Que es la felicidad

Arzobispo Nathanael (Lvov, 1906-1985)

Traducido por Alejandro Molokanow

La gente, cuando se congratulan mutuamente en las fiestas del Año nuevo, así como también en otras ocasiones, se desean mutuamente suerte y felicidad. ¿Pero que es la suerte y la felicidad? ¿Cómo definirlas?

El concepto de la felicidad de un hombre civilizado medio se alejó muchísimo de la idea primitiva que de ella tenían los antiguos, por ejemplo los hotentotes: la suerte — era cuando yo lograba arrebatar la mayor cantidad posible de los bienes de mi prójimo, y la desgracia — era cuando alguien se apoderaba de mis bienes.

Entretanto, aun dejando de lado el valor moral de semejante concepto, ella es errónea en su raíz también por su esencia: cualquiera fuera la cantidad de bienes, poder, gloria, o goces que logremos poseer — igualmente no seremos felices. Los objetos materiales no pueden traernos la verdadera felicidad, sino solo un hartazgo (taedium vitae), después del cual la tristeza y la angustia, aún mas grandes que antes, se apoderan del hombre.

Es interesante hacer notar, que la palabra "felicidad-suerte" — "tikhi," se encuentra muy escasamente en la Sagrada Escritura, y — ni una sola vez en el Nuevo Testamento. Esta palabra es demasiado arbitraria, inexacta en su interpretación, y no significa nada, en sí misma. En lugar de ella la Escritura emplea otra palabra, mas clara, concreta, que indica el contenido de la felicidad, la palabra "gozo" — "kha."

Acerca del gozo dice Cristo: "Mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido," — señalando a la fuente de este gozo: "Si guardareis Mis mandamientos, permaneceréis en Mi amor, así como Yo he guardado los mandamientos de Mi Padre y permanezco en Su amor" (Juan 15:10-11).

Aquí es donde está la solución de la incógnita que se ha planteado por siglos. He aquí la verdadera suerte y felicidad, la verdadera alegría y gozo — en el amor de Dios, en permanencia con Él.

Esto lo afirma también con perfecta claridad el apóstol Pablo, diciendo: "El Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz, y gozo en el Espíritu Santo" (Rom. 14:17).

"Y nadie os quitará vuestro gozo" (Juan 16:22), y nadie ni nada: ni los tormentos, ni las privaciones, ni el exilio, ni la misma muerte.

Esto lo sabían y lo saben bien solo la gente, que con su vida muestra, que ha contestado la eterna pregunta de la humanidad y que encontró a la felicidad, — son los cristianismo justos, los santos de Dios de tiempos antiguos y nuevos. Su ejemplo se presenta como un enigma, para la gente restante.

¿Porque esta gente es tan alegre? — pregunta, que planteaban no solo los antiguos gentiles romanos sobre los cristianos, sus contemporáneos. Esta pregunta suena aun hoy, ya sea de una u otra forma, en los labios de los nuevos paganos, nuestros contemporáneos, quienes en gran parte, se llaman a si mismos, formalmente, cristianos.

La respuesta a esta pregunta, inducida por diferentes conceptos sentimental-románticos de la Europa occidental es, que supuestamente el mundo antiguo no sabía nada acerca de la vida después de la tumba, y por eso, la gente tenía miedo de la muerte, y que los cristianos trajeron la buena noticia acerca de que después de la tumba existe la vida, que Cristo redimió a todos, perdonó a todos, a todos prometió la resurrección, la vida eterna y la felicidad del paraíso.

Esta respuesta de una u otra forma está muy difundida, pero es completamente incorrecta.

El hecho está en que Cristo no prometió la felicidad del paraíso en absoluto. Muy frecuentemente de los labios de Cristo suena la terrible advertencia: "habrá el lloro y el crujir de dientes" (Mat. 24:51), "apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles" (Mat. 25:41), "E irán estos al castigo eterno" (Mat. 25:46).

Aun mas, el apóstol Pedro, hablando del temible peligro de sufrimientos eternos, que nos amenaza, recuerda, que si el justo con dificultad se salva, en donde aparecerá el pecador y el impío? (1 Pedro 4:18).

Entre los cristianos liberales está muy difundida la opinión, que proviene de los círculos protestantes, que la imagen sombría de la suerte de ultratumba y la dificultad en la obra de la salvación, son productos de tiempos posteriores "de los sombríos y taciturnos monjes ascetas," y que en los antiguos tiempos de los primeros cristianos reinaba "un luminoso estado de ánimo, originado en la consciencia de ser salvados por el mismo hecho de su fe en Cristo."

Los que piensan así se están creando un cristianismo particular, que no tiene fundamento ni soporte, ni en el Evangelio, ni en las epístolas de los apóstoles, ni en los testimonios de la historia del cristianismo antiguo.

Lean el libro de primeros cristianismo "El Pastor" de Erma, escritor del siglo I, y verán, cuan exigentes eran los primeros cristianos consigo mismos y con los demás en la cuestión de la salvación del alma, que claramente ellos se representaban, y tenían conciencia, que el mas pequeño indicio de impureza moral coloca al hombre delante del peligro de la perdición eterna. Con énfasis de las temibles palabras del cántico de la Iglesia: "es infinito el tormento del que vive perdidamente" — está impregnado este libro. Todavía mas vivamente esto se sentía en relación con la pureza de la fe y la fidelidad a la Iglesia.

De esta manera, la visión del mundo cristiano puede parecer bastante menos luminosa, hasta que la visión pagana. Allí estaba el "reino de las tinieblas" de ultratumba, que conducía a una confusa y ambigua forma de vida, acerca de la cual, era posible, si uno lo deseaba, crearse las mas diversas imágenes. Hasta figuraban también "los campos Elíseos" — reino de los bienaventurados, alcanzable en forma bastante fácil. En caso extremo, como la mas tenebrosa posibilidad, aparecía la idea de la inexistencia, de la completa aniquilación después de la muerte. Pero "yo no sufría antes de mi aparición en el mundo, por consiguiente, no voy a sufrir tampoco después de irme de él." — dice Sócrates.

Comparen ustedes con esto el terrible cuadro de los tormentos eternos, del infierno eterno, y verán, que la visión liberal sobre las causas de la alegría de los primeros cristianos es errónea en su raíz.

Y sin embargo la alegría de los cristianos existía y existe.

Ella brilla luminosamente en cada línea de los escritos de las vidas de los mártires y de los ascetas, e ilumina suavemente la vida de los monjes y de las familias cristianas. En realidad, solo ella es digna verdaderamente de esta denominación. Y cuanto mas espiritual es el hombre, mas luminosa y perfecta su alegría y gozo. Este alegría, esta luminosa visión del mundo no dejaba a los primeros cristianos ni en medio del martirio, ni en el umbral de la muerte.

¿En que reside la solución de este enigma?

Por supuesto, en la fe. Pero no en una fe tal, como la comprenden los protestantes. No en una fe formal, carente de vida y privada de hazaña (pues también "los demonios creen, y tiemblan"), sino en una fe vivificante y activa, que se guarda en el corazón puro y se calienta con la Gracia Divina, en una fe, ardiente de amor a Dios y fortifica la esperanza en Él.

Es correcto lo que dijo un escritor eclesiástico contemporáneo: "No es suficiente con creer en Dios, es necesario también creerle a Dios."

"A nosotros mismos y el uno al otro y toda nuestra vida entregaremos a Cristo Dios." Esta completa, confiada, filial entrega de uno mismo en las manos de Dios, es la que abría y abre las puertas de la verdadera alegría y verdadera felicidad.

Si el cristiano confía en Dios, entonces él está dispuesto a aceptar todo de Su mano: el paraíso o el infierno, sufrimientos o gozo, porque sabe, que Dios es infinitamente bondadoso. Cuando Él nos castiga, es para nuestro bien. Él nos ama tanto, que revolvería el cielo y la tierra, para salvarnos. Él no nos traicionará por nada, por ningún fin, por alto que sea, y salvará sin falta, si para esto habrá, aunque sea la mas mínima posibilidad.

"De la ira de Dios se puede correr solo hacia misericordia Divina," — enseñaba el beato Agustín.

Al cristiano creyente no le corresponde temer a la muerte, como no la temían muchos ascetas y mártires. Y en esta ausencia de temor no hay inconsciencia o falta de cuidado hacia su salvación, ya que el temor a Dios, el cual es el principio de la sabiduría, lo libera del miedo animal.

Ante esta actitud, la alegría y la luz se instalan firmemente en el corazón del cristiano, y no hay lugar para las tinieblas: el mundo — inabarcable universo, — pertenece a mi Dios, y nada, desde lo mas ínfimo hasta lo máximo, en esta universo puede acontecer sin Su permiso, y Dios me ama sin medida. Todavía aquí, en la tierra, me permite entrar en los límites de Su Reino — en Su Iglesia. El nunca me echará de este Reino, si yo no lo traiciono. Aun mas, si me caigo, Él nuevamente me levantará, en cuanto yo recapacite y aporte lágrimas de arrepentimiento. Por eso toda la obra de mi salvación y la salvación de mis prójimos, así como de toda la gente, yo la confío en las manos de Dios.

La muerte no es temible: ella fue derrotada por Cristo. Por su parte el infierno y los tormentos eternos están preparados solo para aquellos, que conscientemente y por su propia voluntad renegaron de Dios, para quienes prefirieron las tinieblas del pecado a la luz de Su amor.

En cambio, para los creyentes ya están preparados la alegría y el goce eterno: "Cosas que el ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón el hombre, son las que Dios ha preparado para los que Le aman" (1 Cor. 2:9).

Que nos dé el misericordioso Señor a todos nosotros de lograr la total confianza a Él. ¡Señor, renuévanos a nosotros, que te imploramos!

 

 

Folleto Misionero # S 51b

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

 

(Happy_s.doc, 04-29-04).

 

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Date

C. M.

may/10/04