La Ley de Dios

 

 

Compuesto por el Protopresbítero Serafim Slobodskoy

Traducido por Esteban Jovanivich

 

El Nuevo Testamento.

 

 

Contenido:

El Nuevo Testamento.

Imperio Romano. Espera Universal del Salvador. Palestina. Nacimiento de la Santísima Virgen María. Entrada al Templo de la Santísima Virgen María. La Santísima Virgen María con José. Anunciación del Ángel Sobre el Nacimiento del Precursor. Anunciación de la Santísima Virgen María. Visita de la Santísima Virgen María a la Recta Elisabet. Nacimiento de Juan el Precursor.

 

Nacimiento de Cristo. Adoración de los Magos. Recibimiento del Señor. Huida a Egipto y Matanza de los Niños. Regreso a Nazaret. El Adolescente Jesús en el Templo. Prédica de Juan el Precursor. Bautismo de Jesucristo. Jesucristo en el Desierto y Tentación del Diablo Hacia Él.

 

Aparición de Jesucristo al Pueblo. Sus Primeros Discípulos. Primer Milagro de Jesucristo. Expulsión de los Comerciantes del Templo. Conversación de Jesucristo con Nicodemo. Conversación de Jesucristo con la Samaritana. Curación del Hijo del Servidor del Rey. Curación del Paralítico en el Estanque de las Ovejas. Curación del Enfermo con una Mano Seca. Elección de los Apóstoles.

 

El Sermón del Monte. El Poder de la Fe y la Oración por los Demás — Curación del Paralítico en Capernaúm. Resurrección del Hijo de la Viuda de Naín. Parábola Sobre el Sembrador. Parábola Sobre el Grano de Mostaza. Parábola Sobre la Levadura. Parábola Sobre el Trigo y las Cizañas. Acerca de la Venida del Reino de Dios en la Tierra. Amansamiento de la Tempestad. Resurrección de la Hija de Jairo. Decapitación de Juan el Precursor. Milagrosa Saciedad del Pueblo con Cinco Panes. Jesucristo Camina por las Aguas. Curación de la Hija de la Cananea. Confesión de Pedro. Predicción de Jesucristo Sobre Sus Sufrimientos, Muerte y Resurrección.

 

Transfiguración del Señor. Parábola Sobre el Misericordioso Samaritano. Jesucristo en lo de Marta y María. Acusación del Salvador a los Fariseos en Pecado — Blasfemia Contra el Espíritu Santo y Glorificación por Él de la Madre de Dios.

 

 

Imperio Romano. Espera Universal del Salvador.

Liberados del dominio de los emperadores griegos, los judíos gozaron de libertad por poco tiempo. Los romanos, luego de conquistar todo el mundo, impusieron su dominio también sobre el pueblo hebreo (64 años antes de Cristo). Ellos pusieron como gobernador sobre Palestina a Antipater de la descendencia de Esaú — el idumeo. Él astutamente consiguió la confianza de los romanos. Pero pronto fue hecho partir. Después de él fue asignado gobernador su hijo Herodes, llamado el Grande. Él era un hombre desconfiado, cruel y astuto. Él también, así como su padre, supo ganarse la confianza de los emperadores romanos y fue nombrado rey de los judíos. Para hallar la simpatía de los judíos, el rey Herodes renovó el templo de Jerusalem. Luego recibir el título de rey, él de todas formas estaba bajo la subordinación del Cesar, es decir del rey romano — emperador. Desde el momento en que Judea quedó bajo el dominio de los romanos, en ella siempre se encontraba el gobernador romano — virrey del emperador romano. Los judíos dejaron también el Sinedrión, es decir el consejo formado por sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, pero el poder del sinedrión era limitado en gran manera. El sinedrión, por ejemplo, a nadie podía aplicarle la pena de muerte sin el permiso del gobernador romano, al cual pertenecía el más alto poder en Judea.

El dominio mundial de los romanos sacudió los fundamentos del paganismo. Muchos sabios, escritores, comerciantes y demás representantes de todas las naciones viajaban a Roma, considerada la capital del mundo. Ellos llevaban consigo cada uno su fe pagana. De esta manera las personas, viendo la infinidad y diversidad de los dioses-ídolos paganos, se convencieron de que todos los dioses paganos fueron inventados por las personas mismas.

Muchos paganos comenzaron a perder la fe y esperanza en el futuro. Para olvidarse, ellos empezaron a entregarse a toda clase de diversiones, mientras que algunos, cayendo en desánimo, terminaron suicidándose.

Pero los mejores de ellos, observando que el mundo iba hacia la destrucción, de todas formas se esperanzaron en que de algún lado debía venir la salvación, si no era del hombre, entonces sería de lo alto. Mientras que los judíos, diseminados por todo el mundo luego de la cautividad en Babilonia y de los demás cautiverios posteriores, llevaron consigo por todas partes la noticia de la pronta venida del Salvador del mundo. Por eso las miradas de las mejores personas del mundo pagano comenzaron a dirigirse hacia el oriente — hacia Palestina.

Entre los romanos y demás pueblos paganos corría un amplio rumor, que pronto en el oriente aparecería un poderoso rey, el cual iba a someter a todo el mundo.

En la Palestina misma, entre los hebreos, la espera del Salvador era especialmente intensa. Todos sentían que había llegado el momento de que se cumplieran las profecías y la salvación de Israel.

Ya se habían cumplido, con una especial claridad, las predicciones del profeta Daniel sobre los términos de la aparición de Cristo. Ya había comenzado el cuarto gran imperio, durante el cual debía venir el Salvador. Habían finalizado los "setenta sietes" predichos por él — esto es la más puntual definición sobre el tiempo de la venida de Cristo.

Ante la aparición de todo predicador sobresaliente, todos involuntariamente preguntaban si no era él el Cristo. Hasta los samaritanos, que eran medio-paganos, esperaban que pronto vendría el Cristo Salvador, el Cual iba a resolver todas las discutidas cuestiones entre ellos y los judíos, referentes a la fe. Pero, por desgracia, no sólo los paganos, sino también los mismos judíos se imaginaron incorrectamente a Cristo. Ellos se Lo imaginaron no de la misma forma como predijeron acerca de Él el profeta Isaías y los demás profetas: que Él cargaría con nuestros pecados, sufriría por nosotros y lo entregarían a la muerte siendo inocente. Los judíos no pensaban que el Cristo Salvador iba a venir al mundo para enseñar a las personas — con Su ejemplo, palabra, obras y sufrimiento — a amar a Dios y a amarse uno al otro. Ellos deseaban ver a Cristo no así, ya que ansiaban el poder terrenal y la gloria. Por eso pensaban que Cristo vendría en gloria terrenal y que sería el rey terrenal del pueblo judío; que Él libraría a los judíos del dominio romano y sometería a todo el mundo, mientras que los judíos irían a reinar sobre todos los pueblos de la tierra.

Sólo unas pocas personas piadosas y rectas esperaban al Cristo con humildad, fe y amor. Ellos esperaban al verdadero Salvador del mundo, el Cual iba a venir y liberar a las personas de la esclavitud del pecado y del poder del diablo — "a quebrantar la cabeza de la serpiente," como dijo Dios ya a las primeras personas en el paraíso — a salvar a las personas de la muerte eterna y abrir las puertas del Reino Celestial para la vida eterna y bienaventurada con Dios.

Entonces cuando llegó el momento, Dios dio al prometido Salvador del mundo, su Hijo Unigénito, Jesucristo. El Hijo de Dios se alojó en la Santísima Virgen María, y con la venida del Espíritu Santo sobre Ella, tomó de Ella cuerpo y alma humanos, es decir que nació de la Santísima Virgen María y se hizo Dios-Hombre.

El nacimiento de Jesucrito aconteció en los días del reinado sobre los judíos de Herodes el Grande — el idumeo, en tiempos del emperador romano Augusto.

 

 

Palestina.

La tierra de Palestina bajo cuyo sol vivió nuestro Salvador abarca una comparablemente pequeña franja de tierra de casi 150 millas de largo y 80 millas de ancho, situada sobre la costa este del mar mediterráneo.

En el norte de Palestina en la pendiente del monte Lebanon se sitúa Galilea. Colinas pintorescas, verdes pastizales e innumerables jardines hacen de Galilea la parte más linda de Palestina. Su principal adorno es el mar de Galilea el cual es también conocido como el lago de Genesaret o Tiberios. Son más de 12 millas de largo. En tiempos del Salvador, las orillas de este mar estaban cubiertas por una exuberante vegetación. Palmas crecían allí junto a viñedos, higueras, arboles de almendra y adefos.

Bellas ciudades, Capernaum, Tiberias, Joracin y Betsadia, situadas a orillas del mar, no eran ciudades muy grandes, pero densamente pobladas.

Los habitantes llevaban una vida simple y diligente. Cultivaban cada porción de tierra y se dedicaban al comercio y varios negocios, el principal era la pesca.

Al sur de Galilea se sitúa Samaria. Los habitantes, los samaritanos, estaban constantemente en conflicto con los judíos. Ellos incluso se construyeron asimismo un templo separado en el monte Gerizin para evitar ir a Jerusalén.

La parte más grande de Palestina al sur de Samaria es Judea. La parte oeste es plana, interrumpida por unos pequeños arroyos que confluyen en el Mar del Mediterráneo. Esta llanura gradualmente asciende al este, y la bordean las colinas de Judea; desde tiempos antiguos es famosa por su fertilidad. Las costas de las colinas de Judea están vestidas de verde, cubiertas por grandes arboledas de olivos. Más distante, altas montañas se transforman en más oscuras. Entre estas colinas está la gran ciudad de Jerusalén, la capital de Judea y toda Palestina.

El río más grande en Palestina es el Jordán. El jordán comienza en las montañas de Lebanon, con la forma de arroyos de montaña. Aguas abajo, en el valle, estos arroyos forman un solo río que se vierte y forma el mar de galilea. Este río, el Jordán, fluye y se transforma en un rápido y ancho río con pocas y verdes orillas. En ese tiempo se lo llamaba el valle del Jordán. Llegando a Judea, las orillas del Jordán se hacen más altas y secas, compuestas por orillas peladas y desprovistas de vegetación. Solo el cause a lo largo del Jordán está densamente cubierto por junquillos.

Allí nadan cocodrilos y se esconden bestias salvajes. Este fue el desierto del Jordán en el cual San Juan Bautista vivió y predicó. Al final de su curso, el Jordán confluye en una región aún más salvaje e inhabitable, y luego desemboca en el mar muerto. Ahora llamamos a las tierras e Palestina "Tierra Santa," pues allí fue santificada por la vida del Salvador.

 

 

Nacimiento de la Santísima Virgen María.

Cuando se acercó el tiempo del nacimiento del Salvador del mundo, el la ciudad galilea de Nazaret vivía Joaquín, descendiente del rey David, junto con su mujer Ana. Ambos eran personas piadosas y eran conocidas no por su procedencia real, sino por su humildad y caridad. Toda su vida estaba llena de amor a Dios y a las personas. Ellos habían alcanzado una vejez avanzada, mas no tenían hijos. Esto los afligía en gran manera. Pero, a pesar de su vejez, ellos no dejaban de pedirle a Dios que les envíe un hijo. Ellos hicieron un voto (una promesa): si a ellos les nacía un niño, entonces lo consagrarían al servicio de Dios.

En aquel tiempo cada hebreo esperaba, a través de su descendencia, ser partícipe del reino del Mesías, es decir de Jesucristo. Por eso, todo hebreo que no tenía hijos era despreciado por los demás, ya que esto se consideraba un gran castigo de Dios por los pecados. Especialmente difícil le era a Joaquín, como descendiente del rey David, porque en su familia debía nacer el Cristo.

Por la paciencia, la enorme fe y amor a Dios y el uno al otro, el Señor les envió a Joaquín y Ana una gran alegría. Al final de sus vidas les nació una hija. Por indicación del Ángel de Dios, a ella le fue dado el nombre María, que quiere decir en hebreo "Señora, Esperanza."

El nacimiento de María trajo alegría no sólo a sus padres, sino también a todas las personas, porque Ella fue predestinada por Dios a ser la Madre del Hijo de Dios, Salvador del mundo.

 

El nacimiento de la Santísima Virgen María se festeja en la Santa Iglesia Ortodoxa como una de las Grandes Fiestas, el 8 de septiembre (21 sep. del nuevo calendario).

 

 

Tropario de la Fiesta.

Tu nacimiento, ¡oh, Virgen Madre de Dios! anunció la alegría a todo el universo, porque de Ti resplandeció el sol de la verdad, Cristo nuestro Dios; anulando la maldición concedió la bendición, y al destruir la muerte nos otrorgó la vida eterna.

 

Tropario es la principal oración, de corto contenido, en honor a la fiesta.

 

 

Entrada al Templo de la Santísima Virgen María.

Cuando la Virgen María cumplió tres años, sus piadosos padres se prepararon para cumplir con su voto. Ellos reunieron a los parientes, invitaron a las coetáneas de su hija, la vistieron con las mejores vestimentas y, acompañados por el pueblo al canto de canciones espirituales, la llevaron al templo de Jerusalem para consagrarla a Dios. Sus amigas-coetáneas, así como también la misma María, iban con velas encendidas en sus manos.

Los sacerdotes con el sumo sacerdote a la cabeza, salieron del templo cantando para recibirlos.

Joaquín y Ana, con piadosas oraciones, colocaron a María en el primer escalón de la escalera que conducía al templo. Esta escalera tenía quince grandes escalones, por el número de salmos que los sacerdotes cantaban al entrar al templo.

Y he aquí que la Niña de tres años, sola y sin la ayuda de nadie, subió por los altos escalones. Allí el sumo sacerdote la recibió y la bendijo, como hacía siempre con todos los consagrados a Dios. Mas luego, por sugestión del Espíritu Santo, él la llevó al Santo de los Santos. Este era el lugar más sagrado en el templo. Nadie tenía derecho a entrar allí, salvo el sumo sacerdote y solamente una vez en el año. El Espíritu Santo le hizo comprender al sumo sacerdote, que María, la Niña elegida, era digna de entrar al lugar más sagrado. Ella había sido predestinada por Dios a convertirse en la Madre del Hijo de Dios, el Cual abriría a las personas la entrada al Reino de los Cielos.

Joaquín y Ana, luego de cumplir con su voto, regresaron a su casa, mientras que María se quedó a vivir en el templo. Allí, junto a las otras doncellas, Ella estudiaba la Ley de Dios y aprendía manualidades; dedicaba mucho tiempo a la oración y a la lectura de las Sagradas Escrituras, y guardaba estrictamente el ayuno.

La Santísima María vivió en el templo de Dios cerca de once años y llegó a cultivar una profunda piedad, una completa sumisión a Dios y una extraordinaria modestia y diligencia.

La Santísima María decidió consagrar toda su vida únicamente a Dios. Para esto, Ella dio un voto de nunca contraer matrimonio, es decir permanecer Virgen para siempre.

El Espíritu de Dios y los santos ángeles guardaban a la Divina Niña.

 

La entrada en el templo de la Santísima Virgen María se festeja en la Iglesia Ortodoxa el 21 de noviembre (4 diciembre del nuevo calendario). Este día se lo considera como una de las Grandes Fiestas, la cual en las canciones de la Iglesia se la llama preludio de la benevolencia de Dios hacia las personas. Desde esta fiesta comienza a cantarse en la Iglesia, durante los matutinos: "Cristo nace..." (Hirmos de la fiesta del Nacimiento de Cristo).

 

 

Tropario de la Fiesta.

Hoy es el preanuncio de la benevolencia de Dios, y la prédica de la salvación de los hombres: la Doncella es presentada visiblemente en el templo de Dios y anuncia a todos a Cristo. También nosotros clamamos a Ella a gran voz: ¡Regocíjate, Tú que eres el cumplimiento de la providencia del Creador!

 

 

La Santísima Virgen María con José.

Cuando la Virgen María cumplió catorce años de edad, según la ley ya no podía seguir viviendo en el templo. Había que regresarla a sus padres o unirla en matrimonio. En aquel tiempo Joaquín y Ana ya habían muerto. Los sacerdotes querían darla en matrimonio, pero María les reveló su promesa a Dios — permanecer Virgen para siempre. Entonces los sacerdotes, por sugestión de Dios, la desposaron con Su pariente lejano, el anciano José, de ochenta años de edad, para que él la cuide guarde Su virginidad.

José vivía en la ciudad de Nazaret. Él también procedía de la familia real de David, pero el hombre no era rico y de profesión era carpintero.

En la casa de José, la Santísima Virgen María llevaba la misma vida modesta y aislada que en el templo. En los tiempos libres del trabajo, Ella leía los libros de las Sagradas Escrituras y rezaba a Dios.

 

Observación: Esta concisa información aquí expuesta acerca del Nacimiento de la Madre de Dios y de su infancia está escrita basándose en la Sagrada Tradición, guardada santamente por la Santa Iglesia Ortodoxa (Sobre la Sagrada Tradición, ver la parte IV "Acerca de la fe y la vida cristiana," en el cap. "Sobre la sobrenatural revelación Divina — sobre la Sagrada Tradición y las Sagradas Escrituras").

 

 

Anunciación del Ángel Sobre el Nacimiento del Precursor.

Dios, a través del profeta Malaquías, pre-anunció que antes de la misma venida al mundo del Cristo-Salvador, aparecería el Precursor, es decir el predecesor del Salvador. El Precursor sería un gran profeta, él anunciaría a las personas la pronta aparición del Cristo y las prepararía para recibir a Cristo el Salvador.

Para el nacimiento del Precursor, Dios eligió a los piadosos padres — el sacerdote Zacarías y su mujer Elisabet, parientes de la Santísima Virgen María. Ellos ya eran ancianos, mas no tenían hijos. Ellos fervientemente rezaban a Dios librarlos de semejante desdicha.

Una vez Zacarías estaba oficiando en el templo de Jerusalem. Cuando entró al santuario para incensar, allí se le apareció el Ángel del Señor, parado al costado derecho del altar incensario, es decir sobre el cual se hacía humear incienso. Zacarías quedó desconcertado y el temor se apoderó de él.

Pero el Ángel le dijo: "No temas, Zacarías, ya que fue oída tu plegaria: tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y tú le pondrás el nombre Juan. Su nacimiento traerá alegría a muchos. Él será grande delante del Señor y tendrá los dones del Espíritu Santo desde su mismo nacimiento, y encaminará hacia el Señor Dios a muchas personas. Él irá adelante, es decir será predecesor, del Señor-Salvador, en espíritu y fuerza como Elías, y preparará a las personas a recibir al Salvador."

Zacarías no le creyó enseguida por la alegría y le dijo: "¿Cómo puedo estar seguro que esto sucederá? Ya que tanto yo como mi mujer somos de avanzada edad."

El Ángel le respondió: "Yo soy el Arcángel Gabriel, que estoy de pie delante del Señor, y he sido enviado para hablar contigo. Por no haber creído a mis palabras, estarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que esto suceda."

Entre tanto, el pueblo que estaba rezando esperaba a Zacarías y se asombraba que él se demorara en el templo, en el santuario. Mas él salió de allí, pero no podía hablar con el pueblo y se daba a entender con gesticulaciones. Entonces todos comprendieron que él tuvo una visión en el santuario. Terminados sus días de oficio en el templo, Zacarías regresó a su casa.

Cuando Elisabet supo acerca de la enorme benevolencia de Dios para con ellos, escondió modestamente su alegría de las personas y agradeció al Señor.

 

Observación: Este sagrado suceso fue descrito en el Santo Evangelio por el Santo Apóstol y Evangelista Lucas (Lucas 1:5-25).

 

 

Anunciación de la Santísima Virgen María.

Al sexto mes luego de la aparición del Ángel a Zacarías, el mismo Arcángel Gabriel fue enviado por Dios a la ciudad de Nazaret, hacia la Santísima Virgen María, con la alegre noticia de que el Señor la había elegido para ser la Madre del Salvador del mundo.

El Ángel se apareció en la casa del recto José cuando María estaba leyendo las Sagradas Escrituras, entró en donde Ella estaba y le dijo: "¡Regocíjate, oh, llena de gracia! (es decir, colmada de la gracia de Dios — los dones del Espíritu Santo). ¡El Señor es contigo! Bendita Tú eres entre todas las mujeres."

María quedó desconcertada por las palabras del Ángel y se preguntaba qué significaría este recibimiento.

Pero el Ángel continuó hablándole: "No temas, María, ya que Tú has hallado gracia en Dios. Y he aquí que Tú darás a luz a un Hijo y lo llamarás Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y Su Reino no tendrá fin."

María, confusa, le preguntó al Ángel: "¿Cómo será esto, puesto que Yo no conozco varón?"

El Ángel le contestó que todo esto se produciría por el poder del omnipotente Dios: "El Espíritu Santo vendrá sobre Ti y el Poder del Altísimo te cubrirá; por eso, lo Santo que nacerá será llamado Hijo de Dios. He aquí, tu pariente Elisabet, que no tuvo hijos hasta su avanzada edad, pronto dará a luz un hijo; porque en Dios ninguna palabra queda impotente."

Entonces María humildemente dijo: "He aquí la sierva del Señor; hágase en Mí según tu palabra."

Y el Arcángel Gabriel se alejó de Ella.

 

La Anunciación de la Santísima Virgen María se festeja por la Santa Iglesia Ortodoxa el 25 de marzo (7 de abril por el nuevo calendario). La fiesta de la Anunciación es una de las más Grandes Fiestas. La palabra anunciación significa: buena, alegre noticia; noticia acerca de que ha comenzado la liberación del género humano del pecado y la muerte eterna.

 

Tropario de la fiesta

Hoy es el principio de nuestra salvación y la manifestación del misterio eterno. El Hijo de Dios se hace hijo de una Virgen, y Gabriel anuncia la divina gracia. Por lo tanto, también nosotros clamamos con él a la Madre de Dios: ¡Regocíjate, oh, llena de gracia! el Señor es contigo.

 

Observación: Ver Evangelio de San Lucas 1:26-38.

 

 

Visita de la Santísima Virgen María a la Recta Elisabet.

La Santísima Virgen María, al saber por el ángel que a su pariente Elisabet, la mujer del sacerdote Zacarías, pronto le nacería un hijo, se apresuró a visitarla.

Cuando entró a la casa, Ella saludó a Elisabet. Y al oír este saludo, Elisabet se llenó del Espíritu Santo y conoció que María había sido digna de ser la Madre de Dios. Ella exclamó con fuerte voz y dijo: "¡Bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Y a qué se debe este privilegio, que la Madre de mi Señor haya venido a mí?"

En respuesta a las palabras de Elisabet, la Santísima Virgen María glorificó a Dios y dijo: "Mi alma engrandece (glorifica) al Señor, y mi espíritu se ha regocijado en Dios, mi Salvador, porque Él ha mirado (prestó graciosa atención) sobre la humildad de su sierva; desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones (todas las razas humanas). Porque grandes cosas me ha hecho el Poderoso y santo es su nombre; y su misericordia es por generaciones sobre los que le temen."

La Virgen María permaneció en la casa de Elisabet por tres meses, y luego regresó a su casa en Nazaret.

Dios le anunció también al recto anciano José el pronto nacimiento del Salvador, de la Santísima Virgen María. El Ángel de Dios, apareciéndose a él en sueño, le reveló que María daría a luz a un Hijo por la acción del Espíritu Santo, como anunció el Señor Dios a través del profeta Isaías (7:14). "Y Lo llamarás por nombre: Jesús (Salvador), porque Él salvará de sus pecados a las personas," — le dijo el Ángel a José.

 

Observación: Ver San Lucas 1:39-56 y San Mateo 1:18-25.

 

 

Nacimiento de Juan el Precursor.

Al poco tiempo de la visita de la Madre de Dios a los rectos Zacarías y Elisabet, a ellos les nació un hijo. Los parientes vecinos de Elisabet se alegraron junto a ella por tal benevolencia del Señor para con ella.

En el octavo día, según la ley judía había que dar el nombre al niño. Los parientes y conocidos, que se habían reunido, querían llamarlo Zacarías por su padre.

A esto Elisabet dijo: "No, sino que se llamará Juan."

Todos comenzaron a decir: "En tu parentela no hay nadie que se haya llamado con ese nombre." Y se pusieron a preguntarle al padre, por medio de señas, cómo deseaba llamar a su hijo.

Zacarías pidió una tablilla y allí escribió: Juan es su nombre. Todos se asombraron. Y en ese mismo instante se le abrió la boca a Zacarías y él comenzó a hablar glorificando a Dios y a profetizar, por sugestión del Espíritu Santo, sobre la pronta venida del Salvador y que Juan sería Su Precursor, para preparar al pueblo a recibir al Salvador.

Al oír acerca de este maravilloso suceso, todos los presentes, atemorizados y asombrados, hablaban sobre Juan: "¿Qué va a ser de este niño?"

El Señor guardaba al niño, y él crecía y se fortificaba en espíritu. Luego, Juan el Precursor vivió en los desiertos hasta el día en que se manifestó a su pueblo.

 

El Nacimiento del Santo y Glorioso Profeta y Precursor de Cristo Juan se festeja el 24 de junio (7 de julio del nuevo calendario).

 

Observación: Ver San Lucas 1:57-80.

 

 

Nacimiento de Cristo.

En tiempos del reinado de Herodes sobre Judea, el cual estaba bajo las órdenes de Roma, el emperador romano Augusto promulgó un decreto de hacer un censo general sobre la tierra judía que estaba bajo su dominio. Cada judío debía registrarse en la tierra donde vivieron sus antepasados.

José y la Virgen María procedían de la familia de David, y por eso partieron de Nazaret hacia la ciudad de David Belén. Al llegar a Belén, ellos no pudieron encontrar lugar para alojarse ni en las casas ni en los hospedajes, por lo que tuvieron que detenerse a las afueras de la ciudad, en una cueva a donde los pastores hacían entrar el ganado cuando hacía mal tiempo. En esta cueva, por la noche, la Santísima Virgen María dio a luz un Niño — el Hijo de Dios, Cristo Salvador del mundo. Ella envolvió al Divino Niño con bandas de tela y lo acostó sobre un pesebre, en donde se colocaba el forraje para el ganado.

Los pastores de Belén fueron los primeros en enterarse del nacimiento del Salvador. En esa noche ellos estaban apacentando sus rebaños en el campo. Y de repente, el ángel de Dios se les apareció frente a ellos y la luz del Señor iluminaba sobre ellos. Los pastores se asustaron.

Pero el ángel les dijo: "¡No teman! Yo vine a anunciarles una gran alegría, la cual será no sólo para ustedes sino para todas las personas: acaba de nacer en la ciudad de David (es decir, en Belén) el Salvador, el Cual es el Cristo Señor. Y he aquí a ustedes una señal: encontrarán al niño cubierto en bandas de tela, acostado sobre un pesebre."

Apenas terminó de hablarle el ángel a los pastores, de repente aparecieron junto a él una multitud de otros ángeles. Ellos glorificaban a Dios y cantaban: "¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, en los hombres buena voluntad!."

Cuando los ángeles se fueron, los pastores se dijeron entre ellos: "Vayamos a Belén y veamos lo que allí sucedió, lo que el Señor nos anunció."

Ellos se apresuraron, llegaron a la cueva y allí vieron a María, José y al Niño, acostado sobre el pesebre. Ellos se inclinaron ante el Niño y contaron todo lo que vieron y oyeron de los ángeles. Y María guardaba en su corazón todas estas palabras de los pastores.

Luego de esto, los pastores regresaron a sus rebaños, glorificando y agradeciendo a Dios por todo lo que habían visto y oído.

Al octavo día luego del nacimiento del Salvador, su Madre junto con José, cumpliendo con la ley, le dieron al Niño el nombre Jesús, el cual fue indicado por el Señor a través del Ángel.

 

Observación: Ver San Lucas 2:1-21.

 

 

Adoración de los Magos.

José y la Santísima Madre de Dios con el Niño Jesús todavía permanecían en Belén cuando, desde un lejano país de oriente (Persia o Babilonia), llegaron a Jerusalem los magos.

Se llamaban magos o sabios a hombres de ciencia. Ellos se dedicaban a la observación y estudio de las estrellas. En aquel tiempo, las personas creían que ante el nacimiento de algún gran hombre, aparecía en el cielo una nueva estrella. Muchos paganos, enseñados por judíos dispersos, sabían sobre el Mesías que estaba por venir al mundo — el Gran Rey de Israel, el Cual sometería a todo el mundo. Por eso, esperaban que cuando este Rey habría de nacer, sobre el cielo iría a aparecer una nueva estrella. Estos magos eran personas piadosas, y el Señor, por su misericordia, les dio una señal — sobre el cielo apareció una nueva y extraordinaria estrella. Al ver esta estrella, los magos enseguida comprendieron que el esperado Rey ya había nacido. Ellos se prepararon para el camino y emprendieron el viaje hacia la capital del reino judío, Jerusalem, para averiguar allí en dónde había nacido este Rey, y así inclinarse ante Él.

En Jerusalem, los magos comenzaron a preguntar: "¿Dónde está el nacido Rey de los Judíos? Porque hemos visto Su estrella en el oriente y vinimos a adorarle."

El rey Herodes, al escuchar esto, se agitó: él fue un hombre muy cruel y desconfiado. Por una sospecha, él entregó al castigo a sus propios hijos. Y ahora él se asustó en gran manera, temiendo que le quiten a él el poder y se lo den al nuevo nacido Rey. Y todos los habitantes de Jerusalem empezaron a inquietarse al escuchar esta noticia.

Herodes reunió a todos los sacerdotes y escribas, es decir personas estudiosas de los libros de las Sagradas Escrituras, y les preguntó: "¿Dónde debe nacer el Cristo?"

Ellos contestaron: "En Belén de Judea, porque así está escrito por el profeta Miqueas."

Entonces Herodes llamó en secreto a los magos y averiguó de ellos el tiempo de aparición de la estrella; luego los envió a Belén diciéndoles: "Vayan y averigüen bien todo acerca del Niño, y cuando lo encuentren, vengan y avísenme para que yo también pueda ir e inclinarme ante Él." En realidad, Herodes había planeado matar al nacido Rey.

Los magos, luego de escuchar al rey Herodes, se dirigieron a Belén. Y aquella misma estrella que ellos habían visto anteriormente en Oriente, apareció otra vez en el cielo, y moviéndose, iba delante de ellos indicándoles el camino. En Belén la estrella se detuvo sobre el lugar en donde se encontraba el nacido Niño Jesús.

Ya en aquellos días, el santo anciano José y la Santísima Virgen María con el Niño se encontraban en la ciudad, en una casa a la que habían trasladado de la cueva, ya que la gente luego del censo comenzó a marcharse.

Los magos entraron a la casa y vieron al Niño Jesús con su Madre. Ellos se inclinaron ante Él hasta el suelo y le entregaron sus dones (presentes): oro, olíbano (incienso) y mirra (aceite valioso y aromático).

Con sus dádivas los magos mostraron que el nacido Niño Jesús es Rey, Dios y hombre. Ellos le trajeron oro como a Rey (en forma de reconocimiento o tributo), incienso como a Dios (ya que el incienso se usa en los servicios divinos) y mirra como a hombre, ya que como hombre debía morir (porque a los muertos se los ungía con aceites aromáticos).

Luego de esto, los magos querían volver a Jerusalem, a Herodes, pero recibieron en sueño el mandato de Dios de no ir a Herodes. Entonces ellos fueron por otro camino, derecho a su tierra.

La Tradición guardó los nombres de los magos, los cuales luego se convirtieron al cristianismo. Ellos fueron: Melchor, Gaspar y Baltasar. La Santa Iglesia festeja su memoria el día del Nacimiento de Cristo.

 

El Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo se festeja en la Santa Iglesia Ortodoxa el 25 de diciembre (7 de enero del nuevo calendario). Nosotros nos preparamos para esta Gran Fiesta cumpliendo con una abstinencia de 40 días, la cual se llama abstinencia de Navidad.

 

Observación: Ver San Mateo 2:1-12.

 

Tropario de la fiesta

Tu nacimiento, ¡oh, Cristo Dios nuestro! irradió al mundo la luz de la sabiduría. Pues en él, los que servían a los astros aprendieron de la estrella a prosternarse ante Ti, ¡oh, Sol de la verdad!; y a conocerte desde lo alto de Oriente: ¡oh, Señor, gloria a Ti!

 

Por los que servían a los astros se entienden aquí a los magos, es decir a los sabios que estudiaban las estrellas y las adoraban; Sol de la verdad y Oriente desde lo alto se lo llama a Jesucristo, Quien iluminó a las personas con su enseñanza.

 

Kondakio de la fiesta

Hoy la Doncella da a luz al siempre existente y la tierra ofrece la gruta al que es inaccesible. Los ángeles con los pastores glorifican, y los sabios viajan con la estrella; pues por nosotros nació el pequeño Niño, y eterno Dios.

 

Kondakio es una corta canción que contiene la historia del suceso que se festeja.

 

 

Recibimiento del Señor.

Según la ley de Moisés, todos los padres hebreos tenían que llevar al templo a sus primogénitos (es decir a sus primeros hijos varones) en el cuarentavo día desde su nacimiento, para consagrarlos a Dios. En esto correspondía, en agradecimiento a Dios, traer una ofrenda. Esta ley fue establecida en memoria del éxodo de los hebreos de Egipto — liberación de la esclavitud y salvación de la muerte, en aquellos días, de los primogénitos.

Para cumplir con esta ley, la Madre de Dios junto con José trajeron al Niño Jesús al templo de Jerusalem, mientras que como ofrenda trajeron dos palomitas.

En aquel tiempo, en Jerusalem vivía un anciano de nombre Simeón. Él era un hombre recto y piadoso, y esperaba la venida del Salvador. A él le fue predicho por el Espíritu Santo que no moriría hasta que no viera a Cristo el Salvador. Simeón esperó largamente el cumplimiento de la promesa de Dios. Según la Tradición, él vivió cerca de 300 años. Y he aquí que en este día, por sugestión del Espíritu Santo, él vino al templo. Y cuando María junto con José trajeron al Niño Jesús, Simeón recibió al Niño, lo tomó en sus manos y, glorificando a Dios, dijo: "Ahora despides a tu siervo, ¡oh,Soberano! conforme con tu palabra, en paz; porque mis ojos han visto tu salvación, la cual has preparado delante de todas las personas, — luz para revelación de los gentiles y gloria de tu pueblo Israel."

Con estas palabras, Simeón alegremente dice: "Ahora Tú, Soberano, me dejas ir, a mí tu siervo (de esta vida a la otra), conforme con tu palabra (conforme con tu promesa), en paz (tranquilo), porque mis ojos han visto aquella salvación que Tú has preparado para todas las personas."

Simeón llama al nacido Señor: "luz para revelación (iluminación) de los gentiles" (paganos), es decir todas las tribus y pueblos, y "gloria para tu pueblo," es decir Israel. Hay dos Israel: la del Antiguo Testamento y la del Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento aquella era el pueblo elegido hebreo o israelita, mientras que en el Nuevo Testamento — todo el mundo creyente cristiano.

 

Tanto José como la Madre de Dios se maravillaron por las palabras de Simeón. Simeón los bendijo y, dirigiéndose a la Madre de Dios, le predijo acerca del Niño: "He aquí, por él van a contender en el pueblo: unos se salvarán mas otros morirán. Mas a Ti misma una espada atravesará tu alma." Esto significó que Ella misma iba a experimentar una gran angustia por su Hijo, cuando Él fuera a sufrir.

En el templo mismo había una piadosa viuda, la profetisa Ana, de ochenta y cuatro años, que servía a Dios en abstinencia y oración durante el día y la noche. Y ella conoció al Salvador, y acercándose, glorificaba al Señor y hablaba acerca de Él a todos los que en Jerusalem esperaban la venida a la tierra del Cristo Salvador.

Luego de cumplir con todo lo que debían según la ley, la Madre de Dios junto con el Niño y José, regresaron a casa.

 

Este suceso, cuando los santos Simeón y Ana recibieron en el templo al traído por la Madre de Dios y José Niño Cristo y glorificaron a Dios, se llama fiesta del Recibimiento del Señor; y se festeja por la Santa Iglesia Ortodoxa como una de las Grandes Fiestas el 2 de febrero (15 febrero del nuevo calendario).

El recto Simeón le lo llama recibidor de Dios, es decir el que tomó en sus manos a Dios el Salvador.

 

Observación: Ver San Lucas 2:22-39.

 

Tropario de la fiesta

Regocíjate, oh Doncella Madre de Dios, llena eres de gracia, porque de Tí resplandeció el Sol de Verdad, Cristo nuestro Dios, iluminando a los que estan en las tinieblas. Regocíjate también tú recto anciano, pues recibiste en tus brazos al Redentor de nuestras almas, que nos otrogó la resurrección.

 

 

Huida a Egipto y Matanza de los Niños.

Regreso a Nazaret.

Cuando todo lo exigido por la Ley sobre el Niño finalmente fue cumplido en el templo de Jerusalem, y los magos ya estaban en camino a sus casas, el ángel del Señor se le apareció en sueño a José y le dijo: "Levántate, toma al Niño y a su Madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise. Porque Herodes quiere encontrar al Niño y matarlo."

José se levantó enseguida, ensilló su asno, preparó a toda prisa cosas indispensables, tomó al Niño y a su Madre y en aquella misma noche se dirigió a Egipto. Según la Tradición, Jacobo, hijo de José, los acompañó en este viaje.

Entre tanto, Herodes estaba esperando impacientemente el regreso de los magos. Mas luego de que los magos no regresaron de Belén, él pensó que aquellos no habían encontrado a ningún rey recién nacido, y que por ello habían sentido vergüenza de regresar a Jerusalem; y así se tranquilizó Herodes.

Pero he aquí, que luego de cuarenta días se propagó por Jerusalem la noticia de que María había llevado al templo a su Hijo recién nacido, y que el anciano Simeón había ido al templo para recibir a este Niño, y había profetizado acerca de Él como el Cristo. Entonces Herodes comprendió que los magos se habían dado cuenta de sus malas intenciones y que a propósito no habían regresado a él, y se enfureció terriblemente.

Sin saber de qué manera encontrar al Niño Cristo, el rey Herodes dio una terrible orden: matar a todos los niños en Belén y sus alrededores, de edad de dos años para abajo. Él esperaba entre todos estos niños matar a Cristo. Herodes calculó de esta manera, según el tiempo de aparición de la estrella, lo que pudo sonsacar de los magos. Los soldados enviados por Herodes mataron en Belén y sus alrededores a 14000 niños. Por todas partes se oían los lamentos y clamores de las madres, que desconsoladamente lloraban por sus hijos — los niños inocentes, muertos por orden del cruel rey. Ellos fueron los primeros sufrientes que derramaron su sangre por Cristo.

Al poco tiempo, Herodes fue castigado por su crueldad. Se enfermó con una horrible enfermedad. Su cuerpo se descompuso estando vivo y fue comido por gusanos, y murió en terribles sufrimientos.

Luego de la muerte de Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: "Levántate, toma al Niño y a su Madre y regresa a tierra israelita, porque aquellos que buscaban matar al Niño han muerto." José cumplió con el mandato y regresó con la familia a tierra israelita. Pero cuando supo que en Judea reinaba Arquelao, hijo de Herodes, tan cruel como su padre, tuvo miedo de ir allá. Mas luego de recibir, nuevamente en sueño, indicaciones de parte de Dios, José se dirigió a Galilea, a su ciudad natal de Nazaret. Allí José se quedó a vivir con el Niño Jesús y su Madre.

El Niño Jesús crecía y se fortificaba en espíritu, llenándose de sabiduría, y la gracia de Dios estaba sobre Él. Desde sus tempranos años de infancia, Jesucristo mostraba en Sí un extraordinario intelecto y una maravillosa santidad en todos sus actos.

 

Observación: Ver San Mateo 2:13-23 y San Lucas 2:40.

 

 

El Adolescente Jesús en el Templo.

José y la Santísima Virgen María iban cada año a la fiesta en Jerusalem, al Templo de Dios. Cuando Jesucristo cumplió doce años de edad, ellos llevaron también a Él a Jerusalem.

Luego de finalizada la fiesta, José y María emprendieron el regreso a casa. Pero el Adolescente Jesús se había quedado en Jerusalem. José y la Madre de Dios no habían notado esto, ya que ellos pensaban que Él estaba yendo junto con parientes y conocidos. Habiendo avanzado ya un día entero de camino ,por la terde ellos comenzaron a buscar a Jesus entre los parientes y conocidos pero no lo encontraron. Entonces con gran angustia regresaron a Jerusalem a buscarlo. Solo luego de tres días ellos encontraron a Jesus en el templo y se asombraron. El estaba sentado al lado de los hombres letrados. ( maestros). los escuchaba atentamente, les preguntaba y Él mismo contestaba a las preguntas de aquellos. Su extraordinario razonamiento y respuestas llevaron a todos al asombro.

Su Santísima madre se acercó a Él y le dijo: ! Hijo Mío! Que has hecho con nosotros ? . He aquí, tu padre y yo te hemos estado buscando angustiosamente.

A esto Jesus contestó: Porque tuvieron que andar buscándome ? Acaso no sabían que yo debo estar en aquello que pertenece a mi Padre?

Con estas palabras el adolescente Jesucristo mostró que a El le corresponde estar en el Templo de Dios y que Él es no un simple hombre, sino el Hijo de Dios, venido al mundo para la gran obra que le encomendó el Dios Padre.

Ellos entonces no comprendieron sus palabras. Pero la Santísima Madre guardaba en su alma todo lo que Él decía

Luego Jesucristo fue con José y su madre y regresó a Nazaret, y estuvo siempre en obediencia hacia ellos. Él ayudaba a José en las labores dedicándose a la carpintería, progresando incesantemente en sabiduría y desarrollo físico, y en el amor de Dios y de las personas.

 

Observaciones: Ver San Juan 2-41-52.

 

 

Prédica de Juan el Precursor.

Juan, hijo de Zacarías y Elisabet , desde Joven continuaba viviendo en el desierto y allí pasaba el tiempo en abstinencia y en oración. La ropa que llevaba era de pelo de camello y la sostenía con su cinturón de cuero, y su alimento era langostas y miel silvestre.

Cuando Juan cumplió treinta años, el Señor le mandó ir al valle del río Jordán y anunciar a toda la gente la pronta venida del Salvador al mundo y a que todos se preparen a recibirlo por medio de arrepentimiento y bautismo.

Juan llegó a la comarca del Jordán y comenzó a predicar :"Arrepiéntanse, porque el Reino de los Cielos se ha acercado" es decir se ha acercado, ha llegado el tiempo cuando debe aparecer el esperado Salvador, el cual llamará a todos a su Reino.

Había transcurrido mucho tiempo que Dios no enviaba un profeta al pueblo hebreo. Desde los tiempos del último profeta Malaquias transcurrieron más de cuatrocientos años por eso al oir acerca del aparecido profeta Juan, de su admirable vida y predica, el pueblo se juntaba de todos lados para oirle. Al que creía en sus palabras y se arrepentía de sus pecados , Juan le bautizaba en el río Jordan, es decir lo sumergía en el agua , colocando su mano sobre la cabeza del bautizado .Por eso Juan el precursor fue llamado Bautista

En esto Juan exigía de todos que el arrepentimiento sea sincero y seguido de la corrección de uno mismo y de obras buenas.

El bautismo de Juan significaba que así como el cuerpo se lava o limpia con agua ,de la misma manera el alma del hombre que se arrepentía y comenzaba a creer en el Salvador , sería purificado por Cristo de todos los pecados

Entre los que venían a Juan, habían aquellas personas que se consideraban rectas y no querían arrepentirse, pero que en realidad eran impías y malas, como por ejemplo los fariseos y los saduceos — jefes del pueblo hebreo. Los fariseos se engreían por su procedencia de Abraham , se jactaban por cumplir la ley y se consideraban dignos de entrar en el reino del Mesías — Cristo.

Los Saduceos no creían en la resurrección de los muertos ni en la vida futura. A tales personas Juan les decía: "¿Quién los ha intimado a huir de la ira venidera?" es decir quién dijo que ustedes, con sus fuerzas pueden huir de la ira de Dios y de los castigos eternos en la vida futura. "Produzcan dignos frutos de arrepentimiento," es decir, muestren con obras buenas su arrepentimiento. "Y no piensen en decirse dentro de si: nuestro padre es Abraham, porque les digo que Dios puede de estas piedras levantar hijos a Abraham. Recuerden: todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego."

Oyendo estas palabras, el pueblo le preguntaba: "¿Qué debemos hacer?" Juan contestaba: "El que tiene dos vestidos, que le dé uno al que no tiene, y el que tiene alimento que haga lo mismo," es decir, antes que nada sean buenos.

Venían a Juan los publicanos, recolectores de tributo, y le preguntaban: "¡Maestro! ¿Qué debemos hacer?" Los publicanos juntaban los tributos (impuestos) para los romanos. Los judíos odiaban a la autoridad romana, y además, algunos publicanos tomaban más de lo debido y oprimían al pueblo. Los judíos despreciaban a todos los publicanos, y los consideraban indignos de entrar en el Reino del Cristo venidero. Juan les decía: "No tomen de más, sino tomen sólo aquello que corresponde."

Le preguntaban también los soldados: "¿Y qué debemos nosotros hacer?" Sucedía seguido que los soldados, desconformes con su salario, sustraían el patrimonio ajeno y ultrajaban a personas pobres, y calumniaban a otros para obtener sus propias ganancias. Juan les decía: "No ultrajen a nadie, no calumnien y confórmense con sus sueldos."

Muchos, entonces, pensaban acerca de Juan, si él no era el Cristo Salvador. Pero Juan declaró que él no era el Cristo. "Yo los bautizo con agua — decía él — pero después de mí viene Él, que es más fuerte que yo," es decir, pronto después de Mí aparecerá Aquél que ustedes esperan — el Cristo — "al Cual yo no soy digno de desatar las correas de sus sandalias," es decir, yo no soy digno de ser hasta siervo de Él y quitarle sus sandalias, "Él va a bautizarlos con el Espíritu Santo y con fuego," es decir, el bautismo que Él dará va a consumir los pecados de ustedes como el fuego, y va a otorgar los dones del Espíritu Santo.

Muchas otras cosas predicaba el santo profeta Juan el Precursor, enseñando a todos los que se le acercaban.

 

Observación: Ver San Mateo 3:1-12; S. Marcos 1:1-18; S. Lucas 3:1-18; S. Juan 1:15-28.

 

Bautismo de Jesucristo.

En aquel tiempo, cuando Juan el Precursor predicaba a orillas del Jordán y bautizaba a las personas, Jesucristo cumplió treinta años de edad. Él también vino desde Nazaret a Juan en el río Jordán, para recibir de él el bautismo.

Pero Juan se consideraba indigno de bautizar a Jesucristo, y se puso a detenerlo diciendo: "Yo soy el que necesito ser bautizado por Ti, ¿y Tú vienes a mí?"

Pero Jesús, en respuesta le dijo: "Deja ahora — es decir, no me detengas — porque de esta manera nos es necesario cumplir toda justicia" — cumplir todo según la ley de Dios y dar el ejemplo a las personas.

Entonces Juan obedeció y bautizó a Jesucristo. Luego de consumado el bautismo, cuando Jesucristo salió del agua, de repente se abrieron los cielos sobre Él, y Juan vio al Espíritu de Dios, el Cual, en forma de paloma, descendía sobre Jesús, y del cielo fue oída la voz de Dios Padre: "Este es Mi Hijo amado, en el cual está mi benevolencia."

Entonces Juan finalmente se convenció de que Jesús es el esperado Mesías, el Hijo de Dios, Salvador del Mundo.

 

Observación: Ver S. Mateo 3:13-17; S. Marcos 1:9-11; S. Lucas 3:21-22 y S. Juan 1:32-34.

 

El Bautismo de nuestro Señor Jesucristo se festeja en la Santa Iglesia Ortodoxa como una de las Grandes Fiestas el 6 de enero (19 de enero — nuevo calendario). La fiesta del Bautismo del Señor es llamada también Teofanía (del griego Theophaneia; de Theo — Dios y phaino — aparecer), porque en el momento del bautismo, Dios manifestó (mostró) a las personas que Él es la Santísima Trinidad, precísamente: Dios Padre habló desde el cielo, el encarnado Hijo de Dios se bautizó y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma. Y también, porque en el bautismo la gente pudo ver por primera vez, que en la persona de Jesucrito apareció no solamente un hombre, sino también y juntamente Dios.

En la vigilia de la fiesta se instituyó un ayuno. En conmemoración a que el Salvador bendijo el agua con su bautismo, en esta fiesta hay bendición de agua. En la vigilia se bendice agua en el templo, mientras que en la fiesta misma se bendice agua en el río en otro lugar de donde se toma agua. La procesión para bendecir el agua se llama Procesión crucífera al Jordán.

 

Tropario de la fiesta

Al bautizarte en el Jordán, ¡oh, Señor! se manifestó la adoración Trinitaria: porque la voz del Padre dio testimonio de Ti, llamándote Su Hijo muy amado, y el Espíritu en forma de paloma confirmó la veracidad de estas palabras. ¡Oh, Cristo Dios que te manifestaste e iluminaste al mundo, gloria a Ti!

 

 

Jesucristo en el Desierto y Tentación del Diablo Hacia Él.

Luego de su bautismo, el Señor Jesucristo se alejó al desierto con el fin de prepararse allí, en soledad, oración y abstinencia, para el cumplimiento de su gran obra, para la cual vino a la tierra. Él estuvo 40 días y 40 noches en el desierto salvaje, con bestias, sin probar alimento alguno.

Allí se acerco a Cristo el diablo e intentaba tentarlo al pecado, a través de astutas preguntas y seducciones, así como hace con todo hombre.

El diablo le dijo a Jesucristo: (En vano Tú te atormentas con hambre) "si Tú eres el Hijo de Dios, ordena que estas piedras se transformen en panes."

Pero el Salvador le dijo en respuesta: — "En las Sagradas Escrituras (la Biblia) está dicho: no sólo del pan depende la vida del hombre, sino de toda palabra que proviene de la boca de Dios" (Deut. 8:3).

Entonces el diablo llevó a Jesucristo a Jerusalem, lo colocó sobre el techo del templo y dijo: "Si Tú eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí hacia abajo (para Ti no hay peligro), porque en las Escrituras está dicho: Da mandamiento a sus ángeles acerca de Ti a guardarte, y en sus manos Te llevarán, para que tu pie no tropiece con la piedra (salmo 90[91]:11-12."

Pero Jesucristo le dijo: "En las Escrituras está dicho también: no tientes al Señor Dios tuyo," es decir que en donde no es necesario, no exijas y no esperes milagros (Deut. 6:16).

Luego, el diablo tomó nuevamente a Jesús y lo llevó a una montaña alta y allí, en un abrir y cerrar de ojos, le mostró todos los reinos del mundo con todo su esplendor y grandeza, y le dijo: "Todo esto te lo daré, ya que el poder sobre ellos me fue entregado a mí, y yo lo doy a quien quiero. Y entonces, si Tú te inclinas ante mí, todo será Tuyo."

Jesucristo le dijo: "Aléjate de Mí, satanás, porque está dicho en las Escrituras: Ante el Señor tu Dios inclínate y sólo a Él sirve" (Deut. 6:13).

Entonces, el humillado diablo se alejó de Jesucristo para siempre, y en aquel momento los ángeles de Dios aparecieron y comenzaron a servir a Cristo.

Así el Salvador, al vencer la tentación del diablo, mostró con esto que Él vino a liberar del poder del diablo a las personas, sin ningún compromiso con el mal.

 

Observación: Ver S. Mateo 4:1-11; S. Marcos 1:12-13 y S. Lucas 4:1-13.

 

Siguiendo el ejemplo de Cristo, la Santa Iglesia Ortodoxa instituyó el ayuno de cuarenta días, el cual se lo llama Gran Cuaresma y comienza siete semanas antes de la fiesta de Pascua — la Radiante Resurrección de Cristo. Y también la Iglesia instituyó otros ayunos. El ayuno ayuda al hombre a limpiarse del mal — de las inclinaciones pecaminosas, ayuda a acordarse más de Dios y a estar más cerca de Él.

 

Aparición de Jesucristo al Pueblo.

Sus Primeros Discípulos.

Luego de regresar del desierto, Jesucristo volvió a ir a la orilla del Jordán, en donde había sido bautizado por Juan. Al ver a Jesús, Juan dijo al pueblo: "He aquí el Cordero de Dios, que toma sobre Sí los pecados del mundo," es decir Jesucristo, verdadero Cordero de Dios, el Cual durante tantos milenios se pre-representaba en sacrificios. Él así, como los inocentes corderos y becerros degollados para la completa quemazón, mansamente tomará sobre Sí sufrimientos y la muerte, derramará su sangre por los pecados del mundo entero, para salvar a las personas de la muerte eterna.

Y testificaba Juan diciendo: "Yo veía al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permanecía sobre Él, y testificaba que Éste es el Hijo de Dios."

Al día siguiente Juan vio otra vez a Jesucristo y dijo a sus dos discípulos que estaban parados junto a él: "He aquí el Cordero de Dios." Al escuchar de Juan estas palabras, ambos discípulos fueron y siguieron a Jesús. Uno de ellos era Andrés, el cual justamente por esto se lo llama el primer llamado, como primero en seguir a Cristo. El otro era Juan el Teólogo. Luego Andrés llevó hacia Jesús a su hermano Simón. El Salvador, previendo en Él una fuerte fe, dijo: "Tú eres Simón, hijo de Jonás, tú serás llamado Pedro," que quiere decir piedra. Al día siguiente el Salvador llamó a Sí a Felipe, y Felipe llevó hacia Él a Natanael.

Luego de esto Jesucristo fue por ciudades y pueblos de la tierra hebrea, predicando el Evangelio, es decir la alegre y buena noticia de que Él es el prometido Salvador que vino al mundo a salvar a las personas del poder del diablo, del pecado y de la muerte eterna, y a dar a las personas la salvación eterna — el Reino de Dios.

Jesucristo solía exponer la enseñanza acerca del Reino de Dios en parábolas, es decir en imágenes semejanzas y comparaciones, o ejemplos de nuestra vida cotidiana, para así exponer su enseñanza con mayor claridad y en forma más completa. Tanto el mundo visible como el invisible fueron creados por Dios. Y entre uno y otro, existen asombrosas concordancias o afinidades. Por eso, el mundo visible nos habla de las leyes del invisible, del mundo celestial. Toda nuestra vida terrenal, con toda la vida del mundo visible, es una gran parábola de Dios acerca de las leyes de la vida futura en el Reino Celestial.

Para convencer a las personas de que Él es el Salvador prometido y el Hijo de Dios, Jesucristo hizo muchos milagros, es decir, aquellas extraordinarias obras, que con sus habituales fuerzas el hombre no puede hacer, y que sólo pueden ser consumadas por el especial poder divino. Muchos de los hebreos creyeron en Jesucristo y en muchedumbre iban detrás de Él, oyendo su divina enseñanza. En cambio otros, especialmente los jefes del pueblo hebreo, los fariseos, saduceos, ancianos y sacerdotes, por querer ellos dominar y señorear sobre la gente, teniendo malos corazones, no quisieron recibir su verdadera enseñanza y creer que Él es el Salvador, y así se hicieron enemigos de Cristo.

 

Observación: Ver S. Juan 1:29-51; S. Lucas 4:14-15 y 32-37; S. Mateo 4:17; S. Marcos 1:22; S. Mateo 5, 6 y 7; y 13:34-35; S. Marcos 4:3-34; S. Mateo 11:4-6; 5:23-25; 21:45-46; 26:3-4.

 

Primer Milagro de Jesucristo.

Al poco tiempo, luego del llamamientos de los primeros discípulos por el Salvador, hubo un casamiento en la ciudad de Caná, no lejos de Nazaret. A este casamiento fue invitado Jesucristo, junto con su Santísima Madre y sus discípulos. Durante el banquete nupcial se acabó el vino.

La Madre de Dios se dio cuenta y le dijo a Jesucristo: "Ellos no tienen vino."

Pero Jesucristo contestó: "Todavía no ha llegado mi hora."

De esta respuesta María comprendió que todavía no había llegado el tiempo para mostrar Su poder divino. Pero Ella conocía el amor de su Hijo hacia las personas, y estaba segura de que Él infaliblemente ayudaría a los necesitados, y por eso dijo a los sirvientes: "Hagan lo que Él les diga."

En la casa se encontraban seis grandes vasijas de piedra, en las cuales se vertía agua para el lavado. Jesucristo ordenó llenar con agua estas vasijas. Y cuando fueron llenas hasta el tope, les dijo a los sirvientes: "Ahora extraigan y llévenlo al administrador del banquete." Los sirvientes extrajeron y lo llevaron al administrador. El administrador probó y vio que éste era el mejor vino. Y entonces llamó al novio y le dijo: "Todo hombre sirve primeramente el mejor vino y luego el de menor calidad, mas tú has guardado el mejor vino hasta ahora." Así habló el administrador, porque todavía no sabía de donde era este vino. Sólo lo sabían los sirvientes que habían vertido el agua.

Así, el Salvador puso comienzo a sus milagros y manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él. Su primer milagro Jesucristo lo realiza por solicitud de su Madre. De esto, nosotros podemos ver que las oraciones de la Santísima Virgen por nosotros tienen un gran poder.

 

Observación: Ver S. Juan 2:1-12.

 

Expulsión de los Comerciantes del Templo.

Se acercaba la fiesta de la Pascua y Jesucristo fue a Jerusalem para la fiesta. Al entrar en el templo, Él vio en el mismo un gran desorden: allí se vendían bueyes, ovejas y palomas, y se sentaban a la mesa los cambistas de dinero. El mugido de los bueyes, el balido de las ovejas, el murmullo de la gente, las discusiones sobre el precio, el sonido de las monedas — todo esto hacía que el templo se pareciera más a un bazar que a la casa de Dios.

Jesucristo hizo un látigo con sogas y expulsó del templo a todos los comerciantes, junto con sus animales; tumbó las mesas de los cambistas y su dinero se desparramó por todas partes. Y dijo a los vendedores de palomas: "Llévense esto de aquí, y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio." Ninguno se atrevió a desobedecer a Jesús. Luego de ver esto, los principales del templo se enfurecieron. Ellos fueron al Salvador y le dijeron: "¿Con cuál señal nos probarás que Tú tienes el poder de obrar de esta manera?"

Jesucristo les contestó: "Destruyan este templo y Yo lo levantaré en tres días." Por templo, Él se refería a su Cuerpo, y con estas palabras predijo que, cuando lo maten, Él resucitará al tercer día.

Pero los judíos no le entendieron y dijeron: "Este templo se construyó en 46 años. ¿Cómo vas Tú a levantarlo en tres días?"

Más cuando luego Cristo resucitó de los muertos, sus discípulos recordaron que Él había dicho esto, y creyeron en las palabras de Jesús.

Durante la estadía de Jesucristo en Jerusalem, en la fiesta de Pascua, al ver los milagros que Él hacía, muchos creyeron en Él.

 

Observación: Ver S. Juan 2:13-25.

 

 

Conversación de Jesucristo con Nicodemo.

Entre las personas asombradas por los milagros de Jesucristo y que luego creyeron en Él, estaba el fariseo Nicodemo, uno de los principales de los judíos. Él fue hacia Jesucristo de noche, en secreto, para que no se enteraran los fariseos y principales de los judíos que tenían antipatía hacia Jesucristo.

Nicodemo quería saber si verdaderamente Jesucristo es el esperado Salvador del mundo, y a quién Él recibirá en su Reino; qué debe hacer el hombre para entrar en su Reino. Él le dijo al Salvador: "¡Rabbí! (Maestro). Nosotros sabemos que Tú eres el Maestro venido de Dios; porque tales milagros, los cuales Tú haces, nadie los puede hacer si no está Dios con él." El Salvador, conversando con Nicodemo, le dice: "Verdaderamente te digo: el que no nace de nuevo, no puede estar en el Reino de Dios." Nicodemo se maravilló en gran manera, cómo puede un hombre nacer de nuevo.

Pero el Salvador le hablaba no acerca del nacimiento común, corporal, sino del espiritual. Es decir — es imprescindible que el hombre cambie, que se haga completamente otro en su alma, completamente bueno y misericordioso, y que tal cambio en el hombre puede tener lugar en el hombre sólo con el poder de Dios.

El Salvador dijo a Nicodemo: "En verdad, en verdad te digo: el que no nace del agua (a través del bautismo) y del Espíritu (el Cual desciende sobre el hombre en el bautismo) no puede entrar en el Reino de Dios."

El Salvador le explicó a Nicodemo que el hombre, nacido sólo de los padres terrenales, permanece tan pecador como ellos (es decir indigno del Reino de los Cielos). En cambio, al nacer del Espíritu Santo, el hombre se hace limpio de pecados, santo. Mas cómo se realiza semejante cambio en el alma humana, es el poder de Dios inalcanzable al entendimiento del hombre.

Luego, el Salvador le dijo a Nicodemo que Él vino a la tierra a sufrir y morir por las personas, no a subirse al trono real sino a la Cruz: "Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto (es decir, colgó sobre el madero una serpiente de cobre para salvar a los hebreos mordidos por las serpientes venenosas), de la misma manera debe ser levantado el Hijo del Hombre (es decir, de la misma forma, Cristo el Hijo del Hombre también debe ser levantado sobre el madero de la Cruz), para que cada uno que crea en Él no muera sino que tenga vida eterna. Dios ama al mundo de tal manera, que para salvar a las personas entregó a su Hijo Unigénito (al sufrimiento y muerte), y lo envió al mundo no para juzgar a las personas, sino para salvarlas."

Nicodemo, desde ese momento, se hizo discípulo secreto de Jesucristo.

 

Observación: Ver S. Juan 3:1-21.

 

 

Conversación de Jesucristo con la Samaritana.

Regresando de Judea a Galilea, Jesucristo junto con sus discípulos pasó a través de Samaria, por el lado de la ciudad que se llama Sicar (de antiguo nombre Siquem). Frente a la ciudad, en el lado sur estaba el pozo de agua, cavado según la tradición por el patriarca Jacobo.

Jesucristo, cansado por el viaje, se sentó al costado del pozo para descansar. Era el mediodía y sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. En ese momento, desde la ciudad llega al pozo una mujer samaritana para extraer agua.

Jesucristo le dice: "Dame de beber."

Estas palabras del Señor maravillaron en gran manera a la samaritana. Ella dijo: "¿Cómo es esto que Tú, siendo judío, pides a mí, samaritana, que te dé de beber?" En efecto, los judíos no se tratan con los samaritanos.

El Señor le dijo: "Si tú conocieras el don de Dios (es decir, la enorme gracia que Dios te ha enviado en este encuentro) y quién te dice: dame de beber, entonces tú misma le pedirías y Él te daría agua viva."

El Salvador llamó agua viva a su divina enseñanza. Porque así como el agua salva de la muerte al hombre sediento, de la misma manera su divina enseñanza salva de la muerte eterna al hombre y lo lleva a la vida bienaventurada. Mas la samaritana pensaba que Él hablaba acerca del agua común del manantial, la cual ellos llamaban agua viva.

La mujer, asombrada, le pregunta: "¡Señor! Tú no tienes nada con qué extraer el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde es tu agua viva? ¿Acaso Tú eres mayor que nuestro padre Jacobo, el cual nos dio (cavó) este pozo, y bebió de él él mismo, y sus hijos y su ganado?"

Jesucristo le dijo en respuesta: "Todo aquel que bebe esta agua, volverá a tener sed (es decir, otra vez querrá beber). Mas el que bebe el agua que Yo daré, aquel no va a tener sed por siempre. Porque el agua que Yo daré, se hará en él fuente de agua que corre a la vida eterna.

Pero la samaritana no comprendió las palabras del Salvador y dijo: "¡Señor! Dame de esa agua, para que yo no tenga más sed, y no tenga que venir aquí a extraer agua."

Jesucristo, deseando que la samaritana comprendiera acerca de qué estaba hablando Él con ella, primero le mandó llamar a su marido, — Él dijo: "Ve, llama a tu marido y ven aquí." Mas la mujer dijo: "Yo no tengo marido."

Entonces Jesucristo le dijo: "Verdad has dicho, que no tienes marido. Porque tú has tenido cinco maridos, y aquel que tienes ahora no es tu marido. Esto has dicho con veracidad."

La samaritana, asombrada por la omniscencia del Salvador, que descubrió toda su vida pecaminosa, ahora comprendió que no estaba hablando con una persona común. Ella, entonces, enseguida se dirigió a Él por la solución de la antigua discusión entre los samaritanos y judíos: ¿cuál fe es la más correcta y cuál servicio es más agradable a Dios. "Señor, veo que Tú eres profeta — dijo ella. Nuestros padres adoraban sobre esta montaña (y señalaba la montaña Guerizim, en donde se divisaban las ruinas del antiguo templo samaritano); mas ustedes dicen que el lugar donde se debe adorar (a Dios) se encuentra en Jerusalem.

Jesucristo le contestó: "Créeme que viene el tiempo en que ni sobre esta montaña ni en Jerusalem ustedes van a adorar al Padre Celestial. Ustedes no saben a qué adoran; mas nosotros sabemos a qué adoramos, ya que la salvación proviene de los judíos (es decir, hasta entonces sólo entre los judíos estaba la verdadera fe, sólo en ellos se realizaba el servicio divino en forma correcta, agradable a Dios). Pero vendrá el tiempo y ya ha venido, en que los verdaderos adoradores van a adorar al Padre en espíritu y verdad; ya que tales adoradores busca el Padre para Sí. Dios es Espíritu (invisible, incorpóreo) y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad." Es decir, el servicio verdadero y agradable a Dios es cuando las personas adoran al Padre Celestial no solamente con el cuerpo, ni solamente con señales externas y palabras, sino que con todo su ser — con toda su alma — verdaderamente creen en Dios, lo aman y honran, y con sus buenas obras y misericordia hacia el prójimo, cumplen con la voluntad de Dios.

Al oír esta nueva enseñanza, la samaritana le dijo a Jesucristo: "Sé que vendrá el Mesías, es decir el Cristo; cuando venga, Él nos anunciará todo," es decir, nos enseñará todo. Entonces Jesucristo le dijo: "El Mesías — ese soy Yo que hablo contigo."

En ese momento regresaron los discípulos del Salvador, y se maravillaron de que Él estaba hablando con la mujer samaritana. Mas ninguno de ellos le preguntó al Salvador de qué hablaba Él con ella.

La samaritana dejó su cántaro y apresuradamente fue a la ciudad. Allí ella comenzó a decir a la gente: "Vayan, vean al hombre que me dijo qué había hecho; ¿no es acaso Él el Cristo?"

Y he aquí que la gente salió de la ciudad y fue hacia el pozo en donde estaba Cristo.

Entretanto, los discípulos le pidieron al Salvador: "¡Rabbí! Come."

Pero el Salvador les dijo: "Yo tengo un alimento, el cual ustedes no conocen."

Los discípulos comenzaron a hablar entre ellos: "¿Acaso alguien le trajo algo de comer?"

Entonces el Salvador, explicándoles les dijo: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado (mi Padre) y consumar su obra. ¿No dicen ustedes que cuatro meses más y comenzará la cosecha? Mas Yo les digo: alcen sus ojos y miren al trigal (y el Señor les señala a los samaritanos — los habitantes de la ciudad que en ese momento iban hacia Él), cómo se han emblanquecido y están listos para la cosecha, (es decir, cuánto estas personas desean ver al Salvador Cristo, con cuánto deseo están listos para oírlo y recibirlo). El segador recibe su gratificación y recolecta el fruto de la vida eterna, de manera que el que siembra y el que cosecha se regocijarán juntos. Ya que en este caso es verdadero el dicho: uno siembra y el otro cosecha. Yo los he enviado a cosechar aquello sobre lo cual ustedes no han hecho labor. Otros han labrado, mas ustedes entraron en la labor de ellos."

Los samaritanos que venían de la ciudad, entre los cuales muchos creyeron en él por la palabra de la mujer, le pidieron al Salvador que se quedara con ellos. Él fue con ellos y se quedó allí por dos días, y les enseñaba.

En este tiempo, un número mayor de samaritanos creyeron en él. Ellos luego le dijeron a aquella mujer: "Ya no por tus palabras creemos; porque nosotros mismos hemos oído y conocido, que Él verdaderamente es el Salvador del mundo, el Cristo."

De la tradición es conocido que la samaritana que conversó con Cristo junto al pozo de Jacobo, dedicó el resto de su vida a la predicación del Evangelio de Cristo. Por predicar la fe de Cristo, ella fue martirizada en el año 66 (fue arrojada al pozo por los martirizadores). La Santa Iglesia festeja su memoria el 20 de marzo (2 de abril — n/c). Su nombre: Santa Mártir Fátima, la samaritana.

 

Observación: Ver S. Juan 4:1-42.

 

Curación del Hijo del Servidor del Rey.

Cuando Jesucristo llegó a Galilea, los galileos lo recibieron con fe porque muchos de ellos habían visto los milagros que Él había hecho en Jerusalem durante la fiesta de la Pascua. Cristo llegó a Caná, en donde alguna vez transformó el agua en vino. Allí llegó hasta Él, desde Capernaúm, un servidor del rey y le pidió al Salvador que fuera a su casa y curara a su hijo, el cual estaba a punto de morir.

Jesucristo le dijo: "Ve, tu hijo está sano."

El servidor del rey creyó en las palabras del Salvador y se dirigió a su casa en Capernaúm. En el camino lo recibieron sus sirvientes y le dijeron que su hijo estaba sano.

Él preguntó: "¿A qué hora se recuperó?"

Sus sirvientes le contestaron: "Ayer, en la hora séptima, lo dejó la fiebre."

Precisamente en aquella hora el Salvador le había dicho: "Tu hijo está sano." El servidor del rey y toda su casa creyeron en Jesucristo.

De Caná, Jesucristo fue por las ciudades y aldeas de Galilea, para predicar por todos lados su enseñanza. Predicando, curaba alos enfermos y todo mal a las personas. Su fama se propagó por toda la tierra, y de todas partes Le traían enfermos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y Él los curaba. A nadie le negaba su ayuda y todos encontraban consuelo en Él.

Con el ejemplo de su vida, el Salvador enseñaba que todo aquel que quiera estar en el Reino de Dios, debe ser bondadoso, hacer el bien a todos y ayudar a todos cuanto puedan.

 

Observación: Ver S. Juan 4:43-54.

 

Curación del Paralítico en el Estanque de las Ovejas.

De Galilea, Jesucristo nuevamente llegó a Jerusalem a la fiesta judía. Cerca del templo, junto a las puertas de las ovejas, a través de las cuales hacían pasar las ovejas para sacrificarlas, había un estanque con cinco entradas cubiertas, o galerías. Este estanque con las galerías se llamaba Betzada, que significa casa de la misericordia. En las galerías del estanque yacían muchos enfermos, ciegos, cojos y los que tenían miembros secos. Todos ellos esperaban el movimiento del agua, ya que el Ángel del Señor descendía de tiempo en tiempo al estanque y revolvía el agua. Y aquel que entraba primero al agua luego de la revuelta, se hacía sano (se curaba) de cualquier enfermedad que tuviera.

Jesucristo visitó esta casa de la misericordia. Allí Él vio a un paralítico que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo.

Jesucristo le preguntó: "¿Quieres ser sano?"

El enfermo contestó: "Sí, Señor, pero no tengo a un hombre que me coloque en el estanque cuando el agua se revuelve; porque cuando yo logro llegar, otro ya desciende antes que yo."

Jesucristo le dijo: "Levántate, toma tu lecho y camina."

En aquel instante el enfermo se curó, tomó su lecho y comenzó a caminar. Esto sucedió en día sábado. Por eso los judíos le dijeron al curado: "Hoy es sábado, no debes portar tu lecho."

El curado le contestó: "Aquél que me curó me mandó tomar mi lecho e ir."

"¿Quién te dijo esto?" — preguntaron ellos.

Pero él no pudo contestarles porque no conocía a Jesucristo. Y Cristo, luego de curarlo, se ocultó entre la gente.

Al poco tiempo luego de esto, el Señor encontró en el templo al curado y le dijo: "He aquí, tú ahora estás sano, no peques más, para que no suceda contigo algo peor."

Entonces este hombre fue y le dijo a los judíos que Jesús fue el que lo había curado.

Los ancianos (principales) de los judíos comenzaron a perseguir a Jesucristo y buscaban una oportunidad para matarlo por el hecho que Él hacía tales cosas en sábado. Ellos enseñaban que en sábado es pecado hacer hasta las buenas obras.

Pero Jesucristo les habló: "Mi Padre hasta ahora hace (el bien), y Yo hago. En verdad, en verdad les digo: el Hijo nada puede hacer por Sí sólo, si no ve al Padre hacedor; porque lo que hace Él (Dios Padre), el Hijo (de Dios) lo hace asimismo. Así como el Padre resucita a los muertos y los vivifica, de la misma manera el Hijo vivifica a quien quiere. Aquel que no venera al Hijo, tampoco venera al Padre que Lo envió. Examinen las Sagradas Escrituras, porque ustedes creen tener a través de ellas la vida eterna, mientras que ellas testifican sobre Mí."

Luego de esto, los judíos aun más se levantaron contra Él y buscaban con más fuerza una ocación para matarlo, por el hecho de que Él no sólo violó el sábado, sino que a su Padre lo llamaba Dios, haciéndose asimismo igual a Dios.

 

Observación: Ver S. Juan 5:1-16.

 

 

Curación del Enfermo con una Mano Seca.

Una vez en día sábado Jesucristo entró a la sinagoga (casa de reunión y oración). Allí había un hombre que tenía seca s mano derecha. Entonces los fariseos, queriendo encontrar una acusación contra el Salvador, observaban si Él curaría al enfermo en sábado. El Salvador, conociendo los pensamientos de ellos, le dijo al de la mano seca: "Levántate y ponte en medio."

Luego, dirigiéndose a los fariseos, dijo: "Pregunto Yo a ustedes: ¿Qué debe hacerse en sábado? ¿El bien o el mal? ¿Salvar la vida o matarla?" es decir abandonarla a la muerte.

Ellos callaron.

Jesús, mirando a todos ellos, dijo: "¿Quién de ustedes, teniendo una oveja, si ella cae en un hoyo en día sábado no la toma y la saca? ¡Cuándo más vale el hombre que una oveja! Y así puede hacerse el bien en sábado."

Luego de esto el Salvador se dirigió al de la mano seca y dijo: "Extiende tu mano."

El enfermo extendió su mano seca y la misma se hizo sana, como la otra.

Los fariseos se enfurecieron y, saliendo de la sinagoga, entraron en consejo para ver cómo matar a Jesús.

Mas Jesús, junto con sus discípulos, se retiró de allí y siguió su marcha. Y detrás de Él lo seguía una gran muchedumbre de gente. Y Él, predicando, curaba a todos los enfermos.

 

Observación: Ver S. Mateo 12:9-14; S. Marcos 3:1-16 y S. Lucas 6:6-11.

 

Elección de los Apóstoles.

Paulatinamente, el número de discípulos de Jesucristo aumentaba. Una vez, estando en Galilea, Jesucristo subió a una montaña a rezar y pasó toda la noche en oración. Cuando se hizo de día, Él llamó a sus discípulos, eligió de ellos a doce y los llamó apóstoles, es decir enviados, ya que Él los enviaba a predicar su enseñanza.

Los nombres de los doce apóstoles son los siguientes:

 

1. Simón, al cual el Salvador llamó Pedro,

2. Andrés, hermano de Simón Pedro, al cual le decían el primero llamado,

3. Santiago (Jacobo) el zebedeo,

4. Juan el zebedeo, hermano de Santiago (Jacobo), llamado Teólogo. A estos dos hermanos, Santiago y Juan, por su ardiente celo el Salvador los llamó "Voanergues," que quiere decir hijos del trueno.

5. Felipe,

6. Natanael, hijo de Tolomeo, y por eso fue llamado Bartolomeo.

7. Tomás, llamado también dídimo, que significa gemelo,

8. Mateo, o de otra manera Leví, que antes era publicano.

9. Santiago (Jacobo), hijo de Alfeo (o Cleopas) llamado el menor, para diferenciarlo de Santiago el zebedeo,

10. Simón, llamado cananita, o también zelote, que significa celoso,

11. Judas hijo de Jacobo, él también llevaba otros nombres: Leveo y Tadeo,

12. Judas Iscariote (de la ciudad de Cariota), el cual luego entregó a Jesucristo.

 

El Señor dio a los apóstoles el poder de curar a los enfermos, echar demonios y resucitar muertos.

Además de estos doce principales apóstoles, Jesucristo más tarde eligió a otros setenta apóstoles: Marcos, Lucas, Cleopas y otros. A ellos también Él los enviaba a predicar.

Cuando los setenta apóstoles regresaron de predicar, con regocijo le hablaron a Jesucristo: "¡Señor! Hasta los demonios se nos someten en Tu nombre."

Mas Él les dijo: "No se alegren de que los espíritus se les someten; sino alégrense de que sus nombres están escritos en los cielos," es decir alégrense no de los milagros, los cuales les fueron dados para la predicación, sino de que ustedes recibirán la bienaventuranza y la vida eterna con Dios en el Reino de los Cielos.

Además de los discípulos, unas mujeres acompañaban permanentemente a Jesucristo, las cuales habían sido curadas por Él y servían a Él con sus bienes. Entre ellas estaban: María Magdalena (de la ciudad de Magdala), de la que Jesús expulsó siete demonios, Juana, esposa de Cuza, intendente de Herodes, Susana y muchas otras.

 

Observación: Ver S. Mateo 10:2-14; S. Marcos 3:13-19 y S. Lucas 6:12-16 y 8:1-3.

 

 

El Sermón del Monte.

Luego de la elección de los apóstoles, Jesucristo descendió junto con ellos de la cima del monte y se puso en un lugar llano. Allí lo estaban esperando sus numerosos discípulos y una gran multitud de gente que se había reunido de todos los confines de la tierra hebrea y de los lugares vecinos. Ellos habían venido a oírle y recibir curaciones de sus enfermedades. Todos intentaban tocar al Salvador, porque de Él salía poder, el cual curaba a todos.

Viendo frente a Él la multitud de gente, Jesucristo, rodeado de sus discípulos, subió a una elevación del monte y se sentó para enseñar al pueblo.

Al principio, el Señor indicó cómo debían ser sus discípulos, es decir todos los cristianos. Cómo ellos debían cumplir la ley de Dios, para recibir la bienaventurada (es decir alegre y afortunada en su mayor grado) y eterna vida en el Reino Celestial.

Para esto, Él dio nueve mandamientos de bienaventuranza. Luego el Señor dio una enseñanza sobre la Providencia de Dios, sobre no juzgar a otros, sobre el poder de la oración, sobre la limosna y sobre muchas otras cosas. Este sermón de Jesucristo se lo llama del monte.

Así, en un sereno día primaveral, con un suave soplido de frescura proveniente del lago de Galilea, sobre la cuesta del monte cubierto con hierbas y flores, el Salvador da a las personas la nueva-testamentaria ley del amor.

En el Antiguo Testamento, el Señor dio la Ley en el infructífero desierto, sobre el monte Sinaí. En aquel enconces, una temible y oscura nube cubrió la cima del monte, tronaban los truenos, relampagueaban los rayos y el sonido de los cuernos se estiraba. Nadie se atrevía a acercarse al monte, salvo el profeta Moisés, al cual el Señor le entregó los diez mandamientos de la ley.

Mas ahora el Señor está rodeado por una apretada multitud de personas. Todos tratan de acercarse lo más posible a Él y tocarle aunque sea el extremo de su vestimenta, para recibir de Él el poder gracioso. Y nadie se aleja de Él sin consolación.

La ley del Antiguo Testamento es ley de estricta justicia, mientras que la nuevo-testamentaria ley de Cristo es la ley del amor divino y de la gracia, ley que da a las personas la fuerza para cumplir con la ley de Dios. Jesucristo mismo dijo: "Yo he venido no a violar la ley, sino a cumplirla" (S. Mateo 5:17).

Los mandamientos de Bienaventuranza

Jesucristo, Señor y Salvador nuestro, como un amante Padre, nos muestra el camino o obras, a través de las cuales las personas pueden entrar en el Reino de los Cielos, el Reino de Dios. A todos los que cumplan con sus enseñanzas o mandamientos, Cristo les promete, como Rey del cielo y la tierra, bienaventuranza eterna (enorme regocijo, la más elevada felicidad) en la eterna vida venidera. Es por eso que a tales personas Él las llama bienaventuradas, es decir las más felices.

 

1. Bienaventurados los pobres en espíritu (humildes), porque de ellos es (es decir, les será dado) el Reino de los Cielos.

 

Pobres en espíritu — son aquellas personas que sienten y son conscientes de sus pecados y las imperfecciones de su alma. Ellos recuerdan que sin la ayuda de Dios, por sí solos nada bueno pueden hacer, y por eso por nada se jactan ni se enorgullecen, ni ante Dios ni ante las personas. Estas son las personas humildes.

 

2. Bienaventurados los que lloran (por sus pecados), porque ellos serán consolados.

Los que lloran — son las personas que se lamentan y lloran por sus pecados y las imperfecciones de su alma. El Señor les perdona sus pecados. Él les dará, todavía aquí en la tierra, consolación, y en el cielo el regocijo eterno.

 

3. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán (recibirán en posesión) la tierra.

Los mansos — son las personas que pacientemente soportan toda desgracia, sin afligirse (sin quejarse) contra Dios, y humildemente sobrellevan todo desagrado y ofensa por parte de las personas, sin enojarse con nadie. Ellos recibirán en posesión la morada celestial, es decir la nueva (renovada) tierra en el Reino Celestial.

 

4. Bienaventurados los hambrientos y sedientos de la verdad (los que desean la verdad), porque ellos serán saciados.

Los hambrientos y sedientos de la verdad — son las personas que fervientemente desean la verdad, así como los hambrientos piden a Dios el pan y los sedientos el agua, para que Él los limpie de pecados y los ayude a vivir en rectitud (desean ser justificados ante Dios). El deseo de tales personas se cumplirá, ellos serán saciados, es decir serán justificados.

 

5. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos obtendrán misericordia.

Los misericordiosos — son las personas que poseen un buen corazón — los misericordiosos, compasivos con todos, siempre listos para ayudar a los necesitados con lo que pueden. Tales personas, ellas mismas obtendrán misericordia de parte de Dios, a ellas será manifestada una especial gracia de Dios.

 

6. Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios.

Los puros de corazón — son las personas que no sólo se cuidan de obras malas, sino que se esfuerzan en hacer pura su alma, es decir la guardan de malos pensamientos y deseos. Ellos ya aquí están cerca de Dios (en el alma siempre Lo sienten), mas en la vida futura, en el Reino Celestial, eternamente estarán con Dios y Lo verán.

 

7. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados (nombrados) hijos de Dios.

Los pacificadores — son las personas que no les gustan ningún tipo de pendencia. Ellos mismos tratan de vivir pacífica y amistosamente con todos y reconciliar a los enemistados. Ellos se asemejan al Hijo de Dios, el Cual vino a la Tierra a reconciliar al pecador ser humano con el Recto Juez Dios. Tales personas serán llamadas hijos, es decir niños de Dios, y estarán especialmente cerca de Dios.

 

8. Bienaventurados los perseguidos por causa de la verdad, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Los perseguidos por causa de la verdad — son las personas que aman de tal forma vivir según la verdad, es decir según la ley de Dios, según la justicia, que soportan y sobrellevan a causa de esta verdad, toda clase de persecuciones, prohibiciones y calamidades, pero la misma no la cambian por nada. Por esto ellos recibirán el Reino Celestial.

 

9. Bienaventurados sois cuando os injurian y persiguen, y dicen toda clase de mal contra vosotros por mi causa, mintiendo. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en los Cielos.

Aquí el Salvador dice: si a ustedes los injurian (burlarse de ustedes, mofarse, los deshonran), los oprimen y falsamente hablan mal sobre ustedes (calumniar, acusar injustamente) y todo esto ustedes lo soportan por su fe en Mí, entonces no se aflijan sino regocíjense y alégrense, porque a ustedes les espera un gran premio, el más grande, en los cielos, es decir un especialmente elevado grado de bienaventuranza eterna.

 

Acerca de la providencia divina

Jesucristo enseñaba que Dios provee, es decir se preocupa sobre toda la creación, pero especialmente provee sobre las personas. El Señor se preocupa por nosotros más y mejor que lo que se preocupa el padre más bueno y razonable por sus hijos. Él nos presta su ayuda en todo lo que es indispensable en nuestra vida y lo que sirve para nuestro verdadero provecho.

"No se preocupen (excesivamente) acerca de qué comer o beber, o con qué vestirse" — dijo el Salvador. "Observen a las aves del cielo: ellas no siembran ni siegan, ni juntan en el granero, y el Padre Celestial de ustedes las alimenta; ¿mas ustedes no son acaso extremadamente más importantes que ellas? Miren a los lirios del campo cómo crecen. Ellos no se afanan ni hilan. Pero les digo que ni Salomón con toda su gloria no se vestía como cualquiera de ellos. Si las plantas del campo, las cuales hoy están y mañana son arrojadas al horno, Dios las viste de tal forma, entonces ¡cuánto más a ustedes, hombres de poca fe! El Dios y Padre Celestial sabe que ustedes tienen necesidad de todo esto. Por eso, busquen antes que nada el Reino de Dios y su verdad, y todo esto vendrá por añadidura."

Acerca de no juzgar al prójimo

Jesucristo mandaba no juzgar a otras personas. Él dijo así: "No juzguéis y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados. Porque con el juicio con el que ustedes juzguen, con ese mismo serán ustedes juzgados (es decir, si ustedes son condescendientes con el proceder de otras personas, entonces el juicio de Dios será benevolente con ustedes. Y con la medida con la que ustedes midan, con la misma serán ustedes medidos. ¿Y qué miras tú la paja en el ojo de tu hermano (es decir cualquier otra persona), cuando no sientes la viga en tu propio ojo? (esto quiere decir: ¿para qué te gusta notar en otros hasta los pecados e imperfecciones más insignificantes, mientras que no quieres ver en ti mismo los grandes pecados y vicios?). O ¿cómo le dices a tu hermano: deja que yo quite la paja de tu ojo, cuando he aquí que en tu ojo hay una viga? ¡Hipócrita! Quita primero la viga de tu ojo (trata antes que nada de corregirte a ti mismo), y entonces verás cómo quitar la paja del ojo de tu hermano" (entonces sabrás cómo corregir el pecado en el otro, sin ofenderlo ni humillarlo).

 

Acerca de perdonar al prójimo

"Perdonen y serán perdonados" — dijo Jesucristo. "Porque si ustedes perdonan a las personas sus pecados, entonces su Padre Celestial les perdonará a ustedes; pero si no perdonan a las personas sus pecados, entonces su Padre no les perdonará sus propios pecados."

 

Acerca del amor al prójimo

Jesucristo mandó amar no sólo a los propios cercanos, sino a todas las personas, hasta las que nos han ofendido o hecho el mal, es decir nuestros enemigos. Él dijo: "Ustedes han oído que fue dicho (por sus maestros — escribas y fariseos): ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Mas Yo les digo: amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, obren el bien a los que los odian y oren por los que los ofenden y persiguen, para así ser hijos de su Padre Celestial. Porque Él ordena a su sol salir sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre rectos e impíos."

Si ustedes sólo aman a aquellos que los aman a ustedes, o si hacen el bien sólo a aquellos que lo hacen, y dan en préstamo sólo a aquellos de los cuales esperan recibir devuelta, ¿por qué habría Dios de premiarlos? ¿Acaso no hacen lo mismo las personas inicuas? ¿Acaso no proceden también así los paganos?

Entonces, sean misericordiosos, así como su Padre es misericordioso; sean perfectos así como su Padre Celestial es perfecto.

 

Regla genera para la relación con el prójimo

Cómo debemos dirigirnos a nuestro prójimo siempre, en cualquier situación, a esto Jesucristo nos dio esta regla: "En todo, como ustedes quieren que las personas procedan con ustedes (y nosotros, claro, queremos que todas las personas nos amen, nos hagan el bien y nos perdonen), así procedan ustedes con ellos" (no hagan a los demás aquello que para sí no desean).

 

Acerca de la fuerza de la oración

Si nosotros rezamos fervientemente a Dios y le pedimos ayuda, entonces Dios hará todo lo que sirva para nuestro verdadero provecho. Jesucristo así habló sobre esto: "Pidan y les será dado; busquen y encontrarán; golpeen y les abrirán; porque todo el que pide recibe, y el que busca encuentra y al que golpea le abren. ¿Hay acaso entre ustedes un hombre que cuando su hijo le pida pan, él le dé piedra? ¿Y que cuando le pida pescado, él le dé una serpiente? Y así, si ustedes, siendo malos, saben dar dádivas buenas a sus hijos, más aun su Padre Celestial dará bienes a los que le piden."

 

Acerca de la limosna

Nosotros debemos hacer toda obra buena, no para jactarnos delante de la gente, ni para demostración a los demás, ni para que nos premien las personas, sino por amor a Dios y al prójimo. Jesucristo dijo: "Observen, no den vuestra limosna delante de las personas para que ellas los vean; porque si así obran no recibirán el premio de parte de su Padre Celestial. Y así, cuando des limosna, no anuncies (es decir no divulgues) delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que las personas los enaltezcan. En verdad les digo: ellos ya reciben su premio. Mas tú, cuando des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha (es decir, no te jactes ante ti mismo por el bien que has hecho, olvídate de él), para que tu limosna sea en secreto, y tu Padre, que ve lo secreto (es decir, todo lo que está en tu alma y a causa de lo cual tú haces esto), te retribuirá claramente" — si no ahora, entonces en Su juicio final.

 

Acerca de la necesidad de las obras buenas

Para que las personas supieran, que para entrar en el Reino de Dios no es suficiente sólo los buenos sentimientos y deseos, sino que son imprescindibles las buenas obras, Jesucristo dijo: "No todo el que me diga: ¡Señor! ¡Señor! — entrará en el Reino de los Cielos, sino sólo aquel que cumpla la voluntad (los mandamientos) de mi Padre Celestial," es decir es poco ser sólo creyente y devoto, es necesario todavía hacer aquellas obras buenas que el Señor requiere de nosotros.

Cuando Jesucristo terminó con su sermón, el pueblo se maravilló con su enseñanza, porque Él enseñaba como el que posee autoridad, y no como enseñaban los escribas y fariseos. Cuando Él descendió del monte, detrás de Él lo seguía una multitud de personas, y Él, por su misericordia, obraba grandes milagros.

 

Observación: Ver S. Mateo cap. 5, 6 y 7 y S. Lucas 6:12-41.

 

El Poder de la Fe y la Oración por los Demás — Curación del Paralítico en Capernaúm.

El Señor Jesucristo nos enseñó a rezar, no sólo por nosotros sino también por los demás — por nuestro prójimo. Ya que por su amor, el Señor concede su gracia (su ayuda) hasta a aquellas personas, por las cuales otros rezan.

Estando en la ciudad de Capernaúm, Jesucristo enseñaba en una casa. Los habitantes de la ciudad, apenas oyeron que Él se había detenido en la casa, se reunieron alrededor de Él en una multitud tal, que era imposible ya acercarse a la puerta. Entre los oyentes habían fariseos y maestros de la ley, los cuales habían venido de Galilea y Judea y hasta de Jerusalem.

Durante la plática, el Salvador realizaba muchos milagros, curando enfermos.

En este momento, cuatro hombres trajeron a un paralítico en su lecho y trataron de hacerlo entrar en la casa, y llevarlo hacia el Salvador, pero de ninguna manera podían penetrar la multitud de personas.

Entonces lo subieron al techo de la casa, abrieron el techo y bajaron el lecho con el paralítico, justo en los pies del Salvador. Jesucristo, viendo la fe de aquellas personas que trajeron al enfermo, le dijo al paralítico: "¡Hijo! tus pecados te son perdonados."

Los fariseos y los maestros de la ley comenzaron a razonar en sus pensamientos: "¿Por qué Él blasfema contra Dios? ¿Quién puede perdonar pecados, sino solamente Dios?"

Jesucristo, conociendo sus pensamientos, les dijo: "¿Qué es más fácil decir: tus pecados te son perdonados, o decir: levántate y anda? Mas para que ustedes conozcan que el Hijo del Hombre tiene el poder en la tierra para perdonar pecados, a ti te hablo (y se dirigió al paralítico): levántate, toma tu lecho y ve a tu casa."

En aquel instante, eol enfermo se levantó, tomó su lecho en el cual yacía, y se fue caminando a su casa, agradeciendo y glorificando a Dios por la gracia recibida.

Así, el Salvador curó al enfermo por la fe y las oraciones de sus amigos. Y el pueblo, al ver esto, se embelesó y glorificó a Dios. Y todos comenzaron a hablar: "Hemos visto cosas maravillosas recién; nunca antes habíamos visto cosa semejante."

 

Observación: Ver S. Mateo 9:1-18; S. Marcos 2:1-12 y S. Lucas 5:17-26.

 

Resurrección del Hijo de la Viuda de Naín.

Una vez Jesucristo iba desde Capernaúm a la ciudad de Naín. Detrás de Él le seguían sus discípulos y una multitud de personas. Cuando Él se acercaba a las puertas de la ciudad, en ese instante, entre las mismas sacaban a un joven muerto, hijo único de una viuda de la ciudad. La desgraciada mujer iba y lloraba amargamente, y mucha gente iba con ella desde la ciudad. Al verla, el Señor sintió lástima por el pesado dolor de la pobre madre, y le dijo: "No lloréis."

Luego se acercó y tocó el lecho sobre el cual yacía el muerto (los judíos envolvían a los muertos en lienzo y lo llevaban sobre un lecho o camilla, para enterrarlo en las cuevas). Los que portaban al muerto se detuvieron. Entonces el Señor dijo al muerto: "¡Joven! ¡A ti te digo, levántate!."

El muerto se alzó, se incorporó y comenzó a hablar. Y dio Jesucristo el joven resucitado a su madre.

Al ver este milagro, el temor se apoderó de todos. Todos glorificaban a Dios y decían: "¡Un gran Profeta se ha levantado entre nosotros! ¡Dios ha visitado a su pueblo!."

 

Observación: Ver S. Lucas 7:11-17.

 

 

Parábola Sobre el Sembrador.

Jesucristo, encontrándose en Capernaúm, fue a la orilla del lago de Galilea. Una multitud de personas se reunió alrededor Suyo. Él subió a un bote y se sentó, mientras que el pueblo estaba parado en la orilla, y desde el bote comenzó a enseñar al pueblo con parábolas.

Jesucristo dijo: "He aquí, salió el sembrador a sembrar. Al ir sembrando, parte de las semillas cayó en el camino y fue hollada, y las aves del cielo se la comieron.

Otra parte cayó sobre la masa rocosa, donde había poca tierra; ella brotó, pero pronto se secó por no tener raíz ni humedad.

Otra parte cayó entre los espinos (hierbas silvestres, maleza), y los mismos la ahogaron.

Mas otra parte cayó en buena tierra, ella brotó y produjo fruto en cantidad."

Luego, cuando los discípulos le preguntaron a Jesucristo: "¿Qué quiere decir esta parábola?" Él les explicó:

La semilla es la palabra de Dios (el Evangelio).

El sembrador — aquel que siembra (predica) la palabra de Dios.

La tierra — el corazón del hombre.

La tierra en el camino — donde cayó la semilla, significa las personas desatentas y distraídas, al corazón de los cuales la palabra de Dios no tiene acceso. El diablo sin esfuerzo alguno la hurta y quita de estas personas, para que ellas no lleguen a creer y no se salven.

La masa rocosa significa las personas inconstantes y pusilánimes. Ellos gustosamente oyen la palabra de Dios, mas la misma no se afirma en el alma de ellos, y en la primera tentación, aflicción o persecución a causa de la palabra de Dios, se desprenden de la fe.

Los espinos significan las personas, en las cuales las preocupaciones mundanas, la riqueza y diversos vicios ahogan en el alma la palabra de Dios.

La tierra buena y fértil significa las personas con buen corazón. Ellas son atentas a la palabra de Dios, la guardan en su alma buena y pacientemente tratan de cumplir todo lo que la misma enseña. Sus frutos — esto son las buenas obras, por las cuales ellos se hacen dignos del Reino de los Cielos.

 

Observación: Ver S. Mateo 13:1-23; S. Marcos 4:1-20 y S. Lucas 8:4-15.

 

Parábola Sobre el Grano de Mostaza.

Jesucristo enseñaba que el Reino de dios, el Reino de los Cielos, principio y fundamento del cual Él puso sobre la tierra (es decir la Iglesia de Cristo), al principio es pequeño, mas luego se propagará por toda la tierra. Él dijo: "El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza, el cual un hombre tomó y sembró en su campo. Este grano, a pesar de que es más pequeño que todas las demás semillas, cuando crece se hace más grande que todos los cereales y se transforma en un árbol, de modo que aves del cielo vuelan hacia él y se refugian en sus ramas."

Muchas otras parábolas hablaba el Salvador, enseñando al pueblo.

 

Observación: Ver S. Mateo 13:31-32; S. Marcos 4:30-32 y S. Lucas 13:18-19.

 

Parábola Sobre la Levadura.

El Señor Jesucristo, aclarando su enseñanza sobre el Reino de Dios, dijo: "¿A qué asemejaré el Reino de Dios? El Reino de Dios es semejante a la levadura, la cual la mujer tomándola, la colocó en tres medidas de harina, hasta que todo quedó fermentado."

Esta parábola es simple y corta, mas es profundo su doble sentido encerrado en ella: el proceso histórico-general de salvación de las personas y el proceso personal de la salvación de cada hombre.

El proceso histórico: luego del diluvio universal, de los hijos de Noé — Sem, Cam y Jafet — provinieron tres razas del género humano: semitas, camitas y jafetitas. Ellas son las tres medidas de harina, en las cuales Cristo deposita su levadura celestial — la del Espíritu Santo, deposita en todas las razas humanas, sin ningún tipo de restricción ni discriminación.

Así como la mujer, con la ayuda de la levadura transforma la harina natural y común en pan, de la misma forma Cristo, con la ayuda del Espíritu Santo, transforma a las personas naturales y comunes en hijos de dios, en inmortales habitantes del Reino de los Cielos.

El proceso de la levadura comenzó en el día del Descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles y continúa hasta nuestros días, y seguirá continuando hasta el fin de los siglos — hasta que no haya fermentado todo.

El proceso personal: El Salvador, a través del bautismo en nombre del la Santísima Trinidad, concede la celestial levadura — los dones del Espíritu Santo, el poder de la gracia — al alma de cada hombre, es decir a las principales capacidades o poderes del alma humana: al intelecto, al sentimiento (al corazón) y a la voluntad ("las tres medidas"). Todos estos tres poderes del alma humana armónicamente crecen y se elevan al cielo, realizándose con la luz de la razón, con la calidez del amor y con la gloria de las buenas obras, haciéndose hijos e hijas de Dios, herederos del Reino Celestial.

El Señor dio como ejemplo a la mujer porque la misma, como esposa y madre, con amor prepara el pan de la casa para los hijos y toda la gente de la casa, mientras que el esposo — hornero cocina el pan para la venta, calculando para los ingresos, para la ganancia. (Por el obispo Nikolaj Velimírovich).

 

Observación: Ver S. Mateo 13:33 y S. Lucas 13:20-21.

 

 

Parábola Sobre el Trigo y las Cizañas.

Jesucristo enseñaba que en su Reino sobre la tierra (es decir en la Iglesia de Cristo) hasta el último día del mundo se encontrarán también pecadores.

El Señor dijo: "El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró semilla excelente (trigo) en su campo.

Mas cuando los hombres dormían, vino su enemigo y sembró, entre el trigo, cizaña (es decir, semillas de hierbas malas, maleza, parecidas al trigo por su color verde) y se fue.

Cuando el tallo brotó y produjo el fruto, entonces apareció también la cizaña. Al ver esto, los criados fueron al dueño del campo y le preguntaron: ‘¡Señor! ¿Acaso no habías sembrado semilla excelente en tu campo? ¿De dónde, entonces, vino la cizaña?’.

Él les contestó: ‘Un enemigo, un hombre ha hecho esto’.

Los criados le dijeron: ‘¿Quieres que vayamos y la juntemos’?

Pero el señor les dijo: ‘No, no sea que al juntar la cizaña, desarraiguen el trigo junto con ella; dejen que ambos crezcan juntos hasta la siega; entonces en la época de la misma, yo diré a los segadores: junten primero la cizaña y átenla en haces para quemarla, entonces pónganse a recoger el trigo en mi granero’."

Los discípulos, al quedarse solos con el Señor, le pidieron que les explicara esta parábola.

Jesucristo dijo:

"El sembrador de la semilla excelente es el Hijo del Hombre (es decir el Señor Jesucristo mismo).

 

El campo es el mundo.

 

La semilla excelente (el trigo) son los hijos del Reino de Dios, es decir las personas buenas, piadosas, que abrazaron la enseñanza de Cristo.

 

La cizaña — los hijos del maligno (del diablo), es decir los impíos, las malas personas.

El enemigo, que sembró la cizaña, es el diablo.

 

La siega es el fin del mundo, mientras que

 

los segadores son los Ángeles.

 

De manera que, así como se junta la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera será en el fin del mundo. El Hijo del Hombre enviará a sus Ángeles, y ellos juntarán de Su Reino todas las tentaciones y a los que obran iniquidad, y los arrojarán al horno de fuego; allí es donde será el llanto y el crujir de dientes. Mientras que los rectos resplandecerán, como el sol, en el Reino de su Padre" (en el Reino de la vida eterna y bienaventurada).

Cuán a menudo, al ver el proceder escandaloso de personas amorales y malas, preguntamos: ¡Señor! ¿Por qué tú no castigas ahora a las malas personas? ¿Con qué objeto Tú les das oportunidad de gozar de todos los bienes del mundo? ¿Para qué ellos acosan y oprimen a los buenos?

A todas estas preguntas, en esta parábola está dada la respuesta: dejen que ambos crezcan juntos hasta la siega — hasta el día del juicio final. Así es la voluntad de Dios. Porque el Señor dio al hombre su imagen y semejanza — su libre voluntad. El mal surgió en el mundo por culpa de la creación — del diablo, el cual permanente y astutamente siembra el mal en el mundo — propaga enre las personas la incredulidad y toda iniquidad.

En la libre elección del bien y del alejamiento del mal, el hombre enaltece a Dios, Lo glorifica y él mismo se perfecciona, mientras que al soportar los sufrimientos de los malos recibe de Dios el elevado premio en el Reino Celestial.

De esta manera Dios concede voluntariamente a las personas con buena voluntad, la posibilidad de ganarse la vida eterna y bienaventurada en el Reino Celestial, mientras que las personas con mala voluntad — los tormentos eternos en el hades, en el infierno.

 

Observación: Ver S. Mateo 13:24-30 y 36-43.

 

Acerca de la Venida del Reino de Dios en la Tierra.

Una vez los fariseos le preguntaron a Jesucristo: "¿Cuándo vendrá el Reino de Dios?"

El Salvador contestó: "El Reino de Dios no vendrá en forma visible, y no dirán: Miren, él está aquí, o, miren, él está allá, porque el Reino de Dios está dentro de vosotros."

Esto significa que el Reino de Dios no tiene límites, él es por todas partes, ilimitado. Por eso, para buscar el Reino de Dios no necesitamos viajar a algún lado lejos, detrás del mar, a países lejanos, no requiere de nosotros que nos elevemos hacia las nubes o descender al abismo, sino que es necesario buscar el Reino de Dios en el lugar en que vivimos, es decir en donde fuimos colocados por la Providencia de Dios. Porque el Reino de Dios se desarrolla y madura dentro del hombre, en el corazón del hombre. El Reino de Dios es "rectitud, paz y regocijo enel Espíritu Santo," cuando la conciencia y la voluntad del hombre entran en una completa armonía (en una unidad formada) con la razón y la voluntad de Dios. Entonces todo lo contrario a la voluntad de Dios se hace abominable al hombre. La substanciación visible en la tierra del Reino de Dios es la Santa Iglesia de Cristo: en ella todo está formado según la Ley de Dios.

 

Observación: Ver S. Lucas 17:20-21.

 

Amansamiento de la Tempestad.

Una vez Jesucristo, junto con sus discípulos, navegaba en barca por el lago de Galilea. Con ellos navegaban también otras barcas. Mientras navegaban, Jesucristo se durmió en la popa. Entre tanto se levantó una fuerte tempestad. Las olas golpeaban contra la barca de tal forma, que la misma se llenaba de agua, mas Jesucristo seguía durmiendo. Los discípulos se asustaron, despertaron al Señor y le dijeron: "¡Señor! ¡Sálvanos que nos morimos!."

Jesucristo dr lrbsntó, reprendió al viento y dijo a las aguas: ¡Silencio, cesen!."

E inmediatamente el viento se silenció y el lago se apaciguó. Y sobrevino una gran calma.

Luego, se dirigió a sus discípulos y les dijo: "¿Por qué son tan cobardes? ¿Dónde está vuestra fe?"

Entonces tanto ellos como todos los que allí estaban, atemorizados y maravillados decían entre ellos: "¿Quién es Éste, que hasta los vientos y las aguas le obedecen?"

Observación: Ver S. Mateo 8:23-27; S. Marcos 4:35-41 y S. Lucas 8:22-25.

 

Resurrección de la Hija de Jairo.

Un jefe hebreo, superior de la sinagoga, de nombre Jairo, tenía una hija única, una moza de doce años de edad, que estaba muriéndose.

Jairo fue a Jesucristo, cayó a sus pies y fervientemente le suplicó, diciendo: "Mi hija está muriéndose; ven y pon tus manos sobre ella, para que se sane y siga viviendo."

Viendo la fe de Jairo, Jesucristo fue con él. En el camino, un enviado de la casa de Jairo les salió al encuentro y les dice: "Tu hija ha muerto; no molestes al Maestro."

Pero Jesucristo al escuchar esto, le dijo a Jairo: "No temas, solamente cree y ella se salvará."

Cuando ellos se acercaron a la casa, vieron allí una gran confusión: todos lloraban y sollozaban.

El Señor les dijo: "No lloren; la niñita no murió, sino que duerme."

Mas ellos no le entendieron sus palabras, y comenzaron a reírse de Él, sabiendo que ella había muerto.

Pero Jesucristo echó fuera a todos, tomó consigo sólo a los padres de la muerta y a tres de sus apóstoles — Pedro, Santiago y Juan — y entró a la habitación en donde yacía la niñita muerta. Él la tomó de la mano y dijo: "Táli-tha cú-mi," que quiere decir: "Niñita, a ti te digo, levántate."

Y el espíritu de ella volvió; la niñita en aquel instante se levantó y comenzó a andar. Sus padres, llenos de gozo, estaban en un gran asombro.

Jesucristo mandó a que le dieran a la niñita de comer, y les prohibió estrictamente divulgar entre el pueblo lo sucedido.

Pero el rumor acerca de esto se propagó por todo el país.

 

Observación: Ver S. Mateo 9:18-26; S. Marcos 5:21-43 y S. Lucas 8:41-56.

 

Decapitación de Juan el Precursor.

La prédica de Juan el Precursor fue de corta duración. Luego de preparar a la gente para recibir al Salvador, él terminó su vida con una muerte de mártir. Al porco tiempo del bautismo del Señor, Juan fue encerrado en una prisión por el rey galileo Herodes. Este rey de Galilea, Herodes Antipas, era hijo de aquel Herodes el Grande, el cual había matado 14 mil niños en Belén.

Juan acusaba al rey Herodes porque él, mientras su hermano Filipo vivía, se había casado con la mujer de éste, Herodías. Herodías se enfureció contra Juan por esto, y le pidió a Herodes que lo matara. Mas Herodes no consentía hacerlo, ya que consideraba a Juan un gran profeta y temía al pueblo, pero para complacerla, lo encerró en la prisión. Herodías, sin embargo, no se conformaba con esto, más aun porque el mismo Herodes oía con agrado las enseñanzas de Juan y en mucho procedía según sus palabras.

Pasó cerca de un año luego de esto. Herodes, festejando el día de su nacimiento, dio una cena para sus hombres de primer rango, para los comandantes militares y para los insignes de Galilea. A la cena entró la hija de Herodías (hijastra de Herodes), Salomé, y comenzó a danzar; y agradó a Herodes y a los que con él cenaban.

Herodes le dijo: "Pide de mí lo que quieras," y juró que le daría hasta la mitad de su reino. Ella salió y le preguntó a su madre: "¿Qué debo pedir de él?"

Herodías le contestó: "La cabeza de Juan el Bautista."

Salomé rápidamente volvió a Herodes y le dijo: "Quiero que tú me des ahora, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista."

Herodes se contristó, pero no quiso cambiar su palabra delante de los invitados, y mandó a un soldado a la prisión a que decapitara a Juan. El soldado, luego de cumplir con la orden del rey, trajo sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista y la dio a Salomé, y Salomé la llevó a su madre Herodías.

Los discípulos de Juan, al oír sobre la muerte de Juan el Bautista, vinieron, tomaron su cuerpo y lo enterraron.

 

Observación: Ver S. Mateo 14:1-12; S. Marcos 6:14-29 y S. Lucas 9:7-9.

El día de la muerte de mártir de San Juan el Precursor se conmemora en la Santa Iglesia Ortodoxa el 29 de agosto (11 de septiembre — n/c) y se llama el día de la decapitación de San Juan del Precursor. En este día está asignado un estricto ayuno. La Santa Iglesia honra a Juan el Precursor más alto que todos los santos luego de la Madre de Dios.

 

Milagrosa Saciedad del Pueblo con Cinco Panes.

Al poco tiempo de la muerte de Juan el Bautista, Jesucristo junto con sus discípulos se dirigió al otro lado del lago. El pueblo, a pie, corría detrás de Él por la orilla. Cuando la barca se detuvo, en la orilla ya se había juntado una multitud de personas. Jesucristo, viendo a la multitud de personas, sintió pena por ellos, porque ellos eran como ovejas que no tienen pastor. Él salió a la orilla y platicaba mucho y largamente con el pueblo acerca del Reino de los Cielos, y curaba a muchos enfermos. El pueblo Lo oía con tanta aplicación, que no notaba cómo pasaba el tiempo. Al final, el día comenzó a declinarse hacia la tarde.

Los discípulos se acercaron a Jesucristo y le dijeron: "Este lugar es aislado y la hora es ya muy avanzada; despide al pueblo para que ellos vayan a las aldeas más cercanas a comprarse pan, porque no tienen qué comer."

Pero el Señor le contestó a sus discípulos: "Ellos no necesitan ir; denle ustedes de comer."

El apóstol Felipe le dijo: "Para ellos, hasta doscientos denarios de pan sería poco para que alcance a que cada uno reciba aunque sea un poco."

Mas Jesucristo dijo: "¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan y vean."

Cuando ellos supieron, el apóstol Andrés dijo: "Aquí, un joven tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero, ¡¿qué es esto para tal multitud de personas?!."

Entonces Jesucristo dijo: "Tráiganmelos aquí," y mandó a los discípulos a hacer que la gente se reclinara por compañías de cien y de 50 hombres.

Luego Jesucristo tomó los 5 panes y los 2 pescados, miró al cielo, los bendijo, los partió y los dio a sus discípulos, y sus discípulos los repartieron a la gente.

Todos comieron y se saciaron.

Entonces, cuando todos se saciaron, Jesucristo dijo a sus discípulos: "Junten los trozos que quedaron, para que no se pierda nada."

Los discípulos fueron, recogieron y con los trozos que habían sobrado, llenaron unos doce canastos, mientras que los comensales fueron cerca de 5000 hombres, sin contar mujeres ni niños.

En otra oportunidad, el Señor sació con 7 panes y unos cuantos pescados a 4000 hombres, también sin contar mujeres ni niños.

 

Observación: Ver S. Mateo 14:14-21; S. Marcos 6:32-44; S. Lucas 9:10-17 y S. Juan 6:1-15.

 

 

Jesucristo Camina por las Aguas.

Luego de saciar milagrosamente al pueblo con cinco panes, Jesucristo ordenó a sus discípulos dirigirse en barca al otro lado del lago de Galilea, hacia Betsaida de Galilea. Mientras que Él mismo, luego de despedir a la gente, subió a una montaña a rezar.

Llegó la noche. La barca con los discípulos estaba ya en el centro del lago, y las olas la golpeaban, porque soplaba un fuerte viento contrario.

Antes del amanecer, Jesucristo, dándose cuenta del infortunio de sus discípulos, fue hacia ellos caminando por sobre el agua. Y ellos, al verlo caminar por el agua, pensaron que era un espectro y gritaron del temor.

Mas Jesucristo inmediatamente habló con ellos y les dijo: "Cobren ánimo, soy Yo, no temáis."

Entonces el apóstol Pedro exclamó: "¡Señor! Si realmente eres Tú, entonces ordéname ir a Ti por sobre las aguas."

El Señor dijo: "Ven."

Pedro salió de la barca y fue caminando por las aguas hacia Jesucristo. Pero, al ver el fuerte viento y las grandes olas, se asustó, del temor se perdió su fe y entonces él comenzó a hundirse, y gritó: "¡Señor, sálvame!."

Mas Jesucristo enseguida le extendió su mano, lo sostuvo y le dijo: "¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?" Y cuando ellos entraron a la barca, el viento se calmó.

Los discípulos se acercaron a Jesucristo, se inclinaron ante Él y dijeron: "En verdad Tú eres el Hijo de Dios."

 

Observación: Ver S. Mateo 14:22-36; S. Marcos 6:45-56 y S. Juan 6:16-21.

 

 

Curación de la Hija de la Cananea.

Una vez, Jesucristo fue a las partes de Tiro y de Sidón. Allí se allegó a Él una mujer cananea, de fe pagana, y comenzó a gritar a viva voz: "¡Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David! Mi hija está terriblemente endemoniada."

Queriendo mostrar a sus discípulos la fuerte fe de esta pagana, Jesucristo no le contestó ni una palabra.

Entonces los discípulos comenzaron a pedirle: "Despídela, porque ella grita y va tras de nosotros."

Mas Jesucristo contestó: "Yo fui enviado sólo hacia las ovejas perdidas de la casa de Israel."

En ese momento, la mujer, implorándole, se acercó al Salvador, cayó de rodillas delante de Él y pidió: "¡Señor, ayúdame."

 

Jesucristo le dijo: "Da primero a los hijos que se sacien; porque no es correcto tomar el pan de los hijos y echarlo a los perritos." De esta manera Él habló, porque los hebreos se denominaban hijos de Abraham, hijos de Dios e hijos del Reino Celestial, mientras que a los paganos los tenían por perritos. He aquí por qué el Salvador, como adaptándose intencionalmente a los hebreos y equiparando con los perros a esta mujer, deseaba mostrar a los hebreos el completo error y la injusticia de su relación para con los paganos. Entre los paganos, Él varias veces encontró una fe tan fuerte, como no la había encontrado hasta en los hebreos, por Él llamados "ovejas perdidas de Israel." Además, con estas palabras el Salvador le marcó a la mujer que Él debía vivir y hacer sus obras, primero que todo entre los hebreos, ya que ellos creían en el verdadero Dios. Pero lo más importante, el Salvador veía el corazón creyente de esta mujer y se regocijó que con el ejemplo de ella, podía mostrar a todas las personas cómo debía ser la fe.

La mujer humildemente contestó a esto: "¡Así es, Señor! Pero y los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos." Con estas palabras la cananea mostró no sólo su gran humildad y conciencia, de que en el paganismo el hombre no puede estar tan cerca de Dios, como lo está en la verdadera fe, sino que también expresó con esto su profunda fe, que en el misericordioso Dios alcanza la gracia para cada ser humano.

Entonces Jesucristo le dijo: "¡Oh, mujer! Grande es tu fe. Sea en ti según tu deseo." Y su hija se curó en esa misma hora.

Al regresar a su casa, la mujer encontró sana a su hija, descansando tranquila sobre su cama.

 

Observación: Ver S. Mateo 15:21-28 y S. Marcos 7:24-30.

 

Confesión de Pedro.

Predicción de Jesucristo Sobre Sus Sufrimientos, Muerte y Resurrección.

En aquel entonces, Jesucristo junto con sus discípulos fue a las partes de Cesarea de Filipo, y en el camino Él les preguntó: "¿Quién dice el pueblo que soy Yo"?

Ellos contestaron: "Unos dicen Juan el Bautista, otros Elías, y otros Jeremías o alguno de los antiguos profetas que ha resucitado."

"Mas ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?" preguntó Jesucristo.

El apóstol Pedro contestó por todos: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo."

El Salvador elogió a Pedro por semejante fe y le dijo: "Tú eres Pedro (piedra — por su fe); sobre esta roca (sobre tal fe, que Yo soy el Hijo de Dios) Yo edificaré (haré) mi Iglesia, y ningún esfuerzo de satanás podrá destruirla. Mientras que a ti, Pedro, te daré las llaves del Reino de los Cielos (tal poder en mi Iglesia): lo que ates en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desates en la tierra será desatado en los cielos" (esto quiere decir: a aquel entre los creyentes, perteneciente a la Iglesia, a quien tú no le perdones sus pecados, a aquel sus pecados no serán perdonados por Dios; mientras que a aquel a quien tú perdones sus pecados, a aquel sus pecados les serán perdonados por Dios también).

Este mismo poder el Salvador concedió a todos sus demás apóstoles (S. Juan 20:22-23). Él se lo dio a Pedro antes que a los demás, porque el ap. Pedro fue el primero de todos en confesar delante de Él su fe — que Él es el Cristo, el Hijo de Dios.

Desde este momento Jesucristo comenzó a revelar (es decir, hablar abiertamente, predecir) a sus discípulos que, para la salvación de las personas, era necesario que Él sufra mucho por manos de los jefes, sumo sacerdotes y escribas, y que sea matado y al tercer día resucite.

Mas Pedro, llamándolo aparte al Salvador, comenzó a objetarle: "¡Sé bondadoso contigo, Señor, para que esto no te suceda!." De estas palabras de Pedro, es evidente que él tenía el entendimiento judío acerca del Mesías y no comprendía todavía la enseñanza sobre la salvación de las personas a través de los sufrimientos de Cristo, en él predominaban aún los sentimientos terrenales sobre los espirituales. El pedido de Pedro fue semejante a la tentación del diablo, el cual proponía asimismo al Señor, en lugar de lo espiritual — lo terrenal, en logar del Reino Celestial — el reino de este siglo. Por eso Jesucristo le contestó: "¡Aléjate de Mí, satanás! Tú eres a Mí una tentación, porque piensas no en aquello que es de Dios, sino en aquello que es humano," y luego llamó al pueblo junto con sus discípulos y dijo: "Si alguien desea ir detrás de Mí, niéguese a sí mismo (no pienses en tus beneficios), tome su cruz (aflicciones, sufrimientos y esfuerzos, enviados a ti por Dios) y sígame. Porque el que quiera conservar su alma (vida) la perderá; y el que pierda su alma (vida) por mi causa y el Evangelio, aquel la conservará. Porque ¿de qué provecho le será al hombre, si él, inclinándose hacia los bienes terrenales sólo para él, adquiere para sí hasta todo el mundo, pero pierde su alma, para el Reino de Dios, para la vida eterna?"

 

Observación: Ver S. Mateo 16:13-28; S. Marcos 8:27-38 y S. Lucas 9:18-27.

 

 

Transfiguración del Señor.

Para afirmar la fe en sus discípulos, cuando ellos lo vean a Él sufriendo, Jesucristo les mostró su gloria divina.

Poco antes de sus sufrimientos, Jesucristo tomó a tres de sus discípulos — Pedro, Santiago (Jacobo) y Juan — y con ellos subió a un alto monte para rezar (según la antigua tradición de la Iglesia, este era el hermoso monte Tabor, cubierto de rica vegetación, desde el pie hasta la cima).

Mientras el Salvador rezaba, sus discípulos, a causa del cansancio, se durmieron. Mas cuando despertaron, vieron que Jesucristo se había transfigurado: su rostro resplandecía como el sol, y su vestimenta se hizo blanca como la nieve y esplendorosa como la luz. En ese momento se le aparecieron, en gloria celestial, dos profetas — Moisés y Elías, y platicaban con Él sobre los sufrimientos y muerte que debía Él soportar en Jerusalem. Un excepcional regocijo colmó en ese momento los corazones de los discípulos. Cuando vieron que Moisés y Elías se alejaban de Jesucristo, Pedro exclamó: "¡Señor! Es bueno para nosotros estar aquí; si quieres, podemos hacer aquí tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías," no sabiendo qué decir. De repente, una nube brillante los cubrió y ellos oyeron la voz de Dios Padre procediente de la nube: "Este es mi Hijo amado, en el Cual está mi buena voluntad. ¡A Él oigan!."

Los discípulos, atemorizados, cayeron al suelo. Jesucristo se acercó a ellos, los tocó y les dijo: "Levántense y no teman." Los discípulos se levantaron y vieron a Jesucristo en su aspecto común.

Cuando descendieron de la montaña, Jesucristo mandó no decir a nadie nada de lo que vieron, hasta que Él no resucite de los muertos.

 

Observación: Ver S. Mateo 17:1-13; S. Marcos 9:2-13 y S. Lucas 9:28-36.

La gloriosa Transfiguración de nuestro Señor Jesucristo la Santa Iglesia Ortodoxa festeja el 6 de agosto (19 agosto — n/c). Este día se lo honra como una de las Grandes Fiestas. Con su Transfiguración, el Salvador nos mostró cómo serán las personas en le vida venidera, en el Reino Celestial, y cómo se transfigurará entonces todo nuestro mundo terrenal.

En la fiesta de la Transfiguración, luego de la liturgia, se traen al templo y se bendicen para ser comidas, uvas y todo tipo de frutas de árbol, como manzanas, peras, ciruelas y demás.

 

Tropario de la fiesta

Te transfiguraste en el monte, ¡oh, Cristo Dios! mostrando a tus discípulos Tu gloria, como les fue posible; que brille también para nosotros pecadores, Tu luz eterna, por las oraciones de la Madre de Dios. Gloria a Ti, Dador de la luz.

 

Kondakio de la fiesta

Te transfiguraste en el monte, ¡oh, Dios! y tus discípulos vieron Tu gloria como les fue posible contemplar. Para que cuando te vean crucificado, comprendan que Tu sufrimiento es voluntario y proclamen al mundo que verdaderamente Tú eres el resplandor del Padre.

 

Principal mandamiento de Jesucristo — amor a Dios y al prójimo

 

Más de una vez le preguntaron a Jesucristo, qué era lo más importante en su enseñanza, para recibir la vida eterna en el Reino de Dios. Unos preguntaban para saber, pero otros para encontrar una acusación contra Él.

Y he aquí, que una vez un escriba (es decir un hombre que se dedicaba al estudio de la Ley de Dios), queriendo probar a Jesucristo, le preguntó: "¡Maestro! ¿Cuál es el mayor mandamiento en la ley?"

Jesucristo contestó: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu intelecto y con toda tu fortaleza. Este es el primer y el mayor mandamiento. Y el segundo es semejante a este: ama a tu prójimo como a ti mismo. Sobre estos dos mandamientos se afirma toda la ley y los profetas."

Esto significa: todo lo que la ley de Dios enseña, lo que hablaron los profetas, todo esto enteramente estos dos principales mandamientos contienen en sí, es decir: todos los mandamientos de la ley y su enseñanza nos hablan acerca del amor. Si nosotros tuviéramos semejante amor, entonces no podríamos violar todos los demás mandamientos, ya que todos ellos son partes separadas del mandamiento sobre el amor. Así, por ejemplo, si amamos a nuestro prójimo, entonces nosotros no podemos ofender, engañar y más aun matar, envidiar, y en general no podemos desearle nada malo, sino que, por el contrario, sentimos pena por él, nos preocupamos por él y estamos listos para sacrificarnos enteramente por él.

Por eso Jesucristo dijo: "No hay mandamiento mayor que estos dos" (S. Marcos 12:31).

El escriba le dijo: "¡Bien, Maestro! Tú has dicho verdad, que amar a Dios con toda tu alma y amar al prójimo como a ti mismo, es mayor y más elevado que todas las quemazones y sacrificios a Dios."

Y Jesucristo, viendo que él contestó razonablemente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios."

 

Observación: Ver S. Mateo 23:35-40; S. Marcos 12:28-34 y S. Lucas 10:25-28.

 

 

Parábola Sobre el Misericordioso Samaritano.

Un hebreo, escriba, queriendo justificarse (ya que los hebreos consideraban como "prójimo suyo" sólo a los hebreos, mientras que a los demás los despreciaban), le preguntó a Jesucristo: "Mas ¿quién es mi prójimo?"

Para enseñar a las personas a considerar como su prójimo a todo hombre, sea quien fuere, del pueblo que proceda, y de la fe a que pertenezca, y también a que nosotros seamos compasivos y misericordiosos con todas las personas, prestándoles ayuda según nuestras fuerzas, en sus necesidades y desgracias, Jesucristo le contestó con una parábola.

"Un hebreo iba de Jerusalem a Jericó y cayó entre ladrones, los cuales le desprendieron de sus vestimentas, lo hirieron y huyeron dejándolo medio muerto.

Casualmente, por ese camino iba un sacerdote hebreo. Él miró al desgraciado y pasó de largo.

Asimismo un levita (servidor eclesiástico hebreo) estuvo en ese lugar; se acercó, miró y pasó de largo.

Luego, por este mismo camino viajaba un samaritano (los hebreos despreciaban a los samaritanos a tal punto, que no se sentaban junto con ellos a la mesa y hasta trataban de no conversar con ellos). El samaritano, al ver al herido hebreo, sintió pena por él. Él se acercó al hebreo y vendó sus heridas, vertiendo sobre ellas aceite y vino. Luego lo colocó sobre su asno, lo llevó a un mesón y allí se ocupó de él. Y al otro día, ya yéndose, él le dio al mesonero dos denarios (denario era una moneda de plata romana) y dijo: "Cuídalo, y lo que gastes además de esto, yo te lo devolveré cuando regrese."

Luego, Jesucristo le preguntó al escriba: "¿Quién de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó entre los ladrones?"

El escriba le contesto: "Aquél que mostró misericordia" (es decir, el samaritano).

Entonces Jesucristo le dijo: "Ve y haz tú lo mismo."

 

Observación: Ver S. Lucas 10:29-37.

La parábola sobre el samaritano misericordioso, además del sentido directo y claro — de amar a todo prójimo — tiene aun, como enseñan los santos padres, un segundo sentido alegórico, profundo y misterioso.

El hombre, el cual iba de Jerusalem a Jericó, no es otro más que nuestro antepasado Adán, y en su persona toda la humanidad. No permaneciendo en el bien, privándose de la bienaventuranza paradisíaca, Adán y Eva tuvieron que dejar "la Jerusalem celestial" (el paraíso) y alejarse a la tierra, en donde al instante los recibieron las calamidades y todo tipo de adversidades. Los ladrones — son las fuerzas demoníacas, las cuales tuvieron envidia del inocente estado del hombre y lo incitaron al camino del pecado, privando a nuestros antepasados de la fidelidad a los mandamientos de Dios (la vida paradisíaca). Las heridas — son las llagas pecadoras, las cuales nos debilitan. El sacerdote y el levita — son la ley, dada a nosotros a través de Moisés, y el sacerdocio, en la persona de Aarón, los cuales no podían por ellos mismos salvar al hombre. Y por la imagen del samaritano misericordioso corresponde entender a Jesucristo, el Cual para la curación de nuestras enfermedades, en la figura de aceite y vino nos dio la ley nuevo-testamentaria y la gracia. El mesón es la Iglesia de Dios, en donde está todo lo imprescindible para nuestra curación, mientras que el mesonero son los pastores y maestros de la Iglesia, a los cuales el Señor les encomendó cuidar el rebaño. La salida matutina del samaritano representa la aparición de Jesucristo luego de su resurrección, y su ascensión, mientras que los dos denarios dados al mesonero — son la Divina Revelación conservada por medio de las Escrituras y la Sagrada Tradición. Por último, la promesa del samaritano de en el regreso pasar nuevamente por el mesón para la cuenta definitiva, es la indicación a la segunda venida de Jesucristo a la tierra, cuando Él "dará a cada uno según sus obras" (San Mateo 16:27).

 

 

Jesucristo en lo de Marta y María.

Jesucristo, instruyendo al pueblo, llegó a Betania. Esta es una aldea ubicada cerca de Jerusalem, detrás del monte de los Olivos. Aquí lo recibió en su casa una mujer, de nombre Marta, la cual tenía un hermano Lázaro una hermana María.

En la casa de Lázaro, Jesucristo enseñó que el preocuparse por la salvación del alma es la más elevada de todas las ocupaciones. El recibimiento hecho por las hermanas de Lázaro sirvió como motivo para esto. Ambas Lo recibieron con igual regocijo, pero manifestaron el mismo de diferentes formas.

María se sentó a los pies del Salvador y escuchaba su enseñanza.

Marta, en cambio, al mismo tiempo se ocupaba y se esforzaba en gran manera para agasajarlo grandemente.

Acaso le pareció a Marta, que ella no lograría rápidamente arreglárselas ella sola con sus quehaceres, o le pareció sino, que su hermana no recibía a Jesucristo con la diligencia que correspondía: solamente Marta se acercó al Salvador y le dijo: "¡Señor! ¿No te importa que mi hermana me haya dejado sola para atender las cosas? Dile, pues, que me ayude."

Entonces el Señor Jesucristo le dijo en respuesta: "¡Marta, Marta! Tú te preocupas y te turbas por muchas cosas (excesivamente, es decir las preocupaciones de Marta están dirigidas a aquello, sin lo cual se puede seguir adelante, aquello que compone sólo la vanidad mundana y pasajera), mas una sola cosa es necesaria (esto es la atención hacia la palabra de Dios y el cumplimiento de su voluntad), y María escogió la buena (la mejor) parte, la cual (nunca) le será quitada."

 

Sucedió en otra oportunidad, cuando Jesucristo platicaba con el pueblo, que una mujer no podía contener en su alma su regocijo por Sus palabras, y exclamó a gran voz entre la muchedumbre: "Bienaventurada (feliz en el mayor grado) la Madre que te dio a luz y te alimentó!."

Mas el Salvador contestó a esto: "Bienaventurados aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen," es decir los que viven según los mandamientos de Dios.

 

Observación: Ver S. Lucas 10:38-42 y 11:27-28.

 

Acusación del Salvador a los Fariseos en Pecado — Blasfemia Contra el Espíritu Santo y Glorificación por Él de la Madre de Dios.

Los enemigos de Cristo — los fariseos — tuvieron consejo entre ellos para ver cómo matar a Jesucristo. Pero el Salvador, sabiendo sobre esto, se alejó de allí. Detrás de Él le seguía una gran multitud de personas, y Él, por su misericordia, curó a todos los enfermos.

Cuando el Salvador y sus discípulos entraron en una casa, allí se reunió tanta gente que a ellos les fue imposible hasta de cobrar fuerzas alimentándose.

En ese momento trajeron al Salvador a un endemoniado — ciego y mudo. El Señor lo curó de tal forma que el ciego y mudo comenzó a ver y hablar.

Todo el pueblo se maravilló y hablaba: "¿Acaso no es este el Cristo, el hijo de David?"

Al oír tales palabras del pueblo, los fariseos endurecidamente se pusieron a decir: "Él expulsa a los demonios no de otra manera sino por el poder de Beelzebub (diablo, satanás), el príncipe de los demonios."

Entonces Jesucristo dijo: "¿Cómo puede satanás expulsar a satanás? Si un reino se divide contra sí mismo, no puede permanecer de pie. Si una casa se divide contra sí misma, no puede permanecer de pie. O ¿cómo puede alguien entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata? Entonces sí saqueará la casa. Si satanás se levantó contra sí mismo y se dividió, no puede permanecer de pie, sino que ha llegado su fin. Y si (ustedes dicen que) Yo expulso a los demonios por el Espíritu de Dios, entonces, claro, el Reino de Dios alcanzó a ustedes."

"Por eso en verdad les digo: Todo pecado y blasfemia (condenación, calumnia) se perdonará al hombre; pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no se perdonará al hombre, ni en este siglo ni en el venidero."

La misericordia de Dios es infinita, y si el hombre reconoce su pecado y se arrepiente, entonces no hay pecado alguno que venza la misericordia de Dios. Seguidamente se cometen pecados y blasfemias por extravío, los cuales fácilmente se lavan con arrepentimiento.

Pero el que consciente y obstinadamente rechaza esta salvadora misericordia de Dios (la cual es la gracia del Espíritu Santo), aquel conscientemente llama a las obras de la omnipotencia de Dios obras del diablo, él no tiene de dónde aferrarse al arrepentimiento, y sin arrepentimiento no hay ni puede haber salvación.

La Santa Iglesia define: la blasfemia contra el Espíritu Santo es la oposición consciente y endurecida a la verdad. "El Espíritu Santo nos instruye en toda verdad" (S. Juan16:13; 14:26 y 15:26); Él es "el Espíritu de la Verdad" (S. Juan 14:17) — así Lo nombra el Señor mismo.

En el transcurso de esta plática, llegaron al Salvador Su Madre y Sus hermanos, y se quedaron fuera de la casa, ya que no podían acercarse a Él a causa de la multitud. ("Hermanos" en aquel tiempo, tanto entre los hebreos como en general por costumbre orienta, se llamaba a todos los parientes cercanos).

Los fariseos se aprovecharon de esta circunstancia, para estorbar la continuidad de Su predicación y despertar en la gente incredulidad hacia Su procedencia celestial, y dijeron: "He aquí, tu Madre y tus hermanos y hermanas están fuera de la casa y quieren hablar contigo."

Entonces Jesucristo deseó una vez más recordar a la gente, que Él es Hijo de la Santísima María sólo por su humanidad, pero que al mismo tiempo Él, desde la eternidad, es el Hijo de Dios y vino al mundo para salvar al pecador género humano — cumplir con la voluntad de su Padre Celestial. Por eso, como a Él mismo, así también a su Purísima Madre y a todos los creyentes les corresponde, antes que nada, hacer la voluntad del Padre Celestial. Para esto es imprescindible poner a las más elevadas y eternas obligaciones espirituales por encima de las temporales, las terrenales.

El Señor sabía que su Madre guarda en su corazón todas sus palabras. Ella es la más atenta oyente y cumplidora de su divina enseñanza, y poniéndola a Ella como ejemplo, Él dijo: "¿Quién es mi Madre y mis hermanos?" E indicando con su mano a sus discípulos, dijo: "He aquí mi Madre y mis hermanos, porque el que cumpla la voluntad de mi Padre Celestial (como la cumple mi Madre), aquél es para Mí mi hermano, hermana y Madre."

Así el Señor exaltó la dignidad de su Purísima Madre, la Cual es bienaventurada no sólo porque dio a luz al Dios-Hombre, sino es más bienaventurada aun porque Ella se convirtió en la primera y más perfecta cumplidora de Su divina voluntad.

Él sabía, como Hijo de Dios, que su Madre había ido hasta Él no para estorbar su prédica del Evangelio del Reino de Dios, sino para padecer junto con Él. En efecto, el cruel dolor interno atravesaba su corazón: por amor a su divino Hijo, Ella se espantaba de ver sus sufrimientos; pero la sumisión a la voluntad de Dios y el amor hacia los pecadores, para la expiación de los cuales de la muerte eterna se ofreció a Sí mismo su Hijo y Dios en sacrificio de aplacamiento, inducían a Ella a aceptar sin queja alguna, todo lo que fue pre-definido por el Consejo Trinitario Divino desde la creación del mundo.

Jesucristo, como Hijo del hombre se aflijía en gran manera por su Madre, mas como Dios, le daba la fuerza para sobrellevar esta pesada prueba. Sufría su Madre por su amado Hijo, rodeado por vejaciones y deshonras, pero como Madre del Dios-Hombre, Ella le deseaba dignarse de sobrellevar estos sobrenaturales sufrimientos y, confiando plenamente en Él, Ella firmemente esperaba esta hora.

 

Observación: Ver S. Mateo 12:22-37 y 46-50; S. Marcos 3:20-35 y S. Lucas 11:14-23 y 8:19-21.

 

La Santísima Madre de Dios consumó el más elevado denuedo sobre la tierra — el denuedo de la perfectísima humildad, el cual es el amor. Ella, o hablaba las palabras de Dios o callaba. "Y durante la vida de su Hijo, Ella estaba en profunda sombra," escribe el autor de "Humildad en Cristo," "y luego de la ascensión de Jesús, Ella permaneció en la imperseptibilidad. Sin embargo, teniendo ahora la Única Intercesora en la Santísima Madre de Dios, nosotros sabemos que su vida fue la mejor de todas las que hubo en la tierra." Ella, luego de su dormición, fue ascendida por Dios, no sólo más alto que todos los santos complacientes de Dios, sino más alto que todos los poderes celestiales: "Más honorable que los querubines e incomparablemente más gloriosa que los serafines."

Así, en la persona de la Purísima Madre de Dios se substanciaron las inmutables palabras del Salvador: "Busquen primero el Reino de Dios y su verdad, y todo esto lo recibirán por añadidura" (S — Mateo 6:33 y S. Lucas 12:31).

Quiénes son llamados en el Evangelio "hermanos" del Señor Jesucristo

Los llamados en el Evangelio "hermanos y hermanas" del Señor no significan en absoluto que fueron hermanos y hermanas carnales del Señor en nuestro contemporáneo entendimiento. Según la tradición de los pueblos orientales de aquel tiempo (como también hoy en día esto todavía se guarda en la vida del pueblo árabe que vive en Palestina y Asia Menor), "hermanos" se llaman no sólo a los hermanos carnales, sino también a los primos, primos segundos y en general a los parientes cercanos.

Hermanos carnales del Señor no podían haber, ya que la Madre de Dios tenía un Único Hijo, el Señor Jesucristo, y Ella es llamada por la Santa Iglesia como Siempre Virgen, porque antes del nacimiento de Cristo Ella era Virgen, y en el nacimiento y luego del mismo permaneció igualmente Virgen, ya que había dado un voto (promesa) a Dios de nunca casarse. San José era su marido aparente, era sólo comprometido — cuidador de su virginidad. Quiere decir que "hermanos y hermanas" carnales del Señor pueden ser primos y primos segundos, y esto sólo por la línea de la mujer, es decir por la línea de su Purísima Madre; porque parentesco sanguíneo (carnal) por la línea del hombre el Salvador no podía tener con nadie, ya que Él no tenía padre carnal.

En el Evangelio mismo no se da ninguna aclaración sobre en qué parentesco se encuentran los "hermanos y hermanas de Jesucristo," aunque a algunos de ellos hasta se los menciona por sus nombres: Santiago, José, Simón y Judas (S. Mat. 13:54-56). Mucho se ha escrito acerca de los "hermanos del Señor," se han presentado muchas resoluciones y teorías, pero todas ellas contenían contradicciones e imprecisiones.

Si estos "hermanos" del Señor aparecen en el sentido literal, es decir efectivamente parientes carnales, entonces ellos pueden ser al Salvador primos segundos: el Apóstol Mateo llama madre de ellos a María de Santiago (ella es también de Cleopa), la cual, como dicen los investigadores, es la prima de la Purísima María. El Ap. Juan también la llama "hermana de la Madre de Él" (19:25).

Pero estos "hermanos" del Señor pueden ser también aparentes "medio" hermanos por el aparente padre José el Comprometido; es decir, ellos podían ser hijos de San José de su primer matrimonio (es decir de su auténtico matrimonio, habido antes de su compromiso con la Santísima Virgen María). En esto no hay nada para el asombro; así, por ejemplo, el Ap. Marcos lleva la genealogía del Salvador por la línea de José el Comprometido conforme con las leyes hebreas. A esto asimismo se pueden indicar las palabras de los judíos, dichas sobre el Salvador: "¿De dónde consiguió Éste tal sabiduría y poder? ¿Acaso no es el hijo del carpintero? ¿No se llama su Madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas (Tadeo)? ¿Y sus hermanas no están todas entre nosotros? ¿De dónde, entonces, todo esto en Él?" (S. Mateo 10:54-56). También en el Ap. Juan hay indicación que se acerca a esta posición: "Entonces sus hermanos le dijeron: Sal de aquí (de Galilea, de su casa) y ve a Judea, para que tus discípulos vean las obras que Tú haces" (7:3). Es conocido asimismo, que la indicación a aquello que los "hermanos" del Señor son los hijos de José de su primer matrimonio es la más antigua tradición.

Esta antigua tradición no tendría ninguna objeción, si el Ap. Mateo no hubiera mencionado que la madre de Santiago y José era María, la cual el Ap. Juan llama María de Cleopa, hermana de la Madre de Él (S. Mat. 27:56; S. Juan 19:25); por eso algunos investigadores llegan a la conclusión de que "hermanos" del Señor eran a Él primos segundos carnales.

Pero, así como la Santa Iglesia Ortodoxa no rechaza la antigua tradición arriba expuesta, nosotros consideramos imprescindible hablar sobre ella.

En "La vida de los santos" (Minea) en el día 26 de diciembre, se habla sobre que S. José el comprometido era hijo de Santiago. Y Santiago era hijo de Mattán. Pero Santiago era casado, según la ley de levirato, con la mujer de su hermano Elías, el cual había muerto sin haber tenido hijos. La ley de levirato prescribía que si uno muere sin tener hijos, entonces su hermano debía tomar para sí a su mujer y "levantar simiente (descendencia) a su hermano" (Deuteronomio 25:5-6). Según esta ley, José era hijo de Elías, aunque por naturaleza era hijo de Santiago. He aquí porqué el S. Evang. Lucas, exponiendo la genealogía de Cristo, llamaba padre de José a Elías, hablando así sobre Cristo: "Jesús, cuando comenzó su enseñanza, era de treinta años de edad, y era, como pensaban, hijo de José, de Elías, de Mattán..." (S. Lucas 3:23).

La tradición de la Iglesia indica que San José tenía una mujer e hijos. Así, Nicéforo, antiguo historiador griego, siguiendo a S. Hipólito, transmite que S. José se había casado con Salomé, pero no pienses (agrega él) que esta es aquella Salomé, la cual se encontraba en Belén y que fue nombrada abuela del Señor; ésta era otra Salomé. Ya que aquella era pariente de Elisabet y de la Santísima Madre de Dios, mientras que ésta era hija de Ageo, hermano de Zacarías, padre del Precursor. Ageo y Zacarías eran hijos del sacerdote Baraquías. Teniendo en matrimonio a esta Salomé, hija de Ageo, el Santo José tuvo cuatro hijos: Santiago, Simón, Judas, José y dos hijas Esfiras y Tomar, o, como otros dicen, Marta; mientras que el sinaxarion (enseñanza eclesiástica en los libros de los oficios, la cual explica el suceso que se festeja) en el Domingo de las Mujeres Miróforas agrega todavía a una tercer hija, de nombre Salomé, la cual era esposa de Zebedeo. Y Jorge Kedrin, habiendo hecho mención de dos hijas de José, habla que una de ellas, María, fue dada en matrimonio a Cleopas, hermano de José, ya luego del regreso de José de Egipto; pero aquella María, como parece, es la misma persona que Marta y Thamar (en el santoral georgiano, entre el número de las Santas Mujeres Miróforas se honra también a Santa Thamar, bajo el nombre de Tamara. De todas maneras, siendo ella hija de quien fuera y habiendo tenido José las hijas que sea — es indudable que José fue casado y tuvo hijos e hijas.

Luego de la muerte de su mujer Salomé, José vivió viudo un pronunciado período, pasando sus días en pureza.

En el Santo Evangelio, su santa e inmaculada vida es testificada por las siguientes palabras, aunque cortas pero en gran manera encomiables: "Y José, marido de Ella, era recto..." (S. Mateo 1:19). ¿Y qué puede haber mayor que tal testimonio? Él era tan recto que con su santidad superó a los demás rectos antepasados y patriarcas. Ya que ¿quién fue digno de transformarse en el comprometido y aparente marido de la Santísima Virgen y Madre de Dios? ¿Y a quién fue dado semejante honor de hacerse el llamado padre de Cristo? En verdad él fue digno de tal honor y de tal servicio, por su perfecta vida en cuanto a virtudes. Cuando él llegó a anciano, a los ochenta años, fue comprometida a él la Santa Virgen María y fue dada a él para la conservación de su Virginidad. Y él con toda piedad y temor, sirvió a Ella, como a la Madre de Dios, y como a la Señora y Soberana tanto suya como de todo el mundo (convencido de esto por el Ángel, el cual se le había aparecido en sueños), asimismo como al Dios-Niño nacido de Ella, alcanzándole el alimento con el esfuerzo de sus manos. Murió San José a los ciento y diez años.

 

 

 

Folleto Misionero # SZ02

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

 

 

(ley_Dios_slobodskoy_2.doc, 06-25-2002).

 

 

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