Selectas vidas

de santos

Contenido:

Santa Águeda Virgen y Mártir. Santa Anastasia. Los Angeles Guardianes. La Anunciación de La Santísima Virgen María. San Abraham Solitario y su Sobrina. San Abraham Obispo de Cabras San Alexis hombre de Dios. San Amón Santa Anastasia Patricia Virgen. San Antonio Abad. La Anunciacion de la Santisima Virgen Maria. San Atanasio Persa Mártir. San Auxencio.

Santa Balbina virgen y mártir. Basilisa y Anastasia Martires. San Benito. San Blas de Cifuentes Obispo y Mártir. San Cesario de Nazianzo. San Cirio Obispo de Jerusalén. Santa Cita (o Zita) virgen. Santos Codrato y compañeros Mártires. Santa Cointa Santos Crisanto y Daria. La Aparición de la Santa Cruz.

San Dionisio el Areopagita. Santa Dorotea Virgen y Mártir. San Dositeo Solitario. Santa Emilia Virgen. Santa Eudocia Penitente y Martir. Santa Eugenia Virgen y Martir. San Eustacio arzobispo de Antioquía. San Eutimio El Grande Abad. San Flaviano Patriarca de Constantinopla. San Florencio Confesor.

Santos Galacion y Epistema. San Gregorio el Taumaturgo Obispo de Neocesarea. San Higino (o Higinio) Papa y Martir. Santa Inés Virgen y Mártir. San Juan Calibites. San Juan Crisóstomo Arzobispo de Constantinopla. San Irineo Obispo de Sitmitch. San Isidoro de Pelusium. San Juan el muy sufriente. San Juan el Solitario de Egipto. San Julian de Capadocia Martir. San Julian y Cinco Mil Compañeros Mártires. Santos Julián, Basilisa, Antonio, Atanasio, Celso y Marcionila, Mártires. Santa Justina Virgen y Mártir.

San Leon Papa. San Lorenzo. San Lucas El Joven. San Macario El Viejo. Santa Madrona Virgen y Martir. San Marciano Presbítero. Santa Maria Cleofe. Santa Marta Virgen y Mártir. San Martin de Braga. San Melecio Obispo y Confesor. San Mateo Apóstol y Evangelista. San Meliton y Compañeros Mártires. San Moisés Obispo. San Niceforo Mártir. San Nicolás El Estudita. San Onesimo Mártir.

San Pablo El Ermitaño. San Pacomio. San Patricio en Irlanda. Santa Pelagia la Penitente. Santas Perpetua y Felicidad. Santa Perpetua y Felicitas Martires (segunda version). San Policarpo. San Roman el Melodista. San Sofronio Patriarca de Jerusalén. San Sergio de Radonezh. Santos Sergio y Baco. San Sofronio Patriarca de Jerusalén.

Santos Tee y Pablo Mártires. Santa Teoctiste Virgen. San Teodoro Stratelates ("El General") de Heraclea. San Teodosio Cenobiarca y Confesor. San Valentín Presbítero y Mártir. San Valentín Presbítero y Mártir. Santos Zacarias e Isabel.

 

 

 

Santa Águeda Virgen y Mártir.

5 Febrero.

Santa Águeda, la primera de las cuatro principales vírgenes y mártires del Occidente, tan celebrada en la Iglesia universal, nació en Sicilia hacía el año 230 del Señor. Disputan las ciudades de Catania y de Palermo cual de las dos fue la cuna y patria de nuestra Santa; pero lo que esta fuera de duda es, que en tiempo de la persecución vivía Águeda en Palermo, y que padeció el martirio en Catania. Era su casa una de más nobles de Sicilia; y como sus ilustres padres profesaban la religión cristiana; criaron a la niña en toda piedad, desvelándose en darla una educación correspondiente a su nacimiento.

Desde luego descubrió Águeda entendimiento vivo y despejado: era rica, era hermosa, tanto que pasaba por la mayor hermosura de su tiempo; pero lo que le hacia más sobresaliente era su singular virtud. Desde sus más tiernos años hizo votos de no tener otro esposo que N.S.J.C, consagrándole su virginidad; siendo ya desde su infancia el ejemplo y la admiración de todas las doncellas.

No pudo ver sin mucha irritación tanta virtud el enemigo de nuestra salvación. La excitaron furiosas tempestades para que naufragase en ellas su voto y su constancia. Pretendieron su mano unos cuantos caballeros nobles que se admiraron de su hermosura. Mil veces la combatieron, pero ella contó las victorias por las batallas, y las palmas por los choques.

Hallase Águeda en Catania, cuando Quinciano, gobernador de Sicilia, oyó hablar de su gran mérito y de las raras prendas que adoraban a la tierna sierva de N.S.J.C. Quiso verla y resolvió pretenderla por esposa, al punto que envió por ella.

Viéndose en manos de perseguidores, oro de esta manera: "Señor mío, mi Dios y mi Esposo, bien patente os esta de par en par mi corazón; Vos solo sois su único dueño, y Vos lo seréis eternamente; ni sufriré jamás que ninguno entre a dividir con Vos el imperio. Esposa vuestra soy; libradme de este tirano: oveja vuestra soy; defendedme de este lobo. Si, señor concededme la gracia de que sea sacrificada como humilde víctima que esta consagrada a Vos desde que la razón u la libertad me permitieron la dicha de haceros este obsequio. La hora del sacrificio se acerca; franquéense, Señor, vuestros oídos a la piedad ardiente de mis amorosos votos" Acabada la oración se levantó animosa, y partió a Catania.

Quinciano ordenó que se la entregaran a Aphrodisia, una mujer perversa que con sus seis hijas tenía una casa de mala fama. En este lugar espantoso sufrió Agueda asaltos y asechanzas contra su honra, más terribles para ella que el tormento o la muerte, pero se mantuvo firme. Después de un mes, Quiniciano trató de asustarla con amenazas, pero ella permaneció inconmovible y declaró que ser sierva de N.S.J.C era ser en verdad libre. El juez disgustado con sus firmes respuestas, mandó que fuera azotada y llevada a la presión. Al día siguiente, le hicieron otro interrogatorio. "¿Cómo," replicó Quinciano," habiendo nacido libre y de casa tan ilustre, te has querido adocenar con la miserable condición de los esclavos?" "Si el ser sierva de N.S.J.C es ser esclava," respondió la santa doncella, "desde luego hago gloriosa vanidad esta noble esclavitud, porque no conozco ni mayor, ni aún verdadera nobleza, sino la de servir a este señor." Entonces insistió el gobernador a que sacrificase á los dioses del imperio, amenazándola que, si no la hacia espontáneamente, sabría obligarla con el rigor de los tormentos; pero nada logró ni con promesas ni con amenazas, pues le manifestó ella la nada de esos dioses.

Entonces Quinciano ordeno que la estiraran en el potro, tormento que generalmente iba acompañados de azotes, desgarramientos de los costados con gancho de fierro, y aplicación de antorchas ardiendo. El gobernador, enfurecido que sufría todo esto con alegría, ordeno que le oprimieran brutalmente los pechos y que después se los cortaran. Luego ordeno que la mandaran de nuevo a la prisión, ordenando que no le dieran alimento, ni atención medica. Pero Dios la conforto; se le apareció San Pedro en una visión que lleno su calabozo de una luz celestial, la consoló y la curo. Cuatro días después, Quinciano hizo que la rodaran desnuda sobre brasas ardiendo, mezcladas con cortantes fragmentos de vasijas.

Fue Águeda restituida a la cárcel, y apenas entro en ella cuando hizo al Señor la oración siguiente": Dios Poderoso, Dios Eterno, que por tu puro efecto de tu misericordia infinita quisiste tomar bajo tu protección a esta tu humilde sierva desde que se hallaba en la cuna, preservándola del amor del mundo, para que mi corazón ardiese únicamente en tu amor: Salvador mío Jesucristo, que has querido conservarme en medio de tantos tormentos para mayor gloria de tu nombre, y para la confusión del poder de las tinieblas; dígnate recibir mi alma en tu eterna morada de los bienaventurados; ésta es la ultima gracia que pido, y que espero de tu infinita bondad. Sucedió su preciosa muerte el día 5 de febrero de 251, y le dieron sepultura en la ciudad de Catania con toda la veneración que correspondía a tan ilustre martirio.

Quinciano al conocer la muerte de la Santa y teniendo una nueva sedición del pueblo, llego en posta al río Símeta y se metió en una barca para cruzarlo pero uno de sus caballos lo asió con los dientes por el pescuezo y el otro le disparo una coz tan furioso, que no pudieron encontrar su cuerpo en el río.

Historia de esta Fiesta.

Desde el día de su muerte, Santa Águeda es celebrada en todo el orbe cristiano. Catania conoció el gran poder defensivo que tenían sus reliquias. Antes de cumplirse el año de su glorioso martirio hizo erupción el volcán Etna vomitando caudalosos ríos de fuego. Los paganos tomaron el velo que cubría el sepulcro de la Santa y lo pusieron delante de las llamas. De inmediato los torbellinos de fuego hicieron alto, retrocediendo poco a poco de tal manera que el incendio que comenzó el 1º de Febrero, ceso el día 5 que era el día de la muerte de la Santa. Los paganos que vieron este prodigio se convirtieron y como esto se ha repetido muchas veces siempre que sucede un terremoto o incendio se pide la protección de Santa Águeda.

 

 

Santa Anastasia.

(10 de Marzo).

El relato de la vida de Santa Anastasia nos ha llegado a través de una fuente muy dudosa. Se cuenta que era hija de un noble egipcio y que era dama de honor en la corte de Constantinopla. Su belleza robó el corazón del emperador.

El "ermitaño de las celdas," como le llamaba el pueblo, vivió hasta una edad muy avanzada y gozó de la amistad y estima de Santa Catalina de Siena.

Escribiendo a Barduccio de Florencia después de la muerte de la santa, el Beato Juan afirmaba que Catalina se le había aparecido, cuando el se hallaba llorando su fallecimiento y que le había consolado con la visión de la gloria que disfrutaba en el cielo.

Los Angeles Guardianes.

8 Noviembre.

Angel es una palabra griega que significa mensajero. Los ángeles son espíritus purísimos, individuales pero sin cuerpo, a quienes Dios ha dado una inteligencia y un poder mayores que a los hombres. Su oficio consiste en alabar a Dios, en servirle de mensajeros y en cuidar a los hombres. Los teólogos sostienen unánimemente que Dios designa a un ángel como guardián de cada hombre, pero tal afirmación no ha sido definida nunca por la Iglesia y, por consiguiente, no es de fe. Los ángeles de la guarda nos ayudan a ir al cielo, nos defienden del enemigo, nos ayudan a orar y nos excitan a la virtud. Esto último lo hacen a través de nuestra imaginación y de nuestros sentidos, sin afectar directamente nuestra voluntad, por supuesto que nuestra cooperación es necesaria. El salmista dice: "Dios ha encargado a sus ángeles que cuiden de ti y que te guíen en todos tus caminos." En otro sitio añade: "El ángel del Señor plantará su tienda junto a los que temen a Dios y los librará de sus enemigos." El patriarca Jacob pidió al buen ángel que bendijese a sus dos nietos, Efraín y Manases: "Que el ángel que me libró de todos los males, bendiga a estos jóvenes" Y Judit dijo: "El ángel del Señor me acompañó durante el viaje de ida, durante mi estancia ahí y durante el viaje de vuelta." Cristo nos exhortó a guardarnos de escandalizar a los pequeños, porque sus ángeles se hallan ante la presencia de Dios y le pedirán que castigue a aquéllos que hagan daño a sus protegidos. La idea lo que Dios designa a un ángel para cuidar a cada uno de los hombres estaba tan extendida en el mundo judío que, cuando San Pedro fue libertado milagrosamente de la prisión, lo primero que pensaron los discípulos fue que era obra de "su ángel."

 

 

La Anunciación de La Santísima Virgen María.

(25 de Marzo)

Habiendo llegado el momento dichoso, destinado desde la eternidad para la reconciliación de los hombres, el Arcángel GABRIEL, que más de 400 años antes había declarado al Profeta Daniel el nacimiento y la muerte del Mesías y que seis meses antes había anunciado a Zacarías el nacimiento del que había de ser Su Precursor, fue enviado a una Virgen, llamada María, de la tribu de Juda y de sangre real, porque era descendiente de la casa de David. Este enviado del Señor, lleno de respeto y veneración hacia aquella a quien se dirigía, La saludó con estas palabras:." Dios Te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita Tu entre todas las mujeres."

La visita de un Angel, en figura de hombre, causó, al principio alguna turbación a la más pura de las Vírgenes, y meditaba en sí, cuál podía ser la causa de tal salutación. Más el Arcángel Le aseguró diciéndole: "No temas María, porque haz hallado gracia ante los ojos del Señor; he aquí que concebirás en Tu vientre y darás a luz un Hijo, a Quien darás el nombre de Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo y Le dará el Señor Dios, el trono de David. Esto es, que dominará sobre todos los pueblos del Universo, pero Su corona no será la misma, en naturaleza, que la de los reyes de esta Tierra. Esta estará en la Iglesia del Dios vivo, en la misteriosa casa de Jacob, que reinara sin sucesor, porque el Imperio de Este grande Rey no reconocerá más límites en su extensión, que los de todo el Universo, ni más términos en su duración, que los de la misma eternidad."

María, habiendo oído las palabras del Arcángel, le dijo. "Cómo ha de suceder todo esto que se me anuncia, si no conozco varón alguno?" María manifestaba por su respuesta, que quería seguir siendo virgen, más el Arcángel Le respondió: "El Espíritu Santo vendrá sobre Ti, y la virtud del Altísimo Te cubrirá con Su sombra y así, el Santo que nacerá de Ti, será llamado Hijo de Dios." Y en testimonio de esto, — añadió el Arcángel — sabes que tu parienta Isabel concibió un hijo en su ancianidad, y la que se llamaba estéril, esta ahora en el sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios." Mientras hablaba el Arcángel, María iluminada con una luz sobrenatural, y siempre pronta a obedecer la voluntad de Dios, se humilló delante del Ser Supremo y le dijo: "He aquí la esclava del Señor, hágase en Mí, según Su palabra." Al oír esto, desapareció el Arcángel y el Espíritu Santo, formo en las entrañas de la Virgen El Cuerpo del Hijo Unico de DIOS, que Se hizo Hombre sin dejar de ser Dios.

Y el Verbo, por medio de esta unión substancial se hizo Carne y en el mismo punto, todos los Angeles adoraron Aquel Hombre-Dios; en el mismo punto, se convirtió en el Templo del Verbo encarnado, el Seno de la más pura entre todas las Vírgenes y en el mismo punto, se cumplieron todas las profecías que anunciaban la venida del Mesías. Dice, San Gregorio de Neocesarea: "Entonces se verificó el oráculo de David. Saltará de gozo toda la naturaleza, porque el Hombre-Dios se dejó ver en el mundo. Un Dios verdadero Hombre y un Hombre verdadero Dios. Misterio inefable, a cuya ejecución se debe rendir todo entendimiento creado."

Hay apóstoles, hay mártires, hay patriarcas, hay profetas, hay vírgenes. Todos estos, son sin duda, intercesores de Dios, pero la Virgen Santa, puede lo que pueden todos ellos juntos y mucho más. ¿Y por qué puede tanto, sin todos ellos? Porque es la Madre de Nuestro Salvador, Esposa del mismo Dios, Reina del Cielo y de la Tierra, Soberana Emperatriz de todo el Universo. Este fue el dictamen general de todos los Padres de la Iglesia; esto ha sido durante todos los tiempos, la fe de la Iglesia. Solamente los herejes jamás han podido tolerar que se rinda el culto que se Le debe. No ha tenido enemigo el Hijo, que no lo haya sido de la Madre. Ella pisó la cabeza del dragón, y siendo el misterio de la Encarnación el sostén de la fe no hay blasfemia que no haya vomitado el infierno contra este divino misterio.

Reconociendo, la Iglesia, que negar esta indiscutible excelencia de ser la Virgen María la Madre de Dios era echar por tierra el misterio de la Encarnación, convocó el célebre Concilio Efesino en el año 431, en el cual quedó definido, como uno de los principales artículos de la fe, que María es verdaderamente la Madre de DIOS, en sentido natural y riguroso, siendo este dogma tan antiguo como la Iglesia misma., contra la herejía de Nestorio, con el título de DEIPARA, o sea, LA QUE DIO A LUZ A DIOS. El nefasto fin del Nestorio que se declaró contra la divina maternidad de la Virgen María fue el funesto anuncio que deben esperar todos los que se declaran enemigos de la Santísima Virgen.

El Troparion de la fiesta de la Anunciación dice: "Oh Dios, que quisiste que el Verbo tomase carne, en las entrañas de la Santísima Virgen, luego que el Angel Le anunció el misterio; concédenos a nuestros ruegos que así como firmemente La creemos y confesamos como la Madre de Dios, así también nos favorezca para contigo con Su soberana intercesión."

 

 

San Abraham Solitario y su Sobrina.

San Abraham, tan ilustre por su inocencia como por su virtud, nació hacia finales del siglo IV. La estrecha amistad que profesó con Efrén, quién nos dejó escrita su vida, persuade verosímilmente que los dos santos vivieron en un mismo país; esto es, en las cercanías de Edesa, capital de Osrhoene en la Mesopotamia.

Tuvo por padres a dos personas muy ricas que lo amaban tiernamente, pero que sólo pensaban en el futuro terrenal de este mundo. No obstante, la tierna piedad de nuestro santo y los sentimientos religiosos, que él tenía en su primera juventud, dan a entender que su educación fue muy cristiana. Ignoraba aún el nombre del vicio, y toda su inclinación era al retiro, a la oración y a los ejercicios devotos. Aunque sus padres se alegraban mucho de verlo tan buen cristiano, temían que por lo mismo se disgustase del mundo, y por este motivo se dieron prisa a casarlo, viéndose precisado el santo mozo, a pesar de su repugnancia al matrimonio, a desposarse con una doncella algunos años antes de que tuviese edad para contraerlo.

Llegado el tiempo competente para poder celebrar el matrimonio, y a pesar de las insistencias que él hizo a sus padres para que lo librasen de esos lazos, fue obligado a ceder a la autoridad de ellos, y casase. Fueron celebradas las bodas con el mayor festejo. Pero aquella misma noche, cuando todos se retiraron, empellido del ardiente deseo de que sólo Dios es el único dueño de su corazón, y fortalecido con especial gracia del cielo, dejó a su esposa sin decirle una palabra. Salió en secreto de su casa, pensando esconderse de la vista de sus padres, y se fue a una gruta que distaba tres cuartos de legua del lugar, con la intención de pasar allí encerrado, si le fuese posible, todos los días de su vida quieto, sosegado y desconocido.

Esta repentina y nunca esperada fuga sorprendió y afligió a sus padres y parientes. Salieron en busca a todas las partes para poder conseguir alguna noticia de él. Finalmente, al cabo de 17 días lo encontraron en su cueva, con mucha alegría. Su padre, su madre, su esposa y todos los parientes, se deshicieron en lágrimas, aplicaron todos los medios que les sugirió la ternura para retirarlo de aquella soledad: razones, ruegos, caricias, amenazas, llantos, hicieron de todo para que su decisión cambie. Pero el siervo de Dios, siempre firme a tan violentos ataques, les habló con tanta eficacia, con tanta energía de la vanidad del mundo, de la desdichada suerte de los mundanos, y de la felicidad de la vida solitaria, que finalmente persuadió a su esposa a consentirse en una perpetua separación, y desarmó la ternura de sus padres, que, vencidos por sus razones y movidos por un ejemplo tan grande, se rindieron de sus deseos. Lo único que les pidió fue que no lo vuelvan a interrumpir más con sus visitas; y ellos se lo prometieron, temiendo que se vaya a sepultar en algún otro desierto más retirado. Apenas se apartaron, él se encerró en su celdilla, cerrando la puerta, y dejando solamente una ventanilla por la cual le entregaban la comida en determinados días.

Un principio tan heroico prometía una santidad eminente, a la que llegó en muy poco tiempo. No tenía más que veinte años cuando se retiró a la soledad, en la que perseveró hasta su muerte, esto es, hasta que cumplió los setenta años. Fue asombrosa su penitencia. Desde el primer día él se prohibió comer el pan, y su ayuno duró mientras le duró la vida. No interrumpía la oración por el trabajo, ni aun por el sueño, pues pasaba casi toda la noche orando o cantando salmos.

Enterrado en su celdilla como en una sepultura, pasó cincuenta años en una extremada pobreza. Todo lo que poseía en la tierra se reducía a una túnica de pelo de cabra, un manto, una escudilla de madera, que le servía para beber y para comer, y una esterilla de juncos para acostarse.

A los doce años de este género de vida murieron sus padres, y lo dejaron como heredero de una rica sucesión. Pero él le encargó a un amigo que vendiese todos sus bienes y que los repartiese entre los pobres.

Libre ya de este postrero lazo por este nuevo sacrificio, no se ocupaba más que en sólo su Dios; siempre acorde a su entendimiento y su corazón, e incluso perdió la idea de este mundo transitorio. Cada día lo vivía como si fuera el día de su muerte; y pasó todos los días de su dilatada vida sin aflojar un minuto en los rigores de la penitencia.

Durante esa vida tan penitente y tan austera, conservaba siempre un semblante apasionado, un aire risueño y tal agrado, que enamoraba a todos. En la conservación de su vestido intervenía, al parecer, una especie de milagro, y parecía también que la gracia suplía la falta de alimento.

No podía estar mucho tiempo escondida una luz tan resplandeciente. Divulgada por todas las partes del mundo la fama de su virtud, hizo que el Señor quiso valerse de ella para su gloria.

A cierta distancia de algunas leguas de la gruta de nuestro santo había una población bastante numerosa, cuyos habitantes eran todos paganos, pero tan encaprichados por sus supersticiones, que todas las diligencias que habían hecho muchas personas celosas para sacarlos de su error, sólo sirvieron para obstinarlos más y más. Un día el obispo de Edesa pensando sobre el eminente grado de santidad a que había llegado el solitario Abraham, le pareció que, si este santo hombre se ocuparía de la conversión de aquel pueblo, el Señor echaría la bendición a su celo. Todos aplaudieron al pensamiento del obispo, y él decidió ordenarlo de sacerdote antes de encomendarle aquella misión. Lo fueron a buscar a su celdilla, acompañados por las principales personas del clero, y se le ordenó que se dispusiese para recibir el orden del presbítero.

Quedó atónito el siervo de Dios al oír semejante proposición. No podía creer que quisiese el Señor elevar a una dignidad tan sublime al más vil y al más indigno de todos los mortales, según él se reputaba; pero fueron inútiles todos los esfuerzos que hizo su humildad para resistirse, porque al fin fue preciso a obedecer. Primero recibió otros órdenes sagrados; y una vez ordenado sacerdote, se le encomendó la misión. Obedientemente partió para aquel pueblo a trabajar en la viña del Señor.

Fue recibido con tanta descortesía y desprecio, que atemorizaría a cualquier otra persona que tuviese menos celo y menor deseo de padecer por Jesucristo, y haría que se retire. Acudió nuestro santo a la oración, y aumentó las penitencias. Teniendo noticias de que aún había quedado alguna porción de dinero de su patrimonio, que su amigo no había distribuido, le escribió que se lo enviase, y compró con ese dinero un terreno, donde edificó una iglesia que fue ricamente adornada. Venían muchos paganos a verla, atraídos por la curiosidad, pero la aversión que tenían a los cristianos los obligaba a hacer cada día nuevos insultos a su santo misionero. Terminada la construcción de la iglesia, santo Abraham pasaba en ella los días y las noches en continua oración, pidiendo al Padre de las misericordias, que se compadeciese de aquel pueblo ciego que había rescatado con su preciosa sangre, y que lo libere del demonio que lo había usurpado después de tantos siglos.

Hasta ese entonces, santo Abraham muchas veces pasaba entre los ídolos que llenaban todo aquel pueblo sin decir una palabra, contentándose y lamentando, en la presencia de Dios, la ceguera de aquellos pobres idólatras. Pero cuando se sintió excitado de nuevo celo, movido por el espíritu de Dios, y autorizado también por las leyes del Constantino (el Grande) para la abolición del paganismo que ya se había promulgado, salió de la iglesia, entró en el templo de los paganos, arrojó al suelo las estatuas de los ídolos, trastornando los altares, y tirando a sus pies todos los trofeos de la superstición pagana. Enfurecido el pueblo, se echó rabioso sobre él, pegándolo a golpes y a palos, y lo tiraron ignominiosamente de la villa. Pero santo Abraham tuvo forma de volver inmediatamente a ella, se metió a escondidas en su iglesia y pasó toda la noche en oración por aquellos pobres ciegos. La gente quedó asombrada cuando a la mañana del día siguiente lo encontraron en oración. Y cuando el santo quiso valerse de esta ocasión para hablarles, ellos, en lugar de oírlo lo apalearon tan cruelmente que, cuando se cansaron, lo sacaron afuera del lugar arrastrándolo de los pies con una soga, y llenándolo allí de piedras. Cuando lo tenían por muerto, lo dejaron casi sin vida, pero el Señor le conservó la vida, porque quería servirse de él para la salvación de aquel pueblo. Luego que Abraham volvió en sí, otra vez fue a entrar al pueblo de noche, y se metió en su iglesia. No se puede imaginar el asombro de los paganos cuando a la mañana lo encontraron cantando salmos de pie y con la mayor serenidad. Entonces, más enfurecidos que nunca, lo volvieron a arrastrar y tirarlo afuera con los más crueles ultrajes.

Tres años enteros duró esta opción de paciencia y de maltratos, hasta que al fin se valió la divina gracia de la dulzura inalterable y de la perseverancia del santo para vencer la obstinación de los idólatras. Abrieron, finalmente, los ojos, y en cierta ocasión en que estaban todos juntos comenzaron a manifestarse unos a otros la admiración que les causaba la paciencia y la caridad del siervo de Dios. Convinieron todos en un mismo pensamiento y decidieron ir a buscarlo para que los catequizase, fueron de tropel a la iglesia.

Apenas les explicó el santo los misterios de la fe, cuando se deshicieron todos en lágrimas, le pidieron perdón por que lo habían maltratado, y le suplicaron que les suministre el sacramento del Bautismo. Viéndolos suficientemente instruidos, los bautizó a todos, y fueron bautizados hasta mil personas. Se quedó un año entero con ellos, cultivando con infinito cuidado aquella nueva viña del Señor. Cuando le pareció que estaban todos bien arraigados en la fe, fue persuadió que las vehementes ansias que sentía siempre por la soledad eran inspiración de Dios que lo llamaba a ella. Después de haber encomendado al Señor aquel nuevo rebaño, haciendo tres veces la señal de la cruz sobre el lugar, se escapó secretamente una noche, y se fue a esconder en un desierto, donde era imposible hallarlo por más diligencias que se hicieron. El obispo, enterado de lo que había pasado, fue en persona a consolar a aquel afligido pueblo. Le había escogido entre los nuevamente convertidos a los más capaces y a los que más se distinguían, y los ordenó de presbíteros, diáconos y lectores, y les encomendó el cuidado de aquella floreciente iglesia. Cuando San Abraham se enteró de esta noticia, salió del desierto y se volvió a encerrar en su antigua celdilla, en la cual perseveró hasta su muerte, sin dispensarse jamás en la más mínima de sus rigurosas penitencias.

El demonio, envidioso y colérico de tanta virtud y de tantas maravillas, no tuvo artificio, no tuvo tentación o malicia alguna para aplicarla con la idea de vencerlo o atemorizarlo. Algunas veces quería espantarlo con horrorosos fantasmas, otras intentaba engañarlo con capciosas estratagemas, o fatigarlo con la persistencia y variedad de molestos artificios. Pero el siervo de Dios, lleno de desconfianza de sí mismo y de confianza en el Señor, triunfó de todo el infierno, y jamás se apartó ni un poquito de su método ordinario. Pero aunque era tan grande el amor que profesaba a la soledad, sabía dejarla por algún tiempo siempre que lo pedía la caridad y el celo de la salvación de las almas.

Tenía el santo una sobrina llamada María, que había quedado huérfana a los siete años de edad. No habiendo querido encargarse de ella sus parientes, la llevaron a San Abraham que, habiendo repartido entre los pobres los grandes bienes que sus padres le habían dejado, dispuso que la pusiesen en una celda vecina a la suya, y allí por una ventanilla la instruía y le enseñaba los salmos y otras oraciones. María hizo tan grandes progresos, dice San Efrén, bajo la disciplina de su tío, que fue perfecta imitadora de sus virtudes. Pero el demonio, que no había podido conseguir cosa alguna del santo tío, no halló la misma resistencia en la sobrina. Al cabo de veinte años se dejó engañar miserablemente de un mal monje que la había visto por la ventanilla, con el motivo o con el pretexto de venir a visitar a nuestro santo. Este pecado la indujo a tal desesperación, que, en lugar de revelarlo a su santo director y de borrarlo con la confesión y con la penitencia, huyó de la celda, y, pasando a una ciudad cercana, se arrojó en las más torpes y más escandalosas disoluciones.

Luego que el enemigo de la salvación triunfó de su presa, vio San Abraham en sueños que un espantoso dragón se estaba tragando a una inocente palomita cerca de su celda. Creyendo que esto significaba alguna grande persecución que amenazaba a la Iglesia, pasó todo el día siguiente en oración y en gemidos. A la noche siguiente se le volvió a representar en sueños el mismo dragón, que venía hacia él y arrojaba de su vientre la misma palomita, pero todavía con vida. No tardó mucho en comprender el verdadero sentido de la visión, porque cuando se acordó de que no había escuchado hace dos días cantar a María los salmos que estaba acostumbrado oír, y habiéndola llamado inútilmente, se dio cuenta que ella era la paloma a la que había tragado el dragón de su sueño. No se pueden explicar las lágrimas que derramó, las nuevas penitencias que hizo durante dos años para lograr que Dios convierta aquella pobre oveja descarriada.

Al cabo de ellos, obtuvo noticias del lugar donde estaba ella y se enteró del lastimoso estado en el cual se hallaba, se disfrazó en traje de caballero, montó a caballo y se fue a parar en la casa de la cortesana. Mandó a preparar una gran cena, y cuando se quedó a solas con ella, se dio a conocer y le habló con tanta dulzura, le demostró tanto amor, le aseguró con tanta eficacia la misericordia de Dios, y le prometió con tanta caridad hacer penitencia y satisfacer a la divina justicia por sus pecados, que, cubierta de confusión, penetrada del más vivo dolor y conmovida de tan asombrosa caridad, se arrojó a sus pies, y solamente le respondió con sus sollozos y lágrimas.

Consolándola y alentándola caritativamente, el santo, le propuso dejar todo el dinero, alhajas y muebles que había ganado con sus culpas, la hizo montar a caballo, y, marchando San Abraham a pie, la llevó a su primera celda, donde, luego de haber reconciliado con Dios por medio de una dolorosa confesión, pasó los restantes días de su vida en llantos y gemidos, viviendo otros quince años en el continuo ejercicio de rigurosas penitencias. Y quiso el Señor manifestar la santidad de aquella ilustre arrepentida sierva con muchos milagros que obró tanto durante su vida, como después de su muerte.

Vivió San Abraham diez años después de esta gloriosa conquista, al cabo de los cuales quiso Dios premiar sus heroicos trabajos después de haberlo hecho célebre por una gran multitud de prodigios. Colmado de merecimientos, entregó su bienaventurado espíritu en manos de su Creador el día 16 de Marzo del año de 367, cerca de los setenta y cinco años de edad, habiendo pasado más de cincuenta años en el desierto.

 

 

San Abraham Obispo de Cabras

(14 Febrero).

Abraham nació en Cirrus de Siria. Se hizo ermitaño y, ardiendo en celo por extender el Evangelio, fue a un pueblo en el Monte Líbano, habitado por paganos. Dicen, que primero se presentó entre ellos como vendedor de frutas, pero pronto, cuando empezó a predicar el cristianismo, se sublevaron contra él y lo maltrataron. Sin embargo, con paciencia y humildad, poco a poco logró su intento. Aunque estuvo a punto de morir en manos de los lugareños, pidió dinero prestado para evitar que el recaudador de impuestos los metiera a la cárcel por la falta del pago. Así los ganó para Jesucristo.

Después de instruirlos durante tres años, los dejó al cuidado de un sacerdote y se volvió a su desierto Algún tiempo después fue ordenado Obispo de Carras en Macedonia, y logró acabar con la idolatría, las discordias y otros males. San Abraham combinaba el recogimiento y la penitencia de un monje con el enérgico cumplimiento de sus deberes episcopales. Falleció en el año 422, el día l4 de Febrero, en Constantinopla, a donde fue llamado por el emperador Teodosio quien lo valoraba mucho y lo trataba con gran deferencia. El emperador conservó una de las camisas de crin del santo y se la ponía solamente en algunas importantes ocasiones, por veneración al Santo.

 

San Alexis hombre de Dios.

San Alexis era hijo de padres que llevaban una vida correcta en Dios, de una familia honorable y adinerada, que vivieron en Roma durante el siglo cuarto. Cuando Alexis ya era mayor de edad, contrajo matrimonio con una doncella de la familia imperial. Luego de la fiesta del casamiento él se acercó a su esposa, tomó su sortija de oro y un cinturón preciosamente ornamentado, envolvió ambos en un velo de seda, y se lo entregó a ella, diciendo: "Cuida esto, y Dios estará entre nosotros, hasta que Su gracia disponga en nosotros alguna otra cosa." Después le pidió perdón y se marchó primero hacia Laodiquia, luego a Mesopotamia. Repartió todas sus posesiones materiales entre los pobres, y vivió solamente de la misericordia. Cuando mucha gente fue conociendo su vida buena y correcta ante Dios, él partió a la ciudad de Tras. El barco en el que navegaba, llegó a Roma traído por una tempestad. Volvió a su casa después de veinte años de distanciamiento, y no siendo reconocido por nadie, mendigó a sus padres pan, y vivió entre ellos, alimentándose por su misericordia.

Este santo hombre soportó muchas burlas y persecuciones de hombres malvados. Pero el Señor recompensó a Alexis con el don de la videncia. Se fue al descanso apaciblemente el 17 de Marzo del año 411. Sus restos incorruptibles fueron hallados en el lugar de su sepultura en el año 1216, y se encuentran en aquel lugar, donde más tarde se construyó una iglesia.

 

 

San Amón

(4 de Octubre).

Se ha repetido que San Amón fue el primero de los Padres de Egipto que estableció un monasterio en Nitria. Aunque tal afirmación no está probada.

San Amón fue, sin duda, uno de los más famosos ermitaños del desierto. Después de la muerte de sus padres que eran muy ricos, su tío y otros parientes obligaron al joven a contraer matrimonio, aunque Amón tenía en ese entonces veintiocho años. Leyendo a su esposa las alabanzas de San Pablo, en el estado de virginidad, logró persuadirla que viviese con él en perpetua continencia durante dieciocho años. Amón se mortificaba severamente a fin de prepararse a las austeridades de la vida del desierto. Pasaba el día entero entregado al trabajo en un extenso huerto de árboles de bálsamo. Cenaba con su esposa algunas yerbas y frutos y después se retiraba a orar gran parte de la noche. Cuando murieron su tío y los otros parientes que tenían interés en que él se quede en el mundo, Amón, con el consentimiento de su esposa, se retiró al desierto de Nitria. Su esposa reunió en su casa una comunidad de mujeres devotas, y San Amón iba cada seis meses a dirigirlas en el camino de la vida espiritual.

Nitria, se llama actualmente Wady Natrun, está situada a unos ciento diez kilómetros al sudeste de Alejandría. Alguien ha descrito así este sitio: "Es un pantano malsano y cubierto de yerbas, infestado de reptiles y de insectos venenosos. Existen oasis buenos y malos. El oasis pantanoso de Nitria recibió ese nombre porque sus aguas son saladas. Los ermitaños lo eligieron porque era aun peor que el desierto." Paladio, que visitó Nitria cincuenta años después de San Amón, escribe:

"En la montaña habitan unos cinco mil hombres que llevan vidas muy diferentes. Cada uno lleva la vida que le permiten sus fuerzas y le aconsejan sus deseos, de suerte que unos habitan en comunidad y otros totalmente aislados. En la montaña hay siete panaderías para alimentar a los cinco mil habitantes y a los setecientos anacoretas del desierto. Existe en la montaña de Nitria una gran iglesia, junto a la cual se yerguen tres palmeras. De cada palmera cuelga un látigo. Uno está destinado para los anacoretas que cometen alguna falta; otro para los bandoleros, si acaso se presentan algunos, y el tercero para los peregrinos. Todos los que cometen algún error que merezca latigazos son atados a la palmera, reciben el número de golpes prescrito y después se les deja en libertad. Junto a la iglesia hay un albergue en el que se alojan los peregrinos todo el tiempo que quieran, aunque permanezcan dos o tres años. Los peregrinos, después de pasar una semana en reposo, están obligados a trabajar en el huerto, en la panadería o en la cocina. Cuando el peregrino es un personaje importante, puede dedicarse a leer, pero no tiene derecho a dirigir la palabra a nadie fuera de las horas prescritas. Hay en la montaña algunos médicos y costureros. Todos pueden tomar vino y hay sitios en que se vende. Todos trabajan en la manufactura del lino, de suerte que todos ganan lo que comen. A la hora de nona se eleva de todas las celdas el canto de los salmos y al oírlo se creería estar en el paraíso. Los oficios sólo se celebran en la iglesia los sábados y los domingos. Ocho sacerdotes se ocupan del cuidado de la iglesia. Mientras vive el sacerdote más anciano, ningún otro celebra los oficios, ni predica, ni da órdenes, sino que todos asisten al más anciano" ("Historia Lausiaca").

Así vivían los monjes y anacoretas que, según la expresión de San Atanasio, "se apartaban de sus parientes y amigos para vivir como ciudadanos del cielo."

Los primeros discípulos de San Amón vivían en celdas separadas, hasta que San Antonio el Grande les aconsejó que se reuniesen bajo la dirección de un superior prudente. Pero aun entonces el monasterio no pasaba de ser una especie de colonia de celdas independientes. El propio San Antonio escogió el sitio para su grupo de monjes. San Amón y San Antonio solían visitarse mutuamente. San Amón vivía en la mayor austeridad. Cuando llegó al desierto, se acostumbró a comer el pan con el agua una sola vez al día, hasta el fin de su vida, y sólo comía cada tres o cuatro días. Entre los muchos milagros que obró, San Atanasio cita uno en su vida "Vida de San Antonio." En cierta ocasión, cuando San Amón se disponía a cruzar el río acompañado por su discípulo Teodoro, encontró que las aguas estaban muy crecidas. Su discípulo se retiró un poco para desnudarse. Pero San Amón sentía repugnancia a desnudarse para cruzar el río, aun cuando estuviese solo y no se decidía a despojarse de sus vestidos. Súbitamente fue transportado en forma milagrosa a la otra orilla. Cuando Teodoro llegó a su vez y vio que su maestro no estaba mojado, le preguntó lo que había sucedido y San Amón no tuvo más remedio que confesar el milagro, aunque le obligó a prometer que no lo diría a nadie sino hasta después de su muerte. San Amón murió a los setenta y dos años. San Antonio, que se hallaba entonces a trece días de distancia, supo que su amigo había muerto, porque tuvo una visión en la que presenció el ascenso de su alma al cielo.

 

Santa Anastasia Patricia Virgen.

(10 de Marzo)

El relato de la vida santa de Anastasia nos ha llegado a través de una fuente muy dudosa. Se cuenta que era hija de un noble egipcio y que era dama de honor en la corte de Constantinopla. Su belleza robó el corazón del emperador.

El "ermitaño de las celdas," como lo llamaba el pueblo vivió hasta una edad muy avanzada y gozó de la amistad y aprecio de santa catalina de Siena.

Escribiendo a Barduccio de Florencia después de la muerte de la santa, el Beato Juan afirmaba que Catalina se le había aparecido cuando el se hallaba llorando su fallecimiento y que le había consolado con la visión de la gloria de que disfrutaba en el cielo.

 

San Antonio Abad.

(17 de Enero)

San Antonio nació en una población del alto Egipto, al sur de Menfis, el año 25l. Sus padres, que eran cristianos, le guardaron tan celosamente durante sus primeros años, que Antonio creció en una ignorancia absoluta de la literatura y no conocía otra lengua que la propia. A la muerte de sus padres cuando Antonio tenía veinte años, heredó una considerable fortuna y el cuidado de su hermana pequeña. Seis meses después, oyó leer en la iglesia las palabras de Cristo al joven rico: "Ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y poseerás un tesoro en el cielo." Sintiéndose aludido por esas palabras, volvió a su casa y regaló a sus vecinos lo mejor de sus tierras; el resto lo vendió, y repartió el producto entre los pobres, guardando sólo lo estrictamente necesario para él y su hermana. Poco después, oyendo en la iglesia el comentario de las palabras de Cristo: "No os preocupéis por el día de mañana..." distribuyó lo poco que había guardado y colocó a su hermana en una casa de vírgenes, que era probablemente el primer monasterio femenino del que se conserve memoria. Por su parte, Antonio se retiró a la soledad, siguiendo el ejemplo de un anciano ermitaño de los alrededores. El trabajo manual, la oración y la lectura constituyeron en adelante su principal ocupación. Su fervor era tan grande que, en cuanto oía hablar de algún virtuoso ermitaño, partía en busca de el para aprovechar su ejemplo y sus consejos. De este modo, Antonio se convirtió pronto en un modelo de humildad, caridad, espíritu de oración y otras virtudes. El demonio le asaltó con muchas tentaciones, representándole todo el bien que podía haber hecho, si hubiese conservado sus riquezas, y haciéndole sentir todas las dificultades de su condición de ermitaño. Era ésa una tentación común del enemigo, que tiende a hacer que los hombres se sientan descontentos de la vocación a la que Dios les ha llamado. Como el joven novicio resistió valientemente el asalto, el demonio cambió de táctica y empezó a molestarle noche y día con pensamientos obscenos. Antonio opuso a estos ataques la más severa vigilancia sobre sus sentidos, el ayuno prolongado y la oración. El demonio se le apareció entonces; primero, bajo la forma de una hermosa mujer para seducirle, y después, bajo la forma de un negro para aterrorizarle, hasta que al fin se dio por vencido y le dejó en paz. El santo se alimentaba exclusivamente de pan con un poco de sal, y no bebía más que agua. Nunca comía antes de la caída del sol y, en ciertas épocas, sólo cada tres o cuatro días. Dormía sobre una burda estera o en el suelo. Deseoso de mayor soledad, se retiró a un antiguo cementerio, adonde un amigo le llevaba un poco de pan, de vez en cuando. Dios permitió que el diablo le atacara nuevamente ahí en forma visible, y que hiciera toda especie de ruidos para infundirle temor. En una ocasión, el demonio le golpeó tan rudamente, que un amigo encontró a Antonio medio muerto. Al volver en sí, exclamó: "¿Dónde te has escondido, Señor? ¿Por qué no estabas aquí para ayudarme?" A lo que una voz respondió: "Aquí estaba yo, Antonio, asistiéndote en el combate; y, como has resistido valientemente al enemigo, te protegeré siempre y haré que tu nombre sea famoso en toda la tierra.." Desde el año 272, en que había abandonado el mundo, Antonio vivió en sitios no muy alejados de su pueblo natal, Komán. San Atanasio hace notar que antes de él muchos otros siervos de Dios habían vivido en retiro cerca de las ciudades, y que algunos llevaban una vida retirada, sin salir de ellas. El nombre con el que se designaba a estos siervos de Dios era el de ascetas, tomado del sustantivo griego que significa práctica o entrenamiento, ya que se entregaban al ejercicio de la mortificación y la oración. En los más antiguos escritos encontramos la mención de estos ascetas, y Orígenes nos cuenta, hacia el año 249, que se abstenían de la carne, como los discípulos de Pitágoras. Eusebio relata que San Pedro de Alejandría practicaba austeridades comparables a las de los ascetas como Panfilio, y San Jerónimo aplica la misma expresión a Pierio. San Antonio había llevado esta forma de vida, cerca de Komán, hasta el año 285 más o menos, pero a los treinta y cinco años de edad, pasó a la ribera oriental del Nilo y fijó su morada en la cumbre de un monte. Ahí vivió casi veinte años, sin ver siquiera ser humano alguno, fuera del hombre que le traía el pan cada seis meses. Para satisfacer los deseos de muchos, hacia el año 305, a los cincuenta y cuatro de su edad, abandonó su celda en la montaña y fundó un monasterio en Fayo. El monasterio consistía originalmente en una serie de celdas aisladas, pero no podemos afirmar con certeza que todas las colonias de ascetas fundadas por San Antonio estaban concebidas de la misma forma. El Santo no tenía residencia permanente en ninguna de las colonias, pero las visitaba de cuando en cuando. San Atanasio cuenta que para ir al primer monasterio, San Antonio tenía que atravesar el canal Arsinoítico, que estaba infestado de cocodrilos. Parece que las distracciones que ocasionaron al santo estos encuentros le dieron grandes escrúpulos, y aun se cuenta, que fue tentado por la desesperación y que sólo pudo vencerla a fuerza de insistir en la oración y el trabajo manual. En la época de las fundaciones, San Antonio se alimentaba con seis onzas de pan mojado en agua, añadiendo algunas veces unos cuántos dátiles. Generalmente comía al atardecer. En su ancianidad tomaba además un poco de aceite. Aunque en ciertas épocas sólo comía cada tres o cuatro días, parecía vigoroso y se mostraba siempre alegre. Los visitantes le reconocían entre sus discípulos por la alegría de su rostro, que era un reflejo de la paz de que gozaba su alma. San Antonio exhortaba a sus hermanos a preocuparse lo menos posible por su cuerpo, pero tenia especial cuidado de no confundir la perfección, que consiste en el amor de Dios, con la mortificación. Aconsejaba a sus monjes que pensaran cada mañana que tal vez no vivirían hasta el fin del día, y que ejecutaran cada acción, como si fuera la última de su vida. "El demonio — decía — teme al ayuno, la oración, la humildad y las buenas obras, y queda reducido a la impotencia ante la señal de la cruz." Contaba a los monjes que, en una ocasión el demonio se le había aparecido, y le había dicho que pidiera cuanto quisiera porque él era el poder de Dios, el tentador desapareció inmediatamente después de que San Antonio invocara el nombre de Jesús. Al recrudecerse la persecución de Maximino, en el año 311, San Antonio se dirigió a Alejandría para animar a los mártires. Vestido con su túnica de piel de cordero, no tuvo miedo de presentarse ante el gobernador, pero se guardó de provocar presuntuosamente a los jueces y de entregarse ingenuamente, como lo hacían otros. Una vez pasada la persecución, volvió a su monasterio y, poco después fundó otro, llamado Pispir, cerca del Nilo. Sin embargo vivía generalmente en un monte de difícil acceso, con su discípulo Macario, quien se encargaba de recibir a los visitantes; Si Macario los encontraba a éstos suficientemente espirituales, San Antonio conversaba con ellos; si no, Macario les daba algunos consejos y San Antonio sólo aparecía para predicarles un corto sermón. El santo tuvo cierta vez una visión en la que toda la tierra se le apareció tan cubierta de serpientes, que parecía imposible dar un paso sobre ella. Ante tal espectáculo, el santo exclamó: "¿Quién podrá escapar, Señor?" Una voz respondió: "La humildad, Antonio."

San Antonio cultivaba un pequeño huerto en la montaña, pero no era éste su único trabajo manual. San Atanasio refiere que su ocupación más ordinaria era la confección de esteras. Se cuenta que en cierta ocasión le asaltó la tentación del abatimiento, al sentirse impotente para la contemplación interrumpida, pero la visión de un ángel que tejía esteras y oraba a intervalos regulares, le hizo comprender que debía mezclar el trabajo con la oración. Por lo demás, el mismo ángel le dijo: "Haz lo que veas que yo hago y encontrarás la solución." San Atanasio nos dice que el santo no interrumpía la oración mientras trabajaba. San Antonio pasaba gran parte de la noche en contemplación. Algunas veces, cuando el sol del amanecer le llamaba a sus diarias tareas, el santo se quejaba de que, con su luz exterior, le oscurecía la luz interior que brillaba en las sombras de su soledad. Antonio se levantaba siempre a media noche después de un corto descanso, y hacía oración con los brazos en cruz hasta el amanecer, cuando no hasta las tres de la tarde, según cuenta Paladio en Historia Lausiaca.

En el año 339, San Antonio tuvo una visión en la que le fueron revelados, bajo la figura de unas mulas derribando a coces un altar, los desastres que causarían dos años más tarde, la persecución arriana en Alejandría. Semejante visión le produjo un horror tan profundo, que no se atrevía a dirigir la palabra a los herejes, más que para exhortarlos a abrazar la verdadera fe, y echó de la montaña a todos los arrianos, llamándoles serpientes venenosas. A petición de los obispos, hacia el año 355, hizo un viaje a Alejandría para refutar a los arrianos. Ahí predicó la consustancialidad del Hijo con el Padre, acusando a los arrianos de confundirse con los paganos "que adoran y sirven mas bien a la criatura, que al Creador," ya que hacían del Hijo de Dios una criatura. Todo el pueblo se reunía para verle y escucharle. Aun los mismos paganos, impresionados por su dignidad, se apretujaban a su alrededor, diciendo: "Queremos ver al hombre de Dios." Antonio convirtió a muchos de ellos y obró algunos milagros. San Atanasio le acompañó a su vuelta hasta la puertas de la ciudad, donde curó a una muchacha poseída de un mal espíritu. Como el gobernador le rogaba que permaneciera más tiempo en la ciudad, Antonio respondió: "Como el pez muere fuera del agua, así muere el espíritu del monje fuera de su retiro."

San Jerónimo relata que Antonio visitó en Alejandría al famoso Dídimo, el ciego que dirigía la escuela catequética de dicha ciudad, y que le exhortó a no lamentar demasiado la falta de la vista, que no pasa de ser un bien que el hombre comparte con los insectos, sino por el contrario, regocíjate de poseer la luz interior de la que gozan los apóstoles y que les permite ver a Dios y fomentar su amor. Los filósofos paganos que iban a discutir con él, volvían admirados de su mansedumbre y sabiduría. Como cierto filósofo que le preguntó cómo podía pasar su vida en la soledad sin tener ningún libro, a esto Antonio le contestó que la naturaleza era su gran libro y que ése suplía a todos los otros. En otra ocasión, al ver que ciertos filósofos se burlaban de su ignorancia, les preguntó con gran sencillez si había que preferir los libros al sentido común o más bien al contrario, y cuál de estos dos bienes había producido al otro. Los filósofos respondieron: "El sentido común." "Pues bien, les dijo Antonio, eso significa que el sentido común basta." A otros cavilosos que le preguntaban por qué creía en Cristo, Antonio les dejó callados, demostrándoles que degradaban la noción de divinidad al atribuirla a las pasiones humanas, que la humillación de la cruz es la gran demostración de la infinita bondad, y que la resurrección de Cristo y los milagros por El obrados prueban que la ignominia de la Pasión es, en realidad, la mayor de las glorias. San Atanasio anota que Antonio discutió con esos filósofos griegos valiéndose de un intérprete. Un poco más adelante, afirma que ningún afligido visitó nunca a Antonio, sin volver lleno de consuelo a su casa, y relata muchos de sus milagros, visiones y revelaciones.

Alrededor del año337, Constantino el Grande y sus dos hijos, Constancio y Constante, escribieron una carta al santo, encomendándose a sus oraciones. Al ver que sus monjes se sorprendían de ello, San Antonio les dijo: "No os admiréis que el emperador escriba a un pobre hombre como yo; admiráos mas bien de que Dios nos haya escrito a los hombres y nos haya hablado por su Hijo." Antonio decía que ignoraba cómo responder al emperador; pero al fin, importunado por sus discípulos, le escribió una carta que San Atanasio nos ha conservado, en la que le exhorta a no perder de vista el juicio de Dios. San Jerónimo menciona otras siete cartas de Antonio a diversos monasterios. Una de sus más favoritas era la de que el conocimiento de nosotros mismos es la base para el conocimiento y el amor de Dios. Los bolandistas copian una carta de San Antonio a San Teodoro, abad de Tabena, en la que el santo cuenta que Dios le ha revelado que tiene misericordia de los verdaderos adoradores de Cristo, a pesar de sus caídas, con tal de que se arrepientan sinceramente. Una regla monástica, que lleva el nombre de San Antonio, nos revela, los principales puntos de su sistema ascético. En todo caso, su ejemplo y consejos han servido de base a todas las reglas monásticas de las épocas subsiguientes. Se cuenta que San Antonio, al observar la sorpresa de sus discípulos ante las multitudes que abrazaban la vida religiosa, les dijo con lágrimas en los ojos que vendría un tiempo en que los monjes se regocijarían de vivir en las ciudades, en casas ricas y con mesas bien provistas, y que sólo se distinguirían por el vestido, del resto de las gentes; pero que habría aun entre ellos algunos que buscarían sinceramente la perfección.

San Antonio visitó a sus monjes poco antes de muerte, que predijo exactamente, pero se negó a quedarse para morir entre ellos. San Atanasio deja ver que los cristianos habían empezado a imitar la costumbre pagana de embalsamar los cadáveres, hábito que había condenado frecuentemente como producto de la vanidad y la superstición, por lo que San Antonio ordenó que le sepultaran en la tierra, junto a su celda de la montaña. Volviendo apresuradamente a su retiro en el monte Kolzim, cerca del Mar Rojo, cayó enfermo poco después. Entonces repitió a sus discípulos, Macario y Amatas, la orden de sepultarle ahí secretamente, diciendo: "El día de la resurrección recibiré mi cuerpo incorrupto de las mismas manos de Jesucristo." Les mandó igualmente que dieran una de sus túnicas de piel de cordero y el sayal en el que yacía, al obispo Atanasio, como testimonio público de que moría en comunión de fe con el santo prelado; que dieran su otra túnica al obispo Serapión, y que conservaran para ellos su cilicio. " Adiós, hijos míos, Antonio se va y no volverá a estar con vosotros." Diciendo estas palabras, les abrazó, extendió un poco los pies y murió apaciblemente. Su muerte acaeció en el año 356, probablemente el 17 de enero, día en que le conmemoran los martilogios más antiguos. Tenía ciento cinco años. Desde su juventud hasta esa avanzada edad, había mantenido siempre el mismo fervor y austeridad. A pesar de ello, nunca había estado enfermo, conservaba la vista en perfecto estado y no había perdido ningún diente. Sus discípulos le enterraron según sus deseos. Parece que en 561, sus restos fueron descubiertos y trasladados a Alejandría, después de Constantinopla, y finalmente a Vienne de Francia. Los bolandistas han editado una narración de muchos milagros obtenidos por su intercesión, especialmente los relacionados con la epidemia conocida con el nombre de "Fuego de San Antonio," que azotó a Europa en el siglo XI, hacia la época en que se trasladaron sus famosas reliquias a occidente.

Las imágenes representan frecuentemente a San Antonio con una cruz en forma de T, una campanita, un cerdo, y aveces un libro. La cruz parece ser un símbolo de la avanzada edad y de la autoridad abacial del santo, aunque no es imposible que constituya una alusión al constante uso de la señal de la cruz que San Antonio hacia en las tentaciones. El cerdo representaba originalmente al diablo, pero en el siglo XII adquirió un nuevo significado, debido a la popularidad de los Hermanos Hospitalarios de San Antonio, fundados en Clermont en 1096. Por sus obras de caridad se hicieron amar por el pueblo, que les autorizó, en muchas partes, a engordar gratuitamente sus cerdos en los bosques. Probablemente, uno o dos cerdos del rebaño llevaban una campanilla, o tal vez los porqueros anunciaban su llegada tocando una campana. En todo caso, parece cierto que la campanita está relacionada con los miembros de esa orden, y que de ahí pasó a ser un atributo de San Antonio. El libro representa sin duda el "Libro de la naturaleza," en el que el santo compensaba su falta de lecturas. Algunas imágenes simbolizan en lenguas de fuego la epidemia del "Fuego de San Antonio," contra la que se invocaba especialmente el santo. La popularidad de San Antonio, que se debe en gran parte a la permanencia de esa epidemia, fue muy grande en los siglos XII y XIII. Probablemente por asociación con el cerdo, San Antonio empezó a ser invocado como patrón de los animales domésticos y del ganado, y el gremio de los carniceros y otros se pusieron bajo su protección. La liturgia bizantina invoca el nombre de San Antonio en la preparación eucarística, y el rito copto y el armenio le conmemoran en el canon de la misa.

 

La Anunciación de la Santisima Virgen María.

(25 de Marzo).

Habiendo llegado el momento dichoso, destinado desde la eternidad para la reconciliación de los hombres, el Arcángel GABRIEL, que más de 400 años antes había declarado al Profeta Daniel el nacimiento y la muerte del Mesías y que seis meses antes había anunciado a Zacarías el nacimiento del que había de ser Su Precursor, fue enviado a una Virgen, llamada María, de la tribu de Juda y de la sangre real, porque era descendiente de la casa de David. Este enviado del Señor, lleno de respeto y veneración hacia aquella a quien se dirigía, La saludó con estas palabras: "Dios Te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita Tu entre todas las mujeres."

La visita de un Angel, en figura de hombre, causó, al principio alguna turbación a la más pura de las Vírgenes, y meditaba en sí, cuál podía ser la causa de tal salutación. Más el Arcángel Le aseguró diciéndole: "No temas María, porque haz hallado gracia ante los ojos del Señor; he aquí que concebirás en Tu vientre y darás a luz un Hijo, a Quien darás el nombre de Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo y Le dará el Señor Dios, el trono de David. Esto es, dominará sobre todos los pueblos del Universo, pero Su corona no será la misma, en naturaleza, que la de los reyes de esta Tierra. Esta estará en la Iglesia de Dios vivo, en la misteriosa casa de Jacob, que reinara sin sucesor, porque el Imperio de Este grande Rey no reconocerá más límites en su extensión, que los de todo el Universo, ni más términos en su duración, que los de la misma eternidad."

María, habiendo oído las palabras del Arcángel, le dijo. "¿Cómo ha de suceder todo esto que me anuncia, si no conozco varón alguno?" María manifestaba por su respuesta, que quería seguir siendo virgen, más el Arcángel Le respondió: "El Espíritu Santo vendrá sobre Ti, y la virtud del Altísimo Te cubrirá con Su sombra y así, el Santo que nacerá de Ti, será llamado Hijo de Dios." Y en testimonio de esto, añadió el Arcángel: "Sabes que tu parienta Isabel concibió un hijo en su ancianidad, y la que se llamaba estéril, esta ahora en el sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios." Mientras hablaba el Arcángel, iluminada María con una luz sobrenatural, y siempre pronta a obedecer a la voluntad de Dios, se humilló delante del Ser Supremo y dijo: "He aquí la esclava del Señor, hágase en Mí, según Su palabra." Al oír esto, desapareció el Arcángel y el Espíritu Santo, formo en las entrañas de la Virgen El Cuerpo del Hijo Unico de DIOS, que Se hizo Hombre sin dejar de ser Dios.

Y el Verbo, por medio de esta substancial unión se hizo Carne y en el mismo punto, todos los Angeles adoraron Aquel Hombre-Dios; en el mismo punto, se convirtió en el Templo del Verbo encarnado, el Seno de la más pura entre todas las Vírgenes y en el mismo punto, se cumplieron todas las profecías que anunciaban la venida del Mesías. Dice, San Gregorio de Neocesarea: "Entonces se verificó el oráculo de David: Saltará de gozo toda la naturaleza, porque el Hombre-Dios se dejó ver en el mundo. Un Dios verdadero Hombre y un Hombre verdadero Dios. Misterio inefable, a cuya ejecución se debe rendir todo entendimiento creado."

Hay apóstoles, hay mártires, hay patriarcas, hay profetas, hay vírgenes. Todos estos, son sin duda intercesores con Dios, pero la Virgen Santa, puede lo que pueden todos ellos juntos y mucho más. ¿Y por qué puede tanto, sin todos ellos? Porque es la Madre de Nuestro Salvador, Esposa del mismo Dios, Reina del cielo y de la Tierra Soberana Emperatriz de todo el Universo. Este fue el dictamen general de todos los Padres de la Iglesia; esto ha sido durante todos los tiempos, la fe de la Iglesia. Solamente los herejes jamás han podido tolerar que se rinda culto que se Le debe. No ha tenido enemigo el Hijo, que no lo haya sido de la Madre. Ella pisó la cabeza del dragón, y siendo el misterio de la Encarnación el sostén de la fe no hay blasfemia que no haya vomitado el infierno contra este divino misterio.

Reconociendo, la Iglesia, que negar esta indiscutible excelencia de ser la Virgen María la Madre de Dios era echar por tierra el misterio de la Encarnación, convocó el célebre Concilio Efesino del año 431, en que quedó definido, como uno de los principales artículos de la fe, que María es verdaderamente la Madre de Dios, en sentido natural y riguroso, siendo este dogma tan antiguo como la Iglesia misma. Contra la herejía de Nestorio, con el título de DEIPARA, o sea, LA QUE DIO A LUZ A DIOS. El nefasto fin del Nestorio que se declaró contra la divina maternidad de la Virgen María fue funesto anuncio del que deben esperar todos los que se declaran enemigos de la Santísima Virgen.

El Troparion de la fiesta de la Anunciación dice: "Oh Dios, que quisiste que el Verbo tomase carne, en las entrañas de la Santísima Virgen, luego que el Angel Le anunció el misterio; concédenos a nuestros ruegos que así como firmemente La creemos y confesamos como la madre de Dios, así también nos favorezca para contigo con Su soberana intercesión."

La Purificación.

La Purificación de la Bienaventurada Virgen María 2 / febrero, cuya fiesta llaman los griegos Hypapante, esto es, encuentro del Señor y Simeón.

Este día comprende dos grandes misterios: La Purificación de la santísima Virgen, y la Presentación de Jesucristo: la más pura de las vírgenes que viene a sujetarse á la ley de la purificación, y el Santo de los Santos, el sacerdote eterno del Nuevo Testamento, que viene á ofrecerse al Señor como sagrada víctima. María, Madre de Dios, la más santa de las mujeres, aquella que jamás contrajo la menor mancha viene a ofrecer un sacrificio de expiación: el Hijo unigénito del Padre Eterno, el Redentor de los hombres, quiere ser rescatado para inmolarse así mismo por nosotros en el calvario: doble sacrificio en doble misterio. La más tierna de todas las madres que Ella misma viene a ofrecer en sacrificio a Su Hijo; La más pura de todas las vírgenes que por humildad quiere ser confundida con todas las demás mujeres.

La Virgen María en la Presentación, sacrifica por amor de los hombres la Cosa que más ama como madre, que es SU HIJO; y en la Purificación sacrifica, por decir así, lo que más aprecia como Virgen, que es la gloria de la misma virginidad. ¡Cuantos misterios se encierran en un solo misterio! Un Dios víctima, una Virgen que solo toma él titulo y cualidad de madre; un santo Profeta que, teniendo entre sus brazos al Mesías, desenvuelve todo el secreto y todo el sentido de nuestra redención. Todo este conjunto nos predica hoy el amor de Dios a los hombres, la ternura de la Madre de Dios para con los pecadores, el culto de la Religión, la perfecta sujeción a la Ley, el mérito de la humildad, y la importancia de la salvación.

¡Que rico conjunto de saludables reflexiones para quien medite bien este misterio!

Cuando el Señor dio la Ley a Su pueblo, ordenó que las mujeres paridas por algún tiempo después del parto se abstuviesen de entrar en el templo, y de tocar alguna cosa que fuese consagrada al culto. este tiempo se limito a cuarenta días, siendo hijo lo que pariesen, y a ochenta, siendo hija,

Con la obligación de que pasado este término, la madre se presentase en el templo y ofreciese al Señor, en holocausto un tierno corderito en acción de gracias por su feliz alumbramiento, y un pichón o una tórtola para expiación del pecado, o sea de la impureza legal. Pero, si la recién parida fuese pobre el lugar de corderito ofreciese otra tórtola o pichón, los cuales ofrecidos al SEÑOR por el sacerdote, quedase purificada.

Además, de la ley que hablaba de la purificación de la madre, había otra que hablaba del hijo primogénito. "Si el primer fruto del vientre de la madre fuese hijo, lo separaréis para el Señor y Se lo consagraréis"(Exodo, XIII). Por esta Ley. Todos los primogénitos de los hijos de Israel, debían ser dedicados al ministerio de los altares. Pero, como Dios había escogido para este empleo a la tribu de Leví, ordeno que los primogénitos de otras tribus, que no debían servir en el templo, fuesen presentados al Señor como primicias que se Le debían y que después fuesen rescatados a precio de dinero. (Números, VIII).

Es cierto que la Ley de la purificación no comprendía de modo alguno a la Virgen María, porque habiendo concebido por obra del Espíritu Santo, y siendo madre sin dejar de ser virgen no tenía necesidad de purificarse, y por lo tanto esta Ley no debía entenderse con Ella. El milagroso nacimiento N.S.J.C. solo había contribuido para hacer más pura a Su Madre.

Según San Agustín: "¿de dónde había de venir mancha a Aquella Doncella que supo ser madre sin dejar de ser virgen? ¿Cómo había de hacerse lugar la inmundicia en aquel castísimo seno en que el Verbo se hizo carne?" Entré en el cómo en Mi Santuario, y no Lo dejé menos puro de lo que Lo hallé, No te cause admiración este milagro, porque fue Madre, pero Madre Mía fabricada para tal, con Mí misma mano."

Sin embargo, la Purísima Virgen María se sujetó voluntariamente a esta ley, que solo se aplicaba a las mujeres comunes. Considérese el amor que tenía a la virginidad. Mídase, por el sacrificio que hace inmolando hoy, a la vista de todo el pueblo aquel concepto en que colocan todas las vírgenes su mayor gloria. Compréndase como un acto de humildad y religión para no querer dispensarse de él, para no usar Su privilegio. El ejemplo que le había dado Su propio Hijo, al octavo día de Su nacimiento sujetándose a la ley de la circuncisión le permite darse por dispensada de la purificación a los cuarenta días de Su parto. ¡Qué confusión! ¡Que vergonzosa advertencia para aquellas personas que se dispensan de las obligaciones más esenciales de la Religión con el vano título de la dignidad de su nacimiento.

Fue la Virgen María el día señalado por la ley al templo, y siguiendo en todo el espíritu de Su Hijo, ofreció por Él y por Ella, los dos pichones que la ley ordenaba para los pobres. Es verdad que teniendo la dicha de ofrecer a Dios, el Cordero Inmaculado, cuya sangre había de purificar al mundo, no era ya necesario que ofreciese otro cordero como figura de éste, según la inteligencia de la ley.

Pero si la Señora hizo en este día un gran sacrificio como virgen por Su purificación legal no actúo en menor medida como madre en la presentación de Su querido hijo. Fácilmente se puede comprender, que el que hizo la ley no estaba obligado a ella. Con todo ello Se sujetó a su observancia y la Virgen María ofreció cinco ciclos por Su rescate. No dio este precio para eximir de la obligación de servir a los altares al que sabía bien que era el Sacerdote Eterno. Sino más bien, en esta misma cualidad, la Madre Le ofreció y el Hijo Se ofreció a Su Eterno Padre. Era pues la ceremonia legal, por decirlo así, no más que la corteza de un misterio: el sacrificio del Hijo y de la Madre era todo interior.

Por esta oblación, N.S.J.C. comenzó. en el templo el sacrificio de nuestra redención, que había de consumirse en el Calvario.

Instruida la Virgen María del misterio, cuando ofrece a Su Hijo en el templo, a Su Eterno Padre, Lo ofrece, en cierta manera a la cruz. Se puede decir que si Lo rescata, es porque la Víctima era todavía muy tierna y había que reservarla y criarla para ese gran sacrificio. Aseguran los Padres de la iglesia, que esta oferta la hizo la Virgen María de plena deliberación y con toda Su voluntad, por esa acción Le dan el glorioso nombre de Reparadora del linaje humano. Por la misma razón, San Buenaventura le concede aquellas palabras que usó el Apóstol para explicar el exceso de amor que tuvo la Virgen María para con los hombres, que les dio a Su unigénito Hijo.

Comprende ahora, cuanto sacrificio le costaría a la más tierna de las madres. No solo sabía que Aquel querido Hijo había de dar la vida por nuestra redención, sino que, estaba viendo individualmente, con los ojos del alma, los tormentos y dolores que habían de acompañar a Su afrentosa muerte. Y presentando hoy esta divina víctima al Señor, dio ‘principio al sangriento sacrificio. Por esto, no se debe admirar que hubiese observado tan profundo silencio, cuando Su Hijo fue condenado a muerte, pues ya había dado su consentimiento, en la oblación que hizo este día.

Cuando la Virgen María entró en el templo, se hallaba en él, un venerable anciano, que se llamaba Simeón, hombre justo y temeroso de Dios que hace tiempo estaba suspirando por la venida del Mesías, que había de ser el consuelo de su pueblo. El Espíritu Santo, del que estaba lleno y que le había dado una seguridad de que no moriría sin haber visto con sus ojos al Mesías, lo condujo en esta sazón al templo, le dio a conocer que Aquella mujer era la Madre de Dios, y que el Hijo que llevaba en sus brazos será el Mesías verdadero. Arrebatado con un extraordinario ímpetu de amor, de agradecimiento y alegría, tomó en sus brazos al Niño y comenzó a exclamar diciendo: "Ahora sí Señor podéis disponer de Vuestro siervo, llamándole al descanso eterno según lo que le tenéis de antemano prometido. Ya moriré contento, pues han logrado mis ojos, la dicha de ver al Salvador de los hombres:. Al que ha de enseñar a las naciones. Ha disipar con Su Luz, las tinieblas del error y de la idolatría, extendidas por toda la faz de la Tierra; El que ha de ser, en fin, la gloria del pueblo de Israel

Volviéndose, después a la Virgen María, el santo anciano, restituyéndole el divino depósito de Su precioso Hijo, Le dijo": Bien veo y bien comprendo que aunque Este Niño ha venido al mundo para salvar generalmente a todos los hombres, algún día ha de ser Su venida la perdición de muchos que no querrán aprovecharse de Su muerte. Previendo, estoy, que no obstante el gran deseo que tienen los judíos de recibirle, no ha de tener un mayor enemigo, que Su pueblo. Mientras viva en este mundo, será objeto de contradicción. Acaba de ofrecer Se como víctima a Su Eterno Padre y Tu haz consentido en Su muerte por el mismo hecho de presentarle a ella; pues bien, puedes imaginarte, que Tu alma será de parte a parte traspasada con una aguda espada cuando llegue el momento, de este sangriento sacrificio.

Mientras, aquel hombre inspirado hablaba así de la dignidad del Salvador y del misterio de la Redención, una santa viuda de la edad de ochenta y cuatro años, llamada Ana, hija de Fanuel, célebre por el don de la profecía y de santa vida, entró en el templo, que frecuentaba mucho, después de la muerte de su marido, con quien había vivido siete años, arrebatada del mismo espíritu y de los mismos ímpetus de gozo que Simeón, comenzó a alabar a Dios y a contar lo que sabía de Aquel Niño a cuantos esperaban la redención y la salud de Israel

 

Historia de la Celebración de Esta Fiesta.

Esta fiesta es una de las más antigua que celebra la Iglesia. Desde el año 542, en tiempo del emperador Justiniano se celebra el 2 de febrero (15 de febrero, calendario occidental) día en que se cumplen exactamente los cuarenta desde el nacimiento del Niño Dios. Llamaron a esta fiesta, los griegos Hypapante o encuentro que tuvieron el anciano Simeón y la profetisa Ana que concurrieron al templo al mismo tiempo que estuvieron en el, El Hijo de Dios y Su Santísima Madre.

San Gelasio papa de Roma treinta años ante que Justiniano fuese emperador instituyo esta fiesta en Roma para desterrarla de los Lupercales o purificaciones profanas que celebraban los gentiles el día 13 o 14 de ese mes. A ella, o sea a la Hypapante había que acudir con candelas a fin de borrar con la santidad de nuestro misterio las profanaciones e infamias que cometían los paganos llevando antorchas encendidas y haciendo impías ceremonias alrededor de sus templos, los cuales llamaban Lustraciones.

Algunos creen que San Gelasio solo le dio mayor solemnidad a esta fiesta puesto que ya se celebraba en el tercer siglo. Lo cierto es que Surio en su libro sobre la vida de San Teodosio, fundador de muchos monasterios y que vivía el año 430, habla de una fiesta en ese día muy celebre de la virgen, que se solemnizaba entonces con gran devoción

 

San Atanasio Persa Mártir.

La Cruz de Jesucristo, llevada a Persia por Cósroes, el año 614, después del sitio y saqueo de Jerusalén, siguió obteniendo victorias. El trofeo visible de una de ellas fue San Atanasio, un joven soldado del ejército persa. Al saber que el rey había traído la Cruz desde Jerusalén, Atanasio empezó a informarse sobre la religión cristiana. Las verdades de la fe le impresionaron de tal modo que, al volver a Persia después de una expedición abandonó el ejercito y se retiró a Hierápolis. Ahí se alojó en casa de un herrero, cristiano persa muy devoto, con el que oraba frecuentemente. Las imágenes sagradas que el herrero le mostraba, le impresionaban profundamente, y le daban oportunidad de instruirse más y de admirar el valor de los mártires, cuyos sufrimientos estaban representados en las iglesias. Atanasio pasó después a Jerusalén, donde fue bautizado por el obispo Modesto. Ahí recibió en realidad el nombre de Atanasio, para recordarle, según el significado de la palabra griega, que había resucitado de entre los muertos a una vida espiritual, pues su nombre persa era Magundat. Para cumplir plenamente sus votos y obligaciones bautismales, Atanasio solicitó ser recibido en un convento de Jerusalén. El abad le ordenó que estudiase el griego y aprendiese de memoria el salterio; después, le cortó los cabellos y le concedió el hábito monacal, en 621.

Los primeros pasos del futuro mártir en la vida monástica, no fueron fáciles. El demonio le asaltó con toda especie de tentaciones, recordándole las practicas supersticiosas que su padre le había enseñado. Atanasio se defendió, manifestando a su confesor todas sus dificultades e insistiendo en la oración y el cumplimiento de sus obligaciones. Movido de un gran deseo de dar su vida por Cristo, Atanasio pasó a Cesárea, que se hallaba entonces bajo el dominio persa. Habiendo atacado audazmente los ritos y supersticiones de la religión de sus paisanos, fue aprehendido y llevado ante el gobernador Marzabaanes, a quien declaró que era persa de nacimiento y que se había convertido al cristianismo. Marzabanes le condenó a ser encadenado por el pie a otro criminal, a llevar una cadena desde el cuello hasta el otro pie, y transportar piedras. Más tarde, el gobernador le mandó llamar nuevamente, pero no pudo conseguir que Atanasio abjurase de la fe. El juez le amenazó con escribir al rey si no cedía, a lo cual respondió el santo: "Escribe a quien quieras; yo soy cristiano, y no me cansaré de repetirlo; soy cristiano," El juez le sentenció a ser apaleado. Los verdugos se preparaban a atarle en el suelo, pero el santo declaró que se sentía con valor suficiente para resistir el suplicio sin que lo atasen. Simplemente, pidió permiso de quitarse su hábito de monje, para que no fuese tratado con el desprecio que sólo su cuerpo merecía. Quitándose, pues, el hábito, se tendió en el suelo y permaneció inmóvil durante la tortura. El gobernador le amenazó nuevamente con informar al rey sobre su obstinación. Atanasio respondió: "¿A quién debo temer: a un hombre mortal, o al Dios que hizo todas las cosas de la nada?"

El juez le repitió que sacrificase al fuego, al sol y a la luna. El santo replicó que nunca reconocería como dioses a las criaturas que Dios había hecho para servicio del hombre. El gobernador le mandó nuevamente a la prisión.

El abad de Atanasio, al recibir la noticia de su martirio, le envió dos monjes y ordenó que se hicieran oraciones por él. El santo, que pasaba el día acarreando piedras, tenía todavía fuerzas para emplear gran parte de la noche en la oración. Uno de sus compañeros le sorprendió orando y se maravilló al verle reluciente, como un espíritu glorioso y rodeado de ángeles, y llamó a otros presos para mostrárselo. Atanasio estaba encadenado a un malhechor condenado por un crimen público. Para no molestarle, el santo oraba con la cabeza inclinada y con el pie junto a su compañero. Marzabanes hizo saber al mártir que el rey estaba dispuesto a contentarse con una simple abdicación oral, y que el santo quedaría después en libertad de elegir entre la corte o el convento. El gobernador le hacía notar que podía guardar en su corazón su fe en Jesucristo, ya que bastaba con que renunciase a Él de palabra en su presencia, en forma totalmente privada, "de seguro que no sería una gran injuria a Jesucristo." Atanasio contestó que jamás representaría la comedia de renegar de Dios en apariencia. Entonces, el gobernador le dijo que tenía orden de enviarle encadenado a Persia para comparecer ante el rey. "No es necesario que me encadenes replicó el santo, que yo iré voluntaria y gozosamente a sufrir por Cristo." El día señalado, el mártir partió de Cesárea con otros dos prisioneros cristianos, seguido por uno de los monjes que su abad había enviado. Dicho monje fue quién escribió mas tarde las actas de su martirio.

Una vez llegados a Betsaloe de Asiria, cerca del Eufrates, donde se hallaba el rey, los prisioneros fueron encerrados en un calabozo, mientras llegaba la orden de comparecer ante el soberano. Un legado del rey fue a interrogar al santo, quien respondió así a sus magníficas promesas: "Mi pobre hábito religioso es una prueba de que desprecio de todo corazón las vanas pompas del mundo. Los honores y riquezas que me ofrece un rey que morirá pronto, no me tientan. Al día siguiente, retornó el legado y intentó doblegar al santo con amenazas, pero éste le dijo tranquilamente: "Señor, no gastéis inútilmente vuestro tiempo conmigo. Por la gracia de Cristo espero permanecer inconmovible. Haced, pues, vuestra voluntad sin tardanza." El legado le sentenció a ser apaleado a la manera persa. El castigo se repitió durante tres días; al tercer día el juez ordenó que tendieran de espaldas al mártir y que descargaran sobre él una pesada plancha sobre la que se hallaban dos soldados. El cuerpo del mártir fue mercerizado hasta los huesos. El legado de Cósroes, admirado ante la paciencia y tranquilidad del santo, fue a informar nuevamente al soberano. Durante la ausencia del legado, el carcelero, que era cristiano, pero carecía del valor suficiente para renunciar a su cargo, dejó entrar a la prisión a cuantos lo deseaban. Los cristianos acudieron al punto; todos querían besar los pies y las cadenas del mártir y conservar como reliquias todos los objetos que habían tocado su cuerpo. El santo, confuso e indignado, trató de impedir esto, pero no lo consiguió. Después de infligirle nuevos suplicios, Cósroes ordenó finalmente que Atanasio y todos los prisioneros cristianos fuesen ejecutados. Los dos compañeros de Atanasio y otros sesenta y seis cristianos fueron estrangulados en su presencia, uno tras otro. Atanasio, con los ojos fijos en el cielo, dio gracias a Dios por la muerte tan feliz que le esperaba, y declaró que hubiese deseado un suplicio más largo; pero, viendo que Dios había reservado para él ese ignominioso castigo de esclavos, lo aceptó gozosamente. Los verdugos lo estrangularon y después lo decapitaron.

El martirio tuvo lugar el 22 de enero del año 628. El cadáver de Anastasio y los de sus compañeros fueron arrojados a los perros, pero éstos dejaron intacto el cuerpo del mártir. Los cristianos lo recogieron más tarde y le dieron sepultura en el monasterio de San Sergio, a un kilómetro y medio del lugar de su martirio. El sitio se llamaba Sergiópolis (actualmente Rasapha, en Irak). El monje que le había asistido durante su martirio se llevó consigo el "colobium" del santo, es decir, su túnica de lino sin mangas. Más tarde, las reliquias de San Anastasio fueron trasladadas a Palestina, después a Constantinopla, y finalmente a Roma, donde quedaron depositadas en la iglesia de San Vicente. Esta es la razón por la que los dos mártires son celebrados en el mismo día.

El séptimo Concilio Ecuménico, reunido contra los iconoclastas, aprobó el uso de las imágenes de este mártir que se conservaban y veneraban en Roma junto con su cabeza. Se dice que dichas imágenes se hallan todavía en la iglesia de los santos Vicente y Anastasio.

 

San Auxencio.

(14 Febrero, año 470)

Parece que Auxencio era hijo de una persona llamada Addas. Pasó la mayor parte de su vida como ermitaño, en Bitinia. En su juventud fue uno de los guardias ecuestre de Teodosio el Joven, pero los deberes militares, que cumplía con entera fidelidad no le impedían hacer del servicio de Dios su principal interés. Todo su tiempo libre lo pasaba en soledad y oración y frecuentemente visitaba a los santos reclusos que ocupaban ermitas a los alrededores, para pedirles albergue y poder pasar la noche con ellos, en ejercicios penitenciales y cantando alabanzas a Dios. Finalmente, el deseo de una mayor perfección o el temor a la vanagloria, lo indujeron a adoptar una vida de ermitaño. Formó su albergue en la montaña desierta de Oxxia, a solo l2 km. de Constantinopla, pero al otro lado del Helesponto, en Bitinia. Parece que allí fue muy consultado y que ejerció considerable influencia, debido a la fama de su santidad.

Cuando se reunió en Calcedonia, el cuarto Concilio Ecuménico, para condenar la herejía eutiquiana, Auxencio fue llamado por el emperador Marciano, porque se sospechaba de su simpatía con la doctrina de Eutiquio, y no por su gran sabiduría, como lo afirman los biógrafos del santo. Auxencio se justificó de la acusación que le hacían y cuando se encontró de nuevo en libertad, no regresó a Oxxia, sino que eligió otra celda, más cercana a Calcedonia, en la montaña de Skopas.

Allí permaneció, entregado a una vida de gran austeridad, instruyendo a los discípulos, que acudían a él, hasta su muerte, que sucedió el día l4 de Febrero del año 473.

El historiador Sozomeno, escribió, aún durante la vida del santo, sobre la fe constante de Auxenio, así como la pureza de su vida, y su intimidad con fervorosos ascetas, tanto varones como mujeres. Entre éstas, que buscaban ser dirigidas por él durante los últimos días de su vida, estaban algunas que formaron una comunidad y vivían al pie del monte SKOPAS. Se les conocía como las Trichinarae, o "monjas con hábito de crin." Fueron ellas, las que después de una larga contienda, lograron obtener la posesión de los restos mortales del santo, que guardaron, como reliquia en la Iglesia de su convento.

 

Santa Balbina virgen y mártir.

Santa Balbina, cuya memoria siempre ha sido célebre en la Iglesia, nació en la ciudad de Roma, era hija de Quirino que antes era pagano y después fue ilustre mártir de Jesucristo. Tuvo la desgracia en sus primeros años de ser educada en los necios delirios de las supersticiones paganas. Pero como Dios la tenía elegida para que en la capital del mundo confundiese el error del paganismo como uno de los más esclarecidos héroes de la religión cristiana, dispuso su divina Providencia los medios que tuvo por convenientes a este fin. Se enfermó Balbina en lo más florido de sus años con tan graves accidentes, que la pusieron en estado de desesperar de todo remedio humano. Sus padres sufrían en el alma el lamentable estado de su hija, a quién amaban extremadamente por sus cualidades. Después de haber aplicado todos los métodos de la medicina, y enterados de los numerosos milagros que Dios obraba por medio del sumo pontífice Alejandro, quien en ese momento se encontraba en prisión por la fe de Jesucristo, Quirino se dirigió a la cárcel. Y arrodillado a sus pies, deshaciéndose en lágrimas, le rogó que se dignase a curar a Balbina, arriesgada a morir por los habituales accidentes que padecía. Condolido el santo papa de aquella pobre doncella, lo mandó al padre a traerla. El pontífice consiguió curarla con el sólo hecho de poner sobre ella una bolsita de las reliquias que llevaba en su cuello. Asombrado Quirino de tan inesperado milagro, no dudo en que era el verdadero Dios a Quien adoraba Alejandro, y se convirtió con toda su familia a la religión de Jesucristo. Además de que todos los miembros de la familia de aquel nuevo confesor quedaron convencidos de las verdades infalibles que enseña nuestra santa fe, Balbina obligada por el beneficio que acababa de recibir, quiso dedicarse a dar pruebas de su firme creencia, incrementando así las buenas obras que recomienda nuestra religión. Conociendo Alejandro el celo y fervor que manifestó desde luego la santa virgen en el servicio del Señor, la mandó a buscar las cadenas con que fue encadenado San Pedro, las cuales halló milagrosamente por la disposición divina, y las entregó a Teodora — una doncella muy religiosa — por orden del santo papa.

Aureliano — uno de los más feroces perseguidores de los cristianos — en la cárcel de Roma, lo mandó a matar a San Hermes o Hermeto (actual nombre de la ciudad), no por otra causa que por mantenerse constante en su fe y rechazando prestar sacrílegas adoraciones a los ídolos. Cuando se enteró de que su hermana Teodora con Balbina sepultaron su venerable cuerpo, las mandó a quemar. El día anterior la llamó a Balbina en su tribunal y le preguntó por su nombre y por el Dios a quien adoraba. La santa le respondió sin alguna turbación: "Yo me llamo Balbina y adoro a Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que creó el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos." "¿De quien eres hija?" — replicó el tirano. "De Quirino, — siguió la santa, — a quien hace poco tiempo mandaste a martirizar por el nombre de mi Señor Jesucristo." "Sabes, — continuó Aureliano, por qué fue tu padre torturado? Dime la causa de su pasión." "Piensas, — respondió Balbina, — que aterrada por la injusticia de aquel castigo, no me atreveré a decirlo por vergüenza o por temor? Sabes que me sirve de gran honor y consuelo la dichosa muerte de mi padre, quien convencido de la infalible verdad de la religión cristiana, se convirtió en ella con toda su familia, por el milagro que obró conmigo el santo pontífice Alejandro, cuando me curó de los mortales ataques que yo padecía, con el sólo hecho de poner encima mío las reliquias que llevaba en su cuello, lo que no se pudo conseguir a pesar de todos los remedios humanos! Este fue el motivo por que tú, verdugo miserable, le quitaste la vida! Por tu culpa me quedé huérfana y me acogí a la protección de Teodora, hermana de Hermes — un noble senador — a quien ordenaste degollar sin otra causa que por la de adorar al verdadero Dios, por Quien me presento delante de tu inicuo tribunal a aguantar gustosamente todas las torturas que pueda inventar tu inhumana crueldad." "Detente, — le dijo Aureliano, — con tus deseos, porque si sigues tenaz, yo haré que experimentes mayores penas, que sufrieron aquellos que han recibido la muerte tan indigna, si no te conviertes al culto de nuestros dioses." — "¿Por qué, ¡oh miserable!, — le respondió la santa, llena del Espíritu Santo y muy valiente, — precisas a que los fieles cristianos se separen del culto del verdadero Dios y que crean en los que no lo son?" — "Porque nuestros padres no adoraban a los que se han inventado nuevamente." — "Tus padres se equivocaron, — dijo la santa, — adoraban a los ídolos. Y tú, miserable tirano e impío, no tardarás en perecer a ellos, porque quieres obligar a los hombres a que dejen al Creador y reverencien a los simulacros sordos y mudos." — "¿Qué otro dios, si no Jove, — continuó Aureliano, — es el criador, a quien los romanos rendimos culto?" — "Si éste, — replico Balbina, — fue un fornicador y pésimo adúltero, yo rechazo que lo llaman dios. El verdadero Dios es santo, inocente y limpio de toda la iniquidad, y el que le rinde culto se salvará, pero tú, que torturas y matas a los que lo adoran, ¿cómo aguantas su presencia? Entiende, que cuando Jesucristo venga a juzgar a los vivos y a los muertos, y borre de la tierra los impíos e injustos, entonces se alegrarán en su presencia los justos, y los impíos serán castigados perpetuamente en el infierno; y con razón, pues el demonio cegó a sus corazones y a los vuestros también para que no conozcan al Creador ni al Salvador. Pues si lo hubieran conocido y creído en Él, lo adorarían y reverenciarían, y despreciarían a los falsos dioses representados en las estatuas vanas, que son obras de las manos de los hombres."

Oyendo estos discursos el tirano, preguntó a Balbina: "¿De donde te ha venido tanta elocuencia, o quién te ha enseñado estas cosas?" — "Cristo, Hijo de Dios, — le respondió la santa, — y el Espíritu Santo por mi boca. En su Evangelio dice a sus discípulos que cuando estén ante los reyes y presidentes enemigos, no piensen en lo que van a decir en aquel momento." — "Si el Espíritu Santo, — replicó el tirano, — es el que habla por ti, yo haré llevarte al prostíbulo para que Él huya de ti." — "Yo creo, espero y estoy segura, — dijo entonces la santa, — que por ninguna violenta ofensa que se haga a mi cuerpo se separará de mí el Espíritu Santo, teniendo, como ahora, fijo en mi corazón el amor hacia Él. De quien huye el Espíritu Santo es de ti y otros semejantes, porque no está en los hombres torturadores y pecadores. Pero ¿para qué me canso en convencerte, cuando estás endurecido, y no aprovechas los conocimientos, sino te haces más atormentado a la vista de Jesucristo, a Quien persigues?" — "Deja esa superfluidad de palabras, — le dijo el tirano, — adora a la diosa Diana, que con su sabiduría condimentará tu elocuencia, pues de lo contrario te mataré, porque no me es decoroso gastar mi tiempo con una jovenzuela." — "Deja tú, necio tirano, — le respondió Balbina, — de rebelarte contra el Creador, deja después de tantas muertes de los inocentes cristianos tu error, cree en Jesucristo, y confiesa tus delitos, para que puedas salvarte. Si no lo harás, sabes que pronto morirás para toda una eternidad por la sangre de tantos mártires que has derramado injustamente. Por último, entiende que jamás me separarás de la fe de Jesucristo por todas las torturas que me puedas inventar."

Fuera de si Aureliano, agotado por tan sabias reconvenciones, y después de haber probado la constancia de la santa con varios torturas, pronunció la siguiente sentencia: "Muera Balbina habladora, que no sea que seduzcas al pueblo después de su error." Se ejecutó la fatalidad el día 31 de Marzo del año 132, y pasó la ilustre mártir a gozar los premios de su infinita confesión. Su cuerpo fue sepultado en el cementerio de Pretextato, en el camino Apio, llamado después de Santa Balbina, por la iglesia que construyó en su honor construyó en el San Marcelo pontífice, en la cual, se cree que se conservan el cadáver de la santa con el de San Quirino, su padre, y otros cinco santos desconocidos.

 

Basilisa y Anastasia Martires.

Estas dos ilustres mujeres fueron discípulas de los apóstoles San Pedro y San Pablo. Habiendo recogido las venerables reliquias de los príncipes apostólicos para sepultarlas después de que fueron martirizados, fueron acusadas por ser cristianas y entregadas al impío y cruel emperador Nerón. Nerón dio el orden para que las presas fuesen traídas a su presencia encadenadas. Cuando trajeron a las dos santas, el emperador, de no haber podido disuadirlas a que negasen a Jesucristo, dispuso que las pusiesen en una dura prisión. Después de haber sacado las santas de allí para el segundo examen, ellas se vieron firmes en su fe. Entonces el tirano, lleno de odio y acostumbrado a la crueldad con los inocentes cuerpos de las santas, y de haber aplicado varios métodos de tortura, ordenó cortarles sus lenguas y pechos, azotarlas, colgarlas y abrazarlas con hachas encendidas. Cuando todos sus esfuerzos se vieron inútiles para que se rindan aquellas dos heroínas de la religión cristiana, Nerón dispuso degollarlas, logrando de esta manera que ambas reciban la deseada corona del martirio el día 15 de Abril del año 56 de nuestra era.

 

San Benito.

(14 de Marzo).

San Benito nació en los años 480, en las cercanías de la ciudad de Nurcía, del ducado de Espoleto, en Italia. Dios lo destinó a ser precursor y padre de un gran número de santos, y lo condujo desde muy niño a la soledad, en la cual vivió tres años, desconocido de todos los hombres, excepto de un monje, llamado Romano, que se ocupaba de llevarle un poco de pan.

A pesar del cuidado que tenía para mantenerse oculto, la fama de su santidad comenzó a divulgarse y con el tiempo fue conocido por los religiosos hombres del Monasterio que se hallaba cerca del lugar de su retiro, los cuales desearon hacerlo como rector. Benito se resistía mucho tiempo a aceptar este cargo, y les anunciaba que su manera de vivir no se podría ajustar a la suya. Finalmente, se dejó vencer, y se encargó del gobierno del Monasterio. Pero muy pronto se arrepintieron de su elección. Descontentos por su regularidad, intentaron quitarle la vida con el veneno que le echaron a la bebida. Pero cuando el santo abad bendijo esa bebida, el vaso que tenía veneno se hizo pedazos. El hombre de Dios comprendió su perversa intención. Los juntó a todos, y les declaró que les perdonaba su delito; y renunciando el cargo del rector del Monasterio, volvió a su soledad. Pero no pasó mucho tiempo, cuando la fama de su santidad y de sus milagros se extendió a todas partes, y atraía mucha gente que tenía el deseo de entregarse a su dirección y gobierno. Entonces, él se vio obligado a fundar doce Monasterios, en cada uno de los cuales puso doce monjes con un superior. Creciendo con cada día la reputación de su virtud, venían a verlo los más nobles de Roma, y le rogaban que se encargue de la educación de sus hijos. Equico y Tertulio, — senadores romanos, — le trajeron a Mauro y Plácido, sus hijos, a fin de que los formase en la piedad. Estos dos jóvenes se aprovecharon tan bien de su santa educación, que llegaron a ser grandes santos. Cuando un día Placido fue a traer un poco de agua de una laguna, cayó en ella. San Benito, que se encontraba en el Monasterio en ese momento, conoció lo que acababa de suceder, y le dijo a Mauro: "Hermano mío, marcha prontamente, el joven Plácido se ha caído en el agua." Mauro, luego de haber pedido su bendición, fue corriendo para ayudar a Plácido, entró en la laguna, y agarrándolo con sus caballos, lo sacó de ella. Cuando Plácido ya estaba a salvo, miró atrás, y viendo que había caminado sobre el agua sin hundirse, quedó espantado. Le contó lo que había sucedido a San Benito, quien lo atribuyó a su pronta oración.

San Benito recibió de Dios el don de la profecía, y con el obró muchos milagros. Cuando Totila — Rey de los Godos — pasaba por ahí, por la cortesía quiso verlo. Pero para probar si era cierto que tenía el don de la profecía, envió delante suyo un sirviente vestido con las insignias reales y acompañado de mucha gente. Cuando el sirviente entró de este modo en el Monasterio de Monte Casino, nuevamente edificado, San Benito le dijo: "Hijo mío, quítate el vestido que llevas, porque no es de ti." Sorprendido el sirviente tiró al suelo con todos los que lo acompañaban sus vestidos, sin haber llegado al santo, se volvieron a informarlo a Totila de lo que había pasado. Éste fue en persona a visitarlo a San Benito. Cuando lo vio, se postró a sus pies sin querer levantarse. Benito le dijo tres veces que se levante, y como Totila permanecía arrodillado, él mismo lo levantó y le dijo; "Has hecho muchos males. Deja de cometer injusticias. Entrarás en Roma, pasarás la mar, y después de haber reinado nueve años, morirás el décimo." Todo se verificó puntualmente.

San Benito profetizó el día de su muerte. Seis días antes ordenó empezar con su sepultura. Inmediatamente se le fue levantando fuertemente la fiebre, y como ésta iba aumentándose todos los días, su lecho fue llevado a la Iglesia por sus discípulos, donde recibió el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, y levantando los ojos y las manos al cielo, entregó su alma en manos de su Criador el 21 de Marzo del año 543.

San Blas de Cifuentes Obispo y Mártir.

(11 de Febrero, año 320)

San Blas, obispo y mártir, fue tan celebre en todo el mundo cristiano por el don de los milagros con que lo honró Dios, nació en Sebaste, cuidad de Armenia. La pureza de sus costumbres, la dulzura de su naturaleza, su humildad y prudencia, y sobre todo, su eminente misericordia, criaron en él la estimación de todo lo bueno.

Los primeros años de su vida se desempeñó en el estudio de la filosofía, y un tiempo hizo grandes progresos. Los bellos descubrimientos que hizo en el estudio de la naturaleza excitaron su inclinación a la medicina, la cual practicó con perfección. Esta profesión le dio motivo para conocer más de cerca las enfermedades y la miseria de esta vida, y en esta ocasión, de hacer más serias reflexiones sobre su caducidad, como también sobre el mérito y la solidez de los bienes eternos.

Penetrado de estos grandes sentimientos, decidió prevenir los remordimientos que se experimentan a la hora de la muerte, evitándolos con la santidad de una vida verdaderamente cristiana. Pensaba retirarse al desierto, pero cuando falleció el obispo de Sebaste, lo eligieron en su reemplazo con los aplausos de toda la ciudad.

El nuevo cargo sólo sirvió para que resalte con nueva luz su virtud, y lo obligo a iniciar una vida más santa. Cuanto más se despreocupaba en la salvación de sus ovejas, más aumentaba esa despreocupación por su propia vida. Se dedicó, entonces a instruir el pueblo más con sus ejemplos que con su palabra.

Era tan grande la predisposición que tenía al retiro, y tan ardiente el deseo de perfeccionarse cada día más y más, que tuvo la necesidad de esconderse en una gruta, situada en la punta de una montaña, llamada el monte Argeo, poco distante de la ciudad.

A pocos días de estar allí, Dios manifestó la eminente santidad de su fiel siervo con varios milagros. No solamente venían de todas partes hombres para que los cure de las dolencias de su alma y cuerpo, sino que hasta los mismos animales salvajes salían de sus cuevas y venían a manadas a que el santo obispo les dé su bendición, y que los sane de los males que sufrían. Si sucedía que lo encontraban en oración cuando llegaban, esperaban mansamente en la puerta de la gruta sin interrumpirlo, pero no se retiraban hasta lograr que el Santo los bendiga.

Hacía el año 315 vino a Sebaste Agricolao — gobernador de Capadocia y de la menor Armenia — por el mandado del emperador Licinio, con el orden de exterminar a todos los cristianos. En cumplimento de su misión, luego de entrar a la ciudad, ordenó que fuesen echados a las fieras todos los cristianos que se encuentren en prisiones. Para que se realice esta sentencia, salieron a los bosques cercanos en caza de leones y tigres. Los enviados del gobernador entraron por el monte Argeo, y se encontraron con la cueva, en la cual estaba retirado San Blas. La entrada a la cueva estaba rodeada de muchos animales salvajes y viendo al Santo que estaba rezando en medio de ellos con la mayor tranquilidad se asombraron. Fascinados del suceso tan extraordinario, comunicaron al Gobernador lo que acababan de ver, y él sorprendido de esta noticia, ordenó a los soldados que traigan a su presencia al santo Obispo. Ni bien lo intimaron de esta orden, nuestro Santo, bañado de una dulcísima alegría les dijo: "Vamos, hijos míos, vamos a derramar nuestra sangre por mi Señor Jesucristo! Hace mucho tiempo que suspiro por el martirio, y esta noche me ha dado el Señor para entender que se dignaba de aceptar mi sacrificio.

Luego que se extendió la noticia que a nuestro Santo lo llevaban a la ciudad de Sebaste, los caminos se llenaron de gente — concurriendo hasta los mismos paganos — que deseaba recibir su bendición y alivio de sus males. Una pobre mujer desesperada y afligida, pasó como pudo por medio de la muchedumbre, y llena de confianza se arrojo a los pies del Santo, presentándole a un hijo suyo que estaba sufriendo por una espina que le había atravesado la garganta y que lo ahogaba sin remedio humano. Compadecido el piadoso Obispo del triste estado de su hijo y del dolor de la madre, levanto los ojos y las manos al cielo, y empezó a rezar fervorosamente: "Señor mío, Padre de las Misericordias, y Dios de todo consuelo, dígnate de oír la humilde petición de tu siervo, y concédele a este niño la salud para que conozca todo el mundo que sólo Tu eres el Señor de los vivos y de los muertos. Pues Tu eres el Dueño soberano de todos, misericordiosamente liberal, y Te suplico humildemente, que todos los que recurren a mí para conseguir de Tu la curación de semejantes dolencias por la intercesión de Tu siervo, y demuestren su confianza, serán benignamente oídos y favorablemente despachados." Apenas terminó el Santo su oración, cuando el muchacho arrojó la espina de su garganta y quedo totalmente sano. Esta es la principal veneración que tiene San Blas, por la ayuda con todos los males de la garganta, y los milagros que aparecen cada día demuestran la eficacia de su poderosa protección.

Cuando ellos llegaron a la ciudad, San Blas fue presentado al Gobernador, quien le ordenó que allí mismo, sin ninguna replica y demora, sacrificase a los dioses inmortales. ¡Oh Dios!, — exclamó el Santo — ¿Para qué des ese nombre a los demonios, que sólo tienen el poder para hacernos mal? No hay más dioses que un sólo Dios Inmortal, Todopoderoso y Eterno, y Ese es el Dios que yo adoro!"

Irritado con esta respuesta Agricolao, al instante ordenó a que le peguen con tanta crueldad y por tan largo tiempo, que no se creía que pudiese sobrevivir. Pero San Blas demostró alegría en su semblante y tenía una fuerza sobrenatural que lo sostenía. Después lo llevaron a la cárcel, en la cual obró tantos milagros, que cuando entró enfurecido el Gobernador, ordenó que le despedazasen el cuerpo con uñas de acero, herida tras herida. Corrían arroyos de sangre por todas partes. Siete devotas mujeres, que se preocuparon de recogerla cuidadosamente, encontraron luego el premio de su devoción. Cuando fueron traídas ante el Gobernador, acompañadas de dos pequeños niños, las mandó a que sacrificasen a los dioses bajo pena de su vida. Ellas pidieron que les entreguen los ídolos, y cuando todos creían que iban a sacrificar, vieron que con tan valioso denuedo los arrojaron en una laguna. Por esa demostración ganaron la corona del martirio, cuando allí mismo fueron degolladas junto con los dos dichosos niños.

Siguió fuerte San Blas, entonces avergonzado el Gobernador de verse siempre vencido, mandó que lo ahoguen en la misma laguna donde habían sido arrojados los ídolos. Protegiéndose el Santo Mártir con la señal de la cruz, comenzó a caminar sobre las aguas sin hundirse, como si fuera por tierra firme. Llegó a la mitad de la laguna y se sentó serenamente, demostrando a los infieles que sus dioses no tenían ningún poder. Hubo algunos tan necios o corajudos, que quisieron hacer la prueba por su cuenta, pero todos se ahogaron. En ese momento escuchó San Blas una voz que lo llamaba a salir de la laguna para recibir el martirio. Al salir, el gobernador de inmediato le mandó a cortar la cabeza en el año 316.

La continua ayuda y protección que se consiguen por la intercesión de San Blas, sobre todo en las enfermedades de la garganta y de los niños, hacen muy célebre el culto al Santo, y su fiesta es fiesta de precepto por obligación de voto.

 

San Cesario de Nazianzo.

(9 de Marzo)

Cesario era hermano de San Gregorio de Nazianzo e hijo del obispo de dicha ciudad. Ambos hermanos recibieron una educación excelente. Gregorio estudió en Cesarea de Palestina y Cesario en Alejandría, donde se distinguió en todas las ramas del saber humano especialmente en la oratoria, la filosofía y la medicina.

Terminó sus estudios de Medicina en Constantinopla y llegó a ser el mejor médico de su época. Aunque la ciudad del emperador Constancio quería que él se quede, Cesario no quiso establecerse ahí. Más tarde, Juliano el Apóstata lo llamó de nuevo a Constantinopla, lo nombró como jefe de sus médicos y lo exceptúo de los edictos que publicó contra los cristianos. Cesario resistió victoriosamente a todas las tentativas de Juliano por hacerlo abandonar la fe. Pero su padre y su hermano lo convencieron de que abandone la corte. A pesar de la oposición de Cesario, Juliano le restituyó su antiguo puesto y Valente le nombró su tesorero particular, es decir, director de la hacienda publica, en Bitina. El año 368, Cesario estuvo a punto de perder la vida en un terremoto y quedó tan impresionado, que renunció al mundo. Su muerte, se ocurrió poco después. Sus bienes los dejó a los pobres. Su hermano, San Gregorio, predicó su oración fúnebre.

 

San Cirio Obispo de Jerusalén.

(18 de Marzo).

Se ignora lo que San Cirilo hizo, antes de ser Obispo de Jerusalén, pero se sabe que Dios honró el principio de su Episcopado, con una maravilla, que causó admiración en todo el Imperio Romano. El día 7 de Mayo de 351 apareció en el aire una Cruz tan luminosa, que no podía oscurecerla ni el resplandor del Sol.

Se extendía esta Cruz desde el Monte Calvario hasta el de los Olivos, distante uno del otro cerca de tres cuartos de legua y era del mismo ancho. Todos los que se encontraban en Jerusalén, cristianos y paganos fueron testigos de esta maravilla, que comenzó a las nueve de la mañana y duró muchas horas.

Cirilo informó de este suceso al emperador Constancio, en una carta que aún se conserva. Se ignora lo que hizo San Cirilo desde esta aparición hasta el fin del año 357, en el cual fue depuesto por las intrigas y el odio de Acacio, Obispo de Cesarea, con quien estaba en entredicho, ya que pretendía que nuestro Santo usurpaba los derechos de la Metrópoli. Esta controversia aumentó por la diversidad de las opiniones, porque Acacio sostenía el arrianismo y San Cirilo seguía la doctrina de la Iglesia cristiana ortodoxa.

Acacio era un hombre inquieto, citó muchas veces a San Cirilo para juzgarlo, pero el Obispo de Jerusalén no compareció, porque no reconocía a Acacio como su superior. Pero éste tenía gran crédito en la corte y estaba apoyado por los Grandes y Prelados que pensaban como él, hizo deponer a San Cirilo por haberse rehusado a comparecer y responder las acusaciones formuladas contra él. Una de estas acusaciones sostenía que Cirilo había vendido los tesoros de la Iglesia. Es verdad, que hallándose afligido el territorio de Jerusalén, acosado por el hambre, el pueblo acudió a San Cirilo, un padre bueno y generoso, para solicitarle ayuda, y como Cirilo no tenía dinero, vendió algunos vasos sagrados y telas preciosas.

Cirio no hizo caso de su acusación por considerarla injusta y hecha contra las reglas, y apeló ante otro tribunal, remitiendo el acta de la apelación a los que lo habían depuesto.

Habiendo juntado los Obispos un Concilio en Seleucia, en el mes de Septiembre del año 359, Cirio se presentó y pidió que se hiciese justicia. Nuestro Santo fue escuchado favorablemente y restablecido en la Silla de Jerusalén, y Acacio, depuesto.

Pero al año siguiente, en 360, Acacio, que no había perdido su crédito, volvió otra vez en contra de San Cirio y logró deponerlo en un acuerdo en el que se hizo dueño por sus intrigas.

El Santo Obispo murió en 386, después de 35 años de Episcopado.

 

Santa Cita (o Zita) virgen.

No hay estado en el mundo, ni situación tan oscura, tan abatida, en la que con la ayuda de la gracia divina, no se pueda alcanzar la santidad. Prueba ilustre de esta verdad es Santa Cita.

Nació Cita de padres humildes y pobres, pero temerosos de Dios, al principio del siglo XIII, en una aldea llamada Monsagradi, poco distante de la ciudad de Luca. Los desvelos de su virtuosa madre en criarla en el temor santo de Dios fructificaron fácilmente en aquel tierno corazón, que parecía nacido para la virtud, por estar lleno de inclinaciones naturalmente piadosas. Hechizaba a todos la dulzura de su genio y su humildad. Ella hablaba poco, trabajaba mucho y sólo interrumpía la labor para entregarse a la oración. Siendo niña, le bastaba oír alguna cosa en ofensa de Dios para mirarla con horror por toda la vida. Ni su madre necesitaba valerse de otros términos para enseñarle y para corregirla: "Dios manda esto, Dios prohibe aquello"; en estas dos palabras se comprendía todo para ella.

Teniendo doce años la hicieron de sirvienta en la casa de un ciudadano de Luca, llamado Fatineli, que vivía cerca a la iglesia de San Frigidiano. Se conservó esta casa hasta el día de hoy con singular veneración, adornados todos sus cuartos de ricas y primorosas pinturas, que representan las principales acciones y virtudes de nuestra santa.

Hallándose Cita en el humilde estado de criada, se persuadió que la verdadera virtud consistía en cumplir perfectamente con las obligaciones de su estado, y se aplicó a esto con el mayor empeño. Se levantaba siempre al iniciar el día; y mientras los demás dormían, ella oraba, ocupándose de haber oído la misa todos los días antes de comenzar con los oficios de la casa.

Como era muy cuidadosa y de mucha capacidad, prevenía de ordinario con anticipación todo aquello que le tocaba hacer. Según su aplicación, parecía que no pensaba en otra cosa que en las que eran de su oficio; con todo eso, le era sumamente familiar la presencia de Dios y tenía para ella indecibles atractivos.

Siendo humilde, disciplinada, laboriosa y obediente, ¿quién diría que no había de ser apreciada por todos los que la conocían? Con todo esto, permitió Dios que por algunos años fuese bien apreciada. A su circunspección la llamaban simpleza y brutalidad; y la gran capacidad que ponía en prevenir todo lo que estaba a su cargo, la atribuían a vanidad y a deseo de sobresalir entre los demás criados. Si éstos faltaban o se descuidaban en algo, la culpa siempre era de nuestra santa. Censuraban su silencio y su devoción, se burlaban de su delicadeza de conciencia y de su puntualidad. Su moderación los enfadaba, y hasta su vida austera y penitente les era desagradable. Hallándose Cita tan despreciada, tan aborrecida, tan agobiada y tan injustamente maltratada, nunca se defraudó a si misma; siempre igual, siempre serena, siempre apacible y siempre capaz, jamás salió de su boca ni la más mínima queja. Una virtud tan probada y tan constante se descubrió, en fin, a pesar de la oposición, de la antipatía y de la malignidad. Conocieron los amos y también los criados, el tesoro que tenían en su casa y todos hicieron justicia a su virtud y a su mérito.

La prueba más insufrible de todas fue esta repentina mudanza de ánimos y de corazones en su favor. Como era tanta su ansia de padecer y de ser humillada, se persuadió que esta novedad era castigo de Dios; y llegó a afligirse tanto con este pensamiento, que habiéndoselo sabido su ama, de vez en cuando trataba reñirla para animarla.

Ella era enemiga mortal de la ociosidad, por lo cual siempre estaba ocupada, tanto, que casi en los setenta años que estuvo en aquella casa jamás la vieron sin alguna labor en las manos. Acostumbrada decir que las principales cualidades de una criada cristiana eran el temor de Dios, la fidelidad, la humildad y el amor al trabajo. "Ninguna sirvienta, — decía, — puede ser virtuosa, si no es trabajadora: una virtud holgazana, especialmente en las que son de nuestra condición, es una falsa virtud."

La tierna devoción que profesó desde su infancia a la Santísima Virgen, no solamente le inspiró un extraordinario amor a la pureza, sino que le mereció el don de esta virtud. No es fácil explicar hasta que punto llegaba su delicadeza: jamás miró un hombre en la cara. Nunca alivió su ropa, ni aún en medio de los más abrasados calores del estío. Nunca se levantó, ni aun cuando tenía que hacer los oficios más penosos o más desagradables de la casa, por temor de aparecer con menor decencia, modestia y compostura. En cierta ocasión, habiendo atrevido un sirviente decirle unas palabras desconsideradas, se horrorizó tanto, que cayó desmayada, y se iba a ir de la casa, si en el mismo momento no hubiera sido despedido el que se había atrevido.

Conservó esta delicada virtud por de una rigurosa mortificación y penitencia. Era grande su abstinencia: ayunaba todo el año y casi todos los días a pan y agua. Andaba con los pies desnudos, aun en el mayor rigor del invierno, y dormía sobre la dura tierra, o algunas veces sobre unos sarmientos. No se sabía como podía vivir con tan poco alimento una vida tan penitente. Pero la admiración hacia ella creció, cuando después de su muerte encontraron su virginal cuerpo rodeado de un cordel que se penetraba dos dedos en la carne. Tal herramienta de penitencia, en la que estaba siempre en un continuo trabajo era un tormento muy áspero.

Sus amos le habían permitido que en el curso del año hiciera algunas devotas peregrinaciones, muy distantes y dificultosas, que siempre hacía a pie y en ayunas. Como los menesteres de la casa no le hubiesen permitido salir por la mañana a visitar el santuario del Santo Angel, que se venera en un monte a dos leguas de Luca, quiso ir por la tarde. Y mostró Dios cuan grata le era esta devoción con el milagro de hallarse Cita milagrosamente transportada a dicho santuario.

Dotada con el don sublime de oración, todo el día estaba trabajando y todo el día estaba orando, porque ni el trabajo le podía interrumpir la oración, ni la oración era estorbo para el trabajo. Abrasada del fuego del divino amor, se la oía exclamar constantemente día y noche: "Sí, divino Esposo mío, yo Te amo." Ella había construido una especie de celdilla en el rincón más retirado de la casa, a la cual solía ir de vez en cuando a pasar toda la noche en contemplación. Los demás sirvientes muchas veces habían visto esta celdilla rodeada de un brillante resplandor y claridad.

Un día se dejó llevar por su fervor más de lo acostumbrado y se acordó que ya era tarde y que tenía que amasar el pan. Dejó su devoción y corrió rápidamente a reparar su falta. Pero Dios ya la había remediado, porque encontró amasado el pan y en disposición de poder meterlo en el horno. Manifestó el Señor con semejantes milagros la santidad de su sierva.

Correspondía su humildad a todas las demás virtudes. Estaba tan penetrada del bajo concepto que se formaba de si misma, que se admiraba que no la despreciaran todas las criaturas y como podía sufrirla la tierra sobre sí. Respetaba a los demás criados como si fueran sus amos: apenas abrían la boca, eran obedecidos sin réplicas y sin dificultad. Ciertas señoritas de poca edad, amigas de su ama, sabiendo su pronta obediencia, tenían el placer, sólo para divertirse y probarla, de enviarla con recados supuestos a un paraje distante media legua de la ciudad, cuando estaba lloviendo a cántaros. Ella obedecía con puntualidad, hacía su recado, y volvía calada de agua sin quejarse.

 

Santos Codrato y compañeros Mártires.

(10 de Marzo).

Los padres de San Codrato eran cristianos griegos, y vivían en la ciudad de Corinto. Ambos murieron, cuando el santo era aún muy pequeño. Codrato nació en el desierto, donde su madre lo había llevado para huir de la persecución de Decio. Allí murió su madre y Codrato creció, alimentado por el ciervo. Los vestidos que su madre le había puesto antes de morir, crecían con él. Más tarde, Codrato volvió a la ciudad y estudió medicina, teniendo muchos discípulos, que vivían como anacoretas.

Bajo los emperadores, Decio y Valeriano, Jasón, prefecto de Grecia, recibió la orden de poner en ejecución los crueles edictos persecutorios. San Codrato se presentó ante Jasón, quien se esforzó, al comienzo de convencerlo de hacer sacrificios a los dioses, para escapar a los castigos. El siervo de Dios, que asistía a la reunión con cinco discípulos, contestó que prefería la salvación eterna, que la vida temporal. En vez de defenderse, le contó en resumen la Biblia, desde la creación hasta la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Jasón rechazó desdeñosamente, la idea de que Dios hubiese podido hacerse hombre y padecer por nosotros.

Después de tratar de convencer a Codrato, se dio cuenta que nada le daba resultado y lo mandó a azotar. En seguida, trató de convencerlo a Cipriano, que era casi un niño, diciéndole que era muy chico todavía, pero Codrato les gritaba exhortando a sus compañeros, que permanezcan firmes en su fe cristiana.

Todos los mártires fueron sometidos a horribles torturas, y finalmente fueron arrojados a las fieras, pero éstas no les hicieron daño alguno. Entonces fueron llevados afuera de la ciudad y decapitados. Esto sucedió en el año 258. Los nombres de los otros mártires eran: Dionisio, Anecto, Pablo y Crescente.

 

Santa Cointa

(8 de Febrero).

Cointa (Coynta o Quinta), pertenece al grupo que el martirologio de Floro menciona el 20 de Febrero, con el título general "Los Mártires de Alejandría."

La fuente de información de Floro es el historiador Eusebio, pero según él, el escritor del "Vetus romanum" (o sea Adán) distribuyó por su cuenta a los mártires del grupo en muchos días del año. Así lo hemos encontrado a Metras o Metrano el 31 de Enero, encontramos a Cointa y después encontraremos a Apolonia o Apolilla.

Según Adón, el martirologio romano cita el nombre de Cointa el día 8 de Febrero, con una noticia manifiestamente inspirada en Eusebio ("Hist. Eccl.," L.6, c. 41). El mismo nombre aparecía un poco cambiado en otras fechas, por ejemplo, Greven, el día 15 de Enero, también nombra a Tonita o Cointa, virgen y mártir de Alejandría, y en otra parte, el 21 de Agosto, figura Cointa, noble en Alejandría.

El pasaje de Eusebio es un extracto de la carta que Dionisio de Alejandría dirigió a Fabiano de Antioquía, narrando los combates heroicos de los mártires en aquella ciudad, durante la persecución de Decio.

"Los perseguidores, — dice la carta, — condujeron a una mujer cristiana, que se llamaba Quinta, hacia el templo de los ídolos y querían obligarla a que los adorara. Pero ella les dio la espalda, demostrando su disgusto. Entonces la ataron de los pies y la arrastraron por los empedrados de toda la cuidad. De no estar satisfechos que las piedras agudas desgarraban su cuerpo, la golpeaban con el látigo. Finalmente, la lapidaron en el mismo sitio donde mataron a Metrano."

Santos Crisanto y Daria.

(19 de Marzo).

El culto de estos mártires en Roma, que data de muy antiguo, prueba que existieron realmente y que dieron su vida por Cristo. Pero el relato de su martirio es un descubrimiento de fecha muy posterior.

Según dicho relato, Crisanto era hijo de un patricio llamado Polemio, quien se trasladó, con su hijo de Alejandría a Roma, durante el reinado de Numeriano. Un sacerdote llamado Carpóforo, instruyó y bautizó a Crisanto. Al enterarse, Polemio se enfureció extremamente, y para que Crisanto renunciase a la castidad y a su nueva religión, introdujo en su habitación a cinco mujeres de mala vida. Como esa estratagema no dio resultado, Polemio propuso a su hijo que se case con una sacerdotisa de Minerva, llamada Daría. No sabemos cómo, ni por qué, Crisanto aceptó la proposición de su padre. La convirtió a Daría al cristianismo y ambos guardaron la virginidad de su matrimonio. Juntos convirtieron a muchos personas de la sociedad romana. Finalmente, fueron denunciados y presentados ante el tribuno Claudio. Éste lo entregó a Crisanto a una patrulla de soldados, con la orden de obligarlo de cualquier manera a hacer sacrificios ante Hercúleas.

Los soldados sometieron a Crisanto a diferentes torturas, pero la firmeza del mártir fue tal que el propio tribuno, su esposa Hilaria y sus dos hijos confesaron a Cristo. También los soldados siguieron su ejemplo. El Emperador ordenó matarlos a todos. Hilaria consiguió escapar, pero fue capturada más tarde, cuando se hallaba orando ante el sepulcro de los mártires.

El Martirologio Romano conmemora a San Claudio y sus compañeros el día 3 de Diciembre. Entre tanto, Daría había sido enviada a una casa de prostitución, donde la defendió un león que se había escapado de un circo. Para acabar con la fiera, los soldados tuvieron que incendiar la casa. Entonces Daría y Crisanto fueron presentados ante el propio Numeriano, quien los condenó a muerte. Fueron primero apedreados y después, enterrados vivos en una antigua mina de arena de la Vía Salaria Nova.

El día del aniversario de la muerte de los mártires, algunos cristianos se reunieron ahí a orar junto a su sepulcro. El emperador se enteró de que los fieles se hallaban dentro y mandó tapiar la entrada de la mina con rocas y tierra, y así los cristianos murieron ahí. Se trata de los Santos Diodoro (sacerdote), Mariano (diácono) y sus compañeros, quienes se conmemoran el día 1º de Diciembre.

Es cierto que San Crisanto y Santa Daría realmente habían sido apedreados y enterrados vivos en esa mina. Se cuenta que su tumba y la de los cristianos martirizados fue descubierta más tarde en el día de su aniversario. San Gregorio de Tours describió el santuario que había sobre la mina, pero sin nombrar a los mártires. En el siglo IX, las pretendidas reliquias de San Crisanto y Santa Daría fueron trasladadas a Prüm (Prusia), y cuatro años después, a Münstereifel, donde se encuentran actualmente. El sepulcro de los mártires se hallaba en las cercanías del cementerio de Trasón, en la Vía Salaria Nova, donde hay antiguas minas de arena.

 

La Aparición de la Santa Cruz.

(7 de Mayo)

Los historiadores se inclinan a creer que esta fiesta no es de origen romano, ya que el Sacramentario Gregoriano no la menciona, pero se cree que el primer país que empezó a celebrarla fue Galia.

El Félire de Oengus y la mayoría de los manuscritos del Hieronymanum mencionan esta fiesta. El manuscrito Eternach indica la fecha de esta fiesta el 7 de Mayo. Según se cree, esta fecha tiene relación con la fiesta que se celebraba en Jerusalén y Armenia en memoria de la cruz de fuego, aparecida en el cielo el 7 de Mayo del año 351, según lo expresado por San Cirilo en una carta al emperador Constancio. Muy probablemente la fecha 3 de Mayo proviene del tratado apócrifo "De inventione crucis dominicae." La más antigua mención de la celebración de la Santa Cruz en Occidente parece ser la de los escritos de Silos (c.650), donde se lee: "dies sanctae crucis."

La Fiesta de la "Aparición," es decir, del descubrimiento de la Santa Cruz, que se celebra hoy en día, con rito doble de segunda clase, podría parecer más importante que la fiesta de la "Exaltación," la cuál se celebra en Septiembre con el rito doble simplemente. Sin embargo, existen muchas pruebas que afirman, que la fiesta del mes de Septiembre es más antigua. Por otra parte, se debe aclarar que existieron confusiones en los dos incidentes de la historia de la Santa Cruz, dando origen a las respectivas celebraciones. En realidad, ninguna de las dos fiestas estaba originalmente relacionada con el descubrimiento de la Santa Cruz. La fiesta de Septiembre conmemoraba la solemne adoración a la Santa Cruz, que tuvo lugar en el año 335, a raíz de la cuál Santa Elena indujo a Constantino a construir unas iglesias en el Santo Sepulcro. Por otra parte, no podemos asegurar que el acontecimiento se haya celebrado, precisamente, el 14 de Septiembre. Es cierto que tuvo lugar en Septiembre, pero se conoce que cincuenta años después, en tiempos de la peregrina Eteria, la conmemoración duraba una semana, es por eso que no hay razón para preferir ese día u otro. Eteria dice lo siguiente: "Así pues, la consagración de estas santas iglesias se celebra muy solemnemente, sobre todo, porque la Cruz del Señor fue descubierta en el mismo día. Precisamente por esto, las santas iglesias fueron consagradas ese día, para que la celebración de ambos acontecimientos tuviese lugar en la misma fecha." De aquí se deduce que en Jerusalén se celebraba en Septiembre el descubrimiento de la Cruz. A su vez un peregrino de nombre Teodosio afirmaba este acontecimiento en el año 530.

En la actualidad, la Iglesia celebra el 14 de Septiembre un acontecimiento muy diferente a saber, el hecho de que el emperador Heraclio, en el año 629, había recuperado las reliquias de la Cruz, que el rey Cosroes II de Persia se había llevado de Jerusalén unos años antes. El Martirologio Romano y las escritos de Brevario lo expresan claramente. Sin embargo, hay razones para pensar que el título "Exaltación de la Cruz" se refiere al acto físico de levantar la sagrada reliquia para veneración del pueblo, también es probable que la fiesta se haya llamado así desde una época anterior a la de Heraclio.

En lo que se refiere a los hechos reales del descubrimiento de la Cruz, debemos aclarar que carecemos de informes de la época. El "Peregrino de Burdeos" (año 333) no menciona la Santa Cruz. El historiador Eusebio, contemporáneo de los hechos, de quien podríamos esperar abundantes detalles, no menciona el descubrimiento, aunque parece no ignorar que había tres santuarios en el sitio del Santo Sepulcro. Así pues, cuando afirma que el emperador Constantino "adornó un santuario consagrado con emblema de la salvación," podemos suponer que se refiere a la capilla "Gólgota," en la que, según Etera, se conservaban las reliquias de la Cruz. San Cirilo, obispo de Jerusalén, en las instrucciones catequísticas, que dio en el año 346, menciona varias veces que el madero de la Cruz, "fue cortado en pequeñísimas partes, en el sitio donde fue crucificado el Señor, y luego distribuidos por todo el mundo." Además, en su carta a Constancio, afirma expresamente que "el madero salvador de la Cruz fue descubierto en Jerusalén, en tiempos de Constantino." En ninguno de estos documentos se habla de Santa Elena, que murió en el año 330. Tal vez el primero que relaciona a la santa con el descubrimiento de la Cruz, es San Ambrosio, en el sermón "De Obitu Theodosii," que predicó en el año 395. Inclusive en la misma época y aún más tarde, encontramos numerosos testigos, como San Juan Crisóstomo, Rufino, Paulino de Nola, Casiodoro y los historiadores de la Iglesia, como Sócrates, Sozomeno y Teodoreto, quienes mencionan este hecho.

San Jerónimo que vivía en Jerusalén, basándose en la tradición, relaciona a Santa Elena con el descubrimiento de la Cruz. Desgraciadamente, los testigos no están de acuerdo acerca de los detalles de este acontecimiento. San Ambrosio y San Juan Crisóstomo nos informan de que las excavaciones comenzaron por la iniciativa de Santa Elena y dieron como resultado el descubrimiento de tres cruces. Los mismos autores añaden que la Cruz del Señor, que estaba entre las otras dos, fue identificada gracias al letrero que había en ella. Por otra parte, Rufino, a quien sigue Sócrates, dice que Santa Elena ordenó que se hiciesen excavaciones en un sitio determinado por divina inspiración y que ahí, se fueron encontradas tres cruces y un cartel. Como era imposible saber, a cuál de las tres cruces pertenecía el cartel con la inscripción, Macario — el obispo de Jerusalén — ordenó que llevasen al sitio del descubrimiento a una mujer que estaba por morir. La mujer tocó las tres cruces y, al tocar la última, se curó, con lo cual se pudo identificar la verdadera Cruz del Salvador.

En otros documentos de la misma época aparecen versiones distintas sobre la curación de la mujer, el descubrimiento de la Cruz y la disposición de los clavos. Finalmente, queda la impresión que aquellos autores, cuyos escritos fueron hace sesenta años después de los hechos, se preocupaban por sobre todo, por los detalles edificantes, y se dejaron influenciar por ciertos documentos apócrifos, que sin duda, estaban ya en circulación.

El más notable de dichos documentos es el tratado "De inventione crucis domincae," del decreto pseudogelasiano (c. 550), el mismo indica que se debe desconfiar. No cabe duda de que ese pequeño tratado alcanzó gran divulgación. El autor de la primera redacción del Liber Pontificalis (c. 532) debió manejarlo, pues lo cita al hablar del Papa Eusebio. También debieron reconocerlo los revisores del Hieronymianum, en Auxerre, en el siglo VII. Aparte de los numerosos anacronismos del tratado, lo esencial es lo siguiente. El emperador Constantino hallándose en grave peligro de ser derrotado por las feroces hordas de Danubio, presenció la aparición de una cruz muy brillante con una inscripción que decía: "Con este signo vencerás." La victoria fue obtenida. Constantino, después de haber instruido y bautizado por el Papa Eusebio en Roma, movido por el agradecimiento, envió a su madre Santa Elena a Jerusalén, para buscar las reliquias de la Cruz. Los habitantes no supieron responder a las preguntas de la santa, pero finalmente, recurriendo a las amenazas consiguió que un sabio judío, llamado Judas, le revelase lo que sabía. Las excavaciones, fueron muy profundas, y dieron como resultado el descubrimiento de las tres cruces. Se identificó la verdadera Cruz, al colocar la misma sobre un muerto, cuando éste resucitó. Judas se convirtió al cristianismo luego de presenciar el milagro. El obispo de Jerusalén falleció, y Santa Elena eligió al recién convertido Judas — quien más adelante se llamó Ciríaco — como suceder al obispo. El Papa Eusebio acudió a Jerusalén para consagrarlo y, poco después de hacer generosos regalos a los Santos lugares y a los pobres de Jerusalén, exhaló el último suspiro, encargando a los fieles que celebrasen anualmente la fiesta el 3 de Mayo ("quinto Nonas Maii"), día del descubrimiento de la Cruz. Parece que Sozomeno (lib. II, c.I) ya conocía, antes del año 450, la leyenda del judío que reveló el sitio en que estaba enterrada la Cruz. Dicho autor no califica a esa leyenda como pura invención pero la desecha como poco probable.

Otra leyenda apócrifa aunque menos relacionada con el descubrimiento de la Cruz, aparece en el documento sirio llamado "La Doctrina de Addai." Ahí se cuenta que, sin haberse cumplido 10 años después de la Ascensión del Señor, la esposa del emperador Claudio Cesar, Protónica, fue a Tierra Santa, y obligó a los judíos a que confiesen, dónde estaban escondidas las cruces y reconoció la del Salvador por el milagro que obró con su propia hija.

Dado el carácter tan poco convincente de los documentos, la teoría más probable es, que la Santa Cruz se descubrió con la inscripción, en el curso de las excavaciones que se llevaron a cabo para construir la basílica constantiniana del Calvario. Luego del descubrimiento llegó, sin duda, un período de vacilaciones y de investigaciones, sobre la autenticidad de la cruz, probablemente dio origen a una serie de rumores y conjeturas, que tomaron forma en el tratado de "De inventione crucis dominicae."

También es posible que la participación de Santa Elena en el suceso, concuerde con lo que expresa Eteria cuando menciona que: "Constantino, movido por su madre embelleció la iglesia con oro, mosaicos y mármoles preciosos." La victoria se atribuye siempre a un soberano, aunque los que ganen las batallas son los generales y los soldados. Lo cierto es que, a partir de mediados del siglo IV, las pretendidas reliquias de la Cruz se esparcieron por todo el mundo como lo afirma repetidas veces San Cirilo y lo prueban algunas inscripciones fechadas en Africa como en otras regiones. Aún más convincente es el hecho de que a fines del mismo siglo, los peregrinos de Jerusalén veneraban con gran devoción al palo mayor de la Cruz. Eteria que presenció la ceremonia, dejó escrita una descripción de lo mismo. En la vida de San Porfirio de Gaza, escrita unos doce años más tarde tenemos otro testimonio de la veneración que se profesaba a la santa reliquia y casi dos siglos después, un peregrino conocido por el nombre incorrecto de Antonio de Piacenza, nos dice: "adoramos y besamos" el madero de la Cruz y tocamos la inscripción.

 

San Dionisio el Areopagita.

(3 de Octubre)

Cuando San Pablo viniendo de Berea, esperaba en Atenas a Silas y a Timoteo, "su espíritu se conmovió al ver la ciudad completamente entregada a la idolatría." Ello lo movió a ir al mercado y a la Sinagoga para exhortar al pueblo. Algunos filósofos epicúreos y estoicos que lo oyeron predicar, se le acercaron y le preguntaron: "¿Puedes explicarnos un poco la doctrina que predicas?" Pablo se dirigió entonces con ellos al Areópago o Colina de Marte, donde solía reunirse el consejo de la ciudad. Según dice San Lucas, "todos los atenienses y extranjeros que se hallaban ahí se dedicaban únicamente a contar o escuchar novedades." No es imposible que San Pablo haya acudido al Areópago a petición del consejo. En todo caso, ahí fue donde pronunció su famoso discurso sobre el Dios desconocido. Entre los que se convirtieron entonces había una mujer llamada Damaris y un hombre llamado Dionisio, apodado el "Areopagita" (Hechos, XVII, 13-34), porque era miembro del consejo, o Areópago.

A esto se reduce lo que sabemos con certeza sobre Dionisio. Eusebio dice que San Dionisio de Corinto fue el primer obispo de Atenas. San Sofronio de Jerusalén y otros autores, afirman que fue mártir. Por otra parte, el Menologio de Basilio añade que fue quemado vivo en Atenas durante la persecución de Domiciano. Todos los calendarios antiguos ponen su fiesta en el día 3 de Octubre. Los sirios y bizantinos lo celebran todavía en esa fecha. No existe documento alguno, anterior al siglo VII, donde se afirme que San Dionisio haya salido de Grecia, pero los documentos posteriores lo mencionan en relación con las ciudades de Cotrone, Calabria y París.

La identificación de San Dionisio Areopagita con San Dionisio (Denis) de Francia (de la que hablaremos más adelante) ha dejado huellas en el Martirologio Romano y en la liturgia del día. La sexta lección de maitines termina con estas palabras: "Escribió obras admirables y celestiales sobre los Nombres Divinos, sobre las jerarquías eclesiásticas y celestes, así como diversos tratados de teología mística y otras materias" Como es sabido, en la Edad Media se cometió también el error de atribuir a San Dionisio Areopagita cuatro tratados y diez cartas, que del siglo X al XV se contaron entre los escritos teológicos y místicos más apreciados y admirados, así en el Oriente como en el Occidente, y ejercieron una influencia enorme sobre la escolástica. La convicción creciente de que no habían sido escritos por el discípulo de San Pablo, sino por un autor muy posterior que los había atribuido falsamente al Areopagita, los hizo pasar a segundo término durante largo tiempo. Pero en la época moderna, debido al valor intrínseco de dichos escritos, por más que sean de fecha desconocida, se ha comenzado a darles nuevamente la importancia que merecen.

 

Santa Dorotea Virgen y Mártir.

(5 Febrero)

Santa Dorotea, virgen y mártir, tan celebre en todas las Iglesias latinas, fue natural de Capadocia, de una familia distinguida por su nobleza, pero mucho más por su piedad; pues se cree que su padre y su madre habían ya merecido la dicha de derramar su sangre, y dar la vida por Cristo, cuando su hija Dorotea mereció también la corona del martirio.

Era tan universalmente estimada la virtud de nuestra tierna doncella en Cesárea, donde había nacido, que era tenida por un milagro de prudencia, de molestia y de piedad, mirándola como ejemplo de todas las doncellas cristianas.

La pretendieron como esposa; pero la Santa se había declarado tan ostensiblemente por la virginidad, que los cristianos la llamaban la esposa de N.S.J.C, y su virtud, acompañada de una virginidad modestia, la hacia respetable hasta por los mismos paganos.

Luego que llego a Cesárea el gobernador Sapricio, oyó hablar mucho de las raras prendas de Dorotea, y se dijo que era ella la que con su ejemplo y reputación estorbaba a los Cristianos a que obedeciesen los edictos de los Emperadores. Con este aviso la mando prender; y habiéndola hecho comparecer en su tribunal, la pregunto cómo se llamaba. — Me llamo Dorotea, respondió la Santa con aquella apacibilidad y aquella modestia que inspiraba a todos veneración y respeto a su persona. ¿Por qué rehusas adorar a los dioses del imperio? Replico el Gobernador: ¿Ignoras por ventura los decretos imperiales? — No Ignoro, respondió la Santa, lo que los emperadores han mandado; pero también sé que sólo se debe adorar al único Dios verdadero; y que esos que vosotros llamáis dioses del imperio son unas puras quimeras, transformadas en deidades por el antojo de los hombres, para autorizar los mayores desórdenes, y las pasiones más vergonzosas.

Quedó como cortado Sapricio al oír una respuesta tan cuerda y tan no esperada; pero disimulando su admiración, se contentó con decirle en tono blando y cariñoso: Que si no quería tener la misma suerte que sus padres, era menester obedecer, pues no había otro medio para salvar la vida. Yo no temo los tormentos, respondió la Santa, ni tengo mayor ansia que dar mi vida por Aquel que redimió á costa de la suya. ¿Y quién es ese por quien tanto deseas morir? Dijo Sapricio. — Es Jesucristo, mi salvador y mi Dios, respondió Dorotea.

¿Y dónde está ese Jesucristo? Replicó el Gobernador. En cuanto Dios dijo Dorotea, está en todas partes, y en cuanto hombre está en el cielo á la diestra de Dios Padre, siendo la gloria de todos los que le sirven, dónde después de mi muerte espero poseerle por toda la eternidad.

No hizo caso el Gobernador de lo que acababa de oír, y dijo a la santa: Déjate de todas esas vanas ideas: da sacrificio a los dioses, y cásate; que si no lo haces así voy a condenarte al ultimo suplico. — No quiera Dios, respondió Dorotea, que siendo cristiana sacrifique a los demonios, ni que teniendo la dicha de ser esposa de N.S.J.C, piense jamás en otro esposo. Interrumpiola Sapricio, y ordeno que la entregasen a dos hermanas, llamadas Crista y Calixta, que pocos días antes había renunciado la fe de N.S.J.C, prometiéndolas un gran premio si lograban pervertir a Dorotea. Hicieron las dos cuanto pudieron para obligarla a apostatar, como lo habían hecho ellas; pero sucedió tan al contrario, que la Santa las redujo al gremio de la santa Iglesia; porque las hablo con tanta eficacia, que rendidas a sus exhortaciones detestaron su apostasía, y deshechas en lagrimas se arrojaron a los pies de nuestra Santa, suplicándole hiciese oración por ellas, para que el Señor se dignase a aceptar su penitencia. Acepto el pedido Dorotea y las fortifico tanto en la fe, que llamadas por el Gobernador para saber si la habían seducido a sacrificar a los ídolos, le respondieron: que harto arrepentidas están ellas de haber cometido esta vileza. Arrebatado Sapricio de furor al oír esta respuesta, mando a que diesen sacrificio a los ídolos y si así no lo hiciesen que fuesen arrojadas las dos en una caldera de agua hirviendo a vista de Dorotea. Ejecutose así, y las dos santas hermanas pidieron al Señor que aceptase aquel tormento en pago por sus pecados, teniendo la dicha de recibir la corona del martirio antes que la misma Dorotea que tan felizmente las había restituido al camino de la salvación.

Enfurecido Sapricio por un suceso tan poco esperado, mandó que Dorotea fuese torturada sin piedad. No es posible imaginar el padecimiento que sufrió la santa doncella, por la inhumana crueldad de sus verdugos. Pero estaba tan alegre que Sapricio no pudo contener su curiosidad y le preguntó la razón de su alegría. La santa le dijo" Estoy sumamente gozosa, porque en mi vida he tenido el consuelo que experimento hoy, ya que Dios se ha valido de mí, para restituir a Jesucristo aquellas dos almas, que vosotros le habéis quitado, y espero que muy pronto yo también iré a hacer compañía a los bienaventurados, en la alegría que tienen también por lo mismo."

Mandó Sapricio que la apaleasen cruelmente, y la abrasasen con hachas encendidas por los costados, pero cuanto más la atormentaban, más alegre se ponía Dorotea. Al fin, avergonzado por haber sido vencido por la tierna doncella, Sapricio pronunció la sentencia. Apenas lo oyó la santa, llena de alegría exclamó": Bendito seas Señor, por la gracia que hacéis de darme un lugar en Vuestro Paraíso, adonde me llamáis."

Cuando la llevaban al suplicio, se encontró con un joven abogado llamado Teófilo, quien, para burlarse de ella le dijo: "Te encargo, esposa de Jesucristo, que cuando llegues al jardín de tu Esposo no dejes de enviarme unas flores manzanas." Se lo prometió la santa y cuando estaban en el cadalso, donde la santa sería degollada, se le apareció un mancebo, con una canastilla y tres hermosas manzanas y flores frescas, aunque no eran de su tiempo. Pidióle la santa que se lo llevase a Teófilo, de parte de ella, mientras ella se iba al cielo, y puesta de rodillas, alargó su cuello al cuchillo,

Le cortaron la cabeza el día 6 de Febrero del año 308,

Estaba Teófilo contando a sus amigos lo que le había pasado, cuando el mancebo de las manzanas llegó a él, y apartándolo, le entregó las manzanas y las flores. El milagro era visible, ya que era el mes de febrero y toda Capadocia estaba cubierta de nieve. Teófilo, mudado de repente, comenzó a clamar, que solo N.S.J.C. era Dios y que eran bienaventurados, quienes como Dorotea derramaban su sangre por Él. Sucedió en la ciudad una conversión tan milagrosa como repentina. El mismo Teófilo publicó el milagro confesó la fe cristiana y fue a hacerle compañía a Dorotea, padeciendo el martirio

En el día de su fiesta se bendicen manzanas, en memoria del milagro relatado.

 

San Dositeo Solitario.

(19 de Febrero)

Dositeo fue criado y educado en la casa de un oficial que lo amaba como a su hijo, con la mayor delicadeza y el mayor obsequio, y en total ignorancia de la Religión Cristiana. Un día escuchó hablar de Jerusalén y de los Lugares Santos, y Dios le inspiro el deseo de hacer este viaje. Entonces le pidió permiso al Oficial, y este le contó a un amigo suyo que tenia que marchar a Palestina.

Después que visitaron los Santos Lugares de Jerusalén, pasaron a Getsemani. Ahí había un cuadro en el cual estaban representados los imágenes del infierno; y como el joven nunca había oído hablar del infierno, ni del Juicio de Dios, se quedó asombrado sin poder adivinar lo que significaba. Se encontraba en aquel momento junto a una señora, que le explicó lo que significaba aquella pintura. Dositeo la escuchaba con mucha atención, y Dios le había tocado el corazón al mismo tiempo. Entonces le preguntó qué debía hacer para evitar aquellos horribles sufrimientos. "Ayuna, — le respondió la señora, — no comas carne y reza sin cesar. Viviendo de esta manera te librarás de estos sufrimientos." Desde aquel instante comenzó Dositeo a observar fielmente estas tres cosas. Esta mudanza tan repentina ocasionó una inquietud al hombre quien lo había traído. Mucha gente, viendo su constante perseverancia, le dijo, que aquella vida no era correspondiente a un hombre del mundo y que si pensaba continuarla, sería mejor pasarla en un Monasterio. Dositeo rogó a los que le habían aconsejado que lo llevasen a alguno. Entonces lo llevaron al monasterio del rector Abad Serido, que pertenecía al territorio de Gaza. Viendo el rector a un joven lindo y fino, puso algunas dificultad en recibirlo, ya que sospechaba que su deseo fuese por algún movimiento de un fervor pasajero. Con este temor llamó a uno de los monjes, llamado Doroteo que cuidaba a los enfermos, quien era un hombre de gran discernimiento y muy adelantado en la perfección, y le encargó a examinar la vocación de aquel mozo. Doroteo le hizo algunas preguntas, y no le pudo sacar más que estas palabras: "Quiero salvarme." Entonces fue Doroteo a dar cuenta al rector de su mandato y le dijo, que aquel joven no tenía vicio alguno, y que lo podía recibir sin temor. El rector, que no pensaba que sea conveniente admitirle los ejercicios de la Comunidad, le ordenó a Doroteo a que lo tenga bajo su conducta.

Doroteo guiaba a su discípulo con mucha sabiduría y discreción. Dositeo naturalmente tenía un gran apetito a la comida. Su maestro que quería formarlo poco a poco para ser sobrio, al principio le dio la libertad para comer cuanto deseaba, observando lo que podía comer en un día. Después le sacaba de vez en cuando alguna porción de su comida. Con este método le redujo fácilmente a ocho medidas de pan por día. En consideración a la delicadeza de su temperamento, no lo obligaba a asistir por la noche a la ultima parte de su oficio, ni ayunar los días consecutivos. Principalmente se dedicó a inspirarlo en las virtudes esenciales del estado monástico, le enseño a ser humilde y obediente, a renunciar en todo a su voluntad, y a desprender su corazón de las cosas más pequeñas. Dios bendijo el cuidado y la atención de su maestro. La virtud de la obediencia apareció en un grado tan eminente en San Dositeo, que se puede considerar que su carácter en particular se distingue de otros muchos Santos.

Dositeo paso cinco años en este Monasterio, sin haber hecho jamás algo por su propia voluntad, aunque fuese algo insignificante. Al cabo de este tiempo se enfermó de pulmonía, hasta que tosía con sangre. Un hermano le dijo que los huevos frescos aliviaban mucho la tos y ayudaban a detener la sangre. Y como ese pensamiento lo preocupaba mucho, le dijo a San Doroteo: "Maestro mío, me han aconsejado un remedio para mi mal, pero como este pensamiento me ocupa mucho el espíritu, te ruego que me prometas no hacérmelo tomar." Doroteo lo prometió y admiró el espíritu de mortificación del que estaba animado. Cumplió con su palabra, pero después le hizo tomar todos los remedios que podían servirle de algún alivio. Durante su enfermedad San Doroteo lo animaba a seguir con la oración, en cuanto le permitían sus fuerzas, y le preguntaba de vez en cuando, cómo iba en ese ejercicio. Entonces le dijo San Doroteo, que no se preocupe y después de haber padecido largos y crueles dolores con una paciencia admirable, pasó de esta vida a la eterna bienaventuranza, luego de una muerte muy tranquila, de la cual no se sabe el tiempo.

 

Santa Emilia Virgen.

De Santa Emilia se ignoran las circunstancias de su vida, aunque se cree que floreció en los primeros siglos de la Iglesia. Sin embargo, en muchos calendarios de la cristiandad, especialmente franceses, conmemoran a varias Santas Emilias: el 5 de Abril, 15 de Agosto y 24 de Diciembre. Algunas de ellas son las Santas Emilias, que menciona el martirologio romano en los días 5 de Enero y 30 de Junio.

 

Santa Eudocia Penitente y Mártir.

(1º de Marzo)

Hacia el principio del segundo siglo, siendo Trajano el emperador, vino a fijar su residencia en Heliópolis una famosa cortesana llamada Eudocia, originaria de Samaria, que sin duda se alejó de su país únicamente para vivir con mayor libertad en su desordenada vida.

Se distinguía por su gran hermosura en aquel tiempo. Daba nuevo lustre a su belleza la bizarría con que se manejaba. Su entendimiento era vivo, claro y brillante. Su carácter era alegre, festivo y despejado; su aspecto era naturalmente libre y desenvuelto. Sus ojos introducían dulcemente el veneno hasta el corazón de cualquiera y pocos habían podido resistir en no caer en el halagüeño lazo de sus redes.

Ninguna otra dama cortesana jamás fue tan indecente, e incluso, ninguna otra hizo jamás tanto daño. Le hacían la corte los mayores señores, encantados de su hechicero atractivo. Nunca se dejaba ver en público, sino siempre vestida fastuosamente y con joyas que fascinaban a todos cuando la veían. En su cuarto lucían los muebles más finos, ya que ella tenía constante fama que le había juntado todas esas inestimables riquezas.

Vivía Eudocia entregada a las más escandalosos desórdenes, cuando el Señor, que se complace en renovar de tiempo en tiempo su Iglesia con más estupendos milagros de Su misericordia, Vino a buscar a esta oveja perdida y Quiso descubrir a aquella segunda Samaritana, las saludables aguas de su gracia.

Un santo monje, llamado Germano, que se volvía al desierto y pasaba por Heliópolis, se fue a pasar la noche en la casa de un cristiano conocido suyo, que vivía al lado de Eudocia. Después de haber dormido como dos o tres horas, se levantó a media noche y comenzó a cantar salmos, como de costumbre. Luego se puso a leer un libro espiritual, que siempre llevaba consigo, a propósito en voz alta para que el sueño no lo venciese, que hablaba de las terribles penas que sufrirán los condenados al infierno, mientras que los bienaventurados gozarán de las eternas delicias de la gloria.

La habitación en la cual se encontraba el santo religioso daba justo al dormitorio de Eudocia, y se separaba del mismo por sólo un débil tabique. Eudocia, despertada por el ruido de su cántico, se puso a escuchar curiosamente lo que el santo estaba leyendo, y quedó espantada de lo que oyó.

Apenas amaneció, le envió un mensaje, suplicándolo que pasase a verla. Entonces le preguntó por su religión, su estado, el motivo de su viaje, y le rogó después que se tome el trabajo de explicarle lo que había oído aquella noche. El buen monje, que conocía interiormente aquellas espantosas verdades, le reveló todos sus hechos, que Eudocia, sin poder disimular más su asombro, ni reprimir su llanto, dio un lastimoso grito exclamando: "Pues, padre, según eso, yo seré condenada."

Aprovechando el siervo de Dios de aquella feliz predisposición, le dijo: "Ahora me debes dar permiso, señora, para que yo también te pregunte quién eres y qué religión profesas." "Yo, — respondió Eudocia, — soy de Samaria, y profeso la secta de los samaritanos o, mejor dicho, no profeso ninguna religión, y aunque me he entregado ciegamente a todo tipo de disoluciones, quiero saber ahora si será posible para mi evitar esos suplicios eternos." "Es posible, señora, — replicó el prudente Germano, — si tu quieres convertirte de veras y arrepentirte de tus pecados. Jesucristo, Nuestro Salvador a ningún pecador, verdaderamente arrepentido y penitente excluye de su misericordia." "Pues dime, te ruego, — dijo desesperadamente Eudocia, — qué debo hacer para conseguirla." "Deja de pecar, — le respondió el siervo de Dios, — y llama sin esperar a algún sacerdote cristiano para que te instruye en la fe y te dé el santo bautismo, sin lo cual no hay salvación."

Enseguida llamó Eudocia a uno de sus sirvientes y le mandó que en el mismo momento fuese a buscar al sacerdote de los cristianos, y lo trajese, sin decirle quién lo está llamando, advirtiéndole que era urgente. Cuando llegó el sacerdote, quedó sorprendido y mudo en el momento de ver en la casa a Eudocia. Ella se presentó y, deshaciéndose en lágrimas, se arrojó a sus pies, rogándole por el amor del Salvador de todos los hombres, que no la deje en esa situación.

"Sé, — dijo ella, — que soy la peor pecadora que han conocido los siglos. Pero también sé, porque así me lo han dicho, que la misericordia de tu Dios es infinitamente mayor que mis pecados. Yo quiero ser cristiana, y quiero recibir de tu mano el santo bautismo. Concédemelo, y junto con el mismo, enséñame las reglas de la vida que te prometo que cumpliré."

Asombrado el sacerdote y agradeciendo al autor de esa maravilla conversión, que fue el monje Germano, le aconsejó a Eudocia que, luego de quitar todo lo profano: vestidos y joyas preciosas, se vistiese modestamente, y que se retire en un cuarto por siete días, haciendo ayuno y oración, sin ver a nadie. Ella cumplió todo como le dijo el sacerdote. Pasado el tiempo estimado, la fue a ver el santo monje, a quien ella misma le suplicó que se detuviese. La encontró tan cambiada, pálida y extenuada, que apenas la reconoció. Luego que la santa lo vio cerca, levantando la voz, diciendo: "Dad, padre mío, muchas gracias al Señor por las misericordias que ha hecho su piedad conmigo, indigna pecadora. Pasé los seis primeros días de mi retiro llorando por mis enormes culpas y cumpliendo con la mayor exactitud todos los ejercicios devotos que tu me diste. Al séptimo día, cuando yo estaba arrodillada con el rostro contra el suelo, me di cuenta de repente que estaba rodeada de una hermosa luz que me deslumbraba. Vi en medio de ella un bizarro joven vestido de blanco, que con su semblante majestuoso y severo me tomó de la mano y me llevó por el aire hasta el cielo, donde vi una innumerable multitud de personas vestidas del mismo traje y color, que demostraban una gran alegría de verme, se complacían recíprocamente, y me daban muchas enhorabuenas de que algún día yo será participante de esa gloria maravillosa.

Cuando yo me encontraba asombrada y ocupada totalmente de esa dulce visión, apareció de repente un espantoso monstruo, que con horribles aullidos se quejaba ante Dios de que injustamente se le había quitado una presa que por tantos hechos ya era suya. Pero enseguida le hizo huir vergonzosamente una voz que bajó del cielo, diciendo que se complacía Dios en tener misericordia de los pecadores arrepentidos. La misma voz me alentó con la esperanza de tener una especial protección por el resto de mi vida, ordenando a mi guía, que entendí que era el Arcángel San Miguel, que me llevé al lugar de donde me había traído. Ahora, padre mío, te toca a enseñarme lo que debo hacer para lograr tan grandes beneficios."

Bienaventurado Germano, admirando de nuevo las misericordias del Señor, dio a Eudocia las saludables instrucciones que le parecieron necesarias. Le ordenó que recibiese cuanto antes el santo bautismo y despidiéndose de ella le dijo: "Espera hija mía, que pronto volveré a verte para decirte entonces lo que el Señor quiere que hagas." Le costó muchas lágrimas a Eudocia la partida del siervo de Dios.

Las noticias que la famosa cortesana se había mudado llegaron al obispo Teodoro. Y él estaba esperando ansiosamente pruebas más seguras de la sinceridad de su conversión, cuando lo informaron de que Eudocia, vestida humildemente, le pedía su audiencia.

Ante la presencia del santo prelado, se arrojó a sus pies y deshaciéndose en lágrimas, le pidió que no demore más con su bautismo. El obispo, viéndola tan sensatamente dispuesta y suficientemente instruida, le concedió con mucho gusto lo que ella deseaba.

Viéndose ya cristiana Eudocia, los llamó a todos sus esclavos y les dio la libertad, suplicándoles a seguir su ejemplo. Después despidió a todos los demás criados, pagándoles sus salarios y además, liberando a todos. Cedió sus inmensos bienes a los pobres, suplicando al obispo Teodoro que se encargue de distribuirlos.

El obispo quedó asombrado viendo esa decisión tan generosa, tan cristiana y tan heroica. Pero aun se quedó más fascinado, cuando vio la enorme cantidad de bienes, propiedades, muebles caros, y ricas joyas que sacrificaba al Señor la nueva penitente.

Desde aquel momento su vida fue gran ejemplo de las más heroicas virtudes. Se entregó infinitamente a las más rigurosas penitencias. Su ayuno era estrechísimo y continuo. Conservó por siempre el traje de neófito, y no volvió a parecer en público, sino iba a la iglesia a llorar por sus culpas ante el altar.

El monje germano volvió a Heliópolis, como le había prometido y encontró a su hija espiritual, Eudocia elevada a un grado de perfección muy superior, que tenía cuando él se separó de ella. Entonces le propuso que sería conveniente que se fuese a encerrar en algún lugar más solitario para pasar en penitencia y retiro el resto de sus días. Ella obedeció al instante este alejamiento, y desde entonces pasó en perpetuas oraciones y rigores su heroica vida.

Indispensablemente, una conversión tan ruidosa y una virtud tan extraordinaria había de irritar a todo el infierno. Los que amaban torpemente a Eudocia pecadora, no podían tolerar a Eudocia arrepentida.

Un joven muy vicioso y atrevido, decidió sacarla del desierto, por las buenas o por las malas. Se vistió de monje, encontró a Germano, y postrándose a sus pies, le suplicó que le permite ser su discípulo y compañero en aquella soledad. Sorprendido el buen Germano al oír la pretensión del engañoso joven, le explicó que era muy mozo y muy fino para llevar el rigor de aquella vida. "Yo lo confieso, — replicó el falaz joven, — viendo lo que hizo Eudocia, que ayer fue cortesana y hoy es penitente, sería muy vergonzoso para mi no poder hacer lo mismo. Permíteme no más que yo la vea, y que pueda hablarle dos palabras, porque creo que sus palabras me inspirarán tanto fervor y tanto aliento, que ninguna penitencia, ningún rigor se me va a ser imposible." "Germano le creyó y le dio el permiso para ver a Eudocia.

Eudocia en ese momento ya estaba prevenida por el Señor del incidente que la esperaba, y apenas vio al joven disfrazado, sin dejarle terminar con su insolente discurso que había comenzado, le habló tan impresionantemente y vivo, como si la voz fuese el trueno y cada sílaba un rayo. El joven cayó a sus pies muerto. Entonces le pidieron a la santa, por el nombre de Dios, que se compadeciese de aquella alma infeliz. Ella rezó, y con un nuevo milagro le restituyó la vida, mandándolo de inmediato a hacer penitencia.

Insatisfecho el demonio de su fracasado intento, le quiso mandar otra prueba. Le dijeron a Aureliano — gobernador de la provincia — que después de haberse convertido Eudocia a la religión cristiana, había llevado consigo al desierto infinitos tesoros, y que sería interesante para el gobernador y para el bien público, recoger aquellas inmensas riquezas.

Entonces Aureliano manó a un oficial con trescientos soldados, con la orden de que se apoderasen de todo. Dios le reveló a la santa lo que iba a suceder, asegurándola que Él la cuidaría, y con una mano invisible los detuvo, viendo ellos delante suyo a un espantoso dragón. Todos fueron disipados, menos tres, que llevaron la noticia a Aureliano. Irritado el hijo del gobernador, partió con tropas más numerosas, pero al bajar del caballo, éste le dio una patada tan fuerte, que cayó muerto. Cuando el gobernador vio entrar a su casa al cadáver de su hijo, furioso de sentimiento y violencia, quiso ir él mismo a despedazar a Eudocia con sus propias mano. Pero un caballero llamado Filóstrato lo detuvo y le aconsejó que deje sus amenazas inútiles y que le pide las oraciones de Eudocia. Aureliano siguió su consejo y le escribió una carta suplicándole restituir la vida a su hijo. La santa le respondió la carta, poniendo en el lugar del sello tres cruces. Desesperado el gobernador hizo traer el cadáver de su hijo, y ni bien puso sobre él la respuesta de la santa, cuando en el mismo momento resucitó su hijo. A un milagro tan asombrado solía seguir el efecto que le correspondía. Luego se convirtió a la fe cristiana Aureliano con toda su familia, y poco después murió santamente.

Finalmente, habiendo vuelto a encenderse la persecución contra los cristianos en tiempos del emperador Trajano, encontró Santa Eudocia la corona del martirio por la cual suspiraba. Enterado el sucesor de Aureliano, llamado Vicente, de las maravillas que obraba nuestra santa, le pareció que era conveniente deshacerse de ella silenciosamente, temiendo por alguna sublevación popular, y así la mandó a degollar en secreto. Sucedió su martirio el día 1 de Marzo del año 114 de Nuestro Señor Jesucristo, cuya gracia triunfó tan gloriosamente en nuestra dichosa mártir.

Santa Eugenia Virgen y Mártir.

(26 de Marzo)

Reinando en Córdoba el moro Abderramén III — cruel perseguidor de los cristianos — murió en aquella ciudad en defensa de la fe cristiana una santa virgen llamada Eugenia, cuya patria se ignora, y también su linaje de su muerte por la cual recibió el premio de su confesión. Ocurrió su muerte el 26 de Marzo del año 923.

Se ha conservado la memoria de ese hecho triunfal en una nota escrita que fue encontrada hecha en una losa de mármol blanco, casi de dos tercias de largo y un poco más de una de ancho, enterrada en el barrio de Córdoba que llaman de los Marmolejos, cerca del convento de San Pablo de la orden de Santo Domingo. Fue hallada en las excavaciones que se hicieron en el año 1544. En esa inscripción consta el nombre de esta santa y la fecha de su martirio. No se debe confundir a Santa Eugenia con la hija de Filip y Claudia, que sufrieron en Roma en tiempos del emperador Galiano, y cuya cabeza fue enviada por el papa al rey D. García y se venera en el monasterio de Santa María de Nájera.

 

San Eustacio arzobispo de Antioquía.

(21 de Febrero).

Eustacio era de la ciudad de Sida de Panfilia. Sus conocimientos lo elevaron al trono de Berea, y fue uno de los más celosos defensores de los dogmas apostólicos.

Los avances de la herejía de Ario aumentaban. El emperador Constantino, después de haber realizado muchos esfuerzos para extinguirlos, creyó que nada podría ser capaz de apagar un incendio tan grande, como un concilio general, donde se encontrasen reunidas todas las fuerzas de la iglesia.

Entonces convocó en Nicea un concilio en el año 325. Todos los obispos del mundo cristiano fueron invitados por escrito respetuosamente, y les suministró carruajes y provisiones necesarias para el viaje.

De esta manera se encontraron en Nicea trescientos dieciocho obispos católicos, todos muy respetables. Unos por su santidad, otros por sus doctrinas, y la mayor parte por la confesión del nombre de Nuestro Señor Jesucristo y el testimonio de la verdad que dieron durante las persecuciones.

San Eutacio fue el primero que estaba sentado en la sala del Concilio, del lado derecho. Habiendo tomado cada uno su asiento después que se siente el emperador, a quien se le había preparado una pequeña silla de oro, se levanto Eustacio, y dirigiendo la palabra a Constantino, lo felicito porque la Iglesia se hallaba unida debido a su preocupación y su liberalidad para decidir sobre el punto de la doctrina más importante que se había agitado en la Iglesia. Habiendo respondido el Emperador en latín al discurso de Eustacio, dejo la palabra a los Presidentes del Concilio, y dio a todos los Obispos que asistieron a Concilio la libertad de palabra necesaria para examinar la doctrina.

Después de la conclusión del Concilio, en el cual fue prescrita la herejía arriana, San Eustacio fue encargado de llevar a los decretos a las provincias del oriente que dependían de su Iglesia.

Cumplió seriamente con su misión, lo que no fue muy difícil, ya que la cabeza de la herejía, o sea, Arrío y algunos de sus principales seguidores, permanecieron en el desierto, lugar a donde los había destinado Constantino después de su condenación. Pero el emperador los volvió a llamar, porque renovaron sus intrigas e intentaron por todos los medios vengarse de los Obispos que se opusieron más a sus errores.

Como Eustacio fue uno de los que manifestaron más el celo contra los arrianos, éstos concibieron contra el Santo un odio irreconciliable y decidieron vengarse. Para esto se valieron de la mentira y persuadieron al Emperador a expulsarlo a Tracia. El Santo sufrió con docilidad la injusticia de sus enemigos, y murió hacia el año 338.

San Eutimio El Grande Abad.

El nacimiento de este santo fue el fruto de las oraciones de sus padres y de la intercesión del mártir Polyeucto. El padre de Eutimio era un rico ciudadano de Melitene de Armenia. Ahí se inició Eutimio en las ciencias sagradas, bajo la dirección del obispo, quien le ordenó sacerdote y le encargó la supervisión de los monasterios. Eutimio visitaba con frecuencia el monasterio de San Polyeucto, y pasaba noches enteras orando en el monte vecino. Asimismo, se retiraba a orar todos los años, desde la octava de la Epifanía hasta el fin de la Cuaresma. Como su deseo de soledad no se satisfacía con esto, Eutimio abandonó secretamente su ciudad natal, a los veintinueve años de edad. Después de orar en los santos lugares de Jerusalén, se refugió en una celda, a diez kilómetros de la ciudad, cerca de la "laura" de Farán. Tejiendo canastas, ganaba lo suficiente para vivir y aun repartía algunas limosnas entre los pobres. Cinco años más tarde, se retiró con un tal Teoctisto a una cueva situada a unos quince kilómetros de su celda anterior, en el camino a Jericó. Ahí empezó a reunir algunos discípulos hacia el año 411. Confiando a Teoctisto el cuidado de la comunidad, el santo volvió a retirarse a una remota ermita. Sólo los sábados y domingos recibía a quienes iban en busca de consejo. Eutimio exhortaba a sus monjes a no comer nunca más de lo necesario para satisfacer el hambre, y les prohibía toda especie de singularidad en el ayuno y otras austeridades, porque tales cosas favorecen la vanidad y desarrollan la voluntad propia. Siguiendo el ejemplo de su maestro, todos los monjes se retiraban a la soledad desde la Epifanía hasta el Domingo de Ramos, fecha en que se reunían en el monasterio para celebrar los oficios de la Semana Santa. Eutimio recomendaba el silencio y el trabajo manual, con suerte sus monjes ganaban para comer, y un poco más para ayudar a los pobres.

Con la señal de la cruz y una corta oración, San Autimio curó de una parálisis de medio cuerpo a un joven árabe. El padre de éste, que había recurrido en vano a las famosas artes físicas y mágicas de los persas, se convirtió al cristianismo. Esto desató una oleada de conversiones entre los árabes, debido a esto el patriarca de Jerusalén, Juvenal, consagró obispo a Eutimio para que atendiese a las necesidades espirituales de los convertidos. El santo estuvo presente en el Concilio de Efeso, en 431. Juvenal construyó a San Aufimio una "laura" en el camino de Jerusalén a Jericó. No por ello abandonó el santo su regla de estricta soledad, sino que gobernó a sus monjes por medio de vicarios a quienes daba sus instrucciones los domingos. La humildad y caridad de Eutimio le permitía ganar los corazones de cuantos se le acercaban. Su don de lágrimas parece haber sido todavía más notable que el del gran Arsenio. San Cirilo de Escitópolis relata muchos de los milagros obrados por el santo con sólo hacer la señal de la cruz. En un periodo de sequía, Eutimio exhortó al pueblo a la penitencia para apartar esa plaga, las multitudes acudían en procesión a su celda llevando cruces, cantando el "Kirie eleison," y suplicándole que ofreciere a Dios sus oraciones por ellos. Eutimio respondía: "Yo soy un pecador. ¿Cómo queréis que me presente ante Dios, que está airado por nuestras culpas? Postrémonos todos juntos en su presencia, y Él nos escuchará." La multitud obedeció, y el santo, dirigiéndose a su capilla, se postró también en oración. El cielo se oscureció repentinamente, la lluvia cayó en abundancia, y las cosechas fueron notablemente buenas.

Cuando la emperatriz Eudoxia, viuda de Teodosio II, consultó a San Simeón el Estilista sobre las penas que afligían a su familia, dicho santo remitió a la hereje a San Eutimio. Este no recibía a ninguna mujer en su "laura." La emperatriz se construyó un refugio a cierta distancia y le rogó que fuese a verla ahí. San Autimio le aconsejó renunciar a la herejía de Eutiques y suscribir el credo del Concilio de Calcedonia. Eudoxia siguió el consejo, como si fuera la voz de Dios, y volcó su fe a la ortodoxia. Gran parte del pueblo siguió su ejemplo. El año 459, la emperatriz pidió de nuevo al santo que fuese a verla a su refugio, pues tenía el plan de dotar la "laura" con rentas suficientes para su manutención. Eutimio le mandó decir que no pensara en la dotación y que se preparara a morir. La emperatriz admiró el desinterés de Eutimio, volvió a Jerusalén, y murió poco después. Uno de los últimos discípulos de San Eutimio fue el joven San Sabas, a quien el primero amó tiernamente. El 13 de enero del año 473, Martirio y Elías, a quienes el santo había predicho que llegarían a ser patriarcas de Jerusalén, fueron con algunos otros a acompañar a Eutemio a su retiro cuaresmal; pero éste les dijo que iba a quedarse con ellos toda la semana, hasta el sábado siguiente, dándoles a entender que su muerte estaba próxima. Tres días después, ordenó que se observase una vigilia general, la víspera de la fiesta de San Antonio, y en tal ocasión hizo a sus hijos espirituales una exhortación a la humildad y la caridad. Nombró a Elías por sucesor suyo y predijo a Domiciano, uno de sus discípulos predilectos, que le seguiría al sepulcro a los ocho días de su muerte como sucedió en efecto. Eutimio murió el sábado 20 de enero, a los noventa y cinco años, después de haber pasado sesenta y ocho en el desierto. Cirilo cuenta que apareció varias veces después de su muerte, y habla de los milagros obrados por su intersección, de uno de los cuales él mismo fue testigo ocular. El nombre de San Eutimio aparece en la preparación de la misa bizantina.

 

San Flaviano Patriarca de Constantinopla.

(18 de Febrero 449)

San Flaviano fue sacerdote y tesorero de la Iglesia de Constantinopla y sucesor en el patriarcado de San Proclo en el año 447.

El cortesano Crisafio, que gozaba de gran favor ante el emperador Teodosio II, le sugirió, que pidiera a Flaviano un presente como muestra de gratitud, por su elevación a la dignidad de patriarca. El Obispo le envió al emperador unos panes benditos, pues el pan era símbolo de comunión y bendición. Crisafio hizo saber al santo, que el emperador esperaba otro tipo de regalo y mucho más rico, pero el Obispo respondió que las rentas de la Iglesia estaban destinadas para otros usos. A partir de ese instante, el preferido del emperador decidió acabar con Flaviano.

No obstante, la emperatriz Eudocia, persuadió al emperador a que lo obligase al Patriarca a nombrar a Santa Pulquería, hermana del mismo emperador, diaconisa de su Iglesia, con lo cual la corte se verá libre de la influencia de la Santa.

Flaviano se negó a ello, lo que Crisafio consideró como una nueva ofensa. Además, la condenación que hizo Flaviano a Eutiques — rector de un monasterio cercano a la ciudad — debido a sus errores, acabó con la furia de Crisafio. Eutiques, movido por su fuerte celo de atraer a Nestorio, cayó en el error de negar que Nuestro Señor Jesucristo también tuviera dos naturalezas. Esto lo transformó en jefe de la herejía.

En uno de los Sínodos que había reunido Flaviano en el año 448, Eusebio de Dorileo señaló el error de Eutiques. El Sínodo condenó herética la opinión de Eutiques y ordenó a que se presente para justificarla. La declaración de Eutiques no convenció al Sínodo, que le depuso y lo excomulgó.

Entonces Eutiques recurrió a los Obispos de Roma, Egipto y Jerusalén y le escribió una carta al Papa San León I, quejándose de la forma en que el Sínodo lo había tratado y que no habían entendido su doctrina. Pero, el Papa no se dejó engañar y le envió a Flaviano una carta, que se conoce como "Tomo" o "Carta Dogmática," en la cual San León define la fe ortodoxa sobre los principales puntos de discusión.

Un nuevo Concilio confirmó las decisiones del Sínodo anterior. Crisafio, humillado, pero no vencido, trató de lograr sus metas por otros medios. Le escribió a Dióscoro — sucesor de San Cirilo — en la sede de Alejandría, prometiéndole su amistad y apoyo a cambio de que se junte con Eutiques contra Flaviano y Eusebio. Dióscoro aceptó la proposición y ambos se valieron de la emperatriz Eudocia, que pensaba hace mucho hacerle daño a Flaviano para molestarla a su cuñada Pulquería, a la que odiaba. Eudocia logró que Teodosio convocara un nuevo Concilio en Efeso. Teodosio lo invitó a Dióscoro a dirigir el Concilio. Con él acudieron unos Obispos africanos y algunos laicos, lo que parecía una banda de delincuentes.

Al Concilio llegaron también algunos Obispos del Oriente y los enviados de San León. La asamblea, conocida generalmente con el nombre de "Latrocinium," o "Reunión de bandidos," como la llamó más tarde San León, por sus numerosas violencias, se abrió en Efeso, el 8 de Agosto de 449.

Eutiques estuvo presente, así como dos oficiales del emperador, acompañados por un fuerte contingente de soldados. Las deliberaciones en las que predominaban los partidarios de Eutiques se desarrollaron en un ambiente de violencia que impidió que se leyeran las Cartas de San León, y terminó con en el mayor desorden, con la sentencia de la deposición de Flaviano y Eusebio, a pesar de las defensas de los enviados papales.

Cuando Dióscoro empezó a leer la sentencia varios obispos pidieron que se calle. Dióscoro interrumpió la lectura y pidió a gritos muy fuertes a los enviados del emperador. Pidió a Eulogio y ambos mandaron de inmediato a que se abrieran las puertas de la Iglesia y Proclo — el procónsul de Asia — entró escoltado por soldados y seguido por una multitud armada de palos. Esta incursión intimidó tanto a la Asamblea, que ningún Obispo se atrevió a negarse a firmar la sentencia, excepto de los delegados papales, que se retiraron decepcionados.

San Flaviano hizo una apelación al papa San León y otros Obispos del Occidente y les entregó sus cartas a los enviados papales, pero cuando se disponía de abandonar la sala, en el medio del desorden que había en la asamblea, fue derrumbado por la banda, y, según cuentan Dióscoro y Barsumas, fue tan salvajemente golpeado a patadas por los soldados y malhechores, que murió poco después, no en Efeso (como lo suponen algunos autores), sino en Sardis de Lidia, a donde había sido desterrado.

El triunfo de Crisafio fue de corta duración. El emperador murió al año siguiente y Marciano mandó ejecutar a Crisafio. Santa Pulquería, esposa de Marciano mandó trasladar a Constantinopla el cuerpo de San Flaviano, para que fuese sepultado fastuosamente, junto a sus antepasados, en la sede episcopal.

Según el martirologio romano no se considera mártir, pero describe como San Flaviano fue "atacado, golpeado y pisoteado por la facción de Dióscoro, y murió, tres días después en el destierro."

 

San Florencio Confesor.

(23 de Febrero)

El día 23 de Febrero se conmemora a San Florencio. Algunos le dan el título de confesor, y otros el de mártir. Hay que aclarar que existen dos santos con el mismo nombre en Sevilla. Uno mártir, que se celebra el día 27 de Octubre, y otro confesor, que es el que aquí mencionamos y de quien la posteridad robó sus actas. Solamente sabemos, por el epitafio de su sepulcro, que fue un santo varón que vivió 53 años y que falleció el día 23 de Febrero del año 485. Sus venerables reliquias, aparecieron en una excavación hecha en una santa Iglesia de Sevilla, las mismas se conservan en una arca de plata y son llevadas en solemne procesión sobre los hombros del sacerdotes, el día de su festividad.

 

Santos Galacion y Epistema.

Es desconcertante observar que los padres de Galación se llamaban Clitofón y Leucipa, pues ello demuestra que Galación y Epistema no son más que una continuación cristiana. Desgraciadamente, el cardenal Baronio siguió el ejemplo de la Iglesia de Oriente e introdujo sus nombres en el Martirologio Romano. Por esto no está de más que comentemos brevemente sus vidas.

Clitofón y Leucipa vivían en Emesa de Siria y sufrían mucho por no haber tenido hijos. Leucipa prestó amablemente auxilio a un ermitaño cristiano llamado Onofrio y lo ocultó de sus perseguidores. En premio a este honrado acto, recibió la gracia de la fe. Dios respondió a sus oraciones y le permitió que concibiese un hijo, logrando a su vez que Clitofón, su marido, se convirtiese a la fe cristiana. Como el hijo que nació tenía la tez blanca como la leche, le dieron el nombre de Galación (Galakteon). Con el tiempo, Galactión se convirtió en un joven muy educado y bien dotado. Su padre lo casó con una bella pagana llamada Epistema (que quiere decir, conocimiento). Después de contraer matrimonio, Galación le dijo a Epistema que quería vivir en estado de virginidad. La joven, a quien tal cosa le pareció sumamente extraña y desagradable, hizo lo que pudo para disuadirlo. Finalmente, su intento fracasó. Galación le explicó entonces los misterios de la religión, y Epistema consintió en recibir el bautismo de sus manos. Luego, vendieron todos sus bienes y repartieron el dinero entre los pobres. Después de haberse desprendido de sus pertenencias, Galación decidió retirarse a la ermita de Publión, que está en el desierto del Sinaí, y Epistemia ingresó a una comunidad de vírgenes consagradas.

Tres años mas tarde, Galación fue arrestado y presentado ante el magistrado de Emesa. Cuando Epistema lo supo, se entregó a las autoridades para sufrir con su esposo. Los guardias le arrancaron los vestidos para avergonzarla, pero los cincuenta y tres oficiales que se hallaban presentes quedaron ciegos. Los dos esposos fueron golpeados y torturados, se les arrancó la lengua, luego los pies y, finalmente, murieron decapitados.

 

San Gregorio el Taumaturgo Obispo de Neocesarea.

Teodoro, quien más tarde cambió su nombre por Gregorio y recibió el sobrenombre de "Taumaturgo" por sus milagros, nació en Neocesarea. Sus padres pertenecían a la nobleza y eran paganos. Cuando Gregorio tenía catorce años, murió su padre. El joven continuó su carrera de leyes. La hermana de Gregorio hizo un viaje a Cesarea de Palestina para reunirse con su esposo, quien ocupaba ahí un cargo oficial. En dicho viaje la acompañaron Gregorio y su hermano Atenodoro, que fue más tarde obispo y sufrió mucho por la fe.

Poco antes, Orígenes, establecido en Cesarea, había abierto ahí una escuela. Desde la primera entrevista que tuvo con Gregorio y con su hermano, Orígenes se dio cuenta de que ambos poseían buenas aptitudes para los estudios y virtudes, por lo que se sintió impulsado de inspirarlos en el amor de la verdad y el deseo de alcanzar el soberano bien del hombre. Fascinados por las palabras de Orígenes, los jóvenes renunciaron a su idea de seguir con su carrera de leyes en la escuela de Beirut, e ingresaron a la de Orígenes.

Gregorio argumenta sobre su maestro y asegura que los guiaba por el camino de la virtud, no sólo con sus palabras, sino también con su ejemplo. También afirma que inspiró en ellos la idea de que en todas las cosas lo importante era conocer la primera causa, con lo cual los orientó hacia la teología.

Orígenes les hizo leer todo lo que los filósofos y los poetas habían escrito sobre Dios, haciéndoles darse cuenta de lo que había de falso y de verdadero en cada uno y recalcándoles la impotencia de la mente humana para alcanzar la plenitud de la verdad en el terreno más importante, que es el de la religión. Los dos hermanos se convirtieron plenamente en buenos cristianos y siguieron sus estudios bajo la dirección de tan excelente maestro durante varios años.

En el año 238 regresaron a su patria. Antes de separarse de Orígenes, Gregorio le dio las gracias en un discurso que pronunció ante un nutrido auditorio, donde alabó la enseñanza de su maestro y la prudencia con que los había guiado en sus estudios, aparte de dar detalles muy interesantes sobre la pedagogía de Orígenes. Se conservó una carta de Orígenes a su discípulo, en la que llama a Gregorio su "respetado hijo" y le exhorta a emplear los talentos que había recibido de Dios en el servicio de la religión. También le aconseja aprovechar de todos los elementos de la filosofía pagana que puedan servir para ese fin, como los judíos aprovecharon los restos de los egipcios para construir el tabernáculo del verdadero Dios.

Gregorio tenía la intención de practicar la abogacía en su patria, pero poco después de su llegada fue nombrado obispo de Neocesarea, aunque en la ciudad sólo había diecisiete cristianos. Sabemos muy poco acerca del largo episcopado que tuvo del santo. Es cierto que San Gregorio de Niza, en el homenaje de su nombre, da muchos datos sobre los milagros que obró Taumaturgo, pero está probado que la mayoría son legendarios.

Neocesarea en aquel entonces era una ciudad rica y famosa, en la que reinaba la idolatría y el vicio. San Gregorio, instruido por el celo y la compasión, se entregó vigorosamente al cumplimiento de sus deberes pastorales, y Dios le concedió un don extraordinario de milagros.

San Basilio dice que, "con la ayuda del Espíritu Santo, tenía un enorme poder sobre los malos espíritus. En una ocasión, secó un lago que era causa de los debates entre dos hermanos. Su capacidad de predecir el futuro lo elevaba a la altura de los profetas. Los milagros que obraba eran tan notables, que amigos y enemigos lo consideraban como un nuevo Moisés."

Poco después de tomar el mando de la sede, San Gregorio fue a parar en la casa de Musonio — una persona importante de la ciudad — quien lo había invitado a vivir con él. Ese mismo día, empezó el Santo a predicar y, antes de caer la noche, ya había convertido a un número de personas suficiente para formar una pequeña iglesia. Al día en la puerta de la casa de Musonio se juntaron muchos enfermos, a los que Gregorio devolvió la salud y convirtió al cristianismo. Pronto, los cristianos llegaron a ser tan numerosos, que Gregorio pudo construir una iglesia, con la colaboración de sus limosnas y su trabajo. En nuestro articulo del 11 de Agosto contamos cómo consiguió San Gregorio que Alejandro el Carbonero fuese elegido obispo de Comana.

La prudencia y el trato de San Gregorio traía a la gente para consultarle acerca de cuestiones civiles y religiosas y, en ese sentido, fueron muy útiles para el santo sus estudios de leyes. San Gregorio de Niza y su hermano San Basilio, se enteraron por su abuela — Santa Macrina — sobre Taumaturgo, ya que la santa vivió en Cesarea, cuando era pequeña, más o menos en la época en que murió San Gregorio. San Basilio afirma que la vida del Taumaturgo reflejaba un divino fervor evangélico. En sus prácticas de devoción mostraba gran reverencia y recogimiento y jamás oraba con la cabeza cubierta. Amaba la sencillez y la humildad en sus palabras. El sí y el no constituían la base de sus conversaciones. Despreciaba la mentira y la falsedad. En su conducta jamás hubo la menor sombra de enojo o amargura.

Cuando estalló la persecución de Decio, en el año 250, San Gregorio aconsejó a los cristianos que se escondiesen para no exponerse al peligro de perder la fe. Él se retiró al desierto, acompañado por un antiguo sacerdote pagano, a quien había convertido y nombrado su diácono. Los perseguidores se enteraron de que se había refugiado en una montaña y enviaron una patrulla de soldados a buscarlo, pero éstos volvieron sin nada, diciendo que sólo habían encontrado árboles. Entonces, el hombre que había señalado el sitio en que se hallaba escondido San Gregorio, se dirigió al bosque y encontró al santo con su acompañante, entregados a la oración. A la vista de aquellos hombres santos, comprendió que Dios debía protegerlos y que Él había hecho que los soldados los confundiesen con árboles. De esta manera, el que los había denunciado se convirtió al cristianismo.

Después de la persecución llegó una epidemia y luego una invasión de los godos, por lo que no es extraño que San Gregorio haya tenido poco tiempo para escribir, en semejantes circunstancias, a qué se dedicaba en sus tareas pastorales. El mismo describe las dificultades de su cargo en la "Carta Canónica," que escribió debido a los problemas ocasionados por los feroces invasores. Se cuenta que el santo organizaba entretenimientos en los días de las fiestas de los mártires y que ello contribuyó a atraer a los paganos y a popularizar las reuniones religiosas entre los cristianos. Seguramente el santo estaba convencido de que las diversiones sanas, además de las prácticas religiosas, también eran una manera de venerar a los mártires.

En todo caso, San Gregorio es, por lo que sabemos, el único misionero que empleó los métodos mencionados en los tres primeros siglos y se debe advertir que era un griego muy culto.

Poco antes de su muerte, San Gregorio hizo investigaciones para averiguar, qué cantidad de infieles quedaba todavía en la ciudad, y al enterarse de que sólo había diecisiete, exclamó lleno de alegría: "¡Gracias serán dadas a Dios! Cuando llegué a esta ciudad no había más que diecisiete cristianos!" Después de orar por la conversión de los infieles y la santificación de los que ya creían en el verdadero Dios, rogó a sus amigos que no lo sepultasen en ningún otro lugar, ya que había vivido en el mundo como peregrino sin buscarse a sí mismo y quería compartir la suerte de la gente común después de su muerte.

Según cuentan, las reliquias del santo fueron trasladadas a un monasterio bizantino de Calabria. En cualquier casa del sur de Italia y en Sicilia lo veneran especialmente, y piden su ayuda en caso de los terremotos y las inundaciones, en recuerdo del milagro que detuvo las aguas desbordadas del río Lycus.

 

San Higino (o Higinio) Papa y Mártir.

El bienaventurado san Higino, natural de Atenas, fue hijo de un filósofo, cuyo nombre el autor de libro de los romanos pontífices, dice que no pudo saber. Fue puesto en la silla de san Pedro por la muerte de san Telesforo papa, habiendo estado siete días la silla vacante, en tiempo de Antonino Pío emperador, en cuyo imperio hubo muchas y graves calamidades en el mundo. Los gentiles tenían a los cristianos por hechiceros, magos, sacrílegos y enemigos de sus dioses, y pensaban que todos los males que les venían eran por pecados de ellos, y como sus dioses los aborrecían; los perseguían para aplacar a sus dioses, y vengarse así de los enemigos de su religión.

Por esta causa padeció la Iglesia gran persecución de los gentiles, siendo papa san Higino, y no menos de los herejes, que en su tiempo vinieron a Roma, como Valentín y Cerdon, los cuales fueron heresiarcas y maestros de herejías infernales; y para mejor engañar, fingieron al principio que eran católicos, y muy obedientes a la Iglesia. Aunque no les aprovechó, por la vigilancia de san Higino, que se opuso a la maldad de ellos, animando y exhortando a los fieles que estuviesen constantes y firmes en la fe católica y romana, que había sido enseñada de los príncipes de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y consagrada con su sangre. Para esto escribió algunas epístolas, de las cuales tenemos dos; la una para todos los fieles, en que les declara el misterio de la Encarnación (tan mal entendido de los herejes), y la otra escrita a los atenienses, naturales de su patria, y en ella les exhorta a que se ejerciten en obras de virtud, y les da documentos para ello.

Mandó muchas y muy provechosas cosas pertenecientes a la administración de los sacramentos y culto divino. Ordenó el modo con que se debían de desempeñar el hostiario, lector, exorcista, acólito, subdiácono y diácono, en sus sagrados oficios: el respeto que se debe tener a cualquier cosa de la Iglesia: las ceremonias con que se debe consagrar el Crisma: que en los bautismos hubiese un solo padrino y una madrina: cómo debe proceder el metropolitano contra algún obispo súbdito suyo, y otras cosas semejantes a éstas, y todas santas, como consta por sus decretos, que se pueden ver en el primer tomo de los Concilios.

Finalmente, después de haber gobernado la Iglesia de Dios (según el libro de los romanos pontífices) cuatro años, tres meses y cuatro días, padeció martirio por Cristo, a 11 días del mes de enero del año 155 de nuestra salud, imperando el ya dicho Antonino Pío. Otros dan más años de pontificado a san Higino; y el cardenal Baronio dice que vivió en él cuatro años menos dos días. Hizo tres veces órdenes, y en ellas ordenó quince presbíteros, cinco diáconos y seis obispos. Su cuerpo fue sepultado en el Vaticano, junto al cuerpo de san Pedro, y de los otros pontífices sus predecesores. Hace la Iglesia católica conmemoración de este santo pontífice el mismo día de su martirio.

 

Santa Inés Virgen y Mártir.

Santa Inés ha sido siempre considerada en la Iglesia como patrona de la pureza. Es una de las más populares santas cristianas, y su nombre está incluido en el canon de la misa. Roma fue el escenario de su triunfo, y Prudencio nos dice que su tumba podía verse desde la ciudad. Probablemente, fue martirizada al principio de la persecución de Diocleciano, quien publicó sus crueles edictos en marzo del año 303. San Ambrosio y San Agustín nos informan que Santa Inés sólo tenía trece años cuando fue martirizada. Sus riquezas y hermosura hacía que los jóvenes de las principales familias romanas rivalizaran por su mano; pero Inés respondía a todos que había consagrado su virginidad a un esposo celestial, invisible a los ojos del cuerpo. No pudiendo hacerla vacilar en su resolución, sus pretendientes la denunciaron como cristiana al gobernador, seguros de que las amenazas y torturas serían más eficaces con una jovencita que no se dejaba vencer por los halagos. El juez empleó al principio palabras bondadosas y le hizo grandes promesas; pero Inés permaneció inconmovible, declarando que su único esposo era Jesucristo. Entonces el juez recurrió a las amenazas, que no lograron más que poner de manifiesto el valor de la joven y su decisión de aceptar los tormentos y la muerte. El juez mandó entonces encender grandes hogueras y desplegar ante los ojos de Inés los garfios de hierro y otros instrumentos de tortura, amenazándola con pasar a la ejecución; pero ella estaba tan lejos de temer la tortura que, con el rostro resplandeciente de alegría, se ofreció a tenderse en el potro. El juez ordenó que la llevasen arrastrando ante los ídolos y que la obligasen a ofrecerles incienso; pero, según nos dice San Ambrosio, los verdugos no consiguieron mover sus manos, excepto para trazar la señal de la cruz.

Al ver esto, el gobernador la amenazó con enviarla a una casa de prostitución, donde su virginidad, que tanto apreciaba, quedaría expuesta a los insultos de la brutal y licenciosa juventud romana. Inés respondió que Jesucristo era demasiado celoso de su pureza para permitir que ésta fuera así violada, pues Él era su defensor y protector. "Podrás le dijo manchar tu espada con mi sangre, pero jamás podrás profanar mi cuerpo consagrado a Cristo." El gobernador se enfureció tanto que mandó que la llevaran inmediatamente al lupanar y que se diera a todos libertad para abusar de ella a su gusto. Muchos jóvenes licenciosos, llenos de malos deseos, acudieron al punto; pero la vista de la santa les produjo tal terror, que no se atrevieron a acercársele, excepto uno, que fue cegado por una luz bajada del cielo y que cayó temblando a la tierra. Sus compañeros, atemorizados, le transportaron a los pies de la santa que, al verlo, comenzó a cantar himnos de alabanza a Cristo, su protector. La virgen obtuvo con sus oraciones que la vista y la salud le fuesen devueltas.

El principal acusador de la santa, que al principio sólo había pretendido satisfacer su avaricia y sus bajas pasiones, incitaba ahora furiosamente contra ella al gobernador, poseído del espíritu de venganza. Pero el gobernador no necesitaba que le azuzaran, pues estaba en el colmo de la ira al verse ridiculizado por una simple jovencita. Así pues, la condenó a ser decapitada. Transportada de gozo al oír la sentencia, "Inés fue al sitio de la ejecución con más alegría que una joven va al matrimonio," según la expresión de San Ambrosio. El verdugo tenía instrucciones de emplear todos los medios para doblegarla, pero Inés permaneció inconmovible y, tras una corta oración, tendió el cuello a la espada. Los espectadores lloraban al ver a la hermosa muchacha cargada de cadenas y ofreciendo su cuello al verdugo. Finalmente éste descargó el golpe con la mano temblorosa. El cuerpo de la santa fue sepultado a corta distancia de Roma, junto a la Vía Nomentana.

 

 

San Juan Calibites.

Abandonando a sus padres y su cuantiosa fortuna, San Juan se retiró del mundo a Gomón del Bósforo, entre los monjes "vigilantes," fundados por San Alejandro Akimetes. A los seis años retornó a su casa disfrazado de mendigo y vivió de la caridad de sus padres, sin ser reconocido por ellos, en una choza próxima a su casa. El nombre de Calibites se deriva de la palabra griega "Kalubé," que significa "choza." Juan se santificó ahí por la paciencia, la mansedumbre y la oración. Se cuenta que, hallándose ya en el lecho de su muerte, reveló su identidad a su madre, aduciendo como prueba el libro de los Evangelios empastado en oro que había usado de niño. El santo pidió que le sepultaran en la choza donde había vivido. Así se hizo, en efecto; pero sobre la choza se construyó una iglesia, y las reliquias del santo fueron más tarde trasladadas a Roma. La leyenda de San Juan Calibites se originó o se confundió con las de San Alejo, San Onésimo y otros dos o tres santos más, en las que aparece la idea del disfraz.

 

San Juan Crisóstomo Arzobispo de Constantinopla.

Este incomparable maestro recibió después de su muerte el nombre de Crisóstomo o Boca de Oro, en recuerdo de sus maravillosos dones de oratoria. Pero su piedad y su indomable valor son los títulos todavía más gloriosos que hacen de él uno de los más grandes pastores de la Iglesia. San Juan nació en Antioquía de Siria, alrededor del año 347. Era hijo único de Segundo, comandante de las tropas imperiales. Su madre, Antusa, que quedó viuda a los veinte años, consagraba su tiempo a cuidar de su hijo, de su hogar y a los ejercicios de piedad. Su ejemplo impresionó tan profundamente a uno de los maestros de Juan, famoso sifista pagano, que no pudo contener la exclamación: "¡Qué mujeres tan extraordinarias produce el Cristianismo!" Antusa escogió para su hijo los más notables maestros del Imperio. La elocuencia constituía en aquella época una de las más importantes disciplinas. Juan la estudió bajo la dirección de Libanio, el más famoso de los oradores de su tiempo, y pronto superó a su propio maestro. Cuando preguntaron a Libanio en su lecho de muerte quién debía sucederle en el cargo, respondió: "Yo habría escogido a Juan, pero los cristianos nos lo han arrebatado."

De acuerdo con la costumbre de la época, Juan no recibió el bautismo sino hasta los veintidós años, cuando era estudiante de leyes. Poco después, junto con sus amigos Basilio, Teodoro (que fue más tarde obispo de Mopsuesta) y algunos otros, empezó a frecuentar una escuela para monjes, donde estudió bajo la dirección de Diodoro de Tarso y, el año 374, ingresó en una de las comunidades de ermitaños de las montañas del sur de Antioquía. Más tarde escribió un vívido relato de las austeridades y pruebas de esos monjes. Juan pasó cuatro años bajo la dirección de un anciano monje sirio, y después vivió dos años solo, en una cueva. La humedad le produjo una grave enfermedad, y para reponerse tuvo que volver a la ciudad, en 381. Este mismo año recibió el diaconado de manos de San Melecio. En 386, el obispo Flaviano le confirió el sacerdocio y le nombró predicador suyo. Juan tenía entonces alrededor de cuarenta años. Durante doce años, desempeñó este oficio y cargó con la responsabilidad de representar al anciano obispo. Juan consideraba como su primera obligación el cuidado y la instrucción de los pobres, y jamás dejó de hablar de ellos en sus sermones y de incitar al pueblo a la limosna. Según los propios cálculos del santo, Antioquía tenía entonces unos cien mil cristianos y otros tanto paganos. Juan les alimentaba con la palabra divina, predicando varias veces por semana y aun varias veces al día en algunas ocasiones.

Cuando el emperador Teodosio I se vio obligado a imponer un nuevo tributo a causa de la guerra con Magno Máximo, los antioquenses se rebelaron y destrozaron las estatuas del emperador, de su padre, de sus hijos y de su difunta esposa, sin que los magistrados pudiesen impedirlo. Pero pasada la tempestad, el pueblo empezó a reflexionar en las posibles consecuencias de sus actos, y el terror se apoderó de todos, y aumentó cuando se presentaron en la ciudad dos oficiales de Constantinopla que venían a imponer el castigo del emperador al pueblo. A pesar de su edad, el obispo Flaviano partió bajo la más violenta tempestad del año, a pedir clemencia al emperador, quien, movido a compasión, perdonó a los ciudadanos de Antioquía. Entre tanto, San Juan había estado predicando la más notable serie de sermones en su carrera, es decir, la veintiuna famosa homilías "De las estatuas." En ellas se manifiesta la extraordinaria comunicación que el orador creaba con sus oyentes y la conciencia que tenía del poder de su palabra para hacer el bien. No hay duda de que la cuaresma del año 387, en la que San Juan Crisóstomo predicó esas homilías, modificó el curso de su carrera y que, a partir de ese momento, su oratoria se convirtió, aun desde el punto de vista político, en una de las grandes fuerzas que movían el Imperio. Después de la tormenta, el santo continuó su trabajo con la energía de siempre; pero Dios le llamó pronto a glorificar su nombre en otro puesto, donde le reservaba nuevas pruebas y nuevas coronas.

A la muerte de Nectario, arzobispo de Constantinopla, en el 397, el emperador Arcadio, aconsejado por Eutropio, su ayuda de cámara, resolvió apoyar la candidatura de San Juan Crisóstomo a dicha sede. Así pues, dio al conde d´Este la orden de enviar a San Juan a Constantinopla, pero sin publicar la noticia para evitar un levantamiento popular. El conde fue a Antioquía; ahí pidió al santo que le acompañase a las tumbas de los mártires en las afueras de la ciudad, y entonces dio a un oficial la orden de transportar al predicador lo más rápidamente posible a la ciudad imperial, en un carruaje. El arzobispo de Alejandría, Teófilo, hombre orgulloso y turbulento, había ido a Constantinopla a recomendar a un protegido suyo para la sede, pero tuvo que desistir de sus intrigas, y San Juan fue consagrado por él mismo, el 26 de febrero del año 398.

En la administración de su casa, el santo suprimió los gastos que su predecesor había considerado necesarios para el mantenimiento de su dignidad, y consagró ese dinero al socorro de los pobres y la ayuda a los hospitales. Una vez puesta en orden su casa, el nuevo obispo emprendió la reforma del clero. A sus exhortaciones, llenas de celo, añadió las disposiciones disciplinarias, aunque es preciso reconocer que, por necesarias que éstas hayan sido, su severidad revela cierta falta de tacto. El santo era un modelo exacto de lo que exigía de los otros. La falta de modestia de las mujeres en aquella alegre capital, provocó la indignación del obispo, quién les hizo ver cuán falsa y absurda era la excusa de que vestían así porque no veían en ello ningún daño. La elocuencia y el celo del Crisóstomo movieron a penitencia a muchos pecadores y convirtieron a numerosos idólatras y herejes. Los novicianos criticaron su bondad con los pecadores, pues el santo les exhortaba al arrepentimiento con la compasión de un padre, y acostumbraba decirles: "Si habéis caído en el pecado más de una vez, y aún mil veces, venid a mí y yo os curaré." Sin embargo, era muy firme y severo en el mantenimiento de la disciplina, y se mostraba inflexible con los pecadores impertinentes. En cierta ocasión, los cristianos fueron a las carreras un Viernes Santo y asistieron a los juegos el Sábado Santo. El virtuoso obispo se sintió profundamente herido, y el Domingo de Pascua predicó un ardiente sermón "Contra los juegos y los espectáculos del teatro y del circo." La indignación le hizo olvidar la fiesta de la Pascua, y su exordio fue un llamamiento conmovedor. Se han conservado numerosos sermones de San Juan Crisóstomo, demostrando que no se equivocan quienes le consideran como el mayor orador de todos los tiempos, a pesar de que su lenguaje, especialmente en sus últimos años, era excesivamente violento y combativo. Como alguien ha dicho, "en algunas ocasiones, San Juan Crisóstomo casi grita a los pecadores," y hay razones para pensar que sus ataques contra los judíos, por motivados que fuesen, causaron en parte los sangrientos combates entre éstos y los cristianos de Antioquía. No todos los que se oponían al obispo eran malos; había entre ellos algunos cristianos buenos y serios, como el que un día sería Cirilo de Alejandría.

Otra de las actividades a las que el arzobispo consagró sus energías fue la fundación de comunidades de mujeres piadosas. Entre las santas viudas que se confiaron a la dirección de este gran maestro de santos, probablemente sea la más ilustre la noble Santa Olimpia. San Juan Crisóstomo no se limitaba a cuidar solo los fieles de su rebaño, sino que extendía su celo a las más remotas regiones. Así, envió a un obispo a evangelizar a los escritas nómadas, y a un hombre admirable a predicar a los godos. Palestina, Persia y muchas otras provincias distantes sintieron los benéficos efectos de su celo. El santo obispo se distinguió también por su extraordinario espíritu de oración, virtud ésta que predicó incansablemente, exhortando a los mismos laicos a recitar el oficio divino a media noche: "Muchos artesanos decía tienen que levantarse a trabajar a media noche, y los soldados vigilan cuando están de guardia; ¿por qué no hacéis vosotros lo mismo para alabar a Dios?" Grande fue también la ternura con que el santo hablaba del admirable amor divino, manifestado en la Eucaristía, y exhortaba a los fieles a la comunión frecuente. Los negocios públicos exigieron a menudo la participación de San Juan Crisóstomo; por ejemplo, a la caída del ayuda de cámara y antiguo esclavo Eutropio, en 399, predicó un famoso sermón en presencia del odiado cortesano, quien se había refugiado en la catedral, detrás del altar. El obispo exhortó al pueblo a perdonar al culpable, ya que el mismo emperador, a quien habían injuriado directamente, lo había perdonado. Como dijo el santo, en adelante no tendrían derecho a esperar que Dios les perdonase, si no perdonaban entonces a quien necesitaba de misericordia y de tiempo para hacer penitencia.

Pero San Juan Crisóstomo tenía todavía que glorificar a Dios con sus sufrimientos, como lo había hecho con sus trabajos. Y, si miramos el misterio de la cruz con ojos de fe, reconoceremos que el santo se mostró más grande en las persecuciones contra él que en todos los otros actos de su vida. Su principal adversario eclesiástico fue el arzobispo Teófilo de Alejandría antes mencionado, que tenía muchos cargos contra su hermano de Constantinopla. Enemigo no menos peligroso era la emperatriz Eudoxia. San Juan había sido acusado de haberla llamado "Jezabel," y la malevolencia de algunos vio un ataque a la emperatriz en el sermón del obispo contra la malicia y vanidad de las mujeres de Constantinopla. Sabiendo que el obispo Teófilo no quería a Crisóstomo. Eudoxia se unió a él en una conspiración para deponer al obispo de Constantinopla. Teófilo llegó a dicha ciudad en junio de 403, acompañado de varios obispos egipcios; se negó a alojarse en la casa del santo y reunió un conciliábulo de treinta y seis obispos en una casa de Calcedonia llamada "La Encina." Las principales razones que se alegaban para deponer a Juan eran que había depuesto a un diácono por haber golpeado a un esclavo; que había llamado réprobos a algunos miembros de su clero; que nadie sabía como empleaba sus rentas, que había vendido algunos objetos que pertenecían a la iglesia; que había dispuesto a varios obispos fuera de su provincia; que comía solo, y que daba la comunión a quienes no observaban en ayuno eucarístico. Todas las acusaciones eran falsas, o carecían de importancia. San Juan reunió un concilio local en la ciudad, y se rehusó a comparecer ante el conciliábulo de "La Encina." En vista de ello, el conciliábulo procedió a firmar la sentencia de deposición y a enviarla al emperador, añadiendo que el santo era reo de tradición, probablemente por haber llamado "Jezabel" a la emperatriz. El emperador dio la orden de destierro contra San Juan Crisóstomo.

Constantinopla vivió tres días de gran agitación, y Crisóstomo lanzó un vigoroso manifiesto desde el púlpito: "Violentas tempestades me acosan por todas partes dijo; pero no las temo, porque mis pies descansan sobre la roca. El mar rugiente y las gigantescas olas no pueden hacer naufragar la nave de Jesucristo. No temo la muerte, que considero como una ganancia; ni el destierro, porque toda la tierra es del Señor; ni la pérdida de mis bienes, porque vine desnudo al mundo y desnudo partiré de él." El obispo declaró que estaba pronto a dar su vida por sus ovejas, y que todos sus sufrimientos provenían de que no se había ahorrado trabajo alguno para ayudar a sus cristianos a salvarse. Después de este sermón se entregó espontáneamente, sin que el pueblo lo supiera, y un legado del emperador le condujo a Preneto de Bitinia. Pero el primer destierro fue de corta duración. La ciudad sufrió un ligero terremoto que aterrorizó a la supersticiosa Eudoxia, quien rogó a Arcadio que hiciese volver al Crisóstomo del exilio. El emperador le dio permiso de que escribiese el mismo día una carta, en la que la emperatriz rogaba al santo que volviera y aseguraba no haber tenido parte en el decreto de destierro. Toda la ciudad salió a recibir a su obispo, y el Bósforo se cubrió de relucientes antorchas. Teófilo y sus secuaces huyeron esa misma noche.

Pero el buen tiempo duró poco. Frente a la iglesia de Santa Sofía se había erigido una estatua de plata de la emperatriz; los juegos públicos celebrados con motivo de la dedicación de la estatua perturbaron la liturgia y produjeron desórdenes y manifestaciones supersticiosas. Crisóstomo había predicado frecuentemente contra los espectáculos licenciosos. En esta ocasión, habían tenido lugar en un sitio que los hacía todavía más inexcusables. Para que nadie pudiera acusarle de que aprobase el abuso tácitamente, el santo obispo habló atacando los espectáculos con la libertad y el valor que le caracterizaban. La vanidosa emperatriz tomó esto como un ataque personal, y volvió a convocar a los enemigos de San Juan. Teófilo no se atrevió a acudir, pero envió a tres legados. Este nuevo conciliábulo apeló a ciertos cánones de un concilio arriano de Antioquía contra San Atanasio, que mandaba que ningún obispo que hubiese sido dispuesto por un sínodo pudiese volver a tomar posesión de su sede, sino por decreto de otro sínodo. Arcadio ordenó al santo que se retirara de su diócesis, pero éste se negó a abandonar el rebaño que Dios le había confiado, a no ser por la fuerza. El emperador mandó que sus tropas echasen a los fieles fuera de las iglesias el Sábado Santo. Los templos fueron profanados con el derramamiento de sangre y se produjeron otros ultrajes. El santo escribió al Papa San Inocencio I, rogándole que invalidase las órdenes del emperador, que eran notoriamente injustas. También escribió a otros obispos del occidente pidiéndoles su apoyo. El Papa escribió a Teófilo exhortándole a comparecer ante un concilio que debía dictar la sentencia, de acuerdo con los cánones de Nicea. Igualmente dirigió algunas cartas a San Juan Crisóstomo, a sus fieles y algunos de sus amigos, con la esperanza de que el nuevo concilio lo arreglaría todo. Lo mismo hizo Honorio, emperador del occidente. Pero Arcadio y Eudoxia lograron impedir que el concilio se reuniese, pues Teófilo y otros cabecillas de su facción temían la sentencia.

Crisóstomo solamente pudo permanecer en Constantinopla hasta dos meses después de la Pascua. El miércoles de Pentecostés, el emperador firmó la orden de destierro. El santo se despidió de los obispos que le habían permanecido fieles y de Santa Olimpia y las demás diaconisas, que estaban desoladas al verle partir, y abandonó sus diócesis furtivamente para evitar una sedición. Llegó a Nicea de Bitinia el 20 de junio de 404. Después de su partida, un incendio consumió la basílica y el senado de Constantinopla. Muchos de los partidarios del santo obispo fueron torturados para que descubrieran a los causantes del incendio, pero no se consiguió averiguar nada. El emperador determinó que San Juan Crisóstomo permaneciese en Cucuso, pequeña aldea de las montañas de Armenia. El santo partió de Nicea en julio, y debió sufrir mucho a causa del calor, la fatiga y la brutalidad de los soldados. Después de setenta días de viaje, llegó a Cucuso, donde el obispo del lugar y todo el pueblo cristiano rivalizaron en las muestras de respeto y cariño que le prodigaron. Han llegado hasta nosotros las cartas que San Juan Crisóstomo escribió desde el destierro a Santa Olimpia y a otras personas, así como el tratado que dedicó a dicha santa: Que nadie puede hacer daño a aquél que no se hace daño a sí mismo."

Entretanto, el Papa Inocencio y el emperador Honorio habían enviado cinco obispos a Constantinopla para preparar el concilio, exigiendo al mismo tiempo que el santo continuase en el gobierno de su diócesis, hasta ser juzgado. Pero dichos obispos fueron hechos prisioneros en Tracia, pues el partido de Teófilo sabía muy bien que el concilio los condenaría. Los partidarios de Teófilo consiguieron también que el emperador desterrase a San Juan a Pitio, un lugar todavía más lejano en el extremo oriental del Mar Negro. Dos oficiales partieron con el encargo de conducirle hasta allá. Uno de ellos conservaba todavía un resto de compasión humana, pero el otro era incapaz de dirigirse al obispo en términos correctos. El viaje fue extremadamente penoso, ya que el calor hacía sufrir mucho al anciano obispo, y los oficiales imperiales le obligaban a marchar en las horas de sol abrazador. Al pasar por Comana de Capadocia, el santo iba ya muy enfermo. Esto no obstante, los oficiales le obligaron a arrastrarse hasta la capilla de San Basilisco, unos diez kilómetros más lejos. Durante la noche, San Basilisco se apareció a San Juan y le dijo: "Animo, hermano mío, que mañana estaremos juntos." Al día siguiente, sintiéndose exhausto y muy enfermo, el obispo rogó a los oficiales que le dejasen reposar un poco mías. Estos se rehusaron a concederle esa gracia. Apenas habían caminando siete kilómetros, vieron que el obispo estaba entrando en agonía y le condujeron de nuevo a la capilla. Ahí el clero le revistió los ornamentos episcopales, y el santo recibió los últimos sacramentos. Pocas horas más tarde, pronunció sus últimas palabras: "Sea dada la gloria a Dios por todo," y entregó su alma. Era el día de la Santa Cruz, 14 de septiembre de 407.

Al año siguiente, el cuerpo de San Juan Crisóstomo fue trasladado a Constantinopla. El emperador Teodosio II y su hermana Santa Pulqueria acompañaron en posesión el cadáver junto con el arzobispo San Patroclo, pidiendo perdón por los pecados de sus padres, que tan ciegamente habían perseguido al siervo de Dios. El cuerpo del santo fue depositado en la iglesia de los Apóstoles el 27 de enero, fecha en que se conmemora en occidente. En oriente su fiesta se celebra el 13 de noviembre y otros días. En la iglesia bizantina, San Juan Crisóstomo es uno de los tres Santos Patriarcas y Doctores Universales; los otros dos son San Basilio y San Gregorio Nazianceno. La Iglesia de occidente cuenta también a San Atanasio en el grupo de los grandes doctores griegos.

 

San Irineo Obispo de Sitmitch.

(26 de Marzo)

Se cree que este Santo nació en la ciudad de Sirmirch, celebre en Pononia, y que fue electo Obispo de la misma hacia fines del siglo tercero. En aquel tiempo era necesario tener una gran fe y valor para aceptar un Obispado, pues éste era el camino más seguro para llegar al martirio. Los Pastores eran perseguidos con más violencia que los fieles.

Habiendo llegado a Sirmirch los edictos de Diocleciano contra los cristianos, Irineo fue presentado ante el gobernador Probo, quien le ordenó a ofrecer sacrificio a los dioses, pero el Santo Obispo respondió con las siguientes palabras: "Quien ofrece sacrificios a los dioses y no al verdadero Dios, será exterminado de sus pueblos."

Entonces Probo le dijo: "Según las ordenes de nuestros magistrados, es necesario hacer sacrificio ante los dioses o serás castigado." "Estoy dispuesto a todo, antes de renunciar al nombre de Dios, haciendo sacrificio al demonio!" Creyendo Probo que en realidad no tendría tanta firmeza, lo mandó a torturar muy cruelmente, y de vez en cuando le preguntaba si no había decidido ya a hacer sacrificios para sus dioses. Pero Irineo le respondía: "Siempre he ofrecido sacrificios a mi Dios, y ahora Le haré sacrificio, confesando Su nombre!"

Entonces, sus padres, hijos y todos sus amigos, fueron corriendo, llenos de compasión humana y carnal, para convencerlo de que haga sacrificios, obedeciendo las órdenes del emperador. Sus hijos, todavía pequeños, lo agarraban de los pies y le pedían: "Padre mío, ten piedad de ti y de nosotros, sé sensible a tantas lágrimas que derramamos por ti. Conserva tus días y ofrece los sacrificios a esos dioses." "Yo me salvaré para la eternidad por no hacer estos sacrificios" — contestaba Irineo. Viendo el gobernador su firmeza, lo mandó a la cárcel, donde permaneció mucho tiempo.

Presentado por segunda vez a la audiencia de Probo, que fue a media noche, éste le dijo: "Irineo, haz los sacrificios ahora y no serás expuesto a las torturas." "Hace lo que quieras, — dijo Irineo, — y no esperes que yo ofrezca sacrificios a los demonios!" Esta respuesta irritó tanto a Probo, que lo hizo apalear, mientras Irineo decía: "Dios a quien adoro es aquel a quien he aprendido a adorar desde mi niñez. No puedo adorar a los dioses hechos por las manos de los hombres." Probo insistió: "¿No sufriste ya bastante, no quieres salvar a tu vida?" "Esto es lo que estoy haciendo, — dijo el Santo, — yo gano la vida por estas torturas, que tu crees que me hacen sufrir."

Viendo Probo que no podía vencerlo, ordenó la siguiente sentencia: "Mando que Irineo, que ha desobedecido las órdenes de los emperadores, sea arrojado al río." Oyendo, Irineo esta sentencia dijo: "Después de tantas amenazas, yo esperaba grandes torturas y morir en el hierro." Probo se indignó con estas palabras y ordenó que le cortasen la cabeza, antes de ser arrojado al río. Irineo dio las gracias a Dios por una segunda victoria y dijo: "Probo, hubieras visto el desprecio de la muerte que infunde a los cristianos y la confianza que le tienen a Dios. Gracias Te doy, Señor Jesucristo, por haber resistido todos los suplicios, que he tenido que padecer, para finalmente tener lugar en Tu vida eterna!"

Al mismo tiempo fue llevado al puente, en el cual debía ser ejecutada la sentencia. Después de haber llegado al lugar, Irineo se quitó sus vestidos y levantando las manos al cielo, rezando: "Señor Jesucristo, que Quisiste sufrir por la salvación del mundo, abrí Tus cielos para que los ángeles reciban el alma de Tu siervo Irineo, que sufre la muerte por Tu santo nombre y por el pueblo de Tu Iglesia cristiana de Sirmirch. Dígnate, por Tu misericordia recibirme y confirmarlos en Tu fe." Concluida esta oración, le cortaron la cabeza y su cuerpo fue arrojado al río Sava.

Es necesario sacrificar a Dios nuestros bienes, fortuna, parientes y la vida misma, antes de morir eternamente. Ya no hay idólatras que nos persiguen, pero este mundo está lleno de falsos cristianos, que desean hacernos renunciar al Evangelio o a sus mandamientos.

No debemos tener parientes, esposos/as, amigos, que puedan pretender a que nosotros desobedezcamos a Dios.

San Isidoro de Pelusium.

(4 Febrero)

San Isidoro fue un monje desde su juventud y llegó a ser superior de un monasterio en la vecindad de Pelusium, en el siglo quinto. De acuerdo con Fecundo y Suidas, también se ordenó sacerdote. Durante su vida, todos consideraban como un modelo de perfección religiosa, y su patriarca, San Cirilo, y otros prelados de su tiempo lo trataban como a padre de todos. Escogió a Crisóstomo como modelo. Todavía tenemos sus dos mil doce cartas, llenas de excelentes instrucciones de piedad, que muestran un gran conocimiento de la teología. Están tan bien redactadas, que según algunos entusiastas, podrían ser utilizadas para remplazar a los clásicos en el estudio de la lengua griega. En su paginas resplandecen la prudencia, humildad, celo intrépido y ardiente amor a Dios.

 

San Juan el muy sufriente.

San Juan pertenece a la multitud de los santos ascetas del monasterio de Kievo-Pechersk, conocido por sus esfuerzos espirituales y su batalla contra los deseos sentimentales y pasiones carnales.

Anhelando vencer en sí la pasión carnal, Juan a menudo y prolongadamente se aislaba en una celda apartada, por tres días, y hasta por toda una semana, no ingiriendo alimentos, pero aun así no podía tranquilizarse, ni dominar su cuerpo.

Después de rezar una prolongada y ferviente oración hacia el santo padre Antonio. Juan con el advenimiento de la Gran Cuaresma cavó una fosa profunda, y entrando en ella, se cubrió con arena, dejando libres solo las manos y la cabeza, y así, oprimido por la tierra, permaneció todo el ayuno, sin mover ni siquiera una articulación. Muchas tentaciones, muchas seducciones soportó por parte del espíritu maligno; quien lo atemorizaba con distintas apariciones, apareciéndose inclusive en forma de una terrible serpiente, que lo amenazaba con tragárselo. Solo con semejantes esfuerzos y privaciones Juan venció la pasión carnal, y alcanzó enteramente la tranquilidad espiritual. Por su vida estrictamente esforzada Juan aun en vida fue glorificado por Dios: una Luz Divina lo iluminaba.

Pasando su vida en esfuerzos, ayuno y oración, Juan el muy sufriente falleció el 18 de julio. Sus santas reliquias, de las que brotan innumerables milagros y curaciones, son guardadas hasta hoy día en el lugar de sus esfuerzos.

 

San Juan el Solitario de Egipto.

(27 de Marzo).

Este Santo nació por el año 305, y fue criado pobremente, con el trabajo de sus manos, de acuerdo al estado de sus padres. Aprendió el oficio de carpintero, y lo ejercitó durante algunos años; pero a los 29 años de edad, llevado por el espíritu de la perfección, se retiró a la soledad, bajo la conducta de un anciano experimentado en el camino de la salvación.

Ya había llevado diez o doce años en el desierto, cuando murió ese anciano. Juan, privado de este apoyo, se ocupó de visitar varios monasterios, para instruirse a fondo en la disciplina monástica. Enriquecido por todas las virtudes que su vigilancia y atención le habían hecho recoger en estas santas casas, se retiró a una montaña situada a una legua de Licópolis, en la Tebaida. En esta montaña eligió como su habitación un lugar de un acceso muy difícil, para estar menos expuesto a las visitas, y distribuía su tiempo entre el trabajo de las manos y el santo ejercicio de la oración.

Pero toda su precaución para permanecer incógnito, fue inútil. A pesar de la dificultad de acercarse a su retiro venían a verle y a encomendarse a él en sus oraciones de todos los contornos, aún de lugares más distantes, pero Juan no se dejaba ver, esto ocurría solo si era un Sábado o Domingo, y solamente a los hombres. Esos días se asomaba a la ventanilla, por donde recibía lo que se le llevaba de comer y satisfacía el deseo de los que venían a visitarle. Afín de que estas visitas no fueran inútiles, instruía a los que lo visitaban y trataba de persuadirlos de que él no era nada, que no merecía ser visto, y que solo era un pecador que intentaba aplacar la ira de Dios. Por este motivo hablaba a todos de la necesidad de hacer penitencia proporcional a los pecados cometidos, para salvarse y apaciguar la ira de Dios. Sus instrucciones sirvieron a muchos de los que deseaban salvarse y quedarse en su compañía, imitando su género de vida. Juan los animaba con sus consejos y los exhortaba incesantemente a la perfección-

Juan juntaba una oración continua, y una mortificación rigurosa, comía al anochecer y en pequeñas cantidades. Aún a la edad de 90 años no comía cosas calientes, contentándose solo con algunas frutas. Este Santo solitario observaba que dicha alimentación daba más libertad de espíritu y lo hacía más recogido en la oración. Sin embargo sostenía que no se debía estar mucho tiempo sin comer, ya que el cuerpo muy debilitado puede abatir también al espíritu y hacerlo incapaz de ocuparse de los ejercicios que alimentan la bondad, " El ayuno más agradable a Dios es ejercer siempre Su Santa voluntad." Desaprobaba toda virtud de capricho y voluntad de fantasía, porque el Evangelio, que nos manda ser virtuosos, está fundado sobre la verdad, que no es otra cosa que un constante amor al orden y a la justicia. Habiendo prolongado su ayuno más de lo acostumbrado, reconoció que lo había tentado el demonio y se arrepintió de esto pues dijo que lo había hecho para tentarlo con mayor eficacia. No cayó más en esto, y Dios lo llamó para sí, el año 395.

 

San Julián de Capadocia Mártir.

(16 de Febrero).

Por los años 308, cuando el emperador Galerio Máximo se empeñaba en continuar su persecución contra los cristianos, siguiendo sus impías intenciones Firmiliano, gobernador de Cesarea de Palestina, se deleitaba teniéndolos en duras prisiones, para prolongar su martirio. Llegaron cinco cristianos de Egipto, a fin de visitar a los ilustres confesores de N. S. Jesucristo, que se hallaban en `prisión.' Ellos eran Ekias, Jeremías, Isaís, Samuel y Daniel, venían de cumplir con la misma labor con los condenados de las minas de Cilicia. Al entrar a la ciudad fueron detenidos por los guardias, quienes viéndolos extranjeros, les preguntaron, que quienes eran y por qué venían. Estos ingenuamente respondieron, que venían a visitar a sus hermanos, los cuales estaban en prisión. De inmediato, dicha respuesta fue dada a conocer al Gobernador, quien ordenó colocarlos en la cárcel, mientras pensaba en otros procedimientos.

Mandó luego a que se presentasen al tribunal el día l6 de febrero, junto con Anfilo, sacerdote, Valente, diácono, Porfirio, Seleuco, Paulo y Teodulo, venerable anciano, familiar del mismo gobernador, respetable por su virtud. Siguió a esto un molesto interrogatorio, y haciéndoles padecer indecibles tormentos, hallándoles constantes en la confesión de la fe a N.S. Jesucristo, mandó a que fuesen degollados.

San Julián, que era de la provincia de Capadocia fue uno de los que formaron aquella comitiva. No se sabe nada de sus padres, ni de su lugar de nacimiento, ni de sus progresos; solo sabemos lo que nos cuenta Eusebio, que era un varón santísimo, sumamente ingenuo, fiel, admirable en todas sus acciones y lleno del Espíritu Santo. Era recién venido a Cesarea, y cuando se enteró de la sentencia e inspirado por el mismo Espíritu, quiso ver derramada su propia sangre en el martirio, que ansiaba cada día, para sellar de esta forma las verdades de nuestra religión. A pesar de sus intenciones solo alcanzó a ver los cuerpos de los mártires tirados por el suelo, y sin temor a los paganos, se arrojó sobre los venerables cadáveres, abrazando y besando a cada uno, celebrando así, las victorias que lograron sobre el infierno.

Los soldados, a quienes estaba encargada la custodia de aquellos cuerpos, viendo en este hecho la demostración de la religión que profesaba, le amarraron inmediatamente y después de maltratarlo furiosamente, lo llevaron a Fermiliano, notificándolo del suceso. No satisfecho, este tirano, con la abundante sangre, que acababa de derramar, y hallando al nuevo prisionero constante en la confesión de su fe cristiana y tan dispuesto a sufrir los tormentos, como los mártires anteriores hizo encender una gran hoguera y ordenó que fuese arrojado a ella Julián y que ardiese hasta que quedaran solamente cenizas de él. Oyó Julián la sentencia con gran gozo, dando gracias a Dios por haberle concedido el don de padecer el martirio. Sus verdugos estaban sorprendidos, por aquella alegría que el demostraba. Finalmente su cuerpo fue tirado a las llamas y así se completó su sacrificio.

 

San Julián y Cinco Mil Compañeros Mártires.

(16 Febrero)

De acuerdo a Baronio, Julián fue obispo de Alejandría, elevado a aquella cátedra en el año 180, siendo Cómodo el emperador. Eusebio afirma que Julián fue el caudillo de un considerable número de mártires. Pues según nos instruyen los menologios griegos, en la cruel persecución que se suscitó contra la Iglesia, fue tal la matanza de Cristianos que hizo Marciano, presidente de Egipto, hombre bárbaro e inhumano, que por que temor a tales atrocidades se refugio San Julián con un gran numero de fieles de su rebaño, y otros muchos obispos y sacerdotes, en la gran soledad de Andrianópoli, suponiendo estar seguros en aquel retiro. No obstante sabiendo los paganos la concurrencia de los fieles a aquel asilo, se presentaron allí con indecible saña. Animado Julián de gran valor y espíritu que constituye el carácter de los caudillos apostólicos, saliendo a ellos, se declaro defensor de la santa comitiva; les manifestó que injustamente se estaba persiguiendo la inocencia de los Cristianos, explicándoles sobre la maldad que cometían, al proceder con semejante violencia contra aquellos que resistían a los infundados decretos de los principales del mundo, cuyos intereses eran diametralmente opuestos a los preceptos del Dios verdadero, obligándolos a que prestasen adoraciones sacrílegas a los demonios, deidades quiméricas, representadas en los simulacros de los ídolos. No se pueden imaginar las diferentes clases de tormentos de las que se valieron los gentiles para rendir la fortaleza de aquel héroe que, sin temor a sus tiranías, se presento a rostro firme, a impugnar sus delirios, perseverando en la defensa de la religión de N.S.J.C., permaneciendo con el mismo valor y hombría tanto a principio de su combate, como hasta sus últimos suspiros. Por lo que enfurecidos los paganos, dieron muerte a cinco mil personas que se hallaban en su compañía, las cuales se mantuvieron constantes en la fe, siguiendo el ejemplo de su caudillo en el año 189. San Juan Crisóstomo escribe un elogio muy singular de san Julián en su homilía.

 

Santos Julián, Basilisa, Antonio, Atanasio, Celso y

Marcionila, Mártires.

San Julián, ínclito del Señor, nació en Antioquía, metrópoli de Siria, y fue hijo único de sus padres, que fueron ilustres, ricos y cristianos temerosos de Dios. Lo criaron en loables costumbres, y procuraron que fuese enseñado en todas buenas letras, las cuales él aprendió fácilmente por su grande habilidad he ingenio, y por la inclinación que tenía a las ciencias.

Había en aquel tiempo muchos cristianos y santos en Antioquía, a los cuales visitaba el virtuoso mozo con gran devoción y ternura, con deseo de imitarlos y enriquecer su alma con el tesoro de todas las virtudes.

Siendo ya de edad de dieciocho años, sus padres le persuadían que se casase, trayéndole muchas razones para ello, fundadas en el temor de Dios y en el peligro que como mozo podía tener de caer, y en la sucesión y establecimiento de su casa. Las intenciones de Julián eran muy diferentes, porque había dado voto de castidad, y deseaba guardarla perfectamente; mas viendo las razones que le daban sus padres, y encubriendo su deseo, les pidió siete días de término para pensar en aquel negocio y encomendarle a Dios. Pasó este tiempo Julián en oración, suplicando de día y de noche a nuestro Señor que le guiase de manera, que sin hacer contra la voluntad de sus padres, él guardase su virginidad y pureza, como se lo había prometido.

La noche del postrero día de los siete, estando cansado el santo mozo de orar y de ayunar, se adormeció, y en sueños le apareció el Señor, y le consoló mandándole que obedeciese a sus padres y se casase, asegurándole que no por esto perdería la castidad, antes por su ejemplo la mujer, que él tendría como pareja, lo guardaría y permanecería virgen, y serían a su vez ejemplo que otros imitasen y fuesen ciudadanos del cielo. Le Dijo esto el Señor, y tocándole con la mano, añadió: Pelea varonilmente, Julián, y esfuércese tu corazón. Con esta visión quedó Julián consolado y animado, dio gracias a Dios por aquella tan señalada merced; y respondió a sus padres, que él haría lo que le mandasen; de lo cual ellos recibieron increíble contento y alegría. Luego buscaron una mujer que fuese igual a su hijo, y por ordenación divina hallaron una doncella honesta, rica, hermosa, de grande linaje, y única de sus padres, llamada Basilisa.

Se concertaron los desposorios, y vino el día de la boda; concurrió mucha gente de toda aquella comarca, y la nobleza de la ciudad. Hubo fiestas y regocijos, como es costumbre, según la calidad de los novios, que eran tan principales. Julián, aunque exteriormente se mostraba alegre y risueño, interiormente estaba muy sobre sí, y con singular afecto y amor de la castidad, encomendaba al Señor que le guardase. Venida la noche y estando los desposados juntos en su tálamo, a deshora y fuera de tiempo, se sintió en el aposento un olor muy suave de rosas y azucenas. Quedó maravillada Basilisa, y preguntó a su esposo qué olor era aquel que sentía, y de dónde venía; porque no era tiempo de flores, y aquella más parecía fragancia del cielo que de la tierra; y de tal manera le robaba el corazón, que le hacía olvidar que era su esposa y de los deleites conyugales. Respondió Julián: "El olor suave que sientes no es, ¡oh Basilisa esposa mía!, ocasionado del tiempo, sino de Cristo, amador de la castidad; y a los que la guardan, los ama y regala mucho, y les da la vida eterna; la cual yo de su parte te prometo, si consintieres conmigo, para que los dos, ofreciéndole nuestra virginidad, vivamos castos como hermano y hermana, y cumplamos sus mandamientos, y seamos vasos dignos de su divina gracia." Oyendo estas razones Basilisa de su esposo Julián, le respondió que ella tenía muy bien entendido lo que le decía, y que ninguna cosa le podría ser más agradable que guardar la castidad con él, y sirviendo a Dios, alcanzar la corona que él tenía prometida a las vírgenes. Se levantó luego que oyó esto Julián de su cama, y postrado en el suelo dio gracias a nuestro Señor por aquella merced que les había hecho, suplicándole afectuosamente que le confirmase en sus buenos propósitos y deseos. Lo mismo hizo Basilisa, poniéndose de rodillas junto a su esposo; y estando ambos en esto, comenzó a temblar el aposento, y resplandeció de repente una luz tan celestial y excesiva, que oscureció todas las lumbres que había en él. Aparecieron allí en el aposento dos coros: el uno de gran multitud de santos el que Cristo, nuestro Redentor, presidía; y el otro de innumerables vírgenes, que tenían en medio a la Virgen de las vírgenes y Madre de Dios nuestra Señora. El coro de los santos comenzó a cantar dulcemente: Vencido has, Julián: vencido has. El de las vírgenes continuaba la música con suavísima armonía, diciendo: Bendita eres, Basilisa, que seguiste los santos consejos, y menospreciando los engañosos deleites del mundo, te hiciste digna de la eterna vida. Vinieron luego por mandato del Salvador dos varones vestidos de blanco, ceñidos sus pechos con cintas de oro, que traían dos coronas en sus manos; y llegándose a Julián y Basilisa, les dijeron: Levantaos como vencedores, y seréis escritos en nuestro número, y tomando las manos de los dos santos, se las juntaron. Después de esto vieron un libro resplandeciente más que la plata acendrada, escrito con letras de oro, y fue mandado a Julián que leyese en él, y él leyó esta sentencia: Cualquiera que deseando servir a Dios menospreciare los vanos gustos del mundo como tú, Julián, has hecho, será escrito en el número de aquellos que no se mancillaron con mujeres; y Basilisa, por el ánimo que tiene de permanecer virgen, será puesta en el coro de las vírgenes, cuyo primer lugar tiene María Madre de Jesucristo.

Se cerró luego el libro y toda aquella multitud de santos dijeron: Amén. Y el anciano que le tenía, En este libro, dijo, que veis, están escritos los hombres castos, templados, verdaderos, misericordiosos, humildes y mansos; los que tuvieron caridad no fingida y paciencia en sus trabajos; los que dejaron por Cristo el padre y la madre, la mujer, los hijos, hacienda y riquezas, y los que dieron por Cristo sus vidas, como tú, Julián, la darás.

Así desapareció aquella visión, y Julián y Basilisa quedaron relegados del Señor, gastando toda aquella noche en oración y en himnos y cánticos en su alabanza, dándole infinitas gracias por aquella incomparable merced que les había hecho. Amaneció el día siguiente, y los dos santos, disimulando lo que habían visto, y encubriendo la determinación que tenían, cumplieron exteriormente con la fiesta del matrimonio, y con la mucha gente que a darles el parabién concurrió.

Poco después llevó nuestro Señor para sí a los padres de Julián y de Basilisa, con muerte natural, dejándolos a ellos herederos de sus haciendas, que eran riquísimas. Ellos comenzaron luego a gastarlas con larga mano en socorrer las necesidades de los pobres, y no contentándose con remediar las de los cuerpos, para ganar las almas y traerlas más a Dios, se apartaron y se fueron a vivir en dos casas distantes. A la de Julián acudían varones de todas condiciones y estados, y él les instruía con su ejemplo y dulces palabras, y les enseñaba que se abrazasen a Cristo, y diesen testimonio de repudio a todas las cosas del siglo; y muchos lo hacían y seguían los consejos evangélicos, y para hacerlo mejor, fundaban monasterios y se encerraban en ellos, los cuales gobernaba San Julián. Lo mismo hizo por su parte Basilisa, por cuya santa vida y celestiales amonestaciones muchas doncellas y mujeres hicieron divorcio con los deleites de la carne; y dejando sus padres, parientes, casas y haciendas, vivían en la vida religiosa, debajo de su obediencia y santa disciplina. La fama de Julián y Basilisa volaba por muchas partes, con gran gloria de Cristo y edificación de los fieles.

En este tiempo la persecución de los emperadores Diocleciano y Maximiano estaba en su apogeo, y la santa Iglesia en gran trabajo y peligro; y los santos Julián y Basilisa con gran cuidado y solicitud procuraban con ayunos y oraciones aplacar al Señor, y le suplicaban que mirase con ojos blandos y amorosos a todos los fieles, y no permitiese que ninguno de los hombres, ni de las mujeres que estaban a su cargo y se empleaban en su servicio, faltase; sino que a todos les diese el don de la perseverancia, para derramar la sangre por él.

Tuvo una revelación santa Basilisa, en que Dios le declaró lo que de ella y de Julián, con todos los que estaban a su cargo en Antioquía, había de ser, asegurándole que la castidad siempre vence y nunca es vencida; y que habiendo primero recogido para sí todas las mujeres que tenía consigo, ella las seguiría, acabando naturalmente el curso de su vida; y que Julián pelearía y padecería grandes fatigas por su amor, mas que vencería y triunfaría gloriosamente.

Dio parte de toda su revelación Basilisa a Julián, y como había visto a Jesucristo nuestro Señor resplandeciente más que el sol cuando sale por la mañana. Después juntó a sus monjas e les hizo una plática exhortándolas a purificar sus almas y a aparejarse para gozar en el cielo de los castísimos abrazos de su dulce esposo, y particularmente a no tener entre sí ira, ni enojo: porque la virginidad de la carne vale poco cuando no hay paz y sosiego de corazón. Mientras la santa hablaba con sus hijas, el lugar donde estaba tembló, y se vio en él una columna de fuego, en la cual estaban escritas con letras de oro estas palabras: Todas las vírgenes, de las cuales tú eres capitana y maestra, me son gratísimas, y no hay cosa en ellas que me ofenda. Por tanto, venid, vírgenes, y gozad del lugar que os tengo aparejado. Oyendo esto todas aquellas santas doncellas, se regocijaron sumamente en el Señor, y le alabaron por aquel favor que les hacía, y se aparejaron para morir, o, mejor dicho, para que por medio de la muerte ir a gozar de la eterna vida. Todas murieron en espacio de seis meses, como Dios se lo había revelado a Basilisa; y ella, después, estando en oración, siguió a sus hijas, y dio su espíritu a su esposo, y fue a gozar con ellas de su bienaventurada vida. El cuerpo lo hizo enterrar Julián con gran ternura y devoción, y mucha honra, orando y velando algunos días y noches sobre su sepultura.

De esta manera libró Dios nuestro Señor a santa Basilisa, y a todas las otras doncellas de su santa compañía, de la furiosa tempestad que poco después se levantó en Antioquía contra los cristianos, en la cual san Julián y los otros santos varones que con él estaban habían de padecer muchos y grandes tormentos por Jesucristo, y alcanzar gloriosas victorias como valeroso guerreros: lo cual sucedió de esta manera:

Vino a Antioquía por presidente y lugarteniente del emperador, Marciano, hombre cruel y fiero, celoso del culto de sus dioses, y tan encarnizado en la sangre de cristianos, como su amo. Mandó que ninguno pudiese comprar ni vender cosa alguna si primero no adoraba a un ídolo que tenía puesto en cada lugar de su gobierno; y los moradores de Antioquía eran forzados a tener cada uno en su casa un ídolo. Supo el presidente que estaba allí san Julián, y la calidad y nobleza de su persona, la mucha gente que le seguía; y la gran parte que tenía en aquella ciudad. Envió a su asesor para que le hablase blandamente, y le mostrase los mandatos del emperador, y le exhortase a obedecerlos. Fue el asesor, y le halló con muchos sacerdotes, diáconos y ministros de la Iglesia, los cuales estaban algo temerosos, aguardando a aquel hombre tan terrible y tenebroso que los amenazaba. Habló el santo, y los animó a morir por Cristo; y habiendo hecho oración y la señal de la cruz en la frente, salió al juez que le buscaba, y después de una larga plática que tuvo con él, se resolvió a que él y todos los que estaban con él no obedecerían al emperador, ni adorarían a sus falsos dioses, sino a Jesucristo, su único Salvador y Señor. Fue tal el enojo que Marciano sintió al oír esa respuesta, que loco y ciego de rabia y furor, mandó poner fuego en aquella casa, y quemar toda aquella santa e ilustre compañía de san Julián, y a él solo prender y echar a la cárcel. Todos fueron quemados, e hicieron de sí un sacrificio y holocausto, ofreciendo al Señor los cuerpos que de él habían recibido. Y para que se viese cuán acepto le había sido este sacrificio, mucho tiempo duró una gran maravilla, que los que por allí pasaban a las horas del día, que en la Iglesia se suelen cantar los oficios divinos, oían una música celestial, y los que estaban enfermos, oyéndola, quedaban sanos.

Mandó el presidente traer a Julián a su presencia, y toda la ciudad, por el mucho amor que le tenía, concurrió a verle pelear con el demonio, que así llamaban al presidente; el cual, habiendo tentado con todas las artes que pudo el pecho de san Julián, y dándole muchos asaltos con maña y con fuerza, con halagos y amenazas para rendirle a su voluntad, y hallándole siempre constante y fuerte, le mandó atormentar cruelmente con azotes y palos nudosos. Mientras que le atormentaban, uno de los ministros del presidente perdió un ojo, en que se descargó un golpe de los que daban al santo: lo cual permitió el Señor para ilustrar más su gloria, con lo que por esta ocasión después sucedió, porque san Julián dijo a Marciano, que mandase juntar todos los sacerdotes para que hicieran sus plegarias y sacrificios a sus dioses, y les suplicasen que restituyesen el ojo a aquel hombre que le había perdido; y que si ellos no pudiesen, y él no solamente le diese vida corporal, sino también alumbrase su alma, que entonces conociese y confesase el presidente la diferencia que hay entre las piedras que él adoraba, y tenía por dioses, y el Dios vivo y verdadero, y Señor de todo lo creado, que adoraban los cristianos. Se hizo así: vinieron los sacerdotes de los ídolos, e hicieron todas las diligencias con sus dioses; pero ¿qué ayuda le podían dar para que viese aquel hombre las piedras que no le veían ni sentían?

Se oyeron lamentables voces de los demonios, que en los ídolos clamaban: "Dejadnos; porque estamos condenados a perpetuo fuego, y desde el momento en que ha sido preso Julián, se han multiplicado nuestras penas: ¿cómo queréis que demos luz nosotros estando en tinieblas?" Demás de esto, por la oración de san Julián, más de cincuenta estatuas de los falsos dioses, de oro y plata y de otros metales preciosos, que estaban en el templo, cayeron de repente y se desmenuzaron y se hicieron polvo: y san Julián, haciendo la señal de la cruz e invocando el nombre del Señor, restituyó el ojo a aquel hombre tan perfectamente como si nunca le hubiera perdido; y lo que es más, esclarecidos los ojos de su alma con la lumbre del cielo, comenzó a clamar y a decir a voces que Cristo era Dios, y solo digno de ser adorado y reverenciado: de lo cual Marciano recibió tan grande enojo, que allí luego le mandó matar, y voló al cielo bautizado en su sangre.

Estaba el cruel tirano fuera de sí, y lo que Dios obraba por Julián lo atribuía a arte mágica, y por eso le mandó llevar por todas las calles de la ciudad cargado de prisiones y cadenas, y que en varias partes le fuesen atormentando, con un pregón que decía: "De esta manera han de ser tratados los rebeldes a los dioses, y menospreciadores de los príncipes."

Tenía Marciano un solo hijo llamado Celso, heredero de su casa, el cual era muchacho, y estaba en el estudio por donde había de pasar san Julián al tiempo que le llevaban a la vergüenza: al tiempo, pues que pasaba, salió el muchacho con los otros sus compañeros a ver al mártir; le vio, y con él gran muchedumbre de ángeles vestidos de blanco y de inmensa claridad que hablaban con él, y algunos le ponían una corona de oro y de piedras de inestimable valor sobre la cabeza, tan resplandeciente que oscurecía la luz del día. Con esta visión (¡oh potencia del Crucificado!) el muchacho cambio de tal manera, que arrojando los libros y desnudándose de sus vestidos, sin poder ser detenido de sus maestros ni de sus compañeros, se fue corriendo tras el santo mártir, y hallando que le estaban atormentando, se echó a sus pies besándolos, y protestando que quería ser su compañero en los tormentos, para serlo en la gloria; porque hasta allí, engañado de sus padres y de los demonios, como ciego les había adorado y blasfemado a Jesucristo, que era Dios verdadero, y su vida y salud, y de todos los que creen en él. ¿Qué mudanza es ésta? ¿Qué nueva luz del cielo? ¿Quién enseñó a este muchacho? ¡Qué admiración hubo en toda la ciudad! ¡Qué espanto en aquellos sayones! ¡Cómo se heló Marciano cuando oyó decir lo que pasaba! Y ¡qué alegría y júbilo sintió san Julián viendo que los tiernos años triunfaban sobre los falsos dioses, y que el hijo vengaba a Cristo de las injurias que le hacía su padre!

Quisieron apartar al muchacho Celso de san Julián, mas él estaba tan abrazado con el santo, que no pudieron, porque por voluntad de Dios, a los que querían echarle mano, luego se les entorpecían los brazos, y las mismas manos se secaban: y así fue necesario llevar a los dos juntos delante de Marciano, el cual, rasgadas sus vestiduras y herido su rostro, después de haber reprendido a san Julián por haber enloquecido con sus hechizos a Celso, y apartado al hijo de su padre, y quitado a los dioses al que con tanta piedad los adoraba, procuró reducir a su hijo a su voluntad; y lo mismo hizo Marcionila, que acompañada de muchas criadas y matronas vino a este espectáculo, haciéndose carne y dándose muchos golpes, y mostrando al hijo, para enternecerle, los pechos que había mamado. Mas el hijo Celso respondió, no como niño, sino como varón sapientísimo, como mozo en los años y viejo en seso, y sobre todo como el que estaba ya vestido y adornado de la luz del cielo y de la virtud de Dios.

"La rosa, dice, por nacer de las espinas, no pierde su olor suavísimo; ni las espinas, por haber producido la rosa, dejan de punzar y lastimar. Haz, ¡oh padre mío!, tu oficio de lastimar como espina, que yo como rosa procuraré dar buen olor de mí a los fieles: los que temen perder la vida temporal te obedezcan, que yo, porque pretendo ganar la eterna, no te obedeceré. Por amor del Padre Eterno, que es mi verdadero Padre, no te conozco por padre. ¡Oh Marciano! Tú, por amor de tus dioses, puedes negarme por hijo, y atormentarme como enemigo. No te hago agravio: antepongo a tu amor la eterna bienaventuranza, y por no ser cruel contra mí, no soy piadoso para contigo."

Salió de sí el desventurado padre; y mandó echar a san Julián y a su mismo hijo en un profundo calabozo, sucio, hediondo y tenebroso, lleno de muchos gusanos, y de un mal olor incomparable. Mas el Señor le ilustró con inmensa luz, y convirtió el mal olor en una fragancia suavísima, lo cual fue ocasión para que veinte soldados que tenían de guardia se convirtiesen; y por voluntad del Señor vinieron a la cárcel, guiados de un ángel, siete caballeros cristianos hermanos, y con ellos un sacerdote, llamado Antonio, el cual bautizó a Celso, el hijo de Marciano, y a los veinte soldados, que siendo guardas se habían convertido. De todo fue avisado el presidente, y él dio noticia de ello a los emperadores, los cuales le mandaron que a san Julián y a todos los que en su compañía seguían la fe de Cristo los atormentase y matase, haciéndolos quemar en unas cubas empegadas, llenas de aceite, pez y resina, y otras cosas que son materia en que se ceba el fuego.

Con esta respuesta de los emperadores mandó Marciano poner su tribunal en la plaza, y traer delante de sí a san Julián y a todos los otros sus santos compañeros; y estando dando y tomando en aquel negocio, sucedió que pasando por allí con un hombre muerto que le llevaban a enterrar ciertos gentiles, el presidente los mandó parar, y para hacer burla de san Julián, le rogó que le resucitase. San Julián lo hizo con gran facilidad, ni mirando la intención de Marciano, ni a lo que su incredulidad merecía, sino esperando que con aquel milagro la gloria de Cristo crecería, los gentiles quedarían confusos, y más animados los cristianos. Quedó asombrado el presidente cuando vio delante de sus ojos vivo al que era muerto, y mucho más cuando le oyó hablar y decir a grandes voces que los dioses que adoraban eran demonios, y Jesucristo sólo Dios verdadero; y que llevándole ciertos negros y monstruos horribles al fuego eterno por haber sido gentil, Dios le había mandado volver al cuerpo para que hiciese penitencia, por la oración de san Julián, y para que después de muerto confesase por Dios al que en vida había negado.

No bastó este otro testimonio del cielo tan grande y fuerte para ablandar el corazón de Marciano, más duro que las piedras; antes mandó prender al muerto resucitado, para que tornase a morir por Cristo con los santos mártires que allí estaban; y para que no sufra su corazón al ver morir a su propio hijo, entregó la causa a su teniente, y él muy triste y lloroso se retiró a su casa.

Se dio la sentencia cruel, y se aparejaron treinta y una cubas llenas de resina y pez, desnudaron a los mártires, y los echaron en ellas, y les pegaron fuego delante de toda la ciudad de Antioquía, que había concurrido a este espectáculo. Los ministros del tirano atizaban y encendía el fuego; el pueblo daba gritos y alaridos, y derramaban muchas lágrimas, viendo morir con un género de muerte tan penosa a san Julián y al niño Celso, y a tantos inocentes. Los santos mártires, teniendo los ojos puestos en el cielo, con un humilde, manso y alegre corazón daban gracias al Señor por aquella señalada merced que les hacía, y se le ofrecían, como holocausto, en olor de suavidad. Todos los ángeles estaban observando, maravillados de esta gran fortaleza y constancia; y el Señor de los ángeles, hizo que se apagase el fuego, y que de él saliesen los santos más resplandecientes y puros, como sale el oro del crisol, sin mancha alguna, y en medio de las llamas oyesen voces de ángeles cantando.

Quedó como muerto Marciano cuando oyó lo que Dios había obrado con sus santos, aunque creyendo siempre que eran artes de nigromancia y no virtud de Dios, no se enmendó, antes preguntó a san Julián dónde y cómo había aprendido tanto de arte mágica, que tale cosas hacía. Y le pidió por el Dios que adoraba que le dijese la verdad; y el santo le respondió que Dios era el autor de semejantes maravillas, y que el modo para hacerse era trabajar en echar de sí como inútiles los cuidados de este siglo, y servir a Cristo, y no anteponer a su amor padre ni madre, mujer ni hijos, ni otra cosa temporal y caduca de esta vida: porque el que tuviere, dice, cuidado de remediar las necesidades de los pobres, el que no se dejare sujetar de sus apetitos, el que venciere la impaciencia con la paciencia y las injurias con buenas obras, el que procurare más ser santo que parecerlo, el que de veras fuere humilde, y menospreciador del mundo, y se abrazare con Cristo, y siguiere sus pisadas, ése será verdadero discípulo de Cristo, y hará las maravillas que nosotros los cristianos hacemos.

Todo lo que el santo decía al prefecto era en vano, porque su corazón estaba empedernido y obstinado. Mandó encerrar de nuevo a los santos, y entre ellos a su hijo, y que su mujer Marcionila entrase a verle y estuviese tres días con él; porque así se lo había pedido su hijo, y la misma madre lo deseaba, pensando con blanduras y dulzuras de madre atraerle, para que obedeciese a su padre y no se perdiese. Entro la madre en la cárcel: se pusieron los santos en oración, suplicando a nuestro Señor que la alumbrase. Tembló la cárcel, se vio en ella un inmenso resplandor, y se oyeron voces del cielo; y por las cosas que allí vio y oyó Marcionila, se convirtió al Señor, y confesó la fe de Jesucristo, y fue bautizada del santo sacerdote Antonio, que allí estaba entre los otros mártires, y su mismo hijo Celso fue su padrino en el bautismo: lo cual todo fue de increíble alegría para los santos, y nueva cruz y tormento para Marciano; el cual, ciego y loco por la rabia y furor, mandó degollar a los veinte soldados que habían creído en Cristo, y quemar a los siete caballeros hermanos que de su propia voluntad habían venido a la cárcel con el sacerdote Antonio, y guardar al mismo san Antonio, y a san Julián, y al muerto resucitado, y a su propia mujer e hijo, para pensar mas tranquilo lo que había de hacer con ellos, porque todavía le tiraba el amor de la mujer y de su único hijo. Los soldados fueron degollados, y los siete hermanos quemados como lo mandó el presidente.

Había en Antioquía un templo dedicado a los dioses muy suntuoso; el pavimento y las paredes no eran ni de mármol ni de piedras ricas, sino cubiertas de tablas de oro puro, y las bóvedas adornadas de piedras preciosas. Se abría pocas veces, para una mayor reverencia. Ordenó Marciano a los sacerdotes que preparasen grandes ofrendas y sacrificios para ofrecer en aquel templo a los dioses inmortales, y con palabras dulces, viendo que las duras no aprovechaban, rogó a san Julián que aceptase, y en aquel templo tan ilustre y magnífico hiciese reverencia a los dioses, gobernadores del mundo y protectores del imperio. Le respondió san Julián que juntase en el templo a todos sus sacerdotes, para que fuesen testigos del sacrificio que él ofrecería. Creyó Marciano que san Julián estaba ya trocado, y que con el deseo de la vida le quería dar contento por no morir; y con grande alegría mandó juntar a todos los sacerdotes, que eran casi mil, y quitar las prisiones a san Julián y a sus compañeros, y con gran fiesta y regocijo los llevó al templo, adonde innumerable gente había concurrido.

Hincó las rodillas san Julián; armó su frente con la señal de la cruz, y con grande afecto, ternura y confianza suplicó a nuestro Señor, que para gloria suya y confusión de la gentilidad ciega, y consuelo de los fieles, destruyese aquel templo y todo lo que había en él. Acabando san Julián su oración, y respondiendo los otros cuatro santos mártires "Amén," todos los ídolos que había en el templo se deshicieron como humo, y el mismo templo se arruinó y asoló de tal manera, como si nunca tal templo hubiera habido. Murieron todos los sacerdotes y una gran muchedumbre de gente pagana: y Metafrastes, que es el que escribió esta vida, dice que hasta a su tiempo salían de aquel lugar llamas de fuego. Pues ¿qué testimonio es éste del poder infinito de nuestro gran Dios y Señor? ¿Cuántas muertes padeció Marciano antes que diese la muerte a san Julián? No sabía el desventurado con quién se tomaba, ni lo que había de hacer, ni dónde estaba.

Volvieron a la cárcel a los santos mártires, y estando ellos orando y cantando alabanzas al Señor, a la media noche les aparecieron, por una parte, los veinte soldados y los siete caballeros hermanos, ya gloriosos y adornados con ropas de inmensa claridad, y en su compañía otros muchos sacerdotes e ilustres mártires; por otra, santa Basilisa, con un coro de purísimas doncellas, y en la cárcel no se oía sino una voz suavísima, que decía: Aleluya, aleluya. Y santa Basilisa habló a san Julián, diciéndole que Dios la enviaba para avisarle que ya estaba en el fin de sus batallas, y el cielo abierto y la corona aparejada, y todos los santos aguardando la hora en que le habían de recibir a él y a sus santos compañeros.

Después de esto, otro día fueron sacados a juicio los santos, y Marciano les mandó atar los dedos de las manos y de los pies, y untar las ataduras con aceite y ponerles fuego. Pero las ataduras se quemaron, y los santos quedaron sin lesión. Mandó desollar el cuerpo y la cabeza a san Julián y a Celso, su propio hijo, y al sacerdote Antonio, y a Anastasio (que así se llamaba el que había resucitado), arrancar los ojos con garfios de hierro. A su mujer mandó atormentar en el ecúleo; mas nuestro Señor no lo permitió; porque los ministros que lo quisieron ejecutar quedaron ciegos, y las manos y los brazos se les secaron: y los santos quedaron como si ninguna cosa hubieran padecido. Los llevaron al anfiteatro por orden del presidente, y soltaron todas las bestias fieras que tenían, para que los despedazasen; mas ellas, olvidadas de su natural fiereza, se echaron a los pies de los santos y los lamían. Mandó sacar Marciano a todos los presos de la cárcel, que estaban condenados a muerte, y que allí en el teatro los degollasen, y juntamente con ellos a san Julián y a los otros cuatro sus santos compañeros, para que muriesen como facinerosos, y no a título de religión, ni pareciese que de ellos quedaba vencido. Los santos fueron descabezados, y al mismo tiempo vino un temblor de tierra tan extraño, que derribó casi la tercera parte de la ciudad, y en todos los lugares en que había ídolos cayeron muchos rayos y mataron gran número de gente de los gentiles, y el mismo prefecto Marciano quedó más muerto que vivo, y apenas pudo escapar; y pocos días después, comido de gusanos, acabó su desdichada vida, para comenzar aquella muerte que nunca se acaba.

Vinieron la noche siguiente los cristianos y sacerdotes para recoger los cuerpos de los santos mártires; y como estaban mezclados y confusos con los otros cuerpos de los hombres facinerosos que con ellos habían sido muertos, no los pudieron conocer, hasta que hincados de rodillas y hecha oración al Señor, vieron las almas de los mismo mártires en figura de doncellas purísimas, y que cada una se sentaba sobre su cuerpo; y de esta manera los conocieron, y con gran devoción y reverencia los sepultaron.

Otra maravilla también sucedió: que la sangre que salió de sus cuerpos se heló y se hizo como una masa de pan más blanca que la nieve; de manera que no se empapó en la tierra, que estaba ya regada con la otra sangre de los malhechores. Y nuestro Señor al sepulcro de san Julián hizo muchos y grandísimos milagros, y no solamente donde estaba su cuerpo, sino en otras muchas partes de la cristiandad, donde se edificaron iglesias en su nombre. El martirio de san Julián fue a los 9 de enero, el año del Señor de 309, imperando en Oriente Maximino, que continuó la persecución de los emperadores Diocleciano y Maximiano. Su vida escribió Metafrastes, y hacen mención de él el Martirologio romano, el de Beda, Usuardo y Adón; y san Isidoro en el Breviario toledano, y san Eulogio en el libro que llamó Memorial de los santos, ponen estos bienaventurados mártires por ejemplo, exhortándonos a todos a morir por Cristo, y con mucha razón; porque si consideramos con atención lo que aquí queda referido, hallaremos muchos y grandes motivos para alabar al Señor, y admirarnos de sus secretos juicios, y reverenciar aquella providencia tan inescrutable con que a unos hace santos, y los regala, favorece y asiste para que peleen y venzan a todo el poder del infierno, y a otros por sus pecados desampara y castiga: porque ¿qué mayor maravilla pudo ser que ver un caballero mozo, noble y rico, como fue san Julián, dar de mano a todos los regalos, apetitos y blanduras de la carne, y ofrecer a Dios su castidad? ¿Qué persuadir a su esposa Basilisa, que viviesen como hermanos y conservasen perpetuamente la flor de su virginidad? ¿Y que el Señor, con tan claras y evidentes señales del cielo, los confirmase en aquel santo propósito, y les diese gracia para perseverar en él, y para que con su ejemplo otros muchos los imitasen? ¿Y que acabando Basilisa en santa paz el curso de su peregrinación, y llevando delante un número tan grande de honestísimas doncellas al cielo, quedase vivo Julián para la guerra y para glorificar más con sus batallas y triunfos al Rey de los reyes y Señor de todo lo creado? ¿Cuántos y cuán ilustres milagros sucedieron en su martirio? ¿Cuán duros fueron los tormentos del tirano, y cuán suaves los regalos del Señor? El cual, en san Julián quiso mostrar, que todas las criaturas reconocen y obedecen a su Creador; y que en la ignominia está la gloria, en la pena el deleite, en la muerte la vida, cuando el hombre con fe viva padece y muere por su Señor. Marciano tirano se acabó, y no se acabaron sus tormentos. Murió san Julián, y vive para siempre. Los templos y las estatuas de los dioses cayeron, los gentiles fueron abrasados, y la gentilidad por el martirio de san Julián se menoscabó; y la santa Iglesia católica floreció, y la memoria de este glorioso mártir durará para siempre, y los trofeos de sus victorias permanecerán en los siglos de los siglos.

 

Santa Justina Virgen y Mártir.

(2 de Octubre)

San Venancio Fortunato, obispo de Poitiers a principio del siglo VII, considera a Santa Justina como una de las vírgenes más ilustres cuya santidad y triunfo han sido consagrados por la iglesia y afirma que su nombre hace tan famosa a Padua como el de Santa Eufemia a Calcedonia y el de Santa Eulelia a Mérida. El mismo autor, en el poema que dedicó a la vida de San Martín, exhorta a los peregrinos que van a Padua a besar el sepulcro de la bienaventurada Justina. A principio del siglo VI (1117) se descubrieron sus reliquias.

 

San León Papa.

(l8 de Febrero).

San León, llamado el Magno, nació hacia los fines del siglo cuarto. Muerto el Papa Sixto III, fue elegido en su lugar por unánime consentimiento y consagrado el 8 de septiembre del año 440. Conociendo perfectamente el estado de la Iglesia, empleó toda su energía en remediar sus necesidades. Resucitó en todas partes la disciplina eclesiástica y dio reglas a los fieles necesarias para dominarse e hizo florecer la antigua piedad cristiana en todo el mundo.

Durante este período la Iglesia tenía muchos enemigos, como nunca en su historia. Al tercer año de su pontificado, exterminó León la secta de los Maniqueos, desterrándola no solamente de Italia, sino que de todo el mundo cristiano. Otra secta fue, el Pelagianismo, pero conociendo el santo el veneno de esta, escribió cartas, compuso libros, convocó Concilios y al final tuvo el consuelo de ver triunfar la verdad ortodoxa en el mundo cristiano. Reapareció en España, la herejía de los Priscilianitas, y apenas llegó a oídos de León, refutó con gran energía todos los principales puntos de aquella secta, en las varias cartas, que dirigió a los Obispos españoles sobre este asunto, ordenando a los Metropolitanos a convocar Concilios provinciales para acabar con tan horrible monstruo.

Informado, nuestro Santo de las aseveraciones de Eutiques, convoco a un Concilio en Roma para condenar esa doctrina y aprovechó las bondades de la emperatriz Puljeria y el emperador Marciano, para convocar a un Concilio en Calcedonia, donde la verdad triunfó sobre el error. Eutiques fue condenado y se concluyó el Concilio con solemnes gracias y públicas exclamaciones, que se tributaron al "muy grande y Santísimo Pontífice León."

Este fue el primer Papa que dejó a la Iglesia un gran caudal de obras. Se obtuvieron de San León l96 Sermones sobre las principales fiestas del año, l4l cartas que explican con precisión y elocuencia, la mayor parte de los misterios de la religión, las cuales dan a conocer el carácter de este Papa.

Finalmente, después de 21 año de Pontificado y consumido por los trabajos y penitencias, colmado de merecimientos y gloria, murió el l8 de Febrero, por los años 46l, y cerca de los 60 años de edad.

 

San Lorenzo.

(10 Agosto)

España se gloria de haber dado cuna al ilustre mártir san Lorenzo; Italia hace gloriosa vanidad de haber sido el teatro de su triunfo, también Francia cuenta entre sus especiales honras la de reconocerle por uno de sus patronos, y entre sus mas estimables tesoros la de poseer una parte de sus preciosas reliquias.

Nació san Lorenzo hacia la mitad del tercer siglo, en Huesca, ciudad de España, en el reino de Aragón. Su padre se llamó Oroncio y su madre Paciencia, ambos celosos y fervorosos cristianos, de piedad tan ejemplar y aun de virtud tan eminente, que la iglesia de Huesca celebra solemnemente su fiesta el primer día de mayo, siendo en ella su memoria de singular veneración. Padres tan virtuosos y tan santos necesariamente habían de dar á su hijo la mas cristiana educación. Correspondió á Lorenzo, esta educación, admirablemente, tanto por la noble belleza de su índole, como por la docilidad de su genio, y por una inclinación nativa á todo lo que era virtud. Los rasgos que mas le caracterizaron desde la cuna, fueron la inocencia de costumbres, y un sobre saliente amor a la pureza. Admirémosle desde luego en él un corazón noble, intrépido y generoso; pero sobre todo, se hacia universalmente distinguir aquel tierno y aquel encendido amor á Jesucristo, que ninguna cosa fue capaz de entibiar ni de disminuir. Animado por el celo de la religión, resolvió desde sus mas tiernos años emprender el viaje á Roma, considerándola como el verdadero centro de ella. Tardaron poco en des cubrir el mérito y la elevada virtud de aquel extranjero joven los fieles de la capital del mundo. Pero el que más los sondeó y los admiró fue el pontífice san Sixto, que acababa de ser sublimado á la silla de san Pedro; y encantado tanto como asombrado de la inocencia y de las raros talentos que reconoció en nuestro cristiano héroe, le confirió los órdenes sagrados y con ellos la dignidad de arcediano, como lo afirma san Agustín y san Pedro Crisólogo; empleo que le confería ser el primero de los diáconos de la iglesia romana. Lejos de engreírle la nueva elevada dignidad, solo sirvió para hacerle mas fervoroso, mas celoso y mas humilde. Era ministerio propio del arcediano el dar la comunión al pueblo cuando el papa celebraba el divino sacrificio, y también estaba á su cargo la custodia del tesoro de la Iglesia; es decir, de los vasos sagrados, de las vestiduras sacerdotales y de los caudales destinados al sustento de los ministros y al socorro de los pobres. Lo primero exigía uno santidad sobresaliente en el ministro; y lo segundo una prudencia, una vigilancia superior y un desinterés á toda prueba en el tesoro.

Ni bien había comenzado nuestro santo á ejercer con aplauso universal las funciones de uno y otro ministerio, que se levantó contra la Iglesia el fuego de la persecución mas horrible; empeñada nada menos que en borrar del mundo hasta la memoria del nombre cristiano.

El emperador Valeriano, que en el concepto de los gentiles estaba reputado como un príncipe humano, apacible y benigno, logró, al principio de su imperio, igual reputación entre los cristianos. Ninguno de sus predecesores los había tratado con tanta benignidad; en público y en particular les mostraba siempre el mayor agrado; por lo que dentro de su misma casa imperial se contaba tantos siervos de Dios, que parecía mas una iglesia que un palacio. Pero habiendo sido tan extraordinaria la bondad con que entonces los trató, no fue menos violenta la persecución con que los afligió en lo sucesivo. Nació esta mudanza de Macriano, que desde el mas bajo abatido nacimiento ascendió a los primeros puestos del imperio haciendo escala para ello en los más enormes delitos; y aspirando su ambición á la misma dignidad imperial, hizo pacto con el demonio, que le prometió el imperio a cambio de que exterminase toda nación de los cristianos.

 

 

San Lucas el Joven.

(7 de Febrero, año 946).

San Lucas el Joven, también nombrado el taumaturgo u obrador de milagros, era griego. Su familia era de una isla de Egeo, pero se vieron obligados a abandonarla por el ataque de los sarracenos. Con el tiempo se establecieron en Tesalia, donde fueron pequeños hacendados o campesinos con tierra propia. Su padre, Esteban, y su madre Eufrosina, tuvieron siete hijos, de los cuales él, fue el tercero. Fue un muchacho piadoso y obediente. Desde una edad temprana fue enviado a cuidar las ovejas y a cultivar los campos. Desde niño, a menudo se quedaba sin comer para alimentar al hambriento, y algunas veces se quitaba sus vestidos para dárselos a los mendigos. Cuando salía a sembrar acostumbraba esparcir la mitad de las semillas en la tierra de los pobres. Era notorio que el Señor bendecía las cosechas de su padre con abundancia. Después de la muerte de Esteban, el muchacho dejo de trabajar en los campos y se dedico por un tiempo a la contemplación. Sintió entonces la necesidad de llevar una vida religiosa, y en una ocasión salió de Tesalia, con la intención de buscar un monasterio, pero fue capturado por soldados que le creyeron un esclavo fugitivo. Lo interrogaron, pero cuando les dijo que era siervo de Cristo y había emprendido el viaje por devoción, se negaron a creerle y lo encerraron en prisión, tratándolo muy cruelmente. Después de algún tiempo descubrieron su identidad y lo pusieron en libertad, pero al regresar a su casa fue recibido con escarnios y burlas por su fracasada escapatoria.

Aunque su intención era consagrarse a Dios, los parientes de Lucas no querían dejarlo ir. Dos monjes, que iban de camino de Roma a Tierra Santa fueron atendidos hospitalariamente por Eufrosinia y lograron convencerla para que dejara a su hijo viajar con ellos hasta Atenas. Allí entro a un monasterio pero no se le permitió permanecer por mucho tiempo. Un día el superior lo llamó y le dio a entender que su madre se le había aparecido en una visión, y que lo necesitaba, que lo mejor seria que fuera a su casa para ayudarla. Así pues Lucas regresó una vez mas y fue recibido con alegría y sorpresa; pero después de cuatro meses, la misma Eufrosinia comprendió que su hijo tenia una verdadera vocación a la vida religiosa y ya no se opuso más. Lucas construyó una ermita en el Johanitsa cerca de Corinto, donde fue a vivir; tenia entonces dieciocho años de edad. Llevaba una vida de austeridad casi increíble; pasaba las noches en oración, privándose casi por completo del sueño. Sin embargo, estaba lleno de alegría y caridad aunque a veces tenia que luchar violentamente contra las tentaciones. Recibió tanta gracia de Dios, que por su intermedio se obraban milagros, tanto durante su vida como después de su muerte. Es uno de los primeros santos de quienes se cuenta que se le vio elevado del piso en oración. La celda de San Lucas fue convertida en oratorio después de su muerte y la llamaron Soterio o Sterion (lugar de curación).

San Macario El Viejo.

Macario nació en el alto Egipto, hacia el año 300, y paso su juventud como pastor. Movido por una intensa gracia, se retiró del mundo a temprana edad, confinándose en una estrecha celda, donde repartía su tiempo entre la oración, las prácticas de penitencia y la fabricación de esteras. Una mujer le acusó falsamente de que había intentado atacarla violentamente. A raíz de ello, Macario fue arrestado por las calles, apaleado y tratado de hipócrita disfrazado de monje. Todo lo sufrió con paciencia, y aun envió a la mujer el producto de su trabajo, diciéndose: "Macario, ahora tienes que trabajar más, pues tienes que sostener a otro." Pero Dios dio a conocer su inocencia: la mujer que le había calumniado no pudo dar a luz, hasta que reveló el nombre del verdadero padre del niño. Con ello, el furor del pueblo se tornó en admiración por la humildad y paciencia del santo. Para huir de la estima de los hombres, Macario se refugió en el vasto y melancólico desierto de Esqueta, cuando tenía alrededor de treinta años. Ahí vivió sesenta años y fue padre espiritual de innumerables servidores de Dios que se confiaron a su dirección y gobernaron sus vidas con las reglas que él les trazó. Todos vivían en ermitas separadas. Sólo un discípulo de Macario vivía con él y se encargaba de recibir a los visitantes. Un obispo egipcio mandó a Macario que recibiera la ordenación sacerdotal a fin de que pudiese celebrar los divinos misterios para sus ermitaños. Más tarde, cuando los ermitaños se multiplicaron, fueron construidas cuatro iglesias, atendidas por otros tantos sacerdotes.

Las austeridades de Macario eran increíbles. Sólo comía una vez por semana. En una ocasión, su discípulo Evagrio, al verle torturado por la sed, le rogó que tomase un poco de agua; pero Macario se limitó a descansar brevemente en la sombra, diciéndole: "En estos veinte años, jamás he comido, bebido, ni dormido lo suficiente para satisfacer a mi naturaleza." Su cuerpo estaba debilitado y tembloroso; su rostro, pálido. Para contradecir sus inclinaciones, no rehusaba beber un poco de vino, cuando otros se lo pedían, pero después se abstenía de toda bebida durante dos o tres días. En vista de lo cual, sus discípulos decidieron impedir que los visitantes le ofrecieran vino. Macario empleaba pocas palabras en sus consejos, y recomendaba el silencio, el retiro y la continua oración sobre todo esta última a toda clase de personas. Acostumbraba decir: "En la oración no hace falta decir muchas cosas ni emplear palabras escogidas. Basta con repetir sinceramente: Señor, dame las gracias que Tú sabes que necesito. O bien: Dios mío, ayúdame." Su mansedumbre y paciencia eran extraordinarias, y lograron la conversión de un sacerdote pagano y de muchos otros.

Macario ordenó a un joven que le pedía consejos que fuese a un cementerio a insultar a los muertos y a alabarlos. Cuando volvió el joven, Macario le preguntó que le habían respondido los difuntos. "Los muertos no contestaron a mis insultos, ni a mis alabanzas," le dijo el joven. "Pues bien, le aconsejó Macario, haz tú lo mismo y no te dejes impresionar ni por los insultos, ni por las alabanzas. Sólo muriendo para el mundo y para ti mismo, podrás empezar a servir a Cristo." A otro le aconsejó: "Pronto a recibirás de la mano de Dios la pobreza, recíbela tan alegremente como la abundancia; así dominarás tus pasiones y vencerás al demonio." Como cierto monje que se quejaba de que en soledad sufría grandes tentaciones para quebrantar el ayuno, en tanto que en el monasterio lo soportaba gozosamente, Macario le dijo: "El ayuno resulta agradable cuando otros lo ven, pero es muy duro cuando está oculto a las miradas de los hombres." Un ermitaño que sufría de fuertes tentaciones de impureza, fue a consultar a Macario. El santo, después de examinar el caso, llegó el convencimiento de que las tentaciones se debían a la indolencia del ermitaño; así pues, le aconsejó que no comiera nunca antes de la caída del sol, que se entregara a la contemplación durante el trabajo, y que trabajara sin cesar. El ermitaño siguió estos consejos y se vio libre de sus tentaciones. Dios reveló a Macario que no era tan perfecto como dos mujeres casadas que vivían en la ciudad. El santo fue a visitarlas para averiguar los medios que empleaban para santificarse, y descubrió que nunca decían palabras ociosas ni ásperas; que vivían en humildad, paciencia y caridad, acomodándose al humor de sus maridos, y que santificaban todas sus acciones con la oración, consagrando a la gloria de Dios todas sus fuerzas corporales y espirituales.

Un hereje de la secta de los hieracitas, que negaban la resurrección de los muertos, había inquietado en su fe a varios cristianos. Sozomeno, Paladio y Rufino relatan que San Macario resucitó a un muerto para confirmar a esos cristianos en su fe. Según Casiano, el santo se limitó a hacer hablar al muerto y le ordenó que esperase la resurrección en el sepulcro. Lucio, obispo arriano que había usurpado la sede de Alejandría, envió tropas al desierto para que dispersaran a los piadosos monjes, algunos de los cuales sellaron con su sangre el testimonio de su fe. Los principales ascetas. Isidoro, Pambo, los dos Macarios y algunos otros, fueron desterrados a una pequeña isla del delta del Nilo, rodeada de pantanos. El ejemplo y la predicación de los hombres de Dios convirtió a todos los habitantes de la isla, que eran paganos. Lucio autorizó más tarde a los monjes a retornar a sus celdas. Sintiendo que se acercaba su fin, Macario hizo una visita a los monjes de Nitria y les exhortó, con palabras tan sentidas, que éstos se arrodillaron a sus pies llorando. "Sí, hermanos les dijo Macario, dejemos que nuestros ojos derramen ríos de lágrimas en esta vida, para que no vayamos al sitio en que las lágrimas alimentan el fuego de la tortura" Macario fue llamado por Dios a los noventa años, después de haber pasado sesenta en el desierto de Esqueta. Según el testimonio de Casiano, Macario fue el primer anacoreta de ese vasto desierto. Algunos autores sostienen que fue discípulo de San Antonio, pero es imposible que haya vivido bajo la dirección de este santo, antes de retirarse al desierto. Sin embargo, parece que más tarde visitó una o varias veces a San Antonio, quien vivía a unos quince días de viaje del sitio donde habitaba San Macario. En los ritos copto y armenio, el canon de la misa conmemora a San Macario.

 

Santa Madrona Virgen y Mártir.

La gloriosa Santa Madrona era de una familia griega, nacida en Tesalónica, ciudad importante del reino de Macedonia. Cuando ella era todavía muy pequeña, murieron sus padres, y fue adoptada por su tío muy rico y poderoso. Éste enterado de los gloriosos triunfos que los cristianos alcanzaban en aquellos lugares contra los infieles, tomó todas sus posesiones, y se fue con su sobrina Madrona a Roma.

Esa ciudad, aunque en aquel entonces estaba toda llena de paganos, había muchos cristianos escondidos, que vivían en diferentes cuevas aisladas, por el temor a los infieles, donde alababan el Santísimo Nombre de Cristo Nuestro Señor. Inspirada la santa doncella por el Espíritu Santo y enterada de aquellos santos cristianos, sin temer las amenazas de su tío visitaba dichas cuevas, y se consolaba con ellos.

Aquellos siervos de Dios la instruyeron en la fe, explicándole las santas Escrituras y la gloriosa pasión y muerte que padeció por nosotros en la Cruz Nuestro Señor Jesucristo. Escuchaba la santa con mucha atención aquellas lecciones, y encendida por el amor de Dios, les pidió con mucha insistencia una imagen de Cristo, como la que ellos tenían, para poder llevarla siempre consigo con correspondiente devoción y amor que requería eso. Convencidos por la devoción de la santa doncella, ellos hicieron lo que les pedía. De esta manera ella llevaba siempre consigo la santa imagen del Crucificado con mucha devoción, motivo por el cual la representan con un crucifijo en la mano derecha.

Habiendo regresado a la ciudad de Tesalónica, entró a trabajar de sirvienta a la casa de una señora viuda muy rica, llamada Plantilla, que era judía que odiaba profundamente a los cristianos. La santa doncella, cuando se le presentaba la oportunidad, iba a la iglesia, donde bendecía y alababa a Cristo Nuestro Señor. Enterada de esto la viuda, ordenó traerla a su casa, y atada a un banco, la azotó cruelmente, dejándola así todo un día y una noche sin desatarla. Pero vino un ángel que la desató y llevó a la iglesia sin abrir puerta alguna, por lo que Madrona dio infinitas gracias a Dios.

Cuando se enteró de esto su señora, la volvió a su casa, otra vez la ató al mismo banco y le dio muchos latigazos con inaudita crueldad, dejándola atada por tres días sin comer. Vino por segunda vez el mismo ángel y librándola la llevó a la iglesia por las puertas cerradas como la vez anterior.

Viendo esto Plantilla, la volvió a traer a su casa con una furia infernal, y repitió los latigazos con tal fuerza, que le quitó la vida, entregando de esta manera, la santa doncella, su espíritu a su Creador.

Se sucedió su martirio el 15 de Marzo, y según las conjeturas, cerca del año 300, cuando gobernaban Diocleciano y Maximiano. Los tesalonicenses sepultaron el santo cuerpo de Madrona con mucha veneración.

Pasados algunos centenares de años, ciertos cristianos franceses solicitaron a los de Tesalónica que les diesen el cuerpo de Santa Madrona, los cuales accedieron fácilmente a la demanda. Tomaron las santas reliquias y las embarcaron. Pero apenas comenzaron a navegar, el cielo se oscureció y con gran furia descargó truenos, relámpagos y empezaron a caer piedra, que los marineros desesperados del auxilio y ayuda humana, acudieron a Dios por su intercesora Santa Madrona, cuyas preciosas reliquias llevaban. Sin embargo, la tempestad seguía, hasta que por fin, el barco llegó a las costas de Cataluña, que está frente a la montaña de Monjuich, junto a la ciudad de Barcelona. Y como allí el tiempo se empeoró más y la tormenta aumentaba, se decidieron los marineros a dejar el cuerpo de la Santa Madrona en una iglesia que estaba en dicha montaña. En el mismo instante, que decidieron hacerlo, el huracán paró y el mar se había calmado. Entonces el precioso cuerpo fue sacado del barco y llevado por la misma tripulación a la indicada iglesia. De esta manera la Santa Madrona fue patrona de aquel región y de los barceloneses, y la intercesora, a quien la gente acude especialmente en tiempos de sequía.

Posteriormente, por la causa de las guerras y diferentes cambios políticos que sucesivamente han agitado nuestro suelo, su cuerpo fue colocado en una rica sepultura, en el altar mayor de la nueva iglesia de padres capuchinos, construida en el año 1830. Una preciosa tumba encierra el cuerpo de Santa Madrona, que actualmente se venera en la antigua parroquia de San Miguel Arcángel de Barcelona, actualmente su capilla municipal.

 

San Marciano Presbítero.

Fue san Marciano natural de Roma, hijo de padres muy nobles y ricos, los cuales se fueron a vivir a Constantinopla, corte entonces del imperio, y allí le brindaron educación y las buenas costumbres. Por sus virtudes y cultura llego a ser tan conocido en la corte, que el patriarca tuvo la suerte que quisiese ordenarse sacerdote: lo cual hizo a instancia del mismo patriarca, si bien su humildad lo rehusaba. Con la dignidad del sacerdocio le dio la de mayordomo de su iglesia patriarcal.

Murieron en ese tiempo los padres, y de la riquísima herencia que le dejaron, fueron más dueños, los pobres de Jesucristo, con quienes todas sus riquezas repartía, que el mismo Marciano Solo los pobres y las iglesias fueron poseedores de tan rico patrimonio, como era el de Marciano, porque a aquellos sustentaba, vestía y proveía de todo lo necesario; y a éstas reparaba, reedificaba y adornaba. Edificó asimismo de nuevo muchos templos; y entre ellos dos fueron muy suntuosos y célebres, el de santa Anastasia y el de santa Irene.

Como era tan limosnero, salía de noche a buscar pobres para remediarlos, y una vez halló un muerto, y muy gozoso, cual si hubiere hallado una joya riquísima, le tomó, lavó, ungió y amortajó, y después le levantó y le dijo: "Dime si eres con nosotros participante de la caridad que está en Jesucristo." Y sucedió (¡oh bondad de Dios inmensa!) que en tanto que éstas y otras cosas le decía, el difunto se estuvo en pie, como si fuera vivo; y le abrazaba, dándole a entender cuánto agradaba a Dios nuestro Señor aquella grande obra de caridad.

El día que se consagró el templo que hizo a santa Anastasia, el cielo vistió a Marciano de una rica tela de oro y de piedras preciosas, tal que el emperador que se halló presente podía envidiarla: y como quien le dio la gala, se la puso para que luciese, permitió la viesen infinitos: algunos de los cuales, envidiosos, dieron cuenta al patriarca. Lo llamó, acabados los divinos oficios, y lo reprendió, porque traía tal vestido que más pertenecía a un emperador que a un sacerdote: mas como el santo dijo no continuar llevando tal vestido, el patriarca, para satisfacer y dejar confusos a los acusadores, le hizo desnudar, y vieron todos que sólo traía su ordinario vestido, que era muy pobre y desechado; con que se hizo más notorio el prodigio, y conocieron todos los méritos de su virtud y santidad, convirtiéndose muchos arrianos.

Hizo otros muchísimos milagros, y al fin, dejando la ciudad adornada de suntuosos templos, y de la fama de sus virtudes, lleno de años, dejó esta vida, y se subió a los cielos a los 10 días de enero del año 472. Escribieron su vida Metafrastes, Lipomano, tom. V, Surio, tom. I, Sanctoro, el Martirologio romano, y Baronio en sus Anotaciones y en el tom. I de sus Anales.

 

 

Santa María Cleofe.

Esta santa estaba casada con Cleofás (otro nombre Alfeo), y era parienta de la Madre del Salvador (las Sagradas Escrituras llama "hermanos" a todos los parientes). Tuvo cuatro hijos, Santiago el menor, San Simón, San Judas y otro llamado José, que eran parientes del Salvador. Desde el principio creyó en Jesucristo, Lo siguió al Calvario y estuvo en Su entierro. Habiendo ido al sepulcro el domingo por la mañana, acompañada por otras santas mujeres, ellas fueron las primeras que escucharon de los ángeles que Jesucristo había resucitado, y fueron a llevar la noticia a los apóstoles. Ninguna otra particularidad se sabe sobre la vida de María, y sólo se cree piadosamente que falleció en Jerusalén, acompañada por los discípulos y la Madre del Salvador.

 

Santa Marta Virgen y Mártir.

(23 de Febrero)

Cuando Decio ascendió al Imperio Romano, habiendo matado a dos emperadores, Filipos impuso tan cruel persecución contra los cristianos, que en España se mataban miles de cristianos, en los pocos meses del gobierno del Procónsul Paterno.

Este cruel hombre pretendía eliminar el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Para encontrar a los cristianos, ordenó a todos hacer sacrificios públicos a los dioses imperiales, a los cuales debía concurrir todo el pueblo, por pena de muerte. Los que no asistiesen, sin otras averiguaciones, procedía contra ellos con varios tormentos. Entonces llegó con la misma idea a la ciudad de Astorga, y habiendo publicado sus edictos, supo que no había concurrió a los sacrificios Marta, hija de muy nobles padres y de opulenta riqueza, y se enteró así de su religión. Entonces dio orden a sus funcionarios, que de inmediato la trajesen a su tribunal.

Cuando Marta supo de la providencia del Procónsul, inmediatamente se dio cuenta que Dios había escuchado sus plegarias de poder dar su vida por Él. Se llenó de alegría con la esperanza de poder recibir la corona del martirio junto con la de su virginidad. Entonces partió animosa, considerando la gran importancia de derramar la sangre por Jesucristo. Y así, con su corazón apasionado por dicha esperanza, caminaba con alegría, como si iba a un triunfo.

Cuando fue presentada ante Paterno, éste le preguntó lo siguiente: "¿Con qué presunción soberbia, considerando tu nobleza, te atreves a oponerte a nuestros dioses? ¿Quién eres tú y cómo te llamas?"

"Yo me llamo Marta, — respondió la Santa con su valiente espíritu, — desciendo del ilustre estirpe asturiano y tengo entregado mi nombre y mi alma a Nuestro Señor Jesucristo."

Comprendiendo el Procónsul el animo de la doncella y viendo los privilegios de su calidad, buscó perturbarla con palabras prometedoras, aconsejándole renunciar a su religión, y persuadiéndola a que sacrificase a los dioses. Pero valerosamente despreció la Santa los consejos de Paterno. Éste, pateando de su furia, ordenó a los verdugos, que colgada de un potro, le desgarrasen con uñas de hierro su delicado cuerpo miembro por miembro, y que le pongan a sus costados hachas encendidas, y echasen sal molida sobre sus heridas. Todo se ejecutó con la mayor crueldad.

 

San Martín de Braga.

(19 de Marzo)

San Martín, que unos llaman de Braga, por haber sido Arzobispo de esa ciudad, y otros --- Dumiense, por el monasterio que fundó, nació en Pononia, hacia el año 500 de la Encarnación. Educado con esmero en las prácticas de las virtudes y ciencias divinas y humanas, peregrinó muchas veces por las partes de Oriente, visitó los Santos lugares y los desiertos de Anacoretas y con el mayor aprovechamiento, trató con las personas más acreditadas en virtud y letras, y lleno de conocimientos útiles y con un santo celo por extender el Reino de Nuestro Señor Jesucristo llegó a España, y por la divina providencia, a Galicia.

Pasó a la ciudad de Orense, cuando se hallaba en ella el rey Amolarico, con toda su corte, y aprovechando San Martín, las buenas disposiciones de este soberano, que acababa de recibir un gran don del cielo, en la milagrosa curación de la lepra de su hijo Teodomiro, emprendió la importante tarea de convertirlo a la fe cristiana ortodoxa, desengañándole del arrianismo, que profesaba con toda la nación de Galicia y parte de Portugal.

Dios bendijo el celo de San Martín y el rey y toda su gente abjuraron la herejía y agradecidos a Dios y su misericordia protegieron el celo evangelizador de Martín. Le dieron para eso un terreno en el campo, llamado Dumio próximo a su corte de Braga, para que erigiese un Monasterio y lo hicieron al mismo tiempo, rector del mismo y Obispo de Palacio, consagrándolo Lucrecio, Metropolitano de Braga, continuando como rector de Dumio.

En el año 561 aún vivía este prelado, y asistió al Concilio que se celebró en ese año contra los Priscilianitas. Poco después murió el rey y también Lucrecio. Coronado Teodomiro, fue elegido Obispo de Braga, siguiendo como abad de Dumio.

Viéndose este celoso ministro, único Metropolitano de toda Galicia, Asturias y gran parte de Lusitania, y deseando el mayor bien a la Iglesia, eligió nuevas Sedes Episcopales y constituyó en la de Lugo, una nueva Metrópoli.

No satisfecho con esto, convocó un nuevo Concilio, que fue el segundo de Braga, en el año 572, con ambas provincias para la total extirpación de los Priscilianitas, y mejoró la disciplina.

Edificó la Iglesia de Dios, con un gran número de libros de mucha solidez y doctrina y mantuvo correspondencias con las personas más autorizadas de su época, que coleccionó y aumentó con especial apreció como lo testifica San Isidro.

Los elogios que mereció su celo, doctrina y virtud, fueron muy grandes, aún mientras vivía y después de su muerte. El mayor hombre de su siglo, San Martín, Apóstol de Galicia y otros nombres dan a conocer la alta estima que adquirió con sus méritos y tareas apostólicas, que lo condujeron a una dichosa muerte por los años 580, después de 30 años de su Episcopado.

El que ama y aprecia a su religión, debe extenderla, sea predicando, escribiendo o edificando con su ejemplo. Juzgémonos por este principio.

 

San Melecio Obispo y Confesor.

(12 de Febrero, año 357)

San Melecio nació en Melitene ciudad de la Armenia Menor, hacia los principios del siglo IV. Su familia era una de las más nobles del país y desde su niñez su vida fue de irreprochable humildad, paciencia, inocencia de sus costumbres y sus graciosos modales, ganaron el cariño y amor de muchos que lo conocieron. Pero su misericordia, su excelente inteligencia y sabiduría, además del amor y cariño, representaban la admiración y el respeto.

Desolaba la Iglesia la herejía arriana, apoyada por la autoridad del emperador Constancio. Y se había encendido una cruel lucha entre los ortodoxos y los arrianos. Cada grupo se odiaba, todo el Oriente ardía y no se veía más que la separación y la división. Pero para nuestro santo, existía el acuerdo, tanto de parte de los ortodoxos, como de los arrianos.

En esa situación se produjo la vacante en la sede episcopal de Sebaste en Armenia, por la deposición del Obispo Eustacio. Por unánime consentimiento fue nombrado Melecio, siendo lo más singular que hasta los arrianos de la facción de Acacio, que eran los más poderosos, le dieron su voto. Esto provocó dudas en la pureza de su fe, pero pronto se disiparon las dudas. Apenas se vio Obispo comenzó a cumplir con todas sus obligaciones. Su celo y caridad, unidos a su cristiana dulzura, le hacían proceder como un verdadero pastor. Pero este pastor tuvo la desgracia de encontrarse con un rebaño indócil. Por que después de hacer inútiles esfuerzos, lo obligó de dejar el Obispado y a retirarse a la soledad y contemplación.

Creciendo su amor a la soledad y viendo que sus virtudes se comenzaban a honrar más de lo que él quisiera, resolvió irse a Borea, en Siria, para vivir allí como un desconocido.

Pero otros eran los deseos de la Divina Providencia. Hacía treinta años que los arrianos estaban en el poder de la Iglesia de Antioquía. Los ortodoxos y los arrianos trataban de colocar en aquella silla, un patriarca de su partido. Ambos grupos pusieron sus ojos en Melecio, los primeros, por la solidez de su virtud, y los arrianos, porque no desconfiaban de él. Todos esperaban hallar en él, un digno Prelado por ser un hombre muy elocuente, de una natural dulzura, muy propia para reconciliar los ánimos y unir corazones, De esta manera, los arrianos, que manejaban la Corte, suplicaron a Constancio, que se hallaba en Antioquía, que diese su consentimiento para que Melecio ocupara la silla patriarcal y los ortodoxos consistieron en ello, asegurados de la pureza de su fe y de la santidad de su vida.

Cuando llegó a Melecio su nombramiento de patriarca, se puso inconsolable. Y pensó en buscar la seguridad en la fuga, pero como todos conocían su repugnancia, se habían tomado eficaces providencias para precaverla. Al fin debió rendirse a las ordenes del Emperador y fue conducido desde Borea a Antioquía. Allí, no solamente salieron a recibirle los Obispos, sino que también el clero y todo el pueblo, incluidos los judíos y paganos, todos atraídos por su reputación.

Cuando se sentó en la silla patriarcal, supo que los partidos estaban impacientes para saber si se declararía por uno o por el otro, pero Melecio se dedicó primero a ganarse los corazones, pensando que así podría unir a todos los corazones predicando la reforma de la costumbre y la práctica de las virtudes cristianas. Iban sus ejemplos delante de los sermones, sus modestias, su caridad y el porte educativo de sus palabras. Jamás bajó sin alguna conversión, pues no solo estaban aquellas verdades fuertes que comunicaba con su boca, sino que aquella humildad profunda, su olor a la santidad que exhalaba, en todas sus acciones. Todas estas cualidades lo hacían ser amable con todo el mundo, incluso con los pobres.

Pero pronto terminó aquella apacibilidad. Queriendo los arrianos saber si podían contar con el nuevo Patriarca, suplicaron al emperador Constancio, que procurase sondearle, pidiéndole que se explicase en orden en lo que creía. Consintió en ello Constancio y para hacerlo con más seguridad, fuera de Melecio escogió a otros dos prelados, tenidos por los más hábiles, y quiso, que en plena asamblea, celebrada en su presencia, explicasen aquellas palabras de la Escritura de las que abusaban los arrianos para autorizar sus errores y destruir la consubstancialidad del Verbo: "El Señor me crió en el principio de Sus caminos."

Habló Jorge, Obispo de Laodicea, hombre político y poco arreglado, que se expresó como un verdadero arriano; luego Acacio, hombre ambicioso, lo explico como un verdadero hereje y tercero habló Melecio, y las explicó en un sentido tan claro, con tanta elocuencia y con tan dignidad; probó la consubstancialidad del Verbo con razones tan claras y enérgicas. Demostró tan visiblemente los errores de los Arrianos, y puso tan patente la impiedad de sus dogmas, que desesperados de verse como engañados, allí mismo mostraron su indignación y cólera. Un diácono tuvo la insolencia de taparle la boca con la mano; pero el Santo Patriarca explicaba con señas lo que no podía con la lengua; y desembarazado de aquel atrevido, declaró al pueblo y a todo el clero la igualdad de las tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad en una misma esencia divina, con tanta precisión, que no parecía hombre, sino un Angel, el que hablaba con su boca.

Furiosos los Arrianos a la vista de una profesión tan pública, tan clara y tan alta de la fe del Patriarca, persuadieron al Emperador que le arrojase de su silla. Aceptó ello aquel mal aconsejado magistrado, y el mismo día lo desterró a Armenia. Pero no se atrevieron a sacarle de la ciudad de día; porque el amor, el respeto y la estimación del pueblo a su Santo Pastor habían subido tanto en el corto espacio de un mes, y no cabal, dice san Crisóstomo, que ponían sus nombres a sus hijos, y los Ortodoxos se llamaban Melasianos. Viendo san Eusebio de Samosata la indignidad con que se trataba al santo Prelado, se salió de la asamblea, y se retiro a su obispado. Llevaba consigo el acta de la elección del patriarca Melecio, y los Arrianos despacharon tras de él a un criado del Emperador para pedírsela de parte de este Príncipe. Resistiéndose Eusebio a entregarla, se le despachó segundo correo con orden de que la entregase al instante, y si no, que se le cortaría la mano derecha. Apenas leyó el Santo la orden del Emperador, cuando presentó al portador entrambas manos para que se las cortase; firmeza de ánimo que no pudo dejar de admirar el mismo Emperador, elogiándola públicamente. Habiendo quedado solo en el trono imperial Juliano Apóstata, por muerte de Constancio, llamo del destierro a todos los condenados por su predecesor. En virtud de este edicto se restituyó a su Iglesia San Melecio, hacia el fin del año 362, y tuvo el disgusto de hallar cisma y división aun entre los mismos ortodoxos. Trabajó mucho, pero en vano, el santo Pastor en unir a su rebaño. Estaban los ánimos tan enconados, que no surtieron efecto sus solicitudes y fatigas. Para colmo de la aflicción el emperador Juliano el Apóstata, enemigo mortal de los Cristianos, había escogido a la ciudad de Antioquía por sede del paganismo. Fácilmente se percibe cuanto tendría que padecer el santo Prelado, así de los herejes como de los gentiles. No por eso cedió su celo, a pesar de las amenazas del príncipe idólatra.. Irritó muy pronto al apostata su solicitud pastoral, y lo desterró; así, que en menos de tres años el Santo se vio dos veces arrojado de su silla. Muerto poco después Juliano el Apóstata, su sucesor Joviano, príncipe piadoso, llamo del destierro a san Melecio. Entonces se conoció visiblemente que el interés y la ambición son los que reglan las conductas de los herejes, y que no tienen más religión que la que domina en la corte. Aquel mismo Acacio, que había sido jefe de los semiarrianos, viendo el Emperador declarado por la fe del concilio de Nicea, asistió a un sínodo convocado por san Melecio, y suscribió con los demás una profesión eternamente ortodoxa. Pero no habiendo reinado más que ocho meses el piadoso Emperador Joviano, Valente, su sucesor, turbó la paz de la Iglesia, favoreciendo abiertamente a los herejes. Durante estas revoluciones fue siempre igual el celo de san Melecio, sin desmentirse jamas su virtud y su vigilancia, y tuvo el consuelo de educar por espacio de tres años al grande san Juan Crisóstomo.

Habiendo venido a Antioquía el emperador Valente hacía el fin del año de 371, hizo cuanto pudo por ganar para su partido al santo Patriarca; pero hallándole incontrastable, le desterró a lo ultimo de Armenia. Muerto desastradamente Valente, su sucesor Graciano, príncipe ortodoxo, llamó del destierro a san Melecio. La gloria de haber padecido tres destierros en defensa de la fe le hizo más venerable a su pueblo. Con su dulzura y con sus bellos modales venció al fin la obstinación de su competidor el obispo Paulino; y aunque su avanzada edad, y los grandes trabajos que había padecido, parece que lo inhabilitaban para nuevas fatigas corporales, quiso visitar su obispado. Hizo en esta visita infinitos bienes, convirtió a muchos arriano, y reformó las costumbres de los ortodoxos. Celebró en Antioquía los más ilustres concilios que se tuvieron en Oriente por el número de santos y sabios prelados que concurrieron a ellos, en los cuales se confirmó la fe del concilio de Nicea, fueron confundidos los herejes, y quedo la paz de la Iglesia restablecida.

Queriendo Graciano vengar la muerte de su tío el emperador Valente, envío contra los godos al general Teodosio. Habiéndolos éste derrotado, la noche siguiente tuvo una visión, en la que se le presento un venerable anciano en traje de obispo, que revestía la púrpura imperial. Poco tiempo después fue asociado al imperio de Graciano, que le cedió todo el oriente. Resuelto a procurar la paz de la Iglesia, dispuso que se convocase en Constantinopla un concilio compuesto de más de ciento y cincuenta obispos ortodoxos. Concurrió a él san Melecio para presidirle, y apenas le vio Teodosio, cuando conoció ser aquel mismo prelado que se le había aparecido en los sueños antes de ascender al imperio figurándosele que le revestía el manto y la diadema imperial. Levantóse al punto de su trono, corrió a el, y le rindió todas honras y respetos que pedía la gratitud y la veneración San Melecio presidió el concilio como Patriarca de Antioquía, dando en él testimonio de su gran sabiduría, de su cristiana elocuencia, de la pureza de su fe y de su eminente santidad.

Después de ese Concilio, quiso Dios poner fin a los días de San Melecio el día l2 de Febrero del año 381. A sus funerales asistió todo el pueblo, el mismo emperador y dijo la oración fúnebre, o mejor dicho, su panegírico otro santo, San Anfiloquio. El día de las honras, que se celebraron en la Catedral, pronunció una oración San Gregorio Niceno, y Dios confirmó su santidad con muchos milagros.

 

San Mateo Apóstol y Evangelista.

(21 de septiembre)

El apóstol y evangelista Mateo, que se llamó Leví, fue galileo, de la ciudad de Cana. Era publicano y arrendador de las rentas imperiales que se tomaban de los tributos que pagaban los judíos a los emperadores. El oficio era odioso entre los judíos y muy aborrecible porque como el pueblo se sabía escogido de Dios, parecíale que debía ser exento y libre de los cargos que otros tenían; y por esto tenían a los cobradores por públicos pecadores.

De estos era Mateo o Leví. Y estando un día sentado cerca del mar, en la casa o aduana donde se pagaban los tributos, haciendo su oficio, pasó el Señor y puso en él sus ojos y dijo: ---Sígueme. Y oyendo esta palabra Mateo se levantó, y dejando el trato y las riquezas siguió al Señor.

Llamando a Mateo, diónos el Señor gran confianza de que no desechará a cualquier pecador por malo que haya sido si viniere a Él, y que cuando no viniere y le cerrase la puerta, llamará a ella y si le abriere entrará en su corazón y le perdonará los pecados.

Y Mateo, que antes tomaba la hacienda ajena, deja la suya, y encendido por el amor de Cristo, trabaja desde entonces por el deseo de que otros Lo conozcan y se conviertan a Él.

Después de la subida al cielo de nuestro señor Jesucristo y del descenso del Espíritu Santo, los apóstoles fueron destinados a las distintas partes del mundo y fueron repartidas las provincias en que cada uno había de predicar, a san Mateo le correspondió la provincia de Etiopía, bien apartada y dificultosa. Entró el santo apóstol en Etiopía para predicar el Evangelio, y sin duda padeció muchos trabajos, obró grandes milagros y convirtió gran número de almas.

Se dice que Mateo comía hierbas y legumbres y no comía carne. Permaneciendo cierta vez en la montaña descansando y orando con su túnica pero sin sus sandalias, Jesús vino hacia él en la forma de un niño de los que cantan en el paraíso, y le dijo: -¡Paz a ti, Mateo! Y Mateo, habiéndolo mirado fijamente, y sin reconocerlo, dijo: -¡Gracia y paz a ti! ¿Por qué, niño bendito, has venido hacia mí, abandonando las delicias de los que cantan en el paraíso? Aquí, el lugar es desierto, ¿y qué clase de mesa tengo para ofrecerte, sin pan ni aceite? Por otra parte, los vientos están en calma y nada cae de los árboles a la tierra para comer. A lo largo de cuarenta días sólo he tomado las frutas que caían a tierra, agradeciéndole a mi Jesús. Pero ahora, ¿qué puedo traerte, hermoso niño? Ni agua hay cerca para lavarte los pies. Y el niño dijo: -¿Por qué dices eso, Mateo? Comprende que las buenas palabras son mejores que un becerro, y las palabras de mansedumbre son mejores que todas las hierbas del campo, y las bendiciones son como el perfume del amor, y un rostro alegre mejor que el alimento... Comprende Mateo que yo soy el paraíso, el confortador, la fortaleza de aquellos que se moderan a sí mismos, soy la corona de las vírgenes, la jactancia de las viudas, la defensa de los niños, el fundamento de la Iglesia, el reino de los obispos, la gloria de los presbíteros, el orgullo de los diáconos. Sé un hombre y sé fuerte, Mateo. Y Mateo dijo: — Tu visión me deleita, niño, tus palabras están llenas de vida y tu rostro brilla más que la luz. Te vi en el paraíso cuando cantabas con los niños asesinados en Belén, te vi, y me pregunto cómo de repente has descendido y me has dejado atónito. El niño le dijo: — ¡Oh, Mateo, toma mi báculo y baja de la montaña y ve a hacia la ciudad de los hombres que devoran hombres, y planta el báculo en el cerco de la iglesia que tú y Andrés fundaron; tan pronto como lo plantes, crecerá un árbol, grande y con muchas ramas, y sus ramas se extenderán en todas direcciones, y de cada rama brotarán frutos diferentes a la vista y al gusto, y de la copa del árbol brotará mucha miel; y de su raíz surgirá una gran fuente que dará de beber a toda la región y en la cual se arrastrarán y nadarán las criaturas, y en ella los hombres que devoran hombres se lavarán, comerán el fruto de los árboles y beberán el vino y la miel; y sus cuerpos se transformarán y tomarán el aspecto de aquellos otros a quienes se devoran; y se avergonzarán de su desnudez y se cubrirán con el follaje del árbol, y los hombres no comerán más alimento impuro, y tendrán abundancia de fuego para ofrecer sus sacrificios y cocinar el pan, y se verán unos a otros y me conocerán y glorificarán a mi Padre que está en los cielos. Baja, Mateo, porque el paso de tu cuerpo a través del fuego y la corona del sufrimiento están cerca.

Y Mateo bajó de la montaña hacia la ciudad. Y estaba por entrar en ella cuando encontró a la esposa del rey, y a su hijo y a su esposa, que estaba poseída por un espíritu maligno y lloraba y gritaba: ¿Quién te ha traído aquí de nuevo, Mateo? ¿Quién te ha dado el báculo para nuestra destrucción? Pues hemos visto contigo al niño Jesús, el Hijo de Dios. ¡No vayas a plantar el báculo para nuestro alimento y nuestra transformación! Pero Mateo, habiendo puesto sus manos sobre la cabeza de la endemoniada, hizo escapar a los demonios, dejó a la mujer íntegra y todos lo siguieron.

Cuando este hecho se conoció, Platón, el obispo, sabiendo de la presencia del santo apóstol Mateo, fue a su encuentro con todos los clérigos, y arrojándose sobre la tierra, besaron sus pies. Y Mateo los levantó, y entró con ellos en la iglesia, y el niño Jesús estaba también con él. Y Mateo, saliendo hacia el cerco de la iglesia, se paró sobre cierta piedra sólida y cuando toda la ciudad se reunió, especialmente los que habían creído en él, comenzó a decir: Hombres y mujeres que estáis ante nuestra vista, creyendo en el universo, pero sin conocerlo a Él que ha creado el universo; hasta ahora habéis sido burlados por el demonio que os ha hecho creer en diez mil dioses que os impulsaban a devorar a hombres semejantes a vosotros. Ahora, a través del conocimiento de Jesucristo, el único Dios, Señor y Juez, podéis arrojar muy lejos el mal y sentir un amor de tal naturaleza que os permite ver con afecto a los demás hombres. Antes, Cristo fue extraño para vosotros, pero ahora, hechos a su forma y transformados a través de Él, veréis cómo plantaré aquí este báculo que el mismo Jesús me ha dado para que sea un signo para vuestra generación. Lo plantaré y será un árbol, grande y florecido; sus frutos serán hermosos a la vista y buenos al gusto, sus fragancias reconfortantes, y habrá una viña a su alrededor, llena de racimos; de su copa se derramará la miel; toda criatura que vuele encontrará refugio entre sus ramas; y una fuente de agua brotará de su raíz en la que nadarán y reptarán los animales y que brindará a todos agua para beber.

Y diciendo esto, invocó el nombre del Señor Jesús, plantó el báculo en la tierra, y directamente floreció hacia todos lados... Fue una visión extraña y maravillosa. El báculo se agrandó y se hizo árbol tal como Mateo lo había anunciado. Y el apóstol dijo: Entrad en la fuente y lavad vuestros cuerpos, después tomad una parte de los frutos del árbol, de la viña y de la miel, bebed de su fuente y claramente os veréis semejantes a los demás hombres y tendréis fe en el verdadero Dios viviente. Habiendo hecho lo que les decía, se vieron a sí mismos transformados, su aspecto semejante al de Mateo. Entraron en la iglesia, glorificaron a Dios y viéndose desnudos, corrieron cada uno a su casa y cubrieron su desnudez porque sintieron vergüenza.

Entró entonces Mateo en aquella ciudad que se llamaba Nadaber, donde vivía aquel eunuco de la reina Caudace que había sido bautizado por Felipe y que lo hospedó en su casa. Y halló allí a los dos magos y hechiceros que con sus malas artes hacían tanto daño al pueblo. Manifestó el santo apóstol su oposición a los dos magos y comenzó a consolar a la gente que estaba por ellos muy amedrentada. Los magos, por arte del demonio, trajeron en contra de Mateo dos terribles dragones para que le hiciesen daño. Hizo el santo apóstol la señal de la cruz, y luego, dejada aquella fiereza, las bestias volvieron como ovejas mansas al desierto. Con este milagro el pueblo quedó maravillado y comenzó a perder el miedo y a dar crédito a las palabras del apóstol.

Cuando todo lo ocurrido fue conocido en el palacio, el rey, sabiendo también lo que Mateo había hecho a su nuera, se regocijó porque todos habían sido liberados del demonio. El rey, su esposa y sus hijos rogaron al apóstol que les pusiera el sello del Cristo. Mateo ordenó al obispo que lo hiciera, y él, saliendo, los bautizó en el agua de la fuente bajo el árbol, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y volviendo a la iglesia, les fueron comunicados los santos misterios de Cristo, y ellos exultaron y permanecieron con el apóstol, junto a otros que se acercaron, cantando y glorificando a Dios.

Y una hija del rey, llamada Ifigenia, que era hermosísima y de mucha prudencia, determinó consagrarse a Dios y entró en un monasterio junto con otras doncellas que le quisieron acompañar.

Murió en ese tiempo el rey y le sucedió un hermano suyo llamado Hirtaco quien quiso casarse con Ifigenia, tanto por su gran hermosura como por asegurarse en el reino. Pidió a Mateo que la persuadiese pero el apóstol, en un sermón que hizo estando presentes Ifigenia y las doncellas que la acompañaban y también el rey con los principales de su corte, después de haber tratado cómo Jesús instituyó el matrimonio y la santidad de este sacramento, añadió que merece gran pena el criado que se atreve a quitar su mujer al rey, y que siendo Ifigenia esposa del Cristo, el que se la pretendiese quitar caería en su indignación.

El rey Hirtaco se enojó sobre manera oyendo estas razones y se fue de la iglesia amenazando al santo apóstol. Mientras Mateo continuaba allí, el rey mandó poner fuego a la iglesia. Y dijo a los soldados: He escuchado que el Dios que Mateo proclama saca del fuego a los que creen en Él. Echad en la hoguera aceite de delfín, y asfalto y betún.

Pero a pesar de que los soldados trabajaron laboriosamente, el fuego se volvía rocío y los hermanos se regocijaban y gritaban: ¡El único Dios es el de los cristianos que preserva a su apóstol del fuego! Algunos de los encargados de hacer arder la hoguera dijeron al rey: Oh, rey, por la invocación de cierto nombre el fuego que encendemos no quema; llamando a Cristo, invocándolo, los cristianos juegan con el fuego y caminan sobre él con los pies descalzos, avergonzándonos.

Y el rey gritó diciendo: Qué mago, o hechicero, o dios, o ángel de Dios, hace que este gran fuego no lo toque. Mateo permanecía en la iglesia elevados sus ojos hacia los cielos, y orando en hebreo. Los soldados por la orden del rey, lo lancearon entonces y el altar quedó regado por su sangre. El santo apóstol encomendó su espíritu al Señor, y dijo: -¡Paz a ti! Y habiendo glorificado al Señor fue hacia su descanso cerca de la hora sexta.

El rey fue herido con una enfermedad de lepra muy penosa. Ifigenia, bautizada y consagrada a Cristo por san Mateo, es recordada junto a él en este mismo día.

Yo, Patricio, un pecador, un simple campesino...

Aunque la historia de San Patricio en Irlanda proclama acerca de él más hechos de los que son efectivamente comprobables, puede asegurarse que hacia el mil quinientos Patricio había ya ganado la devoción de la mayoría del pueblo irlandés; para algunos era el apóstol del cristianismo en Irlanda; para otros, una excusa para las fiestas y la cerveza de colores diversos.

Patricio dice de sí mismo en sus Confesiones, escritas en latín cuando era ya viejo, que provenía de una comarca de la Bretaña romana, hijo de una familia cristiana (su padre era diácono y su abuelo presbítero). La tradición lo emparentaba con San Martín de Tours a través de su madre.

A los 16 años, fue tomado prisionero y llevado a Irlanda donde trabajó como pastor de cerdos u ovejas (su ambiguo latín no permite asegurarlo). Cuenta que, habiendo perdido su fe en la infancia, la recuperó estando en Irlanda: ¡tanto le rogó a Dios poder huir de allí --- rezaba cien pequeñas oraciones diarias y hacía más de cien veces la señal de la cruz — que, en un sueño, le fue revelado que un barco lo trasladaría de regreso a su tierra! Huyó hacia la costa, halló el barco pero el capitán se negaba a transportarlo. Volvió a orar con fervor hasta que Dios cambió la voluntad del marino que aceptó llevarlo a Francia. Al llegar allí, desembarcaron en una región deshabitada y el hambre los acosó después de un largo camino: "Tú que crees en Cristo, rézale para que nos envíe alimentos y no muramos de hambre," le dijo el capitán. San Patricio se puso a rezar y poco después apareció una manada de cerdos salvajes; los hombres cazaron y comieron en abundancia. Nuevamente el Señor había escuchado a su siervo.

(...) "Dios sabe, no yo, que en aquel tiempo (cuando llegué a Irlanda como un cautivo) yo no creía en el Dios viviente, ni había tenido fe en Él desde mi infancia; permanecí en la muerte y en la desesperanza hasta que fui golpeado cada día, en verdad severamente, por el hambre y la oscuridad."

"Pero más y más hizo el amor de Dios por mí, y mi fe por Él creció y mi espíritu fue conmovido de tal manera que en un día he llegado a elevar hacia Él cien oraciones, y durante la noche otras tantas... Podía permanecer en el bosque o en la montaña y despertar antes del amanecer para rezar en la nieve, o sobre la tierra congelada, sin sentirme ni enfermo ni entumecido porque, ahora lo sé, el Espíritu empezó a arder dentro de mí en aquel tiempo."

Al regresar de su cautiverio, Patricio permaneció en Francia donde se hizo monje bajo la tutela de San Germán de Auxerre, que lo instruyó en las escrituras y en la dedicación a la oración. A veces, Patricio oía en sueños voces que desde Irlanda le decían: "Ven a salvarnos..." Los anales irlandeses fijan alrededor del año 432 la fecha de su regreso. Lo cierto es que, antes de la llegada de Patricio consagrado como obispo, había cristianos en Irlanda traídos como esclavos, como él mismo, o que habían continuado allí después de la caída del Imperio Romano. El obispo Paladio estaba ya instalado por entonces como apóstol de Irlanda... Pero la falta de información acerca de la época da lugar a muchas especulaciones: se habla de la existencia de dos y hasta tres Patricios, se confunden fechas, se atribuyen indistintamente a Paladio y a Patricio la conversión de poblaciones paganas... Un tema interesante surge acerca de esta temprana época sobre las diferencias entre la iglesia celta, que toma los fundamentos de las costumbres locales y la tradición romana. Patricio representa, sin duda, a la primera; Paladio a la última. La mayor parte de las grandes fiestas cristianas de Irlanda (la del retorno de Todas las Almas y la del día de Santa Brígida, por ejemplo) tienen orígenes celtas. El cristianismo se expandió en Irlanda a causa de la habilidad para adaptar las antiguas costumbres del pueblo a los nuevos rumbos.

¿Cómo creció la figura mítica de Patricio si en realidad es él mismo quien se nos presenta a través de sus Confesiones y de la Carta a Coroticus como un hombre simple y pecador que se hizo misionero luchando con su propia fe y temiendo por su vida?

"Soy, ante todo, un campesino, un exiliado, evidentemente inculto, alguien que no tiene capacidad para ver el futuro; antes de ser rescatado, yo era como una piedra que yace en un abismo profundo... Pero Aquel que se dignó a venir y a alzarme del abismo por su misericordia, verdaderamente me elevó y me colocó en la cumbre...

Desde allí debo gritar mi gratitud por el Señor y por su inmenso amor que la mente del hombre no puede medir... ¿Quién, si no Él, pudo tomarme a mí, un tonto, de entre los sabios y conocedores de la ley y de entre los maestros en la retórica? (...) Sólo según la medida de la fe en la Trinidad, uno puede avanzar sin temor ante el peligro para hacer conocer los dones de Dios y su eterna consolación, para sembrar Su Nombre por todos lados, para dejar, después de la muerte, cientos de hijos bautizados en el Señor..."

Hasta el siglo XVII --- momento en que ya todo el pueblo irlandés era, por cierto, cristiano — el mundo pagano no había sido totalmente olvidado. Los relatos míticos y las historias mágicas y de sucesos sobrenaturales atribuidas a los antiguos druidas corrían por toda Irlanda. La Buena Nueva de Nuestro Señor Jesucristo y también la historia de Patricio compitieron durante siglos con estos relatos andariegos... Los biógrafos de San Patricio debieron inspirarse para captar la imaginación popular; sus historias parecen proclamar: ¡nuestro Dios y nuestro Santo son mejores que los vuestros...! Las razones políticas, antes y después, se mezclaron también para agigantar la figura de Patricio hasta dimensiones en las que ni él mismo se reconocería.

Ciertamente, Patricio recorrió la isla a lo largo de treinta años, consagrando presbíteros y obispos y fundando monasterios. Empleaba para evangelizar un lenguaje sencillo adecuado a las gentes que lo escuchaban. Así, se dice que para explicar el misterio de la Santísima Trinidad presentaba al pueblo la hoja del trébol: como las tres hojitas forman una sola y verdadera hoja, del mismo modo las Tres Personas — Padre, Hijo, Espíritu Santo — son el único Dios verdadero.

Patricio trataba de convertir al cristianismo a los jefes de las tribus; si no lo lograba, intentaba al menos ganarse su amistad dejando el camino abierto para continuar evangelizando. De ese modo, resultó habitual que, sobre todo las hijas y otros familiares de los jefes, se bautizaran al poco tiempo de la llegada del santo.

La convivencia con los paganos, sin embargo, hizo que Patricio enfrentara grandes peligros.

"Cada día vivo con el peligro de ser secuestrado, asesinado o robado... Pero confío en la misericordia de Dios y cumplo lo que dice el Salmo 55: Echa tus preocupaciones en manos de Dios y Él te sustentará..."

"Una noche mientras dormía Satán me atacó violentamente, lo recordaré mientras esté en este cuerpo; echó sobre mí una inmensa roca y ninguno de mis miembros tenía fuerza alguna. Pero desde que vino hacia mí, yo, ignorante en mi espíritu, llamé: "Elías..." Y empecé a ver el sol elevándose en el cielo... Y seguía rogando "Elías, Elías," con todo mi pensamiento. El brillo de aquel sol se elevó y quedé de pronto libre de todo peso; creí entonces que había sido conducido por el Cristo y que el Espíritu gritó por mí, pues como dice el Señor en Su Evangelio, en la hora de la aflicción, ‘no sois vosotros los que hablais, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros’ (Mt. 10: 19-20)."

Al poco tiempo de su retorno a Irlanda, un jefe pagano se acercó a Patricio intentando golpearlo con su espada; él hizo la señal de la cruz y la mano del atacante quedó paralizada... El hombre se convirtió poco después al cristianismo junto con muchos de sus súbditos.

Sus enemigos se burlaban de Patricio a causa de las numerosas curaciones y resurrecciones que ya en su tiempo se le adjudicaban. Un día, queriendo ponerlo en ridículo, llamaron al Santo para que resucitara a un hombre que fingía estar muerto; Patricio lo miró y simplemente dijo antes de seguir su camino: "Está muerto..". Y lo estaba. Corrieron tras él para llamarlo, esta vez en serio, pero sólo regresó al cabo de tres días. Puso entonces su báculo sobre el muerto en nombre de Jesús y el hombre despertó.

A pesar de su extremada sencillez y del trato bondadoso, la figura de Patricio se engrandecía cuando proclamaba al Señor y defendía a los prosélitos o a los bautizados del ataque de los enemigos. Su Carta a Coroticus es una clara muestra de su decisión de llegar a dejar que su cuerpo fuese "despedazado por los perros o las bestias salvajes, o devorado por las aves del aire" por la gloria del Cristo Jesús:

"Con mis propias manos he escrito estas palabras para ser entregadas a los soldados de Coroticus, a quienes no llamo ciudadanos romanos, sino ciudadanos del demonio, por sus obras malvadas (...) ¡Viven en la muerte, bañados en la sangre de cristianos inocentes a los que yo he iniciado y confirmado en el Cristo! El día después de haber sido bautizados y ungidos con el crisma, aún con sus blancas vestiduras --- el perfume emanaba aún de sus cabezas — fueron atacados y asesinados por estos hombres. (...) No sé por quién me lamento más, si por aquellos que han sido asesinados, o por los que han sido tomados cautivos, o por aquellos a quienes el demonio ha enajenado... Junto con él serán esclavos en el infierno del eterno castigo.

(...) (Mis palabras) serán leídas ante todo el pueblo y ante el mismo Coroticus. Quiera Dios inspirarlos, aunque sea tarde, para que recobren sus sentidos, y dejen libres a las mujeres bautizadas que han tomado prisioneras (...).

Un Sábado Santo, cuando Patricio encendió el fuego pascual, los paganos se lanzaron sobre la hoguera para apagarla, pero no pudieron lograrlo. Uno de ellos exclamó: "El fuego que Patricio ha encendido se extenderá por toda la isla..." La profecía se ha cumplido. El trébol, sencilla representación de la Trinidad, es aún hoy el símbolo de Irlanda.

San Patricio nació al cielo el 17 de marzo de 461.

 

San Meliton y Compañeros Mártires.

(9 de Marzo)

Al mismo tiempo que el emperador Constantino hacía triunfar la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo en su imperio de Occidente, su cuñado Licinio perseguía en todo el Oriente con feroz crueldad a los cristianos. Vencido por Constantino en el año 314, y obligado a cederle la Iliria y la Grecia, entró en tanto furor, que no pudiendo desplegar su venganza en el vencedor, descargó todo su cólera, sobre los Cristianos, a quienes en todas partes protegía el piadoso Constantino, y les hizo una guerra cruel. Al principio procedió con objeción, y para perseguirlos buscaba algún pretexto político fundado en la razón del Estado. Pero hacia el fin del año 319, quitándose la máscara Licinio, y declarándose enemigo capital de los cristianos, publicó un decreto mandando a sus gobernadores que obligasen a rendir sacrificios a los ídolos a todos los vasallos de su imperio.

Uno de los que se mostraron más celosos en dar puntual cumplimiento a las órdenes del Emperador fue Agrícola, gobernador de Capadocia y de la Armenia Menor, que tenía su residencia en la ciudad de Sebaste. Apenas se publicó en la ciudad el decreto de Licinio, cuarenta soldados de la guarnición, todos jóvenes, todos bien dispuestos, valiosos, y todos distinguidos en la tropa por sus señalados servicios, fueron a presentarse al Gobernador, y le declararon intrépidamente que eran cristianos, y que estuviese seguro de que ningunos suplicios serían capaces de hacerlos abandonar la religión que profesaban. Llegó a este tiempo Lisias, general de la frontera, y pareciéndole que su autoridad y sus razones podrían bastar a reducidos, les señaló que habiendo merecido por sus bellas acciones los elogios y aun el favor del Soberano, no sólo perderían su fortuna desobedeciendo sus ordenes, sino que seguramente se precipitarían en las mayores desdichas padeciendo por ello una muerte ignominiosa.

Pero la pronta y generosa respuesta de los héroes de Nuestro Señor Jesucristo convenció al General y al Gobernador, de que primero perderían su vida que su fe. "No esperes, — respondieron a una voz, — deslumbrarnos con vanas promesas, ni asustarnos con mayores amenazas. No queremos honra que nos da la eterna ignominia, ni nos conformamos con fantásticas ilusiones. Toda nuestra fortuna, toda nuestra felicidad y toda nuestra gloria es morir por Nuestro Señor Jesucristo, el Único y Verdadero Dios. Porque sus ídolos son un pedazo inanimado de metal o piedra, muy lejanos de poder ser dioses, que ningún ser racional los puede reconocer.

El Gobernador, que era por su naturaleza feroz, colérico y cruel, ordenó que al instante los mataran. Fueron cargados de hierro, y después de haber despedazado sus cuerpos a latigazos, fueron torturados. Fue asombroso hasta para los mismos paganos la alegría con que padecieron estos tormentos; pero no eran más que preludio del cruel martirio que les esperaba. Siete días estuvieron los santos Mártires cargados de cadenas en un oscuro calabozo, creciendo cada día su aliento y fervor. Al cabo de este tiempo, desesperando el Gobernador y el General de poderlos reducir, fueron condenados todos a muerte. Era hacia el fin del invierno, que en aquel país es riguroso, y se aumentaba entonces el rigor con un helado viento que soplaba a la sazón. Fueron condenados desnudos a la inclemencia del hielo.

Luego que los santos Mártires tuvieron noticia de la inicua sentencia que se había fulminado contra ellos, se hincaron todos de rodillas, y rindieron gracias al Señor por la merced que les hacia derramar su sangre, y dar su vida por Su gloria. Después de esto, esforzándose uno a otros, se decían mutuamente: ¡Cuántas veces hemos despreciado la muerte en medio de los combates! ¡en cuántas acciones hemos expuesto atolondradamente nuestra vida en servicio del Emperador ! ¡Que gloria, que dicha, amados compañeros, padecer ahora en defensa de la justicia y de la verdad, y poder morir por aquel Señor que por redimirnos a nosotros nos ofreció su vida, y derramó su sangre hasta la última gota! Levantando después todos las manos y los ojos hacia el cielo, exclamaron fervorosos: Cuarenta entramos en el combate; número misterioso: haced, Señor, que todos los cuarenta seamos coronados.

Acabada esta oración, los sacaron de la cárcel cargados de cadenas, y los condujeron al lugar del suplicio. Era éste una laguna fuera de la ciudad; pero tan cercana a las murallas, que casi las bañaba. Un frío de los más fuertes y de los más violentos que nunca se había conocido y que tenía tan helada esta laguna, que pasaban por encima del hielo los caballos y los carros con total seguridad. Allí habían sido condenados los santos Mártires a pasar la noche. Antes de que el tirano de la orden enfrente de la laguna, ellos mismos se desnudaron con apresurada alegría, y corrieron al suplicio con una intrepidez, que asombró a los que estaban presentes, pero este gozo terminó con un funesto hecho.

Ya el rigor del frío había hendido los cuerpos de los santos Mártires en espantosa grietas, causando horror el mirarlos, y siendo el dolor que les afligía el más vivo y el más agudo que apenas se puede pensar. Los guardias se habían quedado dormidos al amor de la hoguera: sólo velaba el carcelero, junto al baño caliente, cuando a medianoche vio, con gran espanto suyo, iluminada toda la laguna, en la cual estaban los santos mártires, apareciendo toda tan clara y resplandeciente, como si fuera con la luz del mediodía. Levantó los ojos para ver de dónde provenía ese resplandor y brillo, y vio muchos Angeles, contando hasta 39, cada uno de ellos teniendo una corona en sus manos. Ya no podía dudar de que el único Dios verdadero era El de los cristianos, Que enviaba aquella tropa celestial para coronar la constancia y fidelidad de Sus generosos siervos. Pero el mismo se preguntaba, por qué si los que se martirizaban tan generosamente por la fe eran cuarenta, y las coronas que traían los Angeles eran solo treinta y nueve. Así pensaba el guarda, cuando vio que un apóstata, vencido por el frío había negado a su fe, y arrastrándose por el hielo hacia la orilla de la laguna, venía haciendo señas con la mano, para que lo saquen, pidiendo, que si lo colocaban en los baños calientes, él estaba dispuesto para la adoración a los ídolos.

El custodio extendió la mano al apóstata, pero apenas el infeliz entró en el baño, cayó muerto miserablemente, pasando desde el agua caliente a las llamas del infierno. Pero la bondad del Señor, movida por la oración que hicieron los mártires, quiso reemplazar pronto al que se había perdido. El carcelero, movido por las maravillas que recién había visto, se convirtió de repente y apurándose ocupó el lugar que había dejado aquel infeliz. Los despertó a sus compañeros, declarándoles que era cristiano, y manifestándoles, que renunciaba con toda su alma y corazón todas las supersticiones paganas. Dejando todos sus vestidos, pidió a los Santos Mártires, que rogaran al Señor, que le permitiese tener la gracia de morir junto con ellos. Corrió a la laguna y ocupó el lugar del soldado reprobado, mereciendo recibir, aún visiblemente su corona.

La alegría de los santos héroes fue general e inexplicable, al ver tan generosa acción, y que la magnanimidad del nuevo compañero les consoló el dolor de haber perdido a un apóstata infeliz.

Aún daban señales de vida, los mártires, cuando amaneció el día siguiente, e informado de esto, el gobernador, dio órdenes, de que todos fuesen quemados, para que terminen su vida con un nuevo tipo de dolor. Sacaron a todos los mártires de la laguna y los arrojaron a los diferentes carros para llevarlos a la hoguera. Solamente dejaron a Meliton, que por ser el más joven y fuerte, todavía conservaba los espíritus vitales. Los guardias creyeron, que separándolo de sus compañeros sería más fácil vencerlo. Pero su madre, que siendo cristiana no lo había perdido de vista durante todos los tormentos, y juntando sus fuerzas femeninas, lo abrazó, y conociendo en sus ojos la alegría que sentía al no ser separado de sus compañeros, le dijo: "Anda, hijo mío, ve a terminar con el sacrificio con tu vida, para dar comienzo a otra dichosa, que no se acabará por toda la eternidad." Y con estas palabras, lo puso en uno de los carros.

Fueron echados los Santos mártires en una gran hoguera, y aunque el gobernador dio órdenes de que sus cenizas fueran arrojadas al río, los cristianos lograron, a cambio de dinero, conseguir sus reliquias. Sus nombres, según las actas más antiguas, fueron: Quirión, Cándido, Domno, Melitón, Domiciano, Eunoico, Sisino, Heraclio, Alejandro, Juan, Claudio, Atanasio, Valente, Heliano, Ecdicio, Acacio, Vibiano, Elio, Teódulo, Cirilo, Flavio, Severiano, Valerio, Cudión, Sacerdon, Prisco, Eutiquio, Eutiques, Smaragdo, Filoctemón, Aecio, Nicolás, Lisímaco, Teófilo, Xanteas, Angeas, Leoncio,Hesiquio, Cayo y Gorgonio.

 

San Moisés Obispo.

San Moisés, apóstol de los sarracenos, fue árabe por su nacimiento, y llevó por mucho tiempo, vida de ermitaño, en Rhinoclura, región situada entre Siria y Egipto. El país estaba abatido, principalmente de bandas errantes de sarracenos (adoradores de estrellas), quienes bajo las órdenes de una reina guerrera llamada Mavia, sostenían combates de guerrillas en las fronteras romanas.

Parece que, una expedición punitiva enviada contra ellos, con cierto cariz de una cruzada religiosa, terminó con un pacto, en el cual Mía aceptó la evangelización de su pueblo, siempre que tuviera al Santo ermitaño Moisés por Obispo. Lucio, Obispo de Alejandría, habría sido la persona encargada de consagrarlo, pero era arriano y Moisés se negó a aceptar órdenes episcopales de él. Más tarde consiguió que lo consagrase y Obispo ortodoxo y desde entonces pasaba sus días yendo de un lugar a otro, pues no tenía sede fija, enseñando, predicando, y convirtiendo una gran parte de su rebaño, a la fe.

También logró durante todo el resto de su vida, mantener la paz entre los romanos y los sarracenos.

Se ignora la fecha exacta de la muerte de San Moisés.

 

San Niceforo Mártir.

(l9 de Febrero)

Vivía en Antioquía un sacerdote llamado Sapricio y un seglar de nombre Niceforo, que habían sido amigos por muchos años, hasta que surgió la discordia entre los dos, y a su amistad siguió un odio encarnizado. Esto continuo por algún tiempo hasta que Nicéforo, dándose cuenta de lo pecaminoso de tal rencor, resolvió buscar la reconciliación. Dos veces envió a unos amigos para que fueran con Sapricio a pedirle su perdón. El sacerdote, no obstante, se negó a hacer las paces. Nicéforo los envió una tercera vez, siempre sin resultado alguno, pues Sapricio tenia cerrados sus oídos aun a Cristo, que nos manda perdonar si queremos ser perdonados. Nicéforo entonces fue personalmente a su casa, y reconociendo su falta, humildemente suplicó que lo perdonara; pero esto tampoco tuvo mejor éxito. Era el año 260, y repentinamente comenzó el furor de la persecución de, los cristianos, bajo Valerio y Galieno.

Poco después Sapricio fue aprehendido y llevado ante el gobernador que le preguntó su nombre. "Sapricio," respondió. "¿Cuál es tu profesión?" Inquirió el gobernador, "Soy cristiano," — respondió él. Luego le preguntó si era del clero. "Tengo el honor de ser sacerdote," replicó Sapricio, añadiendo," nosotros los cristianos reconocemos a un Señor y Maestro, Jesucristo que es Dios: el Único y verdadero Dios, que creó la tierra y el cielo. Los dioses de los paganos son demonios." El Gobernador, exasperado, dio órdenes para que lo torturaran en el potro. Esto no hizo flaquear la constancia de Sapricio quien dijo a sus verdugos, " Mi cuerpo está en sus manos, pero no me pueden tocar mi alma de la cual es dueño Jesucristo, mi Salvador." El Gobernador, viéndolo tan resuelto, pronuncia la sentencia: "Sapricio, el sacerdote cristiano, que tan ridículamente esta seguro que resucitara de nuevo, será entregado al verdugo publico para ser decapitado, porqué ha despreciado el edicto de los emperadores."

Parece que Sapricio recibió la sentencia alegremente, y aun tenia prisa por llegar al lugar de la ejecución. Nicéforo salió corriendo a encontrar, arrodillándose ante él, dijo, "Mártir de Jesucristo, perdóname mi ofensa." Sapricio no contestó. Nicéforo espero a que pasara por otra calle y de nuevo le rogó lo perdonara, pero el corazón de Sapricio estaba cada vez más endurecido y ni siquiera quiso mirarlo. Los soldados se mofaron de Nicéforo por ansiar tanto el perdón de un criminal camino a la muerte. En el sitio de la ejecución, Nicéforo renovó sus súplicas, pero todo fue en vano. El verdugo le ordenó a Sapricio que se arrodillara para que le cortara la cabeza. Sapricio pregunto, "¿Por qué razón?" "¿Por qué no quieres ofrecer sacrificios a los dioses y obedecer a los emperadores?" El desgraciado hombre exclamó. "Deteneos, amigos. No me deis muerte. Haré lo que vosotros deseéis: estoy listo a ofrecer sacrificios!" Nicéforo, angustiado por su apostasía, exclamo, "Hermano, ¿qué es lo que haces? ¡No renuncies a nuestro maestro, Jesucristo ¡No pierdas la corona que has ganado con tus sufrimientos!" Pero como Sapricio no quiso prestar atención a su palabra, Nicéforo, llorando amargamente, dijo a los verdugos, "Soy cristiano, y creo en Cristo a quien este desgraciado hombre ha negado: Mirad, estoy dispuesto a morir en su lugar." Todos quedaron sumamente asombrados y los oficiales despacharon a un lector que si Nicéforo persistía en negarse a ofrecer sacrificios a los dioses, debería perecer; y de acuerdo con esto, fue ejecutado. Así, Nicéforo recibió tres coronas inmortales: la de la fe, la de la humildad y la de la caridad.

 

San Nicolás el Estudita.

Este Nicolás nació en Sidonia (ahora Canea)en Creta, de padres acomodados quienes lo llevaron a los diez años de edad a Constantinopla con su tío Teofanes, al monasterio de Stadius. El abad quedo muy impresionado con el joven y le permitió entrar a la escuela del monasterio, donde pronto se distinguió por su docilidad y ahínco para aprender. A la edad de dieciocho años, se hizo monje y se notó que la obediencia a la regla no representaba ningún obstáculo para él, pues ya había llegado al dominio de sí mismo. No estaba destinado Nicolás a llevar una vida pacifica en aquellos tumultuosos tiempos. Los sarracenos saquearon su hogar en Creta, mientras que en el Constantinopla y Grecia la Iglesia era cruelmente perseguida por los emperadores y loa patriarcas como San Nicéforo, el abad San Teodoro y otros. Nicolás hizo todo lo que pudo para ayudar a sus compañeros y aliviar sus sufrimientos. Después del asesinato de León V el armenio, la persecución fue disminuyendo y se permitió a los expatriados volver, pero en condiciones tales que no todos aceptaban. Cuando San Teodoro murió, San Nicolás que había sido un discípulo modelo para los demás, se convirtió en guía y maestro. La persecución duro hasta la muerte del emperador Teófilo, en 842, cuando su viuda, Teodora, hizo volver a los siervos de Dios desterrados y restituyo las imágenes que se veneraban en las iglesias. Entre los que regresaron, estaba el nuevo abad de los estuditas, a quien después sucedió San Nicolás.

En diciembre de 858, comenzó una tremenda disputa de gran trascendencia, cuando se destituyo a San Ignacio de la sede patriarcal de Constantinopla y pusieron a Photius, nombrado por el emperador Miguel III. San Nicolás no quiso tener ningún trato con él y se desterró voluntariamente, negándose a volver a la amistad de Miguel, quien entonces nombro otro abad. Por varios años el santo anduvo errante, pero al tiempo fue aprendido y enviado de vuelta a su monasterio, donde fue puesto en completo aislamiento. Por ese motivo, no pudo obedecer el llamado del Papa San Nicolás I, que deseaba examinarlo como testigo a favor de Ignacio. En 867, mataron a Miguel y el sucesor, el emperador Basilio, no solo restituyo a San Ignacio, sino que también deseó restablecer al abad Nicolás, quien, sin embargo, se excusó por su avanzada edad. Murió entre sus monjes y fue sepultado junto a San Teodoro, su gran predecesor.

 

San Onesimo Mártir.

(l5 de Febrero)

Onesimo era esclavo de Filemón, personaje importante de Colosa de Frigia, convertido por San Pablo. Cuando huía de la justicia, después de haber robado a su amo, Onésimo entró en contacto con San Pablo, quien se hallaba, entonces prisionero en Roma. El Apóstol lo convirtió y bautizó y mandó de vuelta a la casa de Filemón, con una carta de recomendación. Según parece, Filemón perdonó y puso en libertad a su arrepentido esclavo, mandándole reunirse otra vez con San Pablo. San Jerónimo. Otros autores dicen que Onésimo y Tiquio, el portador de la epístola a los Colosenses, llegaron a ser, bajo la dirección del Apóstol, grandes predicadores del Evangelio y Obispos. Boronio y algunos otros autores colocan a este Onésimo como el Obispo de Efeso, quien se habría destacado por su gran caridad en su paso por Roma, en el año l07. Sin embargo, en el Martirologio romano hay otra versión.

Según esta última versión, Onésimo fue consagrado Obispo de Efeso, por San Pablo y después del episcopado de Timoteo, el antiguo esclavo fue llevado prisionero a Roma, donde murió lapidado y sus reliquias fueron trasladadas a Efeso.

Más bien, parece una leyenda, aunque no este totalmente fuera de toda la verdad, que Onésimo fuese Obispo de Beroea, en Macedonia, mientras que su antiguo amo lo hubiese sido en Colosos, igual que el hecho de que Onésimo acompañó a España a los mártires Xantipas y Polixena y que es el autor de las actas de su martirio.

 

San Pablo El Ermitaño.

Elías y San Juan Bautista santificaron el desierto, y el mismo Jesucristo fue un modelo de vida eremítica, durante sus cuarenta días de ayuno. Pero, aun reconociendo que el Espíritu Santo impulsaba en la antigüedad a los santos a vivir lejos de los hombres, hemos de considerar esto, como una vocación particular, mas que como un ejemplo. Hablando en general, tal modo de vida está lleno de peligros y sólo puede convenir a hombres muy bien fundados en la virtud y familiarizados con la práctica de la contemplación.

San Pablo había nacido en Egipto, en la baja Tebaida, y había perdido a sus padres cuando tenía catorce años. Se distinguía por su conocimiento del griego y de la cultura egipcia. Era bondadoso, modesto y temeroso de Dios. La cruel persecución de Decio perturbó la paz de la Iglesia el año 250; el demonio trataba no tanto de matar los cuerpos sino las almas con sus sutiles artificios. Durante esos peligrosos días, Pablo permaneció oculto en la casa de un amigo; pero al saber que un cuñado suyo, que codiciaba sus propiedades, se aprestaba a denunciarle, huyó al desierto. Ahí encontró unas cavernas que, según la tradición, habían sido el taller de los acuñadores de moneda en la época de Cleopatra, reina de Egipto. Escogió por morada una de las dichas cavernas, cerca de la cual había una fuente y una palmera. Las hojas de la palmera le proporcionaban el vestido, su fruto el alimento y la fuente le daba el agua. Pablo tenía veintidós años cuando llegó al desierto. Su primer propósito había sido el de gozar de libertad para servir a Dios durante la persecución; pero, habiendo gustado las dulzuras de la contemplación en la soledad, resolvió no volver jamás a la ciudad y olvidar totalmente al mundo. Bastante tenía con saber que el mundo existía y por orar por su conversión. Pablo vivió del fruto de la palmera hasta los cuarenta y tres años. Desde entonces hasta su muerte, fue milagrosamente alimentado, como Elías, por el pan que le traía cada día un cuervo. Ignoramos en qué forma vivió y se ocupó hasta su muerte, ocurrida cuando tenía noventa años; pero Dios se encargó de dar a conocer a su siervo después de su muerte.

El gran San Antonio, que contaba entonces noventa años, fue asaltado por una tentación de vanidad. El diablo le hacía creer que nadie había servido a Dios tantos años como él en la soledad, inclinándole a imaginar que él había sido el primero en adoptar tan extraordinaria forma de vida. Pero Dios le reveló en un sueño que estaba equivocado, y le ordenó partir inmediatamente en busca de un solitario con más perfecciones que él. El santo se puso en marcha en cuanto amaneció. San Jerónimo relata que San Antonio encontró en el camino a un centauro, mitad caballo y mitad hombre, y que el monstruo o fantasma (San Jerónimo no se atreve a determinarlo) desapareció cuando el santo trazó la señal de la cruz, no sin antes haberle indicado el camino que debía seguir. El mismo autor añade que San Antonio encontró poco después a un sátiro, quien le dio a entender que habitaba en el desierto y que era uno de los seres a quienes los paganos adoraban como divinidades Tras dos días de búsqueda, San Antonio descubrió la morada de San Pablo gracias a una luz que guió sus pasos hasta la entrada. Muchas veces llamó San Antonio a la puerta de la celda, y después de un determinado tiempo San Pablo le abrió con una sonrisa en los labios. Los dos santos se abrazaron y se llamaron por sus nombres, que conocieron por revelación divina. San Pablo preguntó si la idolatría reinaba aún en el mundo. Mientras se hallaban conversando, un cuervo vino volando hacia ellos y dejó caer una pieza de pan. San Pablo dijo: "Nuestro buen Señor nos manda la comida. Durante los últimos sesenta años yo he recibido cada día media pieza de pan en esta forma. Como tú has venido a visitarme, Cristo ha doblado la ración para que nada falte a sus servidores." Habiendo dado gracias a Dios, se sentaron a comer junto a la fuente. Pero surgió una ligera discusión entre ellos para determinar quién de los dos debía partir el pan. San Antonio hacía valer la mayor edad de San Pablo, y éste a su vez alegaba que San Antonio era su huésped. Finalmente, decidieron partir el pan entre los dos. Al terminar la comida bebieron un poco de agua, y pasaron toda la noche en oración.

A la mañana siguiente, San Pablo anunció a su huésped que se acercaba la hora de su muerte y que Dios le había enviado para que se encargarse de darle sepultura. "Ve a traer la túnica que te regaló Atanasio, el obispo de Alejandría, le dijo, porque quiero que en ella envuelvas mi cadáver." Esto era probablemente un simple pretexto para permanecer solo, en oración, hasta el momento en que Dios le llamara a Sí, y también para mostrar su veneración por Atanasio y la gran estima que tenía hacia la fe y la comunión de la Iglesia católica, por la que el santo obispo sufría entonces grandes pruebas. San Antonio se sorprendió al oírle mencionar esa túnica, cuya existencia sólo podía conocer por revelación. Cualquiera que haya sido el motivo por el que quería ser enterrado con ella, San Antonio se acomodó a su deseo y partió apresuradamente a su monasterio para traerla. Más tarde confesaba a sus monjes que él no era más que un simple pecador que se decía siervo de Dios, pero que le había sido dado ver a Elías y a Juan Bautista en el desierto. Habiendo tomado la túnica, volvió a toda prisa, temeroso de encontrar a Pablo ya muerto, como sucedió en efecto. Cuando se hallaba todavía en camino, Dios permitió que viera subir al cielo el alma de San Pablo, acompañada de coros de ángeles, profetas y apóstoles. Aunque se alegró por el santo, no pudo dejar de entristecerse por haber perdido un tesoro tan recientemente descubierto. En la cueva encontró el cadáver del santo, arrodillado, con las manos extendidas en cruz. Viéndole en tal posición, creyó que aún estaba vivo y, lleno de gozo, se arrodilló a orar con él. El silencio total de San Pablo le hizo pronto comprender que estaba muerto. Mientras San Antonio se preguntaba cómo podría cavar la tumba, dos leones se acercaron quedamente, como si estuvieran tristes, y abrieron un agujero con sus zarpas. San Antonio depositó ahí el cadáver, cantando los salmos del ritual de la Iglesia de aquel tiempo. Después volvió a su monasterio alabando a Dios, y relató a sus monjes lo que había visto y hecho. Hasta su muerte conservó como un tesoro la vestidura de San Pablo, tejida de hojas de palmera, y él mismo la revestía en la grandes festividades. San Pablo murió el año 342, a los ciento trece de su edad y a los noventa de vida eremítica. Se le conoce generalmente con el título de "el primer ermitaño," para distinguirle de los otros santos del mismo nombre. Los ritos copto y armenio le conmemoran en el canon de la misa.

 

 

San Pacomio.

Aunque generalmente se considera a San Antonio como el fundador del monaquismo cristiano, San Pacomio el Viejo tiene mayor derecho a ese título. En efecto, aunque él no fue el primero que reunió comunidades numerosas de ascetas cristianos, fue el primero que les dio una verdadera organización y dejó reglas escritas. Pacomio nació de padres paganos en la Tebaida superior hacia el año 292. A los veinte años fue llamado al servicio militar en los ejércitos imperiales. Durante la travesía del Nilo, que se realizó en pésimas condiciones, los cristianos de Latópolis (Esneh], compadecidos de Pacomio y sus compañeros, los trataron con gran bondad. Pacomio no olvido nunca ese ejemplo de caridad. Tan pronto como termino el servicio militar, volvió a Khenoboskion (Kasr-as-Syad), donde había una iglesia cristiana, y entró a formar parte de los catecúmenos. Después del bautismo, su principal preocupación fue encontrar la manera de corresponder totalmente a la gracia que había recibido. Cuando oyó decir que un ermitaño llamado Palemón servía a Dios con gran perfección en el desierto, fue a buscarle y le rogó que le tomase por discípulo. El anciano anacoreta no le ocultó las dificultades de la vida solitaria, pero Pacomio no se amedrentó. Después de prometer obediencia a su maestro, recibió el hábito. Ambos anacoretas llevaban una vida muy austera. Sólo comían pan y sal; no bebían vino ni empleaban aceite; oraban buena parte de la noche y, con frecuencia, pasaban la noche sin dormir. Unas veces recitaban juntos todo el salterio; otras, se dedicaban al trabajo manual en tanto que su espíritu oraba.

Un día que Pacomio había ido, como acostumbraba hacerlo de vez en cuando, a un vasto desierto de las riberas del Nilo, llamado Tabennisi, oyó una voz que le ordenaba fundar ahí un monasterio; al mismo tiempo, se le apareció un ángel, el que lo instruyó sobre la vida religiosa

Pacomio contó lo sucedido a Palemón, quien se trasladó con él, a Tabennisi, hacia el año 318, lo ayudó a construir una celda y permaneció con él algún tiempo.

El primer discípulo que se reunió con Pacomio en Tabennisi, fue su hermano mayor, Juan. Pronto acudieron otros discípulos y, al poco tiempo, la comunidad contaba ya con más de cien monjes. San Pacomio los condujo a una alta perfección, sobre todo dándoles ejemplo de fervor. El Santo vivió quince años sin acostarse. Tomaba su frugal comida sentado en una piedra y, desde el momento de su conversión, nunca comió hasta saciarse. Sin embargo, acomodaba sus exigencias a la capacidad de cada uno de los monjes y no se negaba a aceptar a los candidatos más ancianos y débiles. Estableció, además, otros seis monasterios en Tebaida. A partir del año 336, fijó su residencia en el monasterio de Pabau, cerca de Tebas, que llego a ser más famoso que Tabennisi. Para que los pastores pudiesen asistir a los Divina Liturgia, fundó también una iglesia, en la que ejerció algún tiempo el cargo de lector; pero sus discípulos no pudieron nunca persuadirle a que recibiese la ordenación sacerdotal ni a permitir que sus monjes se ordenasen, aunque no rehusaba la admisión en el monasterio a quienes ya eran sacerdotes. San Pacomio se opuso valientemente a los arrianos y, el año 333, recibió la visita de San Atanasio. A instancias de su hermana, a la que nunca quiso volver a ver, construyó un convento para religiosas del otro lado del Nilo. Convocado ante un sínodo en Latópolos para responder a ciertas acusaciones, San Pacomio dio muestras de tal humildad, que todos quedaron maravillados. Ciertamente San Pacomio practicó la humildad y la paciencia en grado heroico. Dios obró por su intercesión numerosas curaciones.

El Santo murió el 15 de Mayo de 348, durante una epidemia que diezmó a los monjes. A su muerte, había ya tres mil monjes en los nueve monasterios que dirigía. Casiano cuenta que cuanto más numerosas eran las comunidades, más perfecta era su disciplina, ya que todos los monjes obedecían al superior con la prontitud de una sola persona. Para mantener la observancia, San Pacomio tenía la costumbre de clasificar a sus súbditos en veinticuatro categorías, según las letras del alfabeto; así por ejemplo la "iota" significaba que se trataba de un monje sencillo e inocente; la "beta" indicaba que tenía un carácter terco y difícil, etc., etc. Los monjes vivían en grupos de tres en cada celda, repartidos según sus oficios, y se reunían los sábados y domingos para los oficios de la noche y la Divina Liturgia. Se daba importancia a la lectura de la Biblia, y los monjes aprendían de memoria pasajes enteros. Generalmente, los discípulos de San Pacomio eran gentes del pueblo.

No todos los autores prestan fe a la leyenda de que un ángel se apareció a San Pacomio y le ordenó fundar un monasterio en Tabennisi y, mucho menos, que le dio reglas escritas sobre una tabla de bronce. Sin embargo, el resumen de las reglas, que se halla en la "Historia Lausiaca de Paladio, no es una caricatura de las costumbres de los monjes. Tal vez el origen de las reglas de San Pacomio es legendario y sería muy difícil determinar exactamente su contenido; pero no se puede negar que los textos griegos y etíope se parecen al original sahídico, que sólo conocemos a través de la traducción que hizo San Jerónimo, valiéndose de un interprete. Probablemente es verdad que, como lo hace notar Paladio, San Pacomio mitigaba la regla según las posibilidades de cada monje. En efecto, una de las reglas que el ángel dio al santo decía: "dejarás que cada uno coma y beba según sus fuerzas, y le darás un trabajo proporcionado a ellas. No prohibas a nadie comer y beber. Pero haz que los que comen y tienen más fuerzas, ejecuten los trabajos que exigen mayor vigor y deja para los más débiles y ascéticos los trabajos menos pesados." De igual modo, Paladio refleja probablemente la práctica usual cuando escribe: "Que no duermen acostados, sino sentados en sillas inclinadas, que son fáciles de construir. Durante la comida, los monjes deben tener el capuchón bajo para que nadie vea masticar a su vecino. Los monjes no deben hablar en la mesa ni mirar más allá de su plato." Una cosa es cierta, a saber: que San Benito, el fundador del monaquismo en occidente, tomó muchas cosas de las reglas de San Pacomio. En su edición de la Regula S. Benedicti, el abad Cuthbert Butler cita treinta y tres veces las Pachomiana de San Jerónimo; pero, más que en las frases, el parecido de la regla de San Benito con la regla "angélica" está en el espíritu.

San Patricio en Irlanda.

Aunque la historia de San Patricio en Irlanda proclama acerca de él más hechos de los que son efectivamente comprobables, puede asegurarse que hacia el mil quinientos Patricio había ya ganado la devoción de la mayoría del pueblo irlandés; para algunos era el apóstol del cristianismo en Irlanda; para otros, una excusa para las fiestas y la cerveza de colores diversos.

Patricio dice de sí mismo en sus Confesiones, escritas en latín cuando era ya viejo, que provenía de una comarca de la Bretaña romana, hijo de una familia cristiana (su padre era diácono y su abuelo presbítero). La tradición lo emparentaba con San Martín de Tours a través de su madre.

A los 16 años, fue tomado prisionero y llevado a Irlanda donde trabajó como pastor de cerdos u ovejas (su ambiguo latín no permite asegurarlo). Cuenta que, habiendo perdido su fe de la infancia, la recuperó estando en Irlanda: ¡tanto le rogó a Dios poder huir de allí -rezaba cien pequeñas oraciones diarias y hacía más de cien veces la señal de la cruz- que, en un sueño, le fue revelado que un barco lo trasladaría de regreso a su tierra! Huyó hacia la costa, halló el barco pero el capitán se negaba a transportarlo. Volvió a orar con fervor hasta que Dios cambió la voluntad del marino que aceptó llevarlo a Francia. Al llegar allí, desembarcaron en una región deshabitada y el hambre los acosó después de un largo camino: "Tú que crees en Cristo, rézale para que nos envíe alimentos y no muramos de hambre," le dijo el capitán. San Patricio se puso a rezar y poco después apareció una manada de cerdos salvajes; los hombres cazaron y comieron en abundancia. Nuevamente el Señor había escuchado a su siervo.

(...) "Dios sabe, no yo, que en aquel tiempo (cuando llegué a Irlanda como un cautivo) yo no creía en el Dios viviente, ni había tenido fe en Él desde mi infancia; permanecí en la muerte y en la desesperanza hasta que fui golpeado cada día, en verdad severamente, por el hambre y la oscuridad."

"Pero más y más hizo el amor de Dios por mí, y mi fe por Él creció y mi espíritu fue conmovido de tal manera que en un día he llegado a elevar hacia Él cien oraciones, y durante la noche otras tantas... Podía permanecer en el bosque o en la montaña y despertar antes del amanecer para rezar en la nieve, o sobre la tierra congelada, sin sentirme ni enfermo ni entumecido porque, ahora lo sé, el Espíritu empezó a arder dentro de mí en aquel tiempo"1.

Al regresar de su cautiverio, Patricio permaneció en Francia donde se hizo monje bajo la tutela de San Germán de Auxerre, que lo instruyó en las escrituras y en la dedicación a la oración. A veces, Patricio oía en sueños voces que desde Irlanda le decían: "Ven a salvarnos"... Los anales irlandeses fijan alrededor del año 432 la fecha de su regreso. Lo cierto es que, antes de la llegada de Patricio consagrado como obispo, había cristianos en Irlanda traídos como esclavos, como él mismo, o que habían continuado allí después de la caída del Imperio Romano. El obispo Paladio estaba ya instalado por entonces como apóstol de Irlanda... Pero la falta de información acerca de la época da lugar a muchas especulaciones: se habla de la existencia de dos y hasta tres Patricios, se confunden fechas, se atribuyen indistintamente a Paladio y a Patricio la conversión de poblaciones paganas... Un tema interesante surge acerca de esta temprana época sobre las diferencias entre la iglesia celta -que toma los fundamentos de las costumbres locales- y la tradición romana. Patricio representa, sin duda, a la primera; Paladio a la última. La mayor parte de las grandes fiestas cristianas de Irlanda (la del retorno de Todas las Almas y la del día de Santa Brígida, por ejemplo) tienen orígenes celtas. El cristianismo se expandió en Irlanda a causa de la habilidad para adaptar las antiguas costumbres del pueblo a los nuevos rumbos.

¿Cómo creció la figura mítica de Patricio si en realidad es él mismo quien se nos presenta a través de sus Confesiones y de la Carta a Coroticus como un hombre simple y pecador que se hizo misionero luchando con su propia fe y temiendo por su vida?

"Soy, ante todo, un campesino, un exiliado, evidentemente inculto, alguien que no tiene capacidad para ver el futuro; antes de ser rescatado, yo era como una piedra que yace en un abismo profundo... Pero Aquel que se dignó a venir y a alzarme del abismo por su misericordia, verdaderamente me elevó y me colocó en la cumbre...

Desde allí debo gritar mi gratitud por el Señor y por su inmenso amor que la mente del hombre no puede medir... (...) ¿Quién, si no Él, pudo tomarme a mí, un tonto, de entre los sabios y conocedores de la ley y de entre los maestros en la retórica? (...) Sólo según la medida de la fe en la Trinidad, uno puede avanzar sin temor ante el peligro para hacer conocer los dones de Dios y su eterna consolación, para sembrar Su Nombre por todos lados, para dejar, después de la muerte, cientos de hijos bautizados en el Señor..." 2

Hasta el siglo XVII -momento en que ya todo el pueblo irlandés era, por cierto, cristiano- el mundo pagano no había sido totalmente olvidado. Los relatos míticos y las historias mágicas y de sucesos sobrenaturales atribuidas a los antiguos druidas corrían por toda Irlanda. La Buena Nueva de Nuestro Señor Jesucristo y también la historia de Patricio compitieron durante siglos con estos relatos andariegos... Los biógrafos de San Patricio debieron inspirarse para captar la imaginación popular; sus historias parecen proclamar: ¡nuestro Dios y nuestro Santo son mejores que los vuestros...! Las razones políticas, antes y después, se mezclaron también para agigantar la figura de Patricio hasta dimensiones en las que ni él mismo se reconocería.

Ciertamente, Patricio recorrió la isla a lo largo de treinta años, consagrando presbíteros y obispos y fundando monasterios. Empleaba para evangelizar un lenguaje sencillo adecuado a las gentes que lo escuchaban. Así, se dice que para explicar el misterio de la Santísima Trinidad presentaba al pueblo la hoja del trébol: como las tres hojitas forman una sola y verdadera hoja, del mismo modo las Tres Personas - Padre, Hijo, Espíritu Santo- son el único Dios verdadero.

Patricio trataba de convertir al cristianismo a los jefes de las tribus; si no lo lograba, intentaba al menos ganarse su amistad dejando el camino abierto para continuar evangelizando. De ese modo, resultó habitual que, sobre todo las hijas y otros familiares de los jefes, se bautizaran al poco tiempo de la llegada del santo.

La convivencia con los paganos, sin embargo, hizo que Patricio enfrentara grandes peligros.

"Cada día vivo con el peligro de ser secuestrado, asesinado o robado... Pero confío en la misericordia de Dios y cumplo lo que dice el Salmo 55: Echa tus preocupaciones en manos de Dios y Él te sustentará..."

"Una noche mientras dormía Satán me atacó violentamente, lo recordaré mientras esté en este cuerpo; echó sobre mí una inmensa roca y ninguno de mis miembros tenía fuerza alguna. Pero desde que vino hacia mí, yo, ignorante en mi espíritu, llamé: "Elías..." Y empecé a ver el sol elevándose en el cielo... Y seguía rogando "Elías, Elías," con todo mi pensamiento. El brillo de aquel sol se elevó y quedé de pronto libre de todo peso; creí entonces que había sido conducido por el Cristo y que el Espíritu gritó por mí, pues como dice el Señor en Su Evangelio, en la hora de la aflicción, ‘no eres tú quien habla sino el Espíritu del Padre quien habla por ti’ (Mt. 10, 19-20)"3.

Al poco tiempo de su retorno a Irlanda, un jefe pagano se acercó a Patricio intentando golpearlo con su espada; él hizo la señal de la cruz y la mano del atacante quedó paralizada... El hombre se convirtió poco después al cristianismo junto con muchos de sus súbditos.

Sus enemigos se burlaban de Patricio a causa de las numerosas curaciones y resurrecciones que ya en su tiempo se le adjudicaban. Un día, queriendo ponerlo en ridículo, llamaron al Santo para que resucitara a un hombre que fingía estar muerto; Patricio lo miró y simplemente dijo antes de seguir su camino: "Está muerto"... Y lo estaba. Corrieron tras él para llamarlo, esta vez en serio, pero sólo regresó al cabo de tres días. Puso entonces su báculo sobre el muerto en nombre de Jesús y el hombre despertó.

A pesar de su extremada sencillez y del trato bondadoso, la figura de Patricio se engrandecía cuando proclamaba al Señor y defendía a los prosélitos o a los bautizados del ataque de los enemigos. Su Carta a Coroticus es una clara muestra de su decisión de llegar a dejar que su cuerpo fuese "despedazado por los perros o las bestias salvajes, o devorado por las aves del aire" por la gloria del Cristo Jesús:

"Con mis propias manos he escrito estas palabras para ser entregadas a los soldados de Coroticus, a quienes no llamo ciudadanos romanos, sino ciudadanos del demonio, por sus obras malvadas (...) ¡Viven en la muerte, bañados en la sangre de cristianos inocentes a los que yo he iniciado y confirmado en el Cristo! El día después de haber sido bautizados y ungidos con el crisma, aún con sus blancas vestiduras -el perfume emanaba aún de sus cabezas- fueron atacados y asesinados por estos hombres. (...) No sé por quién me lamento más, si por aquellos que han sido asesinados, o por los que han sido tomados cautivos, o por aquellos a quienes el demonio ha enajenado... Junto con él serán esclavos en el infierno del eterno castigo.

(...) (Mis palabras) serán leídas ante todo el pueblo y ante el mismo Coroticus. Quiera Dios inspirarlos, aunque sea tarde, para que recobren sus sentidos, y dejen libres a las mujeres bautizadas que han tomado prisioneras (...)4

Un Sábado Santo, cuando Patricio encendió el fuego pascual, los paganos se lanzaron sobre la hoguera para apagarla, pero no pudieron lograrlo. Uno de ellos exclamó: "El fuego que Patricio ha encendido se extenderá por toda la isla"... La profecía se ha cumplido. El trébol, sencilla representación de la Trinidad, es aún hoy el símbolo de Irlanda.

San Patricio nació al cielo el 17 de marzo de 461.

Mirta Torres de Villalba

Notas:

1. San Patricio, Confesiones (Traducción del inglés).

2. Idem.

3. Idem.

4. San Patricio, Carta a Coroticus. Coroticus era un nombre común en la época; algunos historiadores, sin embargo, consideran que el destinatario de esta misiva de Patricio fue el soberano de un pequeño reino situado en la costa oeste de Bretaña.

Me levanto en este día,

Potencia de Dios que me encamina,

Sabiduría de Dios que me guía,

Ojo de Dios que me hace ver,

Oído de Dios que me hace escuchar,

Palabra de Dios que me hace hablar,

Mano de Dios que me guarda,

Camino de Dios que me abre la ruta,

Escudo de Dios que me protege,

Ejército de Dios que me salva,

Contra las redes de los demonios,

Contra la seducción de las pasiones.

Contra las tentaciones del mundo,

Contra las leyes malas y paganas,

Contra los errores de la herejía,

Contra los ídolos engañosos.

Cristo conmigo, Cristo ante mí,

Cristo detrás de mí, Cristo dentro de mí,

Cristo abajo, Cristo arriba,

Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda,

Cristo presente cuando me acuesto y cuando me levanto,

Cristo en el corazón de quien piensa en mí,

Cristo en la boca de quien habla de mí,

Cristo en el ojo de quien me mira,

Cristo en el oído de quien me escucha.

Me levanto en este día,

Inmensa Potencia, invocación de la Trinidad,

Fe en Tres Personas, unidas en el Creador,

Confesión de un Dios Unico.

La Salvación es del Señor, la Salvación es del Señor,

la Salvación es del Cristo.

Tu Salvación, Señor, esté siempre con nosotros.

Plegaria de San Patricio

 

Santa Pelagia la Penitente.

(8 de Octubre)

Pelagia, conocida también con el nombre de Margarita, a causa de las magníficas perlas por las que se había vendido con frecuencia, era una actriz de Antioquía célebre por su riqueza y su vida borrascosa. Cuando el patriarca de Antioquía reunió a un sínodo de obispos los reunió ante el pórtico de la basílica de San Julían Mártir, donde predicaba el honorable obispo de Edesa, San Nono. En aquel momento pasó por ahí Pelagia, cabalgando en un jumento blanco, rodeado de admiradores, con los brazos y hombros desnudos, como cualquier vulgar cortesana, y lanzando a todos miradas provocativa. San Nono interrumpió su discurso y, en tanto que los otros obispos bajaban lo ojos, se quedó mirando a Pelagia hasta que ésta desapareció. En seguida pregunto el santo a los obispos: "¿No os parece muy bella esa mujer?" Los obispos sin saber qué contestar, se quedaron callados. El Santo continúo "A mí me pareció muy bella, y creo que es una lección de Dios para nosotros. Esa mujer hace lo imposible por mantener su hermosura y perfeccionarse en la danza, y nosotros no hacemos ni siquiera la mitad de lo que ella por nuestra por nuestras diócesis y por nuestras almas."

Esa misma noche, San Nono tuvo un sueño en el que vio celebrando la liturgia, en tanto que un pajarraco sucio y agresivo trataba de impedírselo. Cuando el diácono despidió a los catecúmenos, el pajarraco partió con ellos, pero a poco volvió y San Nono consiguió entonces apoderarse de él y arrojarlos en la fuente del atrio. El ave salió del agua blanca como la nieve y desapareció entre las nubes. Al día siguiente, que ere domingo, todos los obispos que asistieron a la Divina Liturgia celebrada por el patriarca, pidieron a éste que predicase. Pelagia, que no era ni siquiera catecúmena, se había sentido movida a ir a la iglesia, y las palabras del santo penetraron hasta el fondo de su corazón. Poco después, Pelagia escribió una carta a San Nono, rogándole que le permitiese hablar con él. El santo aceptó, a condición de que los otros obispos asistiesen a la entrevista. En cuanto a Pelagia llegó a donde estaba San Nono, se arrojó a sus pies, le pidió el bautismo y le rogó que se interpusiese entre ella y sus pecados para que el mal espíritu no se posesionase nuevamente de su alma. A instancias de Pelagia, el patriarca de Antioquía nombró madrina a Romana, la más anciana de las diaconisas y San Nono bautizó a la pecadora, la confirmó y le dio la primera comunión. Ocho días después de su bautismo, Pelagia, que había renunciado ya a todos sus bienes a favor de los pobres, se despojó de la túnica blanca de los bautizados, se vistió de hombre y desapareció de la ciudad. En Jerusalén, a donde se trasladó secretamente, se retiró a vivir en la soledad de una cueva en el Monte Olivos. Las gentes empezaron pronto a llamarla "Pelagio, el monje imberbe." Tres o cuatro años más tarde, fue a visitarla Jacobo, el diácono de San Nono. La antigua pecadora murió durante la estancia de Jacobo en Jerusalén. Cuando fueron a sepultar el cadáver descubrieron el sexo de Pelagia, exclamaron al unísono: "Gloria a ti, Señor Jesucristo, porque tienes en la tierra muchos tesoros escondidos."

 

Santas Perpetua y Felicidad.

Jóvenes madres de Cartago

Perpetua y Felicidad murieron mártires en Cartago, el 7 de marzo de 203, junto con tres compañeros, Revocato, Saturio y Saturnino. Los detalles del martirio de estos cinco confesores del Nombre del Cristo llegan a nosotros a través de un genuino relato contemporáneo, una de las más notables descripciones de la gloriosa lucha de los mártires cristianos en los primeros siglos.

Por decisión de Séptimo Severo (193-211) todos los habitantes del Imperio tenían prohibido, bajo severas penas, hacerse cristianos. A causa de este decreto, cinco catecúmenos de Cartago fueron condenados y arrojados a prisión: Perpetua, una dama casada de noble cuna; la esclava Felicidad y su marido, también esclavo, Revocato, junto con Saturnino y Segundo. El padre de Perpetua era pagano, pero su madre y dos hermanos eran también catecúmenos y un tercer hermano, el pequeño Dinocrates, había muerto antes de su bautismo.

Después de su arresto y antes de ser enviados a la cárcel, los cinco catecúmenos reciben la visita de Saturio, catequista y diácono, que se acerca a ellos para bautizarlos y, luego de hacerlo, resulta también encarcelado. Los sufrimientos de la vida en la prisión, los intentos del padre de Perpetua, que era pagano, para inducirla a la apostasía, las vicisitudes del martirio antes de la ejecución, las visiones de Saturio y Perpetua en su celda subterránea, fueron fielmente escritos por ellos mismos. Poco después de su muerte, un celoso cristiano agregó a este documento el relato de las ejecuciones.

La oscuridad de la prisión y la atmósfera opresiva resultaban una dura carga para Perpetua cuyo terror se incrementaba a causa de la ansiedad por su pequeño hijo. Dos hechos ocurrieron que aliviaron en algo los sufrimientos de la joven prisionera. Su madre y su hermano, también catecúmenos, pudieron visitarla; su madre trajo en brazos al niño de Perpetua y ella pudo amamantarlo y volver a tenerlo en sus brazos. Esa noche, una visión confirmó a Perpetua que se acercaba su martirio: la joven se vio ascendiendo hacia una verde pradera donde pastaban los rebaños...

Pocos días más tarde el padre de Perpetua escuchó el rumor de que el juicio se acercaba y la visitó en su celda. Le rogó por todo lo que amaba que no arrojara la desgracia sobre su nombre, pero Perpetua permaneció firme en la fe. "-¿Veis este vaso?-, preguntó la joven -¿Puede dársele otro nombre que el de vaso? Yo tampoco puedo decir sino que soy cristiana."

Poco después tuvo lugar el juicio ante el procurador Hilariano. Todos resueltamente confesaron su fe cristiana. El padre de Perpetua, acercándose con el niño en sus brazos, intentó nuevamente inducirla a la apostasía; el procurador mismo insistió en vano. Perpetua se negó a ofrecer sacrificios a los dioses del emperador. El procurador alejó a su padre a la fuerza golpeándolo con un látigo. Los cristianos serían arrojados a las bestias salvajes y, al anunciárselos en el juicio, dieron gracias a Dios.

En una nueva visión Perpetua vio a su pequeño hermano Dinocrates que había muerto a los siete años; lo vio en un lugar siniestro padeciendo calor y sed. Perpetua oró con gran fervor por él y la imagen se fue transformando por completo, hasta aparecer feliz y jugando con otros niños, liberado de la enfermedad que había provocado su muerte. Otra aparición, en la que se vio luchando y dominando al enemigo, le hizo comprender que no lucharía contra las bestias sino contra el demonio. Saturio, que también escribió sus visiones, se vio junto a Perpetua, transportados ambos por cuatro ángeles que los conducían hacia el oriente de un bello jardín al encuentro de otros mártires. También vio al obispo Optatus de Cartago rogando a los mártires que se reconciliaran entre ellos.

Los cristianos fueron trasladados a una prisión en las afueras mientras llegaba la fecha del cumpleaños del emperador, ocasión en la que se enfrentarían con las bestias. Prudencio, el carcelero, había aprendido a respetar a los confesores del Nombre del Cristo y permitía a otros que los visitaran. El padre de Perpetua intentó infructuosamente convencerla.

Segundo, uno de los cristianos, murió en la prisión. Felicidad, que estaba embarazada de ocho meses, temía que no le permitieran sufrir el martirio junto con los demás ya que la ley prohibía ejecutar a embarazadas. Las oraciones de todos obraron el milagro y dos días antes de los festejos dio a luz a una niña que fue adoptada por otra mujer cristiana. Uno de los carceleros, que escuchó los quejidos de Felicidad durante el parto, se acercó a ella: "¿Cómo te quejarás cuando seas arrojada a las fieras?" preguntó. "Allí sufrirá otro por mí, y yo sufriré por Él," afirmó Felicidad.

El 7 de marzo los cinco confesores fueron arrojados al anfiteatro. A pedido de la turba pagana fueron primero golpeados a latigazos; luego, un jabalí, un oso y un leopardo fueron lanzados contra los hombres y un toro salvaje contra las mujeres. Perseguidos por las bestias, se dieron unos a otros el beso de paz y esperaron las heridas. El toro atacó primero a Perpetua; la joven, derribada, se cubrió con la túnica los muslos que le habían quedado descubiertos y se incorporó para ayudar a Felicidad a ponerse de pie. Los espectadores indultaron a los jóvenes a morir por la espada; Felicidad y los otros cristianos murieron sin pronunciar un gemido. Perpetua guió ella misma la mano del gladiador que parecía no atreverse a clavar resueltamente su espada en el pecho de la joven.

Los cuerpos de los mártires fueron enterrados en Cartago. Sus nombres fueron muy venerados ya desde el siglo IV y una magnífica basílica se ha erigido sobre la tumba donde se descubrieron las inscripciones con sus nombres.

 

 

Santa Perpetua y Felicitas Martires (segunda versión).

La preciosa muerte de estas ilustrísimas mártires sucedió el día 7 del presente mes.

La vida de estas santas comenzó habiendo publicado el emperador Severo un edicto en el cual mandaba a que mataran a todos los cristianos que no quisiesen sacrificar a los dioses del imperio, Minucio Timiniano, procónsul en la provincia de Africa, inició contra ellos una de las persecuciones más crueles. Desde los principios de esta persecución fueron presos en Cártago cinco jóvenes catecúmenos, cuyos nombres eran Revocato, Saturnino, Secóndulo, Perpetua y Felícitas.

Perpetua era una dama de veintidós años, de núbil nacimiento, bellamente educada, de grande discreción, pero de mayor piedad. Vivían todavía sus padres, aunque de edad muy avanzada, cuando la prendieron; y tenía una tía y dos hermanos, uno de los cuales era también catecúmeno. Se había casado, y tenía un niño, a quien ella misma criaba. Se cree que su marido era cristiano, y que se ocultó debido a la persecución.

Felicitas, menor que Perpetua, era también casada, y estaba en cinta hacia ya siete meses; y aunque no era de clase tan distinguida como Perpetua, no eran menos nobles sus inclinaciones.

Luego que prendieron a las dos santas, las llevaron a una casa particular, vigiladas por centinelas. A esta casa concurrió el padre de Perpetua que era gentil, a persuadirla con ruegos, con lágrimas y con cuantos medios pudo sugerirle el dolor y amor paterno a que renunciase a la fe. Pero habiendo escrito la misma santa la historia de su martirio, el día antes de su preciosa muerte, no se puede desear testimonio más verídico ni más auténtico; y así la referiré con las mismas palabras de la santa, como se hallan en las actas más antiguas.

"Todavía estábamos con los perseguidores, cuando mi padre, por el amor que me tenía, hizo cuanto pudo para obligarme a renunciar a Jesucristo. A esto yo le dije: "Padre, ¿ves ese vaso que está en el suelo, o cualquiera otra cosa que te parezca?" -"Si," me respondió. Yo añadí: "¿A ese vaso se le puede dar otro nombre que el suyo?" — "No," me dijo él. "Pues tampoco yo puedo ser otra cosa que lo que soy; esto es, cristiana." Al oír esto, lleno todo de cólera mi padre, se arrojó a mi para arrancarme los ojos, me maltrató, me cargo de injurias, y se retiró tan vencido, como el demonio que se valió de él para vencerme. Habiendo pasado algunos días sin ver a mi padre, di gracias a Dios, y me alegré mucho de que me dejase en paz. Permitiendo de este modo que tengamos todos la dicha de recibir el bautismo. Al salir del agua tuve una gran inspiración de no pedir a Dios otra cosa sino paciencia y valor para padecer animosamente todos los tormentos que me quisiesen hacer sufrir.

"Pocos días después nos metieron en la cárcel; al entrar en ella me espanté, porque nunca había visto aquellas tinieblas. ¡Oh buen Dios, y qué día aquel! El vaho caliente y desagradable que exhalaban los muchos que estaban encerrados en el calabozo, los malos tratamientos que nos hacían los soldados, la inquietud en la que estaba, al no saber que habían hecho con mi niño, todo esto me hizo pasar malos ratos. No obstante, los diáconos Tercio y Pomponio pudieron conseguir con dinero que nos permitiesen pasar algunas horas del día en un sitio menos desacomodado, donde respirásemos aire más libre y nos refrigerásemos.

"Salimos, pues, del calabozo, y cada uno atendía a sus cosas; yo recobré a mi niño, y le di de mamar, porque estaba muerto de hambre, lo encomendé a mi madre, animé a mi hermano, y me sentí dolida por la pena que les causaba. Muchos días pasé en estas amargas inquietudes. Habiendo, en fin, alcanzado licencia para tener al niño en la cárcel conmigo, me hallé muy consolada, y el Señor me envió nuevo alimento, haciéndoseme desde entonces tan dulce la prisión, que no la cambiaría por alguna otra estancia.

"Vino entonces a verme mi hermano, y me dijo: "Hermana, yo se que puedes mucho con Dios; pídele que te de a entender por medio de alguna visión si esto ha de terminar en el martirio." Como había mucho tiempo que el Señor me hacía grandes mercedes, y se dignaba permitirme que le hablase con simplicidad y confianza, respondí a mi hermano sin detenerme que el día siguiente le daría noticias ciertas. Hice oración, y ve aquí lo que me fue mostrado:

"Vi una escalera de oro maravillosamente alta, que se elevaba desde la tierra hasta el cielo; pero tan estrecha, que tan sólo podía subir una persona por vez . De ambos lados de la escalera estaban clavadas de abajo arriba navajas, garfios, puntas de espadas, lancetas, planchas de púas acercadas y otros instrumentos de hierro, de manera tal que el que subiese sin cuidado, y sin mirar atentamente a lo alto, sería herido y despedazado en todo su cuerpo. Al pie de la escalera estaba echado un espantoso dragón de enorme grandeza, en ademán de arrojarse sobre los que pretendían subir, el cual hacía huir a todos por el terror que les causaba. El primero que subió fue Saturo, que había sido preso después que nosotros. Cuando llegó a lo alto de la escalera se volvió hacia mí, y me dijo: "Perpetua, aquí te espero; pero mira ten cuidado de ese dragón." Yo le respondí: "En nombre de mi Señor Jesucristo no me hará mal." Levantó el dragón mansamente la cabeza, y como teniendo miedo de mí; se puso sobre el primer escalón de la escalera, como que iba a subir por ella, yo puse el pie sobre la cabeza del dragón y subí. Vi un jardín de grandes dimensiones, y en medio de él un hombre grande, que estaba sentado en traje de pastor, con los cabellos blancos, ordeñando sus ovejas, rodeado de millares de personas, todas vestidas de blanco. El pastor levantó la cabeza, me miró, y me dijo: "Hija, seas bien venida; " después me llamó, y me dio como un bocado de queso, hecho de la leche que ordeñaba; recibíle con las manos juntas, comí, y todos los que estaban alrededor de él respondieron: Amén. A este ruido desperté, y sentí que todavía estaba mascando una cosa dulce. Luego le conté esta visión a mi hermano, y entendimos ambos que el bocado delicioso significaba la Eucaristía, que se acostumbraba dar a los mártires para disponerlos a la pelea; y desde entonces nos consideramos ambos como si ya no fuéramos de este mundo.

"Pocos días después, habiéndose corrido la voz de que habían a tomar nuestra confesión, vino mi padre de la ciudad a la cárcel ahogado de tristeza, y todo bañado en lágrimas me dijo: "Ten, hija mía, lástima de mis canas; ten compasión de tu anciano padre: si te crié hasta la edad en que estás, costándome tantos trabajos; si te preferí a tus hermanos, porque siempre te quise más que a ellos, no me hagas hoy el oprobio de las gentes. Mira a tu afligida madre y a tu desconsolada tía; atiende a tus hermanos, y por lo menos debate algún cariño a ese hijo de tus entrañas, que no podrá vivir sin ti. Deja esa fiereza que te hace despreciar la muerte, y no te quieras perder por tu obstinación."

"Así me hablaba mi padre por el amor que me tenía, besándome las manos, arrojándose a mis pies, deshaciéndose en amargo llanto, y ya no tratándome como hija, sino de Señora. Algo me enterneció, especialmente considerando que él sería el único de mi familia que no celebrase mi dichosa muerte. Solamente le dije, para consolarlo, que cuando estuviese en el tribunal, haría de mi lo que Dios fuese servido; con esto se retiró todo afligido.

Al día siguiente, cuando estábamos comiendo, fuimos citados de repente para ser interrogados. Nos llevaron a la audiencia: el concurso era infinito; subimos a los estrados, y habiéndoles preguntado a todos los confesores, respondieron todos animosamente que eran cristianos. El oficio lo hacía el juez, debido a la muerte del procónsul Timiniano, el intendente Hilarión. Me llamáron, y en cierto momento, se puso delante de mi, mi padre, con su nieto en los brazos, y me dijo: "Ten lástima de tu hijo, ya que no la tienes por mi tu padre." Entonces me dijo el juez: Perpetua, compadécete de la ancianidad de tu padre y de la tierna niñez de tu hijo; sacrifica por la prosperidad de los emperadores, y no te pierdas a ti y a tu familia..

"Nada de eso haré," le respondí yo. "¿Eres cristiana?" me preguntó el juez. Yo le respondí: "Soy cristiana." Como mi padre, durante este interrogatorio, se esforzaba para sacarme de los estrados, Hilarión mandó a que le quitasen, y le dieron un golpe con una vara. Yo sentí yo como si me lo hubieran dado a mi misma, y viendo con dolor como maltrataban a mi padre por mi causa. En este instante, viendo el juez que estábamos inmóviles en la fe, pronunció sentencia de muerte contra nosotros, y nos condenó a ser echados a las fieras. No se puede explicar el gozo que tuvimos oyendo la sentencia, nos volvieron a la cárcel; y como mi niño acostumbraba tomar el pecho, le pedí al diácono Pomponio que se lo pidiera a mi padre, a pesar de que él no se le quiso dar; pero Dios permitió que desde entonces no se acordase el niño de mamar, ni que a mí me incomodase la leche.

Algunos días después, estando todos en oración, inconscientemente nombre a Dinócrato (uno de mis hermanos, que había muerto muy joven de un cáncer en el rostro); me admiré, y entendí luego que Dios quería que hiciese oración por él. Hícelo con fervor, y aquella misma noche tuve esta visión:

"Vi a mi hermano Dinócrato que salía de un lugar oscuro, donde había otras personas. Me parecía que tenía mucho calor y una gran sed, la cara hinchada, el color pálido, y me daba lástima; pero estaba al parecer muy lejos de mí para poder socorrerle. Cerca de él había una fuente de agua; pero la taza estaba tan alta, que no podía llegar a ella; y aunque Dinócrato se estiraba todo lo posible para beber, no podía conseguirlo, y esto me afligía. Desperté entonces y entendí que mi hermano estaba padeciendo algunas penas, y que tenía necesidad de oraciones. Tuve gran confianza de que podría conseguir su alivio a través de la misericordia de Dios: Se lo pedí con lágrimas día y noche, hasta que fuimos transportados a la cárcel del campo, donde habíamos de ser echados a las fieras. Estando ya en el cepo tuve otra visión: vi a mi hermano en el mismo lugar donde antes le había visto; pero en estado muy diferente, porque su cuerpo estaba limpio, bien vestido, el semblante hermoso y risueño, y que se refrescaba a gusto. Desperté, y reconocí que ya había salido de las penas.

Pocos días después el carcelero, que se llamaba Prudente, admirando nuestra constancia, tuvo lástima por nosotros, y dejó entrar a todos los que venían a vernos. Como se iba acercando el día del espectáculo, vino mi padre a buscarme penetrado de dolor; luego que me vio, comenzó a arrancarse las barbas y los cabellos; y arrojándose en el suelo, dando golpes con el rostro contra si mismo, se quejaba de haber vivido tanto tiempo, y maldecía sus años. Compadecióme un poco; pero, gracias al Señor, no titubeó mi constancia." Hasta aquí son palabras de la santa, de las que todas las actas hacen fe.

Saturo, santo y celoso cristiano, que había instruido a los mártires en la fe y en la piedad, tuvo la dicha de morir con ellos por Jesucristo. Estando en la cárcel tuvo también una visión, que fue una pintura de la gloria del paraíso, donde habían de entrar después del martirio. Secóndulo había muerto en la cárcel de pura miseria.

Mientras tanto se iba acercando el día del triunfo de nuestros santos; pero temblaba un poco su alegría la inquietud que les causaba el preñado de Santa Felícitas, que se hallaba de ocho meses: y ella estaba más afligida que los demás, porque la ley prohibía, que a una mujer embarazada, se le ejecutase la sentencia de muerte hasta cumplido el término de su parto. Hicieron todos juntos oración a Dios, y el mismo día parió felizmente una niña, que tomó a su cargo una mujer cristiana, ofreciendo criarla como si fuera hija suya. Pero como con el parto padecía grandes dolores, y no se pudo contener sin gritar, uno de los criados del carcelero le dijo: "Si ahora te quejas tanto, ¿que será cuando te veas despedazar por las fieras?" A lo que le respondió la santa: "Ahora soy yo la que padezco; entonces habrá otro que padezca en mí; quiero decir, Jesucristo por su gracia, que padecerá por mí, puesto que yo padezco por El.

Llegado el día del combate, que fue en el que se celebraban los años de Gera, hijo del emperador, salieron los mártires de la cárcel para el anfiteatro, como si salieran para el cielo. Llevaban pintada la alegría en sus semblantes, con especialidad Santa Perpetua y Santa Felícitas, que marchaban inmediatas a los santos Revocato, Saturnino y Saturo. Luego que llegaron a la puerta, los quisieron intimar a que se vistiesen el traje que se acostumbraba a poner a los que comparecían en los espectáculos; pero ellos se resistieron constantemente a estas ceremonias gentílicas, y salieron al anfiteatro con sus vestidos ordinarios.

Santa Perpetua cantaba alegres himnos, como quien ya celebraba su triunfo; Revocato, Saturnino y Saturo reprendían al pueblo su ciega obstinación. Al pasar por delante de los cazadores, fueron todos azotados con varas, concediendo Dios a cada uno el consuelo de morir con el género de muerte que había deseado.

A las santas Perpetua y Felícitas las enredaron en un género de red, para exponerlas a una furiosa vaca que soltaron contra ellas. Recibió Santa Perpetua el primer golpe, a cuya violencia cayó de espaldas; y reparando que la fiera le había rasgado el vestido por un lado, lo juntó prontamente para cubrirse con honestidad y con decencia. La levantaron del suelo, y ella misma se volvió a atar el esparcido cabello, para no parecer ni afligida ni descompuesta. Viendo a su amada compañera Felícitas toda revuelta y maltratada, le dio la mano, y la ayudó a levantarse. Se ablando algo de la dureza del pueblo al observar lo que las dos santas acababan de padecer; y no las expusieron más al insulto de otras fieras, sino que las condujeron a la puerta de Sanovivir o Sanavida, para recibir el golpe de la muerte a impulsos del acero de los gladiadores. Despertando entonces Santa Perpetua como de un profundo sueño, volvió en sí de un dulce dilatado éxtasis en que había estado embelesada todo el tiempo del combate. Volvía los ojos hacia todas partes como una persona la cual no sabe dónde está, y preguntaba cuándo la habían de exponer a las puntas de la vaca; quedó admirada al oír todo lo que había pasado, y cuando la hicieron reparar en ella misma los estragos de la fiera. Entonces hizo llamar a su hermano; y mirándole a él, aunque dirigiendo a todos los fieles la palabra, les dijo: "Perseverad firmes en la fe, amaos los unos a los otros, y no os escandalicéis de lo que nos veis padecer."

En este momento el pueblo se había calmado, y pidieron que fuesen traídos los mártires en medio del anfiteatro para divertirse al verlos recibir el golpe de la muerte. Levantáronse los santos, y fueron todos a pie, después de haberse dado el ósculo de paz. Fueron degollados primero Saturo, Revocato y Felícitas. A Perpetua la tocó un gladiador poco diestro, que, habiendo ladeado la espada, descargó el golpe sobre el hueso, y la obligó a dar un grito; pero conduciendo después ella misma la trémula mano del gladiador a su garganta, acabó muerta tan preciosa santa su glorioso martirio, y fue a recibir en el cielo la corona debida a su magnánima y constante fidelidad el día 7 de Marzo del año 203.

Aunque la santa Iglesia junta en una misma solemnidad la fiesta de estos seis ilustres mártires, con todo eso sólo hace mención a las dos insignes mujeres Perpetua y Felícitas, por haberse distinguido tan admirablemente en su martirio, siendo su memoria de singular veneración en todo el universo desde el principio del tercer siglo. San Agustín compuso tres panegíricos e n honra de las dos santas, y cita las actas que hemos copiado como las más auténticas, contando a Perpetua y Felícitas, con San Esteban, San Cipriano y San Lorenzo, entre los más ilustres mártires y los más grandes héroes del cristianismo. Tertuliano, San Fulgencio y otros muchos padres antiguos hacen magníficos elogios de nuestras santas y la Iglesia ha insertado sus nombres en el sagrado canon de la liturgia.

Sus preciosas reliquias fueron trasladadas de Africa a Roma, y también se veneran algunas en Francia en el monasterio de Devre cerca de Bourges, adonde las trajo de Roma San Raoult, o San Roaldo.

 

San Policarpo.

(23 de Febrero)

Policarpo tuvo la dicha de conocer y abrazar la Religión de Nuestro Señor Jesucristo en su niñez, y fue instruido por los mismos Apóstoles, y en particular por San Juan Evangelista, que lo nombró después Obispo de Esmirna, cuidad de Asia Menor. Se cree que de él quien habla Nuestro Señor Jesucristo en el segundo capitulo del Apocalipsis, cuando dijo al Angel, esto es al Obispo de Esmirna: Yo sé que padeces, y que eres muy pobre; con todo eso era muy rico, porque eres objeto de la murmuración de aquellos que se llaman Judíos, y no los son, porque componen la sinagoga de Satanás; No temas por lo que tengas que padecer. Sé fiel hasta la muerte, que yo te daré la corona de vida.

Policarpo gobernó la Iglesia de Esmirna por espacio de setenta años. El resplandor de sus virtudes lo hacía ver como la cabeza y el primero de los Obispos de Asia; y era venerado por todos los fieles hasta tal punto, que ninguno permitía que se descalzase él mismo, apresurándose cada uno para hacer este servicio, por tener la dicha de tocarlo. Policarpo formo muchos discípulos, así como el mismo había sido formado por los Apóstoles. San Ireneo, Obispo de León de Francia, fue uno de ellos. "Tengo aun muy presente, dice este Santo, aquella gravedad de sus pasos, la majestad de sus semblantes, la pureza de su vida, y las santas exhortaciones, con que alimentaba a su pueblo. Me parece que le oigo decir como había conversado con San Juan, y con otros los que habían visto a Nuestro Señor Jesucristo, las palabras que habían oído, y las particularidades que les había enseñado de los milagros y de la doctrina de este divino Salvador. Todo lo que decía era muy conforme a las divinas Escritura, como referido por los que habían sido los testigos oculares del Verbo, y de la palabra de vida. "Su celo por la pureza de la fe era tal, según se refiere el mismo San Ireneo, que cuando se decía algún error en su presencia, se tapaba los oídos, y exclamaba: ¡Ah buen Dios! ¿para que tiempo me has reservado?" Y huía inmediatamente.

Después del martirio de San Germánico, y de otros Mártires, a los que hicimos mención, el 19 de este, irritado el pueblo de Esmirna, en el anfiteatro de la generosidad de aquellos Santos, comenzó a gritar: ¡Que se exterminen los impíos! ¡Que se busque a Policarpo! Habían ocultado al Santo Obispo en una casa de campo; pero los que lo buscaban descubrieron donde se hallaba. Estaba el Santo en un aposento alto, desde el cual hubiera podido salvarse; pero no quiso, y solamente prorrumpió en estas palabras: cúmplase la voluntad de Dios. Bajo inmediatamente donde estaban los soldados, que viendo su edad y su firmeza, no se atrevían a cumplir su misión. Mando que le preparen la cena, y les pidió una hora para orar en libertad. Habiéndola obtenido, lleno de la gracia de Dios, oró de pie por espacio de dos horas, por todos los conocidos en particular, y encomendó a Dios la Iglesia Católica, esparcida por todo el mundo.

Así que llegaron a la ciudad, le presentaron al gobernador de la provincia, quien le pregunto si era Policarpo. Él respondió que sí. Este magistrado le exhortó a que renunciara a Nuestro Señor Jesucristo. Policarpo le contestó; "Ochenta y seis años que Le sirvo, y nunca me ha hecho mal alguno. ¿Cómo podré blasfemar contra mi Rey, que me ha salvado?" Continuaba el procónsul escuchándolo. "Pareces que disimulas conocerme, le dijo el Santo; pues yo té declaro, que Soy cristiano, si quieres instruirte en la doctrina de los cristianos, señálame el día para oírme, y te enseñaré. El procónsul le dijo: Persuadecelo al pueblo. Policarpo le replicó; Por lo que te toca es justo responderte: Porque hemos aprendido a respetar a los magistrados, y a tributar a las potestades, establecidas por Dios, el debido honor. Pues mira a esta gente que no merece que yo me justifique en su presencia. "El procónsul le amenazó que lo echaría a las fieras. La respuesta de San Policarpo fue que a el le seria más ventajoso pasar de los suplicios a la perfecta justicia. Pues ya que no temes a las fieras, dijo el procónsul, mandare que te quemen vivo, si no obedeces. El Santo le respondió; "Me amenazas con un fuego que se apaga en un momento, porque no conoces el fuego eterno que esta reservado a los impíos. ¿Pero qué es lo que te detiene? Hazme sufrir lo que quieras." Irritado el procónsul, lo condeno a ser quemado vivo.

El mismo Policarpo se desnudó, y queriéndole atar a un poste, dijo: "Dejadme así; el que me da la fuerza para sufrir el fuego, me hará la gracia de que permanezca inmóvil sobre la hoguera, sin necesidad de los clavos." Se contentaron, pues, con atarle las manos atrás. Puesto de esta modo, levanto los ojos al cielo, dio gracia a la Santísima Trinidad de la dicha que tenía de ser uno de los Mártires por Nuestro Señor Jesucristo, le suplicó la gracia de ser recibido como una víctima de agradable honor.

Acabada su oración, encendieron el fuego; pero por un maravilloso milagro, en lugar de consumir las llamas al Santo Mártir, lo rodearon formando como un bóveda o un pabellón, y su cuerpo exhalaba un olor parecido al de los perfumes más delicados. Irritados más todavía los paganos por este milagro, lo partieron con una espada. De la herida había salido tanta sangre, que apagó el fuego. De esta manera terminó San Policarpo su vida y su sacrificio.

 

San Roman el Melodista.

(1º de Octubre)

La composición de himnos litúrgicos ha sido la ocupación predilecta de muchos varones de Dios. San Román a quien se venera como santo en el Oriente, es el más grande de los compositores de himnos de la liturgia griega. Era originario de Emesa de Siria y llegó a ser diácono de la iglesia de Beirut. Durante el reinado del emperador Anastasio I se trasladó a Constantinopla. Aparte de esto escribió muchos himnos (algunos de ellos en forma de diálogo), no sabemos de su vida más de lo que narra la leyenda incluida en el "Menaion" griego. Una noche, la Santísima Virgen se le apareció en sueños, le entregó un rollo de papel y le dijo: "Toma y come." Así lo hizo el santo en sueños. A la mañana siguiente, se despertó presa de un gran entusiasmo poético y se dirigió a la iglesia de la Santísima Madre de Dios, en Constantinopla para asistir a la liturgia de Navidad. En el momento en que se transportaba en solemne procesión el libro de los evangelios, San Román se aproximó al palio e improvisó el himno que comienza con las siguientes palabras: "El día de hoy la Virgen da a luz al Ser trascendente y la tierra ofrece refugio al Inaccesible. Que los ángeles se unan a los pastores para glorificar al Señor, y que los magos sigan la estrella, porque hoy nos ha nacido un niño que era Dios antes del comienzo del Tiempo." En la actualidad, se canta todavía en el rito bizantino este resumen de la fiesta de la Navidad. Se conservan unos ochenta himnos de San Román, aunque no todos completos. Son obras de intenso sentimiento y de estilo dramático. Desgraciadamente, como tantas otras composiciones literarias del rito bizantino, los himnos de San Román son con frecuencia demasiado extensos y rebuscados. Los temas, muy variados, proceden del Antiguo y del Nuevo Testamento y de las fiestas litúrgicas.

 

San Sofronio Patriarca de Jerusalén.

(12 de Marzo)

Sofronió Nació en Damasco y desde pequeño estudió tanto, que estuvo a punto de quedar ciego; pero gracias a eso el santo llegó a ser tan versado en la filosofía griega, que recibió el sobrenombre de "el sofista." Junto con su amigo, célebre ermitaño Juan Mosco, viajó mucho por Siria, Asia Menor y Egipto, donde tomó el habito de monje, el año 580. Los dos amigos vivieron juntos durante varios años en la " Laura" de san Sava y el monasterio de Teodosió, cerca de Jerusalén. Su deseo de mayor mortificación los llevó a visitar a los famosos ermitaños de Egipto. Después fueron a la Alejandría, donde el patriarca San Juan el Limosnero les rogó que permanecieron dos años en su diócesis para ayudarle a reformarla y a combatir la herejía. En dicha ciudad fue donde Juan Mosco escribió el "Prado Espiritual," que dedicó a San Sofronió. Juan murió hacia el año 620, en Roma, a donde había ido en peregrinación. San Sofronio retornó a Palestina y fue elegido Patriarca de Jerusalén, por su piedad, saber y ortodoxia.

Cuando tomó el mando de la sede, convocó a todos los obispos del patriarcado para condenar la herejía de monotelita y compuso una carta sinodal, en la que exponía y defendía la doctrina ortodoxa. Esa carta, fue más tarde ratificada por el sexto Concilio Ecuménico, llegó a manos de Papa Honorio y del patriarca de Constantinopla, Sergio, quien había aconsejado al Papa que escribiese en términos evasivos acerca de la cuestión de las dos voluntades de Nuestro Señor Jesucristo. Parece que Honorio no se pronunció nunca sobre el problema; su silencio fue poco oportuno, pues producía la impresión de que el Papa estaba de acuerdo con los herejes. Sofronio. Viendo que el emperador y muchos prelados del oriente atacaban la verdadera doctrina, se sintió llamado a defenderla con más celo que nunca. Llevó al Monte Calvario a su sufraganeo, Estaban, obispo de Dor y ahí le conjuró, por Nuestro Señor Jesucristo Crucificado y por la cuenta que tendría que dar a Dios el día del juicio, "a ir a la Sede Apostólica, base de toda doctrina revelada y rogar al Papa hasta que decidiese a examinar y condenar la nueva doctrina. "Esteban obedeció y permaneció en Roma diez años, hasta que el Papa San Martín I, condenó la herejía monotelista, en el Concilio de Letrán, el año 649.

Pronto tuvo San Sofronio que enfrentarse con otras dificultades. Los sarracenos habían invadidos Siria y Palestina; Damasco había caído en su poder en 636; y Jerusalén en 638. El santo patriarca, había hecho cuanto estaba en su mano por ayudar y consolar a su grey, aun a riesgo de su vida. Cuando los mahometanos sitiaban la ciudad, San Sofronio tuvo que predicar en Jerusalén el sermón de Navidad, pues era imposible ir a Belén en aquellas circunstancias. El santo huyó después de la caída de la ciudad y, según parece, murió al poco tiempo, probablemente en Alejandría. Además de la carta Sinodal, San Sofronio escribió varias biografías y homilías, así como algunos himnos y odas anacreónticas de gran mérito. Se ha perdido la "Vida de Juan el Limosnero," que compuso en colaboración con Juan Mosco; también se perdió otra obra muy voluminosa, en la que citaba 600 pasajes de los Padres para probar que en N.S.J.C había dos voluntades.

 

San Sergio de Radonezh.

(25 de Septiembre)

En los primeros tiempos, los grandes centros del monasticismo ruso se encontraban en las ciudades o cerca de ellas, pero las invasiones de los tártaros en el siglo trece, que acabaron con la civilización urbana en la región sur del país, desquiciaron también, naturalmente, a los monasterios y su funcionamiento. Muchos de ellos se mantuvieron perfectamente, pero su actividad se debilitó y degeneró, y los monjes que verdaderamente buscaban una vida perfecta, comenzaron a emigrar de los monasterios a la campiña, sobre todo a las vastas soledades de los bosques del norte. A aquellos ermitaños rurales se les llamó pustínniky, es decir, hombres de los bosques. A San Sergio de Radonezh se le considera como el iniciador de aquel movimiento. En realidad, la emigración de los monjes del sur, no fue más que la primera etapa de un movimiento general que se realizó simultáneamente en varios lugares y dio origen a un gran número de nuevos centros de vida monástica. Pero como quiera que haya sido, San Sergio descolló como el personaje más distinguido de aquel período, y muchos le consideran como la figura más brillante en el santoral ruso. Y no sólo fue un monje, sino también un magnífico civilizador. La imposición de la soberanía de los tártaros y las continuas oleadas de invasión, matanzas y saqueos (que se prolongaron durante un siglo, a partir de 1237) hundieron al pueblo ruso en las profundidades de la miseria y la desmoralización. En aquel caos, un solo hombre, San Sergio, con las únicas armas de su influencia y su ejemplo, logro algo magnífico: unificar al pueblo ante el opresor, restablecer su respeto propio y su confianza en Dios. El historiador Kluchevsky admite decididamente que los rusos deben su liberación a la educación moral y a la influencia espiritual de Sergio de Radonezh.

Alrededor del año 1315 vino al mundo este santo en el seno de una noble familia que le residía cerca de Rostov, y en la pila bautismal recibió el nombre de Bartolomé. Entre los tres hijos varones del matrimonio, Bartolomé parecía el menos inteligente y continuamente se le echaba en su cara su lentitud para aprender, lo cual le hacía sufrir mucho, así que, cierto día que paseaba por el campo, se encontró con un monje que mantuvo una larga charla con él, le propuso que le enseñara a leer y escribir, con el propósito especial de estudiar la Biblia. Según nos dicen los cronistas y los biógrafos, el monje le dio al niño a comer un trozo de pan con sabor dulzón y, desde aquel momento, Bartolomé pudo leer y escribir como una persona adulta y mucho mejor que sus hermanos.

Por aquel entonces, comenzaba a formarse y crecer el principado de Moscú. Una de las primeras consecuencias de aquel crecimiento fue la desaparición del poder e influencia de Rostov; entre las víctimas de esta política estuvieron los padres de Bartolomé, Cirilo y María. Aún no salía de la infancia, cuando el resto de la familia tuvo que huir hasta encontrar refugio en la pequeña aldea de Radonezh, ciento ochenta kilómetros al noroeste de Moscú, donde los arruinados aristócratas de Rostov, tuvieron que vivir de su trabajo, como campesinos. Así entró Bartolomé en su juventud y, al ver que sus obligaciones se limitaban a cuidar de sí mismo, puesto que sus hermanos se bastaban solos y ya no tenían padres, decidió realizar el proyecto, largamente acariciado, de vivir en la soledad. En 1335, abandonó su casa en compañía de su hermano Esteban, que acababa de quedar viudo.

El lugar que eligieron para construir sus ermitas, era un prado llamado Makovka, en un claro del bosque, a varios kilómetros de distancia de cualquier sitio habitado. Ahí edificaron una cabaña y una capilla con troncos de árboles y, a solicitud de los hermanos, el metropolitano de Kiev envió un sacerdote para que bendijera la pequeña Iglesia y la dedicara a la Santísima Trinidad, una advertencia que era muy rara en Rusia de aquel entonces. Poco tiempo después, Esteban se fue a vivir a un monasterio de Moscú y, durante años, el solitario Bartolomé desapareció de la vista de los hombres.

Sus biógrafos se refieren a aquel período desconocido y nos hablan de terribles asaltos del demonio victoriosamente rechazados, de ataques de fieras salvajes y hambrientas que fueron domesticadas con un signo, de privaciones sin cuento y trabajo agotador, de noches enteras de plegaria y un constate progreso en el camino de la santidad. Todo lo que se cuenta de aquella época, recuerda demasiado las experiencias de los primeros padres del desierto. Sólo que hay una diferencia muy importante: nosotros, en el occidente, asociamos las penurias de la vida eremítica con San Antonio y otros santos de Egipto y Siria y, pensamos en seguida en las extensiones de arena, en las rocas desnudas, el calor sofocante y la falta de agua. A Bartolomé o Sergio, como lo llamaremos de ahora en adelante, ya que cierto abad que le visitó en una ermita, le impuso la tonsura y ese nombre, las penalidades eran de un tipo muy distinto: el hielo, la nieve, las tempestades, las lluvias torrenciales y las manadas de lobos hambrientos. La actitud de estos ermitaños ante la naturaleza salvaje se ha vinculado con la de San Francisco de Asís. Así como Pablo de Obnorsk se hizo amigo de las aves, Sergio domesticó a los osos, a los que llamaba "hermanos" al fuego y a la luz. Pero en lo físico, había una enorme diferencia entre las figura de San Francisco y de San Sergio que, según se advierte en sus representaciones más antiguas, era un hombre alto y fornido, de una larga barba y gesto rudo, como cualquier campesino ruso.

Como ha sucedido con muchos personajes similares, llegó el momento en que la reputación de santidad del ermitaño de Makovka se extendió por todas partes y comenzaron a reunirse los discípulos en torno suyo. Cada uno construyó su propia choza, y así nació el monasterio de la Santísima Trinidad. Cuando fueron doce, tras y muchos ruegos, incluso los del obispo de la ciudad más próxima, Sergio accedió a ser el abad que gobernase a aquella comunidad. Recibió las órdenes sacerdotales en Pereyaslav Zalesky y ahí mismo ofreció su primera Divina Liturgia. "Hermanos," dijo durante su sermón, resumiendo un capítulo entero de las reglas de San Benito, "orad por mí. Soy un hombre ignorante y, si he recibido de lo alto el talento para ser sacerdote y abad, debo rendir cuenta cabal de él y del rebaño que me ha sido confiado."

El monasterio floreció rápidamente, no tanto en bienes temporales como en los espirituales. Entre sus primeros reclutas figuró el archimandrita de un monasterio de Smolénsk. El claro del bosque fue ampliado; en torno a las cabañas y la Iglesia se construyeron otras casas; surgió una aldea y, no obstante las protestas de Sergio, se abrió un camino real por donde comenzaron a llegar los visitantes. En el curso de todas aquellas tareas, el abad tenía siempre presente que él era el primero entre sus iguales y, en todo momento, ya fuera en el trabajo o en la Iglesia, imponía el ejemplo de su perseverancia.

No tardó en presentarse el problema de elegir entre las dos formas de vida monástica que se observaban en el oriente, para seguirlo en la Santísima Trinidad. Hasta entonces, los monjes habían observado una norma individual de "ermitaños con comunidad," donde cada uno tenía su propia cabaña y labraba su propia porción de tierra. Sin embargo, San Sergio estaba en favor de la vida en común cenobítica y, en 1354, impuso la deseada reforma, debido en parte a una recomendación en este sentido, por parte de Filoteas, el patriarca ecuménico de Constantinopla. Por desgracia, aquella reforma ocasionó trastornos. Algunos de los monjes descontentos con el cambio, manifestaron sus protestas y, en su movimiento de rebelión, encontraron un jefe en la persona de Esteban, el hermano de San Sergio, quien había dejado el monasterio de Moscú para ingresar al de la Santísima Trinidad. El asunto llegó a mayores: hubo incidentes penosos y discusiones desagradables hasta que, cierto sábado después de las vísperas, para evitar mayores pendencias con su hermano, San Sergio partió calladamente de su monasterio de Makrish.

No tardaron en seguirle numerosos monjes de la Trinidad y, así la casa original comenzó a degenerarse hasta el extremo, que el metropolitano Alexis de Moscú, envió a dos archimandritas con apremiantes mensajes a San Sergio para que retornara a hacerse cargo de su puesto de abad. Al cabo de muchos ruegos, San Sergio accedió y, luego de nombrar un abad para su nuevo establecimiento de Kerzhach, reanudó sus funciones. Su ausencia había durado cuatro años y los monjes salieron a recibirle y le tributaron toda suerte de homenajes, "con tan sincero regocijo, que todos le besaron las manos, muchos se postraron en tierra para besarle los pies y otros besaron sus vestiduras."

Como había ocurrido con San Bernardo de Claraval dos siglos antes y con muchos otros santos monjes de Oriente y de Occidente, antes y después, acudieron a consultar a San Sergio los más encumbrados personajes de la Iglesia y del Estado. Con frecuencia se le confiaron misiones para gestionar la paz o para que actuara como árbitro y, en más de una ocasión, se hicieron vanos intentos a fin de convencerle a que aceptara el cargo de primado de la Iglesia de Rusia. Fue por aquel entonces, entre los años 1367 y 1380, cuando se produjo el gran rompimiento entre Dimitri Donskoi, príncipe de Moscú, y el khan Mamaí, jefe absoluto de los tártaros. Dimitri se vio obligado a lanzar el desafío que, si fracasaba, habría de acarrear a Rusia a mayores catástrofes de cuantas había conocido a lo largo de su historia. Antes de tomar cualquier decisión, el príncipe fue a pedir consejo a San Sergio. Este bendijo a Dimitri y le advirtió: "Es vuestro deber, señor, cuidar del rebaño que Dios ha confiado en vuestras manos. ¡Adelante entonces contra los herejes y conquistadlos en nombre del poder Divino! ¡Dios permita que tornéis con bien para dar a El la gloria de vuestra hazaña"!

De manera que el príncipe Dimitri partió a la guerra y se llevó consigo a dos monjes de la Santísima Trinidad que habían sido soldados. Cuando se enteró del enorme poder de su enemigo, volvió a titubear y se hallaba a punto de volverse y abandonar la empresa, cuando llegó un mensaje de San Sergio con estas palabras "No temáis, señor. Marchad armado de confianza en vencer la ferocidad del adversario. Dios estará a vuestro lado." Así, el 8 de Septiembre de 1830, se libró la batalla de Kulikovo que, para Rusia, tuvo el mismo significado que tuvieron para Europa accidental, las batallas de Tours o de Poitiers. Los tártaros fueron vencidos y huyeron en desorden. "Y en aquel preciso instante," dicen las biografías, el bendito Sergio, al frente de sus hermanos, oraba a Dios para pedirle la victoria. Y, una hora después de que los herejes habían sido expulsados del suelo de Rusia, a muchas leguas de distancia, el abad anunció a los monjes la derrota del enemigo, porque San Sergio era vidente."

De esta manera, San Sergio de Radonezh desempaño un papel decisivo al iniciarse el derrumbe del poder de los tártaros en Rusia. Desde entonces, no se le dejó permanecer en paz en su monasterio y continuamente se requerían sus servicios para misiones políticas o eclesiásticas; las primeras, sobre todo para establecer la paz en su monasterio y la concordia en las rivalidades entre los príncipes rusos; las segundas, particularmente en relación con la fundación de nuevos monasterios. Se afirma que sus frecuentes viajes a través de enormes distancias los realizaba a pie.

Uno de los biógrafos habla en términos generales de los "muchos milagros incomprensibles" que obró Sergio y sólo se detiene en algunas de las maravillas, no sin advertir que el propio santo recomendaba que se guardase silencio respecto a sus poderes sobrenaturales. Sin embargo, hace un relato muy detallado, claro y convincente sobre una visión de la Madre de Dios(una de la primeras apariciones de la Santísima Virgen de las que se registran en la hagiografía rusa)que se presentó ante Sergio y otro monje, acompañada por los apóstoles Pedro y Juan, para asegurarle que su monasterio florecería extraordinariamente en un futuro no muy lejano. La objetividad de aquella visión, es característica de la hagiografía de Rusia, donde rara vez ocurren los raptos o los éxtasis, pero en cambio, el Espíritu Santo desciende sobre los elegidos y les permite ver auténticas apariciones, terrenales o celestiales, ocultas a los ojos de los menos santos.

Seis meses antes de sus muerte, San Sergio supo que el fin se acercaba. Renunció a sus cargo, nombró a un sucesor. Se había enfermado por primera vez en su vida, y permaneció en su celda. "Cuando su alma estaba a punto de abandonar el cuerpo, recibió el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sostenido en el lecho por los brazos de sus discípulos. Alzó sus manos al cielo, se movieron sus labios para musitar una plegaria y entregó su espíritu puro y santo en manos su Señor, el 25 de septiembre de 1392, posiblemente a la edad de setenta y ocho años."

De acuerdo con lo que dice el Dr. Zernov, es difícil definir exactamente la razón por la cual se agrupó la gente en torno a San Sergio. No era un predicador elocuente ni un hombre de gran saber y, a pesar de que se registraron varias ocasiones que algunas personas quedaron curadas por las oraciones del santo, no se le puede describir como un senador popular. Era,, en primer lugar, su personalidad lo que atraía a la gente. Era el calor de su afectuosa atención, lo que le hacía indispensable para los demás. Poseía esos dones que rara vez se encuentran en las personas: una confianza ilimitada en Dios y en la bondad de los hombres, a quienes nunca dejó de consolar y alentar." Lo mismo que otros muchos monjes, San Sergio consideraba como parte de su vocación monástica el servicio activo y directo para bien del prójimo. Por eso, el prójimo, tanto el noble como el plebeyo, lo consideró siempre como un maravilloso y magnifico médico del alma y del cuerpo, como un amigo de los que sufren, como el que da de comer al hambriento, defiende al desamparado y da buen consejo al que lo necesita. Una de las características de aquellos monjes del norte, era su amor por la pobreza personal y común y por la soledad, en cuanto lo permitieran sus deberes comunales y sus atenciones a los necesitados. Sergio instaba a sus hermanos a " tener siempre presente el luminoso ejemplo de aquellos grandes monjes de la antigüedad, verdaderos portadores de la antorcha del cristianismo, que vivieron en este mundo como ángeles: Antonio, Eutimio, Sabas... Los monarcas y las gentes del pueblo acudían a ellos; curaban las enfermedades y ayudaban al necesitado; alimentaban al hambriento y eran como el arcón de las virtudes y los huérfanos."

El cuerpo de San Sergio fue sepultado en la Iglesia mayor de su monasterio, donde permaneció hasta la Revolución de 1917. Los bolcheviques clausuraron el monasterio, y las reliquias del santo fueron exhibidas en el "museo antireligioso" que se estableció ahí. En 1945 se autorizó a los jefes de la Iglesia Ortodoxa rusa a reabrir el monasterio, y los restos de San Sergio volvieron a ser sepultura. Los rusos mencionan a San Sergio de Radonezh en los preparativos para la consagración, en la liturgia eucarística.

* * *

La literatura manuscrita sobre los Santos Rusos de la Edad media pertenecieron a las escuelas de Kiev y Ucrania, que escriben sobre " Santos príncipes "o" "Santos Monjes."

En el Monasterio de las Cuevas, en Kiev, se produjo la colección de santos de la región. Pero existe dos biografías anteriores a los mongoles. San Teodoro y San Abraham de Smolensk.

Después de la Conquista de los tártaros surgió en Nóvgorod una nueva escuela hagiográfica a que se destaca por su severidad y concesión. Se llamó "la del norte."

La tercera escuela es la Central, de Moscú. Esta escuela reviste con fantasías algunos hechos concretos e inventa anécdotas para el lector. Así fueron coleccionados las biografías del siglo XVI, lo que se llama Chetii Minei.

La mayoría de estos antiguos documentos fueron cuidadosamente estudiados, impresos y editados en el siglo XIX, pero como estaban en ruso, son desconocidos por regiones donde se hablan idiomas eslavos.

El sacerdote ruso Ivan Martynov (muerto en 1894) ha escrito sobre los santos rusos en su Acta Sanctotum y sus Amnus Eclesiásticos Greco-Slavieus, pero han sido reunidas con malas críticas.

En lo que refiere a San Sergio de Radonez, su biografía esta escrita en detalles y en forma muy sobria por unos de sus monjes llamado Epifanio el Sabio, en inglés esta escrita por un autor ortodoxo, Dr. Nicolai Zernov" Saint Serguis, Builder of Russia (1939).

En este libro esta el escrito de Epifanio, que fue abreviado 15 siglos después por Pacomio, monje sabio. En Treasury of Russian Spirituality de Fedotov, hay otra versión abreviada de Helen Iswolsky.

Sobre los santos rusos hay excelentes datos en Irenikow (1935 a 1938), del que fue sacada esta nota.

La llamada Crónica de Nestor a la que se refiere la historia eclesiástica rusa, conocida hay como Antigua Crónica Rusa (1930), que contiene el paterik de Kiev. En 1942 se publicó" El Espíritu Religioso Ruso de Fedotov junto con otra suya" El Cristianismo en Kiev." En estas obras se lee sobre San Abraham de Smolensk, Antonio y Teodosio Perchersky, Boris y Gleb, Cirilo de Totov y Vladimir y los Santos anteriores a los mongoles. Al conocer los hechos de hombres como San Sergio y San Teodosio se piensa en el Amor, Alban Buther escribe sobre San Romano y David (Boris y Gleb) el 24 de Julio. En sus escritos menciona a Santa Olga, San Vladimir, San Antonio Pechersky, San Sergio y Alejandro Nevsky, pero sus informaciones sobre los santos rusos son muy escasas.

 

Santos Sergio y Baco.

(7 de Octubre).

Se dice que estos mártires eran oficiales del ejército romano en la frontera de Siria. Sergio era el comandante de la escuela de reclutas y Baco era su subalterno. Ambos gozaban del favor del emperador Maximiano, hasta que un día éste cayó en la cuenta de que, cuando iba al templo de Júpiter a ofrecer sacrificios ambos oficiales se quedaban en la puerta. Inmediatamente los mandó llamar para que tomasen parte en la ceremonia. Como se negasen a ello, ordenó que se les despojase de su de sus insignias militares, que se los vistiese como mujeres y se los llevase así por toda la ciudad.

Después, los desterró a Rosafa, en la Mesopotamia, donde el gobernado los mandó azotar tan cruelmente, que Baco murió en tormento. Su cuerpo fue arrojado a la calle, donde los cuervos lo defendieron de la voracidad de los perros (lo mismo se cuenta de otros santos).

San Sergio tuvo que caminar un largo trecho con cuchillas en los pies, hasta el sitio en que fue decapitado. Los martirologios y escritores antiguos dan testimonio del martirio de estos dos santos, pero los detalles de su muerte no son fidedignos.

El año 431, Alejandro, metropolitano de Hierápolis, mandó restaurar y embellecer la iglesia que se levantaba sobre el sepulcro de San Sergio. En el siglo VI, los muros de dicha iglesia estaban cubiertos de plata. Alejandro gastó mucho dinero en la reconstrucción de la iglesia, de suerte que se molestó cuando, tres años después, Rosafa fue transformada en diócesis e independizada de su jurisdicción. En recuerdo del mártir, la ciudad tomó el nombre de Sergiópolis; Justiniano la fortificó y honró particularmente la memoria de los dos mártires. La iglesia de Rosafa era una de

las más famosas del oriente. Sergio y Baco, junto con los dos Teodoros, Demetrio, Procopio y Jorge, eran los protectores del ejército de Bizancio.

 

San Sofronio Patriarca de Jerusalén.

(12 de Marzo)

Sofronio nació en Damasco y desde pequeño estudió tan excesivamente, que estuvo a punto de quedar ciego; pero gracias a eso el santo llegó a ser tan versado en la filosofía griega, que recibió el sobrenombre de "el sofista." Junto con su amigo, célebre ermitaño Juan Mosco, viajó mucho por Siria, Asia Menor y Egipto, donde tomó el habito de monje, el año 580. Los dos amigos vivieron juntos durante varios años en la " Laura" de san Sabas y en el monasterio de Teodosio, cerca de Jerusalén. Su deseo de mayor mortificación los llevó a visitara los famosos ermitaños de Egipto. Después fueron a Alejandría, donde el patriarca San Juan el Limosnero les rogó que permaneciesen dos años en su diócesis para ayudarle a reformarla y a combatir la herejía. En dicha ciudad fue donde Juan Mosco escribió el

" Prado Espiritual," que dedicó a San Sofronió. Juan murió hacia el año 620, en Roma, a donde había ido en peregrinación. San Sofronio retornó a Palestina y fue elegido Patriarca de Jerusalén, por su piedad, saber y ortodoxia.

En cuanto tomó posesión de la sede, convocó a todos los obispos del patriarcado para condenar la herejía monotelita y compuso una carta sinodal, en la que exponía y defendía la doctrina ortodoxa. Esa carta, fue más tarde ratificada por el sexto Concilio Ecuménico, llego a manos de Papa Honorio y del patriarca de Constantinopla, Sergio, quien había aconsejado al Papa que escribiese en términos evasivos acerca de la cuestión de las dos voluntades de N.S.J.C. Parece que Honorio no se pronunció nunca sobre el problema; su silencio fue muy poco oportuno, pues daba la impresión de que el Papa estaba de acuerdo con los herejes. Sofronio, viendo que el emperador y muchos prelados del oriente atacaban la verdadera doctrina, se sintió llamado a defenderla con mayor celo que nunca. Llevó al Monte Calvario a su sufragéneo, Esteban, obispo de Dor y ahí le conjuró, por N.S.J.C Crucificado y por la respuesta que tendría que dar a Dios el día del juicio, "a ir a la Sede Apostólica, base de toda doctrina revelada, e importunar al Papa hasta que se decidiese a examinar y condenar la nueva doctrina." Esteban obedeció y permaneció en Roma diez años, hasta que el Papa San Martín I, condenó la herejía monotelita, en el Concilio de Letrán, el año 649.

Pronto tuvo San Sofronio que enfrentarse con otras dificultades. Los sarracenos habían invadidos Siria y Palestina; Damasco había caído en su poder en 636; y Jerusalén en 638. El santo patriarca, había hecho cuanto estaba en su mano por ayudar y consolar a su grey, aun a riesgo de su vida. Cuando los mahometanos sitiaban la ciudad, San Sofronio tuvo que predicar en Jerusalén el sermón de Navidad, pues era imposible ir a Belén en aquellas circunstancias. El santo huyó después de la caída de la ciudad y, según parece, murió al poco tiempo, probablemente en Alejandría. Además de la carta Sinodal, San Sofronio escribió varias biografías y homilías, así como algunos himnos y odas anacreónticas de gran mérito. Se ha perdido la " Vida de Juan el Limosnero," que compuso en colaboración con Juan Mosco; también se perdió otra obra muy voluminosa, en la que citaba 600 pasajes de los Padres para probar que en N.S.J.C había dos voluntades.

 

 

Santos Tee y Pablo Mártires.

La persecución contra los cristianos, ordenada por Diocleciano, se hizo muy violenta hacia el año 308. Habiendo sido presos algunos cristianos, que se habían reunido en Gaza, para la lectura de algunos libros cristianos, fueron conducidos a los tribunales, que los condenaron a los más grandes tormentos. Admiróse, principalmente la constancia de una virgen, llamada Tee, que había sido arrestada junto con el grupo que escuchaba las lecturas de los Libros Sagrados. El juez quiso obligarla a ofrecer incienso a los ídolos y no pudiendo persuadirla, la amenazó con enviarla a un lugar de prostitución, Santa Tee, que se horrorizó al oír tal amenaza, reprendió al juez; habló contra el paganismo y la humanidad del príncipe, que emitía ordenes tan crueles, contra quien no se le podía reprochar más que la fidelidad a todas las obligaciones. Irritado el juez con las palabras de la virgen, mandó apalearla y ponerla después sobre un potro, donde le desgarraron los costados, con uñas de hierro, hasta que se le descubrieron los huesos. Luego mandó a quemarla viva.

Al mismo tiempo, el juez pronunció la sentencia contra otro cristiano, llamado Pablo, y éste, cuando llegó al lugar al lugar de la ejecución, pidió al verdugo un poco de tiempo. Al serle concedido el tiempo pedido, el santo levantó su voz, y oró con fervor, delante de todos, pidiendo a Dios, paz y libertad para todos los cristianos, la luz de la fe, para los judíos y paganos, el perdón de los pecados, para los que hubiesen perdido la gracia, y la conservación de la justicia para todos los fieles. Rogó, principalmente, para los que estaban en el suplicio, e imitando a N.S. Jesucristo, como un verdadero cristiano, rogó por el perdón de los jueces, que lo condenaron a muerte, por el emperador, que era el autor de las persecuciones, por el Estado y por el verdugo que lo iba a ejecutar. Pidió a Dios, que no le imputasen a los que lo ejecutaban su muerte, porque solo era la pérdida de su vida temporal, para alcanzar la vida eterna.

Mientras oraba el santo, pocas personas aguantaron las lágrimas ante el sacrificio de esa vida inocente, y cuando terminó de rezar, colocó su cabeza, con una fe admirable y recibió la corona del martirio el día 16 de Febrero del año 308.

 

Santa Teoctiste Virgen.

(10 de Noviembre)

El Martirologio Romano menciona hoy la muerte de Santa Teoctiste en la isla de Paros. Sin embargo, los bolandistas opinan que se trata de una pura fábula, de una imitación de la historia de los últimos años de Santa María Egipcíaca, de una "novela piadosa escrita por algún ocioso para alimentar el apetito religioso de la gente sencilla." Según esa leyenda, el año 902, un tal Nicetas partió en una expedición capitaneada por el almirante Himerio contra los árabes de Creta. Ahí fue a visitar lar ruinas de la iglesia de Nuestra Señora de Paros y conoció a un anciano sacerdote que había vivido como ermitaño en la isla durante treinta años. El ermitaño habló a Nicetas de la crueldad de los árabes y le refirió lo que un hombre llamado Simón le había contado algunos años antes, acerca de Teoctiste. Simón había ido con algunos amigos a cazar a Paros. Cuando se habían adentrado en la isla, oyeron una voz que les decía: "No os acerquéis más. Soy una mujer y sentiría vergüenza que me vieseis, pues estoy desnuda." Los asombrados cazadores arrojaron una capa en dirección al arbusto de donde procedía la voz y a poco vieron salir a una mujer. Esta les contó que se llamaba Teoctista y que había vivido con su familia en Lesbos. Los árabes la habían raptado y llevado a Paros, donde había conseguido escapar y ocultarse en el bosque hasta la partida de sus captores. Esto había acontecido treinta años antes. Desde entonces, Teoctiste había vivido como anacoreta, alimentándose de plantas y frutos. Los vestidos se le habían ido cayendo a pedazos. Desde entonces no había podido asistir a la misa ni recibir la Eucaristía, de suerte que rogó a Simón que regresara a traerle la comunión. Al año siguiente, Simón y sus compañeros le llevaron la comunión en una píxide. Teoctiste la recibió rezando. Poco después, los cazadores volvieron a despedirse de ella y la encontraron agonizante. Antes de darle sepultura, Simón le cortó una mano para llevársela como reliquia. Pero, cuando se embarcaron la nave no pudo alejarse de la costa hasta que Simón restituyó la mano, que se soldó milagrosamente al brazo. Cuando los compañeros de Simón acudieron a presenciar esa maravilla, el cadáver había desaparecido.

Antiguamente, se creía que el hombre que había oído esta leyenda de labios del ermitaño, era Simeón Metafrasto, el gran compilador bizantino de leyendas hagiográficas, porque la fábula de Teoctiste forma parte de su colección. Pero en realidad, Simeón se limitó a copiarla tal como la había escrito Nicetas; lo único que añadió fue un prefacio de tono edificante, en el que no aclara suficientemente si los hechos, narrados en primera persona, se referían a él. Simeón Metafrasto, cuyo nombre figura en los "memaia" griegos el 28 de este mes, vivió unos cincuenta años después de la expedición de Himerio.

 

San Teodoro Stratelates (El General”) de Heraclea.

(8 de Febrero y 8 Junio. Año 319).

Entre los mártires a quienes los griegos honran con él titulo de megalo mártir (el gran mártir), tales como San Jorge, San Pantaleón y otros, se distinguen cuatro: San Teodoro de Heraclea, por sobrenombre Stratelates (General del ejercito); San Teodoro de Amasea, apodado Tiro (el recluta); San Procopio y San Demetrio. De San Teodoro de Heraclea, de quien ahora nos preocupamos, se dice que había sido general de las fuerzas de Licinio y gobernador de una gran porción de Bitinia del Ponto, y de Paflagonia. Se supone que el Santo residió en Heraclea en el Ponto, ciudad originalmente griega fundada por una colonia de Megara, y que ahí mismo fue donde, de acuerdo con una leyenda, murió mártir, siendo decapitado por su fe después de haber sido cruelmente torturado por orden del emperador Licinio. Su sufrimientos están escritos por un testigo, su siervo, el escritor Uaro.

Todo el asunto ha sido cuidadosamente estudiado por el padre H. Delehaye en su libro "Les Légendes grecques des saints militaires" (1909). En su opinión sólo hubo un Teodoro, probablemente mártir y posiblemente soldado de profesión. Parece que su culto comenzó hace mucho tiempo en Euchaita, una población pequeña en el Helesponto y que desde ahí se difundió a otras partes. Poco a poco, algunos hagiógrafos fueron introduciendo muchos detalles ficticios y contradictorios en su historia, sin preocuparse de lo absoluto de si lo que escribían acordaba con la verdad histórica. Con el tiempo las divergencias llegaron a ser tan notorias, que fue necesario recurrir a la hipótesis de dos San Teodoro diferentes: el Sratelates y el Tiro, pero aun así sus biografías se sobreponen y no pueden sacarse gran cosa en claro. Uno de los elementos fabulosos introducidos en ciertas versiones de la historia, es la lucha con un dragón. Este detalle aparece en la leyenda de San Teodoro mucho antes que en la de San Jorge. Por eso no es raro encontrar imágenes y cuadros en los que aparece montado a caballo, traspasando al dragón con una lanza, lo que se presta a identificarlo erróneamente. La idea de distinguir a los dos Teodoros parece que se le había ocurrido a alguien mucho antes de lo que el padre Delehaye supone. En una homilía armenia que F.C. Conybeare atribuye al Siglo cuarto, ya se les considera distintos; y Mons. Wilper ha reproducido un mosaico que colocó el Papa Félix IV (526 -530) en la iglesia de San Teodoro en el Palatino, donde se representa a nuestro Salvador Señor Jesucristo, sentado; Mientras que San Pedro le presenta por un lado a un San Teodoro, y San Pablo le presenta a otro San Teodoro por el otro lado.

 

San Teodosio Cenobiarca y Confesor.

El bienaventurado padre san Teodosio, llamado Cenobiarca, que en griego quiere decir el principal y como cabeza y príncipe de los monjes, nació en una aldea de Capadocia, por nombre Magariasso. Su padre se llamó Proetesio, y su madre Eulogia, personas virtuosas y honradas. Dio muestras de que Dios le había escogido para ministro grande de su gloria. Se dio a los estudios, y vino a declarar las divinas Letras al pueblo, y con aquella lección y meditación, a aficionarse a todas las obras de virtud y perfección.

Partió de su casa para ir a Jerusalén, y adorar aquellos sagrados lugares que Cristo nuestro Señor consagró con su vida y pasión. Y llegado a Antioquía, fue a ver al insigne varón Simeón Estilita, que hacía vida milagrosa en una columna, y era como un prodigio de santidad en el mundo, para tomar su bendición, y animarse más a la perfección con sus santos ejemplos. Cuando llegó cerca de la columna oyó la voz de Simeón, que le llamaba y le decía: "Teodosio, varón de Dios, seáis bienvenido." Se espantó Teodosio, oyendo esta voz, porque le llamaba por su nombre, y porque le honraba con el título de varón de Dios, que él en sí no conocía. Subió a la columna por orden de san Simeón, y se echó a sus pies; oyó sus consejos y todo lo que para adelante le había de suceder.

Tomada su bendición, siguió su camino para Jerusalén, y visitados aquellos santos santuarios, queriendo comenzar de vera a servir al Señor, dudó al principio si seguiría la vida solitaria de los ermitaños, o la de los monjes, que viven debajo de la obediencia en comunidad. Y después de haberlo pensado y encomendado a Dios, le pareció que le estaría mejor y era más seguro entregarse a la voluntad ajena de algún siervo de Dios, en algún monasterio, que vivir y regirse por la suya, apartado de la comunicación de los hombres. Con esta resolución sabiendo que un santo viejo, llamado Longino, era varón perfecto y excelente maestro de la perfección, y moraba en cierta casilla de una torre, que llaman de David, le rogó e importunó que le admitiese en su compañía, y le amoldase y ajustase con su vida: y Longino lo hizo y le tuvo algún tiempo consigo, enseñándole todo lo que había de hacer para alcanzar lo que tanto deseaba.

De allí pasó por orden del mismo padre Longino a un templo, que una buena y piadosa mujer había dedicado a nuestra Señora, de donde después se mudó a un monte: porque por la fama de su santidad algunos monjes comenzaron a venir a él, para que como maestro los enseñase e instruyese en toda virtud. Aquí se dio mucho al ayuno, a las vigilias, a la oración y lágrimas, y a la perfecta mortificación de sus pasiones. Comía muy poco, y su comida eran algunos dátiles, o algarrobas, o yerbas silvestres, o legumbres; y cuando le faltaba este mantenimiento, solía remojar y ablandar los huesos de los dátiles y aquéllos comía, y por espacio de treinta años no gustó pan; y esa aspereza y rigor de vida guardó hasta la vejez.

Teniendo, pues, algunos pocos compañeros, y queriéndolos encaminar al cielo y descarnarlos de todas las cosas de la tierra, les enseñó por primer principio y fundamento de la vida religiosa, que tuviesen siempre la memoria de la muerte presente: y para esto mandó hacer una sepultura, para que su vista les acordase que habían de morir y muriendo cada día en la consideración, no temiesen cuando viniese la muerte. Estando un día con sus discípulos alrededor de su sepultura abierta, dejo con mucha gracia: "La sepultura está abierta; pero ¡quién de vosotros la ha de estrenar?" Entonces uno de los discípulos, que era sacerdote, y se llamaba Basilio, se arrodilló y respondió: "Dadme, padre, vuestra bendición, que yo seré el primero que entraré en ella." Le dio la bendición Teodosio, y mandó que estando aún vivo el monje Basilio, le hiciesen todos los oficios que en diversos días suele la santa Iglesia hacer a los difuntos, y al cabo de cuarenta días, sin calentura, sin enfermedad, ni dolor, como si tuviera un dulce sueño, dio su espíritu al Señor.

 

San Valentín Presbítero y Mártir.

San Valentín, presbítero, vivió en Roma durante el reinado del emperador Claudio II, hacia el año 270. Su virtud y sabiduría le habían granjeado la veneración de los cristianos y de los mismos gentiles. Mereció recibir el nombre de Padre de los pobres por su caridad y su celo por la religión, la cuál era más eficaz, cuanto mas se mostraba puro y desinteresado. La humildad, la dulzura, la solidez de su conversación y el aire de santidad que derramaba en sus modales, hechizaba a cuantos le trataban. Ganaba los corazones para sí y luego, para N.S.J.C.

Un hombre tan venerado por el pueblo y estimado por los grandes, no podía quedar desconocido. Hablaron de él al emperador como de un hombre de un mérito superior y de extraordinaria sabiduría. Este quiso verle y lo recibió con gran estima, preguntándole por qué no quería ser su amigo puesto que el mismo emperador quería serlo. Además agregó, que cómo era posible que un hombre tan sabio profesase una religión enemiga de los dioses y del mismo emperador.

Valentín, que ya había cautivado al emperador por su compostura, grato semblante y modestia, le respondió"; Si reconociereis el don del Dios y Quien es Aquel a Quién yo adoro, os tendríais por feliz en reconocer a tan soberano dueño, y detestando el culto a los demonios, adoraríais al solo Dios verdadero, Creador del cielo y de la tierra, y a Su Unico Hijo Jesucristo, Redentor de todos los mortales, igual en todo a Su Padre."

Al oír esto, cierto doctor idolatra, que se hallaba en el cuarto, le preguntó; " Pues y ¿qué juicio haces de nuestros grandes dioses Marte y Júpiter? — El juicio que yo hago — respondió el santo, es el mismo que tú debes hacer, es decir, que no hubo en el mundo, hombres más malvados que esos a quienes le dais el nombre de dioses. Hasta vuestros mismos poetas tuvieron cuidado de instruiros de sus infamias y disoluciones. Vosotros tenéis sus historias, mostradme su genealogía con una breve noticia de su vida y os haré confesar que acaso no ha habido jamás hombres más perversos.

Sorprendió a todos una respuesta tan segura y verdadera, que quedaron atónitos por tiempo, pero luego se oyó un griterío que decía "blasfemia, blasfemia. Más el emperador quiso saber más sobre el particular y volviéndose hacia san Valentín le hizo varias preguntas: "Si Jesucristo es Dios, por qué no Se deja ver, y por qué tú mismo no me haces evidencia de una verdad, en la que pudiera interesarme," — le preguntó.

"Señor, respondió el santo, por lo que a mí me toca, no dejaréis de lograr esta dicha." Y después explicó con la mayor claridad los puntos más esenciales de nuestra fe ¿Queréis ser feliz, queréis que vuestro imperio florezca, que vuestros enemigos sean destruidos, queréis hacer feliz a vuestro pueblo, y aseguraos una eterna felicidad, pues creed en N.S. Jesucristo, sujetad vuestro imperio a Sus leyes y recibid el Bautismo. Así como no hay otro Dios que el Dios de los cristianos, así no se puede esperar la salvación fuera de la religión que profesan los cristianos.

Habló, el santo, con tanta energía que el emperador parecía conmovido y le dijo a sus cortesanos" Hay que confesar que este hombre dice cosas muy bellas y que la doctrina que enseña tiene aire de verdad, a la cual no es fácil resistirse." Al oír esto, el prefecto de la ciudad, llamado Calpurnio comenzó a gritar: "¿No veis como este encantador ha engañado a nuestro príncipe? ¿Abandonareis la religión de nuestros padres, en la que nos criamos desde la cuna, para abrazar esta secta obscura y desconocida?"

Al oír esta sediciosa exclamación, el emperador temió algún tumulto; pudo más el miedo que la gracia interior que le solicitaba convertirse y sacrificando su eterna salvación por el vil respeto humano, ahogó los saludables movimientos de su corazón y remitió al Santo al prefecto Calpurnio, para que lo sentenciasen según las leyes.

Mandó Calpurnio que a San Valentín lo metiesen en la cárcel y encargó al juez Asterio, que le iniciase una causa como cristiano y enemigo de los dioses del imperio.

El emperador le había comunicado a Asterio de la gran elocuencia del Santo, y Asterio se sintió feliz de recibir esta causa y poder hablar con él, a ver si podía derribarlo de su fe.

Con esta idea se llevó a San Valentín a su casa. Apenas entró en ella el Santo, levantando las manos y los ojos al cielo, rogó al Señor, que había dado Su vida por la salvación de todos los hombres, Se dignase a alumbrar con las luces de fe a todos los habitantes de aquella casa.

Oyó Asterio esta oración y le dijo": Me Admira que un hombre de tan claro entendimiento tenga a Jesucristo por verdadera luz, gran lástima me da verte encaprichado en estos errores." Sabes, Asterio, respondió el Santo, no es error el que supones, No hay verdad más innegable que N.S. Jesucristo, mi Salvador y mi Dios, que se dignó hacerse hombre por nosotros, es verdadera luz que alumbra a todos los que vienen al mundo." Si, esto es cierto, replicó Asterio, en tono de burla, tengo una hija a quien amo tiernamente, que está ciega muchos años ya, Si Jesucristo le restituye la vista, te empeño mi palabra de hacerme cristiano, con toda mi familia."

Animado san Valentín de una viva fe, hizo traer la doncella y haciendo la señal de la SANTA Cruz sobre sus ojos, dirigió al cielo una oración fervorosa y de inmediato la niña recobró la vista. Asterio y su mujer se lanzaron a los pies de San Valentín, pidiéndole el Bautizo. El Santo los catequizó por algunos días y luego bautizó toda su familia, en total 44 personas, cuya mayor parte tuvo la dicha de recibir la corona del martirio.

Todo esto llegó al oído del emperador, éste admiró la virtud divina y quiso librar a San Valentín, pero temiendo una rebelión del pueblo, que ya lo pensaba cristiano, entregó al Santo a los jueces para que juzgasen según las leyes.

Estuvo el Santo algunos días en la cárcel, cargado de cadenas, siendo apaleado muchas veces, hasta que fue degollado fuera de la ciudad, el día l6 de Febrero de 270, en la Vía Flaminia, que va a Umbría, Italia.

 

San Valentín Presbítero y Mártir.

San Valentín, presbítero, vivía en Roma durante el reinado del emperador Claudio II, hacia el año 270. Su virtud y sabiduría le habían granjeado la veneración de los cristianos y de los mismos gentiles. Mereció el nombre de Padre de los pobres por su caridad, y su celo en la religión era más eficaz, cuanto mas se mostraba puro y desinteresado. La humildad, la dulzura, la solidez de su conversación y el aire de santidad que derramaba en sus modales, hechizaba a cuantos le trataban. Ganaba los corazones para sí y luego, para N.S.J.C.

Un hombre tan venerado por el pueblo y estimado por los grandes, no podía quedar desconocido. Hablaron de él al emperador como de un hombre de un mérito superior y de extraordinaria sabiduría. Este quiso verle y lo recibió con gran estima, preguntándole por qué no quería ser su amigo puesto que el mismo emperador quería serlo. Además, agregó, que cómo era posible que hombre tan sabio profesase una religión enemiga de los dioses y del mismo emperador.

Valentín, que ya había cautivado al emperador por su compostura, grato semblante y modestia, le respondió"; Si conocierais el don del Dios y Quien es Aquel que yo adoro, os tendríais por feliz en conocer a tan soberano dueño, y detestando el culto a los demonios, adoraríais al solo Dios verdadero, Creador del cielo y de la tierra, y a Su Unico Hijo Jesucristo, Redentor de todos los mortales, igual en todo a Su Padre."

Al oír esto, cierto doctor idolatra, que se hallaba en el cuarto, le preguntó; " Pues y ¿qué juicio haces de nuestros grandes dioses Marte y Júpiter? — El juicio que yo hago — respondió el santo, es el mismo que tú debes hacer, es decir, que no hubo en el mundo, hombres más malvados que esos a quienes le dais el nombre de dioses. Hasta vuestros mismos poetas tuvieron cuidado de instruiros de sus infamias y disoluciones. Tenéis sus historias, mostradme su genealogía con una breve noticia de su vida y os haré confesar que acaso no ha habido jamás hombres más perversos.

Aturdió a todos una respuesta tan segura y verdadera, y quedaron atónitos y mudos por un tiempo, pero luego se oyó un griterío que decía "blasfemia, blasfemia. Más el emperador quiso saber más sobre el particular y volviéndose hacia san Valentín le hizo varias preguntas: "Si Jesucristo es Dios, por qué no Se deja ver, y por qué tú mismo no me haces evidencia de una verdad, en la que voy a interesarme tanto" — le preguntó.

Señor, respondió el santo, por lo que a mí me toca, no dejaréis de lograr esta dicha.." Y después explicó con la mayor claridad los puntos más esenciales de nuestra fe ¿Queréis ser feliz, queréis que vuestro imperio florezca, que vuestros enemigos sean destruidos, queréis hacer feliz a vuestro pueblo, y aseguraros una eterna felicidad, pues creed en N. S. Jesucristo, sujetad vuestro imperio a Sus leyes y recibid el Bautizo. Así como no hay otro Dios que el Dios de los cristianos, así no se puede esperar la salvación fuera de la religión que profesan los cristianos.

Habló, el santo, con tanta energía que el emperador parecía conmovido y le dijo a sus cortesanos" Hay que confesar que este hombre dice cosas muy bellas y que la doctrina que enseña tiene aire de verdad, a la cual no es fácil resistirse." Al oír esto, el prefecto de la ciudad, llamado Calpurnio comenzó a gritar: "¿No veis como este encantador ha engañado a nuestro príncipe? ¿Abandonareis la religión de nuestros padres, en la que nos criamos desde la cuna, para abrazar esta secta obscura y desconocida?"

Al oír esta sediciosa exclamación, el emperador temió algún tumulto; pudo más el miedo que la gracia interior que le solicitaba convertirse y sacrificando su eterna salvación por el vil respeto humano, ahogó los saludables movimientos de su corazón y remitió al Santo al prefecto Calpurnio, para que lo sentenciasen según las leyes.

Mandó Calpurnio que a San Valentín lo metiesen en la cárcel y encargó al juez Asterio, que le hiciese la causa como cristiano y enemigo de los dioses del imperio.

El emperador le había comunicado a Asterio de la gran elocuencia del Santo, y Asterio se sintió feliz de recibir esta causa y poder hablar con él, a ver si podía derribarlo de su fe. Con esta idea se llevó a San Valentín a su casa. Apenas entró en ella el Santo, levantando las manos y los ojos al cielo, rogó al Señor, que pues había dado Su vida, por la salvación de todos los hombres, Se dignase alumbrar con las luces de fe a todos los habitantes de aquella casa.

Oyó Asterio esta oración y le dijo": Admírame que un hombre de tan claro entendimiento tenga a Jesucristo por verdadera luz, gran lástima me da verte encaprichado en estos errores." Sabes, Asterio, respondió el Santo, no es error el que me supones, No hay verdad más innegable que N. S. Jesucristo, mi Salvador y mi Dios, que se dignó hacerse hombre por nosotros, es la verdadera luz que alumbra a todos los que vienen al mundo." Si, esto es cierto, replicó Asterio, en tono de burla, tengo una hija a quien amo tiernamente, que está ciega muchos años ya, Si Jesucristo le restituye la vista, te empeño mi palabra de hacerme cristiano, con toda mi familia."

Animado san Valentín de una viva fe, hizo traer la doncella y haciendo la señal de la SANTA Cruz sobre sus ojos, dirigió al cielo una oración fervorosa y de inmediato la niña recobró la vista. Asterio y su mujer se lanzaron a los pies de San Valentín, pidiéndole el Bautizo. El Santo los catequizó por algunos días y luego bautizó a toda su familia, en total 44 personas, cuya mayor parte tuvo la dicha de recibir la corona del martirio.

Todo esto llegó al oído del emperador, éste admiró la virtud divina y quiso librar a San Valentín, pero temiendo una rebelión del pueblo, que ya lo pensaba cristiano, entregó al Santo a los jueces para que juzgasen según las leyes.

Estuvo el Santo algunos días en la cárcel, cargado de cadenas y apaleado muchas veces, hasta que fue degollado fuera de la ciudad, el día l6 de Febrero de 270, en la Vía Flaminia, que va a Umbría, Italia.

 

Santos Zacarías e Isabel.

San Zacarías y Santa Isabel fueron los padres de San Juan Bautista. Zacarías era sacerdote de la Antigua Ley. Su esposa pertenecía a la familia de Aarón. Ambos eran "agradables a los ojos del Señor y observaban todos los mandatos y disposiciones de la Ley, con gran fidelidad." No tenían hijos y habían llegado ya a una edad en que no podían esperar tenerlos, cuando un ángel se apareció a Zacarías, en el momento en que éste oficiaba en el templo y le dijo: "No temas, Zacarías, porque tu plegaria ha sido escuchada, e Isabel, tu mujer, te dará un hijo, al que pondrás por nombre Juan.

Desde el seno de su madre será lleno del Espíritu Santo y, a muchos de los hijos de Israel convertirá al Señor su Dios.

San Lucas relata en el primer capítulo de su Evangelio las circunstancias de la realización de la profecía; la visita de María a su prima Isabel, la cual, llena también del Espíritu Santo, la saludó como bendita entre las mujeres; el himno de alabanza de María": Mi alma glorifica al Señor"; la curación de Zacarías después del nacimiento de su hijo para que pudiese exclamar proféticamente: "Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo." Esto es todo lo que sabemos acerca de Zacarías e Isabel. Sin embargo, era opinión común de los Santos Padres, como Epifanio, Basilio y Kirill de Alejandría, que San Zacarías había muerto mártir. Según un escrito apócrifo, fue asesinado en el templo, "entre la puerta y el altar," por mandato de Herodes, porque se había negado a decir dónde estaba su hijo. Como quiera que haya sido, el Martirologo Romano no menciona el martirio al conmemorar a Zacarías e Isabel el 5 de noviembre, día en que se celebra su fiesta en Palestina. El nombre de San Zacarías figura en la conmemoración de los santos en la misa del rito mozárabe.

Go to the top

Missionary Leaflet # SA20

Copyright © 2000

Holy Trinity Orthodox Mission

466 Foothill Blvd, Box 397, La Canada, Ca 901011

Editor: Bishop Alexander (Mileant).

 

(santos_juliania.doc, 12-19-2002).

 

Edited by

Date

Miguel Fedorovich

4-29-02

C. M.

12/20/02