La Vida Espiritual

 

Arcipreste A. Semenoff-Tian-Chansky.

 


Contenido:

Fin de la vida cristiana. La revelación. Las leyes fundamentales. El Decálogo. La moral del Nuevo Testamento.

Las obras y la enseñanza de Cristo. El Padre y el Hijo. El Reino de Dios. La lucha contra el pecado. "Amad a vuestros enemigos." Cuidado del mañana. El sentido de los preceptos evangélicos. La vida en la gracia. El camino estrecho.

Las Bienaventuranzas.

La vida eterna. Las fuerzas espirituales. La voluntad de Dios. El Padre Nuestro. La oración. Lecturas espirituales. El culto ortodoxo, la veneración de los iconos y de las santas reliquias. El ayuno y la comunión.


 

Fin de la vida cristiana

El fin de la vida cristiana es la unión con Dios y con todos los hombres. Podemos alcanzar este fin participando de la vida del Señor Jesucristo. Debemos injertarnos en E1 como pámpanos en la Vid (Juan 15:4-9). Esta unión se cumple por la fuerza del Espíritu Santo y se puede decir que el fin de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo y la recepción de sus dones. E1 más grande de ellos es el Amor que une a todos los hombres ya que es la fuente de la vida. E1 que lo posee vive de acuerdo con la inspiración de Dios y ya no es impulsado por sus consideraciones individuales y sus inclinaciones. Entonces es verdaderamente el templo del Espíritu Santo y puede decir según el Apóstol: "Vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí" (Gálatas 2:20). Así llega a ser el hombre también santo e hijo de Dios Padre. Es por eso que el fin de la vida cristiana es necesariamente la santidad.

La Revelación

Por su revelación, Dios mismo nos muestra el fin de una vida auténtica y el medio de adquirirla. La revelación es dada a la Iglesia, es decir, a una comunidad de hombres que desean la unión con Dios y entre ellos mismos. Y El Espíritu guarda la revelación divina, que es la experiencia viviente de la unión con Dios. Eso es lo que se llama la Tradición, y su fundamento más precioso es las Sagradas Escrituras, es decir, lo que de la revelación ha sido consignado por escrito por algunos hombres expresamente elegidos para eso por Dios. Tratar de asimilar las Sagradas Escrituras es el primer paso en el camino que conduce a Dios.

Las Escrituras están constituidas por el Antiguo y el Nuevo Testamento y forman un conjunto unido, pero para los cristianos la base sobre la que se apoyan es el Nuevo Testamento, el que reposa sobre el Evangelio, en el que está grabada la imagen de Jesucristo: es allí, en los eventos de su vida, en sus palabras y en sus obras.

La encarnación divina y el descenso del Espíritu Santo sobre la Iglesia fueron consumados una sola vez, y los escritos del Nuevo Testamento dan testimonio de ello. A estos eventos únicos no puede añadirse nada ni puede quitarse nada. Las Escrituras constituyen así el fundamento de nuestra fe.

Una lectura atenta de las Sagradas Escrituras, no solamente nos da conocimientos de Dios, sino también, hasta cierto punto, nos hace conocer a Dios uniéndonos con El particularmente mientras leemos el Evangelio.

La Tradición no es una colección de conocimientos abstractos transmitidos por la memoria. Lo que se transmite es la Verdad viviente destinada a ser asimilada por un corazón viviente. Esta asimilación no es posible sino con la ayuda de la Gracia. En otros términos, Dios revelándose al corazón de cada cristiano, le permite hacer suyo el conocimiento ya recibido de la misma manera por aquéllos que le han predicado: es lo que constituye el valor de la Tradición. La verdad divina es siempre la misma; lo que sí cambia es la forma exterior, la que puede ser asimilada, y ésta depende de la personalidad de quien debe recibirla, de la época y del lugar en los que se produce la transmisión de la verdad. De esto resulta la variedad de oraciones y de ritos, de homilías, de obras teológicas, y también el cambio inevitable de su forma.

Es así que puede incorporarse a la Tradición, fuera de las Sagradas Escrituras, toda palabra escrita u oral propuesta por la Iglesia para alimento espiritual de los fieles. Ciertos ritos pueden incluirse en ella de la misma manera. Después de la Sagrada Escritura, han venido a constituir el cuerpo de la Tradición: las definiciones dogmáticas de los concilios ecuménicos, los textos de los ritos litúrgicos y también las decisiones canónicas, los escritos de los Padres de la Iglesia, las obras teológicas y de predicación, todos no siendo del mismo valor y pudiendo, de acuerdo con la experiencia viviente de la Iglesia, adquirir una significación importante en la manifestación de la Tradición sagrada.

Las Leyes Fundamentales

"Amarás pues al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas" y "amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Marcos 12:30-31). Estas dos leyes fundamentales de la vida del hombre "según el espíritu y la verdad," expresadas bajo forma de consejos o de preceptos, aparecen ya en el Antiguo Testamento o se manifiestan en las figuras de los hombres que se esforzaban por conformar su vida a ellas. En el Antiguo Testamento, solamente los hijos del pueblo electo son considerados como "prójimo." Tal limitación del ideal moral es inaceptable para los cristianos que conocen ya la universalidad del amor divino. Sin embargo, conviene no olvidar que el Antiguo Testamento solamente preparaba al Nuevo y que Israel no era sólo un pueblo entre otros numerosos, sino también una escuela de fidelidad a Dios, el pueblo de Dios, la Iglesia del Antiguo Testamento, es decir, la semilla de la Iglesia novotestamentaria universal.

Ciertas figuras de los justos del Antiguo Testamento son tan hermosas que aparecen como la prefiguración del Señor mismo. Así los inocentes que aceptan el sufrimiento: Abel, Isaac, Job, José y también Moisés, quien fue el guía y el doctor de su pueblo y que se dio completamente para servir la obra redentora de Cristo.

Encontramos también en el Antiguo Testamento ejemplos de infidelidad a Dios, malvados y acciones malas. Tal es el relato del crimen de Caín en el que el asesinato del hombre por el hombre está estigmatizado con un vigor sobrehumano (lo que no existe en otra religión de la antigüedad).

El Decálogo

Lo que la revelación nos enseña en el Antiguo Testamento sobre la vida espiritual del hombre, aparece además en numerosos preceptos entre los cuales los diez mandamientos de Moisés o el Decálogo siguen guiando hoy día a los cristianos, los cuatro primeros enseñan el amor para con Dios, los otros el amor para con el prójimo. La mayor parte de ellos toman la forma de prohibiciones e indican los principales obstáculos en el camino de la vida verdadera.

Los dos primeros mandamientos

El primer mandamiento recuerda la verdad esencial del Antiguo Testamento: hay un solo Dios y es a El solo a quien deseamos amar. "Yo soy el Señor tu Dios y no tendrás dioses ajenos delante de mí." E1 segundo mandamiento explica el primero: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra: no te inclinarás a ellas, ni las honrarás."

Esta es una amonestación contra el culto pagano de dioses falsos. Existen todavía hoy idólatras inconscientes, aún entre los cristianos: todos los que toman por valor supremo cualquier valor relativo, por ejemplo el triunfo de su propio pueblo, de su raza o de su clase social (así todas las especies de patriotería, de racismo o de comunismo). E1 que lo sacrifica todo por el dinero, la gloria, la ambición o la satisfacción personal, se fragua un ídolo y lo adora. Todo cuanto es traición contra Dios, sustituyendo la mentira por la verdad y al mismo tiempo subordinando el todo a una parte, lo más elevado a lo más bajo.

Esto es una desnaturalización de la vida, una enfermedad, una monstruosidad, un pecado que lleva al mismo idólatra a su propia ruina y muchas veces a la de otras personas. Es por eso que puede considerarse el segundo mandamiento como una amonestación contra todo pecado en general.

El tercer mandamiento

"No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano" - salvaguarda la base, de nuestras relaciones con Dios, la oración. Es por su Palabra que Dios creó el mundo. La Palabra de Dios se hizo carne y nuestro Salvador. Es por eso que nuestra palabra también (no olvidemos que estamos hechos a la imagen de Dios). tiene una gran potencia. Debemos pronunciar cada palabra con prudencia y en particular el Nombre de Dios, que nos ha sido revelado por E1 mismo. Hay que emplearlo solamente para rezar, bendecir o para enseñar la Verdad.

Tomando en vano el Nombre de Dios, acabamos por olvidarnos de cómo emplearlo justamente y debilitamos nuestro acercamiento de unión con Dios. E1 Señor Jesucristo nos pone en guardia contra el juramento (Mateo 5:34-37). Más perniciosos aún son la blasfemia, la murmuración contra Dios, el sacrilegio, el juramento. Pero toda palabra falsa o mala tiene un poder destructor: puede destruir la amistad, la familia, naciones enteras. E1 Apóstol Santiago afirma vigorosamente la necesidad de refrenar 1a lengua (Santiago 3:2-10). Si Dios y Su Palabra son la Verdad y la Vida, el diablo y su palabra son mentira y la fuente de la muerte. E1 Señor dice que el diablo es, desde el principio, homicida, mentiroso y padre de mentira (Juan 8:44).

El cuarto mandamiento

"Acuérdate, el día de reposo será para tu Señor: seis días trabajarás. Y harás toda su obra; mas el séptimo día será reposo para el Señor tu Dios." Este mandamiento nos recuerda que nuestras ocupaciones constituyen un camino que conduce hacia Dios o que nos aleja de E1:sólo en Dios encontramos descanso. En el Antiguo Testamento, el día del sábado era la imagen del reposo de Dios después de la creación del mundo: al participar del reposo de Dios, el hombre tiene acceso a una elevada vida espiritual, contemplativa, a la que se acostumbra.

Para los cristianos, el día del Señor es el domingo, día de oración, día en que recibimos la Palabra de Dios y la Eucaristía. Los primeros cristianos fueron excomulgados (puestos fuera de la comunión de la Iglesia), si por dos domingos seguidos no comulgaban.

Cristo enseñaba que es imposible separar el amor por Dios del amor por el prójimo, y dio testimonio de esto al curar a los enfermos en el día consagrado a Dios, el sábado! Hoy día, el signo de nuestro amor por Dios, inseparable de nuestro amor por nuestro vecino, es la Eucaristía: es lo que nos da la fuerza para practicar el bien. Es por eso que el domingo y los días de fiesta celebramos la Eucaristía.

El quinto mandamiento

"Honra a tu padre y a tu madre para que tus días se alarguen en la tierra que el Señor tu Dios te da." Este mandamiento no es solamente una invitación a amar a los padres, sino que es también la indicación de un punto de partida para amar a todos los hombres. En efecto, para aprender a amar a todos, es necesario primero amar a los que nos son más próximos (1 Timoteo 5:8). E1 modelo del amor perfecto nos fue dado por el amor del Señor por su Padre. La unidad a que somos todos llamados comienza en la familia cristiana. Es sobre el respeto de los padres y la atención a sus consejos que está fundada la cultura. La irreverencia para ellos (personificada por Cam, el segundo hijo de Noé). es el origen de la decadencia de toda sociedad humana y de separación de la Iglesia.

El sexto mandamiento

"No matarás" - es un mandamiento esencial, el homicidio es todo lo contrario al amor. Amar significa desear para aquél a quien se ama la plenitud de todos los bienes, principalmente, la vida eterna. E1 homicidio es también un suicidio, porque destruye, en el corazón del que mata, el fundamento mismo de la vida: el amor. En cuanto al suicidio de hecho es el más grave de los pecados: es en efecto la negación de toda confianza en Dios, de la esperanza en El y también de toda posibilidad de arrepentirse. Es propiamente el ateísmo puesto en práctica y la cosa más contranatural que puede cometer un hombre. Los medios de cometer homicidio y suicidio son innumerables, sobre todo si se considera que estos actos pueden ser cometidos, no solamente por las armas y la violencia, sino también indirectamente por una palabra o por un silencio, por mirar o por negarse a mirar. Todo pecado, en realidad es violación de las leyes de la verdadera vida, es un homicidio indirecto. Es homicidio igualmente, la negación de defender o de salvar a otra persona.

Ocurre, sin embargo, que la defensa de otro exige además del sacrificio personal, la violencia y hasta el homicidio. Es así que se encuentra justificado el combatiente que mata en la guerra, si es que no es motivado por e1 odio o por la sed de la sangre. Pero todo esto no justifica la guerra, que en sí es un mal.

La principal responsabilidad de la guerra corresponde a los jefes de los gobiernos y de las Naciones. La política y los medios de hacer guerra son sometidos también a un juicio de orden' moral. Esto se olvida cada vez más en nuestros días

El séptimo mandamiento

Toda unión extraconyugal entre un hombre y una mujer es una violación directa del mandamiento: "No cometerás adulterio." Pero toda acción que favorece un exceso de los sentidos, lo viola igualmente.

En el matrimonio cristiano, en que la vida sexual es condicionada por relaciones personales basadas en un amor profundo, no resulta perturbada la armonía moral. Fuera del matrimonio, al contrario, la manifestación del instinto sexual se aísla fácilmente en su propia esfera, lo cual destruye la integridad de la persona humana. Y hay tanto peligro de esto porque los elevados impulsos creativos del hombre están estrechamente ligados a su vida sexual. La continencia aumenta las fuerzas espirituales mientras que el desarreglo las debilita, además, provoca muchas veces enfermedades de las que hasta los descendientes del que así ha pecado llevan el peso. Los desarreglos de la vida sexual provocan desórdenes en las relaciones con el prójimo y a veces una viva agresividad. En la lucha con las tentaciones del pecado, sobre todo en esta esfera, los solos esfuerzos de la voluntad no bastan. Aquí, es indispensable ejercer los mejores recursos intelectuales y espirituales, en particular, la oración, participación de la vida de gracia de la Iglesia, y sobre todo, un amor viviente por Dios y el prójimo.

Los mandamientos 7-10

"No hurtarás." Este mandamiento nos pone en guardia contra un pecado que puede perjudicar seriamente el amor entre los hombres.

La propiedad es frecuentemente una condición necesaria a la vida del hombre, a la seguridad de su futuro y a veces es también un vínculo con su pasado, la condición de su trabajo creativo o bien el fruto de su obra. Como el nombre, la propiedad puede ser el símbolo del hombre mismo. Es por eso que, cuando un hombre hurta, puede hacer un daño profundo a su personalidad y causarle así una verdadera mutilación moral. Sin embargo, no conviene dar una importancia absoluta a los aspectos aislados de la propiedad particular o colectiva. En sí la propiedad no es ni mala ni buena, pero conforme a la enseñanza de San Casiano, sólo puede convertirse en un bien o en un mal.

La doctrina de Cristo no permite el establecimiento de ningún sistema económico, sino que da el criterio necesario para juzgar la propiedad en los diversos casos que pueden presentarse. Este criterio es el bien espiritual del hombre.

El noveno mandamiento: "No hablarás contra tu prójimo falso testimonio" condena la declaración falsa en un tribunal, pero además, es interpretado por los comentadores de la Iglesia como una amonestación contra todo pecado hecho por palabra, y así se completa el tercer mandamiento.

El décimo mandamiento nos pone en guardia contra la envidia y la codicia, dicho en otros términos, contra el mal interno que es la causa del mal externo. En este respecto, el último mandamiento recuerda los del Nuevo Testamento.

La Moral del

Nuevo Testamento

Si el Antiguo Testamento, en sus preceptos de amor para con Dios y el prójimo, nos revela ya el fundamento de la vida verdadera, apenas nos descubre lo que la constituye interiormente. En efecto, el Decálogo nos indica solamente lo que es contrario al amor, y además nos muestra los frutos del mal. Pero el Nuevo Testamento nos revela la vida verdadera en toda su plenitud como el amor divino en su perfección. Este amor se manifiesta en la persona de nuestro Señor Jesucristo, Dios mismo hecho hombre, en su vida y en su doctrina y más tarde en fin, por la fuerza del Espíritu Santo después de Pentecostés, en el corazón de los cristianos.

Las Obras y la

Enseñanza de Cristo

Hemos hablado arriba de la vida de Jesucristo, de su sacrificio y de su victoria, pero E1 mismo nos ha enseñado por sus palabras y sus milagros (los que llama sus 'obras'). cómo debemos vivir según el camino de la verdad.

Los milagros de Cristo son el mejor testimonio de la perfección y de la potencia del amor divino que libra al hombre de todo mal y le da la plenitud del bien. Así es que al cambiar el agua en vino en la ocasión de las bodas de Caná, el Señor demuestra que vino a traer el gozo a los hombres; y al echar a los demonios, al curar a los enfermos y al resucitar a los muertos, los libra del sufrimiento, consecuencia trágica del pecado. Y por sus milagros sobre la naturaleza (la tempestad apaciguada, la marcha sobre las aguas, la multiplicación de los panes, etc). es también el amor que manifiesta, restableciendo así el poder del hombre sobre los elementos, poder que éste perdió después de la caída. Pero por medio de sus milagros y de su palabra, es primero a las almas que vuelve a dar la vida perdida, por el pecado, pues fortalece así en los hombres la fe y el amor, sin los cuales el alma está muerta. Sin embargo, se negó a hacer milagros capaces de golpear la imaginación y de forzar la fe; los consumó sólo para los que ya creían en El mostrando bien así que no los obliga jamás, sino que sólo los invita a hacer bien.

E1 Señor dio a sus discípulos el mismo poder de hacer milagros. Pueden consumarlos si aceptan su invitación a ser templos del Espíritu Santo. En fin, habiendo instituido los sacramentos, el Señor ha dado a los hombres la posibilidad (después del descenso del Espíritu Santo). de ser siempre testigos y participantes de sus milagros. Los sacramentos de la Iglesia son, en efecto, la continuación de los milagros de Cristo, y en el Sacramento de la Eucaristía se adquiere todo lo que el Señor daba a los hombres durante su vida terrestre: la potencia del espíritu sobre la materia, la expulsión de los espíritus del mal, curación del alma y del cuerpo y prenda de resurrección en gloria.

E1 amor es un acto de nuestra libertad. Es imposible obligarnos a amar al prójimo. Es por eso que la enseñanza de Cristo sobre el amor es expresado en forma de ejemplos, los que son un llamamiento y no mandato. Cristo mismo es el gran Ejemplo del Amor, el llamamiento supremo a amar. Los milagros del Señor son también ejemplos de su amor y sus parábolas son muchas veces invitaciones a amar.

El Padre y Su Hijo

Al invitarnos a ser perfectos, como el "Padre que está en los cielos" (Mateo 5:48), quien hace levantar su sol sobre los malos así como sobre los buenos y quien da su lluvia a los justos como a los injustos (Mateo 5:45), el Señor nos muestra por medio de parábolas la imagen del Amor divino de su Padre. Tal es la parábola del Hijo Pródigo (Lucas 15), la que nos revela que Dios está presto, al primer movimiento de arrepentimiento del alma, a hacerla renacer y concederle su gracia. Esta parábola nos enseña también que el Amor no solamente compadece sino que también toma parte del gozo (en la parábola Dios se esfuerza por inducir al hijo mayor que tome parte del gozo de la familia).

E1 Señor nos habla de la misericordia de su Padre en la parábola del Juez Inicuo (Lucas 18:18), en la del hijo que pide pan y pescado (Mateo 7:11), y en fin en la de los viñadores homicidas (Mateo 21:33-41; Marcos 12:1-lO; Lucas 20:9-16). a quienes el Padre trata de llamar al arrepentimiento sacrificando para ellos a su propio Hijo. La misericordia del Padre se nos indica en la parábola de los obreros contratados a diferentes horas que recibieron el mismo salario (Mateo 20). Todas estas parábolas nos llaman a conocer el amor perfecto del Padre y a unirnos a su potencia, a su felicidad.

En otras parábolas, el Señor nos habla de si mismo: en la de las vírgenes insensatas y de las vírgenes prudentes (Mateo 25), E1 es quien trae el gozo, es el Esposo de la Iglesia y de cada alma en la parábola del buen Pastor (Juan 10), anuncia su sacrificio redentor por causa de todos los hombres. "Pongo mi vida por las ovejas" (Juan 10:15), se preocupa por la unidad de la Iglesia. "Y oirán mi voz; y habrá un rebaño y un pastor" (Juan 10:16), y afirma que es la única puerta que conduce a la vida. "Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo" (Juan 10:9). En fin, en la parábola de la oveja perdida (Mateo 18), nos habla de su justicia según la cual una sola alma humana tiene para E1 tanto valor como todas las otras juntas. Es particularmente importante que los sacerdotes, pastores de la Iglesia, se apropien de esta concepción de la justicia de Cristo, porque son llamados a ser ejemplos vivos de su amor.

En la parábola del Juicio Final, a la que conviene prestar particular atención, el Señor aparece como el Juez de todos los hombres y anuncia que es el amor el que juzgará al mundo.

La mejor justificación del hombre reside en sus esfuerzos por alcanzar la misericordia y en los frutos de esta virtud. La parábola sobre el Juicio indica los signos del amor compasivo, dar de comer a los que tienen hambre, visitar a los enfermos y a los prisioneros. A causa de su amor por nosotros, el Señor se identifica con cada uno de nosotros y es por eso que, según sus propias palabras, al hacer bien o mal al prójimo, es a E1 a quien lo hacemos. E1 que ama a su prójimo, estando o no estando consciente de ello, ama al Señor, porque amar significa ver en el amado lo que es infinitamente precioso: la imagen de Dios. Pero llega el momento en que el hombre reconoce que es a Dios a quien ha encontrado cuando ha amado a su prójimo, cuando se ha apiadado de él - porque Dios es amor. Al no hacer caso del sufrimiento del prójimo, es al Señor mismo a quien ha rechazado. Cada encuentro con el prójimo, sobre todo si es afligido por el sufrimiento, el infortunio, es para nosotros ya el Juicio Final. E1 que ha comprendido esto puede aguardar con confianza la sentencia final.

E1 Señor también nos enseña que sin El, no podemos hacer nada y que la vida cristiana no es solamente una serie de buenas acciones, no sólo de filantropía, sino una ascensión perpetua hacia E1, y que en esta ascensión El nos acompaña y nos ayuda.

El Reino de Dios

E1 Evangelio es la buena nueva del Reino de Dios. Es el reino que el Señor desea que conozcamos, porque es en efecto el reino que vino a establecer y quiere que entremos en él. E1 Reino de Dios es el de Cristo, pero es también la Casa del Padre, el Reino de la gracia y del Espíritu Santo. Comienza ya en la tierra, en la Iglesia de Cristo, pero el Señor hace su morada en el corazón de los hombres, porque el Reino de Dios no es sólo la Iglesia en nuestro medio, sino también el Espíritu de Dios presente en todo corazón puro. Y es el bien más precioso que E1 Señor nos muestra en la parábola del tesoro escondido en el campo, para el cual es imposible no dar todo lo que uno posee (Mateo 13:44), también la perla preciosa que valen todos los otros bienes (Mateo 13:45), la casa edificada sobre la roca que nada puede destruir (Mateo 7:24).

Los santos, que han llegado a ascender hasta el grado más elevado de la vida espiritual, atestiguan unánimemente la excelencia de los dones de la gracia. Afirman que nada en el mundo vale tanto como la presencia de Dios. Aún los pecadores pueden experimentar por ejemplo después de la comunión o en la ocasión de una acción de amor desinteresado - un sentimiento de verdadero gozo. Muchos otros también han sentido un sosiego de la conciencia librada del pecado.

En las parábolas del grano de mostaza (Mateo 13:31, Marcos 4:31, Lucas 13:8), de la levadura (Mateo 13:33), también de la semilla echada a la tierra (Marcos 4:26), el Señor nos muestra de antemano, para animarnos, lo imperceptible que será el crecimiento de la Iglesia, y en ella, el crecimiento espiritual del hombre.

En otras parábolas, el Señor nos enseña cuál debe ser o no debe ser la conducta del hombre. Todo lo que en ella se halla de acuerdo con la voluntad de Dios, brilla de una luz celeste y lo que se opone a ella es repelente.

Tales son las parábolas del Publicano y del Fariseo (Lucas 17:10), del Hijo Pródigo (Lucas 15:11-31), del Buen Samaritano (Lucas 10:30), del Rey y del Siervo Inicuo (Mateo 18:23), del Rico Maligno y del Pobre Lázaro (Lucas 16:19), de los Dos Deudores (Lucas 7:40), de los Dos Hijos (Mateo 21:28), de la Mota y de la Viga (Mateo 7:3, Lucas 6:41), y otras también.

La Lucha

Contra el Pecado

E1 Señor no habló sólo en parábolas: habló claramente del Padre, de sí mismo y del Espíritu Santo tan bien como de la auténtica vida espiritual del hombre. Si el Antiguo Testamento nos pone en guardia principalmente contra las manifestaciones exteriores del mal y sus consecuencias, el Señor mismo muestra las mismas raíces del pecado. Así el sexto mandamiento dice: "No matarás," y Jesucristo nos dice: "Guárdate de la cólera, de la venganza; perdona, no condenes" y hasta: "no juzguéis." De igual manera, el séptimo mandamiento ordena no cometer adulterio y el Señor lo explica así: "cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón" (Mateo 5:28).

E1 Señor nos ha revelado que el pecado tiene su origen en el corazón del hombre; es por eso que debe comenzar la lucha contra el pecado purificando su corazón de los deseos malignos y de los pensamientos inicuos, porque "del corazón salen los malos pensamientos, muertes, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre" (Mateo 15:19-20).

Según la voluntad del Señor sobre la necesidad de purificar el corazón de sus inclinaciones perversas, los Apóstoles y, después de ellos, los Padres de la Iglesia, fundándose sobre su propia experiencia de su lucha espiritual, elaboran una enseñanza detallada sobre el nacimiento y el desarrollo del pecado y sobre los medios de combatir1o.

Primero viene la idea del pecado. Todavía no es pecado sino tentación. Luego el hombre comienza a considerar con simpatía la idea y ya se inicia el pecado. Entonces piensa en ella con complacencia, por fin su misma voluntad se inclina hacia el pecado y efectivamente lo comete. Una vez cometido el pecado, se repite fácilmente, la repetición se convierte en costumbre y luego el hombre se encuentra dominado por tal o cual vicio o pasión.

Para vencer el mal, debe luchar contra él desde el principio: cuando nace la idea del pecado. Cuanto más demora tanto más dura la lucha. La lucha contra una pasión, un vicio o una mala costumbre es muy difícil. Para erradicar los malos pensamientos en su mismo principio, uno tiene que estar atento a sí mismo, conocerse. Cuando uno reconoce un pensamiento malo, le conviene cortarlo de raíz, concentrando su atención en un objeto más elevado. No es fácil hacerlo. Lo mejor es, en cuanto aparece un pensamiento malo (sea una ofensa, mala intención, envidia, codicia o un deseo carnal). volverse inmediatamente hacia Dios y pedirle que expulse la tentación.

E1 mejor recurso propuesto por los Padres de la Iglesia es la oración de Jesús: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador." E1 que procede de esta manera adquiere poco a poco dominio sobre sí para llegar en fin a un estado en que el alma vive en la paz y en el gozo.

Esta renovación hacia una organización armoniosa del alma es llamada por los Padres de la Iglesia "la ciencia de las ciencias," "el arte de las artes," y sin ella, no hay vida cristiana auténtica. San Hesiquio de Jerusalén dice: "Si dentro de su corazón el hombre no hace la voluntad de Dios... tampoco la hará exteriormente."

"Amad a vuestros enemigos"

(Mateo 5:44)

E1 Señor Jesucristo no solamente nos llama a purificar nuestros corazones, sino que también nos enseña una nueva conducta. Nos exhorta que no nos venguemos de los que nos ofenden y que accedamos a los que nos importunan. "Mas yo os digo: No resistáis el mal; antes a cualquiera que te hiriese en tu mejilla diestra, vuélvele también la otra. Y al que quisiere ponerte a pleito y tomarte tu ropa, déjale también la capa...al que te pidiere, dale, y al que quisiere tomar de ti prestado, no se lo rehuses" (Mateo 5:39-42). Aún más el Señor nos invita a amar a nuestros enemigos: "Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen" (Lucas 6:27).

E1 Señor llamaba a los hombres a la perfección, sabiendo que el amor no puede ser dividido. E1 hombre que ama a algunos y en su corazón aborrece a otros, no posee el verdadero amor, y su amor por sus amigos puede convertirse pronto en odio. Pero Dios es amor siempre y completamente: "Hace que Su sol salga sobre malos y buenos, y llueva sobre justos e injustos" (Mateo 5:45).

"No juzguéis" (Mateo 7:1).

No saber perdonar, hasta juzgar simplemente al prójimo, forma obstáculo al amor perfecto. E1 Señor insiste constantemente no solamente en la necesidad de perdonar las ofensas (Mateo 6:12-15), sino también en la de no juzgar al prójimo: "No juzguéis, para que no seáis juzgados." Y: "¿Por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu ojo?...saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás bien para sacar la mota del ojo de tu hermano" (Mateo 7:1-5).

La crítica malévola con respecto al prójimo es ya la viga que impide que uno vea en otra persona la imagen de Dios y que la ame. E1 Señor sabía que los pecados eran las enfermedades del hombre y decía con frecuencia que había venido a sanar a los pecadores:. "Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos...no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mateo 9:9-13). E1 Señor mismo nos ha dado el ejemplo más alto de perdón y de no querer juzgar. En la cruz, suplicaba por los que le crucificaban y no condenaba a la mujer culpable de adulterio. La perdona por la plenitud de su amor y es exactamente este amor que avergüenza al pecador, ilumina su corazón en su fuego. "¿Quién me puso por juez o partidor sobre vosotros?" dice el Señor (Lucas 12:14). y también: "No envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, mas para que el mundo sea salvo por El" (Juan 3:17), y: "No he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo" (Juan 12:47-48). En otra ocasión, el Señor no niega que es a E1 a quien pertenece el juicio (Juan 5:22): "Porque el Padre a nadie juzga, mas todo el juicio dio al Hijo," pero explica: "Y ésta es la condenación: porque la luz vino al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz" (Juan 3:19). y la luz es el Señor mismo: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue... tendrá la lumbre de la vida" (Juan 18:12).

Así es que los que seguimos a Cristo, debemos resplandecer en su amor, en la luz que todo lo perdona, al iluminar divinamente las relaciones humanas. Esta luz sola nos juzga. E1 que ha perdido el amor, el amor que lo perdona todo, ha perdido la fuerza que preserva el mundo de la corrupción: "Vosotros sois la sal de la tierra." Si la sal (el Amor). se desvaneciere, con qué será salada? Y finalmente: "Vosotros sois la luz del mundo:...así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mateo 5:13-16).

Cuidado del Mañana

(Mat. 6:25-34)

E1 Señor nos pone en guardia no solamente contra el mal propiamente dicho, sino también contra todo lo que puede separarnos de Dios, las diversiones y los cuidados superfluos. Nos muestra, por ejemplo, cómo el rico dado a los placeres ni siquiera hace caso del pobre Lázaro que sufre a su lado.

"No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer... ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir... vuestro Padre celestial sabe que de todas estas cosas habéis menester. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana; que el día de mañana traerá su fatiga: "basta al día su propio afán" (Mateo 6:25-34).

Esto no es, bien entendido, para empujarnos a la pereza y a la negligencia, sino para que estemos atentos contra un cuidado exagerado de un porvenir que tal vez ni siquiera exista.

Sólo el presente nos pertenece y sin embargo el hombre tiene frecuentemente la tendencia de destruirlo a favor de un sueño que concierne a un futuro incierto. Tales son los utopistas que a veces por un presunto mejoramiento del orden social, a veces por el triunfo de una raza, anulan el presente, no deteniéndose ni ante las peores violencias, ni siquiera ante los asesinatos colectivos. Este tipo de utopismo emplea muchas veces la fórmula "el fin justifica los medios." En la vida privada también los hombres concentran sus esfuerzos en el futuro, menospreciando el presente. Si es que el interés los obliga a actuar, el peligro es aún más grande. "E1 tiempo es oro," otra fórmula usada por los amantes del futuro, basta por sí misma para denunciar el pecado de los que la usan: el oro (el dinero). no siendo jamás sino un medio y no un fin o valor. E1 que hace su ídolo del dinero y de los medios, niega por eso mismo los fines y los valores verdaderos.

Cada instante del tiempo que nos es dado puede revestirse de un valor real si no es para nosotros un simple medio para llegar al instante que ha de seguir, si estamos dispuestos a sacrificarlo por lo que tiene un valor verdadero. Esto es posible si no vivimos preocupándonos del porvenir sino del presente, si sabemos no solamente actuar sino contemplar. Es sólo por el presente, si estamos atentos a él, que podemos alcanzar la eternidad. Y es posible encontrar a Dios sólo en el momento presente, no en unos sueños del porvenir.

Sin embargo, la civilización de nuestra época con su técnica y la prisa del ritmo de vida, priva casi totalmente al hombre de la posibilidad de vivir el presente, de contemplar, de rezar, de encontrar a Dios. E1 Señor nos pone en guardia contra estos peligros en la parábola del rico que se decide a derribar "sus graneros" que posee para construir otros más grandes, sin saber que esa misma noche morirá (Lucas 12:16-21). Conociendo los peligros de las preocupaciones excesivas, el Señor nos advierte sobre la riqueza en general: "No podéis servir a Dios y a Mamón (la riqueza!" (Mateo 6:24). Y en otro lugar: "Más liviano trabajo es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios" (Mateo 19:24).

El Sentido de los

Preceptos Evangélicos

Atemorizados por esta parábola, los Apóstoles preguntaron al Señor: "¿Quién pues podrá ser salvo?" Esa pregunta es el estremecimiento de la impotencia humana ante lo absoluto del llamamiento evangélico. Es también la pregunta que puede hacer el que entiende esa invitación extraña: "Amad a vuestros enemigos." ¿Cómo amar cuando no hay amor? ¿Quién pues podrá ser salvo? La respuesta del Señor ahuyenta todas las dudas: en ella se halla toda la fuerza, todo el sentido de la enseñanza de Cristo: "Para con los hombres imposible es esto; mas para con Dios todo es posible" (Mateo 19:26). Los preceptos evangélicos, sobre todo los preceptos de amor, no son mandatos, sino invitaciones. Por respuesta al llamamiento del amor, el hombre puede encontrar el amor, pero es Dios solo quien lo da. E1 amor es el don por excelencia del Espíritu Santo, a quien Dios no rehusa dar. "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que lo pidieren de él?" (Lucas 11:13). Dios mismo es amor. Al hombre sólo le ha pedido que se aparte de todo lo que puede impedir el amor, y esto está en el poder del hombre, como está en su poder implorar y suplicar a Dios. Puede más todavía: puede esforzarse por actuar como si ya amara. Es precisamente lo que el Señor nos ha recomendado: "Todas las cosas que quisiérais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con ellos, porque ésta es la ley de los profetas" (Mateo 7:12).

La Vida en la Gracia

Conviene no olvidar que si los preceptos de Cristo, y entre ellos los principales que conciernen al amor por Dios y por los hombres, - no son mandatos exteriores sino llamamientos, son sin embargo los que constituyen las leyes internas de la vida espiritual del hombre, creado a la imagen y semejanza de Dios. Fuera del amor no hay vida, sino sólo la muerte, el sufrimiento infernal, la nada. Es por eso que, aunque los preceptos evangélicos no son en sí mismos mandatos, en efecto, no es posible no vivir de acuerdo con ellos. Es el Señor mismo quien los cumple en nosotros por la fuerza de su gracia (por ejemplo, cuando se trata del amor por los enemigos); por supuesto, nada se rehace nunca sin nuestro consentimiento, pero nada se exige tampoco que sea mayor que nuestras fuerzas. E1 amor del hombre por Dios nunca queda sin respuesta. Y es la ley de la vida humana: vivir siempre con Dios.

La vida cristiana no está constituida solamente por una buena conducta respondiendo a ciertas reglas exteriores observadas por temor de castigos particularmente crueles más allá de la tumba. Es una vida efectivamente divina y humana a la vez, vivida con Dios, semejante a una unión conyugal. Si el hombre pide, Dios responde; si el hombre se aflige, Dios le consuela; si el hombre yerra, Dios le enseña el camino.

La vida cristiana es la vida en la gracia, y en eso está la diferencia radical de toda otra vida aún moralmente elevada de los hombres que viven fuera de la Iglesia. Es por eso que el Señor nos dice: ''Mi yugo es fácil, y ligera mi carga" (Mateo 11:30).

El Camino Estrecho

Sí, el yugo de Cristo es fácil y Su carga ligera. En esto está la felicidad del Amor siempre libre. Pero, después de la corrupción del hombre, el camino que llega al Reino de Dios es estrecho y penoso. Hay que renunciar no solamente a todo lo que es malo, a todos los placeres superfluos, sino también a veces a todos los bienes: "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme" (19:21). E1 Señor habla aún de sacrificios más grandes: "Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo" (Lucas 14:26). ¿Cómo pueden entenderse estas palabras cuando el Señor mismo nos exhorta a honrar a nuestros padres? Esto significa que el amor por los hombres no debe ser obstáculo al amor por Dios; dicho en otros términos, debe ser desinteresado: hay que amar a otras personas por sí mismas sin esperar compensación, ni siquiera el placer que pueden traernos: de otra manera el ser amado es solamente un medio de alcanzar la felicidad personal; tal amor carece de consistencia y separa a uno de Dios.

E1 Señor espera del hombre una renuncia completa de todas las cosas y de si mismo. Esto es ser crucificado con Cristo: "Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo," (Lucas 14:33). dice el Señor, y: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lucas 9:23). Pero todos estos sacrificios no tienen valor en sí mismos; son solamente el camino hacia un bien más elevado, que es el amor.

E1 Apóstol Pablo escribe: "Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve" (1 Corintios 13:3). La renuncia total es indispensable porque el pecado que nos aleja de Dios es la autoafirmación llevada al extremo; es el egoísmo que nos encierra en nosotros mismos. Para recibir a Dios de nuevo, nos es preciso abrir de par en par las puertas del corazón.

Pero Dios recibe todos los sacrificios sinceros y humildes hechos por el Reino. "De cierto os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna" (Lucas 18:29-30).

Según los Padres, es ahora, en esta vida, que el cristiano debe conocer el gozo de los dones celestiales; de otra manera, no lo conocerá en el siglo venidero. Los santos, en efecto, no solamente fueron libertados del yugo del pecado en esta vida, sino que fueron colmados de gozo espiritual y de paz. Para un corazón puro, todo es puro, y los santos ven a todos los hombres, al mundo entero en su realidad maravillosa, porque ya gozan de la felicidad del paraíso. Todos los que renuncian en este mundo, les viene de nuevo transfigurado. San Marcos el Asceta, escribe: "No perderás nada de lo que has dejado por el Señor, porque todo eso te vendrá de nuevo en su tiempo multiplicado."

Las Bienaventuranzas

En las bienaventuranzas, el Señor nos indica las actitudes espirituales necesarias para alcanzar el Reino de Dios. Son a la vez los frutos y los signos de una vida auténtica que permite desde este bajo mundo conocer la felicidad del siglo futuro. Para crecer en la vida verdadera, uno necesita primero la humildad, la conciencia de sus pecados y de su propia impotencia si lucha contra ellos sin el auxilio de Dios. Esto es lo que se llama pobreza espiritual: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. E1 estado opuesto, el de la satisfacción de sí mismo, es condenado por el Señor en la parábola del Fariseo y el Publicano (Lucas 18:10).

"Aquel que siente plenamente sus pecados vale más que aquel que resucite a los muertos," y "aquel que llega a verse a sí mismo vale más que aquel que ha visto a los ángeles," dice el santo obispo Isaac el Sirio. E1 conocimiento de sí mismo y de sus pecados produce las lágrimas de arrepentimiento que lavan las transgresiones y dan consolación. Algunos santos han tenido el don de lágrimas que les hacía llorar sin cesar por sus pecados. Cuanto más luz tiene en el alma, tanto más el hombre ve claramente sus defectos y siente sus faltas más pequeñas.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. A los que lloran por sus pecados, conviene agregar aquí a los que lloran de compasión o de gozo espiritual.

Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. Los que son pobres en espíritu, que se afligen por su indignidad, no juzgan a otros, perdonan las ofensas, éstos llegan a ser mansos. Pacientes y buenos, se encuentran bien en todas partes; se sienten 'en casa' dondequiera, son los herederos. Viviendo con todos en paz, frecuentemente duran más que otras personas, pero su verdadero bien, su herencia, es la tierra nueva del siglo venidero, en donde no entran los que viven en hostilidad con otros.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos. Estos son, en primer lugar, los que desean que cada una de sus acciones sea de acuerdo con la voluntad de Dios, que tenga sentido y que toda su vida sea iluminada por la luz de lo alto. Son también los que desean que la justicia reine alrededor de ellos, que la hermosura de la justicia y de la verdad de Cristo triunfen en la familia, en la sociedad, en el Estado. Es a los que tienen hambre y sed de justicia que la humanidad entera, así como las naciones, deben los raros períodos de progreso moral que han conocido.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. En su parábola del Juicio Final (Mateo 25:31-46), el Señor habla de las obras de compasión, frutos del amor compasivo. E1 mismo demostró por sus milagros lo que es la misericordia. Es útil la misericordia a los que hacen bien, porque fortalece en ellos el amor del prójimo. "Los pobres te hostigan, esto significa que la Bondad de Dios te persigue," dijo el padre Juan de Cronstadt a un hombre justo. Los misericordiosos son también los que saben perdonar. E1 rencoroso, el vindicativo se atormenta a sí mismo, se encierra en la prisión de su propia iniquidad. Si no renuncia, no saldrá de esa prisión hasta que "haya pagado aun la última blanca" (Lucas 12:59). La última blanca significa aquí el único tributo que será requerido del hombre: el amor.

Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. E1 corazón indica aquí el fondo mismo de la persona humana. Es con el corazón que el hombre aprecia lo esencial y escoge lo que determina su vida.

E1 Apóstol San Pablo deseaba que el Señor "alumbrase los ojos del entendimiento" de los efesios. Estos ojos del entendimiento (el corazón). son sobre todo nuestra conciencia moral. Es también por el corazón que conocemos la verdad y la hermosura: "La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz, pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las tinieblas?" (Mateo 6:22-23). La corrupción del hombre es tan profunda que se extiende hasta su corazón. E1 que cede constantemente al pecado cesa de saber distinguir claramente el bien del mal. Es por un esfuerzo constante sobre sí mismo ayudado por la gracia de Dios, sin la que no puede hacer nada, que el hombre obtiene finalmente la purificación de su corazón.

La pérdida permanente de la pureza del corazón es la muerte espiritual: al contrario, la salvación del hombre es una iluminación de su corazón. Dentro del corazón el hombre encuentra a Dios, pues es allí donde Dios envía su Espíritu (Gálatas 4:6). Es donde mora Cristo (Efesios 3:17), introduciendo su ley. Dios, que conoce los corazones, juzga a los hombres según la cualidad de su corazón: "Yo soy el que escudriña la mente y el corazón," dice el Señor (Apocalipsis 2:23).

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Es bueno ser manso, pero vale más aún sembrar la paz alrededor de sí, pero esto es posible sólo a los que, dentro de sí mismos, ya han ido más allá del estado previo, el de la mansedumbre.

E1 gran santo ruso, Serafim de Sarof, decía: "Estando en paz contigo mismo, y alrededor de ti se salvarán millares de personas." Y otro justo ruso, el padre Juan de Cronstadt escribía: "Sin paz y sin armonía con otras personas, no se puede tener ni la una ni la otra.

Fuera de estas condiciones, nadie puede dar paz a otros. "Dios no es Dios de confusión, sino de paz" (1 Corintios 14:33). "E1 es nuestra paz" (Efesios 2:14). Por eso sólo los pacificadores pueden ser llamados 'hijos de Dios.' "Paz a vosotros," decía Cristo y recomendaba a sus Apóstoles que saludasen así a todos. Igualmente los Apóstoles siempre decían a sus discípulos: "Sea con vosotros gracia, misericordia y paz," (2 Juan 3; Judas 1-2). o sencillamente: "La paz sea contigo," (3 Juan 16). y también: "Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Romanos 1:8; 1 Corintios 1:3; 2 Corintios 1:2; Gálatas 1:3; Efesios 1:2). Estas salutaciones apostólicas y estas palabras del Señor mismo pronunciadas particularmente durante su última conversación con sus discípulos dan testimonio de que la Paz de Cristo es un don del Espíritu Santo.

Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. "Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros" (Mateo 5:11-12). Sufrir por causa de Cristo es el hecho más alto que el hombre puede cumplir. Negarle es el más bajo. "A cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negará delante de mi Padre que está en los cielos" (Mateo 10:33).

E1 que niega a Cristo niega a Dios y todo lo que hay de auténtico en el hombre, porque el hombre verdadero es la Imagen de Dios que se reveló en Cristo en toda su pureza y su plenitud. Negar a Cristo es también negarse a sí mismo, y todo lo que es superior en uno, en otros términos, es un suicidio moral.

La mayor fidelidad que se puede mostrar al Señor es poner la vida por E1, como el mayor amor que se puede manifestar a los hombres, es morir por causa de ellos. "Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos" (Juan15:13).

La Vida Eterna

La muerte es terrible. Pero la actitud del hombre delante de la muerte da la medida de su dignidad, de su valentía, de su fidelidad, de su esperanza, de su amor y de su fe. E1 verdadero cristiano está dispuesto a aceptar la muerte violenta así como la muerte de vejez o de enfermedad. Es por su aceptación de la muerte que el cristiano da testimonio de su fe en la resurrección, en la bondad de Dios. E1 cristiano debe tener en cuenta la idea de su propia muerte y acordarse de que el triunfo definitivo de la luz se efectuará sólo con la resurrección de los muertos. Pero estar listo para la muerte no significa que la vida terrestre pierda necesariamente su valor. Al contrario, permanece como un gran bien, y el cristiano está llamado a la plenitud de la vida presente en tanto que pueda llenar cada momento de la luz del amor de Cristo: sólo el verdadero cristiano puede hacerlo.

Las Fuerzas Espirituales

Sólo el florecimiento de todas las fuerzas espirituales del hombre, es decir, la utilización total de los dones espirituales (los talentos) da la esperanza de participación de la plenitud de la vida del siglo venidero. Es lo que el Señor nos enseña en la parábola de los talentos (Mateo 24:14-30), y en la de las diez monedas (Lucas 19:1227). E1 hombre cumple más fácilmente su destino si puede actuar de acuerdo con su vocación. Las vocaciones y los talentos son diversos. Hay primero los dones directos del Espíritu Santo, los carismas que constituían la riqueza de los primeros cristianos (los dones de la profecía, de las lenguas, de curación, etc.). Luego vienen las aptitudes personales: la elocuencia, el espíritu de organización, los dones pedagógicos, artísticos. Hay también vocaciones naturales, propias a la edad, al sexo, a la situación familiar, la de matrimonio o de virginidad, de paternidad o maternidad. La actividad creativa dirigida por un sentido de la vocación hace un papel muy grande en la formación de la personalidad y ayuda a realizar la vocación común de todos los cristianos, la cual es la edificación del Reino de Dios.

Es para este fin esencial que deben servir todos los talentos, tanto los particulares como todos tomados en su conjunto. Toda actividad humana, aún ejercida por vocación, que aleja a uno de este fin, es decir, de la creación de una vida con Cristo y en Cristo, se altera y desvanece. Así se deforma el arte que no es alimentado del espíritu religioso, así fracasan las construcciones del estado sin Dios y en cuanto al oficio militar, tanto los vencedores como los vencidos pierden si en todo se olvidan de la justicia de Cristo.

No debe olvidarse jamás de que toda vocación es una cruz, que exige esfuerzos y sacrificios sin los cuales no se multiplican los talentos. Hay que recordar que el camino de la cruz es la vocación final de la vida misma del Señor, y que la aceptación total de la cruz es la vida llevada a su intensidad más alta, su florecimiento más alto. La cruz es la voluntad dispuesta a toda aflicción, escribe uno de los Padres de la Iglesia primitiva, pero es al mismo tiempo la bendición de toda vocación y es inseparable para todos los discípulos de Cristo del florecimiento de sus dones, de la multiplicación de los talentos confiados a ellos.

Además, la cruz de todo hombre debe ser injertada a la de Cristo. Y esta injertación se efectúa mejor cuando la cruz de toda vocación creativa se hace cruz de servicio de Dios y de la Iglesia. Entonces se multiplican los talentos dados al hombre.

La Voluntad de Dios

Si la vida cristiana tiene como fin nuestra unión con Dios, y en E1 con todos los hombres - esto es el Reino de Dios - la moral cristiana tiene como objeto único la realización de la voluntad de Dios.

E1 Señor mismo nos ha dado el ejemplo de esto y nos lo ha recomendado: "He descendido del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Juan 6:3). En cuanto a nosotros, nos advierte: "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; sino el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos (Mateo 7:21). Para hacer la voluntad de Dios, hay que conocerla y para poseer la revelación divina en la que se descubre esta voluntad, hay que vivir en la Iglesia, porque es en ella en que se da la verdad en su plenitud y no a un hombre aislado. Entonces el hombre, miembro de la Iglesia, iluminado por toda la luz dada a ella, encuentra su propio camino, la voluntad de Dios para él.

En la cima de la vida espiritual, el cristiano vive bajo el control directo del Espíritu Santo, guiado constantemente por la inspiración de E1, distingue claramente en su corazón lo que Dios espera de él. En los niveles más bajos, la dirección divina parece menos evidente, pero a medida que el hombre avanza en su vida espiritual, la distingue mejor. Es así que, atento a la Palabra de Dios, descubre con más certidumbre lo que se relaciona con las circunstancias de su vida, y de sus encuentros con otras personas deriva un provecho espiritual.

Para crecer en la vida espiritual, para discernir cada vez más claramente la voluntad de Dios y realizarla, conviene servirse de todos los medios ofrecidos por la Iglesia: participación de los sacramentos, de la eucaristía sobre todo, lectura de la Palabra de Dios, obras espirituales, oración privada o común, purificación del corazón por la exclusión de los malos pensamientos que tratan de penetrar en él, limitación de las exigencias naturales (ayuno), esfuerzos por realizar los preceptos de Cristo, aún cuando uno no está enteramente dispuesto a hacerlo.

Conviene también tener relaciones personales con los que viven verdaderamente la vida de la Iglesia, aceptar de ellos consejos, pero sobre todo de un padre espiritual. Es importante también esforzarnos por desarrollar en nosotros mismos los dones que hemos recibido, poniéndolos al servicio de Dios y de otras personas.

Entre todos los medios de alcanzar el florecimiento de nuestra vida espiritual, la oración, privada o común, ocupa un lugar aparte. Constituye en efecto el centro de la vida espiritual, sin la cual ésta no existe: la oración puede ser de petición, de acción de gracias o de alabanza. E1 cristiano puede pedir para sí mismo y para otros, tanto los bienes materiales como los bienes espirituales, pero sobre todo éstos últimos y en particular el perdón de sus pecados, ayudan en la lucha contra la tentación. En fin, debe pedir a Dios que le enseñe cómo ha de portarse.

Los paganos suplican sobre todo por sus éxitos terrestres y los cristianos porque puedan hacer la voluntad de Dios. Y Dios responde a su súplica, especialmente cuando concierne a otras personas. La oración por otras personas es el fruto del amor, y también el camino más seguro hacia el amor. Aún mejor es la oración común: "Otra vez os digo que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mateo 18:19-20).

El Padre Nuestro

"Señor, enséñanos a orar," dice un día a Jesús un discípulo (Lucas 11:1). Y responde enseñándoles el Padre nuestro. Es por eso que la llamamos la oración dominical, la oración por excelencia.

Desde la primera palabra, "Padre," nos enseña a orar con amor y confianza en Dios: en cuanto a la palabra nuestro, nos recuerda que no debemos orar solamente por nosotros mismos sino por otras personas y sobre todo en unión con ellas. Padre nuestro que estás en los cielos - evocando el cielo como la morada de Dios, nos recuerda la trascendencia de la perfección divina con relación a todas nuestras concepciones humanas.

Santificado sea el tu nombre. Como Dios es perfecto, su nombre no puede ser sino santo y pedimos que nos sea dado el glorificarlo por nuestras palabras y por nuestras acciones y el ser dignos hijos de nuestro Padre celestial. Esta primera petición contiene toda nuestra aspiración a la santidad.

Venga a nosotros tu reino. Pedimos a Dios que haga radiar su santidad por todas partes: que su justicia triunfe en nosotros y alrededor de nosotros, que el mundo llegue a ser el Reino del amor. Esto vendrá en su plenitud sólo a la resurrección general de los muertos. Al decir, "venga a nosotros tu reino," pedimos el Segundo Advenimiento de Cristo. E1 acceso a este reino está abierto sólo a los que hacen la voluntad de Dios, pero sin la ayuda de E1 mismo no podemos alcanzarlo: es por eso que debemos invocarle sin cesar.

Hágase tu voluntad. No solamente debemos hacer la voluntad de Dios sino también debemos hacerla de buena gana, con alegría, como la hacen los Angeles y los Santos: "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.''

E1 pan nuestro de cada día, dánosle hoy. Lo que pedimos primero a Dios es el pan espiritual, el pan de la Eucaristía, el purísimo cuerpo del Señor, del que E1 mismo nos ha dicho: "E1 que come de este pan vivirá eternamente" (Juan 6:58). E1 pan de cada día es también la Palabra de Dios, de la que se ha dicho: "No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4:4).

E1 pan de cada día es también todo lo que es necesario para nuestra vida en la tierra. Dios conoce nuestras necesidades; sin embargo, es necesario que se las pidamos; la oración fortalece la fe y limita nuestras exigencias, mientras que la oración por causa de otras personas nos eleva.

Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. - Esta petición debe reflejar la humildad sin la cual no puede uno corregirse y sin la cual no hay crecimiento espiritual. E1 perdón de los pecados es una liberación del yugo de ellos. E1 mero recuerdo de la obligación de perdonar es una exhortación a perdonar. E1 Señor mismo comenta aquí su propio pensamiento al decir: "Si vosotros no perdonáis a los hombres, vuestro Padre no os perdonará vuestras transgresiones" (Mateo 6:15).

No nos dejes caer en la tentación. Dios no ha creado el mal y no puede ser la causa de él, pero permite que Satanás nos tiente para fortalecer nuestra voluntad en la lucha por el bien.

E1 Apóstol Santiago escribe: "Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman. Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido" (Santiago 1:12-14).

La tentación, haciéndonos luchar, nos incita a orar y Dios escucha esta oración. Jesucristo mismo, en cuanto E1 mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados (Hebreos 2:18).

Dios conoce la medida de nuestras fuerzas y nunca permite que seamos tentados más de lo que podemos soportar. E1 Apóstol San Pablo escribe: "No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar" (1 Corintios 10:13).

Por la palabra tentación en las Escrituras, no se entiende solamente el pecado, sino también la prueba por medio del sufrimiento. "Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios" (Hechos 14:22). Por la última petición, Mas líbranos del mal, renunciamos a todo mal y al que lo inspira, es decir a Satanás, y con el auxilio del Altísimo nos aparejamos para luchar por el bien como verdaderos soldados del ejército de Cristo.

La doxología final: Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, por todos los siglos, es un testimonio de nuestra fe en Dios en tres Personas (hipóstasis)y en su triunfo cierto sobre el mal.

La Oración

Un gran número de oraciones entran en la composición de los diversos servicios litúrgicos, pero la Iglesia se esfuerza por ordenar igualmente la oración individual; es dentro de esta intención que propone una regla de oración. Si, en cuanto a la selección y al uso de esta regla, se nos permite cierta libertad, no debemos descuidar de esta regla ni de las indicaciones de los santos Padres sobre lo que debe ser el esfuerzo por orar y la oración misma.

No creamos que podamos orar sin haber aprendido a hacerlo, abandonándonos únicamente a nuestras propias disposiciones. La oración según los Padres es una ciencia, un arte; exige un aprendizaje y una práctica. La oración es la base y el centro de la vida cristiana.

La Iglesia recomienda particularmente a sus miembros la oración de Jesús: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador." Los monjes deben repetirla constantemente y a los que viven en el mundo se les aconseja que la usen para combatir todo movimiento malo del alma y en el momento de tomar una decisión difícil.

Lecturas Espirituales

La lectura de la Palabra de Dios es indispensable. La Sagrada Escritura constituye igualmente una parte necesaria del Oficio Divino y conviene estar atento a ella en la Iglesia, porque tiene una gran importancia para nuestra vida espiritual. Pero debemos alimentarnos también de la Palabra de Dios en casa sobre todo cuando las circunstancias no nos permiten ir con frecuencia a los oficios.

La predicación del sacerdote en la Iglesia, y, en casa, la lectura de las obras de los Padres y Doctores de la Iglesia son los mejores medios para ayudarnos a comprender la Palabra de Dios.

La Sagrada Escritura nos revela la verdadera vida divina y los Padres nos enseñan cómo podemos en las diversas circunstancias recibir esa vida y vivir la vida auténtica. Conviene juntar la oración a la lectura espiritual.

El Culto Ortodoxo

Toda la vida de la Iglesia Ortodoxa forma un conjunto indivisible. Es una vida humana y divina a la vez y el camino que nos lleva a la salvación (que hace al hombre semejante a Dios).

Sobre este camino, hay que conocer la Sagrada Escritura, participar de los sacramentos y vivir conforme a la verdad de Cristo; además es de suma importancia entrar profundamente en la vida del culto de la Iglesia.

En el culto ortodoxo, todo indica el camino a la salvación, tanto las palabras de las oraciones como la misma estructura del culto y las acciones sagradas que acompañan la oración.

Gracias a los oficios religiosos de los días de fiesta, no sólo evocamos piadosamente los eventos celebrados, sino que también nos hacemos testigos y participantes espirituales de ellos, y los eventos se convierten, según la medida accesible a cada uno, en eventos de nuestra propia vida.

Es por medio de esto que nuestra vida comienza a transfigurarse: en su textura, cual bordado de oro, aparece la vida del Señor y de su Iglesia, a través de nuestra existencia temporal penetra ya la eternidad.

E1 culto ortodoxo, como la pintura de iconos, tiene una profunda significación simbólica. E1 sentido, saludable para nosotros, de los eventos de la historia sagrada nos es transmitido por medio del culto simbólicamente. Igual que se puede decir que la pintura de iconos es una teología a colores, así se puede decir que el culto es una teología en gestos y sonidos. Pero, bien entendido, contiene asimismo la enseñanza directa de la Palabra de Dios.

Gracias a la Iglesia y al culto que se celebra en ella, se aprende a responder a la verdad divina y a su hermosura con todo el corazón.

Pero los símbolos sagrados se convierten para nosotros en una realidad espiritual, sobre todo por nuestra participación de los sacramentos. Es precisamente debido a ellos que los eventos de la historia sagrada y de la historia de la Iglesia adquieren la significación de eventos de nuestra propia vida, mientras éstos últimos pueden después ser incluidos en la cadena de eventos relacionados con la vida de la Iglesia.

Es así que por el sacramento del matrimonio, el amor natural entre el hombre y la mujer, y la familia producida de él, adquiere una significación importante para la vida de toda la Iglesia.

Igualmente, la enfermedad de un solo miembro de la Iglesia, por el sacramento de la unción, llega a ser importante para toda la comunidad eclesiástica por invitarla a un amor activo, compasivo por el enfermo, mientras éste participa de un modo nuevo en la vida de la Iglesia.

Hasta la cosa más amarga y más terrible de nuestra vida, el pecado, puede convertirse por el sacramento de la penitencia, en la fuente de un renacimiento profundo del pecador, fuente de regocijo para la Iglesia, puesto que en la Iglesia, como en el cielo, hay más gozo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos (Lucas 15).

En fin, la misma muerte es vencida en la realidad del culto de la Iglesia: los difuntos ya no pueden hacer penitencia por sus pecados, se aprovechan de nuestras oraciones y del poder del sacrificio eucarístico ofrecido por ellos.

La Iglesia Ortodoxa menciona los difuntos en la Liturgia, posee un rito de funerales y celebra oficios por los difuntos. Estas celebraciones enseñan a los fieles cuál debe ser su actitud delante de la muerte.

E1 culto ortodoxo tiene una importancia muy grande en la vida, pero es sólo por una participación activa que uno puede comprenderla en su profundidad, aunque es imposible comprenderla en su totalidad.

La veneración de los iconos

La veneración de iconos ocupa un lugar muy importante en la piedad ortodoxa. No solamente los templos de los ortodoxos están decorados de ellos, sino también sus casas. La Iglesia ha establecido algunas fiestas en memoria de la aparición de ciertos iconos. E1 arte del icono es un tipo de arte enteramente religioso que no puede ser reducido a un arte pictórico. Delante del icono se reza, se encienden cirios y lámparas; se bendice con iconos, y por ellos también se obtienen curaciones y hasta dirección espiritual.

En el siglo 8, en parte bajo la influencia del Islam, que consideraba que no era posible representar al Dios invisible, la veneración de los iconos fue proscrita en el Imperio Bizantino y los contraventores fueron perseguidos hasta el martirio. Pero en el Séptimo Concilio Ecuménico, la veneración de los iconos fue reestablecida y en él se formularon las bases dogmáticas de tal veneración

Significación del icono. La representación del Señor Jesucristo, de su purísima Madre, de los eventos de su vida y también de los Santos, constituye en primer lugar un aspecto de la confesión de la fe en la encarnación (aquel punto culminante de la Revelación). y en la verdadera presencia de la imagen de Dios en el hombre.

E1 mismo Hijo de Dios, Verbo de Dios, es la imagen de Dios Padre. Pero antes de la encarnación, la única imagen de Dios accesible al hombre era su Palabra; por esa razón, sólo la Sagrada Escritura era venerada en la época del Antiguo Testamento, pero no se hacían imágenes.

Cuando el Verbo se hizo carne, cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, los hombres pudieron así contemplar en su rostro, con sus ojos, a Dios mismo y hasta tocarle con sus manos.

"Enséñanos al Padre, y eso nos bastará," dijo Felipe el Apóstol al Señor durante la Cena y el Señor le respondió: "¿Tanto tiempo estoy con vosotros, y tú no me conoces, Felipe? E1 que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decir: Enséñanos al Padre?" (Juan 14:8-9).

Ver al Señor, tocarle, y en E1, ver a Dios mismo, es el gran gozo de que habla San Juan en las primeras líneas de su primera epístola (1:1-4). La Iglesia, al autorizarnos y al animarnos a representar a Jesucristo, nos transmite una parte de ese gozo.

E1 arte del icono. Pero ¿no vemos en los iconos del Señor a un ser humano solamente? ¿No permanece Dios invisible para nosotros? Y un icono, ¿no humilla a Dios?

No es así: en primer lugar, porque ya en un retrato ordinario, el artista desea capturar y representar el alma y el espíritu de su modelo; en segundo lugar, porque en un icono, bajo el aspecto visible del hombre Jesucristo, es su persona divina representada. Y esto es posible sólo porque el arte del icono es cosa distinta del arte del retrato; en efecto, el icono no representa los ordinarios cuerpos y rostros humanos sino los cuerpos y rostros transfigurados, espiritualizados, capaces ya de llevar la Divinidad en sí.

Para esta representación, desde hace mucho tiempo hay cánones elaborados, según los que se atenúan no solamente las facciones puramente carnales sino también todo lo que puede indicar ciertas inclinaciones demasiado humanas. Al contrario, aparece todo cuanto puede revelar la espiritualidad. Sin embargo, estos cánones dejan lugar a la creatividad personal. La pintura de los iconos tiene sus reglas para la representación de los objetos y de los paisajes.

Los iconos y el arte profano. E1 Hijo de Dios, al encarnarse, restauró en el hombre la imagen y la semejanza de Dios, pues, en el hombre caído, la imagen de Dios estaba oscurecida. Es por eso que, hasta la encarnación, la representación no era digna de la veneración, y, por consiguiente, la representación de los dioses de la antigüedad era repugnante a los cristianos. Estas representaciones reflejaban la naturaleza caída, corrompida por las pasiones del hombre, y se sabe que los dioses paganos eran, en cierto sentido, la personificación de las pasiones humanas.

No obstante, es innegable que el arte antiguo reflejaba igualmente las aspiraciones elevadas del hombre hacia la armonía y la perfección; es por eso que se puede admitir que la pintura de los iconos, y el artista cristiano en general, han tomado ciertas formas y ciertos procedimientos del arte antiguo.

E1 arte del icono es, en cierto sentido, un arte aplicado; es al servicio del arte supremo: el arte de la vida cristiana, el arte de transfigurar, con el auxilio de la gracia divina, al hombre mismo y toda su vida.

Sujetos iconográficos. E1 sujeto por excelencia de la iconografía es el Señor Jesucristo. Es la imagen perfecta de Dios Padre. La Madre de Dios es, en efecto, inseparable de Cristo: es por ella que la encarnación fue posible y que, por consiguiente, el hombre puede representar a Dios. Veneramos a los Santos según ellos representan a Cristo. Eran, mientras vivían, iconos del Señor; y por eso, veneramos sus imágenes.

Los eventos de la historia sagrada son representados también en los iconos. E1 iconógrafo se esfuerza por expresar su significación teológica: la que, en cada uno de ellos, nos proclama la salvación y no el "clima" histórico en que se desarrollaron. Es por eso que se puede decir que la pintura de iconos es una teología a colores. Para que el iconógrafo tenga éxito en su trabajo es necesario que se someta a sí mismo y todas sus actividades a ciertas condiciones. E1 pintor de iconos debe ser ortodoxo y trabajar en oración y en ciertas disposiciones espirituales convenientes. Numerosos son los que han sido contados entre los santos.

La santidad del icono. En la Iglesia Ortodoxa, los iconos de la Madre de Dios gozan de una fuerza de gracia y de una veneración particulares - lo cual se comprende, pues la Santísima Virgen es el puente, la escala que vincula el Cielo invisible y nuestro mundo visible aquí abajo.

E1 icono no es solamente una imagen; manifiesta en realidad la presencia de aquel que está representado. E1 Séptimo Concilio Ecuménico precisó la actitud ortodoxa para con los iconos especificando que no se trata de un culto en que Dios sólo sea el objeto, sino de una veneración debida a las imágenes de Dios encarnado y de sus Santos.

La veneración de las santas reliquias

En la Iglesia Ortodoxa existe también una veneración particular de las santas reliquias, es decir, de los restos de los Santos.

Ocurre que el cuerpo de un santo permanece en buen estado de conservación, pero no es la ausencia de corrupción, siempre relativa, lo que justifique la veneración de que las reliquias son objeto. La potencia de la gracia que permanece en las reliquias de los santos es testimonio de la potencia viva del Señor mismo y un signo precursor de la resurrección universal que ha de venir.

El Ayuno

y la Comunión

E1 ayuno es un instrumento importante en el desarrollo de la vida espiritual. Es el Señor mismo quien nos dio el ejemplo, y después de E1, muchos santos, comenzando por Juan Bautista. E1 ayuno es un ejercicio que contribuyó a someter el cuerpo y el alma al espíritu, y por ello, a Dios. Al mismo tiempo, es una arma poderosa en la lucha contra Satanás.

La Iglesia ha establecido períodos de ayuno antes de las fiestas de la Pascua, de la Navidad, de la Dormición y de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, así como en ciertos otros días y los miércoles y los viernes.

La Sagrada Escritura y los textos litúrgicos, sobre todo los de la Cuaresma, nos hablan de las cualidades que debe tener el ayuno. De esto se ocupan también los Santos Padres en sus escritos. Hay que ayunar sin demostrarlo y es necesario guardarse de toda hipocresía. Cristo mismo nos lo dice (Mateo 6:18).

E1 ayuno favorece en nosotros el arrepentimiento. El cristiano debe siempre suprimir la envidia y los malos impulsos, tener moderación en todo, dominar periódicamente las necesidades del cuerpo, y el ayuno le ayuda a hacerlo.

E1 ayuno no es sólo un ejercicio de continencia, sino que ocasiona buenas obras. Es sobre este aspecto del ayuno que la Iglesia pone énfasis en sus himnos cuaresmales. Por ejemplo: "ayunando con nuestros cuerpos, hermanos, ayunemos también con nuestro espíritu, destrocemos toda alianza injusta...demos pan a los hambrientos, conduzcamos a los mendigos y a los desamparados a nuestras casas" (Miércoles de la primera semana de cuaresma).

Este ayuno, que se expresa en particular por una abstinencia completa de todo alimento, está destinado a recordarnos vivamente que toda nuestra vida terrestre es una preparación para la plenitud de la vida de los justos.

La encarnación ya es el principio de esa vida nueva en unión con el Señor y con todos nuestros hermanos en Cristo. Es por eso que el sacramento quita la carga del ayuno según la palabra de Jesucristo mismo: "¿Acaso pueden los que están de bodas ayunar mientras está con ellos el Esposo?" (Marcos 2:19). Pero hasta no recibir los Santos Misterios, el ayuno nos es indispensable, porque estamos en espera de Aquel que ha de venir y tenemos sed de un nuevo encuentro con El, no sólo en la Eucaristía sino también en el Segundo Advenimiento.

Librándonos del ayuno después de la Comunión, la Iglesia fortalece en nosotros la conciencia de que el Esposo ahora ya nos ha venido. La espera, por un lado, y la realización ya comenzada, por otro, son inherentes a la naturaleza divina y humana de la Iglesia; es lo que encuentra su expresión en su vida litúrgica con la alteración continua entre el ayuno y el gozo después de la comunión.

Los días de fiesta y los domingos, es decir, los días destinados a la eucaristía, que ocurren en un período de ayuno, por ejemplo, durante la Cuaresma, la limitación de alimentos continúa aún después de la Comunión, pero el ayuno es entonces reducido.

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Missionary Leaflet # S63b
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Editor: Bishop Alexander (Mileant).

(Vida_espiritual.doc, 04-10-99).