alinean con el mal. Para ayudar al hombre creyente a entender esta guerra tan compleja y así poder vencer en ella, Dios le muestra adonde lo conducen sus distintos actos, qué redes le prepara el diablo y qué hará el Señor para ayudar a sus fieles. Por otro lado, al esconderle al hombre algunos datos, como por ej., el día de su muerte, Dios lo obliga a que no cese en su dedicación.

Cuando es necesario, las predicciones de los profetas suenan muy concretas y describen los detalles de acontecimientos futuros, nombrando los países, ciudades, hombres y hasta indicando los tiempos. Pero más a menudo, los profetas reúnen hechos de distintos siglos pero similares en el plano espiritual en una única imagen. Esta unión de hechos diferentes en una visión es posible ya que los acontecimientos separados no son tan importantes como lo son los procesos espirituales que transcurren en el fondo de los corazones humanos. Por eso, las profecías generalmente hablan de la situación moral de los hombres y muestran la secuencia entre ésta y los hechos futuros. Además, las profecías demuestran con gran claridad la preocupación paternal Divina por todos los hombres; Su mano guiadora en la vida de cada ser humano, cada país y en los destinos de todo el mundo; Su infinito amor y paciencia hacia aquellos que tienden hacia el bien y la ira de Su juicio hacia aquellos que persisten en sus pecados y colaboran con el diablo.

La finalidad de este trabajo sobre los libros proféticos es hacer conocer al lector el contenido de ellos. En el folleto anterior, "El Antiguo Testamento sobre el Mesías," se mencionan las profecías sobre la llegada del Mismo, Su personalidad, Sus hechos y Sus milagros. Para no repetirlo en este folleto nos referiremos a otras predicciones y prédicas de los antiguos profetas.

 

La época de los profetas

Es más fácil entender los libros proféticos si se conoce el panorama histórico en el que ellos fueron escritos. Por eso nos referiremos a los acontecimientos más importantes de aquellos tiempos.

Durante el reinado del hijo de Salomón, el rey Roboam (931- 914 a.C.), el reino de Israel se dividió en dos: el de Judá y el de Israel. En el de Judá, que ocupaba la parte sur de la Tierra Santa, reinaban los descendientes del rey David. Su capital era Jerusalén, donde sobre la colina del Sión se encontraba el majestuoso Templo construido por Salomón. La ley le permitía a los hebreos sólo un templo, el cual servía de centro espiritual para su pueblo. El reino de Judá estaba formado por dos tribus, las descendientes de Judá y de Benjamín. Las restantes diez tribus entraron en el reino de Israel, en la parte norte de la Tierra Santa. Su capital era Samaría, donde reinaban monarcas de distintas dinastías.

Los reyes de Israel, temiendo que sus súbditos al visitar el templo de Jerusalén quisieran pasarse al reino de Judá, prohibieron el peregrinaje a Jerusalén y levantaron templos paganos con ídolos para las necesidades espirituales del pueblo, induciéndolo a la idolatría. La tentación de la idolatría era grande ya que los pueblos que rodeaban a Israel adoraban a diferentes deidades. Particularmente popular era el dios fenicio Baal. Junto con la idolatría pasaban a los hebreos las costumbres brutas e inmorales de los paganos.

En este tiempo difícil para la religión, Dios envió a Israel a Sus profetas quienes trataban de parar el proceso de decaimiento espiritual y reconstruir en el pueblo la devoción por Dios. Los primeros profetas fueron Elías y Eliseo que vivieron durante el reinado de los reyes Ajab 874, Jehú 841 y Joacaz 813. No dejaron escritos de sus prédicas pero sus milagros y algunas de sus enseñanzas se encuentran en los libros Primero y Segundo de "Reyes."

Durante el largo reinado de Jeroboam II (782-753 a.C.), el reino de Israel llegó a la cumbre del bienestar. Los reinos vecinos debilitados, como Siria, Fenicia, Moab, Amón y Edom, no molestaban a los hebreos. La ampliación de las fronteras de Israel fue acompañada por paz y seguridad. Fue tiempo de florecimiento de las artes y del comercio. Aunque simultáneamente comenzó a decaer rápidamente la moral. Los ricos oprimían a los pobres, los jueces se corrompían, y la decadencia de las costumbres se expandía entre el pueblo supersticioso. Contra todos estos males se armaron los profetas Joel, Amós y Oseas.

Una posición especial entre los profetas ocupó Jonás, quien no predicaba entre los hebreos sino en Nínive, la capital de Asiria. Luego de su prédica y de la penitencia de los habitantes de Nínive, el reino asirio comenzó a fortalecerse y a crecer transformándose en una poderosa fuerza militar. Durante dos siglos el imperio asirio se extendió a territorios actualmente ocupados por Irán, Irak, Siria, Jordania e Israel. El rey de Israel, en el año 738 a.C. tuvo que pagarle al rey de Asiria Teglatfalasar un enorme tributo. Ante el aumento de exigencias de Asiria, los reyes de Israel tenían que buscar aliados entre los reinos vecinos. Así, el rey de Israel Peka junto con Rezín de Siria trató por la fuerza de hacer entrar también al rey de Judea Acaz en una alianza contra Asiria. Pero Acaz muy asustado le pidió ayuda al rey de Asiria Teglatfalasar III, quien en el 734 a.C. nuevamente invadió Israel, anexó a su reino a Galilea y Damasco y se llevó a numerosos israelitas como prisioneros.

Durante la vida de Teglatfalasar III, el rey de Israel, Oseas le pagaba sumisamente el tributo a Asiria. Luego de su muerte se firmó un pacto con Egipto y entonces el rey de Asiria Salmanasar V invadió Israel y la destruyó. Luego su heredero Sargón II en el 722 a.C. tomó la capital de Israel, Samaría, y la destruyó. Los israelitas fueron trasladados a distintas partes del imperio asirio y en su lugar fueron traídos los pueblos vecinos. Así concluyó la existencia de Israel y en su lugar apareció el pueblo samaritano, descendiente de israelitas mezclados con paganos. Los profetas Joel, Amós y Oseas predijeron los desastres que esperaban a Israel. Ellos veían la única posibilidad de salvación para el pueblo hebreo en un pedido penitente de ayuda a Dios.

Luego de la caída de Israel, el reinado de Judá existió por más de cien años. Durante la caída de Samaría en Judá reinaba el piadoso rey Ezequías (727-698) que, siguiendo la política de su padre Acaz, mantuvo la alianza con Asiria. Sin embargo después de la muerte de Sargón, Ezequías se unió a la coalición de los reinos vecinos deseosos de liberarse del yugo asirio. En el 701 el ejército asirio bajo el mando del rey Senaquerib entró en Judá y destruyó algunas ciudades. Ezequías pagó un alto tributo para salvar a su país. Poco tiempo después, Senaquerib atacó nuevamente Judá con el fin de recibir un mayor tributo necesario para mantener su poderío militar y amenazó con destruir Jerusalén. Confiando en la ayuda de Dios, Ezequías decidió defenderse en Jerusalén. Entonces el profeta Isaías predijo que los planes de Senaquerib no se cumplirían y que Dios salvaría a los Judíos.

La noche siguiente un Ángel del Señor aniquiló al ejercito Asirio compuesto por 185.000 hombres. Senaquerib volvió avergonzado a Asiria, donde poco después fue asesinado por los conspiradores (2 Reino cap. 19). Isaías representa el florecimiento del don profético y su libro es un extraordinario monumento de la escritura profética. Sobre ella hablaremos en detalle más adelante. Asimismo, durante la misma época profetizaban Miqueas y Nahum.

El hijo de Ezequías, el impío Manasés (698-643) era completamente opuesto a su piadoso y buen padre. Su reinado fue el período más sombrío en la historia del pueblo hebreo. Era el tiempo de las persecuciones a los profetas y de destrucción de la fe. Manasés firmó una alianza con Asiria y se puso como meta principal hacer de la idolatría la religión principal de su país. A los defensores de la fe los destruía sin piedad. Durante su reinado murió como mártir el gran Isaías. El reinado de Manasés duró cerca de cincuenta años y le trajo a la fe un perjuicio imborrable. Los pocos profetas que se salvaron entraron en la clandestinidad y poco se ha sabido de su actividad. Ya anciano, Manasés trató de independizarse de Asiria pero pagó muy caro ese intento. Al final llegó a comprender sus faltas ante Dios y se arrepintió, pero ni él ni sus herederos pudieron regenerar la fe en el pueblo.

Luego de Manasés continuó el piadoso rey Josías (640-609). Deseando regenerar la fe del pueblo en Dios se ocupó con esmero de la reforma religiosa. En el Templo recomenzaron los servicios religiosos regulares. Pero el éxito de sus reformas era superficial ya que las costumbres paganas y las supersticiones formaron raíces profundas en el pueblo. La alta sociedad estaba mortalmente degenerada. A pesar de esto, los profetas Nahum, Sofonías, Habacuc y especialmente Jeremías trataron de despertar en el pueblo el sentimiento del arrepentimiento y así poder regenerar la fe en Dios. En el año 609 el ejército egipcio del rey Necao, en su guerra con Asiria, pasó a través de Judá. Josías, por su lealtad hacia Asiria, le presentó batalla a Necao, pero fue vencido en Meguido (Armagedón). Por un corto lapso Judá pasó a ser súbdita de Egipto.

Estos eran tiempos de debilitamiento en Asiria y fortalecimiento en Babilonia. El ejército unido de Nabopolasar de Babilonia (rey de los caldeos) y (Ciasares) Xerxes de Media destruyeron Níníve en el 606 a.C. Así fue aniquilado el militarizado imperio asirio que tanto horror causaba y destruía a los países vecinos durante 150 años. El heredero de Nabopolasar, Nabucodonosor, en su victoriosa campaña contra Egipto invadió Judá, y el rey Joaquín en el año 604 se hizo súbdito de Babilonia. A pesar de las advertencias del profeta Jeremías, Jeconías, el hijo de Joaquín, hizo su levantamiento contra Babilonia pero fue derrotado y llevado prisionero a Babilonia junto a sus súbditos (597, primer cautiverio babilónico).

Entre los prisioneros se encontraba el profeta Ezequiel. En el año 588, durante el reinado de Sedequías, Judá nuevamente volvió a levantarse contra Babilonia, y en el 586 Jerusalén fue sitiada y tomada. El templo fue quemado y la ciudad destruida. El rey enceguecido fue llevado junto a sus súbditos prisionero a Babilonia. Así comenzó el segundo cautiverio babilonio. Los hebreos pasaron 70 años bajo el poder de Babilonia (597-536).

Cronología (siempre a.C.)

Reyes de Israel

Reyes de Judá

Profetas

Acont. histórico

Ajab 874-853

Josafat 870-848

Elías

Crecimiento de Fenicia

Ocozías 853-852

Jorán 848-841

 

 

Jorán 852-841

Ocozías 843-841

Eliseo 850-790

 

Jehú 841-813

Atalía 841-835

 

 

Joacaz 813-797

Joás 835-796

Joel

Crecimiento de Asiria

Joás 797-782

Amasías 796-767

Jonás

 

Jeroboam II 782-753

Azarías/Ozías/Uzías 767-739

Amós

Fundación de Roma 750

Zacarías 753

 

 

 

Salún 753

 

Oseas

 

Menajén 752-741

 

 

 

Peka/Pecajías 741-740

Jotán 739-734

 

Caída de Israel 722

Pecaj 740-731

Acaz/Ajaz 734-727

Isaías 730-690

 

Oseas 731-722

Ezequías 727-698

Miqueas, Nahum

Sitio de Jerusalén 700

 

Manasés 698-643

 

 

 

Amón 643-640

Sofonías, Habacuc

 

 

Josías 640-609

Joacáz 609

Jeremías

Persecución de profetas

 

Joaquín 609-598

Abdías

 

 

Jeconías 597598-597

 

Caída de Nínive 606

 

Sedequías/Sedecías 597-867

Ezequiel

 

 

 

Daniel

 

 

 

Ageo

 

 

 

Zacarías

Caída de Jerusalén 587

 

 

 

Cautiverio de Babilonia

 

 

 

Caída de Babilonia 539

 

 

Malaquías 475

 

 

 

Orden de Artajerjes sobre la restauración de Jerusalén 446

Ciro de Persia 549-29.

Vuelta del cautiverio 538

 

 

Esdras reúne las Sagradas Escrituras 450-25

Darío 1 (522-486), reconstrucción de Templo 534-16

 

 

 

Comienzo de las "séptimas" de Daniel.

 

La importancia

de los profetas

En el tiempo del Antiguo Testamento los sacerdotes se limitaban a los sacrificios indicados por la ley. Ellos no se ocupaban de la moral del pueblo. Ellos eran sacerdotes, no pastores. Mientras tanto, el pueblo hebreo permanecía en una oscuridad espiritual y aprendía fácilmente las supersticiones y los vicios paganos. Por eso, la función principal de los profetas era enseñarle al pueblo a vivir y a creer en Dios correctamente. Viendo el abandono de la ley de Dios, los profetas acusaban severamente a todos los pecadores, tanto de la clase alta como de la baja, a gente del pueblo y a príncipes, a jueces y a sacerdotes, a reyes y a esclavos. Su inspirada palabra tenía una gran fuerza para despertar la penitencia y el deseo de servir a Dios. Los profetas eran la conciencia del pueblo y la guía para los que anhelaban una dirección espiritual. Sólo gracias a los profetas, la verdadera fe se mantuvo entre los hebreos hasta el tiempo del nacimiento de Cristo. Los primeros discípulos de Cristo fueron alumnos del último profeta del Antiguo Testamento: San Juan el Bautista.

El sacerdocio se trasmitía por herencia; en cambio los profetas eran llamados por Dios individualmente. Ellos provenían de distintas clases sociales: eran aldeanos y pastores, como Oseas y Amós o gente de la alta sociedad como Isaías, Sofonías y Daniel. También había profetas de origen, sacerdotal como Ezequiel y Habacuc. El Señor elegía a los profetas no por su origen sino por sus cualidades espirituales.

Con el correr de los siglos, se formó entre los hebreos la imagen de un verdadero profeta de Dios: un hombre desinteresado, totalmente fiel a Dios, con un gran coraje para defender sus ideas ante los poderosos del mundo y al mismo tiempo, profundamente humilde, exigente consigo mismo y tan misericordioso y atento como un padre de familia. Muchos débiles y postergados del pueblo encontraban en los profetas a sus grandes defensores.

 

Acusación y consolación

Los profetas sufrían en el alma cuando veían las transgresiones a la justicia y a la piedad. Ellos entendían que la infracción a la ley de Dios por la minoría servía como ejemplo nefasto y como tentación para la mayoría. Ellos veían cómo la licencia moral llevaba al país a una catástrofe física y espiritual. Por eso los profetas acusaban con palabras severas e implacable sinceridad a los pecadores y le anunciaban abiertamente cuán duros serían los castigos por sus faltas.

Daremos acá como ejemplo algunas frases acusadoras, características de los profetas Isaías y Jeremías: "¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás. ¿Por qué queréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite" "No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día del reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir: son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas... Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana" (Is. 1:4-6, 13-18).

Son temibles las palabras de Dios dichas por la boca del profeta Jeremías poco antes de la caída de Jerusalén:

"No fiéis en palabras de mentira, diciendo: Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es éste" (Jer. 7:4).

"¿Hurtando, matando, adulterando, jurando en falso, e incensando a Baal, y andando tras dioses extraños que no conocisteis, ¿vendréis y os pondréis delante de mí en esta casa sobre la cual es invocado mi nombre, y diréis: Librados somos; para seguir haciendo todas estas abominaciones?¿Es cueva de ladrones delante de vuestros ojos esta casa sobre la cual es invocado mi nombre? He aquí que yo lo veo, dice Jehová" (Jer. 7:9-11)

Viendo la maldad de su pueblo, el profeta con profunda congoja lloró sobre su perdición en estas palabras:

"¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas, para que llore día y noche los muertos de la hija de mi pueblo! ¡Oh, quién me diese en el desierto un albergue de caminantes, para que dejase a mi pueblo, y de ellos me apartase! Porque todos ellos son adúlteros, congregación de prevaricadores. Hicieron que su lengua lanzara mentira como un arco, y no se fortalecieron para la verdad en la tierra; porque de mal en mal procedieron, y me han desconocido, dice Jehová. Guárdese cada uno de su compañero, ni en ningún hermano tenga confianza; porque todo hermano engaña con falacia, y todo compañero anda calumniando. Y cada uno engaña a su compañero, y ninguno habla verdad; acostumbraron su lengua a hablar mentira, se ocupan de actuar perversamente... ¿No los he de castigar por estas cosas? dice Jehová. De tal nación, ¿no se vengará mi alma? Por los montes levantaré lloro y lamentación, y llanto por los pastizales del desierto; porque fueron desolados hasta no quedar quien pase, ni oírse bramido de ganado; desde las aves del cielo y hasta las bestias de la tierra huyeron, y se fueron. Reduciré a Jerusalén a un montón de ruinas, morada de chacales; y convertiré las ciudades de Judá en desolación en que no quede morador" (Jer. 9:1-5, 9-11).

Pero los profetas no sólo acusaban. Cuando sucedían catástrofes y desastres sociales, ellos se apresuraban a consolar a los que se arrepentían con la esperanza en la misericordia Divina y prometían a la gente la ayuda superior y un futuro mejor. "Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados... Súbete sobre un monte alto, anunciadora de Sión; levanta fuertemente tu voz, anunciadora de Jerusalén; levántala, no temas; di a las ciudades de Judá: ¡Ved aquí al Dios vuestro! He aquí que Jehová el Señor vendrá con poder, y su brazo señoreará; he aquí que su recompensa viene con él, y su paga delante de su rostro. Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién paridas" (Is. 40:1-2, 9-11).

 

Revisión de los

libros en orden cronológico

Para mayor claridad veremos los libros proféticos en orden cronológico. Comenzaremos por los profetas que vivieron entre el siglo IX y el VI a.C.: Joel, Jonás, Amós, Oseas, Isaías y Miqueas. En el centro de este período se encuentra Isaías, cuyo libro es considerado cumbre del don profético. Los ojos de los profetas de este periodo se dirigían a la caída del Reino de Israel que aconteció en el año 722 a.C. Ese período finalizó con persecuciones y matanzas de profetas a cargo del rey Manasés.

 

Primer período profético.

El profeta Joel

Joel es el primer profeta que dejó anotaciones de sus prédicas. Él profetizaba en Judá, durante los reinados de Joás y Amasías unos 800 años antes de Cristo. Joel se llamó a sí mismo hijo de Petuel. Aquellos eran años de bastante tranquilidad y bienestar. Jerusalén, el Sión, el Templo y los servicios religiosos estaban permanentemente en boca del profeta. Pero en los desastres que sufrió Judá (una sequía y sobre todo un terrible ataque de langostas) el profeta vio el comienzo del juicio de Dios al pueblo judío y a toda su gente.

El vicio principal que atacó el profeta fue el cumplimiento mecánico y sin sentimientos genuinos de las ceremonias de la ley. En aquel tiempo, el piadoso rey Joás trató de reimplantar la religión en Judá pero logró solamente un éxito superficial. El profeta vio en el futuro un aumento de las supersticiones paganas y el subsiguiente castigo Divino, y llamó a los hebreos a un sincero arrepentimiento diciendo: "Por eso pues, ahora, dice Jehová, convertios a Mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento. Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertios a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo" (Jl. 2:12-13).

A menudo en una misma visión profética de Joel se aúnan acontecimientos de distintos siglos pero cercanos en el plano religioso. Así, por ejemplo el juicio Divino sobre el pueblo judío en su visión se junta con el juicio universal correspondiente al fin del mundo: "Despiértense las naciones, y suban al valle de Josafat; porque allí me sentaré para juzgar a las naciones de alrededor. Echad la hoz, porque la mies está ya madura. Venid, descended, porque el lagar está lleno, rebosan las cubas; porque mucha es la maldad de ellos. Muchos pueblos en el valle de la decisión, porque cercano está el día de Jehová en el valle de la decisión. El sol y la luna se oscurecerán, y las estrellas retraerán su resplandor. Y Jehová rugirá desde Sión, y dará su voz desde Jerusalén, y temblarán los cielos y la tierra; pero Jehová será la esperanza de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel. Y conoceréis que yo soy Jehová vuestro Dios, que habito en Sión, mi santo monte; y Jerusalén será santa, y extraños no pasarán más por ella. Sucederá en aquel tiempo, que los montes destilarán mosto, y los collados fluirán leche, y por todos los arroyos de Judá correrán aguas; y saldrá una fuente de la casa de Jehová, y regará el valle de Sitim" (Jl. 3:12-18).

Pero antes del juicio final deberá producirse el descenso del Espíritu Santo y la renovación espiritual del pueblo de Dios: "Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová. Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo; porque en el monte de Sión y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual Él habrá llamado" (Jl. 2:28-32). El Apóstol Pedro recordó esta profecía en el día del descenso del Espíritu Santo, durante la festividad de Pentecostés.

El profeta Joel hablaba sobre los siguientes temas: el ataque de las langostas (1:2-20), el acercamiento del día del Señor (2:1-11), el llamado al arrepentimiento (2:12-17), la misericordia Divina (2:18-27), la renovación espiritual (2:28-32), la predicación del juicio sobre todos los pueblos (3:1-17) y la bendición Divina por venir (3:18-21).

 

Libro del profeta Jonás

El profeta Jonás, hijo de Amitay, nació en Gathherpher de Galilea (cerca del futuro Nazaret). Profetizó en la segunda mitad del siglo VIII a.C. en Nínive, la capital de Asiria. Se supone que fue un contemporáneo más joven y un alumno de Eliseo. El sepulcro de Jonás se encuentra en una aldea de El-Meshad (El-Meshkhad, una aldea construida donde antes estaba el antiguo Gefajover).

Su libro no contiene las prédicas habituales dirigidas a los hebreos, pero nos cuenta la misión de Jonás en la Nínive pagana. Al principio, él no quería ir a predicar a los extranjeros paganos adonde lo enviaba Dios y tomó por su cuenta un barco en Jope (Jaffa) que se dirigía a Tarsis (en España). El Señor, para hacer entrar en razón al profeta, mandó una terrible tormenta en el mar. El barco comenzó a hundirse y los marinos asustados, al enterarse que la causa de la tormenta era la desobediencia de Jonás, lo tiraron por la borda deseando aplacar la ira de Dios. Efectivamente la tormenta cesó y Jonás fue tragado por un enorme pez. (Este hecho, extraordinariamente raro, es sin embargo posible. Hay ballenas, llamadas en ingles "Fin-Buck," que alcanzan 88 pies de largo. En el estómago tienen de cuatro a seis compartimentos, en cada uno de los cuales cabrían varios hombres. Las ballenas tienen respiración aérea y en su cabeza tienen cámara de reserva de mucho aire (686 pies cúbicos). Se encontraron en los estómagos de las ballenas restos de animales y hasta hombres vivos. La ballena-tiburón, de 70 pies de largo, también puede contener a un hombre sin dañarlo físicamente). Jonás pasó tres días dentro de este pez y se arrepintió profundamente de su desobediencia y le rogó a Dios que lo perdonara. Entonces el Señor le ordenó al pez que soltara al profeta sobre la costa cerca de Beirut. Jonás, obediente esta vez, fue a Nínive con la prédica acusatoria y profetizando severos castigos sobre la ciudad. Los habitantes le creyeron al profeta e hicieron ayuno junto a sus animales domésticos y se arrepintieron sinceramente. Entonces el Señor se apiadó y le levantó el castigo a Nínive. Así se salvaron de la destrucción más de un cuarto de millón de habitantes. Con el tiempo Nínive se hizo la capital de un país poderoso y guerrero.

El libro de Jonás claramente demuestra el amor de Dios a todos los hombres independientemente de sus nacionalidades. Nuestro Señor Jesucristo les hacía recordar a los hebreos el milagro del profeta Jonás y les recriminaba que, a diferencia de los niniveos que se arrepintieron luego de la prédica de Jonás, ellos no querían hacerlo a pesar de tener entre ellos un Profeta más grande que Jonás. El milagro de la estadía de Jonás durante tres días y tres noches en el estómago de la ballena fue señalado por El Señor como modelo para "Su sepultura de tres días y la posterior Resurrección" (Mt. 12:39-41).

La oración del profeta Jonás en el estomago de la ballena que encontramos en el capítulo 2 su libro sirve de modelo para el irmos del sexto canto del servicio matutino. Esta oración comienza con las palabras: "Invoqué en mi angustia a Jehová, y Él me oyó; desde el seno del Seol clamé, y mi voz oíste" (Jon. 2:2-9)

 

Libro del profeta Amós

Amós era de origen pobre y nació en Tecoa, que se encuentra entre el Mar Muerto y Belén. Al ser llamado a profetizar respondió: "No soy profeta, ni soy hijo de profeta, sino que soy boyero, y recojo higos silvestres. Y Jehová me tomó de detrás del ganado, y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo Israel" (Am. 7:14-15). Amós predicaba en Betel y otras ciudades de Israel durante el reinado de Jeroboam II. Fue contemporáneo de los profetas Oseas, Miqueas e Isaías. Aquellos eran años de relativa tranquilidad y bienestar. Pastor de origen, sufría por la opresión de los pobres, por la retención del salario de los trabajadores, por las injusticias, por la corrupción de los jueces, por la amoralidad de los gobernantes y por la falta de dedicación de los sacerdotes. En la regeneración de la justicia el profeta vio la primera condición para evitar el castigo de Dios. Por sus acusaciones, el profeta fue perseguido y por la influencia del sacerdote pagano Amasías de Betel fue expulsado de la ciudad.

En aquel tiempo, los países y ciudades paganas tenían sus propios dioses-protectores. De manera similar algunos hebreos veían en Dios - Jehová su deidad local, y Lo comparaban con el ídolo fenicio Baal y con otras deidades paganas. El profeta Amós decía a los hebreos que el poder Divino se extendía no sólo a los pueblos elegidos sino a todo el universo y que las deidades paganas no eran nada. No sólo los hebreos sino todos los pueblos son responsables ante Dios por sus actos y serán castigados por sus faltas. Así, la prédica de Amós se extendía lejos de las fronteras de Israel y se dirigía a los idumeos (edomitas), amonitas y moabitas y a ciudades capitales como Damasco, Gaza y Tiro. Llamando a la Fe al pueblo hebreo el Señor les dio una gracia especial. Por eso los hebreos debían mostrarle un buen ejemplo a los pueblos vecinos y en el juicio se le exigirá más que a los otros. "Oíd esta palabra que ha hablado Jehová contra vosotros, hijos de Israel, contra toda la familia que hice subir de la tierra de Egipto. Dice así: A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra; por tanto, os castigaré por todas vuestras maldades" (Am. 3:1-2).

El profeta veía que, por las faltas de los hombres se acercaría un hambre espiritual que sería peor que el físico: "He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra; no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán" (Am. 8:11-12). Esta profecía se cumple ante nuestros ojos en los países del ateísmo militante donde hubo que buscar la palabra de Dios a veces en las citas de propaganda antirreligiosa.

Resumiendo, el contenido del libro del profeta Amós es el siguiente: la acusación por sus pecados a Israel y a los pueblos vecinos (caps. 1 y 2), la acusación a los poderosos de este mundo y el llamado a la justicia (caps. 3-5), profecía sobre el Juicio de Dios (5:18-26 27). Los últimos capítulos (6-9) contienen cinco visiones del Juicio Divino. Como conclusión el profeta predice el renacimiento espiritual de los hombres.

 

Libro de Oseas

El profeta Oseas, hijo de Beeri (Berí) de la tribu de Isacar, vivió y predicó en el reino de Israel en el tiempo cercano a su destrucción. El comienzo de su servicio profético corresponde al final del reinado de Jeroboam II (782-752), aproximadamente en el 740 750 a.C. y continua hasta la caída de Samaría en 722. Eran tiempos de decaimiento espiritual del pueblo de Israel, de aumento de la idolatría y de disolución moral. La presión de la Asiria guerrera provocaba la inestabilidad política de Israel y frecuentes golpes palaciegos.

El profeta Oseas acusaba enérgicamente a sus contemporáneos por sus vicios, y en particular, por las repelentes costumbres paganas copiadas de los pueblos vecinos. Oseas profetizaba los desastres futuros. De su vida personal se sabe que se casó con Gomer, que le era abiertamente infiel. El profeta tuvo que divorciarse formalmente de ella pero continuó amándola y sentía pena por ella. Este drama personal le mostró al profeta cuán pesada era la traición espiritual del pueblo de Israel a Dios después de los Mandamientos del monte Sinaí. Los hebreos quebraron esta Alianza, la profanaron y cayeron en libertinaje espiritual. Por eso el Señor predijo a través de Su profeta que los hebreos serán rechazados y los paganos serán llamados al Reino de Dios: Me compadeceré de la No-compadecida, y diré a No Mi pueblo: tú eres Mi pueblo, y él dirá: "¡Tú eres Mi Dios!" (Os. 2:18-23).

El profeta acusó a los sacerdotes aduciendo que ellos redujeron la fe en Dios a meras ceremonias sin sentimientos y que no instruyeron a la gente sobre la ley de Dios: "Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos. Conforme a su grandeza, así pecaron contra mí; también yo cambiaré su honra en afrenta. Del pecado de mi pueblo comen, y en su maldad levantan su alma. Y será el pueblo como el sacerdote; le castigaré por su conducta, y le pagaré conforme a sus obras" (Os. 4:6-9).

Más adelante el profeta llama a los que todavía son capaces de atender a su prédica: "Venid y volvamos a Jehová; porque él arrebató, y nos curará; hirió, y nos vendará. Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitará, y viviremos delante de él. Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová; como el alba está dispuesta su salida, y vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra" (Os. 6:1-3). He aquí lo que es valioso para Dios en los actos humanos: "Por esta causa los corté por medio de los profetas, con las palabras de mi boca los maté; y tus juicios serán como luz que sale. Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos" (Os. 6:5-6).

Ante la proximidad de la destrucción de Israel el profeta usó todas sus fuerzas para despertar el sentimiento de arrepentimiento. Pero él vio también lo que vendrá después de los desastres y lo referido al final de los tiempos, cuando se va a producir la renovación completa del pueblo de Dios, cuando todos los desastres y la misma muerte sean aniquilados: "De la mano del Seol los redimiré, los libraré de la muerte. Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seol; la compasión será escondida de mi vista. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?" (Os. 13:14). Algunas frases de Oseas están citadas a veces en el N.T.: Os. 11:1, Mt. 2:15; Os. 6:6, Mt. 9:13; Os. 2:23, 1 Pedro 2:10; Os. 13:14, 1Co. 15:55; Os. 10:8, Lc. 23:30; y otros.

El contenido del libro del profeta Oseas es el siguiente: sobre la esposa infiel y la infidelidad de Israel (1-2), sobra la fidelidad Divina (3), acusación a Israel (4-7), juicio de Dios sobre Israel (8-10), una serie de prédicas cortas sobre los temas arriba mencionados (11-14). Termina el libro con la promesa de la salvación de los justos (14).

 

Libro del profeta Isaías

En la primera mitad del siglo VIII a.C. vivió Isaías, uno de los máximos profetas de todos los tiempos. Investido por Dios con altos dones espirituales, Isaías pertenecía a la alta sociedad de la capital y tenía libre entrada en la casa real. El profeta poseía un amplio criterio de estadista y un notable talento poético. La conjunción de estas cualidades hace de su libro un caso único en la literatura antigua. Su libro abunda de predicaciones sobre el Mesías y Su Reino de Gracia y sobre los tiempos del Nuevo Testamento. Por eso al profeta Isaías lo llaman "el Evangelista del Antiguo Testamento."

Isaías, hijo de Amós, nació en Jerusalén alrededor de 765 a.C. (Isaías significa: "El Señor nos salva"). Al servicio profético fue llamado a los 20 años por una especial visión Divina. Él vio a Dios Sabaoth sentado en el Trono y rodeado de ángeles (Is.cap.6). Su servicio profético transcurría durante los reinados de Azarías, Jotam, Acaz y Ezequías, reyes de Judá. Se sabe que tuvo esposa y dos hijos. Su actividad profética terminó en el octavo año de Manasés martirizado al ser serruchado con un serrucho de madera (Heb. 11:37). Además del libro de profecías describió los reinados de Uzías y Ezequías (aunque estos escritos no llegaron a nosotros). También puso en orden a los siete capítulos de las los "Proverbios de Salomón" (Prov. 25:1).

Durante los reinados de los reyes Azarías y Jotam, el pueblo judío profesaba la idolatría, que aumentó aun más en el reinado de Acaz. Este rey hasta hizo estatuas de metal de Baal y hacía pasar a sus hijos por el fuego (2 Cor. 28:1-4). Contra Acaz hicieron guerra los reyes Peka de Israel y Rezín de Siria. Acaz mando unos valiosos regalos al rey de Asiria Teglatfalasar y éste venció a Peka y a Rezín y le exigió un alto tributo de Acaz. El profeta Isaías animaba al pueblo durante el ataque de los enemigos y le predijo al rey la victoria en su profecía sobre el nacimiento del Mesías de la Virgen (Is. 7:14). Pero el profeta le reprochaba a Acaz su pedido de ayuda al rey de Asiria.

El hijo de Acaz, el rey Ezequías era piadoso. Pero la moral cayó tanto en los urbanos habitantes que el profeta los comparaba con los paganos impíos destruidos antes por Dios: "La apariencia de sus rostros testifica contra ellos; porque como Sodoma publican su pecado, no lo disimulan. ¡Ay del alma de ellos! porque amontonaron mal para sí" (Is. 3:9-11).

El profeta criticaba severamente sobre todo a los jueces y a la gente del gobierno, cuya obligación era defender a los inocentes y preocuparse por la justicia. "¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en sus ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos! ¡Ay de los que son valientes para beber vino, y hombres fuertes para mezclar bebida; los que justifican al impío mediante cohechos, y al justo quitan su derecho!. ¡Ay de los que dictan leyes injustas, y prescriben tiranía, para apartar del juicio a los pobres, y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo; por despojar a las viudas, y robar a los huérfanos!" (Is. 5:20-23; 10:1-2).

Por estas lamentables (crying) injusticias, el profeta decía que: "Y Jehová cortará de Israel cabeza y cola, rama y caña en un mismo día. El anciano y venerable de rostro es la cabeza; el profeta que enseña mentira, es la cola" (Is. 9:14-15).

Tampoco eran inocentes los servidores del templo y los parroquianos, a los cuales el profeta acusaba por el cumplimiento hipócrita y sin sentimientos profundos de las ceremonias: "Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se me acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado" (Is. 29:13).

La congoja del profeta se manifestó en la siguiente oración: "Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento. Nadie hay que invoque tu nombre, que se despierte para apoyarse en ti; por lo cual escondiste de nosotros tu rostro, y nos dejaste marchitar en poder de nuestras maldades. Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros. No te enojes sobremanera, Jehová, ni tengas perpetua memoria de la iniquidad; he aquí, mira ahora, pueblo tuyo somos todos nosotros" (Is. 64:6-9).

Pero el profeta cree en la fuerza del arrepentimiento y en que no hay pecado que sobrepase la misericordia de Dios: "Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; Aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; Si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho" (Is. 1:16-20).

En el 14° año de Ezequías, el rey de Asiria Senaquerib atacó a Jerusalén. Pero por las oraciones del rey y del profeta el ejército asirio de 185 mil hombres fue destruido por un Angel de Dios y la ciudad fue salvada (Is. cap. 36-37). Poco tiempo después, el rey Ezequías se enfermó de muerte, pero por las oraciones del profeta se curó milagrosamente (Is. cap. 38-39).

Los vecinos de los israelitas eran los sirios, asirios, babilonios, egipcios y edomitas (idumeos). Ellos amenazaban continuamente con invadir Judá, y los hebreos tenían que luchar contra ellos o pagarles tributo. Los reyes de Judá por sus continuos choques con los vecinos necesitaban un líder seguro y les fue enviado por Dios Isaías, quien les advertía a los reyes y al pueblo del peligro, les daba ánimo y predecía el destino del pueblo hebreo y de los países vecinos y la futura salvación por medio del Mesías. Un lugar especial ocupan las profecías acerca de Babilonia, que el profeta identifica con el reino del mal de los últimos tiempos y a su rey con el anticristo, el antimesías. Por esto muchos elementos de las profecías sobre Babilonia todavía esperan su cumplimiento (ver caps. 14; 21; 46-47 y comparar con Apocalipsis, cap.16-17). En los capítulos 24-25 Isaías habla sobre el Juicio Universal.

Las profecías de Isaías se destacan por su extraordinaria claridad y poesía. La predicción de los sufrimientos del Salvador (cap. 53) tiene tanto realismo que da la impresión que el profeta se halla ante la cruz. Las profecías más claras se refieren al nacimiento de Enmanuel de una Virgen (7:14), a los numerosos milagros que hará el Mesías (35:5-6), a Su dulzura y modestia (42:1-4) y a otras actividades de Él. Este tema esta contado más detalladamente en el folleto "El Antiguo Testamento sobre el Mesías." Es extraordinaria por su exactitud la profecía de Isaías sobre el rey Ciro, que se llegó a conocerlo doscientos años después (Is. 44:27-28; 45:1-3; Esdras 1:1-3).

El profeta Isaías decía que el pueblo elegido, como conjunto, será rechazado por Dios por su iniquidad, se salvará solamente "la simiente santa" (Is. 6:13). En el Reino del Mesías, el lugar de los judíos rechazados será ocupado por los paganos creyentes (Is. 11:1-10; 49:6; 54:1-5; 65;1-3).

Encontramos la extraordinariamente profunda descripción de Isaías acerca de la gloria y la grandeza de Dios: Su sabiduría, Su bondad y Su omnipotencia. Comparadas con las perfecciones del Creador, las divinidades de los paganos aparecen como ínfimas y despreciables: "Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié" (Is. 55:8-11).

A menudo el profeta atestigua sobre la misericordia Divina a los penitentes y humildes: "Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi reposo? Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra" (Is. 66:1-2). "Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán las alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán" (Is. 40:29-31).

"Por esto te dará gloria el pueblo fuerte, te temerá la ciudad de gentes robustas. Porque fuiste fortaleza al pobre, fortaleza al menesteroso en su aflicción, refugio contra el turbión, sombra contra el calor; porque el ímpetu de los violentos es como turbión contra el muro. Como el calor en lugar seco, así humillarás el orgullo de los extraños; y como calor debajo de nube harás marchitar el pimpollo de los robustos. Y Jehová de los ejércitos hará en este monte (el Reino de Dios) a todos los pueblos banquete de manjares suculentos, banquete de vinos refinados, de gruesos tuétanos, y de vinos purificados. Y destruirá en este monte la cubierta con que están cubiertos todos los pueblos, y el velo que envuelve a todas las naciones...Y se dirá en aquel día: He aquí, éste es nuestro Dio, le hemos esperado, y nos salvará; éste es Jehová a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación" (Is. 25:3-9).

Los últimos veintisiete capítulos del libro de Isaías (40-66) contienen muchas predicciones consoladoras que se refieren a los tiempos del Nuevo Testamento y a la renovación del mundo después del juicio universal. Así, la visión de la Nueva Jerusalén (la Iglesia), elevándose sobre el monte santo: "Nunca más se oirá en tu tierra violencia, destrucción ni quebrantamiento en tu territorio, sino que a tus muros llamarás Salvación, y a tus puertas Alabanza. El sol nunca más te servirá de luz para el día, ni el resplandor de la luna te alumbrará, sino que Jehová te será por luz perpetua, y el Dios tuyo por tu gloria. No se pondrá jamás tu sol, ni menguará tu luna; porque Jehová te será por luz perpetua, y los días de tu luto serán acabados. Y tu pueblo, todos ellos serán justos, para siempre heredarán la tierra; renuevos de mi plantío, obra de mis manos, para glorificarme" (Is. 60:18-21).

La lista de las temas de Isaías con indicación de los capítulos: Acusación de los pecados de Judá (1), Juicio Divino sobre el mundo y el advenimiento del Reino de Dios (2-3), sobre la salvación del resto del pueblo y sobre el Mesías (4), canto del Viñedo (5), la visión de Dios Sabaoth [=Dios de los Ejércitos] (6), conflicto con Siria y sobre el nacimiento de Enmanuel (7), sobre el milagroso Niño (8-9), discurso sobre Asiria (10), el Mesías y Su Reino (11), un canto de alabanza a Dios (12), profecías sobre los reinos paganos, Babilonia y anticristo (13-14), sobre Moab (15), sobre Samaría y Damasco (17), discurso sobre Etiopía y Egipto (18-20), predicción de la caída de Babilonia (21), profecía sobre el ataque a Judá (22), sobre Tiro (23), juicio universal y renovación del mundo (24-25), resurrección de los muertos (26), continuación del canto de Viñedo (27), sobre Samaría y Jerusalén (28-29), Egipto (30-31), sobre los tiempos del Nuevo Test. (32), profecía sobre Asiria (33), juicio sobre el pueblo y gracia Divina (34-35), parte histórica (36-39), predicción sobre el cautiverio babilónico y sobre Juan Bautista (40-48), profecía sobre el rey Ciro (41 y 45), el Siervo del Señor (42), consolación para los cautivos de Babilonia (43-44), la caída de Babilonia (46-47), sobre el Mesías (49-50), regeneración del Sión (51-52), el Mesías sufriente (53), llamamiento de los paganos al Reino del Mesías (54-55), tiempos del Nuevo Testamento (56-57), el verdadero ayuno (58-59), la gloria de la Nueva Jerusalén (60), el Mesías y el Nuevo Testamento (61-63), oración del profeta por su pueblo (64), llamado de los paganos a la fe (65), victoria de la Iglesia y juicio definitivo sobre los apóstatas (66).

Al pesar de su antigüedad, el libro del profeta Isaías suena como si hubiera sido escrito ayer. El libro es tan sustancioso, consolador y poético que cada cristiano debería tenerlo como libro de lectura habitual.

 

Libro del profeta Miqueas

El profeta Miqueas fue originario de la tribu de Judá y nació en Moreset, pequeño pueblo al sur de Jerusalén. Él fue un joven contemporáneo de Isaías, y profetizó durante cincuenta años sobre los destinos de Samaría y Jerusalén, en el reinado del rey Ezequías y en la primera mitad del reinado de Manasés. Sobre Miqueas se habla en el libro del profeta Jeremías (Jer. 26:18), cuando lo quisieron matar a Jeremías por sus predicciones sobre la destrucción de Jerusalén, algunos líderes lo defendieron diciendo que Miqueas predecía lo mismo en el tiempo del rey Ezequías sin ser perseguido por eso. Se observa que sólo una parte de los discursos de Miqueas se conservó mientras que el resto fue destruido posiblemente durante las persecuciones de profetas por Manasés.

El pensamiento principal del profeta Miqueas es que el Señor, fiel a Su compromiso con el pueblo elegido, lo purifica mediante los desastres y el arrepentimiento, y lo hará entrar (y a través de él también a los paganos) en el Reino de Mesías. El libro contiene las profecías sobre la destrucción de Samaría y el aniquilamiento de Jerusalén, la promesa de la salvación de Israel a través del Líder de Belén y la indicación del camino hacia la salvación. Miqueas defiende a los pobres y desdichados de su pueblo y acusa de crueldad y orgullo a los ricos. "Faltó el misericordioso de la tierra, y ninguno hay recto entre los hombres; todos acechan por sangre; cada cual arma red a su hermano. Para completar la maldad con sus manos, el príncipe demanda, y el juez juzga por recompensa; y el grande habla el antojo de su alma, y lo confirman. El mejor de ellos es como el espino; el más recto, como zarzal; el día de tu castigo viene, el que anunciaron tus atalayas; ahora será su confusión" (Miq. 7:2-4).

Esto es lo que el Señor espera del hombre: "Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios" (Miq. 6:8). El profeta termina su libro, dirigiéndose a Dios: "¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados" (Miq. 7:18-19).

El contenido del libro de Miqueas: la destrucción de Jerusalén y Samaría (1-2), pecado de los habitantes de Judá (3), el Reino del Mesías (4), el nacimiento de Cristo en Belén (5), el juicio sobre los pueblos (6) y la misericordia hacia los fieles (7).

 

Profetas del segundo período

Los acontecimientos principales del segundo período profético, que comenzó después del rey Manasés (siglo VI-IV a.C.) fueron: la reforma religiosa del rey Josías (640-609 a.C.), aumento del poder de Babilonia, la destrucción de Jerusalén (586 a.C.) y el envío de prisioneros judíos a Babilonia, el arrepentimiento de los judíos y su vuelta a la patria (536 a.C.) y la reconstrucción del Templo de Jerusalén (475 a.C.). Después de estos profetas y hasta el mismo tiempo del nacimiento de Cristo se hace más tensa la espera de la llegada del Mesías - Salvador.

 

El profeta Sofonías

El prolongado reinado del impío rey Manasés (698-643 a.C.) provocó que casi todos los profetas de Judá fueron aniquilados o vivieran en la clandestinidad. Es posible que Sofonías haya sido el primer profeta que levantó su voz después de medio siglo de silencio de los enviados Divinos. Sofonías predicó durante el reinado del piadoso Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), unos 20 años antes de la destrucción de Jerusalén. Los antepasados de Sofonías eran de noble origen. Se supone que el rey comenzó su reforma religiosa inducido por el profeta. Pero la reforma pudo hacer poco pues era difícil reconstruir las bases religiosas severamente dañadas por Manasés. Sofonías, con dolor, observaba la creciente pérdida de espiritualidad de la gente y su adicción a las creencias paganas.

A pesar de esto, el profeta acusa severamente a los dirigentes de la vida del pueblo (príncipes, jueces y sacerdotes) de no darle un buen ejemplo: "¡Ay de la ciudad rebelde y contaminada y opresora! No escuchó la voz, ni recibió la corrección; no confió en Jehová, no se acercó a su Dios. Sus príncipes en medio de ella son leones rugientes; sus jueces, lobos nocturnos que no dejan hueso para la mañana. Sus profetas son livianos, hombres prevaricadores; sus sacerdotes contaminaron el santuario, falsearon la ley. Jehová en medio de ella es justo, no hará iniquidad; de mañana sacará a luz su juicio, nunca faltará; pero el perverso no conoce vergüenza" (Sof. 3:1-5).

Sin duda, el fin de estas severas censuras era el de prevenir los desastres que amenazaban a los judíos. Predice Sofonías el castigo de Dios a los pueblos vecinos: a los moabitas y amonitas al este, asirios al norte y a los etíopes al sur. El objetivo de estos castigos no era destruir a estos pueblos, sino hacerles entrar en razón y llevarlos a la fe verdadera. Termina Sofonías su libro con la descripción de los tiempos del Mesías y la regeneración espiritual del mundo: "En aquel tiempo devolveré Yo a los pueblos pureza de labios, para que todos invoquen el nombre de Jehová, para que le sirvan de común consentimiento" (Sof. 3:9).

El contenido del libro de Sofonías es el siguiente: Juicio Divino sobre Jerusalén (1-2:3), Juicio sobre los pueblos vecinos (2:4-15), otra vez sobre el juicio de Jerusalén (3:1-8), el Mesías y la salvación del mundo (3:9-20).

 

El libro del profeta Nahum

Al profeta Nahum lo llamaban Elcosiano (en hebreo "elgoshi") lo que probablemente indica el nombre de su padre. La familia de Nahum era originaria de una aldea, que más tarde fue nominada en su honor. En el Evangelio se la menciona como Capernaum (aldea de Nahum) y se encontraba en la orilla norte del lago de Galilea. Después de la destrucción del reino israelita por asirios (722 a.C.) los ancestros de Nahum se mudaron a Judá. Allí Nahum realizó su servicio profético al comienzo del siglo VII a.C.

En el tercer capítulo de su libro, Nahum habla principalmente del castigo de Nínive, la capital de Asiria. En el pasado Nínive sirvió en las manos de Dios como medio de castigo y para hacer entrar en razón al pueblo hebreo. Por eso Isaías llamaba a Asiria "Oh Asiria, vara y báculo de mi furor, en su mano ha puesto mi ira" (Is. 10:5-15). Nahum describe en imágenes muy reales el castigo de hebreos por los asirios: "Jehová es tardo para la ira y grande en poder, y no tendrá por inocente al culpable. Jehová marcha entre la tempestad y el torbellino, y las nubes son el polvo de sus pies. Él amenaza al mar, y lo hace secar, y agosta todos los ríos; Basán fue destruido, y el Carmelo, y la flor del Líbano fue destruida. Los montes tiemblan delante de él, y los collados se derriten; la tierra se conmueve a su presencia, y el mundo, y todos los que en él habitan. ¿Quién permanecerá delante de su ira? ¿Y quién quedará en pié en el ardor de su enojo? Su ira se derrama como fuego, y por él se hienden las peñas. Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en él confían" (Nah. 1:3-7).

Unos doscientos años antes, en tiempos del profeta Jonás, Nínive -la capital de Asiria, fue perdonada por Dios por la penitencia de sus habitantes. Después de esto, Asiria empezó a crecer y a potenciarse rápidamente. Embriagados por sus victorias, los asirios se tornaron muy arrogantes y crueles con los pueblos vecinos. En su libro, Nahum describe muy exactamente la situación moral de la Nínive contemporánea a él, como una ciudad de sangre y traición. En el futuro castigo, el profeta ve una justa retribución a esta ciudad por toda la inocente sangre derramada. Efectivamente, la hasta entonces invencible Nínive fue pronto sometida por Nabopolasar de Babilonia en el 612 a.C. Su destrucción y siguiente aniquilamiento están bien descriptos por Heródoto, Dióscoro de Sicilia, Xenofonto y otros escritores griegos.

Además, como lo predijo Nahum, Nínive después de su destrucción desapareció totalmente de la faz de la tierra. El profeta sorprendido pregunta: "¿Qué es de la guarida de los leones, y de la majada de los cachorros de los leones, donde se recogía el león y la leona, y los cachorros del león, y no había quien los espantase? El león arrebataba en abundancia para sus cachorros, y ahogaba para sus leonas, y llenaba de presa sus cavernas, y de robo sus guaridas" (Nah. 2:11-12). Efectivamente, durante dos mil años se olvidó hasta del lugar donde estuvo Nínive y recién en el siglo XIX se encontró dicho sitio gracias a las excavaciones de Rawlinson y otros. Estos descubrimientos arqueológicos subrayan la verdad y la sorprendente exactitud de las profecías de Nahum.

 

Libro del profeta Habacuc

Habacuc era levita (los descendientes de Leví eran sacerdotes y servidores del Templo en Jerusalén). Vivió poco antes de la destrucción de Jerusalén y era contemporáneo del profeta Jeremías. Su libro se destaca por un lenguaje puro, elevado y poético. Los conocedores de las Sagradas Escrituras alaban su libro por la sencillez, brevedad y por la profundidad de las imágenes.

El profeta Habacuc enseñaba que el impío e injusto irá a la perdición, mientras que el piadoso será salvado por su fe. Este pensamiento se vislumbra al comienzo en forma de conversación ente Dios y el profeta sobre la perdición de los impíos y luego sigue como un himno - cántico que describe el juicio Divino, cuyo resultado será la perdición de los impíos y la salvación de los justos. "Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; Con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, El cual hace mis pies como de ciervas, yen mis alturas me hace andar" (Hab. 3:17-19).

Habacuc predijo sobre la salvación por la fe en el Reino del Mesías: "He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá" (Hab. 2:4; ver: Gal. 3:11 y Heb. 10:38).

Los capítulo 2 y 3 sirven de modelo para los irmos del cuarto cántico de los cánones del servicio matutino. En algunos irmos se repiten textualmente expresiones de estos capítulos, como p. Ej. : "Estaré en mi guardia..." (canon Pascual); o "Señor, escuché la noticia sobre Ti, y me asusté... Su grandeza cubrió el cielo..." y otros. Estas frases los santos Padres la relacionan con el Mesías.

El profeta Habacuc veía aquel lejano futuro cuando: "Porque la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar" (Hab. 2:14). El contenido de su libro es el siguiente: el profeta se sorprende como prosperan los injustos (1:1-4), respuesta del Señor (1:5-11), otra vez sorpresa del profeta (1:12-17) y contestación del Señor (2:1-5), la predicción de las penurias de los caldeos por su rapiñas (2:6-20) e himno a Dios (cap. 3).

 

Libro del profeta Jeremías

El profeta Jeremías (en hebreo "el elevado por Dios") provenía de una familia sacerdotal y nació en Anatot, a 4 km. al NE de Jerusalén. Al servicio profético fue llamado en el reinado de Josías y predicaba con los reyes Josías, Joacaz, Joaquín, Jeconías y Sedequías. El Señor le reveló a Jeremías que decidió hacerlo profeta antes de su nacimiento: "Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones" (Jer. 1:5). Poniendo a Jeremías al servicio profético, el Señor extendió Su mano y tocó su boca, diciendo: "Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca. Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar" (Jer. 1:9-10).

Desde este momento y por unos cuarenta años sin interrupción, Jeremías predice enseñándole a la gente fe y piedad. Jeremías habla en nombre de Dios: "Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová" (Jer. 9:23-24).

En el reinado del piadoso rey Josías, Jeremías enseñaba sin trabas. La religiosidad del pueblo se expresaba principalmente en el cumplimiento formal de las ceremonias pero espiritualmente se alejaba cada vez más de Dios: "Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua" (Jer. 2:13).

Con el tiempo la prédica verdadera de Jeremías empezó a despertar en los oyentes cada vez mayor desagrado. A partir del reinado de Joaquín, el profeta fue sometido a continuas persecuciones, inclusive por miembros de su propia familia. Finalmente Joaquín condenó a muerte a Jeremías quien tuvo que esconderse. Pero Jeremías le dictaba sus acusaciones a su discípulo Baruc quien las proclamaba al rey y al pueblo. Joaquín llegó a quemar uno de esos discursos para ocultárselo al pueblo. Jeremías, sabiendo que es inútil luchar contra los babilonios, y trataba de convencer al heredero del rey Joaquín y último rey de Judá, Sedequías, a someterse a Nabucodonosor. Como castigo, como supuesto enemigo de la patria, a Jeremías lo encarcelaron y lo tiraron más tarde a un hoyo con estiércol.

En general, los años precedentes a la caída del reino de Judá fueron tiempos de una completa desesperación espiritual y cegamiento del pueblo hebreo. Por ello, el servicio profético de Jeremías resulto ser uno de los más difíciles y amargos. Con el tiempo, el sufrimiento y la congoja deprimieron hasta tal punto a Jeremías que perdió las ganas de seguir viviendo: "¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste hombre de contienda y hombre de discordia para toda la tierra! Nunca he dado ni tomado en préstamo, y todos me maldicen. ¡Sea así, oh Jehová, si no te he rogado por su bien, si no he suplicado ante ti a favor del enemigo en tiempo de aflicción y en época de angustia!, Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí" (Jer. 15:10-11, 20:7).

Al final, Jeremías decidió dejar de predicar. Pero luego no pudo esconder su don profético: "Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito: Violencia y destrucción; porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escario cada día. Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude" (20:8-9).

En comparación con otros libros proféticos, el de Jeremías abunda en notas autobiográficas, hecho que lo hace muy valioso para entender el don profético y la interrelación entre Dios y Sus elegidos.

Ante la proximidad de la catástrofe, las acusaciones de Jeremías caían con gran fuerza sobre las cabezas de los principales responsables del embrutecimiento espiritual del pueblo sencillo: los ricos y los hombres cercanos al poder: "¡Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, y no dándole el salario de su trabajo! Que dice: Edificaré para mí casa espaciosa, y salas airosas; y le abre ventanas, y la cubre de cedro, y la pinta de bermellón. ¿Reinarás, porque te rodeas de cedro? ¿No comió y bebió tu padre, e hizo juicio y justicia, y entonces le fue bien? Él juzgó la causa del afligido y del menesteroso, y entonces estuvo bien. ¿No es esto conocerme a mí? dice Jehová" (Jer. 22:13-16).

Pero la crueldad espiritual de los dirigentes de la sociedad ya era incurable: "El pecado de Judá escrito está con cincel de hierro y con punta de diamante; esculpido está en la tabla de su corazón, y en los cuernos de sus altares" (17:1). Hay que decir que la debilidad espiritual en el tiempo de Jeremías, al igual que la de los judíos de los años setenta de nuestra era, (cuando Jerusalén fue destruida por segunda vez), caracteriza en muchos aspectos la decadencia moral de la gente de los últimos tiempos previos a la segunda venida de Cristo. Por eso la primera y la segunda destrucción de Jerusalén, según los profetas, sirven de modelo del fin del mundo y se unen en una sola imagen profética (Mt. cap. 24).

En el libro de Jeremías encontramos frecuentes menciones de sus choques con los falsos profetas, quienes, en oposición a Jeremías, tranquilizaban a la gente diciendo que nada malo iba a ocurrir y que todo seguiría bien. Con esto ellos adormecían la conciencia popular y de hecho aceleraban el proceso de decaimiento espiritual. Es útil aquí hacer recordar las palabras del Salvador, que la aparición de una gran cantidad de falsos profetas será un signo de la cercanía del fin del mundo: "Porque vendrán muchos en Mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán...Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos" (Mt. 24:5,11). De esta manera, las acusaciones del profeta Jeremías gozan de actualidad para nuestros días.

Finalmente en el reinado de Sedequías, en el 587 a.C., pasó lo que predecían Jeremías y otros profetas. Los ejércitos de Nabucodonosor rodearon a Jerusalén, la tomaron y destruyeron al templo y a la ciudad. Los habitantes que sobrevivieron fueron llevados como prisioneros al cautiverio, que según Jeremías debía durar setenta años (Jer. 25:11). Durante la toma de Jerusalén, Jeremías también fue atado y llevado junto con los demás prisioneros, pero en el camino fue liberado por orden de Nabucodonosor. Poco tiempo después, los refugiados de Jerusalén encontraron al profeta y lo llevaron a Egipto donde continuó su servicio profético por unos años más.

En el segundo libro de Macabeos (cap.2: 4-5) se cita que Jeremías durante la destrucción del Templo escondió en una cueva del monte Nebo el Arca de Alianza con las tablas de piedra de los Diez Mandamientos y el altar de incensario. Los esfuerzos siguientes por encontrar estos objetos no tuvieron éxito. Se conserva la creencia de que Jeremías fue apedreado en Daphne por su profecía sobre la ocupación de Egipto por Nabucodonosor. Alejandro Magno (336-323 a.C.) sepultó con honores los restos del profeta Jeremías en un rico sepulcro en Alejandría.

La idea principal del libro de Jeremías es hacer ver que Dios a través de los babilonios juzga a los hebreos y a los paganos con el fin de purificarlos de la idolatría y de la impiedad pagana. Después de su cautiverio, los hebreos volvieran a su tierra y el Señor, en la persona del Mesías, Rey y Pastor, reinstalará el trono del rey David (en un sentido espiritual) y hará una Nueva Alianza (Nuevo Testamento). Jeremías tenía una personalidad lírica, lo que se siente en sus discursos y que hace de su libro un destacado monumento de poesía antigua.

En resumen: el libro habla de su llamado al servicio profético (1), profecías en el tiempo de los reyes Josías (2-6) y Joaquín (7-20), acusación a reyes y falsos profetas (21-25:14), predicciones sobre los pueblos vecinos (25:15 -38; 46-51), sobre la destrucción y la restauración de Jerusalén (25-33), Jeremías y los últimos días de Jerusalén (34-45), agregado histórico (52).

La "Lamentación de Jeremías" se escribió poco después de la destrucción de Jerusalén . Lo constituyen cinco capítulos en los cuales se describe con gran claridad los aspectos lastimosos del templo destruido y de la ciudad, y las desdichas de los judíos. El original de este libro está escrito en versos con acrósticos, es decir con las primeras letras de cada línea dispuestas en el orden alfabético del idioma hebreo, de modo similar al que están escritos los salmos 37(36) y 119(118). De parte de la ciudad Jerusalén, Jeremías se dirige a todos los que pasan y les desea que eviten semejante destino, explica por qué acontecieron los hechos y pide compasión. Termina el libro con una oración: "Vuélvenos, oh Jehová, a ti, y nos volveremos; Renueva nuestros días como al principio" (Lam. 5:21).

El siguiente libro, vinculado con los libros del profeta Jeremías, es el libro del profeta Baruc, el hijo de Nerías. La mención de sus ancestros hasta la quinta generación habla de su alta alcurnia. Efectivamente, su hermano Serayas, en el reinado de Sedequías, dirigía el fisco y participó en la embajada enviada a Nabucodonosor (Jer. 51:59). El profeta Baruc era el discípulo y ayudante de Jeremías. Junto con su maestro, sufrió las persecuciones de los contemporáneos (Jer. 36:19-26; 43:3; 45:2-3). Después de la destrucción de Jerusalén, Baruc fue a Egipto con Jeremías donde se quedó hasta la muerte de su maestro. Luego Baruc se mudó a Babilonia donde, según se cree, murió en el duodécimo año después de la destrucción de Jerusalén.

La razón de escribir el libro de Baruc, era el deseo de los judíos de Babilonia de consolar a sus hermanos que quedaron en la destruida Judá y enviarles las donaciones junto con la correspondencia. El mensaje de los cautivos lo escribió el mismo Baruc. Primeramente se lo leyó al rey prisionero Jeconías y a los judíos de Babilonia y luego lo mandó a Judá al Sumo Sacerdote Joaquín.

En su mensaje Baruc explica a los judíos, que los desastres que les pasaron no significan que ellos están definitivamente rechazados, sino que, están temporalmente castigados por sus pecados. Por ello el pueblo no debe lamentarse tanto por su cautiverio cuanto por sus pecados. A su tiempo, el Señor los liberará del cautiverio, y llegaran tiempos gloriosos para Jerusalén cuando se encarnará la Personalidad de la Sabiduría Divina (el Hijo de Dios, la segunda Persona de la Santísima Trinidad es llamada en el libro de proverbios "Sabiduría Divina"). (Prov. 8:22-30; Bar. 3:36-4:4). El libro del profeta Baruc muestra efectos beneficiosos que las penurias tuvieron para los judíos: muchos de ellos comprendieron sus faltas, se arrepintieron y se tornaron más humildes y obedientes a Dios.

 

Libro del profeta Abdías

El libro del profeta Abdías constituye la obra literaria más corta del Antiguo Testamento ya que consta sólo de veintiún versículos. Su contenido es la visión sobre Edom, país al SE de Judá, cuyos habitantes tenían parentesco sanguíneo con los judíos. Sobre el profeta Abdías no se encuentran datos ni en su libro ni en otras obras bíblicas. Su libro está escrito poco tiempo después de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor. Cuando los edomitas, en lugar de ayudar y compadecerse de sus hermanos de sangre, se alegraban de los desastres sucedidos y aprobaban el saqueo de la ciudad. La amargura de los judíos por este comportamiento de Edom se expresa en el salmo 137(136): "Oh Jehová, recuerda contra los hijos de Edom el día de Jerusalén; Cuando decían: Arrasadla, arrasadla hasta los cimientos" (137:7). Abdías con su mirada profética ve el castigo de Edom por su crueldad. Predice asimismo la vuelta de los judíos de su cautiverio.

 

Libro del profeta Ezequiel

El profeta Ezequiel era hijo del sacerdote Buzi y nació en Judá. Junto con el rey Jeconías y 10.000 judíos fue llevado como prisionero a Babilonia en el 597 a.C. y ubicado en la Mesopotamia sobre el río Quebar, un afluente del río Tigris.

Al servicio profético Ezequiel fue llamado cuando tenia treinta años con una "visión de la gloria de Dios." Esto aconteció en el quinto año del cautiverio de Jeconías y desde aquel tiempo empezó a llevar adelante su servicio entre los habitantes de la Tel-Aviv mesopotámica durante veintidós años (592-570 a.C.). La descripción de su visión de cuatro seres vivientes con caras humanas, un león, un buey, un águila y un hombre, sirvió más adelante como símbolo de los cuatro Evangelistas (Ez. 1:10). Ezequiel predicaba no sólo a los prisioneros judíos, sino también a la "rebelde casa de Israel," es decir a los colonos de Israel que fueron transferidos aquí después de la destrucción de su reino por los asirios en el 722 a.C. Estos israelitas se embrutecieron moralmente por no tener en el exilio a líderes espirituales.

Llamando a Ezequiel al servicio profético el Señor le dijo: "Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, a gentes rebeldes que se rebelaron contra mí; ellos y sus padres se han rebelado contra mí hasta este mismo día. Yo, pues, te envío a hijos de duro rostro y de empedernido corazón; y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor. Acaso ellos escuchen; pero si no escucharen, porque son una casa rebelde, siempre conocerán que hubo profeta entre ellos. Y tú, hijo del hombre, no temas, ni tengas miedo de sus palabras, aunque te hallas entre zarzas y espinos, y moras con escorpiones; no tengas miedo de sus palabras, ni temas delante de ellos, porque son casa rebelde. Les hablarás, pues, mis palabras, escuchen o dejen de escuchar; porque son muy rebeldes" "He aquí yo he hecho tu rostro fuerte contra los rostros de ellos, y tu frente fuerte contra sus frentes. Como diamante, más fuerte que pedernal he hecho tu frente; no los temas, ni tengas miedo delante de ellos, porque es casa rebelde" (Ez. 2:3-7; 3:8-9).

Más adelante el Señor le reveló a Ezequiel en qué consistía su misión y responsabilidad como profeta: "Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares, ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si tú amonestares al impío, y él no se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma. Si el justo se apartare de su justicia e hiciere maldad, y pusiere yo tropiezo delante de él, él morirá, porque tú no le amonestaste; en su pecado morirá, y sus justicias que había hecho no vendrán en memoria; pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si al justo amonestares para que no peque, y no pecare, de cierto vivirá, porque fue amonestado; y tú habrás librado tu alma" (Ez. 3:17-21).

Obedeciendo a Dios, el profeta Ezequiel acusaba con toda severidad a los israelíes por su afición a las costumbres paganas y por su insinceridad y desobediencia. Sin embargo, para que no se desesperaran, Ezequiel predecía la finalización del cautiverio y la reconstrucción del templo y de Jerusalén.

A pesar de vivir lejos de Judá, Ezequiel se trasladaba a Jerusalén con su espíritu profético (Ez. 8:1-3) y veía desde la Mesopotamia todos los detalles del sitio de Jerusalén (Ez. 4:1-17), al rey Sedequías hecho prisionero y la destrucción de la ciudad y del templo. El profeta les trasmitía sus visiones a los israelíes que se interesaban por el destino de su país. El profeta tenía esposa, que murió en el cuarto año de su servicio profético, como símbolo de las desdichas de los judíos y tal como le fue revelado a Ezequiel un día antes. (Ez. 24:15-24).

Según la Tradición Ezequiel era "juez" de los prisioneros, es decir, su líder espiritual. Una vez salvó a un grupo de prisioneros de los bandidos y otra vez, en tiempo de malas cosechas, con su oración aumentó la cantidad de alimentos. Por acusar a los líderes israelíes de idolatría Ezequiel murió martirizado.

El lenguaje y el contenido del libro del profeta Ezequiel se distingue por la abundancia de visiones simbólicas, de acciones, parábolas y alegorías. En este sentido, su libro puede ser comparado con el Apocalipsis de San Juan el Teólogo. La visión de la gloria del Señor descrita en los tres primeros capítulos es tan extraordinaria que es hasta difícil de imaginar. En general, las imágenes y el simbolismo del discurso del profeta, hacen su libro difícil de entender, hecho del que se quejaban incluso conocedores de la Biblia y del idioma hebreo tales como el piadoso Jerónimo. En este libro se encuentran hasta unos nombres especiales de Dios: Adonaí - Sabaoth o sea "Señor de los ejércitos celestiales," "Saddai" es Todopoderoso, el pueblo es Israel que significa "el que lucha con Dios." A menudo el profeta se llama a sí mismo "hijo del hombre" dando a entender su situación humilde y disminuida al ser el profeta de un pueblo cautivo.

Es muy significativa la visión de Ezequiel, donde un Ángel de Dios hacía un signo especial sobre la frente de los habitantes de Jerusalén, de los "apenados y los que suspiran por todo lo inmundo, que se hacía en esta ciudad" Las personas marcadas por el Ángel se salvaron del triste destino de los demás, que perecieron a manos del enemigo durante la toma de la ciudad. Según la visión el castigo de los impíos debía comenzar por los servidores del templo (Ez. 9:1-7). Esta visión es muy parecida a la que tubo San Juan el Teólogo (Apoc. 7:1-4) y señala que la gracia de Dios marca como un sello y protege a los hombres que aman a Dios del destino de los impíos.

Según la predicción de Ezequiel, los creyentes en el futuro Reino de Mesías cumplirán la ley de Dios no sólo exteriormente como lo hacían los mejores de los antiguos judíos, sino que, serán completamente diferentes por su contenido espiritual: "Y les daré un corazón, y espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne; Para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios" "Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne [= corazón blando, bondadoso]. Y pondré dentro de vosotros mi espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra" (Ez. 11:19-20; 36:26-27).

Resumiendo, el contenido del libro de Ezequiel es el siguiente: Visión de la gloria Divina y el llamado de Ezequiel al servicio profético (1-3), trece discursos acusatorios contra judíos y acciones simbólicas, que representan la caída de Jerusalén (4-24), discurso en contra de los paganos: los vecinos de Judá (25), habitantes de Tiro (26-28). Los versículos 13-19 del cap. 28 se refieren al diablo, cuya personificación era el rey de Tiro (ver en Isaías un semejante discurso sobre el anticristo 14:5-20). Profecía sobre los egipcios (29-32); las nuevas obligaciones del profeta después de la caída de Jerusalén: consolar y fortalecer (33); el Señor - Pastor del Israel regenerado (34); el castigo de Edom (35); la regeneración de Israel (36); la visión de los huesos secos - profecía de la resurrección de los muertos (37); profecías apocalípticas sobre los enemigos de la Iglesia y la aniquilación de los ejércitos de Gog (38-39), (comparar con Apoc. 20:7 sobre los ejércitos de Gog y Magog); sobre el eterno Reino Divino y el nuevo Templo (40-48, ver Apoc. cap. 21). Los últimos catorce capítulos se refieren a los últimos tiempos y tienen rasgos comunes con las misteriosas visiones del profeta Daniel y el Apocalipsis, que todavía no se cumplieron. Hay que ser cautelosos para interpretarlas, pues hay que tener en cuenta que contienen muchas imágenes simbólicas.

 

Libro del profeta Daniel

El profeta Daniel era aristócrata y posiblemente de familia real. En el cuarto año del reinado de Joaquín, durante la primera conquista de Jerusalén por Nabucodonosor (605 a.C.) el muy joven Daniel cayó prisionero en Babilonia. Con otros adolescente de alto origen fue enviado a una escuela de preparación para el servicio en la corte del rey cuando tenía entre catorce y diecisiete años.

En la escuela estudiaban con él tres amigos: Ananías, Azarías y Misael. Durante varios años debieron aprender la lengua local y diversas ciencias caldeas. A estos alumnos judíos les cambiaron sus nombres por los de: Daniel, Beltsasar; Ananás, Sadrac; Misael, Mesac y a Azarías, Abed-nego. Pero, a pesar de los nombres paganos, los jóvenes no cambiaron la fe de sus padres. Temiendo profanarse con la comida pagana le pidieron a su educador no recibir alimentos de la mesa del rey (que era salpicada por la sangre de los sacrificios) y poder consumir sólo una comida sencilla compuesta de vegetales. El educador accedió temporalmente y durante diez días los jóvenes comieron sólo alimentos de origen vegetal. Al final de la prueba se vio que ellos resultaron estar más sanos que sus compañeros que comían de la mesa del rey. Desde entonces se les permitió continuar su régimen vegetal. El Señor recompensó a los piadosos jóvenes con progresos en las ciencias, y el rey durante los exámenes descubrió que ellos eran más sabios que los magos babilonios.

Después de terminar sus estudios, Daniel y sus tres amigos fueron designados para servir en la corte del rey. Daniel quedó como cortesano durante los reinados de Nabucodonosor y el de cinco de sus herederos. Después de la derrota de Babilonia quedó como consejero del rey Darío de Media y del rey persa Ciro (Dn. 6:28)

Dios le otorgó a Daniel la capacidad de interpretar visiones y sueños. Daniel la dio a conocer al explicar dos sueños de Nabucodonosor (caps. 2 y 4). En el primer sueño el rey vio un enorme y temible ídolo que fue destruido por una piedra que cayó de una montaña. Daniel explicó que el ídolo simbolizaba a cuatro reinos paganos que sucederán, entre los cuales el primero era el babilonio y el último el romano. La piedra que romperá al ídolo simboliza al Mesías y la montaña a Su Reino Eterno. Daniel termina así su explicación del sueño: "Tú, oh rey, veías, y he aquí una gran imagen....de la manera que viste que del monte fue cortada una piedra, no con mano (nacimiento del Salvador sin la participación de un padre terrenal), e hirió a la imagen ... y todo fue desmenuzado...y fueron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra... Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamas destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre..." (Dn. 2:31-45).

Este sueño resultó ser una visión profética acerca de la Iglesia. Efectivamente, la fe cristiana que apareció en el imperio romano se dispersó por todo el mundo y continuará existiendo hasta el fin del mundo, mientras los grandes reinos paganos desaparecieron sin dejar rastros.

En el tercer capitulo de su libro, Daniel cuenta la hazaña de sus tres amigos, quienes se negaron a adorar el ídolo de oro (Marduk) por lo que fueron arrojados a un horno prendido. Pero un Ángel de Dios los conservó intactos en el fuego. La oración de agradecimiento de los tres jóvenes sirve de modelo para los irmos de los cánticos octavo y noveno del canon del servicio matutino.

Sobre la actividad de Daniel durante los siete años del reinado de los tres herederos de Nabucodonosor (Evil-Merodac, Neriglisor y Lavosoadac) no se conoce nada. El asesino de Lavosoardac, Nabonid cogobernó con su hijo Belsasar. En el primer año de Belsasar, Daniel tuvo una visión sobre los cuatro reinos, que se trasformó en la visión del cielo y de Dios en la imagen del "Anciano" y del "Hijo del Hombre" (o sea el Hijo de Dios que tenía que encarnarse (Dn. cap.7). Como sabemos de los Evangelios el Salvador se llamaba a sí mismo a menudo "Hijo del Hombre," haciéndole recordar a los judíos la profecía de Daniel. Durante el juicio del Sinedrión, cuando el sumo sacerdote Le preguntó a Jesucristo si Él era el prometido Mesías, el Señor indicó directamente la visión de Daniel y le recordó sobre la gloria celestial del Hijo del Hombre (Dn. cap. 7; Mt. 26:64). La parte más importante de la visión de Daniel se refiere a los tiempos precedentes al fin del mundo y al Juicio final. Pero algunos rasgos de esta profecía predicen las persecuciones de Antíoco Epífanes en el III siglo a.C. y las persecuciones a la Iglesia en los tiempos del anticristo.

La visión siguiente, anotada en el tercer año de Belsasar sobre dos monarquías bajo el aspecto de un macho cabrío y de un carnero también se refiere al fin del mundo. Estas visiones tienen caracteres comunes con visiones del Apocalipsis de San Juan el Teólogo (Dn. cap. 7-8; Ap., cap. 11-12 y 17).


Babilonia fue tomada por el rey Darío de Media, en el decimoséptimo año del reinado de Belsasar (539 a.C.). Belsasar fue asesinado durante la conquista de la ciudad, tal como le fue profetizado por una mano misteriosa que escribió sobre una pared: MENE, MENE, TEKEL, UPARSIN (tú eres insignificante y tu reino será dividido por Medos y Persas (Dn 5:25-31). Daniel le interpretó esta inscripción a Belsasar. Anteriormente, la caída de Babilonia fue predicha por los profetas Isaías y Jeremías (Is. caps. 13-14 y 21; Jer. cap. 50-51). En el libro del Apocalipsis Babilonia representa al reino del mal mundial (Apoc. 16-19).

En el reinado Darío de Media, Daniel era uno de los tres principales dignatarios del reino. Los cortesanos paganos calumniaron a Daniel ante el rey por envidia y con astucia lograron que Daniel fuera tirado a un pozo con leones. Pero Dios conservó su profeta intacto (Dn. cap. 6). Más tarde Daniel recibió una revelación sobre las "setenta séptimas" (70 por 7 = 490 años) en la que se señala la época de la llegada del Mesías. (Dn. cap. 9, ver la explicación de esta visión en el folleto "El Antiguo Testamento sobre el Mesías").

Daniel fue prosperando durante el reinado de Darío, y durante el reinado de Ciro, Persa. No sin su influencia Ciro dictó el decreto (536 a.C.) sobre la liberación de los hebreos del cautiverio. Según la tradición el profeta Daniel le mostró a Ciro la profecía de Isaías sobre él (Is. 44:28-45: 13). Sorprendido por esta profecía a cerca de sí mismo, el rey reconoció el poder de Jehová y le ordenó a los hebreos construir el templo de Jerusalén en Su honor (1 Esdras cap. 1). En este reinado, Daniel por segunda vez fue milagrosamente salvado de los leones tras haber matado al dragón venerado por los paganos (Dn. cap. 14). En el tercer año del reinado de Ciro en Babilonia, Daniel tuvo una revelación sobre el futuro destino del pueblo de Dios con relación a la historia de los países paganos (Dn. caps. 10-12). Las predicciones sobre las persecuciones a la fe hacen referencia tanto a las de Antíoco Epífanes como a las del anticristo.

Citamos aquí dos textos de las profecías apocalípticas de Daniel: "En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, y todos los que se hallen escritos en el libro. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad" (Dn. 12:1-3; comparar con Mt. 13:43. Miguel: el arcángel Miguel, el Libro de la vida: el conocimiento por Dios de las obras de bien del hombre, ver Apoc. 13:8; 20:12).

"Anda, Daniel, pues estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin. Muchos serán limpios, y emblanquecidos y purificados; los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos entenderá, pero los entendidos comprenderán" (Dn. 12:9-10).

Los tres años y medio en los que crecerán las persecuciones contra los creyentes son interpretadas por algunos como la duración del reinado del anticristo. Además, Jesucristo predicó durante tres y medio años. De todas maneras la duración de los tiempos del Apocalipsis podría tener un significado simbólico.

Sobre el siguiente destino de Daniel poco se sabe. Murió muy anciano con una edad cercana a los novena años probablemente en Suzac (Ekbatana). Su libro comprende catorce capítulos y los primeros seis constituyen una reseña histórica. En ellos se relata como la gloria de Dios se difundía durante el cautiverio tanto entre los judíos como entre los paganos. Los capítulos del siete al doce son proféticos y contienen las visiones sobre el futuro destino de los pueblos paganos entre los que vivían los judíos y sobre el destino del Reino de Dios, es decir, la Iglesia. Algunos críticos contemporáneos ponen en duda la autenticidad del libro de Daniel. Pero para nosotros, los creyentes, es suficiente testimonio de su autenticidad el hecho de que Nuestro Señor Jesucristo citó en dos ocasiones profecías contenidas en el libro de Daniel. Es sorprendente la exactitud con la que Daniel profetizó la cronología de la llegada del Mesías y del comienzo del Nuevo Testamento. Esta profecía sobre las "séptimas" es desagradable para aquellos hebreos que no reconocen a Cristo y que todavía esperan al nuevo "mesías."

 

Libro del profeta Ageo

El profeta Ageo profetizaba en Judá, en los tiempos del rey persa Darío I (Gistapsa, 522-486 a.C.). En aquel tiempo muchos judíos bajo el liderazgo de Zorobabel volvieron del cautiverio babilonio a Judá. El sumo sacerdote se llamaba Josué. En el segundo año después del regreso del cautiverio de Babilonia, los judíos comenzaron a reconstruir en Jerusalén un Templo en el mismo lugar del destruido Templo de Salomón. Pero debido al desacuerdo con samaritanos y otros opositores la construcción se interrumpió por quince años hasta que el rey Darío ordenó volver a la construcción.

El pueblo era pobre pero tenía la idea de que el nuevo templo no debía ser menos magnífico que el de Salomón destruido por Nabucodonosor. Por eso, algunos trataban de convencer que el tiempo para la reconstrucción del nuevo Templo todavía no había llegado. Todo esto enfriaba el entusiasmo de los constructores. Para animar al pueblo y terminar la obra del segundo templo, Dios envió a Ageo, cuyo servicio profético duro cerca de un año.

El profeta Ageo trataba de convencer a la gente de continuar la construcción del templo: "Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no os quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad sobre vuestros caminos. Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa; y pondré en ella mi voluntad, y seré glorificado, ha dicho Jehová. Buscáis mucho, y halláis poco; y encerráis en casa, y yo lo disiparé en un soplo. ¿Por qué? dice Jehová de los ejércitos. Por cuanto mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre a su propia casa. Por eso se detuvo de los cielos sobre vosotros la lluvia, y la tierra detuvo sus frutos"(Ag. 1:6-10).

En el folleto "El Antiguo Testamento sobre el Mesías," se menciona, la promesa de Ageo sobre la venida del Mesías a este nuevo Templo. Esta visita de Nuestro Señor al nuevo Templo, le dará mayor gloria que la gloria del primero, que estuvo adornado con tanta riqueza (Ag. 2:5-9). El libro de Ageo consta de dos capítulos que incluyen cuatro discursos, dirigidos a encaminar la construcción del Templo.

 

Libro del profeta Zacarías

El profeta Zacarías es llamado "el que vio la hoz," a causa de un rollo que vio doblado en forma de hoz (Zac. 5:1-4). Zacarías provenía de una familia sacerdotal y era hijo de Berequías y nieto de Iddo . Al servicio profético fue llamado a temprana edad y lo comenzó durante el segundo año del reinado de Darío I (520 a.C.). Fue coetáneo del profeta Ageo y también inducía al pueblo a terminar la construcción del Templo. Terminó su libro profético ya después de la consagración del Templo en el 516 a.C. El libro de Zacarías, como el del profeta Ezequiel, se destaca por la abundancia de visiones simbólicas y tiene además detalladas predicciones sobre los últimos días del Salvador, éste contiene detalles de Su vida que no se encuentran en las obras de otros profetas. Por ejemplo: la entrada del Señor a Jerusalén montado sobre un asno, la traición de que fue objeto por treinta denarios (moneda de plata), la herida de Su costilla en la cruz y la huida de los apóstoles del jardín de Getsemaní.

Con la voz de Zacarías Dios llamaba a los hebreos a la sincera piedad diciendo: "Volveos a mí, dice Jehová de los ejércitos, y yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos" (Zac. 1:3). "Estas son las cosas que habéis de hacer: Hablad verdad cada cual con su prójimo; juzgad según la verdad y lo conducente a la paz en vuestras puertas. Y ninguno de vosotros piense mal en su corazón contra su prójimo, ni améis juramento falso; porque todas estas son cosas que aborrezco, dice Jehová" (Zac. 8:16-17).

El contenido de su libro es el siguiente: Llamado a la penitencia (1:1-6); la visión de un ángel entre los mirtos (un árbol subtropical perenne con hojas blancas y perfumadas) (1:7-17); la visión de los cuatro jinetes (1:18-21); la visión del Ángel con cuerda para medir la tierra (2); la visión del Sumo Sacerdote Josué y el Mesías (3); la visión de una lámpara de oro (4); la visión de un rollo que vuela y de una efa ephah measure for bulk granular materials(medida de capacidad, 5); la visión de los cuatro carros y el Mesías como Sumo Sacerdote (6); discursos proféticos sobre los tiempos de Nuevo Testamento (7-8); predicciones mesiánicas (9-11); sobre los dones de gracia otorgados a los creyentes (12) y la profecía sobre el Mesías y la redención de Jerusalén (13-14).

 

Libro del profeta Malaquías

El profeta Malaquías (en hebreo "mensajero") era él más joven colaborador de Esdras y Nehemías y provenía de la tribu de Zabulón. Como último profeta del Antiguo Testamento es llamado "el sello de los profetas." Profetizaba 475 años antes la llegada de Jesucristo.

De su libro se ve que en su época el Templo ya había sido reconstruido y que en él se realizaban los servicios religiosos pero no siempre con la debida reverencia. Hablando en nombre de Dios el profeta acusa a los sacerdotes de poca dedicación: "El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿donde está mi honra? Y si soy Señor, ¿dónde está mi temor? Dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís ¿En qué hemos menospreciado tu nombre?" (Mal. 1:6). En los tiempos del Nuevo Testamento los sacerdotes judíos serán sustituidos por hombres reverentes hacia Dios: "Porque desde donde el sol nace hasta donde se pone, es grande mi nombre entre las naciones; y en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y ofrenda limpia, porque grande es mi nombre entre las naciones, dice Jehová de los ejércitos" (Mal. 1:11).

Más adelante, el profeta acusa a los judíos de casarse con mujeres de otros pueblos, por la incompleta entrega del diezmos, por ofrecer sacrificios de animales con defectos, por hacer ceremonias superficiales y sin sentimientos y por quejarse de una supuesta tardanza de Dios en cumplir Sus promesas acerca de la llegada del Mesías. Pero ya no los acusa de idolatría porque después de las pasadas penurias relacionadas con el cautiverio de Babilonia los judíos dejaron por completo estas supersticiones.

Malaquías predice sobre el profeta y precursor San Juan Bautista, quien deberá venir para preparar a los hombres al recibimiento de Cristo: "He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿O quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores" (Mal. 3:1-2; ver Mc 1:1, Mt. 11-14 y 17:12). Su siguiente profecía es semejante a la primera, habla del precursor de Cristo y evidentemente se refiere a Su Segunda venida: "He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición" (Mal. 4:5-6, ver Ap. 11:3-6).

El contenido del libro de Malaquías es el siguiente: el aumento de la piedad en el pueblo (1:6-14), y en los sacerdotes (2:1-9); crueldad y apostasía de la ley de Dios (2:10-16); el desdén a las promesas y a las leyes de Dios (2:17; 3:6); el no pago de los diezmos (3:7-12); el Juicio de Dios (3:13-4:3) y un último llamado al arrepentimiento (4:4-6).

Todas las profecías de los profetas, a excepción de las referidas a los últimos tiempos, se cumplieron (muy frecuentemente con asombrosas precisiones). Nos resultan especialmente valiosas las predicciones sobre el Salvador del mundo, la Iglesia y la gracia de Dios que reciben los creyentes. Es consolador saber además que, en los libros de los profetas, el mal a pesar de sus temporales victorias, será totalmente destruido por Dios y que triunfará la verdad. ¡La vida y la felicidad eternas son el destino de los creyentes!

 

Lista de las

principales profecías y temas

Sobre Dios

Dios es Todopoderoso y la grandeza divina: Is. 6:1-4, 55:8-11, 64:1-3; Jer. 10:12, 16:21; Ez. cap. 1-2; Dn. 2:20, 7:9-11; Nah 1:3-7. La misericordia Divina: Is. 55:6, 54:10, 64:5; Lm. 3:22-28; Miq. 7:18-19. La justicia Divina: Is. 1:27-30, 30:18, 33:1-5, 59:16-19; Jer. 9:23-24; Ez. 18:20-24; Dn. 9:7. Omnisciencia Divina: Jer. 17:9-10. La santidad de Dios: Is. 6:3, 57:15; Os. 11:9. Dios es eterno: Is. 43:10.

Sobre el Reino de Dios

Sobre el Nuevo Testamento: Is. 55:3, 59:20-21; Jer.31:31-34; Dn. 9:24-27, (ver Hch. 13:34). El llamado de los paganos a la Iglesia: Is. 2:2, 11:1-10, 42:1-12, 49:6, 54:12-14, 65:1-2, (ver Gal. 4:27, 1:9 y 2:23). Sobre la renovación interior: Is. 44:3; Zac. 12;10-13:1, 14:5-9; Is. 35:1-7,55:10-11, 12:3-5; Jl 2:28-32. Unidad de corazón y espíritu nuevo: Ez. 11:19-20, 36:24-27. El Reino de Dios en la imagen de una montaña Divina: Is. 2:2-3, 11:1-10, (ver Rom. 15:12); Dn. 2:34, Joel 3:17; Abd. 17; Zac. 8:3.

Sobre las virtudes

Veneración de Dios: Mal. 4:2, 3:16-18. La fe: Hab. 2:4. La esperanza en Dios: Is. 8:9-14, caps. 25-27, 26:2-12, 30:7, 30:15, 40:29-31, 51:7-8, 51:12-14, 54:10; Jer. 9:23-24, 15:20-21, 17:7-8; Ez. 34:14-16; Miq. 7:7-19; Hab.3:17-19. El conocimiento de Dios: Is. 2:2-3, 11:1-10, 54:13; Jer. 9:23-24, 31:31-34; Os. 6:3. Modestia: Is. 57:15-16, 66:1-2; Miq. 6:8; Tendencia hacia la virtud: Is. 1:17, 33:14-16, 55:6-7; Bar. 4:4; Zac. 7:9-10, 8:16-17. La Justicia: Is. 1:27; Miq. 6:8. La Misericordia: Is. 1:17, 58:2-12; Os. 6:6.

Llamado al arrepentimiento

Discursos acusadores: Is. 1:3-6, 3:9-11, 5:20-23, 10:1-2, 19:13, 30:1, 42:18-20, 45:9-10, 57:20-21, 59:1-4, Jer. 2:13, 5:1-5, cap. 7, 8:9-11, 9:8, 15:1-2, 17:1, 17:5, 22:13-17, 44:4-6, 48:10; Miq. 7:1-6; Sof. 3:1-5; Mal. 1:6. Llamado al arrepentimiento: Is. 1:16-20, 64:6-9; Jer. 8:4-5; Ez. 18:30-32; Os. 6:1-3; Joel. 2:11-17; Zac.1:3-4; Mal. 1:9.

Sobre los últimos tiempos:

El hambre espiritual: Am. 8:11. Sobre los falsos profetas: Is. 9:15; Jer. 14:14-16, 23:15-17, 23:26-28; Ez. 13:3-16, 14:9-11; Sof. 3:4; Miq. 3:5-7. Los pastores buenos: Jer. 3:15. Pastores malos: Is.56:10-11; Jer. 10:21, 23:1-6; Ez. 34:1-6; Zac. 11:16-17. El anticristo: Is. 14:4-20, Ez. 28:13-19; Dn. 11:35-40, 12:9-13. El Juicio a los pueblos: Is. 2:10-21, 13:6-15, 24:4-23, 63:1-6, 66:15-16; Jer. 46:10, 50:31-32; Ez. 9:4-8 (Ap. 7:3), 30:2-3, 38:20-23; Dn. 7:9-12 (Ap. 4:2, 5:11, 20:12); Jl. 2:1-10, 3:2-17; Am 5:18-20; Sof. 1:14-18, 3:8-9; Nah. 1:3-7; Abd. 15; Mal. 4:5 (Ap. 11:3-6). La destrucción del mal y de los sufrimientos: Nm. 24:17; Is. 11:1-10. La alegría eterna: Is.42:1-12, 54:12-14, 60:1-5, 61:1-4. La resurrección del cuerpo (Job 19:25) y la supresión de la muerte: Is. cap. 26, 42:1-12, 61:1-4; Zac. 9:9-11; Os. 13:14. El triunfo de la verdad y justicia: Is. 9:6-7, 11:1-10, cap. 26; Jer. 23:5. La gloria de la Iglesia triunfante: Is. cap. 26-27, 52:1-2, 60:1-5, 61:10-11, 62:1-5. La renovación del mundo: Is. 4:2-6, 11:1-10, 44:22-24, 49:13-15, 52:1-9, 60:1-21, 61:10, 62:11-12, 65:17-20, 65:25, 66:22-24; Jer. 32:39-41, 33:6-9, 33:15-16; Bar. 5:9; Dn. 12:1-3; Os. 3:4-5, 13:14; Hab. 2:14; Sof. 3:9; Zac. 8:3.

 

Conclusión y resumen

Ante la decadencia moral de los hombres del Antiguo Testamento y la ausencia de guías espirituales sobre los profetas recayó la difícil tarea de enseñar a los hombres la fe en Dios, alejarlos de los vicios y de llevarlos a la vida justa. Es natural que en las palabras de los profetas dominaran las acusaciones. Para despertar la conciencia de los destinatarios las acusaciones tomaban un tono muy insistente y a veces incluso áspero. Esto le da a estos libros un tinte duro y severo para los lectores contemporáneos. Según la acertada comparación del Salvador los antiguos profetas removían la tierra de los corazones endurecidos y la preparaba para recibir las semillas de la prédica de los Apóstoles (Jn. 4:37-38). Si algún predicador o escritor de nuestros tiempos usara los epítetos en relación a los hebreos que llenan los libros de los profetas sin duda sería acusado de antisemitismo.

Es verdad que los profetas hablaban también de la gloria de Israel, de su cualidad de pueblo elegido de Dios y de la derrota de los paganos. No hay que confundir éstos términos con un extremismo nacionalista. Para los profetas "Israel," "Sión," "Pueblo elegido" y otros conceptos no son conceptos nacionales sino espirituales. Ellos usaban estos nombres refiriéndose al Reino de Dios en el cual entrará gente de muchos pueblos. Sin duda los hebreos fueron llamados primeros al Reino pero los profetas previeron el alejamiento de la fe de la mayoría del pueblo hebreo y el llamado de otros pueblos al Reino (ver en la lista de profecías sobre el llamado de paganos al Reino de Dios). Nuestra Iglesia también usa en el mismo sentido espiritual en las misas los términos de Sión, Jerusalén e Israel como sinónimos de la palabra "Iglesia."

En los tiempos del Nuevo Testamento las profecías acerca del llamado de los paganos a la fe empujaban a los apóstoles a predicar sin miedo entre los paganos. Por ejemplo el Apóstol Pablo escribía : "A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo" (Ef. 3:8).

Como lideres espirituales de su pueblo los profetas a menudo eran los únicos que defendían a todos los débiles y postergados. Al hacerlo debían acusar implacablemente la corrupción de los jueces, la avidez y crueldad de los príncipes, la falta de sinceridad y el descuido de sus deberes de los sacerdotes y las mentiras de los falsos profetas. Por decir las verdades los profetas sufrían duras persecuciones. Muy pocos de ellos han muerto de causas naturales. Sin embargo el pueblo sencillo los apreciaba, los quería y seguía sus enseñanzas.

En tiempos de desastres y conmociones nacionales los profetas eran los únicos consoladores de los apenados. Ellos le hacían ver las cualidades del Dios Único: Su omnipotencia, Su omnisciencia, Su estricta justicia para los no arrepentidos y Su infinita misericordia hacia los humildes. En sus profecías le mostraban a los hombres los inescrutables caminos de los designios Divinos con los Él dirige hacia el bien los destinos de la humanidad. Los profetas asimismo gustaban hablar de la llegada de los tiempos del Nuevo Testamento , de la renovación espiritual y del triunfo definitivo de la verdad y la justicia. En esto en el foco de sus miradas se encontraba siempre el Mesías-Salvador que estaba por venir. Fundamentalmente lo que hacían los profetas era anunciar a Jesús y a Su obra (ver el folleto "El Antiguo Testamento sobre el Mesías").

Llamando a la virtud, los profetas enseñaban a los hombres a creer sinceramente en Dios y servirle sin hipocresía, a reconocer sus pecados y arrepentirse de ellos y a ser mansos, justos y misericordiosos hacia todos los necesitados.

Dios le revelaba a Sus elegidos los acontecimientos tanto del futuro cercano como lejano y no sólo de la vida de su pueblo sino también la de los pueblos vecinos y la de toda la humanidad. Sus predicciones siempre se cumplían exactamente, con lo que se demuestra que fueron elegidos e inspirados por Dios. Los profetas siempre explicaban la causa moral de los sucesos. Pues nada es azaroso (ni lo bueno ni lo malo). Todo lo bueno es enviado como premio a la virtud a la vez que los sufrimientos son enviados como castigo por los pecados ( pero no como una venganza sino como medio para enseñar y para corregir a los pecadores). Sólo desde el plano moral se puede entender porque las profecías a menudo reúnen elementos de distintas épocas. Por ej.: se une la antigua Babilonia con el reinado del mal de los últimos tiempos, las persecuciones de Antíoco Epífanes con las del anticristo, los ejércitos enemigos paganos con los enemigos de la Iglesia en su camino histórico, el juicio sobre los pueblos del Antiguo Testamento con el Juicio Final sobre el universo y la renovación espiritual de la Iglesia del nuevo Testamento con la total renovación del mundo después de la resurrección universal. Estos acontecimientos paralelos en la vida de la humanidad están espiritualmente emparentados y por eso están mencionados por los profetas en imágenes proféticas en común. Para el creyente que sabe qué visiones proféticas se cumplieron le es mas fácil entender las que todavía no. Es indudable también que el Apocalipsis de San Juan habla de los últimos sucesos del mundo usando imágenes proféticas extraídas de los libros del Antiguo Testamento.

De esta manera el conocimiento de los libros proféticos le ayuda al cristiano a entender los procesos morales y religiosos contemporáneos y a ver adonde conducen. Estos libros se deben leer con humildad y con ánimo de oración y hay que recordar que "entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo" (2 Pedro 1:20-21).

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Folleto Misionero # S34

Copyright © 2000 y Publicado and Publicado por

La Iglesia Rusa de La Sagrada Protección

2049 Argyle Ave. Los Angeles, California 90068

Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

 

(biblia5_s.doc, 09-22-2000)

Edited by

Date

Debora Bettendorff

09-20-2000