El Camino

al Reino del Cielo

San Inocencio, obispo de Alaska

Traducido por Margarita E. C. Guisasola y Nicolas Vorobiev

 

 


Contenido: Prefacio. Introducción. Los beneficios que el Señor Jesucristo nos dio. Cómo vivió Jesús en la tierra y cómo sufrió por nosotros. Qué camino nos lleva al Reino de los Cielos. Cómo Jesucristo nos ayuda a caminar en el sendero de la salvación. Conclusión.


 

 

Prefacio

En varias ocasiones he tratado de componer un articulo sobre la vida cristiana que presentara la esencia, en forma conceptual concisa e inspiradora de lo que un cristiano debe saber y hacer. Aún cuando varios aspectos de esta cuestión estaban pensados y desarrollados no lograba unificarlos en una estructura general y exponerlos satisfactoriamente. Entonces llegué a un pequeño libro titulado: "Instrucciones para el camino al Reino de los Cielos" escrito por el "apóstol de Alaska", San Inocencio Veniaminov. Cuando lo leí comprendí que no hubiera podido escribir nada mejor. El contenido, el plan y la forma de la presentación en él eran excelentes. Por lo tanto, reimprimí su sermón tras haberle hecho algunos insignificantes cambios en el estilo y algunos "recortes".

El obispo Inocencio (Ivan Popov-Veniaminov antes de su vida monástica) nació en 1797 en el pueblo de Anchinsk en la provincia siberiana de Irkutsk. Perdió a su padre de niño y creció bajo el especial cuidado de Dios. Aprendió sólo a leer y a escribir y ya a los siete años leía perfectamente los Salmos y las Epístolas en la Liturgia. Los feligreses de su iglesia convencieron a la madre para que lo enviara a la escuela e Inocencio fue aceptado en el seminario de Irkutsk, costeado por el gobierno, donde se graduó con excelencia. Se casó en 1821 y fue consagrado sacerdote. En 1823 fue enviado como misionero a Alaska a donde fue con su esposa. Con una elevada abnegación y mucho éxito predicó las enseñanzas de Cristo entre los primitivos aleutianos. Compuso el primer alfabeto y la primera gramática para el idioma Aleutiano y tradujo varios libros de las Sagradas Escrituras, sermones y oficios al idioma aleutiano. Después de varios años en América Inocencio fue a San Petersburgo para obtener ayuda en su trabajo misionero. Mientras estaba allí se le notifica la noticia de la muerte de su señora e ingresa a la vida monástica. En 1840 es consagrado obispo y asignado al obispado de "Kamchatka, islas Kuriles e islas Aleutianas" y aumenta aún más su actividad misionera. Veintiocho años después es trasladado al obispado moscovita por el mismo Metropolitano. Fallece en 1879 y en febrero de 1994 fue canonizado como santo en la catedral "Alegría de los que sufren" de San Francisco junto con el arzobispo Nicolás, el apóstol de Japón.

Obispo Alejandro (Mileant)

 

Introducción

Los hombres no fuimos creados para vivir en la tierra, como los animales que desaparecen después de su muerte, sino con el único fin de vivir con Dios no por cien ni por mil años sino eternamente.

Cada hombre busca naturalmente la felicidad. Esta tendencia nos fue implantada por El Mismo Creador y por lo tanto no es pecaminosa. Pero es menester saber que aquí, en nuestra vida temporal, es imposible encontrar la felicidad completa pues ésta se encuentra en Dios y no se puede hallar fuera de Dios. Sólo Aquél que es el Bien Supremo y Fuente de toda la vida puede saciar toda la sed de nuestra alma y darnos la alegría superior.

Los bienes materiales no nos pueden satisfacer totalmente. Debemos saber que todo aquello que deseamos nos gusta sólo mientras no lo tenemos y cuando finalmente lo conseguimos no tarda en aburrirnos. El ejemplo más notable de esto es el del rey Solomon que era tan rico que toda la vajilla en sus palacios era de oro puro. Era tan sabio que reyes y personas de países lejanos venían sólo a escucharlo. Tenía tanta gloria que sus rivales temían su nombre. Él podía satisfacer fácilmente cualquiera de sus deseos y parecía que no había nada que no tuviera o pudiera conseguir. Pero a pesar de todo esto Solomon hasta el fin de su vida no pudo conseguir la satisfacción total. Él describió sus búsquedas de muchos años y sus continuas desilusiones en el "Libro de Eclesiastés" que terminó con la siguiente frase: "¡Todo en el mundo es vanidad y aflicción del espíritu!"

A semejante convicción llegaron también muchos otros sabios y exitosos de la vida. Por lo visto, en la profundidad de nuestro subconsciente hay algo que nos hace recordar que somos pasajeros en la tierra y que el auténtico bienestar no está en esta vida sino en un mundo distinto, mejor llamado paraíso o Reino de los Cielos. Aunque un hombre fuera dueño de toda la tierra y de todo lo que hay en ella, se podría decir que esto lo mantendría ocupado sólo por un tiempo mientras que el alma inmortal, sedienta de comunicación personal con Dios, quedaría insatisfecha.

Jesucristo, El Hijo de Dios, vino a este mundo para devolvernos la vida eterna y la felicidad verdadera perdidas. Él le hizo descubrir a la gente que todo su mal está en el pecado y que nadie puede vencer al mal en su persona ni acercarse a Dios con sus propios esfuerzos. El pecado asentado en nuestra naturaleza como una alta pared nos separa de Dios. Si el Hijo de Dios, por Su misericordia, no hubiera descendido a la tierra ni hubiera tomado nuestra naturaleza humana ni hubiera vencido con Su muerte al pecado toda la gente se habría perdido inexorablemente. Ahora, gracias a Él, todo aquel que lo desee pude purificarse del mal, volver a Dios y obtener el bienestar eterno en el reino celestial. Sobre esto hablaremos más detalladamente y observaremos:

· Qué bienes nos dio El Señor Jesucristo.

· Cómo vivió Jesús en la tierra y cómo sufrió por nosotros.

· Qué camino nos lleva al Reino de los Cielos.

· Cómo nos ayuda Jesús a ir por el camino de la salvación.

Qué bienes nos

dio el Señor Jesucristo.

Para valorar los bienes dados por el Señor Jesucristo recordemos los bienes que tenía el primer hombre Adán, mientras no tenía pecado, y cuántas desgracias lo alcanzaron a él y a toda la humanidad después de su caída en el pecado.

El primer hombre, hecho a imagen y semejanza de su Creador, tenía el contacto más vivo y cercano con él y por ello tenía la felicidad completa. Dios, que es inmortal, le dio a Adán su inmortalidad. Siendo totalmente justo Dios creó a Adán puro y sin pecado. Dios, eternamente Santo creó a Adán también santo y esta santidad debía acrecentarse todos los días.

Como dice el Libro del Génesis, Adán vivió en un precioso jardín (Edén o paraíso) plantado por Dios y disfrutaba de todos los bienes. No conocía ni enfermedades ni sufrimientos, no temía a nada y todos los animales le obedecían como a su dueño. Adán no sentía ni frío ni calor y aunque trabajaba en el cuidado de las plantaciones del paraíso hacía esto con alegría. Su alma estaba llena de conocimiento de Dios y de amor hacia a Él. Siempre estaba tranquilo y alegre y no conocía ningún disgusto ni ninguna preocupación. Todos sus deseos eran limpios, justos y ordenados; la memoria, la inteligencia y todas las demás facultades del alma eran perfectas. Siendo inocente y puro siempre estaba con Dios y hablaba con Él como con un Padre y Dios lo quería como a un hijo muy amado. En resumen: Adán estaba en el paraíso y el paraíso estaba en él.

Si Adán no hubiera pecado, hubiese quedado por siempre bienaventurado al igual que toda su descendencia. Para esto creó Dios al hombre. Pero Adán escuchó al diablo que lo tentó, transgredió la Ley del Creador y comió del fruto prohibido. Cuando Dios se le apareció al pecador Adán, éste, en vez de arrepentirse y de prometer cumplir en adelante Sus órdenes, empezó a justificarse y a acusar a su mujer. Su mujer echó toda la culpa a la serpiente. Fue terrible no sólo la violación de la ley sino además que el pecado que ellos cometieron dañó profundamente la naturaleza moral del hombre, por lo que se cortó el anterior contacto vivo con Dios, y con esto, se perdió la bienaventuranza. Después de haber perdido el paraíso dentro de sí, Adán no fue digno del paraíso externo y fue echado de él.

Después del pecado el alma de Adán se oscureció, sus pensamientos y deseos entraron en agitación y empezó a perder imaginación y memoria. En vez de alegría y paz del alma empezó a sentir pena, ansiedad y muchos disgustos. Debió conocer el trabajo duro, la necesidad, el hambre y la sed. Después de muchos años de constantes preocupaciones, una vejez llena de enfermedades lo empezó a oprimir y empezó a acercársele la muerte. Pero lo más terrible fue que el diablo, culpable de todo mal, gracias al pecado, obtuvo la posibilidad de influir en Adán y de alejarlo más aún de Dios.

Los elementos de la naturaleza (el aire, el fuego y otros) que antes le servían a Adán como medios para alcanzar la felicidad, empezaron a serle hostiles a él. Adán y sus descendientes empezaron a padecer el frío y el calor, los cambios en los vientos y el mal tiempo. Los animales se hicieron feroces con respecto a los hombres y empezaron a verlo como enemigo o como presa. Los descendientes de Adán empezaron a sufrir enfermedades externas e internas, que con el tiempo se tornaron más variadas y más crueles. Los hombres olvidaron que son hermanos y empezaron a pelearse entre sí, a odiar, a engañar, a atacarse unos a otros, a torturar y a matar. Por último, después de todo tipo de amargos trabajos y preocupaciones fueron condenados a morir y a ir al infierno por pecadores, y sufrir allí eternamente.

Ni el hombre más genial y poderoso, ni todos los hombres juntos no podrían, ni nunca podrán, recuperar lo que perdió Adán cuando pecó en el Edén. ¿Qué hubiera sido de nosotros y de todo el género humano si Jesucristo no hubiera venido a salvarnos por Su misericordia? El Padre Celestial, que nos tiene piedad y que nos quiere mucho más de lo que nosotros somos capaces de querernos a nosotros mismos, nos envió a Su Hijo Jesucristo para librarnos del pecado y del poder del diablo y llevarnos al Reino de los Cielos.

Con sus enseñanzas, Jesucristo despejó la bruma de ignorancia y de todo tipo de desviaciones e iluminó al mundo con la luz del Evangelio. Ahora, todo aquel que lo desee, puede ir conociendo la voluntad de Dios y el camino al Reino de los Cielos. Con su vida, Él nos mostró el ejemplo para ir a la salvación, y además, por otro lado, Él nos ayuda permanentemente en nuestro camino.

Jesús nos limpió de nuestros pecados con Su Purísima Sangre y nos hizo hijos de Dios a nosotros, que antes éramos esclavos del diablo y de las pasiones. Los tormentos que deberíamos haber sufrido como violadores de la voluntad de Dios, los sufrió Él y nos libró de la muerte eterna con Su muerte.

Jesucristo destruyó el infierno con Su resurrección, le quitó el poder al diablo, derrotó a la muerte y nos abrió a todos el camino al paraíso. Es por eso que desde el momento de Su resurrección la muerte dejó de ser una tragedia terrible y empezó a ser para los creyentes un pasaje desde la vida agitada y penosa a una vida luminosa y de felicidad. Él, con Su Ascensión al Cielo, glorificó la naturaleza humana y la hizo digna de inmortalidad.

Todos estos grandes dones que nos preparó Jesucristo son tan imposibles de describir como de imaginar. Diremos solamente que todo aquél que siga Sus mandamientos será digno de vivir en el paraíso con los ángeles, los justos y los santos y verá allí cara a cara a Dios. Se alegrará con una alegría pura, constante y eterna y no conocerá ni aflicción ni pena ni sobresaltos.

Todos estos bienes no los da Jesucristo sólo a algún tipo de elegidos sino a todos los que los quieran obtener. El camino a la salvación está indicado y construido y es, en la medida de lo posible, llano y equilibrado. Además, Jesucristo nos ayuda a caminar por ese camino y se puede decir que Él Mismo nos lleva de la mano. Nosotros debemos únicamente no contrariarlo, ni ser obstinados, sino someternos a su voluntad. ¡¿Se ve ahora cómo nos quiere Jesucristo y qué grandes bienes nos da?!

Pensemos ahora que en este momento se nos aparece Jesucristo de improviso ante nosotros y nos pregunta: "¡Hijos Míos! ¿Me quieren por todo lo que hice por ustedes, y valoran todos los bienes que Yo les doy?" ¿Cuántos de nosotros le contestaría: "¡Sí, Mi Señor! ¡¡Yo Te quiero y Te agradezco!"? Si nosotros queremos y Le estamos agradecidos en realidad (y no sólo en los dichos) a Jesucristo, ¿no nos corresponde cumplir lo que Él nos ordena? Porque cuando el hombre quiere realmente a su benefactor, le expresa su agradecimiento haciendo todo lo que él desearía.

Cómo vivió Jesús en la tierra

y cómo sufrió por nosotros

Como base de la vida debe estar el amor: "Ama al Señor, Tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tu fuerza... Ama a tu prójimo cómo a ti mismo" (San Marcos 12:30-31). Pero a causa de la naturaleza humana dañada por el pecado no existió hasta ahora persona que fuera capaz de querer perfectamente y en todo momento a Dios y a los prójimos. Un amor tan perfecto lo tuvo sólo Nuestro Señor Jesús.

Su amor sin limites se descubría en cada palabra y en cada actitud. Siendo Hijo del Creador y siendo Verdadero Dios, Jesucristo bajó del Cielo por compasión, tomó el cuerpo y el alma humana, se hizo en todo semejante a nosotros y se diferenció de nosotros sólo por Su falta de pecado. Siendo Amo y Señor del Universo ante Quien tiemblan los ángeles, deseó tomar el aspecto de un hombre común; teniendo todas las riquezas del mundo, Él aceptó nacer en unas condiciones muy precarias y estar en un pesebre de una oscura y húmeda cueva.

Siendo El Supremo Legislador, Jesucristo cumplió humildemente durante Su vida terrenal todos los preceptos de la Ley de Moisés. Por eso, al octavo día de Su nacimiento, fue circuncisado y al cuadragésimo día Su Madre Lo llevó al templo y pagó allí, por Él, por el Soberano del Universo la suma de dinero establecida. De niño y luego de joven, siempre obedeció a Su Madre terrenal y ayudó siempre a Su padre putativo, el anciano José. Al ser mayor trató con respeto a los ancianos y a los líderes de los judíos como así también a los gobernantes romanos y les pagó los impuestos establecidos. Vivió voluntariamente en la pobreza y cuando andaba predicando frecuentemente no tenía lugar donde recostar Su cabeza. Jesucristo, a Quién obedece toda la creación, servía Él mismo a la gente y hasta le lavó los pies a Sus discípulos que eran simples pescadores.

Jesucristo Le rezaba a Su Padre Celestial constantemente, incluso por las noches cuando el resto de la gente dormía. Los sábados participaba en las oraciones conjuntas y en la lectura de la palabra de Dios en la sinagoga del lugar y en las fiestas iba al Templo de Jerusalén.

Jesucristo, con toda dedicación y amor, cumplió el mandato por el que Lo había enviado Su Padre Celestial y encaminaba todo a la gloria del Padre. Sentía piedad por todas las personas, le deseaba el bien a todos, no le negaba la ayuda a nadie y era capaz de soportar todo para ayudar a los que sufrían. Con enorme mansedumbre soportaba todo tipo de ofensas y humillaciones de la muchedumbre, no tenía ira para con Sus enemigos que lo injuriaban e intrigaban en contra de Él. Algunos de ellos con malas intenciones Lo llamaban pecador y violador de la ley, otros lo llamaban hijo de carpintero y hombre vacío y otros Le decían compañero de borrachos y de gente de mala moral. La plebe trató de apedrearlo varias veces y Lo quiso tirar de la montaña. Los escribas judíos decían que Su Divina Enseñanza era una serie de engaños e intentaban explicar milagros tales como la curación de enfermos, la resurrección de muertos o la expulsión de demonios como una acción de algún espíritu maligno. Algunos Le decían abiertamente a Jesús endemoniado. El Señor Jesucristo, siendo Dios Todopoderoso podía con una sola palabra destruirlos a todos al instante. Sin embargo Él les tenía lástima pues estaban enceguecidos espiritualmente y les deseaba el bien y rezaba por su salvación.

En resumen, Jesucristo, desde Su nacimiento hasta Su muerte, le hacía el bien a la gente constantemente y frecuentemente sufría, en vez de agradecimiento, todo tipo de sinsabores. Era especialmente odiado por las autoridades de los judíos, los escribas y los sacerdotes principales, hombres cuya misión era enseñar a la gente el bien y conducirlos a la fe. En vez de eso ellos trataban con todas sus fuerzas de impedir que la gente creyera en Jesús y con mala intención trataban de distorsionar el sentido de las profecías que predijeron Su llegada. Todo lo que Él decía y hacía quería ser explicado por ellos al pueblo como algo negativo. Jesús sentía tristeza no tanto porque ellos Lo enfrentaban cuanto por el hecho de que ellos se dirigían enceguecidos a la perdición y arrastraban consigo al pueblo sencillo.

Poco antes de Su muerte Jesucristo realizó un milagro grandioso: levantó a Lázaro de entre los muertos, que yacía cuatro días en el sepulcro y cuyo cuerpo empezaba a descomponerse. Este milagro ocurrió delante de los ojos de la familia de Lázaro y ante una gran cantidad de gente. El efecto fue impresionante y muchos judíos que no confiaban en Jesucristo creyeron en Él como en el Mesías. Entonces los sacerdotes principales y los escribas, envidiando Su fama se reunieron apresuradamente y decidieron matar tanto a Jesús como al resucitado Lázaro.

Sabiendo que Sus días en la tierra estaban contados, Jesucristo reunió a Sus alumnos en la Última Cena donde instituyó la Santa Comunión y se despidió de ellos. Después de esto se dirigió al jardín de Gethsemania con sus discípulos y pasó aquí Sus peores sufrimientos internos. Estos sufrimientos eran tan grandes que durante Su oración el sudor en Su Cara caía como grandes gotas de sangre. En ese momento el Alma del Salvador estaba inmersa en una oscuridad y un horror increíbles por el insoportable yugo de los pecados humanos que Él tomaba sobre Sí para limpiarlos con Su Purísima Sangre, por todos los innumerables pecados de billones de personas que empiezan con Adán e incluyen todas las generaciones futuras. Abatido por la opresión del mal del mundo Jesucristo exclamó: "Mi Alma está sobrepasada de dolor hasta la muerte " (Mat 26:38).

Nadie puede afirmar qué sintió exactamente en el jardín de Gethsemania la Purísima Alma del Dios-Hombre, sólo es posible deducir que en ese momento ante Su visión interna se descubrió toda la abominación de los pecados humanos. Jesús sabía que Sus enormes sufrimientos y Su infinito amor sólo serían valorados y aceptados por pocos mientras que la mayoría de la gente miraría con indiferencia para otro lado y otros incluso odiarían Sus Enseñanzas y perseguirían cruelmente a los que creyesen en Él, sabía que entre Sus seguidores habría hipócritas que usarían la fe como un medio para su provecho económico, que aparecerían falsos maestros que contaminarían la Pureza de Su Enseñanza y que por soberbia y ambiciones atraerían creyentes a sus sectas, sabía que aparecerían falsos pastores que por sus ambiciones provocarían cismas y alborotos en la Iglesia; Jesucristo sabía que muchos cristianos no sólo no buscarían querer a Dios ni vivir correctamente sino que se entregarían a vicios terribles tales que con sus pecados superarían incluso a los paganos y que con esto la fe cristiana sería denostada.

Después de estas terribles sensaciones, por un lado, el sentido de justicia y de lealtad a Dios Padre Le exigían a Jesús destruir al género humano por desagradecido y criminal pero por otro lado la piedad por los hombres que iban a la perdición Lo incitaba a sufrir por ellos y salvarlos con ello del poder del diablo y de la muerte eterna.

En ese momento entra al jardín una multitud bulliciosa con antorchas y palos y con soldados enviados por las autoridades judías. Ellos atan a Jesús y Lo llevan a juicio como a un criminal. Los Apóstoles, a Los que Él tanto quiso y acercó hacia Él, Lo abandonan pusilánimemente y se dispersan. Entonces las autoridades judías, todo el sinedrión que se reunió rápidamente en la casa del sumo sacerdote, Le hace una gran cantidad de las más absurdas acusaciones a Jesús. Ninguna de estas acusaciones falsas era, sin embargo, suficiente para una pena de muerte. Entonces el sumo sacerdote le exige a Jesús mediante juramento que anuncie abiertamente quien es Él. Tras recibir como respuesta que Él es El Hijo de Dios y El Mesías prometido, el sinedrión acusa a Jesús de blasfemia, dicta la pena de muerte y allí mismo Lo rodea de todos lados y Lo golpea e insulta.

Pero los romanos le negaron el poder de castigar a alguien al sinedrión. Es por eso que al día siguiente, el viernes anterior a la Pascua judía, las autoridades judías conducen a Jesús a un nuevo juicio ante el procurador romano Pilatos para que éste confirme su decisión. Pilatos, al entender que las acusaciones contra Jesús eran por envidia, quiere soltarlo. Pero los sumos sacerdotes amenazaron con quejarse al emperador romano. Para no poner en peligro su carrera Pilatos decide dirigirse al pueblo reunido allí. Le hizo recordar a los judíos la costumbre de liberar a algún detenido antes de Pascua y les preguntó si querían que se libere a Barrabás o a Jesús. Barrabás era un delincuente encarcelado por algún crimen. Mientras la gente deliberaba, las autoridades judías convencieron a la mayoría de pedir la libertad de Barrabás y la crucifixión de Jesús. El pueblo olvidó las incontables acciones bondadosas de Jesús: a los que liberó de demonios, a los que curó de lepra, de ceguera y otras enfermedades, a los que llevó desde una vida libertina a una vida de bien, a los desesperados a los que le devolvió la esperanza. Mientras tanto, los soldados romanos someten a Jesús a crueles azotes e insultos y luego Le colocan una manta púrpura y sobre Su cabeza una corona de espinas. Cuándo sacaron a Jesús herido en todas partes a la multitud la gente empezó a gritar desaforadamente "¡Crucifícalo, crucifícalo!" Entonces Pilatos de modo pusilánime se lavó las manos para señalar que no participaba en la condena a Un Hombre inocente, liberó a Barrabás y entregó a Jesucristo a disposición de las autoridades judías.

Entonces los soldados pusieron sobre Cristo una cruz de madera, sobre la que deberían crucificarlo y Lo obligaron a llevarla hasta el lugar de ejecución llamado Gólgota (que significa calavera) Allí le quitan a Jesús su vestimenta externa y Lo clavan a la cruz, crucificándolo entre dos delincuentes. De esta manera Lo castigan en un lugar vergonzoso como a un terrible criminal, castigan a Aquél que disipaba la oscuridad de los extravíos con la luz de Su Divina Enseñanza, a Aquél que derrotaba al odio con amor. ¡Dios mío! ¡A cuánta ceguera y crueldad pueden llegar los hombres!

Pero los que odiaban a Jesús no podían saciar su ira: volvieron a insultar al ya moribundo Cristo y le pidieron en tono de burla otro milagro. Cuando Él pidió beber Le acercaron una esponja con vinagre en vez de agua. ¡De esta manera, abandonado por todos, con heridas en todas partes, con pérdidas de sangre, con mala respiración y agobiado por una sed insoportable muere entre los peores tormentos Aquél que le dio la vida al primer hombre! Hasta la naturaleza inanimada se asustó de tal crimen: el sol se oscureció y la tierra tembló.

¿Por quién sufrió El Salvador del mundo? Él sufrió por todos los hombres, incluso por los enemigos y los que lo hacían sufrir y también por los que recibieron de Él numerosos actos de bondad y se olvidaron de agradecerle. Él sufrió también por cada uno de nosotros, pecadores empedernidos que Lo ofendemos diariamente con nuestra indiferencia, nuestro desagradecimiento, odios, mentiras y malas acciones y con todo esto Lo crucificamos a Él por segunda vez.

Para sentir y darnos cuenta qué ilimitado es el amor de Jesucristo hacia nosotros y qué enorme es Su sacrificio, tratemos de comparar y entender qué grande es Él y qué insignificantes somos nosotros. Jesucristo es El Verdadero Dios, igual al Padre y al Espíritu Santo. Él permanece en un mundo inalcanzable, es El Todopoderoso Creador del universo, El Rey Inmortal, ante Quien hay innumerables ángeles, Dador inagotable de Vida, Señor de todo lo visible y de todo lo invisible, temible Juez de vivos y muertos es ese Mismo Jesucristo que decidió sufrir por nosotros, creaciones caprichosas y desagradecidas. ¿Quién puede llegar a comprender y a valorar dignamente este misterio de Amor Divino?

El camino al

Reino de los Cielos

El camino al Reino de los Cielos fue creado por el Señor Jesucristo. Sólo aquel que Lo siga alcanzará el Reino Celestial. Pero ¿cómo podemos seguirlo? Veamos lo que nos dice el Salvador: "Quien Me quiera seguir que se niegue a sí mismo, tome su cruz y Me siga".

Las palabras "quien quiera" significan que Jesús no obliga a nadie a seguirlo. Él no quiere esclavos sino que quiere que cada persona decida libremente si quiere seguir Su camino y estar con Él. En consecuencia al Reino de los Cielos sólo entran aquellos que eligieron por propia voluntad el camino indicado por el Salvador.

¡Cristiano! Tu salvación o tu perdición están enteramente en tus manos. Dios te dio, debido a Su Misericordia, la libertad de elegir y Él nunca te quitará el preciado don de la libertad. Por esto si decides ir tras Jesucristo Él te mostrará el camino y te ayudará en cada paso. Y si no quieres seguirlo se hará tu voluntad también. Pero ten cuidado de despreciar la misericordia de Dios. Jesucristo por piedad hacia ti puede golpear por muchísimo tiempo la puerta de tu corazón esperando que tú finalmente quieras salvarte. Pero ¡pobre de ti si Él se cansa de esperar y se aparta de ti como de un hijo perdido sin esperanzas! ¡Entonces ningún justo ni ningún ángel estará en condiciones de ayudarte!

Es por eso que es de primordial importancia crear en nosotros el necesario deseo de salvarnos y tomar la firme decisión de tomar el camino de la salvación. Para que este deseo aparezca y la decisión se fortalezca en nosotros hay que conocer más detalladamente adónde nos conduce el camino indicado por Cristo y cómo seguir este camino. Como la cuestión es tan importante es necesario hablar de ella más detalladamente.

1) En primer lugar el cristiano debe aprender los fundamentos de la fe cristiana. Para esto es necesario leer y releer los libros de Las Sagradas Escrituras, en especial el Evangelio y las Epístolas de los Apóstoles. No sólo es necesario conocer su contenido sino también es importante interesarse cómo surgieron, quién y cuándo los escribió, cómo se conservaron y llegaron hasta nosotros y por qué son llamados divinos y sagrados. Hay que estudiar los libros sagrados con simpleza en el corazón, sin preconceptos y sin una curiosidad desmedida, sin tratar de penetrar en lo que nos está oculto por la sabiduría de Dios sino enfocar nuestra atención en todo lo que se refiere a nuestro mejoramiento. Todo lo que debemos saber para nuestra salvación está expresado en Las Sagradas Escrituras de una manera muy clara y detallada.

El cristiano debe estudiar su fe detalladamente porque sino conoce su fe ‚ ésta puede llegar a resultarle indiferente y puede llegar a caer bajo la influencia de alguna herejía o de una religión no cristiana. ¡Cuántos cristianos van a la perdición sólo por no interesarse por el contenido de su fe! Teniendo acceso a la luz ellos caminan en las tinieblas y se transforman así en fácil presa de cualquier tipo de falsos maestros.

El estudio de la fe debe estar de acuerdo con los conocimientos y las capacidades de la persona. Por ejemplo, a un hombre sabio le es útil conocer los escritos de los Santos Padres de la Iglesia y también con libros de historia y teología escritos por autores ortodoxos. Estos libros le ayudarán a conocer más profunda y detalladamente su fe y con esto le darán la posibilidad de afirmar en la fe Ortodoxa a aquellos para los cuales estos libros son inaccesibles.

2) Cuando te convenzas de que nuestra Fe Ortodoxa está basada en Las Sagradas Escrituras, y no en invenciones humanas y que Las Sagradas Escrituras es la verdadera palabra de Dios trasmitida por el Espíritu Santo mediante los profetas y los apóstoles, acéptala con toda la confianza de tu corazón. Cree sin dudas y sin intelectualizar todo aquello que enseñan Las Sagradas Escrituras y no escuches las interpretaciones herejes. Si tu tomas humildemente la Verdad de Jesús tu fe será sana y te llevará a la salvación.

3) Por último trata de seguir fervientemente lo que enseñan Las Sagradas Escrituras. Si tú no posees ese fervor cae ante el Salvador nuestro Jesucristo y pídele entre cálidos rezos que te mande el ferviente deseo de vivir de acuerdo a Sus Mandamientos. Cuando la gracia de Dios te empiece a llevar por el camino de la salvación, síguela y sortea valientemente las trampas del maligno que tratará de desviarte del camino de la salvación.

Ilustraremos con un ejemplo lo que dijimos sobre el camino al Reino de los Cielos. Supónte que inesperadamente te convertiste en el único heredero de algún pariente lejano. Este pariente antes de morir dispuso dejarte en herencia una lujosa mansión en lo alto de una hermosa montaña. Como amaba la soledad este pariente no construyó caminos a su mansión y llegaba a ella por un sendero.. Para ayudarte a tomar posesión de la mansión te dejó un plano de la montaña señalándote ese sendero. La montaña tiene numerosos senderos pero estos no conducen a la mansión sino que terminan en precipicios o no tienen salida. Por consiguiente para llegar a la mansión que te dejó en herencia el pariente que te quería, es necesario seguir aquel sendero.

El sentido común nos dice que antes de ir en camino hay que estudiar el plano de la montaña y aprovisionarse de todo lo necesario para la subida e incluso para pasar allí la noche. Es bueno averiguar con el guardabosque qué cuidados hay que tener en la montaña y qué referencias seguir para no desviarse del camino correcto. Es indudable que cada persona coherente hará todos los preparativos necesarios antes de lanzarse a un camino desconocido.

Algo parecido debemos hacer nosotros que deseamos llegar a la morada Celestial preparada para nosotros por el Señor Jesucristo. Debemos averiguar bien qué camino nos conduce a ellos, cómo no perder el camino, qué precauciones debemos tener, etc. Nuestro mapa son las Sagradas Escrituras y los libros ortodoxos, el guardabosque son los pastores de la Iglesia cuya obligación es ayudar a los creyentes y llevarlos en dirección al paraíso. Las provisiones es la gracia de Dios que fortalece nuestras fuerzas espirituales. Es posible que haya lugares en los que el sendero que conduce al paraíso sea angosto, esté tapado por arbustos y sea difícil para circular mientras que los otros caminos parecerán más anchos y más cómodos. Pero es mejor no confiar en las apariencias. El Señor Jesucristo y Sus Apóstoles avisaron más de una vez que sólo el camino señalado por el Evangelio conduce al Reino Celestial. Todos los demás caminos no conducen a ningún lugar y el camino fácil y ancho lleva a la perdición.

Veamos ahora con más atención el camino que nos señaló El Señor Jesucristo, Quien dijo:

" Quien quiera seguirme,

1) que se niegue a sí mismo,

2) tome su cruz y

3) Me siga."

De esta manera el seguidor de Jesucristo debe empezar por "negarse a sí mismo". Esto quiere decir renunciar a todas las malas costumbres, eliminar del corazón el apego a los bienes materiales (dinero, lujos, gloria entre los humanos, poderes y otros), no alimentar en sí malos deseos, aplastar los malos pensamientos, evitar situaciones conducentes al pecado, no hacer nada por tozudez o por amor propio sino hacer todo por amor a Dios y para la gloria de Su santo nombre. En resumen, negarse a sí mismo significa, como dijo el apóstol Pablo, estar muertos para el pecado y vivos para Dios.

Después de esto ‚ el discípulo y seguidor de Cristo debe tomar su cruz. Por cruz debemos entender las distintas dificultades relacionadas con la vida cristiana como así también las inevitables penas de la vidas. Las cruces pueden ser internas y externas. Tomar la cruz significa sobrellevar sin quejas todo lo desagradable que nos sucede. Es por eso que si alguien te ofende, se ríe de ti o te llega a desesperar, si alguien a quien ayudaste en vez de agradecerte te tiende redes, si quieres hacer algo bueno y no puedes lograrlo, si te ocurre alguna desgracia, si se enferma algún familiar tuyo, si sufres fracasos a pesar de todos tus esfuerzos y de tus incansables trabajos o si alguna otra cosa te hace sentir abatido, debes sobrellevar cualquiera de estas situaciones sin ira y sin quejas. No te consideres ofendido y trata de sobrellevar todo con entrega a Dios y con fe en Él.

Llevar la cruz significa no solamente sobrellevar pacientemente todas las dificultades que nos suceden por circunstancias que no dependen de nosotros sino además imponernos tareas a nuestra medida en consonancia con la palabra de Dios y necesarios para nuestro perfeccionamiento espiritual. Por eso, podemos y debemos hacer algo en provecho de los demás como por ejemplo: trabajar para la iglesia, visitar enfermos y presos, ayudar a los necesitados, juntar dinero para los que necesitan y participar en la distribución de educación espiritual. Es decir, debemos buscar la ocasión para ayudar a la salvación y al bien a los demás y luego actuar con paciencia y mansedumbre en esa dirección con acciones, palabras, rezos y consejos.

Si durante este proceso surgen en ti pensamientos de soberbia de que eres mejor o más inteligente que los demás, espanta de ti de raíz esas ideas pues éstas anularán todas tus buenas acciones. Bienaventurado aquel que lleva su cruz con cuidado y humildad porque el Señor no permitirá que una persona así vaya a la perdición sino que le dará el Espíritu Santo que lo guiará y lo fortalecerá.

Para seguir a Jesús no sólo es necesario llevar únicamente la cruz exterior. Pues tales cruces las llevan todos los hombres y no tan sólo los cristianos, pues no existen persona alguna que no sufra ningún tipo de desdicha. Pero quien quiera ser un verdadero alumno de Jesucristo debe llevar además la cruz interna.

"La cruz interna " es más fácil de encontrar que la externa. Solo hace falta dirigir, con un sentido de arrepentimiento, los pensamientos hacia adentro de uno y observar el alma, y con esto, aparecerán numerosas cruces. Piensa, por ejemplo, cómo surgiste y para qué estás en esta tierra. ¿Vives tú como enseña la fe cristiana? Préstale la debida atención a esto y comprenderás rápidamente que fuiste creado por Dios para cooperar con todos tus actos, con tu vida y con todo tu ser en la propagación del bien y, con esto, en la glorificación del santo Nombre de Dios. Pero tú no sólo no Lo glorificas sino que, por el contrario, Lo ofendes con tus pecados. Piensa después en qué te aguarda después de la muerte y en qué lugar estarás en el momento del Juicio Final, ¿estarás con los justos o con los pecadores? Y si te pones a pensar en eso llegarás involuntariamente a turbarte y empezarás a lamentarte por mucho de lo que dijiste e hiciste y esto será el comienzo de tu cruz interior. Y si te sigues mirando con más atención encontrarás otras cruces internas. Por ejemplo, el infierno, sobre el que antes pensabas en tan contadas ocasiones y con tanta indiferencia, empezará a aparecer ante ti con todos sus horrores. El paraíso que el Señor te preparó y sobre el que tú tan poco pensaste se presentará de manera viva ante ti como lo que es, un lugar de alegrías puras y eternas que tu estás perdiendo por tu superficialidad y por tus pecados.

Si tú, a pesar de los sufrimientos interiores que te provocan estos pensamientos, decides con firmeza arrepentirte y corregirte y le rezas a Dios con toda sinceridad, sin distraerte con los placeres de la vida, por tu salvación y te entregas enteramente a Su voluntad, El Señor te empezará a mostrar con más claridad las enfermedades de tu alma para que puedas curarte completamente. Sucede que nuestra enfermedad interior se esconde de nuestra vista por una corteza de amor propio y pasiones. Lo que nosotros vemos a veces gracias a nuestra conciencia son solamente las llagas más grandes y evidentes. El diablo, el enemigo de nuestra salvación, sabe cuán salvador es para nosotros entender nuestra enfermedad moral y usa todo tipo de astucias para dificultarnos ese entendimiento y hacernos creer que todo está en orden.

Cuando el diablo ve que la persona está seriamente ocupada con la corrección de su vida y que empieza a curarse con la ayuda de Dios, utiliza otro método más astuto todavía: descubre ante la persona su enfermedad moral de un modo tan terrible y desesperante que la persona se asusta y aleja de sí toda esperanza de corregirse. Si El Señor le permitiera al diablo usar este ultimo método no muchos de nosotros podrían evitar la desesperación. El Señor, como un médico experto, nos muestra nuestras llagas del alma poco a poco y nos da aliento a medida que nos curamos.

De esta manera, cuando Jesús ilumine la visión de tu alma, empezarás a tomar conciencia más claramente de que tu corazón esta dañado y que tus pasiones te impiden acercarte a Dios. Empezarás a entender también que lo poco que tienes de bueno está contaminado de amor propio y soberbia. Entonces irremediablemente te pondrás triste y el miedo y la pena te dominarán. Miedo por la amenaza de perdición que pende sobre ti y pena por no haber escuchado por tan largo tiempo la mansa voz del Señor que te llamaba al Reino de los Cielos y por haber hecho tan poco el bien.

Aunque la cruz interior se te presente pesada no te desesperes y no pienses que el Señor te dejó. ¡No! Él siempre está contigo y te da fuerzas incluso cuando tu te olvidas de Él. Él no permitirá pruebas por encima de tus fuerzas. No le temas a nada y ten paciencia y reza con total sumisión y devoción. Pues Él es el Padre nuestro más bueno que pudimos desear tener. Si alguna vez Él permite que una persona entregada a Él entre en tentación es para mostrarle más claramente su propia debilidad y limpiar completamente su corazón en el que Él tiene pensado habitar con Su Hijo y con El Espíritu Santo.

En momentos de pena no busques consuelo en la gente. Las personas no espirituales no tienen experiencia en los temas de la salvación y son malos consejeros. Haz que el Señor te ayude, te consuele y te guíe y pídele ayuda únicamente a Él. Es mucho más bienaventurada la persona a la que el Señor le envía penas pues éstas curan el alma. Sobrellevando penas el cristiano se asemeja a Jesucristo y por esto las penas son una benevolencia especial de Dios y una señal de Su empeño en la salvación de la persona.

Si tu vas a llevar la cruz con sumisión a la voluntad de Dios y no vas a buscar consuelo en otro lugar que no sea en el Señor, Él por Su misericordia no te dejará sin consuelo y estará en contacto con tu corazón y te comunicará los dones del Espíritu Santo. Entonces sentirás una dulzura inimaginable, una tranquilidad y una alegría asombrosas que nunca antes habías sentido y sentirás simultáneamente un aumento de tus fuerzas espirituales, facilidad para la oración y una fe sólida. Entonces tu corazón prenderá de amor a Dios y al prójimo. Todos estos son dones del Espíritu Santo.

Cuando El Señor te dé este don, no lo consideres de ninguna manera una recompensa por tus esfuerzos y no pienses que alcanzaste la santidad. Tales pensamientos son frutos de la soberbia, que entró tan profundamente en nuestras almas que incluso puede tener lugar en una persona capaz de hacer milagros. Estas consolaciones y este acercamiento del Espíritu Santo no son un premio sino una gracia. El Señor te da para probar los bienes que les preparó a los que Lo quieren para que tú busques con más empeño aún lo celestial.

Por último, el discípulo de Jesucristo debe ir tras Él. Esto significa que hay que tratar de imitar en cada uno de los actos y actitudes propios los actos y las actitudes de Jesucristo. Debemos vivir y actuar como vivió y actúo Jesús. Por ejemplo, Jesucristo Le agradecía frecuentemente a Su Padre Celestial y Le rezaba constantemente. De igual manera nosotros también debemos agradecerle a Dios y rezarle en todas las circunstancias de la vida, sean estas exitosas o difíciles. Jesucristo respetaba a Su Purísima Madre y obedecía a las autoridades. De igual manera nosotros debemos respetar a nuestros padres y educadores, respetar a las autoridades, someternos a los gobiernos en aquellas cosas que no contradigan la Ley del Todopoderoso.

Jesucristo cumplía con empeño y amor la tarea por la que vino al mundo. De igual manera nosotros debemos cumplir las obligaciones que nos fijan Dios y el Estado con empeño y a conciencia.

Jesucristo quería a todas las personas y les hacía el bien a todos. Así también nosotros debemos querer a nuestros prójimos y hacerles el bien, en la medida de nuestras posibilidades, con hechos, palabras y pensamientos. Jesucristo entregaba todas sus fuerzas para la salvación de la gente. De igual manera nosotros no debemos escatimar ni nuestras fuerzas ni nuestra salud para el bien de los demás.

Jesucristo sufrió y murió por nosotros voluntariamente. Por eso no nos debemos quejar cuando nos alcanzan desgracias sino, al contrario, debemos sobrellevarlas con humildad y devoción hacia a Dios. Jesucristo le perdonaba a Sus enemigos todo lo que ellos Le hacían y les deseaba el bien. Nosotros, de igual manera, debemos perdonar a nuestros enemigos, responderles con el bien a su mal y bendecir a quienes nos insultan.

Jesucristo, Rey del cielo y de la tierra, vivió en la pobreza y obtenía lo necesario para vivir con Su trabajo. De igual manera nosotros debemos ser trabajadores y contentarnos con lo que Dios nos dio y no buscar ser ricos pues, según las palabras del Salvador, "es más fácil para un camello pasar por el ojo de la aguja que para un rico entrar al Reino de los Cielos".

Jesucristo, que era manso y humilde de corazón, nunca buscó los elogios sino que siempre buscó la gloria de Su Padre. Nosotros tampoco debemos exponernos ante los demás. Por ejemplo si le ayudas al prójimo o das limosnas, vives de manera más correcta que los que te rodean, si eres más sabio e inteligente que tus conocidos o si en algún aspecto eres superior a los demás no te enorgullezcas por ello delante de los demás ni internamente porque todo lo que tienes de bueno y elogiable no es tuyo sino que es un don de Dios; lo que sí son tuyos son tus pecados y tus debilidades.

"Ir tras Cristo" significa aceptar, creer y cumplir todo lo que dijo Jesús con fidelidad y sencillez de corazón. Quien escucha la palabra de Dios es Su alumno y aquel que cumple lo dicho por Él con devoción es un verdadero y querido seguidor de Él.

Esto es lo que quiere decir negarse a sí mismo, tomar su cruz e ir tras Jesucristo. Éste es el único camino al Reino de los Cielos. Éste es el camino que siguió Jesucristo y es el camino que debemos seguir. No hubo y no habrá otro camino alternativo. A los que lo empiezan el camino les puede parecer angosto y empinado. Pero parece así no porque lo sea en realidad sino porque nosotros tenemos desvirtuadas las nociones de bien y de felicidad. Sentimos lo amargo como dulce y lo dulce como amargo. Sin embargo, a medida que nos acercamos a Dios muchas cosas que antes nos parecían difíciles nos resultarán fáciles y agradables y aquello que nos alegraba antes nos parecerá aburrido y pesado.

Habrá, por supuesto, también momentos difíciles en los que el camino de ascenso a Dios te parecerá extremadamente dificultoso. Pensemos en esos momentos que por cada paso que hagamos se nos preparan miles de recompensas. Los padecimientos en este camino serán cuestión de minutos mientras que la recompensa por ellos será infinita. Por eso no le temas al camino del Señor pues el camino llano y ancho conduce al infierno mientras que el que es angosto y tiene espinas lleva al Cielo.

¿Por qué Dios no hizo fácil y placentero el camino al Reino Celestial? ¡Pues Dios lo dispuso así! Dios que todo lo sabe y que es infinitamente sabio sabe que es lo mejor para nosotros. Nosotros, aquí abajo, sólo vemos una pequeña parte de nuestra vida, mientras que Él, desde arriba ve nuestra vida en el plano de la eternidad. Además tengamos en cuenta las siguientes circunstancias:

1) El Reino de los Cielos es el bien máximo y una riqueza inagotable. Si para lograr una pequeña riqueza terrenal se requiere mucho trabajo y dedicación, ¿cómo es posible obtener sin ningún esfuerzo tan magnífico tesoro?

2) El Reino Celestial es el premio más deseado. ¿Dónde se premia gratis y por nada? Por eso es que si hay que esforzarse para obtener un premio temporal, con más razón hay que hacerlo para obtener un premio eterno.

3) Nosotros debemos llevar nuestra cruz pues queremos estar con Cristo y participar en Su gloria. Si Jesucristo, nuestro Maestro y Líder conseguía la gloria celestial mediante sufrimientos, ¿no nos dará vergüenza compartir con Él Su gloria después de haber evitado pusilánimemente cualquier tipo sacrificios, trabajos y penas?

4) La cruz de la vida no la tienen sólo los cristianos. Tanto los cristianos como los no cristianos, tanto los creyentes como los paganos, todos tienen su cruz. La única diferencia está en que para unos la cruz sirve para obtener el Reino Celestial mientras que para otros no tiene utilidad. Para unos la cruz con el tiempo se torna más fácil y más alegre mientras que para otros se hace más pesada y amarga. Pero, ¿por qué sucede así? Porque unos llevan su cruz con fe y devoción hacia Dios y los otros la llevan quejándose y con ira.

Por eso, cristiano, no sólo no evites tu cruz de la vida sino que por el contrario agradece a Jesucristo que te hizo digno de seguirlo e imitarlo. Si Jesucristo no hubiera sufrido y no hubiera muerto ninguno de nosotros podría entrar nunca al Reino Celestial por más sufrimientos que padeciera. Pues en ese caso nosotros deberíamos sufrir como violadores de la voluntad de Dios y sufriríamos sin ningún tipo de esperanza. Ahora nosotros sufrimos para la salvación. ¡Oh, Dios Misericordioso! ¡Qué grande es Tu amor hacia nosotros! ¡Qué grandes son Tus bondadosas acciones hacia nosotros! Tú transformas al mismo mal en algo útil para nuestra salvación.

¡Cristiano! Ya sólo el agradecimiento a Jesucristo, tu Benefactor, te obliga a ir tras Él. Si Jesús bajó a la tierra para ti, ¿puede ser que prefieras algo en la tierra a Él? Si Jesucristo por ti bebió hasta el fondo del cáliz de sufrimientos, ¿puede ser que rechaces sufrir un poco por Él?

5) Jesucristo nos redimió con Su muerte y por eso Le pertenecemos a Él como un bien empeñado. Es por eso que tenemos que hacer todo lo que Él ordena. Y Jesucristo desea una cosa: que nosotros alcancemos el Reino de los Cielos.

6) Por último, no podemos evitar el camino angosto al Reino de los Cielos pues en toda persona hay pecado y el pecado es una herida que no puede curarse por sí sola sin la ayuda de remedios poderosos. Los sufrimientos son los remedios con los que el Señor cura nuestras almas. Cuando una persona está enferma de algo, por más que se encuentre en los castillos más espectaculares, sufrirá. Lo mismo pasa con un pecador que sufrirá en cualquier lugar que lo lleven a vivir (incluso en el paraíso mismo) porque el infierno estará dentro de él. De manera análoga el hombre justo puede alegrarse tanto en un palacio como en una pobrísima choza. Pues cuando el corazón es llenado por el Espíritu Santo una persona será feliz en cualquier lugar que se encuentre, pues el paraíso estará dentro de ella.

Entonces, hermanos, si nosotros queremos conseguir la salvación no hay ninguna manera de no tomar el camino por el que fue Jesús y que siguieron tras Él los profetas, los apóstoles, los mártires, los monjes santos y muchísimos otros justos: todos tomaron el mismo camino y no hay otro posible.

Algunos podrán objetar que nosotros, gente débil y pecadora, no podemos imitar a los santos. Nosotros que vivimos en el mundo, tenemos nuestras familias, tenemos muchas obligaciones... ¡Hermanos! Estas son excusas maliciosas y una ofensa a nuestro Creador.

Justificar nuestra mala disposición con motivos así es acusar al Creador de que no nos supo crear. Pues los santos también eran pecadores al principio y también se ocupaban de cosas terrenales, trabajaban, tenían distintas obligaciones y tenían familias. Pero a pesar de todo esto ellos no olvidaban lo principal y mientras vivían en las mismas situaciones que nosotros, encaminaban su camino hacia el Reino de los Cielos. Por eso nosotros también, en caso de desearlo realmente, podremos ser ciudadanos útiles, esposos fieles, amantes padres y, al mismo tiempo, buenos cristianos. Nuestra fe no dificultará la concreción de nada bueno y por el contrario contribuirá al éxito de cualquier buen proyecto. La esencia del cristianismo es el amor puro y desinteresado que nos da el Espíritu Santo.

En resumen hermanos: si ustedes quieren alcanzar el Reino de los Cielos sigan el camino que siguió Jesucristo. ¡¡No hay otro camino!!

 

Cómo nos ayuda Jesucristo

en el camino al Reino de los Cielos

Cuando uno va por el camino de Cristo no puede confiar únicamente en sus fuerzas. Si Jesucristo, nuestro gran Benefactor, no nos ayudara en cada uno de nuestros pasos nadie podría alcanzar la salvación. Incluso los Apóstoles, cuando se quedaron solos, no pudieron ir tras Cristo y escaparon pusilánimemente. Cuando en el día de Pentecostés los apóstoles recibieron ayuda desde arriba empezaron a ir con alegría por el camino del Señor y no le temieron más a los peligros ni a las dificultades, ni siquiera a la misma muerte.

¿En qué consiste la ayuda que da Jesucristo a los que van tras Él? Esta ayuda es la gracia del Espíritu Santo. La gracia de Dios nos rodea por todos los costados y con ella el Señor nos atrae hacia Él. Todos los que la quieran pueden recibir esta ayuda de Dios y fortalecerse con ella.

El Espíritu Santo, Dios al igual que el Padre y el Hijo le da vida y fuerzas a todo. Él les da sabiduría, paz interior e inspiración a los creyentes no por los méritos de estos sino por Jesucristo. En qué aspectos nos ayuda el Espíritu Santo y cómo lograr los dones del Espíritu Santo es lo que explicaremos ahora, fundamentándonos en la palabra de Dios.

1) El Espíritu Santo, al entrar en una persona, le da fe y luz. Sin el Espíritu Santo nadie es capaz de tener una fe viva y verdadera y sin Su luz hasta el sabio más brillante es un completo ciego en las cuestiones de Dios. Sin embargo, el Espíritu Santo puede hacer sabia hasta a la persona más sencilla y revelarle los más grandes misterios de Dios.

2) El Espíritu Santo, al entrar en una persona, trae consigo el amor verdadero que le da calor al corazón. Este amor lleva a la persona a realizar buenas acciones y a que nada le resulte difícil o temible, y hace que los mandamientos de Dios, que antes parecían difíciles, le resulten sencillos. La fe y el amor que da el Espíritu Santo son herramientas tan poderosas que hacen que el que las posee pueda ir fácilmente y con alegría por el camino que transitó Jesucristo.

3) El Espíritu Santo corrige la concepción del mundo y el estado de ánimo de manera tal que la persona deja de tentarse con los bienes terrenales. El cristiano usa y agradece lo que Dios le da pero no ata a nada su corazón, sino que siente que está de visita en este mundo y desea por encima de todo el contacto con Dios. La persona que no tenga al Espíritu Santo aunque tenga enormes capacidades y sabiduría, siempre permanecerá adorando al mundo y será esclava de su carne.

4) El Espíritu Santo le da sabiduría a la persona. Esto se ve muy claro en el ejemplo de los santos Apóstoles que era gente de lo más sencilla y sin educación. Después de que en el Pentecostés el Espíritu Santo descendió sobre ellos, recibieron tal sabiduría y poder de palabra que ni siquiera los filósofos o los oradores pudieron enfrentarlos. El Espíritu Santo siempre le indica a la persona qué es lo que tiene que hacer, cuándo lo debe hacer y cómo debe hacerlo. Es por eso que la persona que tenga en sí al Espíritu Santo siempre encontrará medios y tiempo para salvar su alma. Dentro del ruido mundano y con todas sus ocupaciones, esa persona podrá conservar su entereza interior, profundizar en sí mismo y rezarle a Dios, mientras que una persona no espiritual ni siquiera en la iglesia de Dios podrá concentrarse y rezar con el corazón.

5) El Espíritu Santo da la verdadera alegría y una paz imperturbable. La persona que no tenga en sí al Espíritu Santo nunca podrá alegrarse realmente ni obtener paz en el alma. Cuando se alegra, sus alegrías son de pocos minutos, siempre son vacías y lastimosas y a veces incluso pecaminosas. Cuando termina la alegría la persona empieza a sentir un aburrimiento todavía más angustioso. A su vez, cuando una persona no espiritual siente tranquilidad, ésta no es la auténtica paz espiritual sino que es un tipo de adormecimiento o de apatía. ¡Y pobre de esa persona si no se da cuenta a tiempo y no se empieza a preocupar por la salvación de su alma!

6) El Espíritu Santo otorga auténtica humildad. Ni la persona más sabia se puede conocer lo suficiente si no tiene al Espíritu Santo, pues la enfermedad interior y la debilidad espiritual están ocultas para él. Cuando actúa bien o se comporta honradamente se pone arrogante y empieza a ver de arriba a los demás, e incluso se pone a acusar a los que en su opinión son peores que él. Por su propia ceguera, muchos aparentes justos, satisfechos con ellos mismos, no le pedían ayuda y guía al Espíritu Santo y por ello fueron a la perdición. En cambio, el Espíritu Santo siempre viene en ayuda de los que piden guía y ayuda. El Espíritu Santo, al igual que un claro rayo de sol, pone en evidencia hasta los más pequeños detalles de un recinto oscuro, cuando entra en una persona descubre ante ella toda la pobreza y la corrupción de su alma. Iluminado por la luz celestial la persona deja de poderle prestar atención a sus pequeñas buenas obras pues su alma necesita curarse de muchísimas enfermedades. Al reconocerse como el peor de los hombres, la persona se torna más humilde, empieza a arrepentirse sinceramente y toma la decisión de vivir con mayores cuidados. Con respecto a las buenas acciones, la persona deja de confiar únicamente en sus propias fuerzas y Le pide a Dios que lo guíe y que lo ayude.

7) El Espíritu Santo otorga una oración verdadera y ferviente. Nadie puede rezar con oraciones totalmente satisfactorias para Dios, sin haber recibido al Espíritu Santo, porque sus ideas y sentimientos se dispersan en muchas direcciones. La persona en la que habita el Espíritu Santo siente vivamente la presencia de Dios y su oración fluye fácilmente pues sabe cómo y qué cosas pedirle a Dios. Quien reza en ese estado puede pedirle y lograr todo lo que Le pida a Dios e incluso puede conseguir cosas que las nociones humanas consideran imposibles.

Esta es una corta enumeración de los dones del Espíritu Santo. En consecuencia, sin la participación del Espíritu Santo no podemos entrar ni acercarnos al Reino de los Cielos. Por eso, debemos pedirle fervientemente al Espíritu Santo que permanezca en nosotros y nos ayude de la misma manera como les ayudó a los santos Apóstoles. Para que el Espíritu Santo se apiade de nosotros, descienda y habite en nosotros, es importante saber qué cosas Lo atraen a nosotros y cuáles otras Lo alejan. Es sobre esto que hablaremos ahora.

Jesucristo dijo que "el Espíritu Santo respira donde quiere y puedes escuchar Su voz pero no puedes saber de dónde viene ni hacia dónde va". Esto significa que una persona es capaz de sentir el contacto del Espíritu Santo en el corazón pero no puede predecir tal hecho. Así vemos en los Hechos de los Apóstoles que los santos Apóstoles y otros cristianos recibían los dones del Espíritu Santo siempre de una manera inesperada. Él no desciende sobre los que lo pidan en forma inmediata sino cuando Él, como Dios, lo disponga. Por eso nadie puede osar predecir que en determinado momento recibirá ciertos dones, ni siquiera puede predecir que los recibirá alguna vez pues nadie puede considerarse digno. ¡La gracia del Espíritu Santo es un don de Su infinita misericordia! Los dones sólo se entregan cuando lo desea Él que los da y sólo se dan aquellos que Él desea. Él estipuló en la Iglesia medios para darle a los creyentes Sus Dones: los Sacramentos y los servicios religiosos de la Iglesia. Por eso se equivocan muy gravemente los cristianos no ortodoxos que afirman que pueden recibir siempre que quieran al Espíritu Santo con determinados métodos (que usan también las sesiones espiritistas y los misterios paganos); los que inventan estos métodos y osan usarlos no sólo no reciben los dones buscados sino que además cometen un terrible pecado contra el Espíritu Santo.

Todo aquel que quiera pedirle al Espíritu Santo algún don debe saber que estos dones sólo se otorgan a los que crean correctamente. Efectivamente, el Señor primero le enseñó a los Apóstoles la verdadera doctrina y recién después les concedió El Espíritu Santo. De manera similar, los Apóstoles tampoco le daban a los recién bautizados los dones sino que después de un período de prueba y afirmación en la fe verdadera. Por eso Jesucristo llamó al Espíritu Santo como el Espíritu de la Verdad y la Iglesia, la sociedad de fieles bendecida, debe ser "pilar y afirmación de la verdad".

Cuando un cristiano toma la fe de Cristo en toda su pureza, de manera humilde y obediente, sin ningún tipo de correcciones o reservas, tiene los siguientes medios para conseguir los dones del Espíritu Santo:

1. Pureza de corazón y castidad

2. Humildad

3. Escuchar la voz de Dios

4. La oración

5. La abnegación

6. La lectura de las Sagradas Escrituras

7. Los Sacramentos de la Iglesia, en especial la Sagrada Comunión

Para recibir los dones del Espíritu Santo hay que purificar previamente el corazón de todo pecado, orgullo y amor propio. El Espíritu Santo nos rodea siempre y de todos los costados; Él desea llenar nuestro interior pero el mal que anida en nosotros es como una pared que Le cierra el camino. Todo pecado aleja al Espíritu Santo, pero son especialmente contrarios a Él la impureza corporal y la soberbia. Por eso, si nosotros queremos que El Espíritu Santo, a Quién recibimos en el bautismo, no se aleje de nosotros, o bien que vuelva a nosotros después de que Lo hayamos alejado con nuestros pecados, debemos:

1) Purificarnos mediante el arrepentimiento y después del arrepentimiento evitar los pensamientos y deseos pecaminosos. Debido a la terrible disolución de la sociedad actual el cristiano debe cuidarse de todo aquello que pueda ensuciar su alma y no permitir que su carne llegue a la lujuria. Es que nuestro cuerpo está destinado a ser templo del Espíritu Santo. Cuando la persona es pura por adentro y por afuera el Espíritu Santo entra en ella. Lo único que puede evitar que el Espíritu Santo habite en una persona casta es que esa persona se enorgullezca, se crea justa y considera los dones del Espíritu Santo como una recompensa merecida. Si tú por desgracia pecaste con la carne, deja de pecar y arrepiéntete. Con dolor en el corazón laméntate de haber ofendido a Dios, a tu Padre que te ama y empieza a vivir con más cuidado. En ese caso tú también podrás recibir los dones del Espíritu Santo.

2) Uno de los métodos más seguros para atraer al Espíritu Santo es la humildad. Aunque seas una persona honrada, buena, justa y misericordiosa sigue considerándote un inútil esclavo de Dios y una herramienta insignificante de Él. En efecto, si miramos con mayor atención nuestras obras de bien veremos que ninguna de ellas es complemente irreprochable. Es muy frecuente que al dar limosna o al ayudar al prójimo nosotros lo acompañamos con pensamientos vanagloriosos, de disgusto, amor propio, acusaciones a los demás y otros sentimientos negativos. Por supuesto que la buena acción siempre seguirá siendo buena y hay que multiplicar las buenas obras. Pues hasta el oro impuro tiene algún precio. Sólo hay que dárselo a un orfebre experimentado y éste le dará su verdadero valor. De igual manera, confía tus buenas acciones al Orfebre Celestial y Él las hará valiosas.

Por eso, si deseas que tus bondades sean agradables a Dios no debes enorgullecerte por ellas. Tú no eres el orfebre sino su aprendiz. La habilidad le da el valor al oro y a las virtudes les da valor el puro y desinteresado amor cristiano que viene del Espíritu Santo. Todo lo que es hecho sin amor cristiano, es decir, sin el Espíritu Santo, no es todavía una virtud con todo su valor. Es por eso que la persona que no tiene en sí al Espíritu Santo, aún con muchas virtudes es pobre y miserable.

Además de tomar conciencia de nuestra indignidad, la humildad reside también en sobrellevar con paciencia y sin quejarnos las distintas penas y desgracias de la vida y tomarlas como merecidas y enviadas para nuestro provecho. No digas: "¡Qué infeliz que soy!" sino "¡Yo merezco por mis pecados castigos aún mayores!" Y no le pidas tanto a Dios que te libre de las penas y pídele más fuerzas y paciencia para sobrellevarlas.

3) Podemos recibir al Espíritu Santo atendiendo la voz de Dios. El Señor nos habla con la voz interior de la conciencia y también con circunstancias externas de la vida. Es de vital importancia desarrollar en uno la sensibilidad para escuchar más claramente lo que Dios nos quiere decir. Él se preocupa por ti como el más amante Padre. Él te llama diariamente hacia Él, te advierte y te guía. Así, por ejemplo, si estás triste, si alguien te ofendió, si te ocurrió alguna desgracia o si estás enfermo, puedes escuchar la voz de Dios que en todos esos casos te llama a arrepentirte y a ser mejor. En momentos de penas, en vez de buscar ayuda en la gente o distraerte de alguna manera, dirígete a Dios y pídele ayuda sólo a Él.

Si, en cambio, la vida se te presenta feliz, vives sin que te falte nada y todos los aspectos de la vida son exitosos, entonces todo esto también es la voz de Dios. Aquí Dios te llama a ser misericordioso con los que lo necesitan así como lo es el Señor contigo. Es pecaminoso y peligroso no escuchar la voz de Dios: no arrepentirse y no corregirse en tiempo de penas o no agradecer y no ayudar a los demás en épocas exitosas. Todavía más destructivo es actuar en contra de lo que Dios nos guía: quejarnos y enojarnos en circunstancias difíciles u olvidar a Dios y vivir sólo para el placer si las circunstancias son favorables. En ese caso puede suceder que Dios, después de tratar de hacernos entender en reiteradas ocasiones, se aparte de nosotros como de niños obstinados y nos permita hacer todo lo que nosotros queramos. Entonces las pasiones se apoderarán fácilmente de nosotros, se oscurecerán nuestra inteligencia y nuestra conciencia e incluso podemos llegar al punto de justificar hasta nuestros más terribles pecados como si fueran una debilidad inevitable de la naturaleza humana. Para evitar tal caída es necesario aprender a escuchar la voz de Dios y hacerle caso a las indicaciones de ella.

4) Podemos recibir al Espíritu Santo mediante la oración. La oración es el método más fácil, seguro y accesible para recibir al Espíritu Santo. Como la persona está compuesta de cuerpo y alma, su oración también debe ser interna y externa. Lo más importante en la oración es la concentración y la sinceridad que se logra con esfuerzos internos. Sin embargo el cuerpo también debe participar: puede y debe ayudarle al alma a rezar. Contribuyen a la oración condiciones externas apropiadas: la soledad y el silencio, iconos con candiles encendidos, las reverencias, la oración en voz alta y cuando la persona se encuentra en la iglesia: la pintura y la arquitectura eclesiásticas, el canto armonioso y no muy fuerte, los servicios bellamente ejecutados, etc.

Concentrarse en la oración y dirigir su corazón a Dios no es poco trabajo. Para eso hay que dedicarle regularmente tiempo a la oración (por ejemplo a la mañana y a la noche) y es necesario ser constante y paciente. Hay que pelear constantemente con el apuro, la distracción, la frialdad y la falta de sinceridad; hay que tratar de que nuestro corazón se llene de amor a Dios. Se requieren muchos esfuerzos para aprender a rezar correctamente; nosotros sabemos que los santos aprendían el arte de la oración a lo largo de todas sus vidas. Pero los esfuerzos individuales son insuficientes. Para que la oración sea cálida y salga de la profundidad del corazón es imprescindible la ayuda del Espíritu Santo. Únicamente Él concede la oración perfecta.

La oración sincera siempre le trae consuelo y paz al corazón. Esto lo sabían bien los santos que durante días y noches enteras permanecían en oración y en un júbilo de alegrías perdían la noción del tiempo. En ese tiempo se hacían dignos de estar iluminados de la manera más cercana y viva por el Espíritu Santo. Por eso reza tú también a pesar de que tus pecados y tu falta de habilidad hagan que tu oración sea en principio imperfecta. Reza con dedicación y esmero y habitúense a la conversación sincera con Dios. De esta manera tú también aprenderás poco a poco a rezar y empezarás a sentir una dulce consolación. Si tú demuestras constancia en el trabajo de la oración, el Espíritu Santo tendrá misericordia de ti y empezará a habitar en ti.

Las Sagradas Escrituras enseñan: " Recen constantemente " ¿Es esto posible para las personas de este mundo? Si rezamos todo el tiempo, ¿cuándo podemos cumplir con todas las demás obligaciones? El consejo de rezar todo el tiempo no se refiere a la oración externa sino a la oración interna. Si lo deseamos, podemos dirigirnos a Dios interiormente no sólo cuando estemos solos sino también mientras hacemos otras actividades. Los únicos que no encuentran tiempo para rezar son los que no quieren rezar.

Ayudan a la oración la abstinencia en las comidas y los actos de misericordia. Un santo aconsejaba: " Si quieres que tu oración vuele hasta llegar a Dios, dale dos alas: la abstinencia y la misericordia"

5) ¿Qué es la abstinencia y para qué sirve? La abstinencia es la voluntaria autolimitación en comidas, bebidas y placeres. El objetivo de la abstinencia es hacer más liviano y pacificar el cuerpo y hacerlo dócil al alma. El cuerpo satisfecho pide placeres y reposo, predispone a la fiaca y evita los pensamientos sobre Dios. El cuerpo, como un sirviente sin limitaciones se alza contra su señor, el alma y quiere empezar a dominarla. Durante la abstinencia hay que restringir el tipo de comidas (es decir no ingerir comida derivada de la leche y la carne) como así también la cantidad de comidas (hay que ingerir sólo las cantidades mínimas necesarias para el cuerpo). Además, hay que frenar distintos deseos pecaminosos de la carne. Así tu abstinencia será sincera.

Al ayunar exteriormente hay que ayunar también internamente: controlar la lengua para evitar conversaciones pecaminosas y vanas, limitar los deseos y la ira y alejar de sí malos pensamientos y deseos. La experiencia demuestra que no hay nada más difícil que detener el flujo de pensamientos y dirigir la mente hacia el pensamiento sobre Dios y la oración. Esto se parece a la doma de caballos salvajes que por largo tiempo y de manera tenaz se resisten a los domadores.

La persona no espiritual ni siquiera sospecha cuánto esfuerzo requiere controlar los pensamientos. Ocupado sólo con cuestiones terrenales ella considera que sus pensamientos están siempre ocupados en cosas útiles. Pero si empieza a tender a un modo de vida más espiritual y a tratar de pensar en temas espirituales sus pensamientos empezarán a aclararse. En este caso sucede algo similar a las aguas de una pequeña laguna. Si no se agita su superficie la laguna permanecer límpida, pero si se las agita el fango subirá desde el fondo y enturbiará el agua de la laguna. De una manera similar, en el fondo de nuestro corazón hay distintas pasiones que oscurecen nuestra alma como el fango cuando las descubrimos y empezamos a luchar contra ellas. Los Santos Padres explican que el diablo trata siempre de enturbiar el alma con pensamientos y sentimientos malos para turbar con ello a la persona que desea salvarse y alejarlo de sus buenas intenciones. Pero tú no caigas en sus redes y no te alejes del camino de la salvación. Con relación a esto es útil saber que la persona no puede pensar en dos cosas simultáneamente. Si ocupa su mente con buenos pensamientos (p. ej. la lectura de libros espirituales o el estudio de alguna materia de utilidad) los malos pensamientos no podrán permanecer en la mente. Por eso hay que leer lo más posible las Sagradas Escrituras y los libros para el alma e inspirado en ellos pensar sobre cuestiones espirituales, rezar y pedirle a Dios que nos ilumine. Entonces el Espíritu Santo, al ver tu dedicación, entrará en ti y purificará tu corazón.

El amor se revela inevitablemente en actos de caridad. Consideramos actos de caridad; alimentar al hambriento, darle de beber al sediento, vestir al desabrigado, visitar al enfermo o al preso en una celda y ayudarle, cobijar al que no tenga vivienda, ocuparse de un huérfano y otros actos de ese estilo. Todo esto hay que hacerlo por el deseo de ayudar al prójimo sin enorgullecerse por ello y sin esperar agradecimiento alguno. El Salvador enseña que al hacer una buena acción hay que tratar que " la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha. Entonces el Padre Celestial que ve lo oculto te recompensará con creces"

6) Podemos recibir al Espíritu Santo mediante la lectura piadosa de las Sagradas Escrituras, las que por ser la palabra de Dios contienen tesoros de luz espiritual y de sabiduría. Las Sagradas Escrituras son una de las acciones más bondadosas de Dios y pueden ser aprovechadas por todos los que lo desean. Las verdades de la salvación están expuestas de una manera tan accesible que hasta la persona más simple y menos ducha en ciencias es capaz de entender. Se conocen muchos casos de la historia de la iglesia y de la vida de santos en los que gente muy sencilla, mediante el estudio de Las Escrituras, se hizo sabia y se convirtió en gente de bien y recibió generosos dones del Espíritu Santo. También hubo casos, incluso de gente sabia, que leyeron las Sagradas Escrituras, perdieron el rumbo y cayeron en herejías. La diferencia entre ambos casos era que unos leían las Sagradas Escrituras con el corazón sencillo, buscando en ellas guía espiritual, mientras que los otros se acercaban a ellas con curiosidad terrenal y trataban de penetrar en lo oculto. Empezaban a pensar que entendían todo, caían en un desmedido orgullo y se transformaban en falso maestros. Debemos saber que nuestra pequeña inteligencia no puede contener la sabiduría celestial. Pero Dios hace más sabia a la gente con corazón puro y bueno. Él les hace entender aquello que les es útil a ellos y a los que se relacionan con ellos. Por eso, al leer las Sagradas Escrituras, hay que alejar todo tipo de razonamientos terrenales y someterse a la voluntad y a la palabra de Aquel Que te habla a través de las Sagradas Escrituras y pídele a Jesucristo que te dé la sabiduría para la salvación.

Además de las Sagradas Escrituras existen muchos libros útiles para el cristiano: los escritos de los Santos Padres de la Iglesia, los relatos provechosos para el alma, los sermones y los tratados sobre teología de autores ortodoxos. Entre los libros a los que tienes acceso lee aquellos que estén basados en las Sagradas Escrituras y estén de acuerdo a las enseñanzas de la Iglesia Ortodoxa. Ten cuidado de los demás, pues están envenenados con veneno espiritual.

7) Jesucristo dijo respecto a la Comunión: "El que come Mi Cuerpo y bebe Mi sangre está en Mí y Yo estoy en él. Él tiene la vida eterna y yo lo resucitaré el último día". De esta manera, la persona que comulga el Cuerpo y la Sangre de Cristo se une misteriosamente con Él y se une a su vida divina. Por eso hay que tomar la Comunión con fe, después de haber purificado el alma con el arrepentimiento, con conciencia de nuestra indignidad y esperando la misericordia de Dios. Al tomar a Jesús en el corazón el creyente toma también al Espíritu Santo y al Padre Celestial porque Dios es Único e Indivisible. De esta manera, el fiel se hace digno de ser un templo vivo del único Dios delante de Quien nos postramos en Su Santísima Trinidad. Aquel que toma la comunión indignamente, es decir con el alma impura, con el corazón lleno de ira, de ambición o de algún otro pecado, no sólo no recibe al Espíritu Santos sino que además se iguala a Judas el traidor.

Los cristianos de los primeros siglos, conscientes de toda la importancia y el provecho de los Santísimos Sacramentos tomaban la comunión todos los domingos. Indudablemente es por ese motivo que eran como "una sola alma y un solo corazón" como describe el libro Hechos de los Santos Apóstoles. Pero, Dios mío, ¡cuánta diferencia hay entre ellos y nosotros! ¡Cuántos de nosotros comulgan muy esporádicamente (incluso algunos no lo hacen por muchos años) y cuántos se acercan al Cáliz Sagrado sin la debida preparación y sin temerle a Dios!

De esta manera trata de tomar la Sagrada Comunión con frecuencia y nunca menos de una vez por año. El Cuerpo y la Sangre de Cristo son un verdadero remedio para todo tipo de enfermedades del alma o del cuerpo. ¿Quién de nosotros está completamente sano? ¿Quién no querría obtener ayuda y alivio? El Cuerpo y la Sangre de Cristo de nuestro Señor Jesucristo son el alimento que nos fortalece en el camino al Reino Celestial. ¿Es posible realizar un camino tan largo y difícil sin ningún tipo de ayuda? El Cuerpo y la Sangre de Cristo son el Sacramento que nos dio el Mismo Jesucristo para nuestra bendición. ¿Quién puede rehusar ser partícipe de tal Sacramento? Por eso no hay que ser haraganes en ir hacia el Cáliz de la Vida y hay que ir hacia él con temor a Dios y con fe. Aquel que rehusa esto no quiere a Jesucristo y no recibirá al Espíritu Santo y consecuentemente no entrará al Reino Celestial.

Así, los medios para recibir al Espíritu Santo son: la pureza de corazón y una vida sin vicios, la humildad, escuchar atentamente la voz de Dios, la oración acompañada de ayuno y caridad, la lectura de la palabra de Dios y la Comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por supuesto, cada uno de estos medios sirve para recibir al Espíritu Santo, pero lo mejor es aprovechar todos estos medios de salvación. Hay que agregar que si alguien recibe al Espíritu Santo, cae por algún motivo, comete pecado y aleja por esto al Espíritu Santo no debe desesperarse por ello y pensar que perdió irremediablemente las bendiciones sino que debe caer lo antes posible ante Dios con profundo arrepentimiento y oración, y así, el Todomisericordioso Espíritu Santo volverá a él.

Conclusión

Vimos que nadie puede volver a Dios y entrar en el Reino de los Cielos sin creer en Jesucristo. Nadie, por más que crea en Jesús, puede ser llamado discípulo de Cristo si no actúa como actuó Jesucristo y como consecuencia no podrá compartir con Él Su gloria en el Cielo. Nadie sin la ayuda del Espíritu Santo puede ir tras Jesucristo. Los que quieran recibir al Espíritu Santo deben usar los medios dados por el Señor.

Es importante recordar que el camino al Reino Celestial que nos descubrió Jesucristo es el único y no hubo ni nunca habrá otro camino que no sea el que nos indicó Jesucristo. Por momentos el camino es difícil pero conduce efectivamente al objetivo. Por otra parte el cristiano encontrará en ese camino consuelos y satisfacciones que los bienes mundanos no pueden darle. El Señor Jesucristo nos ayuda a caminar este camino, nos da al Espíritu Santo, nos envía un Ángel Suyo para que nos proteja, nos da maestros y guías e incluso Él Mismo nos toma de la mano y nos conduce a la salvación.

Si el camino al Reino de los Cielos es difícil los tormentos eternos en el infierno son muchísimo más terribles. Si el camino a la felicidad celestial es difícil no es más fácil el camino a la felicidad terrenal. Vean cómo se esfuerzan los que buscan las riquezas terrenales, cuántas frustraciones, cuántas noches de insomnio y cuántas privaciones tienen. ¡O recuerden cuánto trabajo, cuántas preocupaciones y cuánto dinero les costó a ustedes algún gusto vano y pasajero! ¿Y después? En vez de la esperada satisfacción ustedes quedaban desilusionados y cansados. Es por eso que si observamos más atentamente la esencia de la cuestión vemos que nos alejamos del Reino Celestial no porque el camino a él sea en realidad más difícil que los caminos de este mundo sino sólo porque así nos parece. Es el diablo, ese experto embaucador, que nos hace creer que el camino a la salvación es difícil y que el camino de la perdición es fácil y es por ello que muchos destruyen sus almas.

Por eso hermanos, para evitar la perdición eterna debemos inevitablemente preocuparnos por nuestro futuro. Nosotros sabemos que después de la tumba a la gente le aguarda sólo una de dos posibilidades: el Reino Celestial o el infierno de las tinieblas, la felicidad eterna o los tormentos por siempre. No hay estados intermedios. Así como existen sólo dos estados después de la muerte hay sólo dos caminos en esta vida. Uno de ellos es ancho y aparentemente fácil y es el que toma la mayoría, mientras que el otro es angosto, tiene espinas y es menos transitado. Es cien veces más feliz aquel que va por el camino angosto. Hermanos, ¿qué nos sucederá si vamos por el camino ancho y morimos imprevistamente? ¿A quién podremos acudir? ¿Al Señor? Pero debido a que nosotros no Lo quisimos escuchar Él no nos oirá. Aquí y ahora Él es para nosotros un Padre caritativo mientras que allá va a ser el Justo Juez. ¿Quién nos podrá defender de Su justa ira? ¡Hermanos! ¡Qué miedo provoca caer en las Manos del Dios Vivo! Por ello, ocúpense de la salvación de sus almas mientras disponen del tiempo adecuado.

Trabajen para su salvación mientras es de día pues caerá la noche, cuando será imposible cambiar los hechos. Busquen el Reino de los Cielos mientras puedan caminar. Si no pueden dar grandes pasos den pasos pequeños, incluso arrástrense pero háganlo en la dirección correcta. En ese caso, en la eternidad se alegrarán por cada paso que dieron. ¡Que nos ayude en esto el Señor Misericordioso! ¡Para Él es la Gloria y el agradecimiento por los siglos de los siglos! Amén.

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Folleto Misionero S57

Editado Por La Iglesia Ortodoxa Rusa "Manto De La Santísima Madre De Dios"

Copyright ã 1999 y Publicado por "Holy Potection Russian Orthodox Church"

2049 Argyle Ave. Los Angeles, California, 90068,USA

Redactor:Obispo Alejandro Mileant

(camino_al_reino.doc, 09-23-1999)