Relatos escogidos

del

"Lavsaik" y de

"El Prado Espiritual"

Obispo Alejandro (Mileant).

Traducido por Alejandro Molokanow / Nicolas Vorobiev

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Contenido:

· Prefacio: Los autores de los libros "Lavsaik" y "El Prado espiritual"

· De Lavsaik: San Moisés el Etíope. El orgulloso Valentio. El abba Pitirim y la

beata Isidora

. El abba Apolos y el malhechor arrepentido. El abba Pafnutio y la

rectitud del flautista

. San Efrén el Sirio. El caído Esteban. El misericordioso

Vissarión

.

· De "Prado espiritual": El presbítero Konon. Ejemplos de humildad. La visión

del Abba Leoncio

. La Protección del Cielo. El monje León. La fuerza de la voz

de la conciencia

. La compasión libera de castigo. Los niños que celebraban la

Eucaristía

. El Anciano persuadido. San Apolinario. Dios se ocupa de los

misericordiosos

. Relato del joyero. El anciano maestro prefirió sufrir. La

veneración de la Madre de Dios

.

· Apéndices: A. El surgimiento y difusión de la vida monástica. El esfuerzo

monástico

. B. Los santos padres acerca de la lujuria.

· Indicador de los Temas tratados.

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Prefacio

En este escrito se encuentran relatos elegidos del "Lavsaik" y de "El Prado Espiritual," dos compendios antiguos ampliamente conocidos acerca de la vida de esforzados monjes que vivieron entre los siglos IV y VI. De estos dos libros se han elegido principalmente aquellos relatos, que a nuestro entender, están más relacionados con las situaciones de la vida común y familiar. Por eso se han omitido aquellos relatos que tratan de los severos esfuerzos ascéticos de los monjes y de los milagros realizados por ellos. A los lectores interesados en estos relatos los remitimos a las fuentes, que han sido reeditadas varias veces en el idioma ruso.

El libro Lavsaik contiene relatos acerca de la vida de anacoretas de Egipto y Palestina de la segunda mitad del cuarto siglo y comienzos del quinto. Fue escrito por Paladio (368-430), obispo de Eleonopolis (Bitinia, Asia menor), para el dirigente Laus, en cuyo honor recibió el nombre de "Lavsaik." El dignatario Laus tenia el cargo de prefecto de la región de Capadocia (Asia menor) perteneciente al imperio Bizantino. Este funcionario era conocido por su piedad, su profundo conocimiento de los dogmas de la fe ortodoxa como así también por su generosa ayuda a templos y monasterios. En sus peregrinaciones por santuarios y monasterios de Egipto y Palestina, Laus conoció personalmente a muchos de los monjes mencionados en el libro. Influenciado por su gran respeto por las hazañas y la sabiduría espiritual de los monjes, Laus quiso guardar para las generaciones venideras detalles de sus vidas y algunas de sus palabras. No obstante, por estar excesivamente ocupado con los asuntos de gobierno, le encargó la escritura de esto a su amigo el obispo Paladio.

El libro "El Prado Espiritual" fue escrito por el estricto anacoreta Juan Moskha quien al final del siglo sexto junto con su discípulo Sofronio (futuro patriarca de Jerusalén) realizó extensas peregrinaciones por las comunidades monásticas del Cercano Oriente. Después de haber visitado casi todas las comunidades palestinas y sirias peregrinaron por Egipto, fueron al sur hasta la gloriosa Tebaida e incluso hasta el alejado Oasis. En todos lados observaban como transcurría la vida monástica y la estudiaban con amor. Sus impresiones y los datos reunidos fueron cuidadosamente anotados por ellos en un libro, que recibió el nombre de "Prado Espiritual."

 

Notas. En la orilla desierta del santo Jordán se encontraba la comunidad de san Elías. A este lugar fue donde Juan Moskha llegó primero llevado por su espíritu de ascetismo y fue donde vivió cerca de diez años, permaneciendo a veces en completa soledad en una cueva próxima entre los años 568 y 579.

Durante el reinado del emperador Tiberio II-do (años 578-582) Juan debió dirigirse a Egipto "para hacer servicio." En Egipto sucedían graves revueltas provocadas por la herejía de los monofisitas. En ese tiempo era patriarca de Alejandría Eulogio, predecesor de Juan el Misericordioso. Juan Moskha, de elevada instrucción, se dirigió para luchar contra la herejía.

A finales del siglo VI encontramos al beato Juan nuevamente en Palestina, en el monasterio de san Teodosio. Allí es donde conoció a su famoso discípulo Sofronio, futuro patriarca de Jerusalén. La común tendencia al perfeccionamiento espiritual unió al maestro y al discípulo con un nudo de estrecha amistad. En el monasterio ellos escucharon acerca de los grandes ascetas y decidieron visitar también otras comunidades del Oriente para entrevistarse con los experimentados maestros espirituales. Todas sus observaciones las registraron para los siglos futuros. Sus viajes duraron decenas de años. Los monasterios de Palestina: de san Gerasimo, "de las Torres," la Calamonica, el de san Pedro, la comunidad de los Eunucos, la de Eufemio el Grande, los monasterios de los alrededores del mar Muerto, la comunidad de san Sava y otros fueron visitados por ellos en primer lugar. Luego de peregrinar por los Santos Lugares de Jerusalén y Belén, se detuvieron por un tiempo en el monasterio Nuevo de San Sava, cerca de la salida del Jordán del lago de Galilea.

Desde el norte de Palestina los viajeros se dirigieron a Antioquía y a los monasterios de Kilikia. Cerca del año 603 visitaron Antioquía, Líbano, la montaña Ross, Celeusia, Egi, Tarso y Anasarv. Luego de una agotadora travesía por el desierto de Arabia alcanzaron el santo monte de Sinaí. Después de pasar un tiempo allí en esfuerzos de oración y meditación divina visitaron los desiertos de: Sinaí, Faran y Raif. Se encontraban con los grandes maestros espirituales y reunían datos acerca de ascetas de los desiertos alejados. Finalmente pasaron a Egipto a orillas del istmo de Suez y cerca del año 607 llegaron a Alejandría.

Tras haber visitado los templos y monasterios de Alejandría y sus alrededores, los viajeros decidieron visitar las cadenas montañosas del valle del Nilo, las cuales constituyeron la cuna de la vida monástica. En estas ermitas pedregosas, después de la muerte del fundador de la vida monástica San Antonio, comenzaron a establecerse los ermitaños. Surgieron monasterios hacia el oeste desde el Nilo y hasta el mismo mar Rojo y el Sinaí y al este hasta los terribles desiertos de Libia. Allí es donde se encontraba el glorioso desierto de Nitrio.

 

1. Relatos elegidos de "Lavsaik"

San Moisés el Etíope

Cierto dignatario tenía un siervo etíope, de nombre Moisés, acerca de quien circulaba muy mala fama relacionada con actos de delincuencia y una vida disoluta. Cuando el amo echó a Moisés, este se convirtió en el jefe de una banda de asaltantes. Moisés sentía odio por un cierto pastor, que con sus perros frustró una incursión nocturna suya. Habiendo decidido matar al pastor, Moisés llegó al lugar, donde aquel hacía pastar habitualmente a sus ovejas pero esa vez el pastor se había trasladado al otro lado del Nilo. El río había desbordado y el malhechor cruzó a nado el río con su espada entre los dientes y su ropa sobre su cabeza. El pastor, al ver a Moisés nadando en el río se ocultó y de esta forma salvó su vida. Entonces Moisés mató a sus cuatro mejores corderos, los ató y cruzó a nado nuevamente el Nilo. Moisés cambió los cueros de los corderos por vino y asó la carne. Así se preparó un festín que acompañó generosamente con vino.

Después de este acontecimiento, Moisés siguió al frente de los bandidos, aunque no por mucho tiempo. Afectado por algún suceso desafortunado se alejó a un monasterio donde con el tiempo se transformó en un ejemplar monje.

Una vez que Moisés se encontraba en su celda cayeron sobre él cuatro malhechores sin sospechar de su gran fuerza, capacidad y experiencia en combates. Moisés los venció, los ató y cargándolos sobre sus hombros, como si fueran bolsas de paja, los trajo a la congregación de los hermanos y les dijo: "Yo no quiero hacerle daño a nadie pero ellos vinieron para dañarme. ¿Qué me mandáis hacer con ellos? " Los malhechores, al enterarse de que era el famoso Moisés, tocados en el alma por su conversión al camino de la salvación, glorificaron a Cristo gracias a él y también se hicieron monjes en esa comunidad.

Pero la más grande prueba para Moisés era su fuerte pasión carnal, agravada durante su pasada vida licenciosa. El espíritu libertino caía tan fuertemente sobre Moisés que estuvo varias veces a punto de dejar el monasterio. Luchando con la desesperación Moisés fue a lo del abba Isidoro, quien vivía en una ermita, y le contó acerca de su lucha con los pensamientos carnales. El santo le dijo: "¡No te desesperes, hermano! Justamente es en el comienzo de tus esfuerzos que los demonios se esfuerzan en caer sobre ti para hacerte volver a tus pasadas costumbres. Continúa en estricta abstinencia, mortificando tus miembros terrenales (Col. 3:5), ciérrale la entrada a la gula, que es madre de la lujuria. Entonces el demonio del libertinaje, al no encontrar su alimento, se apartará vencido de ti." Siguiendo el consejo del anciano, Moisés comenzó a ejercitarse con paciencia y encerrándose en su celda en la abstinencia, la oración y en pesados trabajos y empezó a comer tan sólo un poco de pan duro de vez en cuando.

Aún así, durante el sueño de tiempo en tiempo el ardor de la carne lo molestaba. Entonces Moisés fue a pedir consejo a un experimentado monje. El santo le recomendó pasar cierto tiempo velando en oraciones durante la noche, por cuanto su mente todavía no se había sanado de pensamientos pecaminosos. Entonces el valeroso Moisés decidió no dormir por completo y ni siquiera doblar las rodillas durante la oración, para no dormirse sin querer. Y así vivió durante seis años, pasando todas las noches en oración a Dios. Pero aún con tamaña hazaña la pasión vergonzosa no lo abandonaba.

Entonces Moisés cargó sobre sí otro esfuerzo más: comenzó por las noches a traer la provisión de agua para aquellos monjes que eran muy débiles o enfermos como para abastecerse a sí mismos. Para conseguir el agua debía caminar varias millas. El demonio de la lujuria, rabiando contra Moisés por su lucha contra la pasión, cierta vez lo aguardó de noche agazapado cerca de un aljibe. Cuando Moisés se inclinó para cargar el agua, el demonio lo golpeó muy fuertemente de manera que Moisés cayó sin sentido. A la mañana siguiente un monje encontró a Moisés casi sin respiración. Pero Moisés no pudo recordar lo que pasó y quien lo había golpeado. El abba Isidoro con otros hermanos lo trajeron al monasterio y allí lo cuidaron. Un año entero estuvo enfermo y con gran esfuerzo comenzó a recuperarse. Entonces Isidoro comenzó a aconsejar a Moisés: "Deja ya de luchar contra los demonios porque en la vida monástica hay límite en la lucha contra los demonios." El invencible soldado de Cristo le contestó: "No dejaré de luchar con ellos hasta que no me abandonen los deseos en los sueños." Entonces el anciano Isidoro le dijo con autoridad: "En el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo, desde ahora se detendrán tus impuras visiones en sueños. Tú ahora comulga con esperanza de los Santos Sacramentos para que por vanidad no le atribuyas la victoria sobre la pasión a tus propios esfuerzos. El Señor le permitía al diablo que te inquiete para resguardarte de la soberbia."

Después de esta conversación con el anciano Moisés pasó el resto de su vida tranquilo con esfuerzos más moderados. Cuando el abba Isidoro le preguntó si no lo intranquilizaba el espíritu de la lujuria, Moisés le contestó: "Desde el momento en que tú oraste por mí el demonio de la pasión carnal se alejó de mí."

El monje Moisés recibió un poder muy grande sobre los demonios, los despreciaba y no les temía. Así, siendo oscuro por el color de la piel, su alma se volvió más blanca que la nieve. Terminó sus días en la ermita a los 75 años de su vida (aproximadamente en el año 400) dejando 70 discípulos. La Iglesia lo canonizó como santo. Es recordado el 28 de Agosto según el calendario eclesiástico (juliano.).

Nota: Poderoso es el demonio de lujuria gracias a nuestra dañada moral y a nuestras costumbres pecaminosas. Para vencer la pasión carnal muchos santos se alejaban a los desiertos y a los monasterios — lejos de las tentaciones, de las cuales estaba repleta la vida en las ciudades. Pero a veces las benignas condiciones de los desiertos no aseguran el éxito en la lucha con el deseo carnal. Muchos de los monjes debían llevar la más pesada y prolongada lucha con esta la pasión carnal y algunos de ellos, sin fuerzas en la lucha, caían en la desesperación. Son conocidos casos en los que algunos de los monjes que quebrantando su voto monástico, volvían al mundo y allí se entregaban a la disolución o bien se casaban; de otros que se castraban a sí mismos (lo que no es permitido por la Iglesia) e incluso hay algunos casos de suicidios de enloquecidos por el ininterrumpido ardor carnal. Sin embargo la mayoría lograba la victoria en su lucha carnal por medio del más estricto ayuno, la oración ininterrumpida, el severo esfuerzo, la vigilia, el pesado trabajo, etc.

Son conocidos casos de extremo esfuerzo, como por ejemplo el que tomó sobre sí san Juan el Sufriente (18/31 julio), monje del monasterio de Lauras de las Grutas de Kíev. Él, que sufría pesadamente la lucha carnal desde su juventud, llegaba a enterrarse a sí mismo hasta el pecho. En este caso, como también en el del presbítero Konon (ver más abajo), Dios le permite al demonio de la lujuria atacar al anacoreta para luego darle al monje un premio más grande por su extremado esfuerzo y paciencia. A veces por el permiso de Dios en pos de la humildad del monje el terrible demonio de la lujuria no se aleja de él ni siquiera después de los más severos esfuerzos, como en el caso de Moisés el Etíope. Sin embargo cuando el monje se torna humilde ante Dios la pasión carnal se calma mediante la oración de otros.

En general, en los casos comunes, los medios más efectivos para la lucha con el deseo carnal es la oración aplicada, el ayuno (con abstinencia de comidas dulces y bebidas), el evitar visiones que nos alejen de la castidad, la ocupación de los pensamientos con lecturas provechosas y meditaciones espirituales y evitar el encuentro con aquellas personas que provocan en nosotros la pasión carnal.

Véase en el apéndice los dichos de los Santos Padres acerca de este tema.

El orgulloso Valentio

En el desierto de Nitria (a 70 millas al sur-oeste de la ciudad de Alejandría en Egipto) vivía un monje nacido en Palestina llamado Valentio. Muchos años se sometía a sí mismo con esfuerzos monásticos, de manera que muchos lo consideraban un santo. Pero engañado por el espíritu de la presunción y la soberbia, cayó en el extremo del orgullo y se imaginó que los ángeles conversaban con él y le servían.

Cierta vez cuando oscurecía, tejía él una canasta y se le cayó al piso la lesna. La buscó infructuosamente durante bastante tiempo y repentinamente por acción del diablo se hizo luz en su celda y Valentio vio enseguida su lesna. Este "milagro" lo hizo más soberbio aún y Valentio comenzó a menospreciar los Santos Sacramentos pues pensaba que no necesitaba más la Comunión.

Una vez algunos monjes trajeron frutos para repartirlos entre los hermanos de la comunidad. El beato presbítero Macario, superior del monasterio, envió a la celda de cada uno de los monjes un puñado de frutos. Cuando Valentio recibió estos frutos insultó y le pegó al que se los trajo diciéndole: "Márchate y dile a Macario que yo no soy peor que él y que no necesito que él me ande enviando su bendición." Macario comprendió que Valentio había caído bajo la seducción del diablo y fue hacia él para reconvenirlo. "¡Hermano Valentio! Tú te encuentras engañado espiritualmente. Recapacita y órale a Dios" le advirtió el experimentado anciano. Pero Valentio no aceptó su sabio consejo y así Macario tuvo que irse apesadumbrado por el monje que se estaba perdiendo.

El diablo, convencido de tener a Valentio entre sus manos completamente, toma el aspecto del Salvador y viene a él de noche, rodeado de infinidad de demonios con apariencia de ángeles y con candelas encendidas. Y he aquí que Valentio ve delante de sí un círculo de fuego y en el centro — de pie al Salvador. Entonces uno de los demonios, con aspecto de ángel, le dice: "Con tus esfuerzos y la santidad de tu vida le has agradado de tal manera a Cristo, que Él se dignó de presentarse en persona a ti. Por esto sin tardanza cae sobre tus rodillas delante de Él y agradécele." Sin sospechar nada Valentio, con un sentimiento de exaltación, cayó y se inclinó a Satanás, que había tomado el aspecto de Cristo.

Al otro día Valentio vino al templo y comenzó a jactarse delante de todos diciendo que El Mismo Cristo se le había aparecido. Habiendo dicho esto, él comenzó a exaltarse, a gritar y a echarse sobre los hermanos, de manera que fue necesario atarlo con cadenas. Todo un año la hermandad oraba aplicadamente por Valentio y lo sometían a todo tipo de humillaciones tratando de medicar lo malo con lo opuesto (es decir vencer con la humildad a la soberbia). Y así, por fin, con largos esfuerzos entre todos se consiguió sanarlo por partida doble: de la demencia y de la soberbia satánica.

El abba Pitirim y la beata Isidora

Cierta vez un Ángel se presentó delante del santo Pitirim, un monje egipcio ampliamente conocido y le dijo: "¿Por qué te exaltas a ti mismo y te consideras piadoso cuando tú con tus pensamientos vagas por todo el mundo? Si quieres conocer una mujer verdaderamente piadosa ve al monasterio de mujeres que se encuentra en Tavenn y allí encontraras una humilde, paciente y esforzada mujer que lleva una venda sobre su cabeza. Ella es mejor que tú porque a todos sirve de distinta manera aunque todos la menosprecian. Y aunque ella está rodeada de mucha gente, en su corazón nunca se aparta de Dios." El ángel se refería a la santa monja Isidora.

El Gran Pitirim inmediatamente se dirigió al monasterio señalado y expresó su deseo de ver a las vírgenes que vivían en él. Vinieron a él todas excepto Isidora. Entonces Pitirim dijo: "Aquí no está aquella, de la cual me hablo el Ángel." — Le contestaron: "Aquí hay también una loca que trabaja en la cocina." — "Tráiganla, — dice Pitirim — porque puede ser ella la que yo busco." Cuando comenzaron a llamar a Isidora, ésta se negó a ir pues sospechaba de qué se trataba y por no desear descubrir el secreto de su proeza de vivir como si fuera demente. Entonces comenzaron a llevarla a la fuerza, explicándole que el abba Pitirim deseaba verla. Pitirim era muy respetado por todos. Cuando la trajeron al abba y éste la vio con una vieja venda en su cabeza, cayó a sus pies y le dijo: "¡Bendíceme, madre!" Ella también cayó a los pies de él y le contestó: "¡Bendíceme tú, señor mío!" Viendo esto todos se extrañaron y comenzaron a decir: "Abba, no te avergüences a ti mismo, ella es una loca!"— "Ustedes son los que están locos," — exclamó el santo anciano —" pues ella es mejor que ustedes y que yo. Ella es nuestra madre espiritual y yo rezo para resultar igual a ella en el día del Juicio de Dios."

Tras escuchar esto todas cayeron a los pies del abba Pitirim llorando y confesando cuanto habían dañado a esta santa. Muchas se reían de ella y de su humilde aspecto, otras la ofendían groseramente, algunas le pegaban y una vez hasta la mojaron con agua sucia. La santa Isidora soportaba todo esto humildemente y fingía ser demente. Tras haber recibido su arrepentimiento el santo Pitirim junto con la santa oraron por ellas. Después consoló a la santa Isidora y volvió a su comunidad.

Después de algunos días la beata Isidora, al no soportar los honores, servicios y disculpas de las hermanas, se alejó secretamente del monasterio. De esta forma nunca más nadie supo adonde fue y cómo terminó sus días la santa.

El Abba Apolos y el malhechor arrepentido

El Abba Apolos vivía en una de las ermitas de Tebaida en la región central de Egipto. En su comunidad se celebraba la Liturgia todos los días y los hermanos no ingerían comida alguna hasta después de recibir la Santa Comunión. Después de Misa los hermanos comían y se sentaban a escuchar las enseñanzas de abba Apolos casi hasta el oscurecer. Entonces algunos se alejaban al desierto y recitaban allí de memoria las Santas Escrituras, otros se quedaban en el monasterio alabando a Dios hasta la mañana siguiente. La mayoría recién a las tres horas de la tarde bajaban de la montaña y tras recibir la Comunión, nuevamente subían a la montaña, limitándose únicamente al alimento espiritual durante el transcurso de muchos días.

Lo más sobresaliente era que todos ellos estaban alegres y que entre ellos no había nadie aburrido ni triste. Si en algún momento alguien parecía dolorido o triste, el abba Apolos enseguida le preguntaba por el motivo de su congoja y descubría el secreto de su corazón. El abba enseñaba que en el camino de la salvación no deben sentir tristeza aquellos que heredarán el Reino de los Cielos. Que se acongojen los pecadores y los no creyentes pero los justos deben gozar. Y si los que piensan en lo terrenal encuentran alegría en lo terrenal, ¿cómo podemos nosotros no alegrarnos continuamente con tamaña esperanza? Por esto el Apóstol Pablo nos incita a "alegrarnos siempre, continuamente orar, y agradecer por todo" (1 Col. 5:18).

Sucedió que en esa región dos poblaciones se pelearon entre sí por las tierras de labranza y comenzaron una guerra vecinal. En cuanto la noticia llegó hasta el abba Apolos, éste fue con la intención de pacificarlos. Sin embargo una de las partes enfrentadas confiaban en su jefe y no quería pacificarse. Tenían como guía al jefe de una banda de malhechores, un ex - soldado, famoso por su arrojo y valentía. El abba Apolos comprendió que todo el asunto se centraba en este hombre y le dijo: "Si tú, amigo, me escuchas y abandonas tus intenciones de guerra yo le rogaré a mi Señor que te perdone tus pecados." El malhechor cuando oyó esto comprendió que se hablaba de la salvación de su alma y ahí mismo tiró su arma y cayó a los pies del abba. Así el abba pacificó a las partes y convenció a todos a dispersarse a sus casas.

Cuando todos se fueron en paz el malhechor fue tras el abba Apolos pidiéndole que cumpliera su promesa. El santo lo llevó al desierto más cercano y le pidió que viviera allí por un cierto tiempo, mientras él Le oraba a Dios para que perdonara al bandido. Vino la noche y a ambos les vino el mismo sueño: los dos estaban de pie delante del Trono de Jesucristo y veían a los ángeles junto con los justos inclinándose delante de Dios. Entonces el abba Apolos y el malhechor se acercaron y se inclinaron también ante Dios. Cuando hicieron esto, se escuchó una voz: "¿Qué unión puede haber de la luz con las tinieblas? ¿O cuál es la parte del justo con el injusto?" (2 Cor. 6:14). ¿Para qué este homicida, indigno de una visión como esta, está de pie junto con el justo? Pero puedes irte Apolos: te ha sido concedido este hombre, convertido tan tarde."

Habiendo visto en el cielo muchas otras cosas maravillosas, ambos se despertaron y le contaron acerca de esto a los habitantes del monasterio. A todos les maravilló y sorprendió el hecho de que ambos hayan tenido el mismo sueño. Desde ese momento el que había sido malhechor comenzó a vivir en el desierto y a esforzarse en el bien junto con los demás monjes. El ex-malhechor empezó arrepentirse y ocuparse de su auto corrección a hasta su muerte y se tornó tan manso y falto de ira como una oveja. Así se cumplió también sobre él la profecía del profeta Isaías: "El lobo pacerá junto con el cordero, y el león, como el buey, comerá paja" (Is. 11:6-7).

Abba Pafnutio y la rectitud del flautista

Pafnutio el ermitaño se esforzaba espiritualmente en una de las ermitas de Tebaida (en el sur de Egipto) y le oraba a Dios para que le mostrara a quién se asemejaba por su estilo de vida. Un ángel se le apareció y le dijo: "Tú eres semejante a un flautista que vive en la ciudad." El Abba Pafnutio rápidamente se dirigió a ver a este flautista y comenzó a preguntarle por su estilo de vida y por sus cosas. El flautista le dijo la verdad: que era hombre pecador, de vida alcohólica e impura, que hace poco dejó de delinquir y se hizo flautista. Pafnutio comenzó a preguntarle si había hecho de bueno alguna vez. El hombre contestaba que no conocía nada bueno hecho por él pero que una vez cuando todavía era malhechor, libró una joven virgen cristiana de bandidos que la querían deshonrar y la acompañó hasta un sitio seguro. "Otra vez — continuaba el flautista— encontré una hermosa mujer que andaba errante por el desierto. Ella había escapado de los jueces porque su marido le debía 300 monedas de oro al fisco y no tenía con que pagar. Durante dos años lo golpearon varias veces y al final lo encerraron en la cárcel y a sus tres hijos los vendieron como esclavos. A ella también la golpearon sin compasión varias veces por lo que tuvo que escapar al desierto, donde vagaba sin tener con que alimentarse. Yo tuve compasión de esta mujer, la traje a mi cueva, le di de comer, le di las 300 monedas y después la acompañé hasta la ciudad. Así pudo ella pagar la deuda y lograr la libertad para su marido y sus hijos."

Pafnutio le dijo al flautista: "Seguramente tú has oído acerca de mí y de mi elevada vida espiritual. Sin embargo yo no tengo obras tan buenas como las tuyas. Y he aquí Dios me ha revelado acerca de ti, que de ninguna manera estás por debajo de mí en obras buenas. Por esto no descuides tu alma, no la dejes a la voluntad del azar."

Habiendo escuchado tales palabras de encomio del justo, el flautista al momento dejó sus flautas y siguió tras Pafnutio al desierto. Así consagró los días restantes de su vida al restablecimiento de la armonía dentro de su alma, lo que resultó para él más valioso que cualquier melodía mundana.

San Efrén el Sirio

Siendo diácono de una iglesia de Edessa (entonces Siria, actualmente en el territorio del Irak) Efrén llevaba una vida sumamente solitaria y santa, por la cual fue digno de recibir de Dios el don de la sabiduría y de la visión. Por muchos años aconsejó a los que venían a verlo pero al final de sus días debió dejar su vida solitaria por el siguiente motivo.

Hubo una gran hambruna en la ciudad de Edessa y el beato Efrén, sintiendo lástima por la gente que perecía de hambre, fue a ver a los ciudadanos ricos y les dijo: "¿Por qué ustedes no tienen compasión de la gente que perece y dejáis pudrir vuestras riquezas para la condenación de vuestras almas?" Ellos inventaron una evasiva y le dijeron: "Todos nosotros nos ocupamos del comercio y no hay a quien encargarle la tarea de repartir el pan entre los hambrientos." Entonces Efrén les preguntó: "¿Qué piensan ustedes de mí y por quien me tienen?"

— "Nosotros te tenemos por hombre de Dios," — le contestaron todos a una sola voz. Efectivamente, todos alimentaban sinceramente un gran respeto hacia él. — "Si vosotros pensáis así de mí, confiadme los cuidados por los hambrientos" — les dijo el siervo de Cristo. Los vanidosos ricos le contestaron: "¡Oh, si tú nos hicieres dignos de ello!" Entonces Efrén, elegido de Dios, les contestó: "A partir de ahora yo me postulo ante ustedes como el cuidador de los pobres."

Con la plata de ellos organizó casas con distintas divisiones, en las cuales llegó a tener 300 camas. Así el justo Efrén comenzó a ocuparse de todos los que sufrían. Cuidaba a los enfermos, alimentaba a los hambrientos y sepultaba a los que morían. En una palabra, a todos los que venían a él con necesidad o con hambre, les daba refugio y provisión de aquello, que le proveían los ricos.

Después de un año, cuando volvió la fertilidad a la tierra y los necesitados pudieron dispersarse por sus casas, este varón digno de honra volvió a su celda y después de un mes murió, heredando la bienaventurada tierra de los mansos. El beato Efrén dejó muchas notables composiciones, en las cuales el lector encontrará maravillosas perlas de sabiduría espiritual y poética inspiración.

El caído Esteban

y sobre las razones de la caída en el pecado

En la comunidad del abba Pafnutio vivía cierto hermano de nombre Esteban que cayó en un vergonzoso libertinaje. Eran conocidos otros casos similares en los cuales personas que se alejaban al desierto para una vida virtuosa se tentaban después con pensamientos pecaminosos y caían en la gula, el libertinaje y otras espantosas pasiones.

Al respecto el muy experimentado abba Pafnutio decía: "Todas las cosas que nos pasan, suceden por dos causas: por la buena voluntad de Dios o con Su permiso. Las buenas obras, las que conducen a la gloria de Dios, se realizan por Su buena voluntad; y todo lo que es vinculado con el daño, el peligro y el sufrimiento — sucede con Su permiso.

Esto último le sucede a los que Dios deja por su falta de razón y fe y también a aquellos que realizan actos de virtud con intenciones impuras, para agradar a los hombres o bien por el orgullo de su mente. A estos Dios los deja para su propia conversión, para que abandonados sientan su debilidad y reparen sus intenciones u obras pecaminosas. Por supuesto, ayudar a un huérfano, a una monja y en general a cualquier necesitado es una buena obra. Pero sucede a veces que la gente ayuda mezquinamente y con desgano. La intención aparenta ser buena pero la obra misma es indigna de la intención pues la ayuda se debe prestar con ganas, con alegría y sin mezquindad.

Algunas personas son buenas por naturaleza, otros están predispuestos por naturaleza al esfuerzo espiritual. Sin embargo debemos estar atentos para que todos nuestros actos, realizados naturalmente o bien por nuestro esfuerzo, sean dirigidos a un objetivo agradable a Dios y a Su gloria. Si, por ejemplo, un escritor o un predicador atribuye sus logros a sus propios capacidades y no a Dios, Quien es Quien le ayuda, entonces la Providencia de Dios lo deja y esta persona cae en actos y pasiones vergonzosas con lo cual la persona es avergonzada. Entonces, humillado, comienza a comprender cuán débiles son sus fuerzas y poco seguras sus virtudes y después de eso deja de confiar en sí mismo y agradece a Dios por cada ayuda.

Los Santos Padres decían: "Cuando vean a alguien de vida licenciosa y agradable de palabra, recuerden al demonio que conversaba con el Señor en el desierto y Le ofrecía el conocimiento, la riqueza y la gloria. Acerca del diablo la Escritura dice: "La serpiente era el más sabio de todos los animales de la tierra" (Gen. 3:1). Pero esta sabiduría le sirvió para su propio mal porque no estaba unida con la virtud. El hombre debe tener en su mente aquello, que le inspira Dios, debe decir la verdad y hacer aquello que dice; en cambio si a la palabra de verdad no le sigue una buena vida y una moral firme, esto es lo mismo que el pan sin la sal.

A veces da la impresión de que Dios deja por un tiempo a un hombre para descubrir la virtud de su alma. Un ejemplo de esto es el caso del sufrido Job con quien Dios conversaba cara a cara (ver el libro de Job). A veces Dios deja al hombre para prevenirlo de la jactancia y del amor propio. Por ejemplo, el apóstol Pablo fue sometido a distintos infortunios, privaciones e incluso golpizas. El mismo testimonia: "Me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me moleste para que yo no me enaltezca" (2 Cor. 12:7) — o sea para que el bienestar y los honores por los milagros no lo hagan caer en el orgullo diabólico. Fue abandonado por sus pecados el hombre paralítico del Evangelio, a quien Jesucristo le dijo después: "He aquí tú has sanado, no peques mas para que no te suceda alguna cosa peor" (Juan 5:14). Judas el traidor también fue dejado por Dios por cuanto prefirió el dinero al Verbo de vida y después por desesperación se ahorcó (Hechos 1:18). El hermano de Jacob, Esaú, tras haber sido dejado por Dios, cayó en incontinencia y cambio la bendición de su padre por un guiso de lentejas (Gen. 25:39-34). Tras haber sido instruido por el Espíritu Santo sobre las causas del abandono, el apóstol Pablo escribía: "Y como ellos (los gentiles)no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entrego a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen" (Rom. 1:28) y un poco antes acerca de los filósofos: "Pues habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido; profesando ser sabios se hicieron necios... por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en la concupiscencia de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos" (Rom. 1:21-24). De aquí se ve que es imposible que caiga en la incontinencia alguien no dejado por la Providencia de Dios y también se ve que la gente cae en males por su desidia o por su confianza en sí mismo.

El misericordioso Visarión

En uno de los monasterios de Palestina, cerca del río Jordán, vivía un misericordioso anciano sin ninguna pertenencia llamado Visarión. Una vez vino a un poblado y vio en el mercado un pordiosero muerto y sin ropa. Visarion tenía sobre sí solo una camisa y una no muy grande capa de abrigo. Él siempre llevaba consigo un Evangelio, cuyos mandamientos trataba de seguir concienzudamente. Al ver el cuerpo del muerto, se sacó la capa y con ella lo cubrió. Siguió un poco más y se encontró con un pobre completamente desnudo. Visarión se detuvo y comenzó a pensar: "Para qué me visto con ropa abrigada habiendo renunciado al mundo cuando este hermano mío sufre del frío y puede morir. Si se muere yo seré la causa de su muerte. Si rompo la ropa en partes no habrá provecho para ninguno. ¿Acaso sufriré daño si hiciere más de lo que manda el Evangelio?" Y el justo llamó al pobre bajo el alero de la casa más próxima, lo vistió con su camisa y lo dejó ir. Él mismo se cubrió con las manos y se sentó sobre las rodillas, teniendo bajo el brazo sólo la palabra de Dios

En ese momento pasaba por allí un guardián del orden. Al reconocer al abba Visarión, le preguntó: "¿Quién te ha desvestido?" Señalando el Evangelio el abba contestó: "¡He aquí lo que me ha desvestido!" Entonces el guardián del orden se sacó su sobretodo, se lo entregó al santo y le dijo: "Ten esto, soldado perfecto de Cristo." El santo la tomó y se alejó secretamente del mundo, para escapar de la alabanza del hombre que supo de su buena acción. Cumplido el mandamiento evangélico y sin tener en su alma apasionamiento alguno, Visarión vendió su Evangelio en ese mismo mercado y el dinero recibido se lo dio a un pobre. Así demostró él una completa sumisión a la palabra de Dios, que dice: "Vende tus posesiones y repártelas entre los pobres" (Mat. 19:21).

Muchas otras obras virtuosas realizó este gran abba.

 

2. De "El Prado espiritual"

El Presbítero Konon

En el monasterio de Pentukla ("Del llanto," cerca del Jordán) vivía un anciano-presbítero de nombre Konon, entre cuyas obligaciones estaba la de bautizar adultos (tanto hombres como a mujeres eran bautizados desnudos). Cada vez que le tocaba bautizar y ungir con óleo a una mujer se cohibía fuertemente cuando ella se desvestía delante de él. Por esta causa él finalmente decidió irse del monasterio. Y cuando iba caminando de repente delante de él se le presentó san Juan Bautista y le dijo: "Sé fuerte y soporta y yo te libraré de tu lucha interior." El anciano obedeció al santo y volvió a su monasterio.

Después de un cierto tiempo a su monasterio vino una joven persa para recibir el bautismo. Era tan hermosa que el presbítero no se decidía a ungirla con el santo óleo y ella tuvo que esperar durante dos días para recibir este sacramento. Cuando el arzobispo Pedro (patriarca de Jerusalén, años 524-546) tomó conocimiento de este hecho quiso designar para este sacramento una diaconisa especial. Sin embargo no lo hizo porque las reglas no le permitían a las diaconisas permanecer en un monasterio de hombres.

Mientras tanto el presbítero Konon, vestido con sus ropas monásticas, se alejó nuevamente del monasterio diciendo: "Yo no puedo quedarme más aquí." Pero apenas subió a las colinas más próximas, se encontró con San Juan Bautista quien le dijo mansamente: " Vuelve al monasterio y yo te liberaré de la pasión carnal." Konon se negó a volver con ira y le señaló al santo que él ya le había prometido lo mismo varias veces y que no cumplió. Entonces san Juan hizo tres veces la señal de la cruz sobre Konon y le dijo: "Créeme, padre, yo quería que tú recibieras el premio completo por tu esfuerzo pero por cuanto tu no quieres luchar yo te liberaré de la lucha de los sentidos. Sin embargo debes saber que junto con esto tú te pierdes también el premio establecido por el esfuerzo."

De vuelta en el monasterio el presbítero bautizó a la joven persa y realizó sobre ella la unción con óleo sin cohibirse en absoluto por su belleza. Después de esto hasta el fin de sus días el presbítero realizaba el bautismo y la unción con óleos sin prestarle ninguna atención al sexo de la persona a bautizar.

Ejemplos de humildad

Cierta vez unos malhechores entraron en la celda de un anciano monje y le dijeron que se iban a llevar todas sus cosas. El anciano mansamente contestó: "Hijos, tomad lo que queráis." Los asaltantes se llevaron todo pero no advirtieron una bolsita con monedas que colgaba de una pared. El anciano la tomó y fue corriendo tras ellos mientras gritaba: "Hijos:¡ llevad también esta bolsita que no vieron!" Los malhechores, tocados por la bondad del anciano, llevaron de vuelta a su celda todo lo que habían robado. Se fueron y se decían entre sí: "¡Verdaderamente es un hombre de Dios!"

Después de un tiempo en ese mismo monasterio sucedió algo parecido. A otro anciano también le entraron malhechores. Pero antes de que le exigieran algo, el monje salió a su encuentro y con alegre aspecto comenzó a mostrarles todo lo que tenía. — "¿Y tienes oro tú?" — se interesaron ellos — " Sí, aquí esta," — contestó el anciano y les alcanzó tres moneditas de oro. Ellos la tomaron y se fueron tranquilamente. El anciano no se apenó por esto y en cambio rezó para que Dios los convirtiera al camino del trabajo honrado.

En la comunidad del abba Constantino (Territorio del Jordán en Palestina, Siglo 6to) se encontraba el superior Sergio, quien relató el siguiente suceso. "Una vez, peregrinando con mi maestro espiritual, equivocamos el camino y sin querer caminamos por un campo sembrado y aplastamos algunos brotes sembrados.

El labrador, que en ese momento trabajaba en el otro extremo del campo, al vernos comenzó a ofendernos con los más groseros insultos. "¿Qué clase de monjes son ustedes? ¡No tienen ustedes temor de Dios!" — nos gritaba.

— "¡Permanece callado por el amor de Dios!" — me susurró el maestro. Después se dirigió al labrador y le dijo: "¡Es verdad, hijo, nosotros somos monjes completamente inservibles y no hay en nosotros temor de Dios! Por el amor de Dios perdónanos por haber pisoteado tu sembrado."

Pero el labrador no se amilanó y siguió insultando todavía más fuerte. El maestro, tratando de tranquilizarlo, le decía: "¡Buen trabajador, tienes toda la razón de enojarte con nosotros!. Si fuéramos verdaderos monjes, no hubiéramos procedido de esta manera. Pero, por el amor de Dios, perdónanos en lo que hemos pecado contra ti."

Al final de cuentas, conmovido por la humildad del anciano y tranquilizándose, el labrador se inclinó y exclamó: "¡Perdonadme a mí, pecador, por insultarlos! Nada grave ha pasado."

Siguió conversando un tiempo con nosotros, se puso muy alegre y amable. Al despedirse nos pidió que lo lleváramos a nuestro monasterio porque también quería ser monje. Con alegría lo tomamos con nosotros y fue ordenado monje en nuestro monasterio."

En el monasterio del monje Gerásimo (Palestina, siglo 6to) un hermano relató el siguiente suceso en su vida, con respecto a las palabras de los maestros que señalan que uno debe reprenderse a sí mismo en todo y ser compasivo con los demás. "Yo por mucho tiempo tuve amistad con un diácono del monasterio pero de repente, sin causa visible, éste comenzó a enojarse conmigo. Viendo su aspecto inamistoso y sombrío, comencé a pedirle que me explicara lo que había pasado. Él comenzó a reprocharme algo que nunca había hecho. Al no sentir ninguna culpa de mi parte comencé a justificarme y a explicar que era completamente inocente de su acusación.

Pero mis explicaciones no lo convencieron para nada.

Entonces me retiré a mi celda y comencé a pensar, si en verdad no había hecho yo algo semejante. Pero no pude recordar nada. Luego, una vez que el diácono se acercaba al Santo Cáliz para comulgar, comencé a decirle jurándole que no era culpable de lo que él me acusaba. Pero aún en aquel momento tan santo e importante él no me creyó.

Entonces recordé los consejos de los santos padres y comencé a convencerme:

"El diácono me ama cordialmente y me dijo sinceramente lo que hay en su corazón. Él hace esto para que yo comience a estar atento y para que no caiga en un pecado semejante y no haga algo parecido. Supongamos que yo no cometí aquello de lo que él me acusa. ¿Pero acaso me son conocidos todos mis malos actos o palabras? ¿Recuerdo acaso todos mis pecados? Seguramente muchos de mis pecados han caído en el olvido y han quedado sin arrepentimiento." Habiéndome predispuesto al arrepentimiento con estos pensamientos sentí que verdaderamente era culpable en mucho. Y que la gente por su bondad mucho me ha perdonado y que Dios tiene misericordia de mí. Con ánimo de arrepentimiento fui a ver al diácono y golpeé a su puerta para pedirle perdón. Pero no alcancé a decir ninguna palabra, cuando él cayó sobre sus rodillas delante de mí con estas palabras: "¡Perdóname! Fue el diablo, burlándose de mí, quien me inspiró la sospecha contra ti. ¡En verdad el Mismo Dios me aclaró que tú eres inocente!"

Yo, por mi parte, después de besarlo, Le di gracias a Dios por enseñarnos a ser humildes a los dos y por reconciliarnos."

La visión del abba Leoncio

El Abba Leoncio, superior del convento del santo padre Teodosio (cerca de Belén), nos relató lo siguiente: "Después de que fueron echados los monjes de Nuevo monasterio (cerca del torrente del Tekui, año 520), fui a ese lugar y me alojé allí. Una vez un domingo vine al templo para recibir la comunión de los Santos Sacramentos. Al entrar vi un ángel de pie al lado derecho del altar. Sobrecogido por esta visión, me apuré a mi celda y escuché allí una voz que me decía: "Desde el momento en que este altar ha sido santificado yo tengo el mandamiento de permanecer indefectiblemente ante él"

La protección del Cielo

El Abba Paladio relató lo siguiente. En el siglo 5to en Alejandría vivía un piadoso comerciante, que era compasivo con los pobres y respetaba al clero. Su esposa se distinguía por su humildad y ayunaba frecuentemente. Ellos tenían una hija de seis años. Una vez a este hombre le fue necesario dirigirse a Constantinopla por un asunto comercial. Cuando se estaba por embarcar, su esposa le preguntó: "¿Con quién nos dejas, señor mío?"

— "¡Os encomiendo a nuestra Señora la Madre de Dios!" — contestó él.

En casa quedaron la mujer, su hija y su siervo. Una vez, cuando la mujer estaba sentada en un cuarto trabajando, el siervo tentado por el diablo decidió matar a la dueña junto con su hija, tomar sus pertenencias y escapar. Tomó un cuchillo en la cocina y se dirigió al comedor donde estaba sentada la señora. Pero cuando llegó a la puerta del comedor quedó ciego inesperadamente y simultáneamente sintió que no podía seguir adelante ni volver a la cocina. Durante una hora entera se esforzaba para moverse pero sin resultados. Por fin, cuando se le terminaron las fuerzas, comenzó a llamar a la señora para que se le acercara. Aquella se sorprendió sobremanera al verlo inmóvil de pie en la puerta y gritando. "¡Mejor tú mismo acércate a mí!" — dijo la dueña sin sospechar de sus malas intenciones.— "¡Mándame aunque sea a tu hija!" -comenzó a pedir el siervo. Pero la mujer no quiso hacer esto tampoco.

Entonces el siervo, completamente debilitado y desesperado se clavó el cuchillo y cayó. Cuando vio el cuchillo y la sangre la dueña comenzó a pedir ayuda. Vinieron los vecinos y después llegaron también las autoridades. El siervo fue encontrado todavía vivo y por boca de él conocieron sus intenciones criminales, por las cuales fue castigado con la ceguera y la parálisis. Entonces todos glorificaron a Dios que resguardó a la madre y a la hija de esta manera tan milagrosa.

El monje León

Durante el reinado del justo emperador y césar Tiberio (II-do, 578-582) en el oasis de Libia (al oeste de Tibiada en la región central de Egipto) vivía el monje León de Capadocia (en el Asia menor, actualmente Turquía oriental). Él era grande ante de Dios y nosotros hemos oído acerca de él muchas cosas extraordinarias. Por haberlo conocido y haber estado cerca de él hemos recibido un gran provecho — especialmente de su humildad, de su desinterés por dinero, de su silencio y del amor que le tenía a todos.

Él decía: — "¡Créanme, hijos, que voy a reinar!"

— "Abba, ¿Qué es lo que dices? De Capadocia no salió ningún rey. En vano alimentas tú tales pensamientos."

— "¡No, hijos, yo voy a reinar!" — afirmaba él. Y nadie podía convencerlo de lo contrario.

Cuando los bárbaros realizaron una incursión y destruyeron todo ese país vinieron también al Oasis. Allí mataron a muchos monjes y a muchos otros tomaron prisioneros. Entre otros tomaron del convento al abba Juan, quien había sido lector en la gran iglesia de Constantinopla y también al abba Eustaquio romano y al abba Teodoro. Los tres eran ancianos y débiles. Estando preso el abba Juan le decía a los bárbaros: "Llevadme a la ciudad. El obispo les pagará por mí 24 numismas por mi pedido." Uno de los bárbaros lo tomó y lo llevó a la ciudad y el abba Juan fue a ver al obispo.

Sucedió que en la ciudad estaban el abba León y otros padres, que no habían sido capturados. Al ver al obispo el abba Juan comenzó a pedirle que pagara el rescate por él. Pero el obispo sólo tenía ocho numismas, las que le fueron ofrecidas al bárbaro. Pero éste no quedó conforme. "Denme las 24 o al monje." Y fueron forzados a devolverle al abba Juan, a pesar de su amargura y de sus lágrimas y éste fue llevado al campamento de los bárbaros. Después de tres días el abba León tomó los 8 numismas, fue al desierto donde estaban los bárbaros y se dirigió a ellos con estas palabras: "Tomadme a mí y los 8 numismas y liberad a los monjes que son débiles y no pueden trabajar. De todas formas ustedes tendrán que matarlos. En cambio yo soy sano y puedo servirles." Los bárbaros aceptaron su propuesta y liberaron a los tres monjes. El Abba León fue con ellos y cuando desfalleció de debilidad fue decapitado. Así el abba León procedió según la palabra de las Santas Escrituras: no hay mayor amor, que el del que pone su alma por sus amigos (Juan 15:13). Entonces fue cuando nosotros comprendimos el sentido de sus palabras: "yo voy a reinar." Realmente él alcanzó la altura real al poner su alma por sus prójimos."

La Fuerza de la Voz de la Conciencia

Cierta vez al abba Zósimo, que vivía en el monasterio del abba Fermín cerca de Nazareth en Palestina, vino un malhechor y comenzó a pedirle al anciano: "¡Por el amor de Dios, hazme misericordia! Yo cometí muchos homicidios de los cuales quiero arrepentirme. Hazme monje para que yo pueda redimir mis malos hechos y comenzar una vida justa." El anciano accedió y tras instruirlo al malhechor lo consagró monje.

Después de poco tiempo el maestro le dijo al ex-malhechor: "¡Créeme, hijo! Tu no puedes quedarte con nosotros. Si el superior se entera que te escondes aquí te va a arrestar. Además tus enemigos, que te buscan todo el tiempo, pueden venir al convento y matarte aquí mismo. Será mejor que yo te lleve a otro monasterio más alejado." Así el anciano alojó al que había sido malhechor en el convento del abba Doroteo, que estaba cerca de Gaza (en Palestina.).

Nueve años vivió en ese monasterio el que había sido malhechor. Aprendió el Libro de los Salmos y las reglas monásticas. Parecía, que todo su terrible pasado había quedado atrás. Sin embargo inesperadamente para todos el ex-malhechor vuelve al maestro Zósimo y le dice: "Honorable padre, hazme un favor: devuélveme mis ropas mundanas y toma de vuelta mi hábito." — "¿Qué ha pasado, hijo?" — le preguntó apesadumbrado el anciano.

El hombre le respondió: "Como tú bien sabes, ya hace nueve años vivo en el monasterio. Todo este tiempo y con todas mis fuerzas hice los ayunos, vivía en abstinencia y en obediencia, guardaba silencio y viví en el temor de Dios. Si bien creo que la Gracia de Dios me ha perdonado mis muchos crímenes del pasado, todavía no puedo encontrar descanso para mi alma. Cada día se me aparece un pequeño que maté una vez que me pregunta: "¿Para qué me mataste?" Yo lo veo en mis sueños y durante el día — en el templo y en el comedor. Al oír su voz me desgarro y sufro continuamente en mi interior. Es por esto, padre, que yo siento que debo volver al mundo y ser castigado por el pecado del homicidio del inocente niño. No había ninguna necesidad de matarlo."

Vestido con sus anteriores ropas mundanas, el que había sido malhechor se fue del monasterio y llego a la ciudad de Diospolis, lugar donde antes cometía sus delitos. Allí las autoridades locales lo reconocieron, lo arrestaron y al siguiente día lo ejecutaron.

La compasión libra del castigo

Pasó una vez que Zenón (emperador del Bizancio, años 474-491) ofendió a una mujer en presencia de su hija. Después de esto esta mujer comenzó a venir frecuentemente al templo de Nuestra Señora la Madre de Dios y con lágrimas Le rezaba a Ella: "¡Santísima Virgen! Castiga al emperador por la humillación a la que me sometió." Después de pedirle esto mucho tiempo la Santísima Madre de Dios se le presenta y le dice: "Créeme, mujer: hace ya mucho tiempo que lo hubiera castigado pero la mano del Señor Me detiene." Entonces la mujer comprendió que su petición le fue negada porque el emperador Zenón era un hombre compasivo y ayudaba mucho a los necesitados.

Los niños que celebraban la Eucaristía

En una provincia de Siria hay un lugar llamado Gonag. En sus alrededores los niños pacían el ganado. Una vez que jugaban, uno de ellos propuso celebrar la Liturgia como lo hacía el sacerdote en la iglesia del lugar. Eligieron entre ellos a uno para que fuera el sacerdote y a otros dos como diáconos. Encontraron una piedra lisa y comenzaron el juego: sobre la piedra como si fuera un ofertorio, colocaron pan y una vasija de arcilla con vino.

El "sacerdote" se paró delante del ofertorio y los "diáconos" a ambos lados. Durante el servicio el niño, que hacía de sacerdote, decía las oraciones de la liturgia y los "diáconos" agitaban sus cinturones, como si fueran rípides. Los niños habían elegido como sacerdote precisamente a uno que conocía bien esas oraciones. En su iglesia los niños durante la liturgia estaban delante del altar y eran los primeros, después de los sacerdotes, en comulgar la Santos Comunión. El sacerdote tenía la costumbre de pronunciar en voz alta las oraciones del servicio divino y los niños, que oían frecuentemente las oraciones, conocían muchas de ellas de memoria.

Cuando ellos terminaban su liturgia y querían partir el pan como lo hacía el sacerdote en la iglesia, repentinamente cayó fuego del cielo, quemó el pan y la vasija de arcilla con vino y hasta convirtió en cenizas la misma piedra, sobre la que ellos hacían el servicio, de manera que no quedó nada. Los asustados niños cayeron al suelo y quedaron tendidos durante mucho tiempo con miedo de moverse.

Los padres, sorprendidos porque los niños no volvían a sus casas a la hora acostumbrada, fueron a averiguar lo que pasaba. Después de buscarlos los encontraron, por fin, todavía tendidos en el suelo. Los niños no reconocían a sus padres y no contestaban a las preguntas. Tomando a sus hijos, los padres los llevaron cada uno a su casa. Todos estaban en extremo extrañados al ver a los niños en ese estado de estupor y parálisis. Recién al otro día los niños de a poco comenzaron a volver en sí. Cuando lo hicieron relataron acerca de todo lo sucedido. Tras oír ese extraño relato, los padres invitaron a otros habitantes más respetados del poblado y fueron al lugar donde sucedió el milagro.

Después se apresuraron a ir al obispo y le contaron todo. El obispo con el clero también se dirigió al lugar del suceso. Luego de escuchar de los niños una vez más el relato de todo y tras ver las huellas del fuego celestial el obispo consagró a los niños como monjes y en el mismo lugar estableció un monasterio. En el lugar donde cayó el fuego fue construido un templo y se armó un santo ofertorio. El sorprendente suceso testifica acerca de la grandeza del misterio de la Eucaristía y del poder de sus oraciones.

Nota: En la historia de la Iglesia son conocidos varios sucesos semejantes de realización de la Eucaristía por gente no ordenada. En la práctica actual los sacerdotes rezan estas oraciones en voz baja, posiblemente para que los ayudantes en el altar no memoricen las oraciones Eucarísticas.

El Anciano persuadido

Vivía un anciano sacerdote de una vida tan santa y limpia que cuando celebraba la liturgia se le aparecían ángeles y permanecían a su derecha y a su izquierda. Pero aprendió de herejes la ceremonia y por no estar instruido en los dogmas de la Iglesia y por su simpleza durante la Misa no decía las frases establecidas sino otras incorrectas.

Cierta vez por designio de Dios vino a él cierto hermano-diácono instruido en las enseñanzas Ortodoxas. Cuando celebraban juntos la liturgia el diácono escuchó que el anciano decía incorrectamente las oraciones y le dijo: "Padre, esto que tú has dicho ahora no es acorde con la fe Ortodoxa y está tomado de los herejes." Pero el anciano, al ver a su lado a los ángeles de pie, no le prestó atención a las palabras del hermano. El Diácono por su lado no dejaba de afirmar: "¡Te equivocas, maestro! Esto no es aceptado por la Iglesia."

Tras oír los reproches del diácono el anciano finalmente les preguntó a los ángeles: "¿Es verdad lo que me dice el diácono?" — "Escúchalo: dice la verdad" — le contestaron los ángeles. — "¿Por qué entonces no me corrigieron antes ustedes?" — les preguntó el anciano. — "Dios dispuso que los hombres sean corregidos por otros hombres" — le explicaron los ángeles. Desde ese momento el anciano comenzó a decir las oraciones correctas agradeciendo a Dios y al hermano por la corrección.

San Apolinario

El arzobispo de Alejandría, el santo Papa Apolinario (años 551-565) era muy misericordioso y compasivo. En esa misma ciudad vivía un joven, hijo de padres de importante posición que le dejaron una gran fortuna (en embarcaciones y en una gran cantidad de oro). El joven disponía mal de la herencia recibida y en el transcurso de algunos años la perdió toda. Así como antes tenía más riquezas que muchos, empobrecido completamente superó a muchos en su pobreza.

El beato Apolinario, enterado de la desgracia que alcanzó al joven, quiso prestarle alguna ayuda. Pero quería hacer esto sin herir su autoestima. Y así se le ocurrió un medio sorprendente. Dio la orden al tesorero de la iglesia de escribir un documento ficticio al nombre de Macario, padre del joven, como si aquel hubiera dado en préstamo a la iglesia de Alejandría cincuenta libras de oro. Para que este documento pareciera escrito hace mucho tiempo lo pusieron varios días entre granos de trigo.

Después Apolinario envió al tesorero a entregarle al joven este documento y le dijo que pidiera tres pequeñas monedas por el servicio de llevarlo para que no sospechara de la legitimidad del documento. El tesorero se dirigió al hombre y le dijo que encontró revisando papeles, esa carta de préstamo de su padre, carta que había olvidado y que estuvo por diez años perdida y que si el dueño le daba tres monedas se la entregaba.

Tras recibir el documento el joven se presentó ante el santo papa de Alejandría. Después de leer el documento Apolinario aparentó estar sorprendido e incrédulo por todo el tiempo en que ese documento no fue presentado. El joven le explicó todo pero el papa seguía fingiendo que dudaba de la veracidad del documento. Así pasó una semana. Por fin el papa simuló ceder a las peticiones y accedió a pagarle pero le pidió al joven que no le exigiera intereses a la iglesia. El joven accedió con alegría y el Papa le entregó cincuenta libras de oro. ¡Así de misericordioso y sensible era san Apolinario!

Dios ayudó al joven hombre a restablecer sus asuntos comerciales de manera tal que después de un cierto tiempo no solo recuperó lo perdido sino que superó a sus padres en riquezas. Junto con esto este suceso también le trajo al joven una utilidad espiritual. Finalmente éste se enteró, de alguna manera, sobre la verdad de la generosa ayuda del arzobispo de Alejandría y esto lo incitó a ser también sensible y misericordioso con los demás.

Dios se ocupa de los misericordiosos

Un creyente que vivía en Constantinopla (ahora Estambul) relató lo siguiente acerca de sí mismo. "Mi padre ayudaba mucho a los pobres. Cierta vez, mostrándome su dinero me preguntó: "Dime, ¿que te agradaría: que yo te dejara mi dinero o al Señor por protector?" Yo contesté que prefería a Cristo porque todo lo terrenal es pasajero. "Hoy estamos aquí y mañana — ¿dónde estamos?" Entonces mi padre comenzó a repartir todo sin pena de manera que después de su muerte no me dejó casi nada. Habiéndome vuelto pobre, vivía muy humildemente y todas mi esperanza la coloqué sobre Dios, a Quien mi padre me encomendó.

En ese lugar vivía un hombre importante y rico, cuya mujer era muy temerosa de Dios y amante de Cristo. Ellos tenían sólo una hija, a la que querían casar. A ellos no les interesaba si el pretendiente era rico o no sino que querían que fuera humilde y temeroso de Dios. Querían que su futuro esposo la amara y que en Dios la protegiera con su amor. Y he aquí que el hombre rico propuso a su piadosa esposa ir al templo y allí rezar de todo corazón para que le fuera enviado a su hija un buen novio. "Quien primero entre al templo — le dijo a ella — será el elegido, enviado por Dios a nuestra hija."

Ella lo hizo así y sucedió que yo fui el primero en entrar al templo después de su oración. Al verme comenzó a preguntarme de dónde era y quién era yo. Yo le expliqué de quien era hijo y donde vivía. Ella a su vez conocía la generosidad de mi padre hacia los pobres. Entonces me preguntó si no estaba ya casado. Yo le contesté que no y le conté acerca de mi conversación con mi padre acerca de la herencia. Entonces ella, dando alabanza a Dios, exclamó: "He aquí que Tu buen Protector, al Cual elegiste, te envía esposa y riqueza, para que tú las aproveches en el temor de Dios." Y así después de casarme vivo feliz y trato yo también de no olvidarme de los pobres y de ayudar a los necesitados."

Relato del joyero

Vivía un rico joyero que con esforzado trabajo y con negocios afortunados juntó para sí muchas piedras preciosas y perlas. Y decidió disfrutar los años restantes de su vida de su riqueza y vivir tranquilamente, y se embarcó con sus hijos para mudarse a otro país.

Por la voluntad de Dios en ese barco le servía un niño que por sus voluntariosos servicios le agradó tanto que era invitado a comer en su misma mesa. Sucedió que este niño escuchó como los marineros se ponían de acuerdo para tirar al mar a este hombre para quedarse con su tesoro. El niño volvió fuertemente turbado adonde se encontraba el joyero y tenía miedo de contarle acerca de lo que había escuchado. Sin embargo el joyero, al ver al pequeño en ese estado de preocupación, le preguntó con insistencia y logró que le cuente los planes de los marineros.

El joyero entendió que su vida tenía quizás los minutos contados y tomó una rápida decisión. Llamó a sus hijos y sobre un paño desplegado tiró delante de ellos sus joyas. Las señaló y dijo: "¡Esto es todo a lo que he consagrado mi vida! Por esto trabajé pesadamente y me sometí a todo tipo de peligros, tanto en tierra firme como en el mar. Ahora por estas joyas pronto voy a ser privado de mi vida y no me llevaré nada conmigo al otro mundo. ¡Por eso tomad todo esto y echadlo rápidamente al mar!" Los hijos inmediatamente cumplieron la orden de su padre y tiraron todo por la borda del barco. Al no tener ya que robar los marineros dejaron tranquilos al joyero y a sus hijos.

El anciano prefirió sufrir

En el monasterio de Las Torres (convento de Pirgo o monasterio del Jordán en el valle de Jericó) había un anciano de nombre Mirogen, que por sus grandes esfuerzos se enfermó de hidropesía. Los ancianos de la comunidad lo visitaban continuamente para prestarle sus servicios. "Mejor orad por mí, padres, — decía el esforzado enfermo, — para que sane mi hombre interior. Yo, por mi parte, Le oro a Dios para que me alargue esta enfermedad."

Cuando el arzobispo de Jerusalén Eustaquio se enteró de los pesados sufrimientos del abba Mirogen quiso enviarle algunas cosas para sus necesidades corporales pero éste se negó a recibirlas. "Mejor reza por mí, Eminencia, para que yo me libre del tormento eterno." — le contestó al arzobispo.

El Abba Teodosio el Grande (529) también sufrió mucho antes de su muerte. Un hermano le aconsejó orar a Dios para que le aliviara esta cruel enfermedad. — "Ah, padre mío, — contestaba Teodosio — varias veces me vino este pensamiento a la cabeza pero siempre lo apartaba de mí como a una tentación diabólica. Después de toda la gloria y los honores que yo he recibido, ¿acaso no es mejor para mí alegrarme por los sufrimientos antes de mi partida para no privarme de la felicidad eterna prometida? ¡Pues sería espantoso escuchar de Abraham las amenazadoras palabras: "Recuerda, hijo, que tu ya has recibido todos los bienes en tu temporal vida"! (Lc. 16:25).

La veneración de la Madre de Dios

En el monte de Eleón (al este de la ciudad de Jerusalén) vivía un anciano ermitaño, de grandes esfuerzos, al cual el diablo atormentaba fuertemente con pensamientos carnales. Cierta vez el anciano perdió la paciencia y exclamó: "¿Cuándo me dejarás por fin en paz? ¡Aléjate de mí por lo menos en mi vejez!" Entonces el diablo se le presentó en forma visible y le dijo: "Júrame que a nadie le descubrirás esto que te voy a decir y dejaré de atacarte."

— "Juro por El que vive en el cielo — juró el anciano, — que a nadie descubriré lo que tu me digas." Entonces, señalando a la imagen de Nuestra Señora la Santísima Madre de Dios María con el Pre-Eterno Niño, Nuestro Señor Jesucristo, el diablo le dijo: "Deja de orar delante de esta imagen y yo dejaré de atacarte."

— "Déjame pensarlo." — contestó el anciano.

Al siguiente día el anciano le contó todo al abba Teodoro de Iliot. — "Verdaderamente el diablo te ganó en astucia al convencerte de que le juraras" — explicó al anciano abba Teodoro. — "Pero tú has hecho lo correcto al contármelo. Debes saber que no hay pecado más espantoso y terrible que renunciar a venerar y reverenciar a Nuestro Señor Jesucristo y a Su Madre.

Después de esto el abba Teodoro tranquilizó y fortaleció al anciano con necesarios consejos. Y he aquí que nuevamente se le vuelve a presentar al monje el diablo.

—" ¿¡Que es lo que significa esto, viejo inútil!? — exclamó el diablo. —" ¿No me has jurado tú que a nadie le ibas a relatar de nuestro acuerdo? ¿Por qué has quebrantado tu promesa? ¡Debes saber ahora que en el día del Juicio serás condenado como quebrantador de juramento!

— "¡A ti no te corresponde culparme, alejado de la ley! "— contestó el anciano. — "Yo sé que he quebrantado la palabra de un juramento, pero no delante de tí sino delante de Mi Señor y Creador soy culpable. No tengo intención de escucharte: ¡tú caerás verdaderamente bajo la eterna condena como la primera causa de todo mal y como el primer quebrantador de juramento!

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Apéndices

A. El surgimiento y

la difusión de la vida monástica

Muchos son los caminos que conducen al Reino de los Cielos. El Evangelio nos propone la elección de los más distintos estilos de vida — a cada uno según su "llamado." A aquellos a quienes les atrae un estilo de vida más estricto y concentrado el Señor les ofrece: "Si quieres ser perfecto, ve, vende tus posesiones y repártelas entre los pobres; y tendrás tesoro en el cielo, y después sígueme... Todo aquel, que dejare casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de Mi Nombre, recibirá cien veces mas y heredará la vida eterna.. Hay vírgenes (en el Evangelio "eunucos") por causa del Reino de los Cielos. Quien pueda recibirlo, que lo reciba... Quien no dejare todo lo que tiene, no puede ser Mi discípulo" (Mt. 16:24, 19:12-21 y 19:29 ; Luc. 14:26-27,33). Con estos llamados al esfuerzo el Señor marcó el principio al estilo de vida ascético.

No sorprende por lo tanto que la tendencia hacia el estilo de vida esforzado y aislado surgió simultáneamente con el cristianismo. Según san Casiano (4to siglo) los primeros monjes fueron los discípulos del evangelista Marcos, quien servía como obispo en la ciudad de Alejandría (entonces capital de Egipto). Los buscadores de un estilo de vida esforzado se dirigían a los sitios más alejados de la ciudad, donde llevaban una forma de vida especial más elevada según las reglas establecidas por el apóstol Marcos. El historiador judío Filón, contemporáneo de los apóstoles y habitante de Alejandría, relata la vida de ciertos Terapeutas, alejados a los suburbios de Alejandría — exactamente igual a como describe san Casiano la vida de los primeros monjes de Alejandría- y a sus sitios de vida los llama monasterios.

Existen datos de que en Siria las ordenes monacales aparecieron ya en los tiempos de los apóstoles. Santa Eudoquia, que vivió desde el año 96 d J.C. en la ciudad siria de Iliópolis durante el reinado de Trajano, fue convertida al cristianismo por san Germán, superior de un monasterio de hombres en el que vivían 70 monjes. Ella misma después de adoptar el cristianismo entró en un monasterio donde vivían 30 monjas.

A pesar de la escasez de testimonios documentales, no hay dudas que la vida monástica surgió ya en el siglo apostólico. Es difícil concebir que en esos tiempos de gran ardor espiritual no hubiera cristianos que no siguieran la enseñanza del apóstol Pablo acerca del celibato, expuestas en la epístola a los Corintios (1 Cor. Cáp. 7). Vivo ejemplo para tales vírgenes siempre fueron y serán el mismo Jesucristo, La Virgen María, el profeta Juan el Bautista, el discípulo amado y virgen, el apóstol Juan el Evangelista, el apóstol Pablo, el apóstol Jacobo, hermano del Señor y primer obispo de Jerusalén y muchos otros. Estos son los grandes ejemplos a los cuales seguían los monjes y he aquí de donde nació y donde se encuentra su fuente espiritual.

Así exactamente explica el origen del monaquismo el abba Doroteo, quien escribe: "Ellos (los cristianos) comprendieron que permaneciendo en el mundo no pueden perfeccionarse en las virtudes cómodamente y eligieron una especial forma de vida, un orden especial para pasar el tiempo, una especial forma de accionar: la vida monástica y comenzaron a alejarse de la gente y a vivir en los desiertos. Esforzándose en el ayuno y en la vigilia dormían sobre el suelo desnudo y soportaban distintos sufrimientos voluntarios, renunciaban completamente a la patria natal y a los parientes, a las posesiones y a las adquisiciones. En una palabra, ellos se crucificaban para el mundo."

En las antiguas comunidades monásticas se prestaba principal atención a los ejercicios espirituales: la oración, el ayuno y la meditación contemplativa acerca de Dios y del mundo espiritual. Pero también el trabajo físico se consideraba indispensable para la diversificación en las ocupaciones por cuanto proveía los medios para la alimentación y la posibilidad de hacerle el bien a los pobres.

Al comienzo del siglo IV en Egipto surge una masiva tendencia al monaquismo. El relajamiento de la estrictez de la vida cristiana juntamente con el ingreso a la iglesia de gentiles que aún dentro del cristianismo continuaban ocupándose sólo de lo mundano, incitaba a los más dedicados de los cristianos a alejarse de las ciudades y poblados a los lugares desiertos, para allí, lejos de las preocupaciones mundanas, pasar la vida en esfuerzos de abnegación, oración y pensamientos sobre Dios.

Uno de los primeros monjes solitarios de Egipto más conocidos fue san Pablo de Tebaida, que vivió desde los 23 años hasta los 130 en el desierto de Tebaida. En el año que el se alojó en el desierto nació el famoso Antonio, quien es considerado el fundador del monaquismo ermitaño (anacoreta).

San Antonio el Grande nació en la mitad del tercer siglo en Egipto. Tendiendo a un completo aislamiento, se estableció en las ruinas de una vieja fortaleza sobre el lado este del Nilo. Veinte años vivió allí en completa soledad, esforzándose en el ayuno y la oración y sometiéndose a distintas privaciones. Con el tiempo mucha gente supo de él y comenzaron a visitarlo y algunos hasta quisieron establecerse cerca de él para llevar una vida semejante bajo su guía. Así, paulatinamente, hacia el año 305 se formó alrededor de san Antonio un circulo de esforzados discípulos.

San Antonio no estableció reglas minuciosas para la vida monástica pero en líneas generales explicó el camino por el cual es posible conseguir el perfeccionamiento moral. Así, con el ejemplo de su propia vida, les enseñaba la renunciación a los bienes terrenales, el completo sometimiento a la voluntad de Dios, la continua oración, la solitaria meditación acerca de Dios, el trabajo físico. San Antonio fundó el monaquismo solitario. En la organización que él fundó los monjes se encontraban bajo la guía de un superior (abba o padre) y vivían alejados entre sí en chozas o cavernas y hacían esfuerzos solitariamente. Estas comunidades se llamaban "Lauras" o conjunto de ermitas.

San Atanasio el Grande (mitad del siglo 4to), describiendo la vida de los discípulos de Antonio el Grande dice que "los lugares desiertos [de Egipto] estaban llenos de monjes, cuya vida transcurría en el cantar de los salmos, la lectura, la oración, el ayuno y la atención. Eran gente que buscaban los bienes eternos, vivían en soledad y amor y trabajaban con sus manos no tanto para sí mismos cuanto para la ayuda a los pobres. El desierto se convirtió en un extenso país, completamente separado del mundo, en el cual sus felices habitantes no tenían otra meta que perfeccionarse espiritualmente y permanecer en comunión con Dios. La queja y la contradicción le eran ajenas y trataban únicamente de hacer el bien..."

La maravillosa vida de San Antonio, su don de milagros y las revelaciones celestiales que recibió causaban una fuerte impresión entre sus contemporáneos. Ya durante su vida el desierto de Tebaida (parte sur de Egipto) comenzó a llenarse de monjes solitarios que vivían en celdas aisladas. Antonio no establecía reglas exteriores para la vida monástica por ocuparse principalmente de la inculcación de la sincera piedad. Pero con la multiplicación del número de monjes se hizo necesario establecer reglas que pudieran apuntalar y fortalecer la voluntad en la lucha con las tentaciones.

Ya durante la vida de San Antonio surgió otro estilo de vida monástica, el comunitario. Los monjes, unidos en una comunidad bajo la guía de un abba, pasaban su vida en uno o varios lugares de residencia respetando una misma regla. Las comunidades de este tipo eran llamadas monasterios (cenobios). El fundador del monaquismo comunitario fue San Pacomio (año 348.).

San Pacomio el Grande también nació en Egipto. En su servicio militar, durante una campaña pudo conocer la generosidad cristiana y tuvo el deseo de hacerse cristiano y efectivamente después de finalizar su servicio en el ejército se hizo bautizar. Tras haber conocido la vida monástica en el desierto de Tebaida, Pacomio eligió para futuros esfuerzos un lugar solitario al lado del río Nilo, conocido por el nombre de Tavenna. Allí a san Pacomio le surgió la idea de fundar comunidades de monjes. En una isla del Nilo construyó un monasterio, donde los que lo desearan podían esforzarse y vivir conjuntamente. La noticias acerca de san Pacomio pronto fueron conocidas y atrajeron muchos discípulos y su monasterio no pudo seguir albergando a todos los que desearan establecerse en él. Por ello san Pacomio debió fundar varios nuevos monasterios cercanos entre sí a las orillas del Nilo y también estableció un monasterio de mujeres en la orilla opuesta del Nilo, en donde se alojó su hermana.

San Pacomio introdujo las primeras reglas de convivencia monásticas en los monasterios que él fundó. Toda la comunidad de monjes, dividida en 24 clases según el nivel de desarrollo de su vida espiritual, se encontraba bajo la guía de un abba común. Cada monasterio tenía sus principales, que se llamaban superiores o abades. Ellos se encontraban bajo la autoridad del abba principal y le comunicaban acerca del estado de sus monasterios. En los monasterios también había ecónomos con ayudantes, que se ocupaban de la parte material. Los superiores debían ser ejemplos de la vida monástica para el resto de la hermandad. Bajo la guía de sus superiores los monjes debían pasar su tiempo en oración, en la lectura de libros de contenido espiritual, especialmente las Sagradas Escrituras, y en el trabajo. Se celebraban Servicios dos veces por día — de día y de noche. Los monjes a una señal establecida se juntaban en la iglesia humildemente y en silencio, leían las Sagradas Escrituras y oraciones, cantaban salmos. Los domingos comulgaban los Santos Sacramentos. Además los monjes debían orar individualmente antes de ir a dormir y después de levantarse. Después de la oración o del Servicio Divino el superior conversaba con los hermanos acerca de la vida cristiana. Los monjes leían en sus celdas en el tiempo libre no destinado a la oración y al trabajo. Los libros los recibían de la biblioteca del monasterio de manos del ecónomo.

Ellos trabajaban la tierra, hacían jardines, trabajaban en las herrerías, en los molinos, en talleres de curtiembre, en carpintería, hacían telas, tejían canastas. Salían al trabajo en orden y en silencio detrás de su superior. El silencio se observaba en todo momento. Todas estas obligaciones debían ser cumplidas por los hermanos en completa obediencia. Sin el permiso del superior ninguno de la hermandad no sólo no podía salir del monasterio sino que ni siquiera podía comenzar un nuevo trabajo. Todos ellos llevaban una vestimenta igual y muy sencilla. La vestimenta interior era de lino — una camisa sin mangas y la de arriba de cuero, sobre la cabeza un gorrito de pelo y sandalias en los pies. Esta vestimenta no se la sacaban nunca, ni siquiera para dormir. Los monjes de Pacomio no tenían camas para dormir sino solo asientos entre dos paredes y sólo se les permitía tender una estera. Se levantaban mucho antes del alba. Su alimento era de lo más simple y una única vez al día, comúnmente al mediodía. Se alimentaban de pan, aceitunas, queso, verduras y frutos. Los sábados y domingos se le ofrecía cena. Comían todos juntos y en silencio.

En las reglas establecidas por el abba Pacomio el desinterés hacia los bienes materiales era uno de los principales votos de los monjes. Al monje que entraba en la comunidad no se le permitía traer consigo ninguna pertenencia y hasta las ropas mundanas del ingresante eran entregadas a los pobres del mundo exterior. El trabajo realizado por un monje no le pertenecía sino a toda la comunidad. Todo lo indispensable para la vida lo recibían de los recursos comunes del monasterio. Los ecónomos le proveían a los hermanos los alimentos y la vestimenta producto de lo preparado en el monasterio o bien de lo comprado afuera con el dinero obtenido de la venta de lo trabajado por los hermanos. Para que estas reglas fueran cumplidas san Pacomio estableció que el ingresante a la comunidad fuera aceptado no sin antes ser sometido a como mínimo un año de prueba.

La comunidad monástica fundada por san Pacomio alcanzó los 7 mil monjes en vida del santo y cien años después contaban con 50 mil. El estilo de vida monástico (tanto el solitario como el comunitario) pronto se extendió por todo Egipto y pasó a otros países. Así, Amón fundó la comunidad de los habitantes del desierto en la montaña de Nitrios y el desierto que está en su ladera y Macario el Egipcio — en el desierto de Ermita, donde se consagraron muchos eximios monjes. Hilarión, el amado discípulo de Antonio, llevó el estilo de vida monástico a su tierra natal Palestina, donde cerca de Gaza fundó un monasterio. Desde aquí se difundió la vida monástica a toda Palestina y Siria.

La tercer forma de vida monástica la constituyen las "Lauras." Sus fundadores fueron Macario el Mayor que vivió en un desierto de Egipto cerca de Libia y Amón establecido en la montaña de Nitrios (en la parte oeste de Egipto). En las Lauras está la conjunción de los estilos solitario y comunitario. Cada uno se esforzaba separadamente en una celda exclusiva. Las celdas se disponían alrededor de la habitación del abba y tenían entre sí cierta distancia establecida. Estas celdas se disponían como en callejuelas, de donde viene su nombre Laura (camino, callejuela). Los monjes se juntaban el primer y el último día de la semana para asistir al Servicio Divino y en los días restantes guardaban silencio. Si alguno no concurría a la congregación se deducía que estaba enfermo y algunos de los hermanos eran enviados a visitarlo. La vida en las Lauras era mucho más difícil que en los monasterios y al voto de silencio se entraba después de una preparación en los cenobios. Los deseosos de ser monjes vivían primeramente en el monasterio y cumplían las obligaciones monásticas y aquellos que ya alcanzaron cierto perfeccionamiento en la vida monástica se alojaban en celdas.

Así gracias a los santos monjes Antonio el Grande, Pacomio el Grande, Macario el Mayor y a sus discípulos Egipto se convirtió en un vivero de la vida monástica para todo el Cercano Oriente. "En ningún lado,"— según las palabras del historiador Eusebio," la gloria de la enseñanza evangélica mostró tanto su fuerza como en Egipto." Es evidente que no en vano el antiguo Egipto meditaba profundamente sobre las cuestiones acerca de la inmortalidad y la eternidad...

San Basilio el Grande, tras familiarizarse con la vida monástica en una travesía por Egipto y Palestina, empezó a difundir en Capadocia (en el Asia menor, ahora Turquía) el monacato tanto masculino como femenino. Las reglas que elaboró para sus monjes, pronto se difundieron por Oriente y fueron generales. En el 5to siglo ya todo el Oriente estaba sembrado de monasterios. De los monjes del siglo 5to son notables Isidoro el Policiota, Simón del poste, Eufemio, Sava el Iluminado y muchos otros.

En el 6to siglo vivieron muchos maravillosos monjes: Simeón "el que aparentaba ser demente," que tomó sobre sí la proeza de tal apariencia en nombre de Cristo y que consiguió un completo desapasionamiento, y Juan de la Escala, que muchos años se esforzó en el monte de Sinaí y que escribió una obra conocida bajo el nombre de "Escala" (al Paraíso), en la cual representó los niveles del camino espiritual hacia la perfección moral; en el 7mo siglo Alipio del Poste quien se quedó en un poste mas de 50 años. A fines del siglo octavo y comienzos del noveno fue representante de la estricta vida monástica el conocido defensor de la honra a los iconos — Teodoro el Estudita. De su monasterio, reconocido por el carácter estricto de la vida monástica, salían muchos ejemplos de piedad como, por ejemplo Nicolás en el 9no siglo, quien sufrió torturas por defender el respeto a los iconos, Joaniquio, famoso por el don de clarividencia y otros.

El esfuerzo monástico

Ninguna vida pasada puede ser impedimento para el ingreso a vida monástica porque esta consiste en el arrepentimiento y el monasterio es lugar de sanación. El ingresante a un monasterio es sometido primero a prueba con el objetivo de establecer cuán sincera y seria es su intención de consagrarse a la vida monástica. En el caso de que el superior del monasterio se convenza de la sincera tendencia del nuevo ingresante al monasterio, lo bendice para llevar el hábito con cinturón y la caperuza (una vestimenta larga negra con mangas estrechas con cinturón y un gorro de forma cónica). El futuro monje lleva el nombre de novicio y su obligación principal es aprender a obedecer a su padre espiritual.

En el cumplimiento concienzudo de la obediencia impuesta, el novicio debe revelar toda su paciencia y humildad — virtudes fundamentales del monje. "La obediencia está por encima del ayuno y de la oración " — dice un dicho monástico. Esto es porque la obediencia, fundamentada en la paciencia y la humildad, sirve para desarraigar al mal principal del alma humana que es el orgullo, como así también al amor propio, del cual surgen todas las pasiones.

Del medio monástico salieron la mayor cantidad de santos y esto es natural pues el objetivo de la vida monástica es el perfeccionamiento espiritual. Los santos del orden monástico son llamados en eslavo "prepodobnie" (semejantes en mayor medida) pues ellos se asemejaron más a Cristo que los demás. Se hace monje aquel que sintió que todo en la vida es vanidad, quien quiso librarse de la prisión y encontrar a Dios. El camino monástico es un camino en línea recta, el camino de la distancia más corta entre dos puntos: el hombre y Dios.

En el entorno monástico surgió una riquísima literatura espiritual. Para la mayoría de la gente mundana estos escritos son como la "matemática superior." Los estados espirituales descriptos en ella no pueden ser conseguidos por gente que viva una vida mundana. Sin embargo algo de esta literatura monástica es accesible para todos aquellos que buscan a Dios. La gente rusa amaba leer libros tales como "Filocalia" en el cual se compilan (en 5 tomos) los consejos de los héroes espirituales de la antigüedad; "La Escala" (al Paraíso) de san Juan, abad de la montaña de Sinaí; "La lucha invisible" de san Nicodemo del Santo Monte; "Enseñanzas provechosas para el alma" del abba Doroteo; los consejos de los maestros espirituales Varsonofio y Juan.

 

 

B. Los Santos Padres acerca de la

lucha con la pasión carnal

La lucha con el espíritu de lujuria es la más prolongada y constante y para pocos termina en victoria. La pasión carnal comienza a manifestarse en el hombre desde la temprana madurez y no se detiene antes de vencer a las otras pasiones. Por cuanto el peligro de esta pasión es doble (en el cuerpo y en el alma) también hay que enfrentarlo con doble arma. No es suficiente el ayuno para conseguir la perfecta castidad. Es necesario agregarle tanto una penitente contrición del espíritu como la oración ininterrumpida contra este repugnante espíritu (la pasión lujuriosa). Además de esto es necesario leer continuamente Las Sagradas Escrituras, ocuparse en la meditación acerca de Dios, alternar esto con el trabajo físico y manual, lo cual detiene el vagar errante de los pensamientos. Sobre todo hay que tener una profunda humildad, sin la cual no se puede conseguir la victoria sobre ninguna pasión (san Juan Casiano el Romano).

Por cuanto es tan alta la dignidad de la castidad, también son tan fuertes los embates del enemigo al enfrentarse a ella. Por eso nosotros, con toda aplicación, debemos no sólo contenernos en todo, sino contristar continuamente en nuestro corazón con oración penitente, para que El Espíritu Santo con el rocío de Su Gracia que penetra en el corazón refresque y apague el horno de nuestra carne, que el rey de Babilonia (el diablo) continuamente trata de encender (san Juan Casiano).

Ante el ardor de los deseos medita acerca del fuego inapagable y del gusano que nunca muere e instantáneamente se apagará el ardor en tus miembros. De otra manera te debilitarás, serás vencido y te acostumbrarás al pecado por más que te arrepientas.

Por eso desde el mismo comienzo sé estricto hacia cualquier deseo semejante para que no seas vencido y para que no te acostumbres a cederle la victoria al enemigo. Pues la costumbre es la segunda naturaleza. Quien se acostumbra a cederle la victoria al deseo pecaminoso será reprendido continuamente por su conciencia; y aunque delante de otros muestre un rostro alegre en su interior estará amargado por la acusación de la conciencia. Porque es propiedad del deseo transmitirle una dolorosa congoja a los que lo practican. Por eso préstale atención a tu alma, siempre teniendo a Dios dentro de ti. (San Efrén el Sirio).

Cuando el demonio comienza a dibujar en tu imaginación tentadoras visiones y representa en tu mente la hermosura de una mujer que alguna vez viste, introduce dentro de ti el temor de Dios y recuerda acerca de los muertos en el pecado, piensa en el día que tu alma va a despedirse de tu cuerpo, imagínate la voz de Dios que con terror oirán los que no se preocuparon por tener una vida justa y no han guardado los mandamientos de Cristo: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado al diablo y a sus ángeles" (Mat. 25:41). También imagínate al gusano que no muere y los tormentos ininterrumpidos. Piensa sobre esto y se disolverá la sed de gozo, así como se derrite la cera del rostro del fuego, porque los demonios no pueden permanecer ni un momento contra el temor de Dios. (San Efrén el Sirio).

La victoria sobre esta pasión se condiciona con la limpieza completa del corazón, del cual según la palabra del Señor surge el veneno de esta enfermedad. "Del corazón, — dice Él — salen los malos pensamientos... los adulterios, las fornicaciones, y otros" (Mat. 15:19; San Juan Casiano).

No le permitas a tus ojos vagar de aquí para allá y no te quedes mirando la belleza ajena para que tu enemigo no te derrote con la ayuda de tus ojos (san Efrén).

Si te molesta el demonio de la lujuria prohíbelo diciéndole: "Que el Señor te destruya hediondo diablo impuro" ya que conocemos al que dijo: "Los pensamientos carnales — son lucha contra Dios" (Rom. 8:7; San Efrén el Sirio).

Si se levanta dentro de ti la lucha de la carne no temas y que no decaiga tu espíritu. De otra manera tu aumentarás el arrojo de tu enemigo (el diablo) quien comenzará a sugerirte pensamientos de tentación: "No cesará tu ardor hasta que no satisfagas tu deseo." Pero soporta, tenle paciencia al Señor y con llanto derrama tu oración delante de Su bondad y Él te oirá y te liberará del pozo de las pasiones (los pensamientos impuros) y del lodo del cieno (los deseos vergonzosos) y pondrá tus pies sobre la piedra de la pureza (Salmo 39:1-3). Entonces verás Su ayuda venida a ti. Solamente debes soportar, no te debilites con el pensamiento, no te canses de sacar el agua del bote porque el puerto de la vida esta cercano. Entonces tú exclamarás y Él dirá: "Aquí estoy" (Is. 58:9). Pero Él espera para ver tu esfuerzo, para ver si es cierto que estás dispuesto a luchar contra el pecado hasta tu muerte. Así, no caigas de espíritu: Dios no te dejará. Dios mira tu esfuerzo, lo ven también las huestes de ángeles y la turba de demonios. Los ángeles están dispuestos a entregar la corona al vencedor y los demonios a cubrir con la vergüenza al vencido. Estate atento para no entristecer a los tuyos (los ángeles) y para no alegrar a los extraños (los demonios. San Efrén el Sirio).

El Abba Pimen dice acerca de los pensamientos lujuriosos: "Si un cofre lleno de cosas permanece mucho tiempo cerrado y la ropa contenida en él no es examinada, su contenido con el tiempo se pudrirá. Así sucede también con los pensamientos repugnantes que nos introduce el diablo: si no los cumplimos en los hechos se pudrirán y desaparecerán con el tiempo" (Abba Pimen).

Un discípulo le preguntó al abba Agaphon como luchar contra la lujuria. El maestro contestó: "Ve, inclina ante Dios tu fuerza (sé humilde en extremo ante Él) y encontrarás tranquilidad."

Efectivamente, si todo logro en las virtudes es acción de la gracia del Señor y la victoria sobre las distintas pasiones es Su victoria, entonces la consecución de la pureza y la victoria sobre la pasión de la lujuria es obra de una especial gracia de Dios, de lo que dan testimonio los santos padres experimentados en la limpieza de esta pasión. Porque permanecer en la carne y no sentir su aguijón es semejante en cierta forma a salir de ella. Y es por eso que no le es posible al hombre volar con sus propias alas hacia la celestial altura de la perfección si la Gracia del Señor no lo saca del terrenal cieno. Porque la gente con ninguna otra virtud se asemeja tanto a los ángeles como con la consecución de la gracia de la pureza (san Juan Casiano).

Un indicador de la pureza y del perfeccionamiento alcanzado es cuando a la persona en el descanso o en un sueño agradable no le surge ninguna imagen tentadora o, si bien surge una imagen, no despierta en él ningún deseo carnal. Sin embargo el deseo involuntario, aunque no es considerado pecado, indica que el alma aun no ha alcanzado la perfección y que las raíces de la pasión todavía no están desarraigadas (san Juan Casiano).

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Temas :

La pasión de lujuria: San Moisés Etíope, San Konon.

La Madre de Dios y Su ayuda: La protección del Cielo, La veneración de la Madre de Dios.

El orgullo y el autoengaño: El orgulloso Valentio, El caído Esteban.

Los bienes mundanos: Relato del joyero.

La humildad y la paciencia: Ejemplo de humildad.

La Liturgia, el templo, la Comunión: La visión del abba Leoncio, Los niños celebraban la liturgia, El maestro persuadido.

El amor: El monje León.

La misericordia, la compasión: El abba Pafnutio, Efrén el Sirio, El misericordioso Visarión, La compasión libra del castigo, San Apolinario, Dios se ocupa de los misericordiosos.

El esfuerzo, la hazaña: san Moisés el Etíope.

La penitencia: Abba Pitirim, La fuerza de la voz de la conciencia.

La Justicia: Abba Pafnutio.

La Providencia de Dios: El caído Esteban, El Abba Pitirim.

La humildad: El abba Pitirim y la beata Isidora.

La conciencia: La fuerza de la voz de la conciencia.

El sufrimiento: El maestro prefirió sufrir.

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Folleto Misionero SA16

Copyright © 2000, Holy Trinity Orthodox Mission

466 Foothill Blvd, Box 397, La Canada, Ca 901011

Editor: Bishop Alexander (Mileant).

(lavsaik_s.doc, 06-22-2001).