Relatos del

Nuevo Testamento

Parte II

Arcipreste Serafín Slobodskoy

Traducido por Diacono Kiril Joltkevitch / Yulia Korotkova

 


Contenido: El Sermón de la Montaña, continuación. El saneamiento del paralítico. La Resurrección del hijo de una Viuda. La parábola del Sembrador. La parábola de la Semilla de Mostaza. La Desaparición de la Tormenta. La resurrección de la hija de Jairo. La decapitación de Juan el Predecesor. El milagro con los cinco panes. La caminata de Jesucristo sobre las aguas. El saneamiento de la hija de la Cananiana. La confesión de Pedro. La transfiguración del Señor. El principal Mandamiento. La parábola del Samaritano. Jesucristo donde Marta y María. El saneamiento del Ciego. La parábola del Rico insensato. Como hay que rezar. Perdón de las ofensas. El saneamiento de los diez leprosos. La parábola del Rico y Lázaro. La parábola del Fariseo y el Publicano. La bendición de los niños. El proverbio del Hijo Pródigo. Sobre el fin del mundo. Las Diez Vírgenes. La parábola de los Talentos. El Último Juicio. La resurrección de Lázaro.

La entrada a Jerusalén. La parábola de los Crueles Viniculturores. La traición de Judas. La Santa Cena. La oración en Getsemané. El juicio a Jesucristo. La negación de Pedro. La perdición de Judas. Jesucristo en el juicio de Pilato. El camino de Jesucristo con la cruz. La crucifixión de Jesucristo. El entierro de Jesucristo. La Resurrección. La Aparición a dos Discípulos. La aparición a los Apóstoles. La aparición a Tomás. La aparición en el Mar de Tiberia. La aparición a quinientos discípulos. La Ascensión. El descenso del Espíritu Santo.

Parte III

La vida de los primeros Cristianos. Las persecuciones. La conversión de Saulo. La Dormición de la Virgen Maria. Los trabajos de los Apóstoles. La destrucción de Jerusalén. El alzamiento de la Cruz. Nuevos enemigos del Cristianismo. Los Concilios Ecuménicos. La separación de la Iglesia Romana. El bautizo de Rusia.


 

El Sermón de la Montaña, continuación

Las Bienaventuranzas

Nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, como un Padre amante, nos señala los caminos y las obras a través de los cuales la gente puede entrar en el Reino del Cielo, el Reino de Dios. A todos aquellos quienes cumplan con Sus enseñanzas o mandamientos Cristo les prometió, como Rey del cielo y de la tierra, una eterna bienaventuranza (una gran alegría, una felicidad suprema) en la futura vida eterna.

Es por ello que Él llama a estas personas Bienaventuradas, es decir, los más felices.

1. Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Pobres de espíritu - son aquellas personas que sienten y reconocen sus pecados y sus deficiencias espirituales. Ellos recuerdan que, sin la ayuda de Dios, nada bueno podemos hacer solos y, por eso, no se halagan de nada y no se vanaglorian, ni delante de Dios ni delante de la gente. Ellos son personas pacientes.

2. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

Los que lloran - son personas que sufren y lloran por sus pecados y deficiencias espirituales. El Señor les perdonará sus pecados. Él les dará tranquilidad, aún aquí en la tierra y en el cielo una alegría eterna.

3. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.

Los Mansos - son personas que, con paciencia, aguantan cualquier penalidad, sin enfadarse (renegar) a Dios y con humildad aguantan cualquier dificultad y agravio de las personas, sin enfadarse con nadie. Ellos recibirán la posesión de la vivienda celestial, es decir la nueva (renovada) tierra en el Reino de los Cielos.

4. Bienaventurados los hambrientos y sedientos de la verdad, porque ellos serán saciados.

Hambrientos y sedientos de la verdad - son personas que fervientemente ansían la verdad, como hambrientos - de pan, y sedientos - de agua, pidiéndole a Dios para que Él los limpie de pecados y les ayude a vivir correctamente (deseando ser justificados delante de Dios). El deseo de estas personas se cumplirá. Ellos se saciarán, es decir, serán justificados.

5. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos obtendrán misericordia.

Misericordiosos - son personas poseedoras de corazón, bondadosos, misericordiosos, co-sufrientes con todos, dispuestos siempre a ayudar al necesitado en todo lo que puedan. Estas personas serán perdonadas por Dios. A ellos se les presentará una especial misericordia de Dios.

6. Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios.

Puros de corazón - son personas que no solamente se cuidan de las malas obras, sino que tratan de que su alma esté pura, es decir, la conservan sin malos pensamientos y deseos. Ellos, y aquí, están cerca de Dios (con el alma pura lo sienten) y, en la vida venidera, eternamente se encontrarán con Dios en el Reino de los Cielos, verán a Dios.

7. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Pacificadores - son las personas que no quieren ningunas disputas. Ellos mismos tratan de vivir con todos en paz y en armonía y tratan de pacificar a otros entre sí. Ellos se asemejan al Hijo de Dios, quien vino a la tierra para apaciguar al hombre pecador con el correcto juicio de Dios. Estas personas se llamarán hijos, es decir, hijos de Dios y estarán especialmente cerca de Dios.

8. Bienaventurados los perseguidos por causa de la verdad, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Perseguidos por causa de la verdad - son personas que aman vivir según la verdad, es decir, por la Ley de Dios, por la justicia, que aguantan y soportan por esta verdad cualquier persecución, necesidad y sufrimiento, pero por nada la traicionan.- Ellos, por esto, recibiran el Reino Celestial.

9. Bienaventurados sois cuando os injurian y persiguen, y dicen toda clase de mal contra vosotros por mi causa, mintiendo. regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en los Cielos.

Aquí el Señor dice: si los van a forzar (ofendiéndolos), perseguir y decir mentiras sobre ustedes (culparlos injustamente, calumniarlos) y todo esto ustedes van a soportar por su fe en Mí, entonces no se pongan tristes sino alégrense y regocíjense, porque a ustedes les espera una grandísima recompensa - la más grande - en el Cielo, o sea, el escalón más alto y especial en la eterna buenaventura.

Sobre el Destino de Dios

Jesucristo enseñaba que Dios destina, es decir, se preocupa, de toda criatura pero se preocupa especialmente de las personas.

El Señor se preocupa por nosotros más y mejor que el más bondadoso y sabio padre por sus hijos. Él nos da su ayuda en todo lo indispensable para nuestra vida y lo que nos sirve para nuestro verdadero beneficio.

"No se preocupen (de más) por aquello que comerán, o beberán, o lo que vestirán" dijo el Salvador. "Miren a los pájaros en el cielo. Ellos no siembran, no cosechan, no recogen los frutos y nuestro padre celestial los alimenta. ¿Acaso ustedes no son mejores que ellos? Miren a los lirios silvestres, cómo crecen. Ellos no trabajan, no se esfuerzan. Pero les dijo que hasta Salomón, con toda su gloria, no se vestía así como cualquiera de ellos. Si a la hierba silvestre, la cual existe hoy y mañana será tirada al horno, Dios la viste así, ¡más a ustedes, hombres de poca fe! Dios, Nuestro Padre Celestial, sabe que ustedes tienen necesidad en todo esto. Por eso, busquen primeramente le reino de Dios y Su verdad, y esto todo se le añadirá."

Sobre el no Juzgar al Prójimo

Jesucristo no mandó juzgar a otras personas. Él dijo así: "No juzguen y no serán juzgados. No critiquen y no serán criticados. Porque con ese juicio con el cual ustedes juzgan serán juzgados (es decir, si ustedes van a ser condescendientes con los actos de otras personas, entonces el juicio de Dios será misericordioso con ustedes). Y con la medida que ustedes midan, con esa medida también a ustedes se les medirá. ¿Y qué miras la astilla en el ojo de tu hermano (es decir, en cualquier otra persona) pero el enorme tronco de tu ojo, no lo sientes? (Esto significa: ¿para qué quieres detallar en otros pecados y deficiencias insignificantes de otros, sí en cambio en ti mismo no quieres ver grandes pecados y vicios?) O, ¿cómo dirás a tu hermano: déjame sacarte la astillita de tu ojo y en cambio en tu ojo hay un tronco? Hipócrita, saca primero el tronco de tu ojo (primero trata de corregirte a ti mismo) y entonces verás cómo sacar la astillita del ojo de tu hermano (entonces sabrás corregir el pecado en el otro, sin ofenderlo ni despreciarlo)."

Sobre el Perdón al Prójimo

"Perdonen y serán perdonados" dijo Jesucristo. "Porque si ustedes van a perdonar los pecados a las personas, entonces el Padre Celestial les perdonará; pero, si no van a perdonar a las personas sus pecados, entonces el Padre Celestial tampoco les perdonará a ustedes sus pecados."

Sobre El Amor Al Prójimo

Jesucristo nos ordena amar no solamente a los mas cercanos a nosotros, sino a todas las personas, hasta a quienes nos agredieron y nos hicieron algún daño, es decir, nuestros enemigos.

Él dijo: "Ustedes escucharon lo que se ha dicho (por sus maestros - fariseos y escribas) ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo les digo: amen a su enemigo, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que no les soportan y recen por lo que les ofenden y los que les apabullan. Sean hijos de su Padre Celestial. Porque Él ordena la lluvia sobre los justos y los injustos."

"Si ustedes amaran solamente a aquellos que les aman, o harán el bien solamente a los que les hacen el bien, y serán recíprocos solamente a aquellos de los cuales esperan recibir algo a cambio, ¿para qué Dios los va a recompensar? ¿Acaso no hacen lo mismo las personas injustas? ¿Acaso no actúan así los paganos? Así que sean misericordiosos, al igual como su Padre es misericordioso. Sean perfectos, como es perfecto su Padre Celestial."

Sobre La Norma De Comportamiento

Cómo nosotros debemos comportarnos con nuestro prójimo siempre y en cualquier ocasión, para esto Jesucristo nos dio esta norma: "En todo, como deseen, que las personas actúen con ustedes (nosotros queremos que todos nos quieran, que nos hagan cosas buenas y que nos perdonen) así actúen ustedes con ellos (No le hagan a los demás lo que no deseen para si mismos).

Sobre La Fuerza De La Oración

Si le rezamos arduamente a Dios y le pedimos ayuda, entonces Dios hará todo lo que nos servirá para nuestro verdadero beneficio. Jesucristo habló así sobre esto: "Pidan y se les dará. Busquen y encontrarán. Toquen y se les abrirá. Porque a cualquiera que pida se le dará; y el que busca encontrará; y al que toca le abrirán. O es que entre ustedes hay alguna persona que cuando su hijo le pida pan ¿le daría una piedra? Y cuando le pidiese pescado ¿le daría una serpiente? Entonces, si ustedes siendo malvados, saben dar cosas buenas a sus hijos, más aún su Padre Celestial les dará cosas buenas a los que las piden."

Sobre Las Limosnas

Cualquier acto de bondad que hagamos, debemos hacerlo no por halago delante de la gente, no demostrativamente delante de las personas, no para recibir recompensa de las personas, sino por amor a Dios y al prójimo. Jesucristo dijo: "Miren, no den limosna delante de la gente para que ellos lo vean. De lo contrario no recibirán ustedes la recompensa de su Padre Celestial. Cuando hagáis una limosna no lo gritéis (es decir, no lo divulguéis) como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que les glorifiquen las personas. Sinceramente os digo a ustedes: ellos ya reciben su recompensa. En cambio, cuando vosotros hacéis una limosna, que vuestra mano izquierda no sepa lo que hace vuestra mano derecha (es decir, ante ti mismo no te vanaglories por la cosa buena que tú has hecho; olvídate de ello) para que tu limosna sea secreta. Y el Padre tuyo, viendo el secreto (es decir, lo que está en tu alma y el porqué tú haces todo esto) con seguridad te recompensará. Si no es ahora, entonces será durante su juicio final."

Sobre La Necesidad De Las Buenas Obras

Para que la gente sepa, que para entrar en el Reino de Dios no son suficientes tan sólo los buenos sentimientos y deseos, sino es indispensable hacer buenas obras, Jesucristo dijo: "No cualquiera que me diga: ¡Señor! ¡Señor! entrará en el Reino Celestial. Solamente aquél que cumpla con la voluntad (mandamientos) de mi Padre Celestial," es decir, es poco ser creyente y rezador (quien reza). Es necesario, además, realizar buenas obras, las cuales el Señor exige de nosotros.

Cuando Jesucristo terminó su sermón, el pueblo se maravillaba de su enseñanza, porque Él enseñaba como aquél quien tiene el poder y no como enseñaban los fariseos y escribas. Cuando bajó de la montaña, Le seguía una gran multitud y Él, por su gran misericordia, realizó grandes milagros.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo capítulos 5-7; el Evangelio de San Lucas 6:12-41.

 

El Saneamiento del Paralítico

El Señor Jesucristo nos enseñó a orar no solamente por nosotros mismos, sino también por los demás, por nuestros seres queridos. Porque por su amor el Señor, da su misericordia (su ayuda) y a aquellas personas por las cuales rezan otros.

Estando en la ciudad de Capernaum, Jesucristo estaba enseñando en una casa. Los habitantes de esta ciudad, al escuchar que Él se quedaba en esa casa, se reunieron allí en tal cantidad que era imposible acercarse a las puertas. Entre los oyentes estaban fariseos y maestros de la ley, los cuales vinieron aquí de todas partes de Galilea y Judea y hasta de Jerusalén.

Durante la conversación, el Salvador realizaba muchos milagros y sanando a los enfermos. En ese momento, cuatro hombres trajeron en la cama a un paralítico y trataban de introducirlo a la casa, hacia Salvador, pero de ninguna manera pudieron llegar a través de la multitud.

Entonces ellos subieron al techo de la casa, lo abrieron y bajaron la cama con el paralítico justo a los pies del Salvador. Jesucristo, viendo la fe de las personas que trajeron al enfermo, le dijo al paralítico: "¡Criatura, se te perdonan tus pecados!" Los fariseos y los maestros de la ley empezaron a razonar entre ellos: "¿Qué es lo que blasfema? ¡Quién puede perdonar los pecados además del único Dios?"

Jesucristo, sabiendo sus ideas, les dijo: "¡Qué es más fácil de decir: se te perdonan los pecados o decir: levántate y camina? Pero, para que Uds. sepan, que el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, te digo (dirigiéndose al paralítico): levántate, toma tu cama y ve a tu casa"

El enfermo de inmediato se levantó, tomó la cama sobre la cual había estado acostado, y se fue a la casa agradeciendo y glorificando a Dios por la misericordia recibida.

Así el Señor sanó al enfermo por la fe y la oración de sus amigos. La gente, al ver esto, se sorprendió y glorificaron a Dios. Y todos empezaron a decir: "Maravillosos hechos hemos visto hoy nunca nada parecido habíamos visto."

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 9:1-8; el Evangelio de San Marco 2:1-12; el evangelio de San Lucas 5:17-26.

 

La Resurrección del Hijo de la Viuda de Nain

En una oportunidad Jesucristo iba de Capernaum hacia la ciudad de Naín. A Él le seguían sus discípulos y una gran cantidad de gente.

Al momento cuando Él se acercaba, de las puertas de la ciudad estaban sacando a un joven difunto, hijo único de una viuda naitiana. La pobre mujer iba llorando inconsolablemente y mucha gente le acompañaba de la ciudad. Al verla, el Señor se apiadó del gran dolor de la pobre madre y le dijo: "No llores."

Después se acercó y tocó la camilla sobre la cual yacía el muerto (los judíos envolvían a sus muertos en una lona y los llevaban sobre camillas o especie de camas de tablillas para enterrarlos en las cuevas). Los que la llevaban se detuvieron.

Entonces, el Señor le dijo al muerto: ¡Joven! ¡Te digo, levántate!" El muerto se levantó, se sentó y comenzó a hablar. Y así devolvió Jesucristo al joven resucitado a su madre.

Viendo este milagro, todos fueron poseídos por el temor. Todos alababan a Dios y decían: "¡Un gran profeta se levantó entre nosotros! ¡Dios visitó Su pueblo!"

Observación: Ver el Evangelio de San Lucas 7:11-17.

 

La Parábola del Sembrador

Mientras Jesucristo se encontraba en Capernaum, vino a la orilla del lago de Galilea. A Él le llegó mucha gente. Él entró en un bote y se sentó, la gente estuvo en la orilla, y desde el bote, Jesucristo comenzó a enseñar al pueblo con parábolas.

Jesucristo dijo: "Había un sembrador que salía a sembrar. Cuando él sembraba, algunas semillas cayeron sobre el camino y fueron pisoteadas y picoteadas por los pájaros. Otras semillas cayeron sobre un sitio rocoso, donde había poca tierra. Ellas germinaron pero pronto se secaron porque no tenían raíz ni humedad. Otras semillas cayeron en la maleza (espinas, hierba silvestre) y la maleza las ahogó. Otras semillas cayeron en tierra buena y fértil donde germinaron y trajeron una gran cosecha."

Después, cuando los discípulos le preguntaron a Jesucristo: "¿Qué significa este proverbio?" Él les explicó:

La semilla es la palabra de Dios (el Evangelio).

El Sembrador - aquél que siembra (predica) la palabra de Dios.

La Tierra - el corazón del hombre.

La tierra en el camino, donde cayó la semilla, significa los no atentos y la gente descuidada a cuyo corazón no le llega la palabra de Dios. El Diablo la sujeta sin dificultad y se la lleva para que ellos no crean y no se salven.

El sitio pedregoso significa la gente inestable y poco espiritual. Ellos escuchan con ganas la palabra de Dios pero ésta no se afianza en el alma de ellos y ellos, a la primera tentación, pena o persecución a la palabra de Dios, se separan de la fe.

La Maleza son la gente cuyas preocupaciones vigentes, riquezas y distintos vicios ensordecen la palabra de Dios en el alma.

La Tierra buena y fértil significa la gente con buen corazón. Ellos están atentos a la palabra de Dios, la cuidan en su buena alma y con paciencia tratan de cumplir con todo lo que ella les enseña. Su cosecha son buenas obras, por lo cual ellos son dignos del Reino Celestial.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 13:1-23; el Evangelio de San Marco 4:1-20; el Evangelio de San Lucas 8:4-15.

 

La Parábola de la Semilla de Mostaza

Jesucristo enseñaba que el Reino de Dios, el Reino Celestial, al cuál El dio el comienzo y el fundamento (simiente) en la tierra (es decir, la iglesia de Cristo), en el comienzo pequeño, pero luego se extenderá sobre toda la tierra. Él dijo: "El Reino Celestial es similar a la semilla de mostaza, la cual el hombre toma y siembra en el campo. Esta semilla, aunque es la más pequeña que todas las demás, al crecer tiende a ser la más grande que cualquier arbusto y se convierte en un árbol. Tanto así, que llegan los pájaros del cielo y se protegen en su follaje"

Muchas otras parábolas decía el Salvador, enseñando al pueblo.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 13:31-32; el Evangelio de San Marco 4:30-32; el Evangelio de San Lucas 13:18-19.

 

La Desaparición de la Tormenta

Una vez Jesucristo, junto con sus discípulos, atravesaba en un bote el lago de Galilea. Junto a ellos navegaban otros botes. Jesús se durmió en un extremo del bote. Mientras tanto, se levantó una gran tormenta. Las olas golpeaban tan fuerte los lados del bote que éste se llenaba de agua y Jesucristo continuaba durmiendo.

Los discípulos se asustaron, despertaron al Señor y le dijeron: "¡Señor. Sálvanos que nos hundimos!" Jesucristo se levantó, le prohibió al viento soplar y le dijo al agua: "¡Apacíguate, detente!"

E inmediatamente el viento se calmó y el lago se tranquilizó. Se hizo un gran silencio. Luego, les dijo a los discípulos: "¿Por qué ustedes son tan miedosos? ¿Dónde está su fe?" Ellos y todos los que estaban allí, con temor y sorpresa decían el uno al otro: "¿Quién es éste que le da órdenes al viento y el agua y estos le obedecen?"

Observación: Ver le Evangelio de San Mateo 8:23-17; el Evangelio de San Marco 4:35-41; el Evangelio de San Lucas 8:22-25.

 

La Resurrección de la Hija de Jairo

La única hija de un respetado anciano hebreo de nombre Jairo, jefe de la sinagoga, estaba al borde de la muerte. Era una joven de 12 años.

Jairo vino hacia Jesucristo, cayó a Sus pies y fervientemente le pidió con estas palabras: "Mi hija está moribunda. Ven y ponle las manos encima para que ella sane y quede viva."

Viendo la fe de Jairo, Jesucristo fue con él. Por el camino los encontró el enviado de la casa de Jairo y les dijo: "Tu hija murió. No molestes al maestro."

Pero Jesús, habiendo escuchado esto, le dijo a Jairo: "No tengas miedo. Solamente ten fe y será salvada."

Cuando ellos se acercaron a la casa, vieron allí un gran ajetreo. Todos lloraban y gemían. El Señor les dijo: "No lloréis. La doncella no murió, sino duerme." Ellos no entendieron sus palabras y comenzaron a reírse de Él, sabiendo que ella había muerto. Pero Jesucristo, al sacar la gente de la casa, tomó consigo solamente a los padres de la muerta y a tres de sus apóstoles - Pedro, Jacobo y Juan, y entró al cuarto donde yacía la doncella muerta.

Él la tomó de la mano y le dijo: "Talita cumi" que significa: "Doncella, a ti te digo levántate!"

Y regresó su espíritu; la doncella de inmediato se levantó y comenzó a caminar.

Sus alegres padres estaban muy sorprendidos. Jesucristo mandó a que le dieran comida y estrictamente les prohibió a que divulgasen a la gente de lo ocurrido. Pero la voz de esto se corrió por toda la nación.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 9:18-26; el Evangelio de San Marco 5:21-43; el Evangelio de San Lucas 8:41-56

 

La Decapitación de Juan el Predecesor

La prédica de Juan, el Predecesor, no fue de larga duración. Al preparar a la gente para recibir al Salvador, terminó su vida con sufrimientos. Pronto después del bautizo del Señor, Juan fue apresado por el Rey de Galilea, Herodes Antipas. Este Rey de Galilea era el hijo de aquel Herodes el Grande, quien mandó a matar a catorce mil niños de Belén.

Juan reprendió al Rey Herodes en aquello que él, estando vivo su hermano Felipe, se casó con la esposa de este, Herodías. Por esto Herodías odiaba a Juan y le había pedido a Herodes matarlo. Pero Herodes no aceptaba por que consideraba a Juan un gran profeta y le temía a la gente. Sin embargo, para complacerla, lo encarceló. Herodías no quedó satisfecha con esto. Más aún, porque el mismo Herodes escuchaba con placer las enseñanzas de Juan y en mucho actuaba de acuerdo con sus palabras.

Pasó después de esto cerca de un año. Herodes celebraba el día de su cumpleaños. Estaba dando un gran banquete a sus jefes y comandantes y a las personas importantes de Galilea. Al banquete entró la hija de Herodías (hijastra de Herodes), Salomé, y comenzó a bailar. Ella agradó tanto a Herodes y a sus invitados que Herodes le dijo: "Pídeme lo que quieras" y juraba que le entregara hasta la mitad de su reino.

Ella salió y le pregunto a su madre: "Que pedir de el?"

Herodias respondía: "La cabeza de Juan el Bautista."

Salomé, con apresuramiento, regresó con Herodes y le dijo: "Quiero que tú me des inmediatamente en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista."

Herodes entristeció pero no quería faltar a su palabra delante de sus invitados y mandó al soldado para que decapitara a Juan en la cárcel. El soldado, habiendo cumplido con el mandato del Rey, trajo sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista y se la entregó a Salomé, y Salomé la llevó a su madre, Herodías.

Los discípulos de Juan, habiendo escuchado sobre la muerte de Juan el Bautista, vinieron, tomaron su cuerpo y lo enterraron.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 14:1-12; el Evangelio de San Marco 6:14-29; el Evangelio de San Lucas 9:7-9.

El día de la terrible muerte del Santo Juan, el Predecesor, la santa iglesia ortodoxa celebra el 29 de agosto, según el viejo calendario, y el 11 de septiembre, según el calendario nuevo. Se llama el Día de la Decapitación de Juan el Predecesor. Este día se debe mantener un estricto ayuno. La Santa Iglesia venera a Juan el Predecesor mucho más alto que todos los santos, y después de la Madre de Dios.

 

El Milagro con los Cinco Panes

Muy pronto, después de la muerte de Juan el Bautista, Jesucristo, junto con los discípulos, fue al otro lado del lago. La gente que andaba a pie corría tras de Él por la orilla.

Cuando el bote se detuvo en la otra orilla, ya se había reunido multitud de personas. Jesucristo, viendo la cantidad de gente, se compadeció de ellos porque ellos eran como ovejas que no tienen pastor. Él salió a la orilla y conversó largo rato con ellos sobre el Reino Celestial y curó a muchos enfermos. La gente le escuchaba con tanta atención que no se daban cuenta del tiempo. Finalmente comenzó a anochecer. Los discípulos se acercaron a Jesucristo y le dijeron: "El sitio es solitario y el tiempo es tardío. Deja a la gente para que ellos vayan al pueblo cercano y se compren pan, porque ellos no tienen que comer."

Pero el Señor le contestó a sus discípulos: "No necesitan ir; denles ustedes de comer."

El apóstol Felipe le dijo: "Para ellos y por doscientos denarios habrá poco pan, paro que a cada uno le toque aunque sea un poco."

Jesucristo les dijo: "¿Cuánto pan tienen ustedes? Vayan y miren." Cuando ellos supieron, el apóstol Andrés dijo: "Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados. Pero ¿qué es esto para tanta gente?"

Entonces Jesucristo dijo: "Tráiganlo aquí." Y mandó a los discípulos a sentar a la gente en filas de cien y de cincuenta personas. Luego El tomó los cinco panes y los dos pescados, miró hacia el cielo, los bendijo, los partió y los dio a los discípulos y ellos lo distribuyeron entre la gente. Todos comieron y quedaron satisfechos.

Cuando todos estuvieron llenos, Jesucristo les dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos sobrantes para que no se pierda nada."

Los discípulos fueron, recogieron y llenaron completamente con los pedazos sobrantes doce canastas y hubo cerca de cinco mil personas que comieron, sin contar mujeres y niños.

En otra oportunidad el Señor, con siete panes y pocos pescados, alimentó a cuatro mil personas, también sin contar a mujeres y niños.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 14:14-21; el Evangelio de San Marco 6:32-44; el Evangelio de San Lucas 9:10-17; el Evangelio de San Juan 6:1-15.

 

La Caminata de Jesucristo Sobre las Aguas

Después de la milagrosa alimentación de la gente con los cinco panes, Jesucristo mandó a sus discípulos a ir en bote al otro lado del lago de Galilea, hacia Betsaida de Galilea. Él, por su parte, se despidió de la gente y subió al monte para rezar. Llegó la noche. El bote con los discípulos estaba ya en el centro del lago y las olas lo golpeaban pues soplaba un fuerte viento de frente. Antes del amanecer, Jesucristo, viendo el sufrimiento de los discípulos, fue hacia ellos por las aguas. Ellos, habiéndolo visto a Él caminar sobre las aguas, pensaron que era una aparición y de miedo gritaron.

Pero Jesucristo de inmediato habló con ellos: "tranquilícense; este soy yo. No temáis." Entonces el apóstol Pedro exclamó: "Señor, si éste eres Tú, entonces mándame a ir por las aguas hacia Ti." El Señor le dijo: "Anda."

Pedro salió del bote y comenzó a caminar sobre las aguas para acercarse a Jesucristo. Pero, sintiendo el fuerte viento y viendo las grandes olas, se asustó y, por el miedo, desapareció su fe y entonces comenzó a hundirse y gritó: "¡Señor, sálvame!"

Jesucristo de inmediato le extendió su mano, le sostuvo y le dijo: "¡Poco creyente! ¿Porqué dudaste?" Y cuando ellos entraron en el bote, el viento se calmó.

Los discípulos se acercaron, reverenciaron a Jesucristo y dijeron: "De veras Tú eres el Hijo de Dios."

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 14:22-36; el Evangelio de San Marco 6:45-56; el Evangelio de San Juan 6:16-21.

 

El Saneamiento de la Hija de la Cananiana

En una ocasión Jesucristo vino a las tierras de Tiro y Cidón. Allí vino hacia Él una mujer cananita de fe pagana y comenzó a gritarle fuerte: "¡Perdóname Señor, Hijo de David! Mi hija está poseída severamente por el demonio" Deseando mostrarle a sus discípulos la fuerte fe de esta pagana, Jesucristo no le contestó ni una sola palabra.

Entonces los discípulos le comenzaron a pedir: "Déjala ir porque ella grita y nos sigue." Pero Jesucristo contestó: "Yo fui mandado sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel." En este momento la mujer, reverenciándose, se acercó al Señor, se arrojó a sus pies y le pidió: "¡Señor, ayúdame!"

Jesucristo le dijo: "Deja primero que se sacien los niños. Porque no es bueno tomar el pan de los niños y tirarlo a los perros." Así dijo Él, porque los hebreos se llamaban niños de Abraham, hijos de Dios e hijos del Reino celestial y miraban a los paganos como a los perros.

He allí as porqué el Salvador, como si fuera intencionalmente, usó en esta oración a los hebreos y los igualó a los perros a esta mujer. Le quiso enseñar a los hebreos toda la equivocación, la injusticia de su trato con los paganos.

Entre los paganos Él encontraba una fe tan fuerte como no lo encontraba hasta en los hebreos, llamados por Él 'las ovejas perdidas de la casa de Israel.' Además, con estas palabras el Salvador le enseñó a la mujer que El tiene que vivir y hacer sus cosas, primeramente, entre los hebreos, porque ellos creían en el verdadero Dios. Pero lo principal, que el Salvador veía el corazón creyente de la mujer y se alegraba; que con su ejemplo podía enseñar a todos los hombres cómo debe ser la fe.

La mujer, humildemente, le contestó a esto: Así es, Señor. Pero los perros también comen migajas que se caen de la mesa de su amo." Con estas palabras la cananita mostró no solamente su gran humildad y conciencia, que en el paganismo el hombre no puede estar tan cerca de Dios como en la verdadera fe, pero también expreso con esto su profunda fe que en la misericordia de Dios hay la misericordia para cada persona. Entonces Jesucristo le dijo: "Oh, mujer. ¡Grande es tu fe! Que sea por tu deseo." Y su hija sanó en aquel instante. Una vez de regreso a su casa, la mujer encontró a su hija sana, tranquilamente descansando sobre su cama.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 15:21-28; el Evangelio de San Marco 7:24-30.

 

La Confesión de Pedro

Cuando Jesucristo con sus discípulos fue a los pueblos de Cesárea de Felipe, por el camino Él les preguntó: "¿Por quién me venera mi pueblo?" Ellos contestaron: "Unos por Juan el Bautista, otros por Elías y otros por Jeremías, o por uno de los antiguos profetas que resucitó."

"¿Y ustedes, por quién me veneran?" preguntó Jesucristo. El apóstol Pedro contestó por todos: "Tú eres Cristo, el hijo de Dios vivo." El Salvador felicitó a Pedro por tal demostración de fe y le dijo: "Tú, Pedro (piedra, por su fe), sobre esta piedra (sobre esta fe) yo (Hijo de Dios) crearé (formaré) mi Iglesia y ningún esfuerzo de Satanás la destruirá. Y a ti Pedro, te daré las llaves del Reino Celestial (tal poder de mi Iglesia). Lo que ates en la tierra será atado en el cielo y lo que desates en la tierra será desatado en el cielo."

Esto significa que a aquellos de los creyentes, pertenecientes a la Iglesia, que tú no perdones los pecados, a ellos no les serán perdonados por Dios; y aquellos de los pecados que tú perdones, aquellos serán perdonados por Dios.

Este mismo poder el Salvador le dio a todos sus demás apóstoles (Juan 20:22-23). A Pedro Él le dijo antes que a los demás, porque Pedro fue el primero de los apóstoles que confesó delante de Él su fe, que Él era Cristo, Hijo de Dios. A partir de entonces, Jesucristo comenzó a abrir (es decir, hablar abiertamente, profetizar) a sus discípulos que a Él, para la salvación de la gente, le esperaban muchos sufrimientos por parte de los ancianos, de los jefes de los sacerdotes y de los maestros de la ley. Y que sería asesinado y resucitaría al tercer día.

Pedro entonces apartó al Salvador y comenzó a reprenderle. "¡Sé misericordioso contigo mismo, Señor, que no pase esto contigo!"

De estas palabras de Pedro se ve que él tenía la noción judaica del Mesías y no entendía aún la enseñanza de la salvación de la gente a través del sufrimiento de Cristo. En él pesaban más los sentimientos terrenales que los espirituales.

La petición de Pedro era parecida a la tentación del diablo que igualmente ofrecía al Señor, en vez de lo espiritual, lo terrenal; en vez del Reino Celestial, el Reino de este siglo. Por eso, Jesucristo le contestó: "Aléjate de mí, Satanás. Tú me eres la tentación. Porque piensas no en aquello que es Dios sino de lo que es de los hombres."

Y después llamó al pueblo con los discípulos y dijo: "Aquél quien quiera seguirme, olvídese de sí mismo (no pienses en tus beneficios), toma tu cruz (amarguras, sufrimientos y trabajo, enviados a ti por Dios) y sígueme. Porque aquél quien quiera salvar su alma (vida), la perderá. Y aquél quien pierda su alma (vida) por Mí y el Evangelio, la preservará. Ya que cuál es el beneficio para el hombre si él, tratando de amasar bienes terrenales particularmente para él, adquiera aunque fuera todo el mundo pero destruye su alma, para el Reino de Dios, y para la vida eterna."

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 16:13-28; el Evangelio de San Marco 8:27-38; el Evangelio de San Lucas 9:18-27.

 

La Transfiguración del Señor

Para fortalecer la fe de sus discípulos, cuando lo vieran a Él sufriendo, Jesucristo les enseñó Su gloria celestial. No mucho antes de sus sufrimientos, Jesucristo tomó a tres discípulos: Pedro, Jacobo y Juan; y con ellos subió a una alta montaña Tabor para rezar. Mientras Él rezaba, los discípulos se durmieron por el cansancio.

Cuando se despertaron, vieron que Jesucristo se había transfigurado. Su rostro resplandecía como el sol, sus ropas se hicieron blancas como la nieve y brillantes como la luz. En este momento le llegaron a, en la gloria celestial, dos profetas - Marcos y Elías. Y hablaban con él sobre los sufrimientos y la muerte que le esperaba soportar en Jerusalén. Con esto una alegría sobrenatural llenó los corazones de los discípulos.

Cuando ellos vieron que Moisés y Elías se alejaban de Jesucristo, Pedro, sin saber que decir, exclamó: "¡Señor, nos es muy grato estar aquí! Si quieres, hagamos aquí tres chozas: una para Ti, otra para Moisés y la tercera para Elías" De repente, una nube clara los iluminó y ellos oyeron de la nube la voz del Dios Padre: "Éste es Mi Hijo amado, en el cual está mi bendición; ¡Obedézcanle!"

Los discípulos, asustados, se postraron en el suelo. Jesucristo se les acercó a ellos, los tocó y dijo: "Levantaos y no tengáis miedo." Los discípulos se levantaron y vieron a Jesucristo de la forma normal. Mientras bajaban de la montaña, Jesucristo les mandó a no contar a nadie lo que habían visto hasta que El no resucite de entre los muertos.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 17:1-13; el Evangelio de San Marco 9:2-13; el Evangelio de San Lucas 9:28-36.

La sublime transformación de nuestro Señor Jesucristo, la iglesia ortodoxa la celebra el día 6 de agosto, según el calendario viejo, y el 19 de agosto según el calendario nuevo.

Este día se considera como de gran festividad. Con su transfiguración, Jesucristo nos enseña cómo serán los hombres en el mundo venidero, en el Reino Celestial y cómo transfigurará todo nuestro mundo terrenal.

El día de la transfiguración, luego de la liturgia, se traen al templo, para ser bendecidas para su consumo, uvas y frutos de los árboles en general, como por ejemplo manzanas, peras, ciruelas, duraznos, etc.

Tropario:

Jesucristo se transfiguró en la montaña y mostró, hasta donde podía, su gloria a sus discípulos. Y que a nosotros, pecadores, resplandezca tu luz eterna con la oración de la Madre de Dios; Dador de luz. ¡Gloria a Ti!

Hasta donde pedían - hasta lo que los apóstoles podían ver de la Gloria celestial de Cristo.

Eterno - siempre existió y existirá. Dador de luz - iluminador de todas las cosas.

 

El Principal Mandamiento

Más de una vez la gente le preguntaba a Jesucristo qué era lo más importante de su enseñanza, para recibir la vida eterna en el Reino Celestial. Unos preguntaban para saber, otros para poder inculparlo.

Por este motivo una vez un jurista judío (es decir, un hombre encargado del estudio de la ley de Dios), queriendo probar a Jesucristo, le preguntó: "Maestro, ¿cuál es el mayor mandamiento en la ley?" Jesucristo le contestó: "Ama a tu Señor Dios con todo tu corazón y con toda el alma y con toda tu mente y con toda tu fortaleza. Este es el primer y el mayor mandamiento. El segundo es parecido al primero: Ama a tu prójimo como a ti mismo. Sobre estos dos mandamientos se fundamenta toda la ley y profecía."

Esto significa: todo lo que enseña la Ley de Dios, de lo que hablaban los profetas, todo esto está contenido en estos dos principales mandamientos. Es decir, todos los mandamientos de la ley y su enseñanza nos hablan del amor. Si tuviéramos en nosotros tal amor, entonces no podríamos incumplir con todos los demás mandamientos, así como todos ellos son partes del mandamiento de amor. Así, por ejemplo, si nosotros amamos al prójimo, entonces no podemos afligirlo, engañarlo, más aún matarlo o envidiarlo y, en general, no podemos desearle nada malo sino, por el contrario, lo deseamos bien, nos preocupamos por él y estamos siempre listos para sacrificar todo por el.

Por eso Jesucristo dijo: "No hay otro mandamiento mayor que estos dos" (Marco 12:31).

El jurista le dijo a Jesucristo: "Muy bien, Maestro. Dijiste la verdad. Que amar a Dios con todo el alma y amar al prójimo como a sí mismo es el más grande y mayor de todos los holocaustos y sacrificios a Dios."

Jesucristo, viendo que respondía inteligentemente, le dijo: "No estás lejos del Reino de Dios."

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 22:35-40; el Evangelio de san Marco 12:28-34; el Evangelio de San Lucas 10:25-28.

 

La Parábola del Samaritano

Un hebreo, maestro de la ley, queriendo justificarse (como los hebreos se consideraban 'su prójimo' solamente a los hebreos y a todos los demás los despreciaban), le preguntó a Jesucristo: "¿Quién es mi prójimo?"

Con el objeto de enseñarle a la gente a considerar a cualquier otra persona como su prójimo, sea quien fuese, si procediera de cualquier nación y fuera de cualquier fe, asimismo para que nosotros fuéramos condescendientes y misericordiosos con todas las personas, ofreciéndoles la mayor ayuda posible a sus necesidades y sufrimientos, Jesucristo le contestó con la parábola:

"Un hebreo iba de Jerusalén a Jericó y fue atrapado por unos bandidos quienes le quitaron las ropas, lo hirieron y se fueron dejándole casi muerto. Casualmente, andaba por el mismo camino un sacerdote hebreo. Éste miró al herido y pasó de largo. Así mismo, un levita (servidor de la iglesia hebrea) estaba en aquel lugar; se acercó, miró y se alejó.

Más tarde, por el mismo camino viajaba un samaritano (los hebreos despreciaban a los samaritanos de manera tal que no se sentaban junto a ellos en la misma mesa; incluso trataban de no hablar con ellos).

El samaritano vio al hebreo herido y se compadeció de él. Se le acercó, le vendó las heridas untándolas con aceite y vino. Luego lo montó sobre su asno, lo llevó a una posada y allí lo cuido. Al siguiente día, al partir, le dio al dueño de la posada dos denarios (denario = moneda romana, de plata) y le dijo: 'Encárgate de él y, si gastas más de esto, cuando yo venga de regreso te lo devolveré."

Después de esto, Jesucristo le preguntó al maestro de la ley: "¿Cómo piensas tú, cuál de estos tres era el prójimo del que cayó víctima de los bandidos?" El maestro de la ley le contestó: "El que le ofreció misericordia, (es decir el samaritano)."

Entonces, Jesucristo le dijo: "Ve y tú también actuáis así."

Observación: Ver el Evangelio de San Lucas 10:29-37.

 

Jesucristo donde Marta y María

Enseñando al pueblo, Jesucristo llegó a Betania. Este poblado no se encontraba lejos de Jerusalén, detrás del monte de Jericó. Allí lo recibió en su casa una mujer, con el nombre de Marta, quien tenía un hermano llamado Lázaro y una hermana llamada María.

En la casa de Lázaro Jesucristo dio la enseñanza de que la preocupación por la salvación del alma está por encima de todas las demás. Ocasión para la cual sirvió el recibimiento que le hicieran las hermanas de Lázaro. Ambas, con igual alegría, lo recibieron pero demostraron en forma diferente su alegría. María se sentó a los pies del Salvador y escuchaba atentamente sus enseñanzas. Marta, mientras tanto, estaba preocupada y se esforzaba arduamente por el banquete.

O le pareció a Marta que ella no podrá rápidamente encargarse sola de sus quehaceres, o le pareció que su hermana no recibe con tanto espero a Jesucristo como debería ser, solo que Marta se acerco al Salvador y le dijo: "Señor, ¿acaso no te preocupa que mi hermana me deje sola sirviendo? ¡Dile a ella que me ayude!"

El señor, Jesucristo, le dijo en respuesta: "¡Marta, Marta! Tú te preocupas y te agitas por mucho," (innecesariamente, es decir, las preocupaciones de Marta están dirigidas hacia aquello sin lo cual se puede vivir, lo que compone solamente lo terrenal. Una agitación rápidamente pasajera) "pero solamente se necesita una cosa (es la atención a la palabra de Dios y el cumplimiento de Su voluntad). Pero María escogió la parte más beneficiosa (la mejor), la cual (nunca) no le será arrebatada."

Otra vez ocurrió que, cuando Jesucristo conversaba con la gente, una mujer no pudo mantener la alegría en su alma por sus palabras y en voz alta exclamó entre la multitud: "¡Bienaventurada (feliz en un grado supremo) la Madre que Te concibió y Te crió!" El Salvador contestó a esto: "Bienaventurados aquellos que oyen la Palabra de dios y la cumplen," es decir. Quienes viven según los mandamientos de Dios.

Observación: Ver el Evangelio de San Lucas 10:28-42 y 11:27-28.

 

El Saneamiento del Ciego

Estando en el templo de Jerusalén, por la ocasión de una festividad, el Salvador, luego de su sermón, salió del tempo y atravesando la calle vio a un hombre ciego desde su nacimiento. Los judíos pensaban que cualquier penuria que le ocurriese al hombre era castigo por sus pecados. Si la pena alcanzaba a un niño, entonces ellos consideraban esto como un castigo por los pecados de los padres.

Por esto los discípulos de Jesús le preguntaron: "¡Rabí (maestro)!, ¿Quién pecó, él o sus padres, para que naciera ciego?"

Jesucristo contestó: "No pecó ni él ni sus padres. Pero esto es para que, sobre él, ocurran las obras de Dios."

Habiendo dicho esto, Él escupió sobre la tierra e hizo lodo del escupido y le untó con ello los ojos al ciego. Después, el Salvador le dijo al ciego: "Ve, lávate la cara en la piscina de Siloé." Siloé era el nombre de una de las fuentes de agua que se encontraba en las afueras de la ciudad. La palabra Siloé significa 'mandado, enviado.'

Para sanar al ciego de nacimiento, el Salvador pudo haber dicho una sola palabra y el ciego hubiese visto. Por esto, si Él ahora había untado los ojos del ciego, lo hizo no porque esa masa poseía fuerzas sanadoras, sino para que, con este contacto a sus ojos, se despertara en él la fe y enseñar a la gente que el ciego, con la fe, aceptó la palabra del Salvador.

El ciego de nacimiento fue a la piscina de Siloé, se lavó la cara y comenzó a ver. Y regresó viendo. Entonces, todos sus vecinos y los que lo habían visto anteriormente, se sorprendieron y se preguntaban: "¿No es éste aquel pobre ciego que estaba sentado y pedía limosna?" Unos decían: "¡Es él!" Otros decían: "Solamente se parece a él." El ciego mismo decía: "Este soy yo, el mismo que estaba ciego."

Entonces todos comenzaron a preguntarle: "¿Cómo se te abrieron los ojos?" El sanado contestaba: "El hombre llamado Jesús hizo lodo, me untó los ojos y me dijo 'Ve a la piscina de Siloé y lávate la cara.' Yo fui, me lavé y comencé a ver."

A él le preguntaban: "¿Dónde está ese hombre?" El sanado contestó: "No lo sé."

Entonces llevaron al antiguo ciego a los fariseos pero era Sábado cuando Jesucristo lo sanó. Los fariseos, así mismo, interrogaron al sanado cómo fue que había sanado. El sanado les contestó: "Él que me puso lodo sobre mis ojos y yo me lavé la cara y vi." Algunos de los fariseos comenzaron a decir: "No es de Dios este hombre porque no conserva el Sábado" Otros decían: "¿Cómo un hombre pecador puede hacer tales milagros?" Y hubo entre ellos discusión.

Luego, de nuevo preguntaron al sanado: "¿Qué puedes decir tú de Él? ¿Por qué Él te abrió los ojos?" El sanado les dijo: "Es profeta." Entonces los fariseos no creyeron que él había sido ciego y ahora podía ver. Llamaron a sus padres y les preguntaron: "¿Es éste su hijo, del cual ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora él puede ver?" Los padres del sanado les contestaron: "Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Pero cómo él ahora ve, no sabemos y quién le abrió los ojos, no sabemos. Nuestro hijo es mayor de edad (adulto), pregúntenle a él mismo. Que él mismo hable sobre sí."

Así contestaban sus padres, porque le temían a los fariseos, quienes habían convenido de antemano y acordaron que, cualquiera que aceptase a Jesús de Nazaret como Cristo - Mesías, el Salvador del Mundo, sería expulsado de la sinagoga. Es decir, le considerarían separatista de su fe y de la ley. Por esto, los padres, por temor delante de los fariseos, dijeron que él era mayor de edad y que le preguntasen a él mismo.

Entonces, por segunda vez, los fariseos llamaron al sanado y le dijeron: "¡Dale la gloria a Dios! Nosotros sabemos que aquel hombre es pecador" (es decir, por tu sanación dale gracias a Dios y no a este Hombre, El es pecador).

El sanado les dijo a ellos: "Si Él es pecador no lo sé. Solamente sé que yo era ciego y que ahora veo." Los fariseos, de nuevo, comenzaron a preguntarle: "¿Qué hizo Él contigo? ¿Cómo Él abrió tus ojos?" El sanado respondió: "Ya les dije y ustedes no escucharon. ¿Qué más quieren escuchar? ¿O es que ustedes quieren convertirse en Sus discípulos?"

Los fariseos se enfadaron, lo reprendieron y dijeron: "Tú eres su discípulo pero nosotros somos los discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que con Moisés hablaba Dios. De éste (de Jesús) nosotros no sabemos de dónde es."

Entonces, el sanado les dijo en respuesta: "Esto sí es sorprendente, que ustedes no sepan de dónde es El y Él me abrió los ojos. Pero nosotros sabemos que a los pecadores Dios no escucha. Pero al que venera a Dios y hace su voluntad, a aquél lo escucha. En el siglo no se escuchó que alguien (de la gente) abriera los ojos a un ciego de nacimiento. Si Él no hubiese sido de Dios, entonces no hubiera podido hacer nada."

Estas simples e inteligentes palabras, contra las cuales no había nada que decir, enfurecieron a los fariseos. Ellos le dijeron: "¿Tú naciste lleno de pecados y acaso tú eres el indicado en enseñarnos?" y lo echaron fuera.

Jesucristo, habiendo escuchado que los fariseos habían expulsado al sanado, lo encontró y le dijo: "¿Tú crees en el Hijo de Dios?" El sanado a su vez preguntó: "¿Quién es Él, Señor, para creer en Él?" Jesucristo le dijo: "Y lo vistes a Él y Él habla contigo." Entonces, el sanado, con gran alegría, dijo: "Creo, Señor" y le reverenció.

Observación: Ver el Evangelio de San Juan 9:1-38.

 

La Parábola del Rico Insensato

Jesucristo enseñaba: "Miren, cuídense de la avaricia (es decir, cuídense de querer amasar riquezas, cuídense del vicio de la riqueza) porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de sus bienes." Para que la gente entendiera esto mejor, el Señor contó la parábola del rico insensato.

Un hombre rico tuvo una buena cosecha en su campo. Y comenzó a razonar consigo mismo: "¿Qué hago? No tengo donde almacenar mis cosechas" Y, al decidir, dijo: "Voy a hacer esto: romperé mi silo y construiré nuevos silos, mucho más grandes y recogeré y guardaré allí todo mi trigo y todos mis bienes, y le diré a mi alma: ¡Alma! Muchos bienes hay guardados para muchos años. Reposa, come, bebe y regocíjate"

Pero Dios le dijo: "¡Necio! Esta noche tomarán tu alma de ti (es decir, morirás) ¿Quién recibirá aquello que tú preparaste?"

Al terminar aquella parábola, el Señor dijo: "así ocurre con aquél que guarda riquezas para sí y no se enriquece en Dios," o sea, así debe ocurrir con cualquier persona que amasó riquezas solamente para sí, para su comodidad y disfrute, y no para Dios; es decir, no para obras buenas, agradables a Dios y no ayuda al prójimo y no alivia sus sufrimientos.

Vendrá la muerte al hombre y su riqueza terrenal no le brindará a su alma en el otro mundo, en la vida venidera, beneficio alguno.

"Por esto os digo," dijo el Salvador "no se preocupen (demasiado) por aquello que comerán, que tomarán y que vestirán. El alma es más que el alimento y el cuerpo es más que la ropa. Su Padre Celestial sabe que ustedes tienen necesidad de todo esto. Primeramente busquen el Reino de Dios y su verdad y todo lo demás se les añadirá." Es decir, preocúpense primero por la salvación de sus almas, cumpliendo los mandamientos de Dios - manifiesten misericordia al prójimo, hagan de su alma un alma correcta, digna de estar en el Reino de Dios.

Entonces, todo lo restante, todo lo que requiere su cuerpo para la vida terrenal, el Señor os mandará.

Observación: Ver el Evangelio de San Lucas 12:15-31.

 

Como hay que Rezar

Una vez, cuando Jesucristo oraba y termino su oración, uno de los discípulos le dijo: "¡Señor! Enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos."

Jesucristo les dijo: "Cuando oren, digan así: "Padre nuestro, que estás en los cielos. Santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu Reino. Hágase tu voluntad, como es en el cielo así en la tierra. El pan nuestro dánoslo hoy. Perdónanos nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden. Y no nos dejes caer en la tentación mas líbranos del maligno. Porque tuyo es el Reino, la fuerza y la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén."

Observación: Ver el Evangelio de San Lucas 11:1-4; el Evangelio de San Mateo 6:9-13.

 

Perdón de las Ofensas

Durante un sermón de Jesucristo, el Apóstol Pedro se le acercó y preguntó: "Señor. ¿Cuántas veces debo perdonar a mi hermano (al prójimo) pecando contra mí (es decir, si él me ofende en algo)? Bastará perdonarle hasta siete veces?"

Jesucristo le dijo: "No te digo hasta siete, sino setenta veces siete," es decir, perdona sin contar, siempre.

Para explicar esto mejor, Jesucristo contó una parábola: "Un hombre le debía al rey diez mil talentos (talento - peso en oro y plata, en un valor aproximado de 2.500 de dólares. Es decir que su deuda era de 25.000.000 dólares). Pero él no tenía con qué pagar. Cuando lo llevaron ante la presencia del rey, este mandó venderlo a el, a su mujer, a sus hijos y todos sus bienes. Entonces el deudor se postró a los pies del rey y, reverenciándole, le comenzó a pedir: "Señor! Ten paciencia conmigo y yo te pagaré todo." El rey, misericordioso, se apiadó de él, le perdonó toda la deuda y lo dejo ir.

Este hombre, al salir del rey, vio a uno de sus compañeros que le debía cien denarios (es decir, solamente 20 dólares). Él agarró a su compañero y comenzó a ahorcarlo diciéndole: "Devuelve lo que me debes." El compañero se postró a sus pies y, suplicándole, decía: "Ten paciencia conmigo y te lo devolveré todo." Pero aquél no quiso esperar y fue y lo encerró en la cárcel hasta que no le devolviera la deuda. Cuando el rey supo, por los compañeros del afligido, de la crueldad de este hombre, lo hizo llamar y le dijo: "¡Cruel siervo! Te perdoné toda tu deuda porque tú me lo suplicaste. ¿Acaso no te correspondía perdonarle al compañero tuyo como yo te perdoné a ti?"

Y, enfadado, el rey lo entregó a los verdugos (la gente sobre las cuales descansaba el deber de castigar a los bandidos) hasta que no le devolviese toda su deuda."

Habiendo terminado su parábola. Jesucristo dijo: "Así y mi Padre Celestial hará con ustedes, si cada uno de ustedes no perdona de corazón a su prójimo, a sus pecados."

Con este proverbio, como Rey se sobreentiende a Dios. Por el hombre, quien le debía mucho al rey, se entiende que somos nosotros, la gente. Por deuda entendemos nuestros pecados. Por el compañero del deudor, aquella gente que en algo es culpable delante de nosotros (son nuestros deudores).

De esta parábola se puede observar que cualquiera que esté enfadado con el prójimo por alguno de sus actos y no lo quiere perdonar, no merece (no es digno) de recibir el perdón de Dios.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 18:21-35; el Evangelio de San Lucas 17:3-4.

 

El Saneamiento de los Diez Leprosos

A la entrada de un poblado, Jesucristo se encontró con diez leprosos. Nueve de ellos eran judíos y uno de ellos samaritano. El dolor común les unía.

A los leprosos se les prohibía acercarse a la gente pues su enfermedad era contagiosa. Por eso, deteniéndose de lejos, ellos en voz alta le decían: "Maestro Jesús, ten piedad de nosotros." Jesucristo les contestó: "Vayan y muéstrense a los sacerdotes." Los sacerdotes observaban a aquellos, quienes estaban sanando de la lepra y les daban entonces un certificado del permiso de vivir en las ciudades y los pueblos.

Los leprosos fueron donde los sacerdotes y cuando iban por el camino, se limpiaron de la lepra, es decir, sanaron. Uno de ellos, viendo que él había sanado, regresó con Jesucristo, en voz alta, glorificando a Dios, y se postro a los pies de Cristo agradeciéndole. Éste era el samaritano.

Los judíos se habían quedado sin agradecer. Entonces, Jesucristo dijo: "¿No fueron diez los que se limpiaron? ¿Dónde están los nueve restantes? Porqué ellos no regresaron para glorificar a Dios así como hizo este extranjero?"

Luego, dirigiéndose al agradecido samaritano, le dijo: "Levántate y ve. Tu fe te ha salvado." De esto vemos que nosotros siempre debemos ser agradecidos con Dios, por toda su misericordia que Él nos manda.

Observación: Ver el Evangelio de San Lucas 17:11-19.

 

La Parábola del Rico y Lázaro

Sobre aquella gente, quien ama las riquezas y no ayuda a los pobres, Jesucristo relató la siguiente parábola:

"Un hombre fue rico. Se vestía de púrpura (vestimenta como túnica de tela, de color púrpura y muy costosa) y viso (vestimenta como túnica, de lino fino, delgado, y de color blanco) y celebraba alegremente cada día. Igualmente, había un pobre con el nombre de Lázaro, quien yacía en el portón de la casa del rico y estaba cubierto de llagas. Lázaro yacía ahí para alimentarse de las migajas que caían de la mesa del rico y los perros venían y lamían sus llagas. Murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham (sitio de la bienaventuranza de los justos - el Paraíso).

Murió el rico y lo enterraron. Y, sufriendo en el infierno, él alzó sus ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro con él. Entonces exclamó: 'Padre Abraham! Ten misericordia de mí y mándame a Lázaro para que él moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque yo sufro en esta llama.'

Pero Abraham le contestó: 'Hijo. Acuérdate cómo en la tierra tu disfrutabas y Lázaro sufría. Ahora él se consuela aquí y tu sufres. Además, entre nosotros y ustedes está abierto un gran precipicio, el cual no podemos atravesar ni nosotros ni ustedes.'

Entonces, el que fue rico, le dijo a Abraham: 'Entonces te pido Padre, manda a Lázaro a la tierra, a la casa de mi padre, porque allí quedaron todavía cinco hermanos. Que él les prevenga y testifique a ellos de la futura vida para que ellos no caigan en este sitio de sufrimientos.'

Abraham le contestó: "Ellos tienen a Moisés y a los profetas (es decir, sus sagradas escrituras). Que les obedezcan."

El rico le replicó: "No, Padre Abraham, pero si alguno de los muertos viene entonces sí se arrepentirán." Entonces Abraham le dijo: 'Si a Moisés y a los profetas no les escucharon, entonces, si alguno de los muertos resucita no le creerán.'

En esta parábola el Señor claramente nos enseñó que si el rico gasta sus riquezas solamente en placeres y no ayuda a los necesitados, no piensa en su alma y tampoco en su eterno destino. Entonces será juzgado y no recibirá la bienaventuranza en la vida venidera.

Aquellos quienes con paciencia, humildad, sin quejarse, soportan los sufrimientos, recibirán la bienaventuranza de la vida eterna en el Reino Celestial.

Observación: Ver el Evangelio de San Lucas 16:19-31.

 

La Parábola del Fariseo y el Publicano

Previniéndonos a todos para que no fuésemos orgullosos, no nos vanagloriemos, no nos considerásemos justos y mejores que los demás, sino que con humildad, viendo nuestros pecados, nos apesaremos de ellos, sin criticar a nadie, porque solamente la persona humilde se eleva con el alma a Dios - Jesucristo relató la siguiente parábola:

"Dos hombres entraron al templo para rezar. Uno de ellos era fariseo y el otro un publicano (cobrador de impuestos). El fariseo, poniéndose delante, rezaba así: "Dios, te agradezco que yo no soy como la otra gente, ladrones, malvados, adúlteros o como ese publicano. Ayuno dos veces a la semana. Ofrendo la décima parte de todo lo que adquiero."

El publicano se paro a lo lejos. Incluso no se atrevía levantar sus ojos al cielo, pero, golpeándose el pecho, decía: 'Dios, sé misericordioso conmigo, el pecador.'

Jesucristo dijo: "Os digo a vosotros que el publicano salió hacia su casa más perdonado que el fariseo. Porque aquél quien se enaltece a sí mismo será humillado y quien se humille será enaltecido."

Observación: Ver el Evangelio de San Lucas 18:9-14.

 

La Bendición de los Niños

Muchos traían sus hijos a Jesucristo para que Él los tocara, colocando sus manos con oración y los bendijera. Los discípulos de Cristo no les permitían acercarse pensando que no valía la pena que los niños molestasen al Maestro.

Pero Jesucristo, viendo esto, se enfadó, llamó a los discípulos y les dijo: "Dejen a los niños y no objeten a que ellos vengan a Mí, ya que de ellos es el Reino Celestial. En verdad os digo: Aquel quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él." Y, abrazando a los niños, Jesucristo los bendijo colocando sobre ellos sus manos.

De esto nosotros debemos entender que la inocencia, sin enfado, la simpleza y la misericordiosa alma, características primarias de los niños, llevan al hombre al Reino Celestial.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 19:13-15; el Evangelio de San Marco 10:13-16; el Evangelio de San Lucas 18:15-17.

 

El Proverbio del Hijo Pródigo

A Jesucristo le iban publicanos (cobradores de impuestos) y pecadores para escuchar sus enseñanzas. Los orgullosos fariseos y letrados (eruditos, los maestros del pueblo hebreo) por esto hablaban mal sobre Jesucristo y decían: "Él recibe a los pecadores y come con ellos." Sobre esto, Jesucristo dijo varios proverbios en los cuales enseña que Dios con alegría y con amor recibe a cualquier pecador arrepentido.

He aquí uno de ellos: "Un hombre tuvo dos hijos. El menor de ellos le dijo al padre: "Padre. Dame la parte de los bienes que me corresponde." El padre cumplió con su petición. Pasados pocos días, el hijo menor reunió todo y se fue a un país lejano. Allí, viviendo desenfrenadamente, gastó todos sus bienes. Cuando había gastado todo, comenzó una fuerte hambruna en ese país y él comenzó a pasar necesidades. Fue entonces y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquél país y aquél lo mandó a sus campos a apacentar sus cerdos. Del hambre él hubiera sido feliz de alimentarse de los algarrobos que comían los cerdos, pero nadie se los daba.

Entonces, entrando en razón y volviendo en sí, él se acordó del padre. Se arrepintió de sus actos y pensó: 'Cuántos jornaleros (empleados) comen con abundancia pan en la casa de mi padre. Y yo padezco hambre! Me levantaré e iré con mi padre y le diré: "Padre, yo pequé contra el cielo y delante de ti y no soy digno de llamarme hijo tuyo. Acéptame dentro del grupo de tus jornaleros!"

Y así lo hizo. Se levantó y fue a casa de su padre. Al estar todavía lejos, el padre lo vio y se apiadó de él. El padre mismo corrió al encuentro del hijo, se echó sobre su cuello y le besó.

El hijo comenzó a decir: "Padre, yo pequé contra el cielo y delante de ti y no soy digno de llamarme hijo tuyo..."

Pero el padre le dijo a sus sirvientes: 'Traigan la mejor vestimenta y vístanlo. Denle el anillo en su mano y calzado a los pies y sacrifiquen un ternero bien engordado. Porque comenzaremos a comer y festejar. Porque este hijo, quien estaba muerto, revivió. Estaba perdido y se encontró.'

El hijo mayor en ese momento regresaba del campo. Habiendo escuchado en la casa los cantos y las voces, llamó a uno de los sirvientes y le preguntó: 'Qué es aquello?' El sirviente le contestó: 'Tu hermano vino y tu padre sacrificó al ternero engordado debido a que lo vio sano.' El hermano mayor se enfadó y no quiso entrar a la casa.

El padre salió y lo llamó. Pero él contestó al padre: 'He aquí yo, quien tantos años te sirvió y nunca te he desobedecido en tu mandato. Pero nunca me diste un cabrito para que yo me alegre con mis amigos. Pero cuando vino ese hijo tuyo quien gastó toda su riqueza en mala vida, tu mandaste a sacrificar para él un ternero engordado.'

El padre le contestó: 'Hijo mío. Tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. El que tu hermano estaba muerto y revivió; se perdió y se encontró, tú también deberías alegrarte y festejar.'

En esta parábola, por padre se sobreentiende a Dios, por el hijo perdido al pecador arrepentido. Al hijo perdido se le parece cualquier persona quien con su alma se aleja de Dios y se entrega voluntariamente a la vida pecaminosa. Con sus pecados él aniquiló su propia alma y todos los dones (vida, salud, fuerza, talento) que recibió de Dios. Cuando el pecador, volviendo en sí, entrega a Dios su sincero arrepentimiento con humildad y con la esperanza de su misericordia, entonces el Señor, como Padre misericordioso, se alegra con sus ángeles por el regreso del pecador, perdonándole todos sus pecados, por grandes que estos fuesen, y le regresa sus bondades y dotes.

Con la narración del hijo mayor, el Salvador nos enseñó que cualquier creyente cristiano debe con toda el alma desear su salvación, alegrarse de la conversión de los pecadores, no envidiar el amor de Dios hacia ellos y no considerarse más digno de las bondades, más que aquellos que se convierten a Dios de su vida anterior fuera de la ley.

Observación: Ver el Evangelio de San Lucas 15:11-32.

 

Sobre el Fin del Mundo

Jesucristo predijo lo que le espera en el futuro a todo nuestro mundo y a toda la gente. Él enseñaba que llegará el fin del mundo y la vida terrenal de la humanidad terminará. Cuando Él por segunda vez vendrá a la tierra y resucitara a toda la gente (entonces los cuerpos de toda la gente se unirán con sus almas y resucitarán), entonces realizará el juicio sobre la gente y le gratificará a cada cual por sus hechos.

"No se sorprendan de esto," decía Jesucristo, "ya que se acerca el tiempo en el cual los que se encuentren en las tumbas escucharán la voz del Hijo de Dios, y habiéndole escuchado, revivirán y saldrán de las tumbas; unos, los que hacían el bien, para la futura vida bienaventurada y otros, los hacedores del mal, para enjuiciarlos."

Sus discípulos le preguntaban: "Dinos, cuándo será esto y cuál es la señal Tuya de la (segunda) venida y del fin del mundo?"

En respuesta a esto Jesucristo les advertio que antes de su gloriosa venida a la tierra, habrán tiempos tan difíciles para la gente, cuales no se habían visto desde el comienzo del mundo.

Habrá diferentes penurias: hambre, peste, inundaciones, terremotos, guerras frecuentes. Se multiplicará la corrupción; la fe se debilitará y en muchos no habrá amor de los unos hacia los otros. Aparecerán muchos falsos profetas y maestros, los cuales corromperán a la gente y los pervertirán con su destructiva enseñanza.

Pero primero será predicado el Evangelio del Cristo sobre toda la tierra, en testimonio a todos los pueblos.

Antes del propio fin del mundo habrá grandes y terribles manifestaciones en el cielo; el mar rugirá y se agitará; la tristeza y la inquietud invadirá a la gente de manera tal que ellos morirán de miedo y de la espera de las plagas para todo el mundo. En esos días, luego de aquella penuria, el sol se oscurecerá y la luna no dará su luz; las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestiales temblarán.

Entonces aparecerá en el cielo el emblema de Jesucristo (su cruz). Entonces llorarán todas las tribus terrenales (del miedo al juicio de Dios) y verán a Jesucristo caminando en las nubes celestiales con poder y la gran gloria. Como el relámpago de destello en el cielo del oriente hasta el poniente (instantáneamente será visto en todas partes), así (repentinamente, visible para todos) será la venida del Hijo de Dios.

Del día y de la hora de Su venida a la tierra Jesucristo no les dijo a sus discípulos. Él dijo: "De esto sabe solamente Mi Padre Celestial" y enseñaba estar siempre preparados, listos para el recibimiento del Señor.

Observación: Ver el Evangelio de San Juan 6:24-29; el Evangelio de San Mateo 24:3-44; El Evangelio de San Marco 13:3-37:; el Evangelio de San Lucas 17:20-37 y 21:7-36.

 

Las Diez Vírgenes

Para que la gente siempre estuviese lista para el recibimiento del Señor, es decir para el juicio de Dios, esto significa y para la muerte, porque la muerte es el comienzo del juicio de Dios sobre las personas, Jesucristo relató la parábola de las diez vírgenes:

En esta parábola el Señor nos compara con diez vírgenes que fueron reunidas para el matrimonio. Por las costumbres matrimoniales orientales, el novio iba por la novia quien le esperaba en la casa de su padre. Sus amigas, con lámparas prendidas, bien entrada la noche, debían recibir al novio y llevarlo a la novia.

"Entonces semejante será el reino celestial a las diez vírgenes" dijo el Salvador, "quienes, tomando sus lámparas, salieran al encuentro del novio. De ellas, cinco eran sabias y cinco poco precavidas. Las poco precavidas, tomando sus lámparas, no llevaron consigo aceite. Las sabias junto con las lámparas llevaron el aceite en unos recipientes. Como el novio tardó, todas las jóvenes se durmieron. De repente, a la media noche, se escuchó un grito: 'Eh, ahí va el novio. Salgan a su encuentro.'

Entonces, todas las vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Pero a las poco precavidas las lámparas, terminándose el aceite, comenzaron a apagarse y ellas, dirigiéndose a las sabias, les dijeron: 'Denos de su aceite porque nuestras lámparas se apagaron.' Las sabias contestaron: 'Para que no nos hagan falta tanto a ustedes como a nosotras, vayan mejor a los vendedores y cómprenselo.'

Cuando se fueron ellas a comprar, en ese momento vino el novio y las sabias, quienes estaban listas para le recibimiento del novio, entraron con él al banquete matrimonial y las puertas se cerraron. Luego llegaron las otras vírgenes y dijeron. '¡Señor! Señor! Ábrenos.'

Él les contestó: "De verdad os digo, no las conozco (es decir, ustedes para Mí son extrañas).

Y terminó esta parábola el Salvador diciendo: "Estén despiertos (es decir, estén siempre listos) porque no saben ustedes ni el día ni la hora cuando vendrá el Hijo del Hombre" (así se llamaba a sí mismo el Salvador).

Las vírgenes poco preocupadas son semejantes a aquellas personas despreocupadas quienes saben que tendrán que presentarse al juicio de Dios pero no se preparan para él mientras viven todavía en la tierra. Y mientras no los alcance la muerte no se arrepienten de sus pecados y no realizan buenas obras.

El aceite en las lámparas significa las buenas obras, en especial las obras de misericordia (ayuda a los pobres).

El sueño de las vírgenes significa la muerte de la gente.

Vendrá a la tierra ('el Novio') nuestro Juez, Jesucristo, y a todos los muertos los despertará de su sueño mortal, es decir los resucitará. Como lo haya alcanzado la muerte - listo o no preparado para el juicio de Dios - así se presentará delante del juicio de Dios.

Entonces la gente despreocupada no tendrá de donde recibir ayuda y ellos escucharán las palabras amargas de Cristo "Yo no os conozco, alejados de Mí."

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 25:1-13.

 

La Parábola de los Talentos

Y otra parábola narró Jesucristo en contra de nuestra flojera y descuido. El Hijo del Hombre actuó como el hombre quién, dirigiéndose a un país extraño, llamó a sus siervos y les encargó el cuidado de sus bienes. A uno Él le dio 5 talentos, al otro 2 talentos y al tercero un talento, a cada cual de acuerdo a su capacidad, e inmediatamente salió de viaje.

Aquel quien recibió los 5 talentos fue y los usó en provecho consiguiendo de ello otros cinco talentos. Así mismo, el que recibió dos talentos consiguió sobre la base de ello otros dos. El que recibió un sólo talento no quiso trabajar, fue y lo enterró en la tierra y escondió la plata de su Señor.

Después de mucho tiempo regresó el Señor de aquellos siervos y les pidió las cuentas. El que había recibido cinco talentos trajo otros cinco talentos y, acercándose a él, le dijo: 'Señor! Tú me entregaste cinco talentos. He aquí otros cinco talentos que yo te conseguí con ellos.' El Señor le dijo: 'Bien, bondadoso y fiel siervo. Tu fuiste fiel en lo poco, te pondré sobre mucho. Entra en la alegría de tu Señor.'

Se le acercó así mismo el que había recibido dos talentos y le dijo: 'Señor, tú me entregaste dos talentos. He aquí otros dos talentos que te conseguí con ellos.' El Señor le dijo: 'Bien, bondadoso y fiel siervo. Tu fuiste fiel en lo poco, te pondré sobre mucho. Entra en la alegría de tu Señor.'

Se acercó igualmente el que había recibido un talento y dijo: 'Señor. Yo te conocía. Sabía que tú eres un hombre severo. Cosechas allí donde no has sembrado y recoges donde no has regado. Entonces yo, asustado de eso, fui y enterré tu talento en la tierra. He aquí lo tuyo.'

El Señor le dijo en respuesta: 'Astuto y flojo siervo. Con tus palabras de juzgaré. Tú sabías que yo cosecho donde no siembro y recojo donde no riego. Por eso tu debiste entregar mi plata a los comerciantes y yo, al regresar, recibiría lo mío con intereses. Así, toma el talento y dáselo al que tiene diez talentos. Porque a cualquiera que tenga se le dará y se le multiplicará. Y al que no tiene se le quitará hasta aquello que tiene. Y al sirviente inútil tómenlo y échenlo en la oscuridad de las tinieblas (de afuera). Allí habrá de llorar y rechinar de los dientes.'

Habiendo relatado esta parábola, Jesucristo exclamó: "Quién tenga oídos para oír que oiga!"

Esta parábola significa que toda la gente recibe del Señor diferentes talentos, dones, tales como la vida, la salud, la fuerza, los talentos espirituales, educación, dones del Espíritu Santo, bienes materiales, etc, para que, con esto, le sirva a Dios y al prójimo. Todos estos dones de Dios se sobreentienden en la parábola de los talentos. Dios sabe cuánto hay que dar a cada uno, de acuerdo a su capacidad. Por eso reciben unos más y otros menos.

Asó como cada cual aprovechará los dones de Dios, en eso cada persona tendrá que dar su respuesta al Señor en su segunda venida. Quien los use para su propio beneficio y para otros también, ese recibirá al halago del Señor y las eternas alegrías celestiales. Pero los flojos y los despreocupados serán condenados por el Señor para los eternos sufrimientos.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 25:14-39; el Evangelio de San Lucas 19:11-29.

 

El Juicio Final

De su último y terrible juicio sobre toda la humanidad, en su segunda venida, Jesucristo enseñaba así: Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria y todos sus santos ángeles con Él, entonces Él, como el Rey, se sentará en su glorioso trono. Y se reunirán delante de Él todas las naciones y Él separará unas personas de las otras (a los fieles y bondadosos de los no creyentes y crueles). Será parecido a aquello como el pastor separa a las ovejas de las cabras y pondrá a las ovejas (los justos) a Su lado derecho y a las cabras (los pecadores a la izquierda).

Entonces dirá el Rey a los que están a su lado derecho: "Vengan los bendecidos por Mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque yo tuve hambre y ustedes me dieron de comer. Tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron. Estuve desnudo y ustedes me vistieron. Estuve enfermo y ustedes me visitaron. Estuve en la prisión y ustedes vinieron a Mí."

Entonces los justos le preguntaran con humildad: "Señor. ¿Cuándo nosotros te vimos hambriento y te alimentamos? ¿O cuándo estuviste sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos? ¿O cuándo estuviste desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo, o en la prisión y fuimos a ti?" El Rey les dirá en respuesta: "De verdad os digo, así como ustedes hicieron esto a uno de mis hermanos menores (es decir, a la gente necesitada) lo hicieron a mí."

Después el Rey les dirá a aquellos que están a su lado izquierdo: "Aléjense de mí, malditos. Vayan al fuego eterno preparado para el diablo y a sus ángeles. Porque estuve yo hambriento y ustedes no me dieron de comer. Porque estuve sediento y ustedes no me dieron de beber. Fui forastero y ustedes no me recibieron. Estuve desnudo y no me vistieron. Estuve enfermo y en la prisión y no me visitaron."

Entonces también ellos le dirán en respuestas: "Señor, ¿cuándo nosotros te vimos hambriento, o sediento, o forastero, o desnudo, o enfermo, o en la prisión y no te servimos?" Pero el Rey les responderá: "De verdad os digo. Así como ustedes no hicieron esto a alguno de estos menores, así no lo hicieron a Mí. E irán al sufrimiento eterno y los justos a la vida eterna."

Será un día grande y terrible para cada uno de nosotros. Por esto el Juicio se llama terrible, porque serán abiertos delante de nosotros todas nuestras obras, palabras y hasta los más secretos pensamientos y deseos. Entonces no podremos esperar ayuda de nadie porque el juicio de Dios es justo, y cada uno de nosotros recibirá lo que nos corresponde por nuestros actos.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 25:31-46.

 

La Resurrección de Lázaro

Se acercaba la festividad de la "Pascua" y, con ella, se acercaban los últimos días de la vida de Jesucristo sobre la tierra.

La rabia de los fariseos y de los dirigentes judíos llegó al extremo. Con sus corazones, hechos piedra por la envidia y las ansias de poder, junto a otras debilidades, ellos no querían tomar la humilde y misericordiosa enseñanza de Cristo. Ellos esperaban la adecuada ocasión para agarrar al Salvador y entregarlo a la muerte. Y así, ahora su tiempo no estaba lejos. Se acercaba el poder de la oscuridad y el Señor se entregaba a las manos humanas.

En ese tiempo, en Betania, se enfermó Lázaro, hermano de Marta y María. El Señor quería a Lázaro y a sus hermanas y frecuentemente visitaba a esta honorable familia.

Cuando Lázaro enfermó, Jesucristo no estaba en Judea. Las hermanas mandaron a decirle: "Señor! A quien tu amas está enfermo!"

Jesucristo, habiendo escuchado esto, dijo: "Esta enfermedad no es para la muerte, sino para la gloria de Dios. Será glorificado a través de ella el Hijo de Dios."

Estando dos días en el sitio donde se encontraba, el Salvador le dijo a sus discípulos: "Vamos a Judea. Nuestro amigo Lázaro se durmió pero Yo voy para despertarlo."

Jesucristo les decía a ellos de la muerte de Lázaro (de su sueño mortal) pero los discípulos pensaban que Él hablaba del sueño normal y, como el sueño en tiempo de enfermedad es una buena señal de sanación, entonces ellos dijeron: "Señor, si se durmió entonces sanará."

Entonces Jesucristo les dijo directamente: "Lázaro murió y yo me alegro por ustedes, porque yo no estaba allí (o sea) para que ustedes crean. Pero vamos con él."

Al acercarse Jesucristo a Betania, Lázaro ya llevaba cuatro días de enterrado. Muchos judíos de Jerusalén vinieron donde Marta y María para calmarles su dolor. Marta fue la primera en saber de la llegada del Salvador y se apresuró a su encuentro. María, con gran tristeza, se había quedado en la casa.

Cuando Marta se encontró con el Salvador le dijo: "Señor. Si tu hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano. Pero yo y ahora sé que lo que tú pidas a Dios, Él te lo dará."

Jesucristo le contestó: "Resucitará tu hermano." Marta le dijo: "Yo sé que resucitará en la resurrección, el día final (es decir, durante la resurrección de todos, en el juicio final, al final del mundo)."

Entonces, Jesucristo le contestó: "Yo soy la resurrección y la vida. Los creyentes en mí si mueran, resucitarán. Y cualquiera quien viva y crea en Mí no morirá en los siglos. ¿Crees tú en esto?"

Marta le contestó: "Así sea, Señor! Yo creo que Tú eres Cristo, el Hijo de dios, quien ha venido al mundo." Rápidamente después de esto, Marta fue a la casa y, en voz, baja, le dijo a su hermana María: "El Maestro está aquí y te llama."

María, de inmediato al escuchar esta alegre noticia, se apresuró a su encuentro y fue donde estaba Jesucristo. Los judíos que la acompañaban en la casa y quienes la calmaban, viendo que María se levantaba apresuradamente y salía, la acompañaron pensando que ella iba al sepulcro del hermano, para llorarle ahí.

El Salvador todavía no había entrado en el pueblo pero estaba en aquel sitio donde lo había encontrado Marta. María, al venir a donde estaba Jesucristo, se postró a sus pies y le dijo: "¡Señor! Si tu hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano!"

Jesucristo, al ver a María llorar junto a los judíos quienes habían llegado con ella, se estremeció en espíritu y dijo: ¿Dónde lo pusieron?" Entonces le contestaron: "Señor, ven y mira." Jesucristo lloró cuando se acercó al sepulcro (tumba) de Lázaro. Ésta era una cueva y su entrada estaba tapiada con una piedra. Jesucristo dijo: "Quiten la piedra."

Entonces Marta le dijo: "¡Señor! Ya hiede (es decir, huele a podredumbre) porque ya pasaron cuatro días desde que él está en el sepulcro." Jesús le dijo: "No te dije yo que si eras creyente verías la gloria de Dios?" Y así, quitaron la piedra de la cueva.

Entonces Jesús alzó los ojos al cielo y dijo a su Dios Padre: "Padre. Te agradezco que Tú me hayas escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escucharás pero le digo esto para la gente, aquí presente, para que crean, que tú me enviaste."

Después de decir estas palabras, Jesucristo exclamó en voz alta: "¡Lázaro! Sal afuera." Y salió el muerto de la cueva, todo cubierto de vendas mortuorias, tanto las manos como los pies y su rostro envuelto en un sudario (así vestían los hebreos a los muertos). Jesucristo les dijo a todos: "Desátenlo para que se pueda ir."

Entonces muchos judíos que estaban allí, viendo este milagro, creyeron en Jesucristo. Pero algunos de ellos fueron donde los fariseos y les contaron de lo que Jesús había hecho. Los enemigos de Jesús, los primo-sacerdotes y los fariseos, se preocuparon y, previniendo que todo el pueblo creyese en Jesucristo, reunieron el Sanedrín (concilio o junta suprema) y en él decidieron matar a Jesucristo.

La noticia de este gran milagro comenzó a esparcirse por todo Jerusalén. Muchos judíos venían a la casa de Lázaro para verle y, al verlo, creyeron en Jesucristo. Entonces los primo-sacerdotes decidieron darle también la muerte a Lázaro. Pero Lázaro, luego de su resurrección por el Salvador, vivió todavía mucho tiempo y, posteriormente, fue obispo en la isla de Chipre en Grecia.

Observación: Ver el Evangelio de San Juan 11:1-57 y 12:9-11. Este gran milagro del Salvador, la Resurrección de Lázaro, se celebra en la Santa Iglesia Ortodoxa el día Sábado de la sexta semana de la Gran Cuaresma (el día anterior al Domingo de Ramos).

 

La Entrada Triunfal del Señor a Jerusalén

Muy pronto luego de la resurrección de Lázaro, seis días antes de la Pascua Hebrea, Jesucristo realizó su entrada triunfal a Jerusalén para mostrar que Él es el verdadero Cristo Rey y que voluntariamente va a su muerte.

Al acercarse a Jerusalén, llegando al poblado de Betfagé, al norte del Monte de los Olivos, Jesucristo mandó a dos de sus discípulos diciéndoles: "Vayan al poblado que está directamente delante de ustedes. Allí encontrarán a una burra amarrada y a un burrito joven con ella sobre el cual nadie nunca se había sentado. Desátenlos y tráiganmelos a Mí. Y si alguien les dice algo, contéstenle que ellos son necesitados por el Señor."

Los discípulos fueron y actuaron así como les había mandado Jesucristo. Ellos trajeron a la burra y al joven burrito, cubrieron el burro con sus vestimentas y Jesucristo se montó sobre él.

Mientras tanto, en Jerusalén, se supo que Jesús había resucitado a Lázaro al cuarto día de haber muerto y que iba hacia Jerusalén. Mucha gente, reunida de todas partes para la festividad de la Pascua, salió a su encuentro. Muchos se quitaron sus mantos, o vestiduras, y los tendían delante de Su camino. Otros cortaron ramas de las palmeras y las llevaron en las manos y también la echaron en de Su camino, a sus pies. Y toda la gente quien lo acompañaba y lo recibía, con alegría exclamaba: "¡Hosanna! (Salvación) al hijo de David. Bendito el que viene en el nombre del Señor (es decir, digno de alabanza él quien viene en el nombre del Señor, enviado por Dios). Rey de los Judíos. Hosanna en las alturas!"

Acercándose a Jerusalén, el Salvador le miraba con pena. Él sabía que el pueblo renegaría de Él, su Salvador, y que Jerusalén sería destruida. Jesucristo lloró por el pueblo y dijo: "Oh! Aunque fuera en éste día tuyo reconocieras lo que te sirve para la paz (es decir, la salvación) tuya! Pero esto está oculto para tus ojos (es decir, tu cierras con terquedad tus ojos a los buenos designios de Dios, enviados a ti). Te vendrán días cuando tus enemigos de rodearán con canales y te sitiarán y te aprisionarán por todos los lados y te destruirán y matarán a tus hijos y no dejarán en ti piedra sobre piedra por lo que tú no reconociste (no quisiste reconocer) el tiempo de tu visita (es decir, el tiempo cuando el Señor te visitó)."

Cuando Jesucristo entró en Jerusalén, todo el pueblo entró en movimiento y preguntaba la gente que no lo conocían: "¿Quién es?" El pueblo contestaba "Éste es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea" y también les contaban que Él había llamado a Lázaro del sepulcro y lo había resucitado de entre los muertos. Entrando al Templo, Cristo nuevamente, como en el primer año de su enseñanza, expulsó de él a todos los mercaderes y compradores diciéndoles: "Escrito está: Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos y ustedes la han convertido en un antro de bandidos."

Los inválidos y los ciegos Le rodearon en el templo y Él los sano a todos. El pueblo, viendo los milagros de Jesucristo, comenzó a glorificarlo aún más. Hasta los niños pequeños que estaban en el templo exclamaban: "Hosanna al Hijo de David." Los primo-sacerdotes y los letrados (eruditos) se molestaron con esto y Le dijeron: "¿Oyes lo que ellos dicen?" Jesucristo les contestó: "Acaso ustedes nunca han leído: - de los labios de los niños y de los lactantes tu hiciste alabanza'? (Salmo 8:3).

Los días siguientes Jesucristo enseñaba en el Templo y las noches las pasaba fuera de la ciudad. Los primo-sacerdotes, los letrados (eruditos) y los jefes ancianos del pueblo buscaban la mejor ocasión para matarlo pero no la encontraban pues todo el pueblo, sin separarse de Él, le escuchaba.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 21:1-17; El Evangelio de San Marco 11:1-19; el Evangelio de San Lucas 19:29-48; el Evangelio de San Juan 12:12-19.

La entrada triunfal del Señor a Jerusalén se celebra en la Santa Iglesia Ortodoxa el último Domingo, antes de la clara festividad de Pascua. Ésta es una de las grandes festividades y se llama también Domingo de Ramos, debido a que en este día, durante los maitines de Dios, se reparten entre los feligreses ramas bendecidas de palmeras y otras ramas.

Antiguamente, con ramos verdes se recibía a los reyes quienes regresaban triunfantes de las victorias contra los enemigos. Y nosotros, sosteniendo en las manos las primeras ramas floridas de la primavera, glorificamos al Salvador como vencedor de la Muerte. Pues Él resucitaba a los muertos y este mismo día entraba a Jerusalén para morir por los pecados y resucitar y, con esto, salvarnos a nosotros de la muerte eterna y de los eternos sufrimientos.

Las ramas nos sirven entonces como signo de la victoria de Cristo sobre la muerte y nos deben recordar de la futura resurrección de todos nosotros de la muerte.

Tropario

Asegurando que habrá la resurrección general, antes de tu pasión, de entre los muertos resucitaste a Lázaro, Cristo Dios. Con esto incluso nosotros, como niños, llevando tu emblema victorioso sobre la muerte, exclamamos. Hosanna en las alturas, bendito el que camina en nombre del Señor!

Nota: Asegurando la resurrección general - asegurando que habrá la resurrección de todos los muertos.

Como niños - semejante a los niños. Los niños, al igual que los adultos, recibieron a Cristo con ramas arbóreas y le glorificaron. Llevando tu emblema victorioso - llevando el signo, el estandarte de la victoria. Aquí por emblema de la victoria de Jesucristo sobre la muerte se sobreentienden aquellas ramas con las cuales nosotros estamos parados en el templo.

 

La Parábola de los Crueles Viniculturores

El Impuesto al Cesar.

La resurrección de los muertos.

Conversando en el templo, el Señor Jesucristo se dirigió a los primo-sacerdotes, los eruditos y a los jefes ancianos del pueblo y les narró la siguiente parábola:

"Había un dueño de casa quien sembró una viña. La cercó con vallado, excavó en ella un lagar, construyó una torre y al entregarla a unos labradores, partió lejos. Cuando se acercó el tiempo de la cosecha, él mandó a sus servidores a para recoger su cosecha. Pero los labradores agarraron a sus servidores y a uno lo golpearon, al otro lo mataron y al tercero lo apedrearon.

El dueño volvió a mandar a otros de sus servidores, pero esta vez, en mayor número. Estos también fueron tratados como los anteriores. Al final, él mandó a su único hijo amado diciendo: 'Se avergonzarán ellos de mi hijo.'

Pero los labradores, viendo al hijo, comenzaron a murmurar entre sí diciendo: 'Este es el heredero. Vamos a matarlo y así nos apoderaremos de su herencia.' Y habiéndole agarrado, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron."

Al terminar esta parábola, el Salvador les preguntó: "Y así, cuando venga el dueño de la viña, qué les hará a los labradores?"

Ellos le contestaron: "A los malvados labradores los entregará a una muerte cruel y su viña la entregará a otros labradores quienes le entregarán a tiempo su cosecha."

El Señor Jesucristo confirmó su respuesta diciendo: "Por esto os digo; que os será arrebatado el Reino de Dios y será entregado al pueblo, el cual entregará sus frutos."

Entonces, los primo-sacerdotes, los fariseos y los eruditos entendieron que el Salvador hablaba de ellos. Y así ellos, con rabia, quisieron agarrarlo pero le temían al pueblo, porque el pueblo le respetaba a Él como profeta.

La explicación de esta parábola es la siguiente: El dueño de la casa es Dios. La viña es el pueblo hebreo, escogido por Dios para preservar la fe verdadera. La cerca de la viña es la ley de Dios, entregada a través de Moisés. El lagar donde corre el jugo de las uvas, son las ofrendas (en el viejo testamento, convertido en la ofrenda de la crucifixión de Jesucristo). La torre es el templo de Jerusalén. Los labradores son los primo-sacerdotes, los eruditos, los jefes del pueblo hebreo. Los sirvientes del dueño son los Profetas. El hijo del dueño es el Hijo de Dios, nuestro señor Jesucristo. Los jerarcas del pueblo hebreo, los primo-sacerdotes, los eruditos y los jefes recibieron el poder para preparar al pueblo para el recibimiento del Salvador, pero ellos utilizaron este poder únicamente en su propio provecho. Dios les mandaba a los profetas pero ellos los expulsaban y los mataban. Así ellos se convirtieron en los asesinos de los profetas y, luego, en asesinos de los apóstoles. A su Salvador ellos lo rechazaron y, sacándolo de su ciudad, lo crucificaron.

Pro esto les fue quitado el Reino de Dios y le fue entregado a otro pueblo, a la iglesia cristiana, compuesta por los paganos.

Del Impuesto al Cesar

El Señor Jesucristo siguió enseñando en el templo mientras los jefes mayores judíos se ponían de acuerdo entre ellos en cómo agarrarle a Él en sus palabras para poder culparle a Él delante del pueblo o delante del poder romano.

Y así, habiendo inventado una pregunta maliciosa, ellos mandaron a algunos fariseos (de sus discípulos más jóvenes) y a los herodianos (es decir, los que reconocían la legalidad del poder de Roma) a donde estaba el Salvador. Ellos, simulando ser honestos, comenzaron a decirle con Hipocresía: "Maestro, nosotros sabemos que tú eres justo y que enseñas los verdaderos caminos de Dios y no te preocupas por complacer a nadie porque no miras a ninguna personalidad. Así dinos: ¿Es justo dar el impuesto a Cesar o no?"

Los enemigos de Cristo, inventores de esta astuta pregunta, esperaban que si Jesucristo contestaba que sí correspondía pagar impuestos, con esto Él mismo creaba irritación entre el pueblo, pues los hebreos aceptaban únicamente a Dios como Rey y no se consideraban súbditos de un rey extranjero, más aún uno pagano. Para ellos era un hecho fuera de la ley y en contra de Dios, por lo cual pagaban el impuesto a Cesar únicamente bajo presión.

Si Jesucristo contestaba que pagar el impuesto a Cesar no correspondía, en este caso ellos inmediatamente lo culparían a Él delante de los jefes romanos como el agitador del pueblo en contra del poder romano, como el enemigo de Cesar.

Pero Jesucristo, sabiendo de su malicia, les dijo: "¿Qué me tientan, hipócritas? (hipócrita, persona que, simulando para lograr su provecho, se manifiesta delante de otros como confiable y hacedor del bien). Enséñenme a Mí la moneda con la cual pagan el impuesto."

Ellos trajeron un denario. El Salvador preguntó: "¿De quién es la representación y la inscripción en ella?" Ellos contestaron: "De Cesar." Entonces Jesucristo les dijo: "Así, entreguen a Cesar lo que es de Cesar y a Dios lo que es de Dios."

Esto significa: entreguen a Cesar aquello lo que ustedes reciben de él. Paguen el impuesto a él por todo lo que utilizan de él (dinero, ejército, etc). Sean obedientes a él en todo lo que no vayan a encontrar en los mandamientos de Dios. El pago del impuesto es símbolo de obediencia, es obligación de ley y es indispensable cumplirlo.

Pero, al mismo tiempo, sin separarse del cumplimiento en todo, lo que Dios os exige a ustedes en sus mandamientos y sírvanle a Él con amor, porque ustedes están obligados con Dios por su existencia, con su propia vida.

La respuesta del Salvador sorprendió a todos por su sabiduría y su sorprendente simplicidad, de tal manera que los que le preguntaron quedaron callados y, con vergüenza, se alejaron de Él.

La Resurrección de los Muertos

Después de esto, por el convenio anterior, se le acercaron al Salvador los saduceos, quienes no creían en la resurrección de los muertos. Ellos idearon confundirlo con su pregunta y dijeron: "Maestro, Moisés dijo: 'si alguien muere sin tener hijos, entonces que su hermano tome la esposa de él y restaure la familia de su hermano.' Nosotros teníamos siete hermanos; el primero murió al casarse y, sin tener hijos, dejó a su mujer a su hermano. Igualmente, el segundo también murió, y el tercero, hasta el séptimo. Después de todos ellos murió la mujer. Así, en la resurrección, ¿de cuál de los siete hermanos será ella la mujer ya que todos ellos la tuvieron?"

Jesucristo les contestó: "Se confunden al no conocer las Escrituras y el poder de Dios, ya que en la resurrección no se casan ni se dan en matrimonio sino que estarán como los ángeles de Dios en el cielo. Y, sobre la resurrección de los muertos, no leyeron ustedes (dicho a ustedes) por Dios: "Yo soy Dios de Abraham y Dios de Isaac y Dios de Jacob"? Pues Dios no es Dios de los muertos sino de los vivos."

En aquella época, Abraham, Isaac y Jacob ya no vivían en la tierra. Por consiguiente, si Dios de todas maneras se llamaba Su Dios, esto significa que para Él ellos están vivos, pues Él no puede llamarse Dios de algo que no exista.

El pueblo, nuevamente, admiró la sabiduría de las respuestas de Jesucristo. Incluso algunos de los escribas dijeron: "¡Maestro, qué bien lo dijiste!"

La Dignidad Divina del Mesías

Los fariseos, manteniéndose hasta ahora a cierta distancia, se reunieron y se acercaron a Jesucristo pero no se atrevieron a preguntarle a Él de algo.

Entonces Jesucristo mismo, dirigiéndose a los fariseos reunidos, les preguntó: "¿Qué piensan ustedes de Cristo? ¿De quién es Hijo?" Los fariseos de inmediato le contestaron: "De David."

La palabra 'hijo' no solamente significaba para los hebreos en el estricto sentido mismo sino también en la descendencia, por esto la expresión. 'Hijo de David' significa descendiente de David.

Jesucristo preguntó de nuevo: "¿Cómo es que David, por inspiración, lo llamó a Él Señor cuando dice: 'Dijo el Señor al Señor mío: siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos a tus pies.' Y así, si David lo llama Su Señor, ¿cómo Él es hijo de él?" Y nadie pudo contestarle a Él ni una palabra.

Los fariseos quienes no entendían las escrituras con espíritu y con verdad, no entendían que Cristo, como Dios hecho hombre, era descendiente de David solamente por su humanidad, pero, por su divinidad era siempre Él.- el Hijo de Dios, de la eternidad existente.

Desde este día nadie se atrevió a preguntarle más nada. Así era avergonzado el soberbio orgullo humano delante de la divina sabiduría del Salvador. Y mucha gente escuchaba al Señor con el placer. Entonces Jesucristo se dirigió a sus discípulos y al pueblo y, en un discurso claro y fuerte, criticó delante de todos la malicia de los fariseos y los eruditas y les predijo la pena que les esperaba.

Jesucristo, apesadumbrado, decía: "Pena a ustedes, los eruditos y fariseos maliciosos que cierran el Reino Celestial a la gente; porque ustedes no entrarán y aquellos que quieran entrar no los dejan hacerlo. Pena a ustedes, eruditos y fariseos maliciosos que dan la décima parte de la menta, del eneldo y del comino (cosas de poco valor) y dejaron lo más importante de la ley la justicia (juicio correcto), la misericordia y la fe; y esto correspondía hacerlo sin dejar de hacer aquello. ¡Haz guías ciegos que cuelan al mosquito pero al camello se lo tragan!" (Esto significa que ellos, con cuidado, observan los detalles y lo más importante lo dejan sin atención).

"Ustedes, externamente, aparentan ante la gente ser justos pero, por dentro, están llenos de malicia y sin ley." Esta fue la última enseñanza del Señor. El último intento de salvarlos del terrible juicio. Pero en sus rostros no había arrepentimiento sino una ira disimulada en contra del Salvador.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 21:33-46, 22:15-46 y capítulo 23; el Evangelio de san Marco 12:1-40; el Evangelio de San Lucas 20:9-47.

 

La Traición de Judas

Al cuarto día luego de su entrada triunfal a Jerusalén, Jesucristo les dijo a sus discípulos: "Ustedes saben que dentro de dos días será la Pascua y el Hijo del hombre será entregado a la crucifixión." Este día, en nuestro calendario actual, fue un miércoles.

Ese día, los primo-sacerdotes, los escribas y los jefes ancianos del pueblo se reunieron donde el primo-sacerdote Caifas y acordaron entre sí cómo podrían destruir a Jesucristo. En esa asamblea ellos decidieron agarrar a Jesucristo con astucia para luego matarle, pero no durante la festividad (entonces se reunía mucha gente), a fin de evitar causar malestar en el pueblo.

Uno de los doce apóstoles de Cristo, Judas Iscariote, era muy tacaño con el dinero y la enseñanza de Cristo no mejoro su alma. Él vino a los primo-sacerdotes y les dijo: "¿Qué me darán ustedes si yo se los entrego a Él?" Aquellos se alegraron y le ofrecieron treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba la oportunidad adecuada para traicionar a Jesucristo pero no delante de la gente.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 26:1-16; el Evangelio de San Marco 14:1-11; el Evangelio de San Lucas 22:1-6.

 

La Santa Cena

Al quinto día luego de la entrada del Señor en Jerusalén, según nuestro calendario era Jueves (el Viernes en la noche correspondía sacrificar el cordero de la pascua), los discípulos le preguntaron a Jesucristo: "¿Dónde dispones para que te preparemos la Pascua?"

Jesucristo les contestó: "Vayan al pueblo de Jerusalén. Allí encontrarán a un hombre cargando una jarra de agua. Síganlo a la casa y díganle al dueño: 'El Maestro dice: ¿Dónde está el salón donde pueda yo hacer la Pascua con mis discípulos?' Él les enseñará un gran salón limpio. Allí preparen la Pascua."

Habiendo dicho esto, el Salvador mandó dos de sus discípulos, a Pedro y a Juan. Ellos fueron y todo se cumplió como lo había dicho el Salvador y prepararon la Pascua.

Al atardecer de ese mismo día, Jesucristo, sabiendo que Él iba a ser entregado esa misma noche, vino con sus doce apóstoles al salón preparado. Cuando todos se sentaron en la mesa, Jesucristo dijo: "Mucho he deseado Yo comer con ustedes esta Pascua antes de mi sufrimiento, porque yo os digo: no la comeré más mientras no se cumpla el Reino de Dios." Después se levantó, se quitó el manto (la vestidura), amarró una toalla a su cintura, llenó una ponchera con agua y comenzó a lavar los pies de sus discípulos secándolos con la toalla que tenía al cinto.

Después de haber lavado los pies de sus discípulos, Jesucristo se puso su vestidura y se sentó a la mesa de nuevo y les dijo a ellos: "¿Sabéis lo que yo les he hecho? He allí, ustedes me llaman Maestro y Señor y me llaman correctamente. Y así, si Yo, Su Señor y su Maestro, les lavé los pies, entonces también ustedes deberán actuar igualmente. Yo les di el ejemplo para que ustedes hagan lo mismo que Yo les he hecho."

Con este ejemplo, el Señor enseñó no solamente su amor a sus discípulos sino les enseñó a ser humildes, es decir, no considerar como degradante para sí, el servir a otra persona aunque fuese inferior (subalterno). Después de comer la Pascua del viejo testamento hebreo, Jesucristo impuso en esta cena el Santo Sacramento de la Comunión. Por esto incluso se llama la "Santa Cena."

Jesucristo tomó el pan, lo bendijo, lo partió en partes y, dándoselo a sus discípulos, dijo: "Tomad y comed. Este es mi cuerpo, partido por ustedes para la remisión de los pecados" (es decir, por ustedes se entrega a los sufrimientos y la muerte, para el perdón de los pecados).

Luego tomó el cáliz con el vino de uvas, lo bendijo agradeciendo al Dios Padre por todas sus misericordias a la raza humana y, dándoselo a los discípulos, dijo: "Tomad de ello todos. Esta es mi sangre, derramada por ustedes para el perdón de los pecados."

Estas palabras significan que, bajo la forma del pan y del vino, el Salvador entregó a Sus discípulos este mismo Cuerpo y aquella misma Sangre, los cuales, al día siguiente entregó a los sufrimientos y la muerte por nuestros pecados. Como el pan y el vino se convirtieron en el Cuerpo y en la Sangre del Señor es un misterio, inalcanzable hasta para los ángeles, por eso y es llamado misterio.

Después de comulgar a los apóstoles. El Señor dio el mandamiento de siempre realizar este sacramento. Él dijo: "Haced esto en Mi memoria." Este sacramento nosotros lo celebramos y lo vamos a celebrar hasta el fin de los siglos en la celebración religiosa llamada Liturgia.

Durante la Sagrada Cena el Salvador les anunció a los apóstoles que uno de ellos lo iba a traicionar y entregar. Ellos con esto se apesadumbraron mucho y, aturdidos, se miraron entre sí y, con temor, comenzaron a preguntar uno tras otro: "No seré yo, Señor?" Preguntó también Judas: "No seré yo, Rabí?"

El Salvador, en voz baja, dijo: "Tú," pero ninguno oyó esto. Juan estaba sentado al lado del Salvador. Pedro le hizo una señal para que le preguntase de quién hablaba el Señor. Juan, acercándose al pecho del Salvador y en voz baja, preguntó: "Señor. ¿Quién es?"

Jesucristo, también en voz baja, le contestó: "Aquél a quien Yo entregaré el pedazo de pan humedecido." Y, humedeciendo un pedazo de pan en el salero (el recipiente con sal), se lo entregó a Judas el Iscariote diciéndole: "Lo que haces, hazlo rápido." Pero nadie entendió porqué le dijo esto el Salvador. Pero como Judas tenía consigo el cofre con el dinero, los discípulos pensaron que Jesucristo lo había mandado para comprar algo para la festividad o repartir la limosna a los pobres. Judas, tomando el pedazo, de inmediato salió. Ya era de noche.

Jesucristo continuo conversando con sus discípulos y dijo: "Niños. Ya no me queda mucho en estar con ustedes. Un nuevo mandamiento os doy: ámense los unos a los otros, como yo los he amado. Por eso todos sabrán que ustedes son mis discípulos, si van a tener amor entre ustedes. Y no hay más amor que si alguien entrega su alma (entrega su vida) por su prójimo. Ustedes serán mis amigos si cumplen aquello que Yo os mando."

Durante esta conversación, Jesucristo también predijo a sus discípulos que ellos renegarían de Él esta noche, que todos huirían y lo dejarían sólo. El apóstol Pedro dijo: "Si todos renegarán de ti, yo nunca renegaré de ti."

Entonces el Salvador de contestó: "De verdad te digo que esta noche, antes de que el gallo cante, tu tres veces renegarás de Mí y dirás que no me conoces." Pero Pedro, más aún, comenzó a asegurar diciendo: "Aunque me toque morir junto a ti, no renegaré de ti." Lo mismo decían los demás apóstoles. Pero de todas maneras, las palabras del Salvador les apesadumbraron.

Tranquilizándolos el Señor les dijo: "Que vuestro corazón no se turbe (es decir, no se apene). Creed en Dios (Padre) y creed en Mí (Hijo de Dios)."

El Salvador les prometió a sus discípulos enviar de su Padre a otro Consolador y Maestro, por lo mismo al Espíritu Santo. Él dijo: "Yo le rogaré al Padre y él os dará a vosotros a otro Consolador, el Espíritu de la verdad, al cual el mundo no puede aceptar porque no lo ve y no lo conoce. Pero ustedes lo conocen a Él porque Él está con vosotros y estará con vosotros (esto significa, que el Espíritu Santo estará con todos los verdaderos creyentes en Jesucristo, en la Iglesia Cristiana). Dentro de poco el mundo no Me verá más, pero ustedes Me verán porque Yo vivo (es decir, Yo soy la vida y la muerte no puede vencerme). Y ustedes vivirán. El Consolador Espíritu Santo, al que mandará el Padre en mi nombre, os enseñará todo y os recordará todo lo que Yo les he dicho."

"El Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad, que desciende del Padre, Él será mi testigo. Así mismo ustedes están conmigo" (Juan 15:26-27).

Así mismo, Jesucristo predijo a sus discípulos que mucho mal y penurias tendrán que soportar ellos por parte de la gente, pues ellos creen en Él. "En el mundo tendrán penas, pero levántense (sean fuertes)" dijo el Salvador. "Yo vencí al mundo (es decir, el mal en el mundo)."

Su conversación Jesucristo la terminó con la oración por sus discípulos y por todos los que crean en Él, porque el Padre Celestial los conserve a todos ellos en una fe fuerte, en el amor y en la unión entre sí. Cuando el Salvador terminó la cena, todavía estaban conversando. Se levantó con sus once discípulos y, cantando lo salmos, fue al torrente del Cedrón, en el Monte de los Olivos, al huerto de Getsemané.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 26:17-35; el Evangelio de San Marco 14:12-31; el Evangelio de San Lucas 22:7-39; el Evangelio de San Juan capítulos 13-18.

 

La Oración en Getsemané

Entrando en la huerta de Getsemané, Jesucristo le dijo a sus discípulos: "Quédense sentados aquí mientras yo rezo." Tomando consigo a Pedro, Jacobo y a Juan, Él se adentró en el huerto y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dice a ellos: "Mi alma se angustia mortalmente. Quédense aquí y recen conmigo." Y, alejándose un poco de ellos, dobló las rodillas, se postró en tierra, oró y dijo: "Padre Mío! Si es posible, que esta copa me evite (pase de lado, es decir, los sufrimientos que se avecinaban). Pero que no sea como yo quiera sino como lo dispones Tú."

Rezando así, Jesucristo se regresó donde sus tres discípulos y vio que ellos dormían. Él les dijo: "Así que ustedes no pudieron estar en vela conmigo ni siquiera una sola hora? Estad atentos y rezad para que no caigáis en la tentación." Y, alejándose, oraba diciendo las mismas palabras. Luego de nuevo regresó donde los discípulos y de nuevo los encontró dormidos. Sus ojos se pusieron pesados y ellos no sabían qué contestarle.

Jesucristo se alejó de ellos y rezó por tercera vez, con las mismas palabras. Le apareció un ángel del cielo y lo fortalecía a Él. La agonía y el sufrimiento de su alta eran tan grandes y su oración tan ferviente que de su frente caían a la tierra gotas de sudor sangrante.

Habiendo terminado de rezar, el Salvador se levantó, se acercó a los discípulos que estaban durmiendo y les dijo: "Ustedes aún duermen? Se terminó. Llegó la hora y el Hijo del Hombre se entrega en las manos de los pecadores. Levántense, vamos, que se acerca el que me va a traicionar."

En ese momento en la huerta entró Judas, el traidor, con una turba de gente que iba con faroles, espadas y estacas. Estos eran los soldados y los sirvientes, mandados por los primo-sacerdotes y los fariseos para agarrar a Jesucristo. Judas había convenido con ellos: 'Al que yo bese, a aquél lo agarren.' Acercándose a Jesucristo, Judas dijo: "Alégrate Rabí (Maestro)!" Y lo besó.

Jesucristo le dijo: "Amigo, para qué viniste? Con un beso traicionas al Hijo del Hombre?" Estas palabras del Salvador fueron las últimas para Judas, para llamarlo al arrepentimiento. Luego, Jesucristo, sabiendo todo lo que iba a sucederle a Él, se acercó a la multitud y les dijo: "A quién buscáis?"

De la muchedumbre contestaron: "A Jesús Nazareo." El Salvador les contestó: "Ese soy Yo." De estas palabras los soldados y los sirvientes retrocedieron con temor y cayeron de rodillas. Cuando vencieron el temor y se levantaron, en la confusión trataban de agarrar a los discípulos de Cristo. El Salvador de nuevo preguntó: "A quién buscáis?" Ellos dijeron: "A Jesús Nazareo." "Yo les dije que ése soy Yo," les contestó el Salvador. "Así, si me buscáis a Mí, déjenlos a ellos (a los discípulos) que se vayan."

Los soldados y los sirvientes, acercándose, rodearon a Jesucristo. Los apóstoles quisieron proteger a su Maestro. Pedro, teniendo consigo una espada, la desenvainó y pegó al sirviente del primo-sacerdote, de nombre Malco, y le cortó la oreja derecha.

Pero Jesucristo le dijo a Pedro: "Envaina la espada. Porque lo tomado con la espada será destruido con la espada (es decir, aquél que levante la espada contra otro, será destruido con la espada). O piensas que Yo no podría rogarle a Mi Padre para que Él me mande en protección a muchos ángeles? No puede ser que Yo no tome de la copa (sufrimiento) que me dio mi Padre (para la salvación de la gente)?" Habiendo dicho esto, Jesucristo, tocando la oreja de Malco, la sanó y voluntariamente se entregó en las manos de sus enemigos.

En la multitud de los sirvientes, así mismo había jefes de los judíos. Jesucristo, dirigiéndose a ellos, les dijo: "Cómo si fuera un bandido vienen por mí armados con espadas y estacas para arrestarme? Todos los días Yo estuve en el templo, sentado allí con ustedes y les enseñaba y entonces ustedes no me arrestaron? Pero ahora es su tiempo y el poder de la oscuridad." Los soldados, amarrando al Salvador, lo llevaron ante los primo-sacerdotes. Entonces los apóstoles, dejando al Salvador, con temor se dispersaron. Solamente dos de ellos, Juan y Pedro, de lejos lo seguían a Él.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 26:36-56; el Evangelio de San marco 14:32-52; el Evangelio de San Lucas 22:40-53; el Evangelio de San Juan 18:1-12.

 

El Juicio a Jesucristo

Primeramente, los soldados condujeron a Jesucristo atado al jefe mayor de los sacerdotes, de nombre Anás, quien para aquella época ya no oficiaba en el templo y vivía retirado.

Este jefe de los sacerdotes interrogó a Jesucristo sobre su enseñanza y sobre sus discípulos, para encontrar alguna culpabilidad en él. El Salvador le contestaba: "Yo siempre hablé claramente al mundo. Yo siempre enseñaba en las sinagogas y en el templo, donde siempre se congregaban los judíos y no decía nada secretamente. ¿Qué me preguntas? Pregúntale a los que oyeron, qué es lo que yo decía a ellos. Ellos saben de qué Yo hablaba."

Uno de los sirvientes del jefe de los sacerdotes, quien estaba parado cerca, le pegó en la mejilla al Salvador y dijo: "Así es cómo tú le contestas al jefe de los sacerdotes?" El Señor, Dirigiéndose a él, le dijo a eso: "Si Yo dije algo malo, enséñame qué es lo malo. Pero si es bueno, ¿para qué me golpeas?"

Después del interrogatorio, el jefe de los sacerdotes, Anás, mandó atado a Jesucristo a través del patio a su yerno, el jefe de los sacerdotes, Caifas. Caifas ese año estaba asignado para oficiar como el primo-sacerdote. Fue él quien había aconsejado a la Junta Suprema (Sanedrín) matar a Jesucristo diciendo: "Ustedes no saben nada y ni pensarán qué es lo mejor para nosotros. Que un hombre muera por la gente en vez de que todo el pueblo perezca." El santo apóstol Juan, señalando la importancia de la jerarquía sacerdotal, explica que a pesar de su transgresora maquinación, el primo-sacerdote Caifas, involuntariamente, profetizó sobre el Salvador que Él debía sufrir para salvar a la gente. Por esto el apóstol Juan dice: "Esto lo dijo él (Caifas) no por sí sino por ser el sumo sacerdote por ese año, y predijo que Jesús moriría por el pueblo."

Y aquí mismo agrega: "Y no solamente por la gente (es decir, por los judíos, porque Caifas hablaba solamente sobre el pueblo judío), sino para que se unan en uno sólo los hijos de Dios que están dispersos (es decir, los paganos) Juan 11:49-52.

Donde el sumo sacerdote esa noche se reunieron muchos miembros de la Junta Suprema (o concilio). El Sanedrín, como una corte suprema, por ley tenía que reunirse en el templo y obligadamente durante el día. Así mismo vinieron ancianos y eruditos judíos. Todos ellos de antemano acordaron en condenar a Jesucristo a la muerte.

Pero para esto ellos necesitaban encontrar alguna culpa digna de muerte. Pero como era imposible encontrar alguna culpa en Él, entonces ellos buscaron falsos testigos quienes dijeron mentiras en contra de Jesucristo.

Muchos de estos falsos testigos vinieron. Pero ellos no podían decir nada por lo cual se le pudiese condenar a Jesucristo. Al final salieron dos de aquellos falsos testigos con la siguiente acusación: "Nosotros oímos como Él decía: 'Yo destruiré este templo hecho por las manos y, en tres días, levantaré otro hecho no por las manos.'" Pero y este testimonio no fue suficiente para condenarlo a la muerte.

A todas estas falsas acusaciones Jesucristo no respondía. El primo sacerdote, Caifas, se levantó y le preguntó: "Porqué no respondes a lo que ellos te inculpan?" Jesucristo callaba. Caifas, de nuevo, le preguntó: "Jurando con el Dios viviente, dinos ¿no eres tú Cristo, el Hijo de dios?" A pregunta así hecha, Jesucristo dio una respuesta y dijo: "Sí. Yo y además os digo: 'de ahora ustedes verán al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Dios todopoderoso y caminando en las nubes celestiales.'

Entonces Caifas se desgarró sus ropas (en señal de rabia y de terror) y dijo: "¿Para qué necesitamos más testigos? Ahora ustedes escucharon su blasfemia (es decir, que Él, siendo hombre, se llamó a sí mismo hijo de Dios): Qué os parece?" Ellos todos, al unísono, contestaron en respuesta: "Condenado a muerte."

Después de esto, Jesucristo fue entregado a vigilancia hasta el amanecer. Algunos comenzaron a escupirle a Él en la cara. La gente que lo tenían lo maldecían y lo golpeaban. Otros, cerrándole los ojos, lo golpeaban por la mejilla y con burla le preguntaban: "Profetiza Cristo, ¿quién te golpeó?" Todas estas ofensas el Señor las soportó sin quejarse y en silencio.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 26:57-27:1; el Evangelio de San Marcos 14:53-65 y 15:1; el Evangelio de San Lucas 22:54-71; el Evangelio de San Juan 18:12-19:24.

 

La Negación de Pedro

Cuando llevaron a Jesucristo al juicio de los jefes de los sacerdotes, el apóstol Juan, como conocido del primo-sacerdote, entró al patio pero Pedro se quedó detrás del portón. Luego Juan, habiendo hablado con el ama de llaves, llevó a Pedro al patio. Ella, al ver a Pedro, le dijo: "¿No eres tú un discípulo de este hombre (de Jesucristo)?" y Pedro contestó: "No."

La noche estaba fría. Los custodios prendieron una fogata en el patio y se calentaban con ella. Pedro, así mismo, junto a ellos se calentaba cerca del fuego. Pronto otro sirviente, viendo a Pedro calentarse, les dijo a los custodios: "Y éste estuvo con Jesús de Nazaret." Pero Pedro, de nuevo, negó diciendo que él no conoce a este hombre. Después de algún tiempo, los custodios que estaban en el patio de nuevo comenzaron a decirle a Pedro: "Ciertamente y tú estuviste con él porque hasta tu forma de hablar te delata. Tú eres Galileo."

Aquí se acercó el familiar de aquel mismo Malco, a quien Pedro le había cortado la oreja y dijo: "No fui yo el que te vio con Él en el huerto de Getsemané?" Pedro comenzó a jurar y perjurar: "No conozco a este hombre del que habláis."

En ese mismo momento cantó el gallo y se recordó Pedro de las palabras del Salvador: "Antes de que cante el gallo tú tres veces renegarás de mí." En ese momento el Señor, estando entre los guardias en el patio, dirigió la mirada en la dirección de Pedro.

La mirada del Señor penetró al corazón de Pedro. La vergüenza y el arrepentimiento se apoderaron de él y, saliendo fuera del patio él lloró amargamente por su pesado pecado.

Desde aquel momento, Pedro nunca se olvidó de su caída. El santo Clemente, discípulo de Pedro, cuenta que Pedro a lo largo de toda su restante vida, durante el canto del gallo de medianoche, se ponía de rodillas y, cubriéndose de lágrimas, se arrepentía de su negación aunque el propio Señor, prontamente después de su resurrección, le había perdonado.

Se conserva otro antiguo testimonio, que es el que los ojos del apóstol Pedro estaban enrojecidos por el lloro frecuente y amargo.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 26:69-75; el Evangelio de San Marcos 14:66-72; el Evangelio de San Lucas 22:55-62; el Evangelio de San Juan 18:15-27.

 

La Perdición de Judas

Llegó la mañana del Viernes. Sin perder tiempo, los primo-sacerdotes, los ancianos y los maestros de la ley y todo el concilio (Sanedrín) hicieron una junta. Ellos trajeron al Señor Jesucristo y de nuevo le condenaron a muerte por que Él se llamaba a sí mismo Cristo, Hijo de Dios.

Cuando Judas supo que Jesucristo estaba condenado a muerte, él entendió todo lo terrible de su acto. Él puede ser que no esperaba una condena así o suponía que Cristo no permitiría esto o que se liberaría de sus enemigos de una manera milagrosa. Judas entendió hasta dónde le había llevado su amor por el dinero. Su alma fue apresada por un sufriente arrepentimiento.

Él fue donde los primo-sacerdotes y a los ancianos y les devolvió las treinta monedas de plata diciéndoles: "Yo pequé entregando la sangre de un inocente (es decir, entregó a la muerte a un hombre inocente)." Ellos le dijeron: "¿Qué nos importa eso? Mira tú mismo (es decir, responde tú mismo por tus hechos)." Pero Judas no quiso arrepentirse con humildad en oración y lágrimas delante del misericordioso Dios. La frialdad de la desesperación y la nostalgia abrazaron su alma.

Judas tiró las monedas de plata en el templo, delante de los primo-sacerdotes, y salió. Luego fue y se ahorcó (es decir, se suicidó).

Los primo-sacerdotes, tomando las monedas de plata, dijeron: "No es permisible colocar estas monedas en el cofre de la iglesia porque éste es el precio de la sangre."

Luego de ponerse de acuerdo entre sí, ellos compraron con este dinero una parcela a un alfarero para el entierro de extranjeros. Desde aquel momento y hasta nuestros días, esa tierra es un cementerio y se llama en hebreo Aqueldamá, lo cual significa: tierra de sangre. Así se cumplió la profecía del profeta Jeremías, la cual dice: "Y tomaron treinta monedas de plata, el precio del valorado, al cual lo valoraron los hijos de Israel y los dieron por la parcela del alfarero."

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 27:3-10.

 

Jesucristo en el Juicio de Pilato

Los primo-sacerdotes y los jefes hebreos, habiendo condenado a muerte a Jesucristo, por sí mismos no podían cumplir su condena sin tener la confirmación del jefe del país, del gobernador romano (procurador o pretor) en Judea. En aquella época el gobernante romano en Judea era Poncio Pilatos.

Debido a la festividad de la Pascua, Pilatos se encontraba en Jerusalén y vivía no lejos del templo, en la Pretoria romana, o sea la casa del máximo juez. Delante de la Pretoria había una plaza abierta (pavimentada con grandes piedras) la cual se llamaba lithostratón; en hebreo gabata.

Temprano en la mañana del mismo viernes, los primo-sacerdotes y los jefes de los judíos condujeron a Jesucristo amarrado al juicio de Pilatos, para que él confirmase la sentencia mortal en contra de Jesús. Pero ellos mismos no entraron en la Pretoria para no ensuciarse delante de la Pascua con la entrada a una casa pagana.

Pilatos entonces salió donde ellos, al lithostratón y, viendo a los miembros del concilio (Sanedrín), les preguntó: "¿En qué acusan ustedes a este hombre?" Ellos contestaron: "Si él no hubiera sido malvado, nosotros no lo hubiéramos traído ante ti." Pilatos les dijo: "Tómenlo ustedes y por su ley júzguenlo."

Ellos le contestaron a Pilatos: "A nosotros no nos permiten entregar a la muerte a nadie." Y comenzaron a culpar al Salvador diciendo: "Él corrompe al pueblo, prohíbe dar el impuesto al Cesar y se llama a sí mismo Cristo Rey." Pilatos le preguntó a Jesucristo: "Tú eres el Rey de los Judíos?" Y Jesucristo le contestó: "Tú lo dices (lo cual significa: Sí, yo soy el Rey)."

Al culpar al Salvador los primo-sacerdotes y los ancianos, Él no contestaba nada. Pilatos le dijo: "Tú no contestas nada? Ves qué cantidad de acusaciones hay en contra de ti?" Pero y a esto el Salvador no contestaba nada, por lo cual Pilatos se sorprendía.

Después de esto, Pilatos entró en la Pretoria y llamó a Jesús, preguntándole de nuevo: "Tú eres el Rey Judío?" Jesucristo le dijo: "Dices esto de ti u otros te dijeron esto de mí? (es decir, si él mismo pensaba así o no)."

"Acaso yo soy judío?" contestó Pilatos, "tu pueblo y tus primo-sacerdotes te entregaron a mí. Qué fue lo que hiciste?" Jesucristo le dijo: "Mi reino no es de este mundo. Si hubiera sido mi reino de este mundo, mis servidores (súbditos) se preocuparían por mí para que yo no hubiese sido entregado a los judíos. Pero ahora mi reino no es de aquí."

"Así que tú eres Rey?" le preguntó Pilatos. Jesucristo contestó: "Tú dices que yo soy Rey. Yo para eso nací y para eso vine al mundo. Para testificar la verdad. Cualquiera que es de la verdad escucha mi voz." De estas palabras Pilatos vio que delante de él estaba parado el predicador de la verdad, maestro del pueblo, y no un agitador en contra del poder romano.

Pilatos le preguntó: "Qué es la verdad?" Y, sin esperar la respuesta, salió hacia los judíos que estaban en el lithostratón y avisó: "Yo no encuentro ninguna culpa en este hombre." Los primo-sacerdotes y los ancianos insistieron diciendo que Él agitaba al pueblo, en toda Judea, comenzando por Galilea. Pilatos, habiendo escuchado 'Galilea' les preguntó: "Acaso Él es Galileo?"

Y habiendo conocido que Jesucristo era de Galilea, él mandó llevarlo ante el rey de los galileos, a Herodes, quien, por ocasión de la Pascua, estaba también en Jerusalén. Pilatos estaba contento en deshacerse de este juicio desagradable.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 27:11-14; el Evangelio de San Marcos 15:1-5; el Evangelio de San Lucas 15:1-7; el Evangelio de San Juan 18:28-38.

Jesucristo en el Juicio de Herodes

El rey Galileo, Herodes Antipas, quien había condenado a Juan el Bautista, había escuchado mucho sobre Jesucristo y, desde hace mucho tiempo, quería verlo. Cuando le trajeron a Jesucristo, él se alegró mucho pues esperaba ver de Él algunos milagros.

Herodes lo cubrió de muchas preguntas pero el Señor no le contestaba nada. Los primo-sacerdotes y los maestros de ley estaban parados e intensamente le culpaban a Él.

Entonces Herodes, junto con sus soldados, habiéndose burlado y maldecido de Él, Lo vistió con una ropa clara en señal de su inocencia y lo mandó de vuelta a Pilatos. A partir de este día, Pilatos y Herodes se convirtieron en amigos entre sí ya que anteriormente estaban enemistados el uno en contra del otro.

Observación: Ver el Evangelio de San Lucas 23:8-12.

El ultimo Juicio de Jesucristo de Pilatos

Cuando de nuevo llevaron al Señor Jesucristo ante Pilatos, ya en la Pretoria se había reunido gran cantidad de gente, jefes y ancianos. Pilatos, habiendo llamado a los primo-sacerdotes, jefes y al pueblo, les dijo: "Ustedes me trajeron a este hombre como corruptor del pueblo y yo, delante de ustedes, lo he interrogado y no encontré en Él ninguna culpa en lo que ustedes lo acusan. Yo lo mandé donde Herodes y Herodes así mismo no encontró en Él nada digno de la muerte. Así, mejor yo lo castigo y lo suelto."

Los hebreos tenían la costumbre, en la festividad de la Pascua, de soltar a un prisionero al que eligiese el pueblo. Pilatos, aprovechando esta ocasión, le dijo al pueblo: "Tienen ustedes la costumbre que yo les suelte a uno de los presos. ¿Quieren que yo les suelte al Rey Judío?" Pilatos estaba seguro que el pueblo pediría a Jesús porque sabía que los jefes habían entregado a Jesucristo por envidia y rabia. En ese momento, cuando Pilatos estaba sentado en su puesto de juez, su esposa mandó a decirle: "No hagas nada a aquel justo porque yo, en un sueño, hoy sufrí por Él."

Mientras tanto, los primo-sacerdotes y los ancianos le enseñaron al pueblo a pedir por la libertad de Barrabás. Barrabás era un bandido, puesto en prisión con sus compañeros por haber cometido en la ciudad agitación y asesinatos.

Entonces el pueblo, enseñado por los ancianos, comenzó a gritar: "Suéltenos a Barrabás!" Pilatos, deseando soltar a Jesús, salió y, elevando la voz, dijo: "A quién quieren que yo suelte, ¿a Barrabás o a Jesús llamado Cristo?" Todos gritaron: "A Él no, sino a Barrabás!" Entonces Pilatos les preguntó: "¿Qué es lo que quieren ustedes que yo haga con Jesús llamado Cristo?" Ellos gritaron: "¡Que sea sacrificado!" Pilatos, de nuevo, les preguntó: "¿Qué mal Él les hizo? Yo no encontré nada en Él digno de la muerte. Así que, habiéndole castigado, lo soltaré!" Pero ellos, aún más fuerte, gritaron: "A Él crucifícalo! ¡Que sea crucificado!"

Entonces Pilatos, pensando despertar en el pueblo el sentimiento de lástima hacia Cristo, mandó a sus soldados que lo azotaran. Los soldados llevaron a Jesucristo al patio, lo desnudaron y cruelmente lo azotaron. Luego le pusieron a Él un manto púrpura (o 'bagranitza' - rojo-púrpura consistente en una vestimenta sin mangas, con el cierre en el hombro derecho) y habiendo tejido una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le dieron a Él en la mano derecha una caña en vez del cetro real. Comenzaron a burlarse de Él. Ellos se ponían de rodillas, le reverenciaban y decían: "Alégrate, Rey de los Judíos!" A Él le escupían y, tomando la caña, le pegaban por la cabeza y por su cara.

Luego de esto, Pilatos salió donde los hebreos y les dijo: "Ahora Yo se los traigo a ustedes, para que ustedes sepan que yo no encontré en Él ninguna culpa!" Entonces salió Jesucristo con la corona de espinas y vestido de manto púrpura.

Pilatos les dijo: "He aquí al hombre!" Con esto, Pilatos quería decir: "Mírenlo cómo está atormentado y sufrido." Él pensaba que los hebreos se apiadarían de Él. Pero no eran así los enemigos de Cristo. Cuando los primo-sacerdotes y los sirvientes vieron a Jesucristo, gritaron: "¡Crucifícalo. A Él crucifícalo!"

Pilatos les decía: "Tómenlo ustedes y crucifíquenlo porque yo no encuentro en Él culpa alguna." Los judíos le contestaban: "Nosotros tenemos la ley y, por nuestra ley, Él debe morir porque Él se hizo a sí mismo Hijo de Dios."

Habiendo escuchado aquellas palabras, Pilatos se asustó aún más. Él entró con Jesucristo en la Pretoria y le preguntó: "¿De dónde eres tú?" Pero el Salvador no le dio respuesta. Pilatos le decía a Jesús: "¿Es a mí a quien no contestas? ¿No sabes tú que yo tengo el poder de crucificarte y el poder de dejarte libre?"

Entonces Jesucristo le respondió: "Tú no hubieras tenido sobre mí ningún poder si no te lo hubieran dado de arriba. Por eso hay mayor pecado en quien me entregó a ti."

Después de esta respuesta, Pilatos aún más deseaba liberar a Jesucristo. Pero los judíos gritaban: "Si lo sueltas a Él no eres amigo del Cesar (cualquiera que se haya rey es enemigo del Cesar)." Pilatos, habiendo escuchado aquellas palabras, decidió mejor entregar a muerte al hombre inocente antes de caer él mismo en mal gracia delante del Cesar.

Entonces Pilatos guió a Jesucristo, se sentó en el puesto del juez, que estaba en el lithostratón, y le dijo a los judíos: "He aquí al rey suyo!" Pero ellos gritaron: "A Él tómalo. Tómalo y crucifícalo!" Pilatos les decía: "¿Crucificar a su rey?" Los primo-sacerdotes respondieron: "No tenemos otro rey además del Cesar."

Pilatos, viendo que nada ayudaba y que la agitación iba en aumento, tomó agua, lavó sus manos delante del pueblo y dijo: "Yo soy inocente en la sangre derramada de este justo. Miren ustedes (es decir, esta culpa caerá sobre ustedes)."

Todo el pueblo hebreo, contestando al unísono, le dijo: "Su sangre estará sobre nosotros y sobre nuestros hijos." Así, los hebreos mismos tomaron sobre sí y hasta sobre su descendencia la responsabilidad por la muerte del Señor Jesucristo.

Entonces, el bandido Barrabás fue liberado a ellos por Pilatos y Jesucristo fue entregado a ellos para ser crucificado.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 27:15-26; el Evangelio de San Marcos 15:6-15; El Evangelio de San Lucas 23:13-25; El Evangelio de San Juan 18:39-40 y 19:1-16.

 

El Camino de Jesucristo con la Cruz

Luego de que Jesucristo fuese condenado a ser crucificado, fue entregado a los soldados. Los soldados le tomaron y, de nuevo, lo azotaron con maldiciones y tormentos. Cuando se burlaban de Él, ellos le quitaron el manto púrpura y lo vistieron con sus propias vestiduras.

A los condenados a ser crucificados les correspondía cargar con su propia cruz. Por esto, los soldados le montaron al Salvador su cruz sobre los hombros y lo condujeron al sitio destinado para la crucifixión. Este sitio era la colina llamada Gólgofa, o lugar de la calavera, es decir, elevado. Gólgota se encontraba en la parte sur de Jerusalén, no lejos de las puertas de la ciudad que se llamaba del Juicio.

Detrás de Jesucristo caminaba gran cantidad de gente. El camino era empinado. Agotado por los azotes y los castigos, extenuado por los sufrimientos espirituales, Jesucristo caminaba con dificultad y varias veces cayéndose bajo el peso de la cruz.

Cuando llegaron a las puertas de la ciudad, donde el camino ascendía a la montaña, Jesucristo quedó completamente extenuado. En ese momento los soldados vieron cerca a un hombre que miraba con dolor a Cristo. Era Simón de Cirenia, quien regresaba después del trabajo en el campo. Los soldados lo agarraron y lo obligaron a llevar la cruz de Cristo.

Entre el pueblo que seguía a Cristo había muchas mujeres, las cuales lloraban y se lamentaban por Él. Pero Jesucristo, dirigiéndose a ellas, les dijo: "Hijas de Jerusalén. No lloréis por mí pero llorad por ustedes y por vuestros hijos. Porque pronto vendrán días cuando estaréis diciendo: 'Felices aquellas mujeres que no tienen hijos.' Entonces dirá la gente a las montañas: 'Derrúmbense sobre nosotros' y a las colinas 'Cúbrannos.'"

Así el Salvador predijo aquellos terribles eventos que prontamente después de su vida terrenal debían desencadenarse sobre Jerusalén y sobre el pueblo hebreo.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 27:27-32; el Evangelio de San Marco 15:16-21; el Evangelio de San Lucas 23:26-32; el Evangelio de San Juan 19:16-17.

 

La Crucifixión de Jesucristo

La condena de crucifixión en la cruz era la más vergonzosa, la más dolorosa y la más cruel. Con esta muerte condenaban en aquella época solamente a los más despiadados malhechores, bandidos, asesinos, agitadores y a esclavos delincuentes.

Es imposible describir el sufrimiento del hombre crucificado. Además del dolor inaguantable en todas las partes del cuerpo y el consiguiente sufrimiento, el crucificado sentía una espantosa sed y una mortal tristeza espiritual. La muerte era tan lenta que muchos sufrían durante varios días en la cruz . Hasta los cumplidores de la condena - normalmente gente muy cruel - no podían mirar con sangre fría los sufrimientos de los crucificados. Ellos preparaban una bebida con la cual ellos trataban de mitigar la inaguantable sed de los crucificados. O también con la mezcla de varios elementos temporalmente adormecían la conciencia y aliviaban los sufrimientos. Por la ley hebrea, a todo aquél colgado en la cruz se le consideraba maldito.

Los jefes de los judíos querían por siempre avergonzar a Jesucristo, condenándolo a Él a esa muerte. Cuando trajeron a Jesucristo a Gólgota, los soldados le dieron a Él para tomar vino amargo, mezclado con elementos amargos, para aliviarle los sufrimientos.

Pero el Señor solamente lo probó y no quiso tomarlo. Él no quería usar ningún método para aliviar los sufrimientos. Estos sufrimientos Él los tomó sobre Sí voluntariamente por los pecados de la gente y por eso Él deseaba soportarlos hasta el final.

Cuando todo estuvo preparado, los soldados crucificaron a Jesucristo. Esto sucedió cerca del mediodía, en hebreo a la sexta hora del día. Cuando lo crucificaban, Él rezaba por sus torturadores diciendo: "Padre, perdónalos porque ellos no saben lo que hacen."

Al lado de Jesucristo crucificaron a dos delincuentes (bandidos); uno a su derecha y el otro a su izquierda. Así se cumplió la profecía del profeta Isaías, quien dijo: "Y fue agregado a los delincuentes" (Isaías 53:12).

Por el mandado de Pilatos, a la cruz le fue clavada una inscripción sobre la cabeza de Jesucristo, significando su culpa. En ella estaba escrito en hebreo, en griego y en romano: "Jesús de Nazaret, Rey Judío" y muchos la leyeron. Tal inscripción no le gustaba a los enemigos de Cristo. Por ello los primo-sacerdotes vinieron donde Pilatos y decían: "No escribas Rey Judío pero escribe lo que Él decía: Yo soy el Rey Judío." Pero Pilatos les contestó: "Lo que yo escribí, aquello escribí."

Mientras tanto, los soldados que crucificaron a Jesucristo tomaron su ropa y comenzaron a repartirla entre ellos. La vestimenta superior ellos la rompieron en cuatro partes. Una parte para cada soldado. La túnica (la ropa interior) estaba sin costura - estaba tejida desde arriba hasta abajo. Entonces ellos dijeron el uno al otro: "No vamos a desgarrarla sino vamos a echarla a la suerte para saber a quién le toca." Y tirando a la suerte, los soldados, sentados, vigilaban el sitio de la condena. Así y aquí también se cumplió la antigua profecía del rey David: "Mi vestimenta se repartirán entre ellos y por mí túnica tirarán la suerte" (Salmo 21:19).

Los enemigos no dejaban de ofender y burlarse de Jesucristo hasta en la cruz. Ellos, parados a su lado, le maldecían y, moviendo burlonamente la cabeza, decían: "Hey! Destructor del templo y edificador en tres días! Sálvate a ti mismo si es que tú eres el Hijo de Dios. Baja de la cruz!"

Así mismo, los primo-sacerdotes, los eruditos, los ancianos, los fariseos se burlaban diciendo: "A otros salvaba pero a sí mismo no puede salvar. Si Él es Cristo Rey de Israel, que ahora baje de la cruz para que nosotros veamos y entonces creeremos en Él. Confiaba en Dios. Que ahora lo salve su Dios si es que Él es digno de Él ya que Él decía: Yo soy Hijo de Dios."

Por su ejemplo y los soldados paganos, sentados debajo de las cruces y quienes cuidaban a los crucificados, atormentándole le decían: "Si tú eres Rey Judío, sálvate a ti mismo." Hasta uno de los bandidos crucificado, el que se encontraba a la izquierda, del Salvador lo maldecía a Él y decía: "Si tú eres Cristo, sálvate tú y a nosotros." El otro bandido, al frente, lo calmaba y decía: "¿Acaso tú no le tienes miedo a Dios, cuando tú estás condenado a lo mismo (es decir, al mismo sufrimiento y muerte)? Nosotros hemos sido condenados justamente, porque era lo justo por nuestros actos, pero él no hizo nada malo."

Habiendo dicho esto, él se dirigió a Jesucristo con la oración: "Acuérdate de mí, Señor, cuando llegues a tu Reino." El Salvador misericordioso aceptó el arrepentimiento de corazón de este pecador, demostrando su hermosa fe a Él, y le respondió al bandido inteligente: "De verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso."

Cerca de la cruz del Salvador estaban parados su Madre, el apóstol Juan, María Magdalena y además algunas mujeres que lo respetaban. Es imposible describir el sufrimiento de la Madre de Dios, viendo los sufrimientos inaguantables de su hijo.

Jesucristo, viendo a su Madre y a Juan (a quien quería muy especialmente) allí parados, le dijo a su Madre: "Mujer! He aquí, tu hijo." Luego le dijo a Juan: "He aquí, tu Madre." A partir de ese momento Juan cuidó a la Madre de Dios. La llevó consigo a su casa y se preocupó por Ella hasta el final de la vida de Ella.

Mientras tanto, durante los sufrimientos del Salvador, en el Gólgota ocurrió una gran señal. Desde esa hora cuando Cristo fue crucificado, es decir, desde la sexta hora (según los cálculos nuestros a partir de las doce del día), el sol se oscureció y apareció la oscuridad en toda la tierra, y así continuó hasta la novena hora (según nuestros cálculos, hasta las tres de la tarde), es decir, hasta la misma muerte del Salvador.

Esta inusual oscuridad, en toda la tierra, fue destacada por los historiadores paganos: los astrólogos romanos Fletontom, Fallon y Julio Africano. El famoso filósofo de Atenas, Dionisio Areopagint, estaba en ese momento en Egipto, en la ciudad de Geliópole y, observando la repentina oscuridad, dijo: "O el creador sufre o el mundo se destruye." Posteriormente, Dionisio Areópago tomó el cristianismo y fue el primer obispo de Atenas.

Cerca de la novena hora, Jesucristo, en voz alta, exclamó: "Eloí, Eloí ¿lamá sabactaní?" Lo cual significa: "Dios mío, Dios mío ¿porqué me abandonaste?" Estas eran las primeras palabras del Salmo 21 del rey David, en el cual David claramente predijo los sufrimientos del Salvador en la cruz. Con estas palabras el Señor, por última vez, le recordó a la gente que Él es el verdadero Cristo, Salvador del mundo. Algunos de los que estaban parados en el Gólgota, habiendo oído estas palabras dichas pro el Señor, decían: "He allí que llama a Elías." Y otros decían: "Vamos a ver si viene Elías para salvarlo."

El Señor Jesucristo, sabiendo que ya todo se había realizado, pronunció: "Tengo sed." Entonces uno de los soldados corrió, tomó la esponja, la mojó en el vinagre, la montó sobre una caña y la acercó a los labios resecos del Salvador. Mordiendo el vinagre, el Salvador dijo: "Se ha cumplido." Esto es, se cumplió la promesa de Dios, la salvación completa de la raza humana.

Después de esto Él, con voz alta, pronunció: "Padre! En tus manos entrego mi espíritu!" e inclinando la cabeza, entregó el espíritu, es decir murió.

Y así la cortina del templo, que encerraba al Sancto Sanctorum, se rompió en dos, desde el borde superior al inferior, y la tierra tembló. Las piedras se partieron y las tumbas se abrieron y muchos de los cuerpos de los santos muertos resucitaron y, saliendo de las tumbas luego de su resurrección, entraron en Jerusalén y se les aparecieron a muchos.

El Centurión (el jefe de los soldados) y los soldados con él, quienes cuidaban al Salvador crucificado, viendo el terremoto y todo lo que ocurría delante de ellos, se asustaron y decían: "De verdad este hombre era el Hijo de Dios." Y la gente quienes presenciaron la crucifixión y que habían visto todo, con temor comenzaron a alejarse, golpeándose el pecho.

Llegó la noche del Viernes. Esta noche correspondía comer la Pascua Los judíos no querían dejar hasta el Sábado los cuerpos de los crucificados sobre las cruces pues el Sábado de Pascua se consideraba un gran día. Por eso ellos le pidieron a Pilatos el permiso de romper las rodillas de los crucificados para que así ellos murieran más rápidamente y los pudieran bajar de las cruces. Pilatos lo permitió y los soldados vinieron y les fracturaron las rodillas a los bandidos. Cuando ellos vinieron a Jesucristo, vieron que Él ya había muerto y por eso no les las fracturaron. Pero uno de los soldados, para que no quedara ninguna duda de su muerte, le atravesó las costillas con una lanza y de la herida brotó sangre y agua.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 27:33-56; el Evangelio de San Marco 15:22-41; el Evangelio de San Lucas 23:33-49; el Evangelio de San Juan 19:18-37.

 

El Entierro de Jesucristo

Al anochecer, muy pronto después de que hubiese ocurrido todo, a Pilatos llegó un importante miembro del concilio (Sanedrín o Junta Suprema), un hombre acaudalado llamado José de Arimatea (de la ciudad de Arimatea). José era un discípulo secreto de Jesucristo - secreto por miedo a los judíos. Era un hombre justo y misericordioso. No había participado en la asamblea que juzgó al Salvador. Él le había pedido a Pilatos permiso para bajar el cuerpo del Cristo de la cruz y darle la sepultura. Pilatos se sorprendió que Jesucristo hubiese muerto tan rápido y llamó al centurión que cuidaba a los crucificados. Supo de él cuándo murió Jesucristo y permitió a José tomar el cuerpo de Cristo para su sepultura.

José había comprado la tela (lienzo especial grande, claro, para la sepultura) y vino al Gólgota. Así mismo vino y otro discípulo secreto de Jesucristo y miembro del concilio, Nicodemus. Él trajo consigo para la sepultura el costoso ungüento aromático compuesto de mirra y aloe. Entre los dos bajaron el cuerpo del Salvador de la cruz, lo untaron a Él con el ungüento aromático, lo envolvieron en la tela y lo acostaron a Él en el nuevo sepulcro, en el jardín, cerca del Gólgota.

El sepulcro era una cueva la cual José de Arimatea había mandado a excavar en la roca para su propio entierro y en el cual todavía no habían puesto a nadie. Allí ellos colocaron el cuerpo de Jesús porque el sepulcro se encontraba cerca del Gólgota y había ya poco tiempo debido a la aproximación de la gran festividad de la Pascua. Luego colocaron una gran piedra sobre la entrada del sepulcro y se fueron.

María Magdalena, María de José y otras mujeres estaba allí y miraron cómo colocaban el cuerpo de Cristo. Regresando a la casa, ellas compraron la valiosa mirra para luego untar con ésta el cuerpo de Cristo, inmediatamente cuando pasase el gran día festivo en el cual, por la ley, le correspondía a todos guardar reposo. Pero los enemigos de Cristo no se calmaron y, a pesar de su gran festividad, al siguiente día, el Sábado, los primo-sacerdotes y los fariseos, rompiendo o quebrantando la tranquilidad del reposo del Sábado y de la festividad, se reunieron y vinieron a Pilatos y le comenzaron a pedir: "Señor, nosotros nos acordamos que este mentiroso (así se atrevieron ellos a llamar a Jesucristo), todavía estando vivo, había dicho: 'Después de tres días resucitaré.' Por eso, manda para que cuiden el sepulcro hasta el tercer día, para que sus discípulos no lleguen en la noche, lo roben y luego le digan al pueblo que Él resucitó de entre los muertos. Y entonces será el último engaño peor que el primero."

Pilatos les dijo a ellos: "Ustedes tienen guardias, vayan y cuiden como saben." Entonces, los primo-sacerdotes, con los fariseos, fueron al sepulcro de Jesucristo y, habiendo verificado la cueva, colocaron sobre la piedra de la entrada al sepulcro el sello del concilio (Sanedrín) y pusieron guardia de soldados al lado del sepulcro del Señor.

Mientras el cuerpo del Salvador estaba acostado en el sepulcro, con el alma Él había bajado al infierno donde las almas de las gentes que habían muerto antes de Su sufrimiento y muerte. Y todas las almas de la gente justa, que estaban esperando la venida del Salvador, Él las liberó del infierno.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 27:57-66; El Evangelio de San Marcos 15:42-76; el Evangelio de San Lucas 23:50-56; el Evangelio de San Juan 19:38-42.

Los sufrimientos de Cristo se rememoran en la Santa Iglesia Ortodoxa la semana antes de la Pascua. Esta semana se llama Semana Santa o del Sufrimiento. Toda esta semana los cristianos deben transcurrirla en ayuno y en oración.

El Gran Miércoles de la Semana Santa se rememora la traición de Judas el Iscariote a Jesucristo.

El Gran Jueves, al anochecer, durante las vísperas (que son los maitines del Gran Viernes) se leen las doce partes del evangelio sobre los sufrimientos de Jesucristo.

El Gran Viernes, durante la misa de las vísperas (que se oficia a las 2 o a las 3 del día) se saca del altar y se coloca en el centro del templo el sudario (lienzo) que es la santa representación del Salvador, acostado en el sepulcro. Esto se realiza en conmemoración de la bajada del cuerpo de Cristo de la cruz y su sepulcro.

El Gran Sábado, durante los maitines, acompañado del fúnebre tañido de las campanas y del canto de la canción "Santo Dios. Santo Poderoso. Santo Inmortal. Perdónanos," se lleva el sudario (lienzo) en procesión alrededor del templo, en conmemoración de la bajada de Jesucristo al infierno, cuando Él con el cuerpo permanecía en el sepulcro, y Su victoria sobre el infierno y la muerte.

Para la Semana Santa y la festividad de la Pascua nosotros nos preparamos con el ayuno. Este ayuno se extiende durante cuarenta días y a este Gran Ayuno se le llama la Santa Cuaresma (Ayuno Mayor).

Además de esto, la Santa Iglesia Ortodoxa instituyó el ayuno los miércoles y los viernes de todas las semanas (a excepción de algunas, pero muy pocas, semanas en el año). Los Miércoles en rememoración de la traición de Judas a Jesucristo y los Viernes en rememoración de los sufrimientos de Jesucristo.

Nosotros manifestamos nuestra fe en la fuerza de los sufrimientos de la crucifixión por nosotros de Jesucristo con la realización del acto de la peregrinación durante nuestras oraciones.

Con el cuerpo en el sepulcro, con el alma en el infierno como Dios, en el paraíso con el bandido y en el trono estaba Cristo con el Padre y el Espíritu, cumpliendo todo lo no escrito.

Como el portador de la vida, como el más hermoso del paraíso, verdaderamente y de cualquier espacio real aparece el más luminoso Cristo, tu sepulcro, la fuente de nuestra resurrección.

 

La Resurrección

Al haber transcurrido el Sábado, en la noche, al tercer día después de sus sufrimientos y muerte, el Señor Jesucristo, con el poder de su Divinidad, resucitó, es decir, resucitó de entre los muertos. Con su cuerpo humano transfigurado, Él salió del sepulcro sin quitar la piedra, sin romper el sello del concilio (Sanedrín) e invisible a la guardia. Desde este momento los soldados, sin saberlo ellos mismos, cuidaban un sepulcro vacío.

Repentinamente ocurrió un gran terremoto y del cielo bajó un ángel del Señor. Este, tocando la piedra, abrió la entrada al sepulcro del Señor y se sentó sobre ella. Su aspecto era como de un relámpago y su vestimenta blanca como la nieve. Los soldados que montaban guardia delante del sepulcro cayeron en pánico y quedaron como muertos y, luego de volver en sí, del miedo salieron despavoridos.

Este día (el primer día de la semana) inmediatamente al terminar el reposo del Sábado, muy temprano al amanecer, María Magdalena, María de Jacobo, de Juan, Salomé y otras mujeres, llevando la mirra aromática preparada, fueron hacia el sepulcro de Jesucristo para ungir su cuerpo, así como ellas no pudieron hacerlo durante el entierro. (La iglesia llama a estas mujeres las portadoras de mirra, o miroforas).

Ellas todavía no sabían que el sepulcro de Cristo estaba custodiado por la guardia y que la entrada a la cueva estaba sellada. Por eso ellas no esperaban encontrarse con nadie y decían entre sí: "¿Quién nos quitará la piedra de la entrada al sepulcro?" La piedra era muy grande.

María Magdalena, habiéndose adelantado a las otras mujeres portadoras de la mirra, fue la primera en llegar al sepulcro. Todavía no amanecía, era oscuro. María, viendo que la piedra había sido quitada de la entrada al sepulcro, de inmediato corrió hacia donde estaban Pedro y Juan y les dijo: "Se llevaron al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo colocaron!" Habiendo escuchado aquellas palabras, Pedro y Juan corrieron de inmediato al sepulcro.

María Magdalena corría detrás de ellos. En ese tiempo, llegaron al sepulcro las otras mujeres, las que caminaban con María Magdalena. Ellas vieron que la piedra había sido quitada de la entrada del sepulcro. Y cuando repentinamente pararon, vieron al destellante ángel sentado sobre la piedra. El ángel, dirigiéndose a ellas, les dijo: "No temáis pues sé que vosotras buscáis al Jesús crucificado. Él no está aquí. Él resucitó, como lo había dicho aún estando con vosotros. Acercados y mirad el lugar donde el Salvador estuvo acostado. Y después id rápidamente y decid a sus discípulos que Él resucitó de entre los muertos."

Ellas entraron dentro del sepulcro (la cueva) y no encontraron el cuerpo del Señor Jesucristo. Pero, volteándose, vieron al ángel con vestimentas blancas, sentado a la derecha del sitio donde fue acostado el Señor. Entonces a ellas los envolvió el pánico. El ángel les dijo: "No os asustéis. El buscado Jesús de Nazaret, crucificado, resucitó. Él no está aquí. Este es el sitio donde Él fue colocado. Pero id y decid a sus discípulos y a Pedro (el cual, por su negación, se había separado del número de los discípulos) que El los recibirá en Galilea. Allí vosotros lo veréis como Él os había dicho."

Ante las mujeres, paradas y aturdidas, de repente aparecieron dos ángeles con resplandecientes ropajes. Las mujeres, por el miedo, se tiraron al suelo y tocaron con sus caras la tierra. Los ángeles les dijeron: "¿Por qué buscáis al vivo entre los muertos? Él no está aquí. Él resucitó. Recordad cómo El os decía a vosotros cuando estaba todavía en Galilea. Os decía que al Hijo del Hombre le esperaba todavía ser entregado a las manos de los pecadores y ser crucificado y resucitar al tercer día."

Entonces las mujeres recordaron las palabras del Señor. Ellas, con temblor y temor, salieron del sepulcro y corrieron. Luego, todavía con temor pero con gran regocijo, fueron a informar a los discípulos. Por temor, por el camino no habían dicho nada a nadie. Habiendo venido donde los discípulos, las mujeres contaron todo lo que habían visto y oído. Pero a los discípulos les parecieron sus palabras vacías y ellos no les creyeron.

Mientras tanto, al sepulcro del Señor llegaron Pedro y Juan. Juan corría más rápido que Pedro y llegó de primero al sepulcro, pero no entró dentro del mismo sino que, inclinándose, vio las sábanas dobladas. Detrás de él llegó Pedro corriendo y, entrando al sepulcro, vio solamente las sábanas dobladas y el sudario, que había envuelto la cabeza de Jesucristo, colocado no con las sábanas sino enrollado en otro lugar distinto de aquellas. Detrás de Pedro entró Juan quien, viendo todo aquello, creyó en la resurrección de Cristo. Pedro, asombrado, se maravillaba por lo ocurrido.

Después de esto, Pedro y Juan regresaron a sus casas. Al irse Pedro y Juan, María Magdalena, quien había llegado corriendo junto con ellos, se quedó al lado del sepulcro. Ella estaba parada y lloraba a la entrada de la cueva. Y mientras lloraba, se inclinó y miró dentro de la cueva (el sepulcro) y vio a dos ángeles con vestimenta blanca, sentados uno a la cabecera y el otro a los pies donde había estado acostado el cuerpo del Salvador. Los ángeles le dijeron: "¡Mujer, ¿porqué lloras?" María Magdalena les contestó: "Se llevaron a mi Señor y no sé dónde lo colocaron."

Dicho esto, ella se volvió hacia atrás y vio a Jesucristo parado ahí pero, debido a la gran tristeza que la embargaba y las lágrimas, además de su seguridad de que los muertos no resucitan ella no reconoció al Señor. Jesucristo le dice: "¡Mujer, ¿porqué lloras? A quién buscas?" María Magdalena, pensando que ése era el jardinero de ese jardín, le dice: "Señor, si tú lo sacaste, dime dónde lo colocaste y yo lo tomaré." Entonces Jesucristo le dice: "¡María!"

La voz bien conocida por ella la hizo volver en sí de la tristeza y ella reconoció que delante de ella estaba parado el mismo Señor Jesucristo. Ella exclamó: "¡Maestro!" y, con una alegría indescriptible, se lanzó a los pies del Salvador y de la alegría ella no se imaginaba en sí toda la grandeza de este momento.

Pero Jesucristo la detuvo señalándole el Santo y Gran Sacramento de su resurrección, le dijo: "No me toques pues todavía no ascendí al Padre Mío. Pero ve con mis hermanos (es decir, discípulos) y diles a ellos que asciendo al Padre Mío y al Padre de vosotros y al Dios Mío y al Dios de vosotros."

Entonces María Magdalena se apresuró a donde los discípulos del Señor con la noticia de que había visto al Señor y de aquello que Él le había dicho. Esta fue la primera aparición de Cristo después de la resurrección.

Por el camino, María Magdalena alcanzó a María de Jacob, regresando así mismo del sepulcro del Señor. Cuando ellas juntas estaban caminando para avisar a los discípulos, repentinamente el propio Jesucristo se les apareció y les dijo: "Alegraos."

Ellas, acercándosele, se agarraron de sus pies y le reverenciaron. Entonces Jesucristo les dijo: "No tengáis miedo. Id y avisad a mis hermanos para que ellos vayan a Galilea y allí me verán a Mí." Así, el Cristo resucitado apareció por segunda vez.

María Magdalena, junto con María de Jacob, llegaron donde estaban los once discípulos y a todos los demás que estaban lamentándose y llorando, y les anunciaron la gran alegría. Pero ellos, habiendo escuchado de ellas que Jesucristo estaba vivo y ellas lo habían visto, no se lo creyeron.

Después de esto, Jesucristo se le apareció por aparte a Pedro y lo convenció de Su resurrección (la tercera aparición). Solamente entonces muchos dejaron de desconfiar en la realidad de la resurrección de Cristo, aunque quedaron todavía no creyentes entre ellos.

Pero antes que a cualquiera, como testimonio desde la antigüedad de la Santa Iglesia, Jesucristo alegró a su Santísima Madre notificándole a ella, a través del ángel, sobre su resurrección.

Mientras tanto, los soldados que cuidaban el sepulcro del Señor, despavoridos por el miedo llegaron a Jerusalén. Algunos de ellos fueron con los primo-sacerdotes y les informaron de todo lo que había ocurrido en el sepulcro de Jesucristo.

Los primo-sacerdotes, habiéndose reunido con los ancianos, hicieron un concilio. Con su maldad y terquedad, los enemigos de Jesucristo no quisieron creer en su resurrección y trataron de esconder este evento del pueblo. Para eso compraron a los guardias (los sobornaron). Dándoles mucho dinero ellos les dijeron: "Decid a todos que sus discípulos vinieron en la noche y lo robaron mientras vosotros dormíais. Y si este rumor llega al gobernador (Pilatos), entonces nosotros nos preocuparemos por vosotros delante de él y os liberaremos de los problemas." Los soldados tomaron el dinero y así actuaron, como estaban enseñados. El rumor corrió entre los hebreos por lo cual, muchos de ellos, y hasta hoy en día, creen en esto.

El engaño y la mentira de este rumor son visibles a cualquiera. Si los soldados hubieran estado dormidos, no hubieran podido ver nada. Pero si vieron, esto significa que no dormían y hubieran detenido a los ladrones. La guardia debe estar atenta y vigilar. Es imposible imaginarse que la guardia, formada por varias personas, se hubiese quedado dormida. En el caso de que estos soldados se hubiesen dormido, les correspondía un gran castigo. ¿Por qué entonces no los castigaron sino que les dejaron tranquilos (hasta los gratificaron)? ¡Y acaso los asustados discípulos, que por el miedo se encerraron en sus casas, se hubiesen atrevido sin armas ir en contra de los soldados romanos armados, por un asunto tan insignificante? Además, ¿por qué era necesario que hicieran esto cuando ellos mismos habían perdido la fe en su Salvador? ¿Cómo hubieran podido quitar la gran piedra sin despertar a nadie? Todo esto es imposible.

Por el contrario, los mismos discípulos habían pensado que alguien se había llevado el cuerpo del Salvador, pero al haber visto el sepulcro vacío, ellos entendieron que, después de un robo, las cosas no ocurren así. Y, al final, ¿por qué los jefes judíos no buscaban el cuerpo de Cristo y no castigaron a los discípulos? Así, los enemigos de Cristo trataron de opacar el trabajo de Dios, con burdos chismes llenos de mentiras y engaños, pero todos ellos fueron sin valor contra la verdad.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 28:1-15; el Evangelio de San Marco 16:1-11; el Evangelio de San Lucas 24:1-12; el Evangelio de San Juan 20:1-18. Así mismo, ver la primera epístola del Apóstol San Pablo a los Corintios 15:3-5.

 

La Aparición a dos Discípulos

Para el anochecer de ese día, cuando Jesucristo resucitó y había aparecido a María Magdalena, María de Jacob y a Pedro, dos de los discípulos de Cristo (del número de los setenta), Cleofás y Lucas, iban de Jerusalén al poblado de Emaús. Emaús se encontraba aproximadamente a unos once kilómetros de Jerusalén Por el camino, ellos conversaban entre sí de todos los eventos ocurridos, lo que había pasado en los últimos días en Jerusalén - de los sufrimientos y la muerte del Salvador.

Mientras ellos hablaban y discutían entre sí todo lo ocurrido, se les acercó el propio Jesucristo e iba caminando junto a ellos. Pero algo tenía velado los ojos de ellos, de tal manera que ellos no le reconocieron. Jesucristo les dijo: "¿De qué estáis hablando y discutiendo vosotros y porqué estáis tan tristes?" Uno de ellos, Cleofás, le dijo en respuesta: "No puede ser que hayas venido de Jerusalén y no sepas de lo ocurrido allí estos días!" Jesucristo les preguntó: ¿"De qué?"

Ellos le contestaron: "De aquello que ocurrió con Jesús de Nazaret, quien fue un profeta poderoso en hechos y en palabras, delante de dios y de todo el pueblo. Cómo le traicionaron a Él los primo-sacerdotes y nuestros jefes para Su condena y muerte y crucifixión. Y nosotros esperábamos que Él fuera Aquél que tiene que libertar a Israel. Y hoy ya es el tercer día desde que todo esto ocurrió. Pero algunas de nuestras mujeres nos asustaron. Ellas estuvieron temprano en el sepulcro y no encontraron Su cuerpo y, regresando, nos contaron que ellas habían visto ángeles que decían que él está vivo. Entonces algunos de nosotros fuimos al sepulcro y encontramos todo como lo habían contado las mujeres, pero a Él no lo vimos."

Entonces Jesucristo les dijo: "Oh, insensatos y lentos de corazón (poco sensibles a aquello para creer a todo lo que predecían los profetas! ¿No era así que correspondía sufrir a Cristo y entrar en su Gloria?" Y Él comenzó, desde Moisés, a explicarles a ellos lo dicho en cada una de las profecías sobre Él en todas las Santas Escrituras. Los discípulos se maravillaban. Para ellos todo se aclaraba.

Así ellos llegaron, conversando, a Emaús. Jesucristo dio la impresión que quería seguir caminando pero ellos le detenían a Él diciéndole: "Quédate con nosotros porque ya el día tiende a declinar." Jesucristo accedió y se quedó con ellos y entró en la casa. Cuando Él se sentó con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se los dio a ellos. Entonces se les abrieron a ellos los ojos y ellos reconocieron a Jesucristo. Pero Él se hizo invisible para ellos.

Así fue la cuarta aparición del resucitado Cristo. Cleofás y Lucas, en una gran euforia, comenzaron a decirse el uno al otro: "¿No ardía con alegría nuestro corazón cuando Él nos decía por el camino y cuando nos explicaba a nosotros las Sagradas Escrituras?"

De inmediato, luego de esto, ellos se levantaron de la mesa y, a pesar de que ya era tarde, fueron de regreso a Jerusalén con los discípulos. Habiendo regresado a Jerusalén, ellos entraron en la casa donde se reunieron todos los apóstoles, junto a otros que estaban con ellos, faltando el apóstol Tomás. Todos ellos alegremente recibieron a Cleofás y a Lucas y decían que el Señor de veras había resucitado y le había aparecido a Simón Pedro. Y Cleofás y Lucas contaron a su vez de lo ocurrido con ellos por el camino a Emaús. Cómo el propio Señor les había acompañado a ellos conversando y cómo Él había sido reconocido por ellos durante la partición del pan.

Observación: Ver el Evangelio de San Marco 16:12-13; el Evangelio de San Lucas 24:13-35.

 

La Aparición a los Apóstoles

Mientras los apóstoles conversaban con los discípulos de Cristo, Cleofás y Lucas quienes habían regresado de Emaús, y vieron que la puerta de la casa donde ellos se encontraban estaba cerrada en prevención de los judíos, repentinamente el mismo Jesucristo se apareció entre ellos y les dijo: "Que la paz esté con vosotros."

Ellos, turbados y asustados, pensaron ver el espíritu. Pero Jesucristo les dijo: "¿Porqué os turbáis y porqué entran en vuestros corazones tales ideas? Mirad mis manos y mis pies; ése mismo soy Yo. Tocadme y palpad y detallad (vean) porque el espíritu no tiene carne y huesos como los veis en Mí."

Dicho esto, Él les mostró las manos y los pies y las costillas. Los discípulos se alegraron al haber visto al Señor. Por la alegría ellos todavía no creían y se maravillaban. Para fortalecerles a ellos la fe, Jesucristo les dijo: "¿Tenéis entre vosotros aquí alguna comida?"

Los discípulos le dieron a él parte del pescado asado y panal de miel. Jesucristo tomó aquello y comió delante de ellos. Luego les dijo: "Ahora mismo se cumplió aquello de lo que yo os había dicho cuando estaba con vosotros. Que debía cumplirse todo lo escrito sobre Mí en la Ley de Moisés y en los profetas y en los salmos."

Entonces el Señor les abrió a ellos la sabiduría para la comprensión de las Sagradas Escrituras, es decir, les dio el don de entenderlas. Terminando la conversación con sus discípulos, Jesucristo, por segunda vez, les dijo: "Que la paz esté con vosotros. Así como me mandó Mi Padre al mundo, así mismo yo os mando a vosotros."

Habiendo dicho esto, el Salvador les sopló a ellos y les dijo: "Recibid al Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, a aquél se le perdonará (por Dios). A quien se lo dejéis (pecados no perdonados), en aquél se quedarán."

Ésta fue la quinta aparición del Señor Jesucristo, durante el primer día de su gloriosa resurrección, brindándole a todos sus discípulos la gran e inexplicable alegría. Solamente Tomás, del número de los doce apóstoles, llamado gemelo, no estuvo durante esta aparición. Cuando los discípulos le comenzaron a decir que ellos habían visto al Señor resucitado, entonces Tomás les contestó: "Si yo no le veo las heridas en las manos hechas por los clavos, y si no palpo con mis dedos en esas heridas y no toco sus costillas, no lo creeré."

Observación: Ver el Evangelio de San Marco 16:14; el Evangelio de San Lucas 24:36-45; el Evangelio de San Juan 20:19-25.

 

La Aparición a Tomás

Luego de una semana, al octavo día después de la Resurrección de Cristo, los discípulos de nuevo se reunieron todos juntos en la casa y el apóstol Tomás estaba con ellos. Las puertas estaban cerradas, al igual que la primera vez. Jesucristo entró en la casa con las puertas cerradas, se ubicó entre los discípulos y dijo: "Que la paz sea con vosotros." Luego, dirigiéndose a Tomás, le dice a él: "Extiende tus dedos hacia aquí y mira mis manos. Extiende tu mano y palpa mis costillas. Y no seas incrédulo sino creyente!"

Entonces el apóstol Tomás exclamó: "Mi Señor y Mi Dios!" Jesucristo le dijo a él: "Tu creíste porque me viste, pero bienaventurados aquellos que no me vieron y creyeron!"

Observación: Ver el Evangelio de San Juan 20:26-29.

 

La Aparición en el Mar de Tiberia

De acuerdo con el mandato de Jesucristo, sus discípulos se fueron a Galilea. Allí ellos se entregaron a sus labores habituales. Un día, Pedro, Tomás y Bartolomé, los hermanos Zebedeos (Jacobo y Juan) y otros dos de sus discípulos, pescaban durante toda la noche en el mar de Tiberios (en el lago de Genesaret) y no habían pescado nada.

Y cuando ya amaneció, Jesucristo estaba parado en la orilla. Pero los discípulos no lo reconocieron. Jesucristo les preguntó: "Hijos. Tenéis vosotros algún alimento?" Ellos le contestaron "No." Entonces Jesucristo les dijo: "Tirad la red por el lado derecho del bote y pescaréis." Los discípulos entonces tiraron la red por el lado derecho del bote y no podían sacarla del agua por la enorme cantidad de peces.

Entonces Juan le dijo a Pedro: "Éste es el Señor." Pedro, habiendo escuchado que era el Señor, se cubrió con su ropa porque estaba desnudo y se tiró al mar y nadó hacia la orilla, hacia Jesucristo. Los demás discípulos llegaron en bote, halando la red llena de peces pues no estaban lejos de la orilla. Cuando salieron a la orilla vieron la fogata preparada y, sobre ella, un pescado y pan. Jesucristo les dijo a los discípulos: "Traed el pescado que vosotros ahora habéis pescado."

Pedro fue y sacó la red sobre la tierra, llena de pescados grandes que habían en un número de ciento cincuenta y tres y, habiendo tanta cantidad, no se había roto la red. Después de esto, Jesucristo les dice a ellos: "Venid y almorzad." Y ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle: "¿Quién eres tú?" sabiendo que era el Señor. Jesucristo tomó el pan y se los dio a ellos. Así mismo, y el pescado.

Durante el almuerzo Jesucristo le enseñó a Pedro que Él le había perdonado a él, su negación y lo incorporó nuevamente al nombre de Su apóstol. Pedro con su negación peco más que los demás discípulos, por eso el Señor le preguntó a él: "Simón, hijo de Jonás. Me quieres tú más que ellos (los otros discípulos)?" Pedro le contestó a Él: "Sí, Señor. Tú sabes que yo te quiero." Jesucristo le dice a él: "Pastorea mis ovejas."

Luego de nuevo, por segunda vez, Jesucristo le dice a Pedro: "Simón, hijo de Jonás. ¿Me quieres tú a Mí?" Pedro de nuevo contestó: "Sí, Señor. Tu sabes que yo te quiero." Jesucristo le contesta: "Pastorea mis ovejas." Y finalmente, por tercera vez, el Señor le dice a Pedro: "Simón, hijo de Jonás. ¿Me quieres tú a Mí?" Pedro de nuevo contestó: " Señor. Tu sabes todo y tu bien sabes que yo te quiero." Jesucristo y esta vez le contesta: "Pastorea mis ovejas."

Así el Señor le ayudó a Pedro por tres veces a subsanar su triple negación de Cristo y testimoniar su amor hacia Él. Después de cada una de sus respuestas, Jesucristo le devuelve, delante de los apóstoles, el nombramiento de apóstol (lo hace pastor de sus ovejas).

Después de esto, Jesucristo le dice a Pedro: "De veras, de veras te digo: cuando tú fuiste joven te vestías tú mismo e ibas donde tú querías. Pero cuando envejezcas extenderás tus manos y otro te vestirá y te llevará a donde tú no quieres ir." Con estas palabras El Salvador dio a entender a Pedro con qué tipo de muerte va a glorificar a Dios - observando el final de mártir por Cristo (crucificado).

Habiendo dicho todo esto, Jesucristo le dice a él. "¡Sígueme!" Pedro, volteándose, vio caminando tras de sí a Juan. Dirigiéndose a Cristo, Pedro le pregunta: "Señor. Y él qué?" Jesucristo le contesta: "Si yo quiero que él este hasta que yo venga, a ti qué de eso? Tú sígueme." Entonces se expandió el rumor entre los discípulos que Juan no moriría aunque Jesucristo no había dicho eso.

Observación: Ver el Evangelio de San Juan 21.

 

La Aparición a mas de Quinientos Discípulos

Luego, por el mandato de Jesucristo, los once apóstoles se reunieron en un monte en Galilea. Allá le llegaron más de quinientos discípulos. Allí Jesucristo apareció delante de todos. Viéndole a Él ellos Lo adoraron, pero algunos dudaron. Jesucristo se acercó y les dijo: "Me es dado cualquier poder en el cielo y en la tierra. Y así, id y enseñadle a todos las naciones (mis enseñanzas) bautizándoles a ellos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Enseñadle a ellos a cumplir con todo lo que Yo os he mandado. Y así, Yo estaré con vosotros durante todos los días hasta el fin del Mundo. Amén."

Luego, Jesucristo se le apareció por separado a Jacobo. Así durante cuarenta días después de su resurrección, Jesucristo se le aparecía a sus discípulos, con muchos testimonios fidedignos de su resurrección, y conversaba con ellos sobre el Reino de Dios.

Observación: Ver el Evangelio de San Mateo 28:16-20; el Evangelio de San Marco 16:15-16. Ver en la primera epístola del Apóstol Pablo a los Corintios 15:6-8. Ver en los Hechos de los Santos Apóstoles 1:3.

Grandísimo evento - La clara resurrección de Cristo la celebra la Santa Iglesia Ortodoxa como la mayor festividad de todas. Ésta es la festividad entre las festividades y el evento entre los eventos. Esta festividad también se llama Pascua, es decir, el día en el cual se realiza nuestro traspaso de la muerte a la vida y de la tierra al cielo.

La festividad de la resurrección de Cristo continua durante toda la semana (siete días) y la misa que se realiza en el templo es muy especial, majestuosa, más que cualquier festividad o día.

Los maitines, el primer día de la festividad, comienzan a la media noche. Antes de comenzar los maitines, todo el clero, ataviado en vestimenta clara, junto a los fieles y junto al tañer de las campanas, caminan alrededor del Templo con las velas encendidas, con la cruz y con los iconos (realizan la procesión), semejando a las mujeres portadoras de mirra que habían ido temprano en la mañana al sepulcro del Salvador.

Durante la procesión todos cantan: "Tu resurrección, Cristo Salvador. Los ángeles cantan en el cielo y nos permites en la tierra, con el corazón puro, glorificarte a Ti." La primera exclamación de los maitines se lleva a cabo delante de las puertas cerradas del templo. Al mismo tiempo, se canta muchas veces el tropario: Cristo resucitó... y, con el canto del tropario, entran al templo.

La misa durante toda la semana se lleva a cabo con las Puertas Reales abiertas en señal de aquello que ahora, con la resurrección de Cristo, están abiertas las puertas del Reino de Dios para todos. Todos estos días de la grandísima festividad, nosotros nos saludamos los unos a los otros con el beso de hermanos y con las palabras: "¡Cristo Resucitó! Y, como respuesta, con las palabras: Verdaderamente, Resucitó! Así se saludan y además se intercambian huevos pintados (rojos), los cuales sirven de símbolo de la nueva y bienaventurada vida, abierta del sepulcro del Señor.

Toda la semana tañen las campanas. Comenzando con el primer día de la Santa Pascua, hasta las vísperas de la festividad de la Santa Trinidad, está prohibido el ponerse de rodillas y hacer reverencias. El primer Martes luego de la Semana Pascual, la Santa Iglesia, compartiendo la alegría por la resurrección de Jesucristo de los muertos y con la esperanza de la resurrección de todos, realiza una conmemoración especial por los muertos. Por esto, este día se llama el Día de la Alegría. Se celebra una liturgia fúnebre y un réquiem por todos (es universal). Desde hace mucho tiempo se acostumbra este día visitar los sepulcros de los parientes más cercanos. Además de esto, el día de la resurrección de Cristo lo recordamos en cada semana los días Domingo.

Tropario

Cristo resucitó de entre los muertos. Con la muerte la muerte venció y le dio vida a los que se encontraban muertos en los sepulcros.

Kondakio

Aunque descendiste al sepulcro, inmortal, pero la fuerza del infierno destruiste y resucitaste como vencedor, oh Cristo Dios, avisándole a las mujeres portadoras de la mirra. Alégrense y tus apóstoles dándoles paz; a los caídos dándoles la resurrección.

Canción de la Pascua

El ángel exclamaba a la Bendita: 'Alégrate, Virgen Inmaculada! Y de nuevo te digo: Alégrate! Tu Hijo resucitó, después de tres días, del sepulcro y a los muertos levantó. Todos, regocíjense. Glorifiquen. Glorifiquen al nuevo Jerusalén. La gloria del Señor en ti brilla. Glorifica ahora y regocíjate. ¡Sión! Tú, la Inmaculada, regocíjate Madre de Dios por la elevación de Tu nacido.

 

La Ascensión

Se acercaba la festividad hebrea de los cincuenta días y los discípulos de Cristo regresaron de Galilea a Jerusalén. Al día cuarenta, luego de la resurrección de Jesucristo, ellos se reunieron en una casa. Jesucristo se les aparecía a ellos y hablaba con ellos diciendo: "Así está escrito y así correspondía sufrir a Cristo y resucitar de entre los muertos al tercer día. Y predicad en Su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados en todas las naciones, comenzando con Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Id por todo el mundo y divulgad el Evangelio (la enseñanza de Cristo) a toda criatura. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea será condenado. A lo creyentes les acompañará esta señal: con mi nombre estarán sacando a los diablos. Hablarán con nuevas lenguas. Tomarán a las serpientes y si toman algún veneno mortal no les perjudicará. Pondrán las manos sobre los enfermos y ellos sanarán."

Luego, el Salvador les dijo a los discípulos que pronto mandaría sobre ellos el Espíritu Santo. Hasta tanto les mandó permanecer en Jerusalén. Él les dijo: "Yo mandaré la promesa sobre vosotros de Mi Padre. Permaneced en la ciudad de Jerusalén mientras no os fortalezcáis con la fuerza de lo alto. Porque Juan bautizaba con agua y vosotros, dentro de varios días, seréis bautizados con el Espíritu Santo."

Conversando con los discípulos, el Salvador los guió fuera de la ciudad en dirección a Betania, al monte de los Olivos. Los discípulos, alegrándose de las palabras del Salvador, lo rodeaban y comenzaron a preguntarle: "¿No será éste el momento, Señor, cuando tú restaures el Reino de Israel?"

El Salvador les dijo a ellos: "No es vuestro asunto conocer el tiempo y los períodos los cuales el Padre puso en Su Poder. Pero vosotros tomaréis la fuerza cuando baje sobre vosotros el Espíritu Santo y predicaréis sobre Mí en Jerusalén, en toda Judea y en Samaria y hasta los fines de la tierra."

Dicho esto, Jesucristo levantó sus manos, bendijo a sus discípulos y, bendiciéndolos, comenzó a alejarse de ellos y ascendió al cielo y pronto la nube lo apartó a Él de la mirada de sus discípulos. Así, nuestro Señor y Salvador Jesucristo se alzó con su humanidad al cielo y se sentó (del lado derecho) con su Dios Padre, es decir, Su alma y cuerpo humano tomaron (igualmente) la gloria sin separarse de Su divinidad y Él, con Su divinidad, siempre fue y siempre estará en el cielo y en cualquier parte.

Los discípulos adoraron al Señor que ascendió y, por largo rato, continuaron de pie y mirando el cielo tras de Él. Entonces aparecieron delante de ellos dos ángeles con vestimentas blancas y les dijeron: "Hombres de Galilea! ¿Qué hacéis parados y mirando al cielo? Este Jesús que ascendió de vosotros al cielo, vendrá de nuevo (a la tierra) de igual forma (es decir, con cuerpo humano), como vosotros lo habéis visto a Él ascendiendo al cielo."

Luego de esto, los discípulos de Jesucristo regresaron a Jerusalén, con grandísima alegría, y se quedaron allí todos juntos esperando la venida del Espíritu Santo. Todos ellos, juntos con el alma, permanecieron en oración, siempre en el Templo de Dios, glorificando y agradeciendo a Dios. Con ellos había algunas mujeres y se hallaba también la bendita María, la madre del Señor Jesucristo, con sus familiares. Este día los apóstoles, habiendo rezado, escogieron por sorteo al décimo segundo apóstol de entre los demás discípulos de Cristo. Éste fue el apóstol Matías, en lugar del que se había suicidado, el traidor Judas.

Habiendo ascendido al cielo, Jesucristo cumplió con su propia promesa. En forma invisible siempre se encontraba en la tierra entre los creyentes en Él y vendrá de nuevo a la tierra en la forma visible para juzgar a los vivos y a los muertos, quienes entonces resucitarán. Después de esto, llegará la vida del siglo venidero, es decir, otra vida eterna, la cual para el verdadero creyente y gente venerable será completamente bienaventurada, pero será muy dolorosa para los incrédulos y los pecadores.

Observación: Ver el Evangelio de San Marco 16:15-19; el Evangelio de San Lucas 24:46-53. Ver los Hechos de los Santos Apóstoles 1 y 2:4-26.

La ascensión del Señor nuestro Jesucristo se celebra en la Iglesia Ortodoxa, como una de las grandes festividades, al día cuarenta luego del primer día de Pascua.

Tropario

Ascendiste con gloria, nuestro Dios Cristo, dando alegría a tus discípulos con la promesa del Espíritu Santo. Fueron informados con tu bendición porque tú eres Hijo de Dios, Redentor del mundo.

 

El Descenso del Espíritu Santo

Después de la ascensión de Jesucristo, al noveno día, era el día cincuenta (Pentecostés) luego de la resurrección de Cristo. Los hebreos tenían la gran festividad del día cincuenta en memoria de la entrega de los mandamientos en el Sinaí. Todos los apóstoles, junto con la Madre de Dios y otros discípulos de Cristo y otros creyentes, se encontraban unidos con el alma en un salón en Jerusalén.

Era la tercera hora del día, según el cálculo hebreo. En nuestro cálculo serían las nueve de la mañana. De repente se escuchó un ruido proveniente del cielo. Parecía un fuerte viento y llenó toda la casa donde se encontraban reunidos los discípulos de Cristo. Y aparecieron lenguas de fuego que se detuvieron una sola sobre cada uno de ellos. Todos ellos se llenaron con el Espíritu Santo y comenzaron a glorificar a Dios en diferentes idiomas que antes no conocían.

Así, el Espíritu Santo, por la promesa del Salvador, descendió sobre los apóstoles en forma de lenguas de fuego, en señal de que Él daba a los apóstoles el don y la fuerza para predicar la enseñanza de Cristo en todas las naciones. Descendió en forma de fuego en señal de que tiene el poder para quemar los pecados y limpiar, bendecir y calentar las almas.

Debido a la festividad del día cincuenta, en Jerusalén en esos momentos se hallaban muchos hebreos quienes habían venido de diferentes países. Habiendo escuchado el ruido proveniente de la casa, donde se encontraban los discípulos de Cristo, se maravillaban todos y se preguntaban los unos a los otros: "No son todos ellos Galileos? ¿Cómo es que nosotros oímos cada uno nuestro idioma en el cual nacimos? ¿Cómo ellos pueden hablar en nuestros idiomas sobre los grandes hechos de Dios?" Y, con incertidumbre, decían: "Ellos se emborracharon con vino dulce."

Entonces el apóstol Pedro se paró junto con los otros once apóstoles y dijo que ellos no estaban borrachos pero que sobre ellos había descendido el Espíritu Santo como había sido profetizado por el profeta Joel y que Jesucristo, quien había sido crucificado por los judíos, había resucitado de entre los muertos, se había elevado al cielo y había derramado sobre ellos el Espíritu Santo.

Terminando el sermón sobre Jesucristo, el apóstol Pedro dijo: "Y así, sepa firmemente todo el pueblo israelita que Dios mandó al Salvador y Cristo a aquel Jesús que vosotros habéis crucificado."

El sermón de Pedro actuó de tal manera sobre los oyentes que muchos creyeron en Jesucristo. Ellos comenzaron a preguntarle a Pedro y a otros apóstoles: "¿Qué debemos hacer, hermanos?" Pedro les contestó: "Arrepentios y bautizados en el nombre de Jesucristo, para el perdón de los pecados, y entonces también recibiréis el don del Espíritu Santo."

Aquellos quienes creyeron en Cristo, con muchas ganas aceptaron el bautizo y este día aparecieron cerca de tres mil personas entre ellos. De tal forma comenzó formarse en la tierra el Reino de Dios, es decir, la Santa Iglesia de Cristo. A partir del día del descenso del Espíritu Santo, la fe cristiana comenzó a esparcirse rápidamente, con la ayuda de Dios.

El número de creyentes en el Señor Jesucristo aumentaba de un día al otro. Los maestros o discípulos, con el Espíritu Santo, valientemente enseñaban a todos sobre Jesucristo, Hijo de Dios, de sus sufrimientos por nosotros y la resurrección de entre los muertos. El Señor les ayudó con muchísimos y grandes milagros, los cuales se realizaban a través de los apóstoles en nombre del Señor Jesucristo. Al principio, los apóstoles predicaban a los hebreos. Luego se separaron en diferentes naciones para poder enseñar a todos los pueblos.

Para la realización de los sacramentos y la divulgación de la enseñanza cristiana, los apóstoles consagraban a través de la colocación de manos a obispos, sacerdotes y diáconos.

Aquella bendición del Espíritu Santo, que fue claramente entregada a los apóstoles en forma de lenguas de fuego, ahora se entrega en nuestra Santa Iglesia Ortodoxa en forma invisible - en sus santos sacramentos a través de los apoderados de los apóstoles, los pastores de la iglesia, es decir, los obispos y sacerdotes.

Observación: Ver en los Hechos de los Santos Apóstoles capitulo 2 y 14:23.

El descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles se celebra en la Santa Iglesia Ortodoxa como una de las grandes festividades, al día cincuenta luego de la Pascua (porque el Espíritu Santo descendió al día cincuenta luego de la resurrección de Jesucristo) y, por ello, se llama Pentecostés o el Día de la Trinidad. Porque en ese día se le abrió al mundo los hechos de toda la Santísima Trinidad y la gente aprendió a adorar y glorificar las tres caras del único Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

Parte III

La Vida de los Primeros Cristianos

Muy pronto, luego del descenso del Espíritu Santo, los Apóstoles Pedro y Juan iban al templo para orar en la novena hora - según nuestros cálculos a las tres de la tarde, o la hora de la muerte de nuestro Señor Jesucristo. En las puertas del Templo, llamadas Rojas, estaba sentado un pobre, cojo de nacimiento. Él les extendió la mano a los apóstoles y les pidió limosna. El apóstol Pedro le dijo: "Plata y oro no tengo yo, pero lo que tengo de lo doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina" y, ayudándole con la mano derecha, lo levantó.

Al cojo de inmediato se le fortalecieron las piernas y las rodillas y comenzó a caminar y entró junto con los apóstoles al Templo. Mucha gente, maravillada con este gran milagro, se reunió en el pórtico llamado de Salomón, donde estaban los apóstoles. Aquí el Apóstol Pedro dio su segundo sermón sobre el Señor resucitado. Muchos de los que escucharon al apóstol creyeron y había un número cercano a cinco mil personas. Muchos grandes milagros que se realizaban por el Señor a través de los apóstoles, y la abundancia de dones del Espíritu Santo que eran dados a través de ellos, originaba en los creyentes un miedo respetuoso y, a la vez, alegría y regocijo.

Ellos trataban en todo de cumplir con los mandamientos de Cristo y vivir una vida santa y limpia. Los creyentes diariamente se reunían en el templo y escuchaban los sermones de los apóstoles y los días domingo (el día del comienzo de la semana) se reunían en las casas para la partición del pan, es decir, para la Santa Comunión.

Todos ellos estaban unidos por un gran amor, de tal manera que pareciera que ellos tenían un sólo corazón y una sola alma. Muchos vendían sus bienes y el dinero recibido por ellos lo traían a los apóstoles para su distribución entre los necesitados. Siempre y por todo, los creyentes daban gracias a Dios, Por su amor y sus buenas obras, ellos adquirieron el respeto y amor de parte del pueblo y, con cada día, se multiplicaba el número de creyentes.

Con el tiempo, todos los creyentes en el Señor Jesucristo comenzaron a llamarse 'cristianos' y la enseñanza y vida según la fe cristiana 'cristianismo.'

Observación: Ver en el libro de los Hechos de los Santos Apóstoles 2:42-47 y 4:11.

 

Las Persecuciones

La gloria y la victoria del cristianismo y su pronta divulgación despertaron el miedo y el odio en los jefes judíos. Ellos comenzaron a perseguir a los cristianos. Instigaban en contra de ellos al simple pueblo judío y les culpaban a ellos delante del gobierno romano. Los judíos agarraban a los cristianos, los metían en las cárceles y los mataban.

El primero que sufrió por parte de los judíos en Jerusalén fue el santo archidiácono Esteban, llamado el primer mártir (como el primer muerto en sufrimiento por Cristo).

Por el sermón sobre el Salvador, los judíos lo agarraron y le guiaron fuera del pueblo y allí comenzaron a golpearlo con piedras. Él rezaba por ellos diciendo: "Señor Jesús! Recibe mi espíritu" y luego, con las palabras "Señor, no les agregues este pecado!" murió.

Con el asesinato del Santo Esteban y de otros muchos creyentes, los judíos no podían debilitar la fe en Cristo. Al contrario, con esto ellos aún más facilitaban su divulgación. Los cristianos quienes vivían en Jerusalén, se esparcieron por Judea, Samaria y otros países debido a esta persecución . Y, en todas partes a las cuales ellos llegaban, divulgaban la enseñanza del Señor Salvador.

Ninguna fuerza del mundo podía frenar el avance victorioso del cristianismo porque la fe cristiana es una fe verdadera. La enseñanza de Cristo es la enseñanza de Dios. Vivir según la fe y la enseñanza de Cristo es la vida Santa, es el Reino de Dios. A los creyentes les fortalecía el Padre Celestial. Con ellos estaba el Salvador. A ellos les calmaba el Espíritu Santo, el Apaciguador.

Observación: Ver en el libro de los Hechos de los Santos Apóstoles capítulos 6-8.

 

La Conversión de Saulo

Cuando apedreaban al primer mártir, el Santo Esteban, un joven hebreo de nombre Saulo cuidaba las vestimentas que se quitaba la gente que apedreaba a San Esteban, aprobando así este asesinato. Saulo era enemigo de los cristianos. Participaba en su persecución, entraba en las casas de los cristianos, los agarraba y los entregaba a las cárceles desgarrando así la Iglesia de Cristo.

Saulo, no satisfecho con la persecución de los cristianos en la tierra de Judea, consiguió permiso de los primo-sacerdotes para ir a la ciudad Siria de Damasco para buscar allí a los cristianos, amarrarlos y traerlos a Jerusalén para enjuiciarlos o atormentarlos. Cuando Saulo iba a Damasco y ya se acercaba a la ciudad, de repente quedó iluminado por una luz del cielo. Él cayó al suelo y escuchó la voz que le decía: "Saulo! Saulo! Porqué me persigues?"

Saulo preguntó: ¿"Quién eres tú, Señor?" El Señor le dijo: "Yo soy Jesús, al que tú persigues. Te es difícil ir en contra de la espiga." Saulo, temeroso y tembloroso, dijo: "Señor! ¿Qué me ordenas hacer?" Y el Señor le dijo: "Levántate y ve al pueblo donde ibas. Allá te será dicho qué es lo que tienes que hacer."

La gente que iba con Saulo estaba parada, paralizada, oyendo la voz y sin ver a nadie. Cuando Saulo se levantó del suelo, sus ojos estaban abiertos pero él no veía nada con ellos. Entonces sus acompañantes lo tomaron de la mano y lo guiaron a Damasco. Allí él paró tres días en oración y sin comer ni beber nada.

En ese tiempo, en Damasco se encontraba uno de los apóstoles del Señor, de entre el número de setenta, llamado Ananías. La voz del Señor le mandó ir a la casa donde se encontraba Saulo, imponer sobre él la mano y regresarle la vista. El Apóstol Ananías vino donde se encontraba Saulo y, cuando le puso las manos, de los ojos de Saulo cayó como una cáscara y de inmediato vio y aceptó de Ananías el Santo Bautizo. (El bautizo de Saulo ocurrió en el año 37 después del nacimiento de Cristo).

Saulo, con el cristianismo, adoptó el nombre de Pablo y se convirtió en el más desprendido y fiel predicador de la fe cristiana. Posteriormente, el Señor Jesucristo se le apareció de nuevo a Pablo y le mandó ir a los paganos y enseñarles a ellos la fe cristiana, es decir, lo hizo su apóstol.

El Apóstol Pablo terminó su vida con la muerte de mártir. Por su gran labor de apostolado él, al igual que al Apóstol Pedro, la Iglesia los llama los Supremos Apóstoles.

Observación: Ver en el libro de los Hechos de los Santos Apóstoles 8:1-3, 9:1-30, 22:17-21.

 

La Dormición de la Virgen Maria

La Santísima Madre de Dios, luego de la ascensión de Jesucristo, vivió en la tierra todavía varios años (algunos historiadores cristianos dicen que diez años y otros que veintidós años).

El Apóstol Juan, el Teólogo, por mandato del Señor Jesucristo, la tomó a Ella en su casa y con mucho amor se preocupó por Ella como si fuese hijo propio, hasta sus días finales. La Santísima Madre de Dios se convirtió para todos los discípulos cristianos en una Madre Común. Ellos, junto con Ella, rezaban y con gran alegría y tranquilidad escuchaban las enseñanzas sobre el Salvador en las conversaciones con Ella.

Cuando la fe cristiana se esparcía en otros países, muchos cristianos venían de países lejanos para vera y escucharla. Viviendo en Jerusalén, la Madre de Dios amaba visitar aquellos sitios en los cuales con frecuencia había estado el Salvador. Entre otros, donde él sufriera, muriera y resucitara y ascendiera al cielo. Ella rezaba en estos lugares. Lloraba recordando los sufrimientos del Salvador y se alegraba en el sitio de su resurrección y de su ascensión.

Con frecuencia ella rezaba para que Cristo la tomara más rápidamente con Él al cielo. Una vez, cuando la Santísima María así rezaba, en el monte de los Olivos se apareció ante Ella el Arcángel Gabriel, con una rama de dátil en la mano y le dio a Ella la alegre noticia de que dentro de tres días terminaría su vida terrenal y el Señor la tomaría a Ella consigo.

La Santísima Madre de Dios se alegró en forma indescriptible ante esa noticia. Ella le contó de ello a su hijo de nombre Juan y comenzó a prepararse para su final. Los otros apóstoles en ese momento no se encontraban en Jerusalén. Ellos se habían alejado hacia otros países predicando sobre el Salvador. La Madre de Dios deseaba despedirse de ellos y entonces el Señor, de una forma milagrosa, los reunió a todos los apóstoles con ella, a excepción de Tomas. Les había traído con su poder todopoderoso.

Les era muy triste perder a la Señora y la madre mutua de todos ellos cuando supieron para qué Dios les había reunido a ellos. Pero la Madre de Dios les calmaba prometiéndoles no dejarlos a ellos y a todos los cristianos después de su muerte, rezando siempre por ellos. Luego los bendijo a todos ellos. En la hora de su final, una inusual luz iluminó el cuarto donde estaba acostada la Madre de Dios. El propio Señor Jesucristo, rodeado de ángeles, apareció y recibió su alma bendita.

Los apóstoles, por deseo de ella, enterraron al cuerpo bendito de la Madre de Dios en el jardín de Getsemané, en la cueva donde yacieran los cuerpos de sus padres u del justo José. Durante el entierro ocurrieron muchos milagros. Por el contacto al féretro de la Madre de Dios, los ciegos vieron, los poseídos se libraron de los diablos y cualquier enfermedad sanaba.

Una gran multitud siguió su cuerpo bendito. Los sacerdotes judíos y los jefes trataban de disolver esta santa procesión pero el Señor, en forma invisible, la protegía. Un sacerdote judío, de nombre Afonio, se acercó corriendo y se aferró al féretro en el cual llevaban el cuerpo de la Madre de Dios, para voltearlo. Pero el ángel invisible le cortó las manos. Afonio, sorprendido con este terrible milagro, allí mismo se arrepintió y el Apóstol Pedro lo sanó.

Luego de tres días, después del entierro de la Madre de Dios, llegó a Jerusalén el ausente apóstol Tomás. Él estaba muy triste porque no se había despedido de la Madre de Dios y con toda su alma deseaba adorar su cuerpo bendito. Los apóstoles se apiadaron de él, decidieron ir y quitar la piedra del sepulcro para darle la posibilidad de despedirse del cuerpo de la Madre de Dios. Pero, cuando quitaron la piedra y entraron en la cueva, no encontraron el cuerpo bendito, sino solamente las sábanas mortuorias.

Sorprendidos, los apóstoles regresaron todos juntos a la casa y rezaron a Dios para que Él les abriera qué había sucedido con el cuerpo de la Madre de Dios. Al atardecer, al terminar la cena, en el momento de la oración, ellos escucharon un canto de los ángeles. Mirando hacia arriba, los apóstoles vieron en el aire a la Madre de Dios, rodeada de ángeles y resplandeciendo en la gloria celestial. La Madre de Dios les dijo a los apóstoles: "Alegraos! Yo estoy con vosotros todos los días y seré vuestra oradora delante de Dios." Los apóstoles, con alegría, exclamaron: "Bendita Madre de Dios, ayúdanos!"

Así, el Señor Jesucristo glorificó a su Santísima Madre. Él la resucitó y la tomó consigo con su cuerpo bendito y la colocó por encima de todos sus ángeles.

Observación: La simplificación de la descripción de la muerte de la Madre de Dios está expuesta sobre la base de las Sagradas Escrituras, santamente conservadas por la Santa Iglesia Ortodoxa.

La muerte de nuestra Santísima, Bendita, Madre de Dios se conmemora en la Santa Iglesia Ortodoxa como una de las mayores festividades el día 15 de agosto, según el calendario viejo, y el día 28 de agosto, según el calendario nuevo.

Para esta festividad corresponde prepararse con dos semanas de ayunos (desde el primero de agosto, según el calendario viejo). Esta festividad se denomina la Asunción (adormecimiento) pues la Madre de Dios murió tranquila como si se durmiera y lo principal es que se llama así por la corta permanencia de su cuerpo en el sepulcro, es decir, Ella fue resucitada por el Señor y llevada al cielo luego de tres días.

Tropario

Pariendo, tú conservaste la virginidad. En la Asunción no dejaste al mundo, Madre de Dios, presentándote a la vida, Madre de la vida verdadera, y con tus oraciones salvando nuestras almas de la muerte.

 

Los Trabajos de los Apóstoles

Los apóstoles de Cristo, con sus sermones que les inspiraba el Espíritu Santo, en poco tiempo dominaron para Cristo a muchos paganos como a la gente simple y poco instruida. Así mismo, a los sabios y a los propios reyes. Para este santo hecho los apóstoles sufrieron muchos trabajos, muchas privaciones, penurias y ofensas. Todos los apóstoles, a excepción de Juan el Teólogo, recibieron un final de mártires (el apóstol Juan el Teólogo murió en prisión a una avanzada edad).

El número de Cristianos, luego de la muerte de los Santos Apóstoles, crecía de año en año y la fe cristiana se esparcía sobre toda la tierra. Los apóstoles predicaban verbalmente la mayor parte del tiempo. Pero, para que la enseñanza de Cristo se conservara mejor, algunos de ellos, por inspiración del Espíritu Santo, lo anotaron en los libros. Por esto, estos libros se llaman las Sagradas Escrituras, al igual que los libros de los Santos Profetas que existían antes de Cristo.

Dos de los apóstoles, del número de doce, Mateo y Juan, junto con dos apóstoles, del número de setenta, Lucas y Marco, escribieron cada uno un libro sobre la vida terrenal de Cristo y Su enseñanza. Estos cuatro libros se llaman Evangelios porque en ellos se conserva la enseñanza de Cristo, la cual el propio Salvador llamó Evangelio.

Los apóstoles que los escribieron se llaman Evangelistas. Además, el Apóstol San Lucas escribió otro libro, 'Los Hechos (los trabajos) de los Santos apóstoles.' Él, en este libro, narra de cómo los Santos Apóstoles, durante los primeros años, esparcían la fe cristiana.

Otros de los apóstoles, Jacobo (llamado también Santiago), Pedro, así mismo Juan el Teólogo y Judas Jacobino, escribieron siete epístolas universales, es decir, cartas dirigidas a los cristianos de todo el mundo y enseñaban en estas epístolas cómo se debe creer y vivir según las enseñanzas de Cristo. Una epístola del Apóstol Jacobo, dos de Pedro, tres de Juan y una de Judas.

El Apóstol Pedro escribió catorce epístolas dirigidas a las diferentes iglesias y personas. El Apóstol Juan el Teólogo, además del Evangelio y las tres epístolas, escribió el Apocalipsis, o la Revelación. En este libro, él expone el destino futuro de la Iglesia Cristiana y de todo el mundo.

Pero, eventualmente, los apóstoles no anotaron en los libros todo lo que enseñaban, lo que establecieron entre los cristianos, lo que escucharon del Salvador y lo que vieron de Él. El propio evangelista, el Apóstol Juan el Teólogo, escribió de esto: "Muchas y distintas cosas hizo Jesús, pero escribir esto en detalle pienso que, en todo el mundo, no alcanzaría para colocar los libros escritos."

Aquella enseñanza y reglamentos que transmitieran los apóstoles a los cristianos, en palabras o con el ejemplo, lo conservaban celosamente los cristianos. Esta enseñanza, transmitida por ellos oralmente y, ya posteriormente anotada por la gente santa, se llamó la Herencia de los Apóstoles, o la Sagrada Herencia. Junto con los Apóstoles y después de ellos, trabajaron en la divulgación del evangelio los varones apostólicos, los discípulos de los apóstoles, pastores, discípulos y padres de la Iglesia Cristiana. Ellos esparcían y fortalecían la Iglesia Cristiana con la palabra escrita y su santa vida.

Datos Cortos del Destino de los Apóstoles

El Santo Apóstol, el supremo jerarca Pedro (Simón, al comienzo predicaba en Judea. Luego en Antioquia, en Betania, en Aria, en Ulpice y, así mismo, en toda Italia y en la propia Roma.

En Roma, durante los tiempos del emperador Nerón, Pedro fue crucificado con la cabeza hacia abajo. Al Apóstol Pedro, junto con el Apóstol Pablo, por ser los que trabajaban más en la prédica de la fe cristiana, la Santa Iglesia los llamó los Supremos Jerarcas.

El Santo Apóstol, el supremo jerarca Pablo (Saulo) predicaba en muchas naciones, comenzando en Jerusalén y terminando en la capital del mundo romano. En Roma, el emperador Nerón mandó cortarle la cabeza.

El Santo Apóstol, el primer llamado, Andrés, estuvo en las cercanías de Rusia. Él levantó la cruz en las montañas de Kiev y predijo la futura iluminación de Rusia con la fe de Cristo. Predicaba a las orillas del Mar Muerto y en otros países. En Bizancio él ordenó obispo a Stajia, uno de los discípulos de entre los setenta. En la ciudad de Patras, en Grecia, los paganos lo crucificaron en una cruz de forma especial, semejante a la letra "X." Por esto se le comenzó a llamar la Cruz de Andrés.

El Santo Apóstol, Jacobo Zebedeo, también llamado Santiago, predicaba en Jerusalén y fue el primero de entre los apóstoles en morir como mártir por Cristo. Por el mandato del rey judío Herodes Agripa, le fue cortada la cabeza en Jerusalén.

El Santo Apóstol, evangelista, Juan el Teólogo, luego de los sufrimientos en Roma, fue desterrado a la isla de Patmos. El Santo Apóstol Juan vivió más que todos los demás apóstoles y murió tranquilamente en Asia, en la ciudad de Éfeso.

Según las santas escrituras, el Santo Apóstol fue, por su propio deseo, sepultado vivo por sus discípulos. Cuando, muy pronto después de su sepultura, los cristianos vinieron a desenterrarlo, en la sepultura no encontraron el cuerpo del Santo apóstol Juan.

El Santo Apóstol Felipe predicó en los países asiáticos, junto con el Apóstol Bartolomeo y su hermana Mariam. En Frigio, provincia de Asia Menor, en la ciudad de Hierápolis, recibió la muerte de mártir. Fue crucificado con la cabeza hacia abajo.

El Santo Apóstol Bartolomeo (Natanael) predicó al comienzo junto con el Apóstol Felipe en Siria y en Asia. Luego fue a la India y tradujo el Evangelio de San Mateo al idioma hindú. Posteriormente predicó en Armenia, donde recibió la muerte de mártir en la ciudad de Albania. Según algunos testimonios, fue crucificado con la cabeza hacia abajo. Según otros testimonios, fue azotado hasta morir.

El Santo Apóstol Tomás, el Gemelo, predicó en muchos países del Asia, llegando hasta la India donde recibió la muerte de mártir por Cristo. Fue atravesado por lanzas y, posteriormente, decapitado con espada.

El Santo Apóstol, evangelista, Mateo, predico durante mucho tiempo en Judea u luego en toda Etiopía, actual Abisinia, Nubia, Kardafan, Garfur, etc. Él fue muerto por la espada, en una de las ciudades de Etiopía.

El Santo Apóstol Jacobo, Alfeo (Cleopa) predicó en Siria, Egipto y en otros países. Fue crucificado en la cruz en uno de ellos - recibió la muerte de mártir por Cristo.

El Santo Apóstol Judas Jacobino (Tadeo o Lebeo) predicó en Judea, Galilea, Samaria. En Arabia, Siria y Mesopotamia. En el país de Ararat fue colgado en la cruz y traspasado con flechas.

El Santo Apóstol Simón el Zelote, o Cananita, predicó en Mauritania y en África. Así mismo, estuvo en Inglaterra (antiguamente llamada Britania). Por su prédica de la fe cristiana, según unos testigos en Iveria y por mandato del rey Aderguia de Iver, fue crucificado en la cruz. Otras versiones cuentan que murió en Persia.

El Santo Apóstol Matías, seleccionado de entre los setenta en lugar del perdido Judas, predicó en Judea y en el interior de Etiopía. Regresando a Judea, recibió los sufrimientos por Cristo. Primero fue apedreado y, posteriormente, decapitado.

El Santo Apóstol, evangelista, Marco, de entre el número de los setenta, compañero y colaborador del Apóstol Pedro, predicó a las orillas del Mar Adriático y recibió la muerte de mártir en Alejandría.

El Santo Apóstol, evangelista, Lucas, del número de los setenta, compañero y colaborador del Apóstol Pablo, predicó en Libia, Egipto, Tibaida y Fiboy. Terminó sus hechos con la muerte de mártir.

El Santo Apóstol Jacobo, el Justo, del número de los setenta, fue el primer obispo de Jerusalén, nombrado pro el propio Señor. Él se denominó hermano del Señor. Por las Santas Escrituras vemos que fue el hijo de José, esposo de María, de su primer matrimonio. Al Santo Jacob lo empujaron del techo del templo de Jerusalén y luego fue asesinado de un golpe en la cabeza. Esto ocurrió cerca del año 62 AD. El Santo Apóstol Jacob fue el primero que conjura el orden de la Santísima Liturgia, la cual es la base de la que actualmente se celebra y que fue celebrada por los Santos Basilio el Grande y Juan Crisóstomo.

La Santísima Liturgia del Santo Apóstol Jacob actualmente se celebra en Jerusalén, el día de su memora.

 

La Destrucción de Jerusalén

Durante los primeros tres siglos (cerca de trescientos años), los cristianos aguantaban casi en forma continua una persecución. Al comienzo de parte de los hebreos no creyentes y, posteriormente, por los paganos. Los hebreos que no aceptaron al prometido Dios Salvador, el Señor Jesucristo, y que le entregaron a la muerte con gritos alocados 'Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!,' y responsables del asesinato de muchos cristianos, recibieron el merecido castigo por toda su enorme falta a la ley de Dios.

Jerusalén y el Templo de Dios fueron destruidos por los soldados romanos hasta sus cimientos cuando los hebreos hicieron su revelaron. Así se cumplió, en el año 70 AD., lo profetizado sobre esto por el Señor. El sitio donde se encontraba el Templo de Dios fue removido con el arado, así que no quedó allí piedra sobre piedra.

El pueblo hebreo quedó esparcido por toda la tierra. Más de un millón de hebreos fue exterminado. Varias decenas de miles de ellos fueron vendidos como esclavos. En lugar de los hebreos, en Palestina se asentaron gentes de otras naciones y ellos reconstruyeron las ciudades destruidas. Entre ellas, la ciudad de Jerusalén.

La fe cristiana comenzó a fortalecerse entre los paganos. La propagación de la fe cristiana entre los paganos originó la persecución de los cristianos por parte de los emperadores romanos paganos. Los sacerdotes paganos aseguraban a los emperadores que los cristianos eran enemigos del reino. Enemigos del emperador y de toda la humanidad. La persecución cristiana fue tan cruel que, con dificultad, alcanzan las palabras para describirla. Los cristianos eran sometidos a las más crueles e inimaginables torturas.

La primera persecución comenzó en el año 64 después del Nacimiento de Cristo (30 años luego de la Resurrección de Cristo), en tiempos del emperador Nerón. Nerón, por un capricho suyo, le prendió fuego a la ciudad de Roma y luego toda la culpa la echó a los cristianos. Por su mandato a los cristianos se les buscaba, se les agarraba y entregaba al circo para ser desgarrados por fieras. Los cosían dentro de cueros o pieles de fieras y los echaban a los perros salvajes. Les crucificaban en cruces, los bañaban en asfalto y los encendían como antorchas en las noches para la iluminación de los jardines de Nerón.

En esta persecución, en Roma, cayeron también los Apóstoles Pedro y Pablo en el año 67. Pedro fue crucificado pero, a su propia petición, fue crucificado con la cabeza hacia abajo pues se consideraba indigno morir así como murió el Señor Jesucristo.

La más terrible de todas fue la última persecución de los cristianos, durante los tiempos del emperador Diocletiano. Esta persecución continuó desde el año 303 hasta el 313 después del nacimiento de Cristo. Durante este período asesinaron a cientos de miles de cristianos con las más distintas formas de torturas.

Durante esta persecución fueron decomisados y quemados los santos libros de las escrituras sagradas. Lactancio, contemporáneo de la persecución y famoso escritor cristiano y profesor de filosofía en Nicodemia, escribió: "Si yo tuviera cientos de bocas y pecho de acero, entonces yo no podría enumerar las diferentes clases de tortura que soportaron los creyentes."

En un solo sitio torturaban de diez hasta cien personas en un día. A muchos de los torturados y lesionados los curaban para torturarlos de nuevo más tarde. Torturaban a cristianos sin diferencia de sexo ni de edad. "Yo mismo fui testigo de esto" escribe le historiador Eusebio, "de tal manera que el acero perdía filo y se rompía y los propios asesinos, cansados, se turnaban uno tras otro."

Pero los sufrimientos y la actitud de los mártires fortalecían y esparcían la fe cristiana entre la otra gente. Muchos paganos, viendo la fe y el sufrimiento de los mártires cristianos y los milagros que ocurrieron durante esto, ellos mismos creyeron en la verdadera fe cristiana y aceptaron el cristianismo. Mientras más perseguían y torturaban a los cristianos, más aún se fortalecía la fe cristiana.

 

El Alzamiento de la Cruz

La persecución de los cristianos terminó solamente a comienzos del siglo IV, durante los tiempos del imperador romano Constantino el Grande. El imperador Constantino, por sí mismo, se convenció del poder y de la gloria del emblema de la cruz de Cristo.

Una vez, en la noche antes de una batalla decisiva, él, junto con todo su ejército, vieron en el cielo el emblema de la cruz, hecho por la luz con la inscripción "con esto vence" (en griego HNKA). A la siguiente noche se le apareció al imperador el mismo Jesucristo, con la cruz en la mano, y le dijo que, con este emblema, él vencería al enemigo. Entonces Constantino mandó a preparar el emblema del ejército con la representación de la Santa Cruz.

Constantino cumplió con el mandato de Dios y venció al enemigo. Tomó al cristianismo bajo su protección y declaró la fe cristiana como oficial en la nación (como la principal). Él eliminó la condena de la cruz y editó leyes en beneficio de la Iglesia Cristiana. Por sus méritos y esfuerzos en la divulgación de la fe cristiana, Constantino el Grande, junto con su madre Elena, recibieron el nombre de los Santos Reyes, ídem apóstoles, es decir iguales a los apóstoles.

Al igual que los apóstoles, Constantino deseó construir templos de Dios en los sagrados lugares para los cristianos en Palestina (es decir, en el lugar del nacimiento, sufrimiento y resurrección del Señor Jesucristo, etc) y encontrar la cruz en la cual fue crucificado el Salvador.

En cumplir el deseo del Rey se encargó con enorme alegría su madre, la reina Elena, igual que los apóstoles. En el año 326, la reina Elena, se dirigió a Jerusalén con este propósito. Ella dedicó mucho trabajo para descubrir la cruz de Cristo ya que los enemigos de Cristo la escondieron, enterrándola en la tierra.

Al final, un anciano hebreo de nombre Judas le indicó que sabía donde se encontraba la Cruz del Señor. Luego de largos interrogatorios y convencimientos, le obligaron decir la verdad. Resultó que la Santa Cruz había sido botada en una cueva y cubierta con basura y tierra y, encima, habían construido un templo pagano. La reina Elena mandó destruir esa edificación y excavar la cueva.

Al desenterrar la cueva encontraron en ella tres cruces y, aparte de ellas, una tablilla con la inscripción "Jesús de Nazaret, Rey Judío." Era necesario averiguar cuál de las tres cruces era la cruz del Salvador. El patriarca de Jerusalén, el obispo Macario, y la reina Elena fervientemente creían y esperaban que Dios les señalara la Santa Cruz del Salvador.

Por recomendación del obispo, comenzaron a acercar las cruces, una tras otra, a una mujer gravemente enferma. Del contacto con dos de las cruces no ocurrió ningún milagro. Al tocarla con la tercera cruz, la mujer de inmediato sanó. Así mismo ocurrió que en ese momento, cerca del lugar, llevaban a un muerto para enterrar. Entonces comenzaron a colocar las cruces, una tras otra, sobre el muerto y, cuando le tocaron con la tercera, el muerto resucitó.

De esta forma supieron cuál era la cruz del Señor; aquélla a través de la cual el Señor había realizado los milagros y había enseñado la fuerza vivificante de su Cruz. La reina Elena, el patriarca Macario y la gente que los rodeaba, con alegría y veneración adoraron la cruz de Cristo y la besaban.

Los cristianos, al saber de este gran acontecimiento, se reunieron en una cantidad innumerable en el sitio donde había sido localizada la cruz del Señor. Todos querían adorar la Santa Cruz vivificadora. Pero, como esto no fue posible debido a la gran cantidad de personas, comenzó la gente a pedir que, por lo menos, la enseñaran. Entonces el patriarca Macario se paró en un lugar elevado y alzó la cruz varias veces para que todos pudiesen verla. La gente, viendo la Cruz del Salvador, la adoraba y exclamaba: "Señor, perdona!"

Los santos reyes, iguales a los apóstoles, Constantino y Elena, construyeron un amplio y espléndido templo en el sitio de sufrimiento, entierro y resurrección de Jesucristo, en memoria de la resurrección del Señor. Así mismo, construyeron templos en el Monte de los Olivos, en Belén de Gebran y donde el árbol de Mauritania. La reina Elena llevó parte de la cruz del Señor a su hijo, el rey Constantino, y el resto lo dejó en Jerusalén. Esta pieza de la invaluable reliquia de la Cruz de Cristo se conserva, hasta nuestros días, en el Templo de la Resurrección de Cristo.

En memoria del descubrimiento de la cruz de Cristo y su alzamiento, la Santa Iglesia Ortodoxa determina la festividad del Alzamiento de la Santísima y Vivificadora Cruz del Señor. Esta festividad pertenece al número de las grandes festividades y se celebra el 14 de septiembre, según el calendario viejo, y el 27 de septiembre, según el calendario nuevo.

Durante las ceremonias religiosas de los maitines se saca la Cruz para su adoración. Luego de la gran glorificación el sacerdote, trajeado con toda la vestimenta sacerdotal y sosteniendo la Santa Cruz adornada de flores sobre su cabeza, la lleva y al mismo tiempo canta: "Santo Dios...."

La saca del altar y la lleva al centro del templo donde la coloca en el atril. Durante el corto canto del tropario "Salva, Señor, a tu gente..." el sacerdote inciensa la Santa Cruz. Luego, mientras se canta "A tu Cruz la adoramos, Señor, y tu santa resurrección glorificamos" todos adoran y besan la Santa Cruz. Ésta se adorna con verdor y con flores, en señal de aquello por lo cual (es decir, a través del sufrimiento y la muerte en ella del Salvador) nos es dada la vida eterna.

Durante este día corresponde ayunar para asentar más la bendita memoria de los sufrimientos del Salvador en la cruz.

 

Nuevos Enemigos del Cristianismo

A pesar de la victoria del cristianismo sobre el paganismo, los paganos intentaron, una vez más, enfrentarse contra los cristianos durante los tiempos del imperador Juliano el Renegado.

Juliano era el hijo del hermano de Constantino el Grande. Él, aunque al comienzo fue educado en el cristianismo, comenzó a adorar a los ídolos cuando llegó a ser el imperador. Se declaró pagano y perseguía fuertemente a los cristianos. Con el comienzo de la persecución de los cristianos, Juliano permitió a los judíos restaurar el templo de Jerusalén y entregar recursos para éste. Pero el Señor protegía la Santa Fe.

Por testimonio no solamente de los cristianos, sino también de los escritores paganos, ocurrió que temblaba (terremoto) y las llamas de fuego que salían de la tierra obligaron parar la idea de Juliano de restaurar el templo de Jerusalén. Hasta aquellas piedras que se conservaban dentro de la tierra, que provenían del anterior templo, fueron expulsadas así que, en todo el sentido de la palabra, allí no quedó piedra sobre piedra.

Así, el pagano Ammian Marcelin, contemporáneo de Juliano y su seguidor, escribe: "Terribles flamas de fuego, provenientes de los cimientos, que con frecuencia aparecían en este sitio, lo hacían imposible y sucesivamente quemaba a los obreros de manera tal que este trabajo fue parado por fuerza de la naturaleza, ahuyentando constante y persistentemente a los obreros."

El contemporáneo y compañero de estudios de Juliano, el Santo Gregorio el Teólogo, en el sermón contra Juliano dice que, en esa época, en el cielo aparecía una cruz brillante y las vestiduras de los espectadores fueron marcadas con cruces. Muchos de los espectadores ajenos, como lo escriben los historiadores, se reunían para ver en este espectáculo la batalla del misterioso elemento de la naturaleza del fuego.

El propio enemigo del cristianismo tenía que aceptar su impotencia, pero no se arrepentía en su ira. En un enfrentamiento con los Persos, una flecha del enemigo sorprendió a Juliano. Éste, muriendo, exclama con amargura: "Tú me venciste Galileo!" Así él llamaba al Señor Jesucristo.

Después de la muerte de Juliano el Renegado, todos los imperadores romanos que le sucedieron se preocupaban por el fortalecimiento del cristianismo en todo el imperio.

Pero, a partir del siglo VII, comenzaron nuevos sufrimientos para los cristianos del oriente. En el año 614, el rey de Persia, Jasroe, se apoderó de Jerusalén. Entregó nueve mil cristianos a los judíos para su crucifixión. Al patriarca Macario, con muchos otros cristianos, se lo llevaron preso. Jasroe quemó el Templo de la Resurrección, robó las valiosas reliquias del templo y se llevó la cruz de Cristo a Persia.

Luego de 14 años, en el año 628, el imperador griego Iracleo venció a los persas y regresó a todos los persas cristianos con el patriarca Macario a la cabeza y la Santa Cruz fue devuelta a Jerusalén con honores.

Alegre y agradeciendo a Dios, el imperador Iracleo deseó ser él mismo quien entrase con la cruz a Jerusalén. Pero, en el Gólgota, una fuerza invisible frenaba la cruz y el rey quedó sin fuerzas para llevarla. Entonces, el patriarca Macario le indicó al rey que el Hijo de Dios, el Rey Celestial, llevaba la cruz al Gólgota con misericordia y humildad. El emperador, con misericordia, escuchó al patriarca y se despojó de las vestiduras reales y, descalzo, llevó la cruz al templo en el Gólgota, donde el patriarca, de nuevo, alzó la Santa Cruz sobre la gente.

Poco tiempo después de este gran evento, apareció en Arabia el falso profeta Mahoma. Sufriendo de una epilepsia infantil, con ataques nerviosos y con alucinaciones (falsas apariciones) él mismo creyó en su llamado para crear una nueva religión y, a la edad de 40 años, salió con su prédica.

En el año 632 conquista La Meca con sus seguidores (en Arabia, el sitio de nacimiento de Mahoma) y confirma su fe. Luego, sus seguidores, con la fuerza de las armas, dominaron Egipto, Siria, Palestina y el propio Jerusalén. Lentamente, el islamismo (la enseñanza de Mahoma) se expandía más y más mientras que el Imperio Griego se debilitaba cada vez más.

Al final, a mitades del siglo XV (en el año de 1454), durante los tiempos del imperador Constantino el Paleólogo, los turcos conquistaron la capital (Constantinopla).

 

Los Concilios Ecuménicos

Entre los cristianos a veces aparecían personas que incorrectamente exponían la enseñanza cristiana y deseaban imponer su falsa enseñanza (enseñanza incorrecta) a toda la Iglesia. A estas falsas enseñanzas la Iglesia las llama herejías y herejes a los falsos maestros.

Las herejías comenzaron a preocupar muy especialmente la vida de la Iglesia luego de que terminaran las persecuciones generales a los cristianos. Para luchar en contra de las herejías y para el señalamiento a todos los cristianos de cómo era la forma correcta, ortodoxa, de creer, se reunían por el ejemplo de los Santos Apóstoles, los concilios (reuniones) obispales - pastores y maestros de la iglesia, en lo posible de todo el mundo, es decir de todos los países en los cuales existía el cristianismo.

Al igual que los Santos Apóstoles se reunían en concilio en Jerusalén (el concilio de los Apóstoles en el año 51, ver los Hechos de los Santos Apóstoles 15:1-35) cuando era necesario solucionar la pregunta, le correspondía a los cristianos de entre los paganos cumplir con la ceremonia de la ley de Moisés. Así mismo, los padres de la Iglesia, es decir los obispos a los cuales los Apóstoles les traspasaron su poder mediante la correspondiente imposición de las manos, se reunían en el concilio cuando aparecía cualquier enseñanza contraria a la fe cristiana.

Así, los concilios universales (provenientes de todo el mundo) fortalecían la verdadera fe cristiana bajo la influencia del Espíritu Santo y eran aceptados por toda la Iglesia Cristiana.

Por esto se les llama los Concilios Ecuménicos. Hubo siete Concilios Ecuménicos.

El credo se concibió en ocasión del primer y del segundo Concilio Ecuménico. El Credo es una carta exposición de la fe cristiana ortodoxa. Todo cristiano ortodoxo debe conocerlo. Se canta durante nuestra Santísima Liturgia.

El Séptimo Concilio Ecuménico defendió y fortaleció la veneración de los Santos Iconos.

 

La Separación de la Iglesia Romana

La fracción occidental (la romana) se separa de la Iglesia Universal Ortodoxa luego del período de los concilios universales y de ella se forma una Iglesia aparte, la católico romana.

Ocurrió esto así. Luego de que los apóstoles comenzaran a dirigir la Iglesia, sus apoderados, los obispos, quienes tenían la misma jerarquía sacramental, tenían un poder diferente (material). Los obispos de las pequeñas ciudades se subordinaban a los obispos de las grandes ciudades quienes se denominaban metropolitas.

Los metropolitas, a su vez, se subordinaban a los obispos de las ciudades capitales quienes se llamaban patriarcas. El mayor poder de la Iglesia le correspondía a los concilios, a los cuales se subordinaban los patriarcas.

Para aquella época había cinco patriarcas: el de Roma, de Constantinopla, de Alejandría, de Antioquia y de Jerusalén. El patriarca de Alejandría se llamaba "Papa." Luego también el patriarca de Roma comenzó a llamarse "Papa." Durante mucho tiempo, así se llamaban también los otros obispos. (La palabra "Papa" significa Padre).

Los cinco patriarcas tenían iguales derechos y era totalmente independientes el uno del otro. No había entre ellos ni superior ni inferior y solamente en el orden de nombramiento el "Papa" romano ocupaba el primer puesto.

Pero, con el tiempo, el "Papa" Romano aumentaría sus dominios y comenzó a fortalecer su poder y apuntalar hacia la subordinación de todos los demás patriarcas, es decir, para que el "Papa" Romano se convirtiera en la cabeza de la Iglesia Cristiana. Tal intención de los "Papas" Romanos la Iglesia la reconocía como fuera de la ley. Esta fue la causa principal de la separación.

Posteriormente se separaron otras creencias protestantes de la Iglesia Católico Romana. Cerca de aquella época, cuando ocurrió la separación de la Iglesia romana, la Iglesia Católica (universal) Ortodoxa aumentaba con la incorporación en ella de los pueblos eslovenos que se convertían al cristianismo.

 

El Bautizo de Rusia

Los primeros iluminadores de los eslovenos fueron los santos hermanos Cirilo (Kiril) y Metodio quienes voluntaria y fervientemente trabajaron en la divulgación de la fe cristiana entre los eslovenos. Ellos crearon el alfabeto esloveno y tradujeron las Santas Escrituras y los libros eclesiásticos a la lengua eslovena. Luego de su muerte, el cristianismo se fortaleció entre los búlgaros y serbios y, posteriormente, el pueblo ruso fue bautizado en la fe cristiana.

Rusia se convirtió en un país cristiano casi mil años después de la venida del Salvador. Hasta esta época, la gente de la tierra Rusa adoraba a los ídolos - eran paganos. Los principales ídolos eran el sol (el dios Darh) y la lluvia acompañada de relámpagos (el dios Perun). Además de estos, se adoraba a muchos ídolos menores, protectores de fincas, casas, huertas, agua, bosques, etc.

En la vida de nuestros antepasados paganos había mucha superstición, falsas enseñanzas, crueles costumbres, incluso ocurría que se hacían sacrificios humanos a los ídolos.

Según las Santas Escrituras, el Santo Apóstol Andrés (el primer llamado) fue al país ruso todavía en el Siglo I. El Santo Apóstol, con su prédica cristiana, llegó hasta el sitio donde actualmente se encuentra la ciudad de Kiev. Él colocó la cruz en las montañas de Kiev y predijo que, en este país, iba a brillar la verdadera fe cristiana. Pero en las Santas Escrituras no se menciona el bautizo por él en este sitio de paganos. Los rusos, hasta el siglo IX, permanecían en el paganismo.

Los primeros entre la gente en convertirse y bautizarse fueron los condes de Kiev, Ascold y Dir, en el año 867. Con ellos el cristianismo comenzó a penetrar en las tierras rusas (condes se llamaban los gobernantes de las tierras rusas).

Después de casi cien años, la sabia condesa Olga, viendo la vida pura de los cristianos de Kiev, se convenció en la verdadera fe y recibió el Santo Bautizo en el año 957. Ella, junto a un gran séquito, viajó a Bizancio y recibió el Santo Bautizo del propio patriarca de Constantinopla y fue llamada Elena.

Habiendo regresado a casa, ella convenció a su hijo Stanislav para que se convirtiese al cristianismo pero él, un guerrero empedernido por naturaleza, no aceptó.

Dios decide iluminar la tierra rusa con el Cristianismo al conde Vladimiro, nieto de Olga. Al principio, Vladimiro fue un ferviente pagano y llevaba una vida inpura. En sus tiempos fueron ofrecidos dos cristianos en sacrificio a los ídolos: Teodoro y Juan (Pedro e hijo) de manera tal que ellos fueron los primeros mártires en Rusia. Pero muy pronto Vladimiro sintió todo el vacío del paganismo y comenzó a pensar en otra cosa, en una mejor fe.

Cuando se divulgó que el conde ruso buscaba otra fe, le comenzaron a llegar diferentes predicadores mahometanos, hebreos, alemanes y griegos. Cada uno de ellos ofrecía su fe. Pero la más fuerte impresión sobre Vladimiro la provoca el predicador griego ortodoxo quien, al final de su conversación, le mostró el cuadro del juicio final.

Vladimiro dijo: "Le es bueno a estos justos, que se encuentran en el lado derecho." "Bautízate y tú estarás con ellos" le contestó el predicador. El conde Vladimiro pidió consejo a los boyares y, por su consejo, mandó a diez sabios delegados para que fuesen ellos a los diferentes países y vieran y comprobaran en el sitio cuál era la mejor fe.

Los delegados estuvieron en aquellos países, de los cuales habían venido los predicadores. De regreso a Kiev, ellos contaron todo a su conde lo que vieron y alababan la fe griego ortodoxa. Ellos decían que mejor que la fe griega no hay en ninguna otra gente. "Cuando estábamos parados durante la ceremonia religiosa, en el templo griego, entonces nosotros no sabíamos dónde nos encontrábamos: si en la tierra o en el cielo" decían ellos. Y luego añadieron que, una vez probado lo dulce, ellos no querían más lo amargo, es decir. Habiendo conocido la fe ortodoxa de los griegos, ellos no querían seguir sirviendo a sus dioses ídolos.

Los boyares además le hicieron una observación a Vladimiro: "Si la fe griega no hubiese sido la mejor de todas, tu abuela, la grandísima Olga, no la hubiera tomado ya que ella era una sabia entre los sabios." Entonces Vladimiro, definitivamente, se decidió tomar la fe ortodoxa. Pero, como pagano, él consideraba para sí denigrante el pedir eso a los griegos,. Por tal motivo, prontamente después de aquella decisión (luego de un año) él fue en guerra en contra de los griegos y se apoderó de la ciudad de Corsun (la ciudad de Corsun o Jerson se encuentra en creta. Creta, en aquella época, pertenecía al Imperio Griego).

Luego de esto exigió de los imperadores griegos Basilio y Constantino que le entregaran a su hermana Anna (para entonces reinaban los dos hermanos juntos en Constantinopla).

Los imperadores contestaron que ellos no podían entregar a su hermana a un pagano. Fue entonces cuando Vladimiro les manifestó su deseo de tomar la fe cristiana y pidió que le mandaran a la princesa Anna así como un sacerdote para bautizarle. Los imperadores de inmediato enviaron sacerdotes a Corsun y, con ellos, llegó la princesa Anna.

Pero en ese momento al conde Vladimiro se le enfermaron los ojos de manera tal que quedó ciego. La princesa Anna le recomendó a Vladimiro que tomase el bautizo lo más rápido posible. Vladimiro le hizo caso al consejo de la princesa y se bautizó con el nombre de Basilio. Inmediatamente después de salir de la pila bautismal, sus ojos, como si hubiese caído un velo, comenzaron a ver y, con alegría, exclamó: "Ahora yo conocí al verdadero Dios!"

Después de esto, el conde Vladimiro se casó con la princesa Anna y regresó a Kiev. Con él vinieron a Kiev, mandados de Grecia, el metropolito y seis obispos, muchos sacerdotes y todo lo necesario para las Santas ceremonias. Esto sucedió en el año 988.

Vladimiro primero ofreció bautizar a sus doce hijos y ellos se bautizaron. Posteriormente se bautizaron muchos boyares. Al final, Vladimiro mandó a todos los pobladores de Kiev que viniesen un día determinado al río Dniepr y allí, en presencia del conde, el clero realizó el sacramento del Santo Bautizo. El conde Vladimiro, en alegría y regocijo, fijo su mirada al cielo rezando a Dios para que el Señor, creador del cielo y de la tierra, bendijera al pueblo ruso, dándole el conocimiento de Él, verdadero Dios, y fortaleciendo en él la fe verdadera.

Este gran día la tierra y el cielo se regocijaron. Habiéndose convertido en cristiano, Vladimiro cambió en todo. De un tosco y cruel pagano se convirtió en un bienaventurado y misericordioso cristiano. Él mandó a que todos los pobres viniesen a su jardín de palacio y recibieran allí todo lo necesario - comida, vestimenta e incluso dinero. Además de esto, llenó carretas con pan, carne, pescado, legumbres, miel, uvas y las mandó por ciudades y pueblos para todos los enfermos y pobres quienes no podían caminar por sus propios medios.

El pueblo quiso mucho a su gran conde y lo apodó "Solecito Rojo" y así, hacia el sol, hacia él y junto a él iban hacia Dios.

Nuestra Santa Iglesia añadió al gran conde Vladimiro, al igual que a la condesa Olga, al número de santos y al conde Vladimiro lo llaman igual que a los apóstoles.

Desde Kiev la fe cristiana ortodoxa, con la ayuda de Dios, prontamente se extendió y se fortaleció en todas las tierras rusas. El pueblo ruso, con todo el alma, aceptó la fe ortodoxa la cual llevaba con ella la iluminación espiritual, las letras, los monasterios y el fortalecimiento de las escuelas, el desarrollo de todo tipo de arte fue lo que creo la cultura rusa.

La luz de Cristo resplandecía sobre nuestra nación. Ella comenzó a llamarse "La Santa Rusia" y su pueblo "el pueblo ruso ortodoxo."

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Editor: Bishop Alexander (Mileant)

 

 

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