Selección de Sermones

De San Juan

de Shanghai y San Francisco

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Traducidos del ingles por Silvia Martini

 

Contenido:

Antes de la Cuaresma.

Vengan todos ustedes.

La parábola del Hijo Pródigo.

Sobre Arrepentimiento.

Dos Banquetes.

¡Cristo ha resucitado!

 

 

Antes de la Cuaresma.

Las puertas del arrepentimiento están abiertas. Comienza la Gran Cuaresma. Cada año se repite, y nos trae grandes beneficios si la vivimos como se debe. Ella es una preparación para la vida por venir, una preparación para la Resurrección Radiante.

De la misma forma que se construye una escalera en un edificio alto para permitirnos alcanzar el último piso, así los días del año nos son como escalones para nuestra elevación espiritual.

Esto es ciertamente auténtico en los días de la Gran Cuaresma y la Santa Pascua.

Mediante la Gran Cuaresma nos libramos del pecado y en la Santa Pascua experimentamos la

Bendición del Reino de Cristo que está por venir. Al escalar la montaña uno trata de eliminar todo peso innecesario. Cuanto menos se lleva, más fácil alcanzar el punto más alto. Para ascender espiritualmente es necesario primero librarse del peso del pecado. Este peso nos lo quitamos a través del arrepentimiento, siempre que borremos de nosotros toda presencia de enemistad, perdonando a cada uno que consideramos está en falta con nosotros. Una vez obtenido el perdón de Dios daremos la bienvenida a la Radiante Resurrección de Cristo.

Valioso es el don que recibimos de Dios en la culminación de nuestra lucha cuaresmal. En los primeros himnos del verso cuaresmal escuchamos: "nuestro alimento será el cordero de Dios, en la noche radiante y santa de Su Despertar: la Victima que se nos ofrece, dada en comunión a los discípulos en la tarde del Misterio." ( Aposticha sticheron, Domingo del Juicio Final).

La comunión del Cuerpo y Sangre de Cristo Resucitado, a la vida eterna – este es el sentido de la santa Cuaresma (Cuarenta Días). No solo en Pascua comulgamos, sino también durante la Cuaresma .

En la Pascua deberían comulgar aquellas personas que han ayunado, que se han confesado y han recibido los Santos Misterios durante la Gran Cuaresma. Justo antes de la Pascua es muy poca la oportunidad que tenemos de una confesión adecuada y completa; los sacerdotes están ocupados con los servicios de la Pasión de Jesucristo. Uno debe prepararse con tiempo.

Cada vez que recibimos los Misterios de Cristo nos unimos a Él, cada vez que los recibimos es un acto de salvación del alma. ¿Por qué entonces el significado de recibir la Santa Comunión en la noche de la Santa Pascua, por qué se nos llama a hacerlo?

Se nos otorga de manera especial la experiencia del Reino de Cristo. Se nos ilumina con la Luz Eterna y se nos fortalece con la ascensión espiritual.

Este es el irremplazable don de Cristo, un bien incomparable. Que nadie se prive de este gozo, de recibir la Santa Comunión en la noche Pascual, no se apresuren solo para comer carne y otros alimentos. La Comunión de los Santos Misterios, en esa noche nos prepara para el banquete en el eterno Reino de Dios.

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Vengan todos ustedes.

Dios es la santa Trinidad. Una Trinidad consubstancial e indivisible. Consubstancial, o sea que es la misma substancia, una naturaleza. Una Trinidad indivisible: el Hijo nunca ha sido separado del Padre, ni el Espíritu Santo del Padre o del Hijo, y nunca serán divididos.

Padre, Hijo y Espíritu Santo no son tres dioses sino un Dios, ya que son una naturaleza. La gente tiene también una naturaleza, una esencia. Pero, en el caso de las personas no puede decirse que dos o tres constituyen una, no importa cuan cercanas y amigas sean. La gente no solo tiene cuerpos únicos sino su propia voluntad, sus propios gustos, sus propios modos de ser. No importa lo similares que sean en cuerpo y carácter, nunca sucede que todo sea en común o todo sea lo mismo.

Con las Tres Personas de la Santa Trinidad todo es en común. El inmenso amor del Padre hacia el Hijo, del Hijo por el Padre y el mismo amor entre ellos y el Espíritu Santo hacen que Su voluntad y todos sus actos sean en común. Ellos tienen una voluntad, y todo lo que los Tres realizan lo hacen juntos. Lo que satisface al Padre también satisface al Hijo y al Espíritu Santo. Sea lo que fuere que disguste al Espíritu Santo también disgusta al Padre. Lo que el Hijo ame, el Padre y el Espíritu Santo también aman.

Todo lo hace en forma conjunta la Santa Trinidad. En la creación del mundo dice la Biblia: Y procedió Dios a decir, Llegue a haber luz: y vino la luz (Gen. 1:3). ¿Qué significa la palabra "dijo"? Significa que Dios el Padre fue creado por Su Palabra, por aquella Palabra que menciona el Evangelio, En el comienzo era la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios (Juan 1:1) la cual es el Único Hijo de Dios engendrado.

Dios, el Padre creó todo por medio de Su Palabra; o sea, El logró todo a través de Su Hijo. El Padre no crea nada sin el Hijo, así como el Hijo no crea nada sin el Padre, y el Espíritu Santo siempre asiste al Padre y al Hijo. Dice la Biblia acerca de la creación del mundo: Y la fuerza activa de Dios estaba moviéndose sobre la superficie de las aguas (Gen 1:2) Se "estaba moviendo" sobre la creación, pero no meramente se movió sobre ella – la palabra en el Hebreo original, la cual no tiene un equivalente exacto en Eslavo, significa "cubrir", "entibiar" como una gallina incubando sus huevos les da vida por medio del calor y de él nace la vida.

Por la Palabra del Señor se crearon los cielos, y todo el poder de ellos por medio del Soplo de Su boca (Ps. 32:6). Todo lo existente fue creado por Dios el Padre a través del Hijo y cobró vida por medio del Espíritu Santo. En otras palabras, todo lo que el Padre quiso o quiere, inmediatamente lo cumplió o cumple el Hijo y cobra vida por medio del Espíritu Santo. Así fue creado el mundo, todo lo concerniente al mundo y a la humanidad fue logrado por medio de la providencia de Dios.

Para salvar al hombre, quien por el pecado se había alejado de Dios, volviéndose mortal, el Hijo de Dios, de acuerdo con el pre eterno consejo de la Santa Trinidad, obedeciendo la voluntad del Padre, bajó a la tierra, nació de la Siempre Virgen María por acción del Espíritu Santo, proclamó ante la gente al Dios Verdadero, el Padre, y Su Divina voluntad, enseñó la verdadera reverencia a Dios. Sufrió por nuestros pecados, Descendió en alma al Hades, liberó las almas de los muertos, y se elevó de entre ellos.

Aún antes de Sus sufrimientos, Cristo prometió a Sus Apóstoles, elegidos por Él, darles el poder para liberar y amarrar – perdonar los pecados de la gente o dejarlos con ellos. Después de Su Resurrección el Señor concedió este don de gracia no solo a cada uno de los Apóstoles por separado sino también a todos ellos en conjunto: estableció Su Iglesia, como la depositaria de aquella Gracia, y unió en ella a todos aquellos que creyeron en El y lo amaron.

Luego de haber prometido a Sus Apóstoles que desde las alturas los investiría con fuerza, luego de haberles enviado al Espíritu Santo y al haber logrado todo por lo cual vino a la tierra, el Señor Jesucristo ascendió a los Cielos recibiendo en Su humanidad la gloria y el honor que tuvo como Hijo de Dios desde antes de la creación del mundo.

Al descender sobre los discípulos de Cristo, de acuerdo con la promesa, el Espíritu Santo los confirmó en la fe del Señor y a través de Su Gracia vertió sobre ellos los dones de Dios. Los fortaleció para la prédica y el logro en vida de las enseñanzas de Cristo, para la construcción de la Iglesia establecida por Cristo y puesta en movimiento por el Espíritu Santo.

La Iglesia en la tierra, encabezada por el Hijo de Dios sentado a la diestra del Padre, está misteriosamente guiada por el Espíritu Santo. Ella enlaza a todos sus hijos uniéndolos con Dios. A través de la Iglesia los dones de gracia de Dios se vierten en aquellos que se esfuerzan por seguir el camino de Cristo, santifican y fortifican todo lo bueno que hay en ellos y los limpia de pecado haciéndolos receptores de la gloria y fuerza de Dios.

Por medio de la Iglesia el hombre participa de la naturaleza Divina y entra en la más cercana relación con la Santa Trinidad.

No solo el alma sino también el cuerpo humano se santifica y se comunica con Dios al ser partícipe del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por medio de la Gracia Divina, con la participación de su propia voluntad y esfuerzo, el hombre se transforma en una nueva criatura, integrante del eterno Reino de Dios.

La naturaleza también se está preparando para la aproximación del Reino de Dios, con la llegada del fuego como purificador de las consecuencias del pecado del hombre y de los maleficios de la naturaleza. Ella recibe los primeros frutos de santificación a través del descenso del Espíritu Santo en Tefanía (celebrado el 6 de enero) en la bendición de las aguas y en otros tantos rituales de la Iglesia para luego ser una nueva tierra y un nuevo cielo.

Esto se logrará en el tiempo designado por Dios el Padre, y el Hijo de Dios vendrá en la gloria para pronunciar juicio sobre el mundo.

Luego aquellos que han amado a Dios y se han unido a Él brillarán con los rayos de la luz Divina que eternamente deleitará en la luz creadora de vida de la Indivisible Trinidad.

A Dios, nuestro Creador y Salvador, sea la gloria, el honor y la adoración por tiempos eternos: "Vengan, ustedes, adoremos a la cabeza de Dios en Tres Hipóstasis: el Hijo en el Padre, con el Santo Espíritu, porque el Padre engendra al Hijo Quien coexiste y comparte el trono, y el Espíritu Santo estaba en el Padre, glorificado junto con el Hijo, Un Poder, Una Esencia, Una Cabeza de Dios. Al adorarlo digamos: Oh, Santo Dios que hiciste todo por el Hijo, a través de la cooperación del Espíritu Santo, Todopoderoso, por medio de quien hemos conocido al Padre, por medio de quien vino al mundo el Espíritu Santo, totalmente inmortal, el reconfortante Espíritu quien procedía del Padre y descansa en el Hijo: Oh, Santa Trinidad, gloria a Ti". (Dogma de las Grandes Vísperas de Pentecostés).

 

La parábola del Hijo Pródigo.

Y el hijo menor dijo a su padre, Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde (Lucas 15:11-32)

La parábola del Hijo Pródigo es una lección muy instructiva para la juventud.

Vemos en el hijo pródigo la verdadera personalidad de la juventud despreocupada: frívolos, desconsiderados, apasionados por la independencia, en suma, todo lo que caracteriza la mayor parte de la juventud de uno. El hijo menor creció en el hogar de sus padres y al llegar a la adolescencia vio que la vida en casa tenía restricciones. Pensaba que vivir bajo las reglas de su padre y la mirada de su madre no era placentero. Quería imitar a sus amigos que se entregaban a los agitados placeres mundanos. Y decidió: "Soy el heredero de una tierra rica. ¿No sería mejor que yo reciba mi herencia ahora? Podría administrar mi riqueza de manera diferente de la de mi padre". Así, el joven frívolo fue llevado por el engañoso esplendor de los placeres mundanos y decidió separarse de la opresión de la obediencia, abandonando el hogar de sus padres.

Hoy en día, muchos se inspiran en similares impulsos y si no dejan el hogar de sus padres, ¿acaso no se apartan de la casa de su Padre Celestial, de la obediencia a la Santa Iglesia? La sujeción a Cristo y a sus mandamientos resulta difícil para las mentes inmaduras. Ellos imaginan que no es enteramente necesario seguir las peticiones de Dios y de la Santa Iglesia. Creen que pueden servir a Dios y al mundo al mismo tiempo, y dicen: "ya somos suficientemente fuertes para soportar las tentaciones destructivas. Por nuestros propios medios podemos mantenernos en la verdad y en las enseñanzas. Permítenos mejorar nuestras mentes por medio del conocimiento. Permite que fortalezcamos nuestra voluntad entre las tentaciones. A través de la experiencia nuestros sentidos se convencerán de la maldad del vicio". Estos deseos no son mejores que el pedido del hijo menor a su padre: " Padre dame la parte de la herencia que me corresponde."

Hoy hay jóvenes inconstantes que no ponen atención a los mandamientos y sugerencias de la Santa Iglesia. Dejan de estudiar la palabra de Dios y las enseñanzas de los santos padres. Cambian su atención a la ‘sabiduría’ de falsos maestros, malogrando así la mejor parte de sus vidas. Van muy poco a la iglesia y cuando asisten se distraen, no escuchan con atención. No tienen tiempo para ser piadosos ni para la práctica de las virtudes porque están demasiado ocupados con fiestas, películas, etc. En resumen, se abandonan cada día más y finalmente parten a remotos destinos.

¿Cuál es el resultado de semejante separación de la Santa Iglesia? Ocurre lo mismo que con el hijo pródigo que deja la casa de sus padres. La frivolidad en los jóvenes ocasiona rápidamente pérdidas de excelentes energías y del talento de sus almas y cuerpos, malogrando para esta vida y la eternidad, todo lo que hicieron. Mientras tanto aparece una gran hambruna esa tierra – vacío y descontento, resultado de placeres salvajes. Surge ansia de gozo que se intensifica aún más con la satisfacción de los deleites bajos y finalmente se vuelve insaciable. Con frecuencia resulta que el desafortunado amante del mundo recurre a la búsqueda de lo bajo y vergonzoso para agradar sus pasiones, al igual que el hijo pródigo, no vuelve a la trayectoria de la salvación, sino que completa su ruina, temporal y eterna.

Sobre Arrepentimiento.

Ábreme las puertas del arrepentimiento, Oh, Dador de Vida!

La palabra griega metanoia expresa Arrepentimiento. En el sentido literal, significa un cambio de mente. En otras palabras, el arrepentimiento es un cambio de disposición, de modo de pensar, un cambio del yo interno. Es la reconsideración de los puntos de vista de una persona, un cambio en la vida de la persona.

¿Cómo puede ser esto? De la misma forma que un cuarto oscuro en el que entra un hombre, se ilumina por los rayos del sol. Al mirar a su alrededor, puede observar ciertas cosas pero también hay muchas otras que no ve y que ni siquiera sospecha que están allí. Muchas se perciben de manera bastante diferente de lo que son en realidad. Tendrá que moverse con cuidado, al no saber qué obstáculos pueda encontrar. Cuando el cuarto se ilumine el verá todo con claridad y podrá moverse libremente.

Lo mismo sucede en la vida espiritual.

Cuando estamos inmersos en el pecado y nuestra mente se ocupa solo de los cuidados mundanos no notamos el estado de nuestra mente. Somos indiferentes a lo qué somos en nuestro interior y persistimos en el camino falso sin enterarnos de ello.

Pero luego un rayo de la Luz de Dios penetra en nuestra mente. Vemos la impureza en nosotros! Cuánta mentira, cuánta falsedad! Cuán repulsivas muchas de nuestras acciones resultan ser, creyendo nosotros que eran buenas. Entonces vemos claramente cuál es el sendero verdadero.

Si reconocemos nuestro vacío espiritual, nuestra impureza y con sabiduría deseamos nuestra enmienda – estaremos cerca de la salvación. De las profundidades de nuestras almas exclamaremos a Dios: "¡Ten misericordia de mí, Oh Dios, ten tu grandiosa misericordia!" "Perdóname y sálvame", " Concédeme ver mis propias faltas y no juzgar a mi hermano".

Cuando la Gran Cuaresma comienza, apresuremos a perdonar los daños y ofensas. Que siempre escuchemos las palabras del Evangelio para el Domingo del Perdón: Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas. (Mat. 6: 14-15).

 

Dos Banquetes.

La lectura del evangelio de hoy presenta ante nosotros la imagen de dos banquetes. Uno, se describe en la forma de una parábola, fue dispuesto por un rey lleno de benevolencia y misericordia. Sin embargo, cuando el banquete estaba listo, los invitados no se presentaron. Prefirieron ocuparse – uno con compras, otro con temas domésticos, otros insultando a los que habían sido enviados a buscarlos, hasta mataron a algunos de ellos. El rey furioso, severamente castigó a los culpables y nuevamente envió a sus sirvientes, para invitar a un nuevo banquete a quienquiera que encontraran. Muchos se congregaron y cuando el rey se acercó para verlos, observó que uno no llevaba ropas festivas. Le preguntó porque no estaba ataviado para la circunstancia. El hombre quedó en silencio, manifestando desdén al rey y falta de interés en participar en la festividad, por lo cual lo hicieron salir. Al banquete muchos habían sido invitados y pocos fueron los que participaron.

El otro banquete no pertenece a una parábola sino a la realidad. Fue el banquete del perverso Herodes. A él ninguno de los invitados rehusó asistir, todos estaban ataviados para la ocasión y disfrutaron copiosamente. Transcurrió la noche en ebriedad, desenfrenada y desvergonzada jarana, para terminar con un crimen espantoso, el asesinato de Juan el Bautista.

Estos banquetes son la imagen de dos modos de vida, dos clases de diversión. El primero retrata un banquete espiritual, de sensible deleite. Lo dispone el Señor. Es el banquete de la Iglesia de Cristo. A el nos invitan cuando nos llaman a participar en los servicios Divinos, en especial la Divina Liturgia y la Comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo, también cuando nos piden buenas obras, cuidado y sobriedad. Rechazamos la invitación al banquete cuando no asistimos a los servicios de la iglesia, cuando hacemos el mal, cuando preferimos los placeres mundanos más que una vida en Cristo. No llevamos la vestimenta festiva cuando tenemos una disposición pecaminosa. Cada uno de nosotros recibe la invitación al banquete muchas veces en el día y la rechazamos cada vez que preferimos lo carnal y pecaminoso a lo espiritual y divino.

De igual modo, todos los días nos invitan al banquete de Herodes. A menudo no nos damos cuenta inmediatamente que nos tienta el demonio. El pecado siempre comienza con algo pequeño, el mismo Herodes, al comienzo se deleitaba escuchando a Juan el Bautista. Interiormente se dio cuenta de su conducta pecaminosa pero no luchó contra ella y terminó matando a un gran Santo. Asistimos al sórdido banquete de Herodes cada vez que en lugar del bien elegimos los placeres pecaminosos, la indiferencia.

Una vez que comenzamos con lo que en apariencia es pequeño y trivial, es muy difícil detenerse, si no tomamos el mando de nuestro ser a tiempo, podemos caer en graves faltas y males por los que nos esperaran tormentos eternos.

Aún hoy Juan el Bautista nos llama: Arrepiéntete que el Reino de los Cielos está aún a tu alcance. Arrepiéntete para disfrutar la cena del Cordero, sacrificado por los pecados del mundo y no compartas con el demonio el banquete de maldad y tormentos en el Tártaro (en los abismos).

¡Cristo ha resucitado!

Epístola Pascual del Arzobispo Juan Maximovitch al Rebaño de la Europa Occidental y Asia Oriental, y a Todos Sus Hijos Espirituales. Paris, 1956

Purguemos nuestros sentidos y miremos a través de la radiante luz de la Resurrección de Cristo.

Ahora todo está lleno de luz – los cielos, la tierra y el otro mundo. Todo bañado en luz. Cristo ha resucitado entre los muertos. Los cielos se alegran, la tierra se regocija, el mundo angélico está en júbilo.

Los ángeles cantan Tu Resurrección, Oh, Cristo Salvador. Permítenos que en la tierra seamos dignos de glorificarte con un corazón puro.

El Coro de Ángeles se horrorizó al ver a su Creador muerto, ahora en alegres cánticos glorifican su Resurrección. Hoy Adán y Eva se regocijan y con ellos los Profetas y Patriarcas cantan al Creador de todas las cosas, que descendió al otro mundo para nuestro bien.

El Dador de Vida sacó al hombre de los infiernos en este día, y lo llevó a los cielos. Estando bajo el poder del enemigo, con el poder Divino de Su autoridad destruyó las puertas del infierno.

En la tierra, los Ángeles anuncian las buenas nuevas al hombre y declaran la Resurrección de Cristo. Ataviados con brillantes túnicas blancas, los Ángeles preguntan a las mujeres que llevan la mirra: "¿Por qué buscan al que vive, entre los muertos. El ha resucitado, no está aquí, vengan, miren el lugar donde yacía el Señor".

Ellas corren entonces hacia los Apóstoles para llevarles la buena nueva. Y así, entre los Apóstoles y el Evangelio se predica hoy la resurrección de Cristo en todo el mundo.

No todos los Apóstoles vieron a Cristo resucitado con ojos espirituales. Dos de ellos, cuando viajaban hacia Emmaus vieron a Jesús caminando con ellos pero no lo reconocieron hasta el momento en que Él se los advirtió a sus corazones entristecidos, fue entonces cuando sus ojos espirituales se abrieron. María Magdalena conversaba con Cristo en el jardín pero ni lo reconoció ni tampoco estaba informada del misterio de la Resurrección hasta que la voz del amado Maestro tocó su corazón e iluminó su alma que se había entregado a pensamientos mundanos.

Fue el amado discípulo Juan, de corazón puro, quien ante todos descubrió antes que los demás la luz de Cristo resucitado a través de su mirada espiritual, y con sus ojos físicos contempló al Señor manifestado.

Dispersando la oscura tempestad del pecado, Cristo, el Sol de Rectitud, brilló, destellando no solo en los corazones y las almas de los Apóstoles sino en aquellos que se le acercaron con fe buscando la salvación.

"Benditos aquellos que no han visto y han creído", dijo Cristo, "benditos son aquellos que me han percibido, no con sus ojos sino con el corazón".

Con mirada espiritual el archidiácono Esteban, el mártir, vio los cielos abiertos y el Señor Jesús a la derecha de Dios Padre. Fue con los ojos de la fe que el Gran mártir Jorge y todos los otros miraron al Señor resucitado, entregando sus vidas terrenales a Cristo para así recibir la vida eterna. Fue en Él que los podvizhniki ("los atletas" del espíritu) fijaron su mirada espiritual, menospreciando los placeres terrenales, fueron coronados en los cielos con gloria imperecedera.

Ni los escribas ni los fariseos, Sus enemigos, vieron al Cristo resucitado. Tampoco lo vieron los verdugos de los mártires. No lo vieron ni lo verán todos aquellos cuya mirada espiritual se opaca por el escepticismo, cuyos corazones están sucios de pecado y vicios, cuya voluntad solo se dirige a lo terrenal, ellos no verán la luz de la gloria de Cristo resucitado.

Limpiemos nuestros corazones de impurezas y nuestra mirada espiritual se iluminará.

La luz de la Resurrección de Cristo colmará nuestras almas del mismo modo que la Iglesia de la Resurrección, cada año, a lo largo de los siglos, se ilumina durante el Gran Sábado, cuando solo el Patriarca Ortodoxo recibe el Fuego Celestial.

¡Elevemos nuestros corazones! ¡Desechemos lo mundano y regocijémonos en este día!

Cristo ha resucitado entre los muertos.

Cristo ha resucitado.

Arzobispo Juan

La Pascua de Cristo, Paris 1956

 

 

Folleto Misionero # SA14

Copyright © 2005 Holy Trinity Orthodox Mission

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

(johnmx_sermons_s_2.doc, 4/14/2005

(from Johnmx2_e.doc, 10-24-98).