La vida espiritual

en el mundo

De las conversaciones del Arzobispo

Sergio (Korolev) de Praga (1881-1952).

Traducido del ruso por Juan Vorobioff

 

Contenidos:

Sed de bondad.

Significado y fuerza de la palabra.

Luz Celestial.

La lucha contra el pecado.

El esfuerzo espiritual de la convivencia cristiana.

El rol de la familia en la búsqueda de la salvación.

La Gran Cuaresma.

Búsqueda de la felicidad.

La vida celestial en la tierra.

 

 

Sed de bondad.

EL ALMA DEL HOMBRE según su naturaleza, ansía encontrar el bien, y en todas partes trata de tomar, juntar y encontrar el bien. Este bien es como un hilo, del cual el hombre se confecciona su vestimenta para el Palacio nupcial, con la cual se presentará ante el trono de Dios, y quedará así para la eternidad. La vestimenta que esta confeccionada con hilo de bondad y de amor, se iluminará y resplandecerá de luz Divina. Confeccionada con hilo de maldad, con actos no bondadosos, se oscurecerá mas todavía de la luz Celestial, se avergonzará y le dará un sufrimiento penoso a aquella persona que se encuentre vestida en ella.. Con sus propias manos, es decir con su propia voluntad, aunque no sea perfecta, desvanecida por el pecado, pero libremente, nos vestimos de vestimenta de alegría, o de vestimenta de vergüenza. Lo mejor que nos dio el Señor como corona de su creación, es la libre voluntad, que es una cualidad que Él mismo cuida, sin mostrar en nosotros ninguna presión. Nosotros no la cuidamos, y frecuentemente sin preocuparnos la esclavizamos al pecado. Y dominada por el pecado: ¿Cómo volveremos al bien, cuando nuestras fuerzas están desvanecidas? Con nuestras fuerzas no la podemos corregir, pero con la fuerza de la Gracia de Dios podemos: ¡Para Dios todo es posible! Mientras nuestra alma todavía esta en el camino al Reino de Dios, mientras que todavía tenemos tiempo, afirmemos y reforcemos nuestra voluntad débil y enferma, con la fuerza de la Gracia de Dios, y encontraremos en ella la fuerza necesaria, y el sustento en la lucha contra el mal.

La vida es un gran esfuerzo. Hay que aprender a vivir en Cristo sabiamente, y entonces todos los que nos rodean adquirirán el pensamiento y el valor de la eternidad. Si seremos atentos, las situaciones que nos rodean se acomodaran a nosotros "sabios" (startzy) y nos enseñaran la obediencia a Dios, nos ayudarán en la paciencia y el amor a recorrer el camino de nuestras vidas y alcanzar la salvación. Donde sea que nos encontremos, en todas partes tenemos la posibilidad de la salvación, en cualquier situación que nos ponga la vida, siempre podemos abrir los ojos espiritualmente, y perfeccionarnos. Nuestra vida ante cualquier circunstancia, puede ser un camino que nos lleva a nuestro propio bien, hacia las bienaventuranzas, que ya suelen ser alcanzadas acá en la tierra.

Significado y fuerza de la palabra.

NUESTRAS RELACIONES principalmente se manifiestan mediante la palabra, y esta forma de relacionarnos no es indiferente. Nuestra palabra es un reflejo de la Palabra encarnada. El Señor dijo: "Que se haga la luz." Y lo invisible, mediante la palabra tomó su existencia. La palabra presenta una fuerza enorme en el mundo "Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, y su hueste al soplo de su boca surgió entera." Y en nosotros, mediante la palabra se revela lo oculto, lo que esta escondido se hace visible. La palabra se debe usar con gran cuidado. Cuan importante es que nuestra palabra tenga la atmósfera del bien. Mediante las relaciones, con la palabra buscamos el bien propio, queremos llevarlo dentro de nosotros. La palabra que lleva el bien al pronunciarse, ilumina nuestras vidas. Si en la conversación la palabra buena tuvo fuerza, entonces después por mucho tiempo nos quedara el sentimiento bueno de algo valioso, común a nosotros, divino. La palabra nos debe acercar, traer la unión, y no la disolución y separación. La palabra que llega a un medio razonable, provoca una gran acción, la cual tiene un enorme significado en toda la formación de nuestras vidas.

Pero nosotros nos encontramos en un estado pecador. Nuestra palabra se debilita con nuestros pecados, y no llega a la vida con el sonido completo. Solo cuando la palabra se separa del pecado se presenta llena de fuerza, ya que entonces se junta con la Palabra creadora del mundo. Nuestra palabra, que sale de la parte oculta de nuestra alma, no debilitada por la acción de nuestros pecados, con fuerza de un bien potencial que se encuentra en nosotros, cuando sale al exterior lleva en sí el bien y la luz, en tanto que esta unida con la Fuente de luz, Dios Verbo. Se personifica.

Cuando derramamos la palabra sin ninguna atención hacia ella, nosotros ni pensamos que estas palabras pueden llevar a la separación y la disolución en la familia, en la sociedad y en el mundo. Cuando nos reunimos en las charlas, normalmente empezamos criticando algo, y enseguida empezamos a juzgar, sin tomar esto como pecado. La acción de juzgar es una llaga que desmoraliza nuestra vida. Ella nos separa, nos aparta al uno del otro, y se produce la disolución de las cosas buenas que hay dentro de nosotros. La palabra debe formar nuestra vida, juntar el bien, acercarnos, traer la unión, y no la separación, la disolución y la muerte. Y cuan importante es que la palabra, que es el reflejo del Refugio de Dios en la tierra, me traiga la luz y la alegría de la vida, en medio de una atmósfera de rencor y desunión, en la cual vivimos. Frecuentemente con la palabra atribuimos a las personas aquellos rasgos que no tienen, sospechamos aquello que en realidad ni siquiera existe. Una utilización así de las palabras, solo siembra la separación entre nosotros. La palabra buena, que alcanza el medio donde encuentra su repercusión, provoca un cambio enorme en este medio, mueve montañas. Esto lo vemos frecuentemente en la historia del hombre.

Nuestra relación mediante la palabra no es algo indiferente. La palabra lleva la eternidad, y nuestras palabras no se pierden en sí mismas, sino que van a la eternidad. Hay que utilizar la palabra de tal manera que no tengamos que contestar por ella en el día del juicio, ya que está dicho: "De cualquier palabra ociosa, que hablaren los hombres, han de dar cuenta en el día del juicio" (Mateo 12:36). Hace falta que la palabra no nos juzgue en el día del juicio. No seré Yo el que juzgue, sino la palabra, dijo el Señor (Juan 12:48). La luz vino a la tierra, y nosotros no la percibimos. No llevamos la bondad en nosotros. El bien que no esta concentrado no nos ilumina, y no notamos la fuerza que posee. En las relaciones con otras personas, debemos buscar las cosas comunes que tenemos, separando todo lo que nos aleja al uno del otro. En cuanto a los pecados de las personas, vendrá el Señor a juzgar, y Él mismo separara lo pecaminoso, y dará a cada uno según sus acciones. Nosotros, solos pronunciamos nuestro juicio pecando en este mundo. El Señor dijo: " No he venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo" (Juan 12:47). Tenemos que tratar de no juzgar al prójimo. Debemos buscar el bien en este mundo. El Reino de Dios, luz y alegría, está acá entre nosotros, y dentro nuestro. Solo hay que luchar contra nuestras pasiones, contra aquella oscuridad que nos trae el maligno a nuestro corazón. Luchando contra el pecado ayudamos al Señor a fortalecer Su Reino en nuestro corazón, que lo hace mediante nosotros y en la tierra.

Es difícil luchar contra el pecado. El amor propio, juzgar al prójimo, la irritación y la soberbia son espinas que nos pinchan a nosotros y a los que nos rodean. Hay que sacar estas espinas que causan dolor. Son una cruz. En cambio, si reformamos nuestro corazón dándole lugar al Señor, nos alegramos. Entonces la luz de Dios ilumina nuestros corazones. No por nada se canta: " Con la Cruz alegría de todo el mundo." La cruz en alto lleva al advenimiento del Reino de Dios en la tierra, hacia la gloria Divina. El esfuerzo para alejar nuestros pecados es nuestra crucifixión con las pasiones y lujurias. Esto es la cruz, la cual todos tememos tanto. Por supuesto que en la cruz hay peso, y el mismo Cristo caía por el peso de la cruz, pero mediante la cruz se ve la alegría de la resurrección. La idea de la resurrección, es la idea del triunfo de las fuerzas del bien. Mediante la superación del pecado llega nuestra resurrección: "¡Jesús resucitado, resucita nuestras almas!"

En las conversaciones, frecuentemente terminamos juzgando, pero sobre lo bueno, nos avergonzamos de hablar. "¡Encima se burlan!" Pero: por Cristo se puede soportar. El mal le teme a la palabra buena, y se burla de ella. Nuestra palabra buena, es una fuerza ejecutora, ya que le es común aquella fuerza creadora que tiene Dios Verbo. Con la palabra como fuerza divina, se vence al mal originado. La palabra también esta en el silencio: es la palabra interna. Hasta la palabra que no se dice tiene fuerza. Frecuentemente se ríen de la palabra buena y le son indiferentes, pero no hay que temer de esto. Ella pasa por este ambiente y sale como un grano. Para crear los brotes de granos de fuerza divina, anunciados por el Creador, vence el campo terrenal, se introduce y crea vástagos. Así también, la palabra buena tiene su comienzo creador, "Por Quién fueron echas todas las cosas." No temas de decir una palabra buena. La palabra que encuentra un terreno de bondad, puede convertirse en una acción y traer frutos preciosos. Si hacia la palabra se le adhiere el maligno, ella pierde su fuerza. Privamos a la palabra de su enorme fuerza, dándole la muerte. Y la palabra, en vez de llevar la verdad, nos trae la separación, la inexistencia y la muerte. Si no aleje al maligno, entonces introduje en la palabra la desunión, y ella irá allá, al juicio, en el día del juicio.

En el momento que nace la palabra interna hay que dirigirse a Dios pidiendo ayuda. Dirigiéndonos a Dios traemos la luz del cielo, y ella entra en nosotros, entonces la palabra que nace trae la luz al mundo, y resulta creadora y unificadora. La oscuridad le teme a la luz. Escondidamente, con la risa se debilita nuestra voluntad. Tememos de decir la palabra buena, tememos mostrarnos, y el maligno se alegra de su acción y de nuestra debilidad. Llena de energía bondadosa se encuentra cubierta de miedo a la risa. Nuestra tarea es decir: rechazamos la fuerza del mal y creemos en el bien.

El hombre siempre espera algo. Ahora no tenemos nada que esperar, sino que tenemos que actuar. No hay que decir: yo no soy un luchador. Eres un luchador con armaduras. Hay que esforzarse para decir la palabra buena, bondadosa. Esta es la misión que le da el Señor a cada persona. El bien es audaz. La palabra buena que lleva el bien, en las almas semejantes trae la luz, y en las almas oscuras denuncia la oscuridad. El pecado nos trae una vida engañosa. El bien, en la vida real va hacia la eternidad. Al decir una palabra buena, es como que abrimos el cielo y entramos en la eternidad. Y la palabra buena se presenta como la piedra del lugar que nos preparó el Mismo Señor, así como preparó la morada para el ladrón en la primera hora. La palabra buena nos trae el bien y la alegría en esta vida, y en la vida futura y eterna nos dará la bienaventuranza de mirar a Dios. Así como es la semilla en la parábola del sembrador, así es la palabra buena que cae en la tierra del bien, dará frutos, algunos multiplicados por 30, otros por 60, y otros por 100.

Luz Celestial.

EL SEÑOR CREÓ LA LUZ, dijo: "Haya luz." En nuestra vida creadora nos presentamos como un reflejo del Creador, que creó al mundo. Cuando estamos parados atentamente y dirigimos la atención hacia la luz, se nos aparece un pensamiento bueno, que es como un reflejo del pensamiento creador de Dios. El pensamiento bueno es la luz, ya que sale de la Fuente de la luz. Ella es el comienzo creador, ella penetra en el caos de las relaciones vitales entre el bien y el mal, y crea una vida nueva. Ella nos despierta para superar la oscuridad. Esta dicho: "Crean en la luz, para que seáis hijos de la luz" (Juan 12:36). La luz divina todo el tiempo llega al mundo. Por la oscuridad de nuestra alma se aparta de nosotros. Solo cuando dispersamos la oscuridad, nos iluminamos. Hasta existe la expresión: me iluminó un pensamiento. Como el rayo de luz que cae del cielo y ilumina todo nuestro interior, y lo que nos rodea. Esto es la fuerza de Dios que se nos presenta. El Señor mediante nosotros como que dice: "Que se haga la luz." Y la luz aparece, y delante de nuestros ojos se abre una nueva vida, de una existencia que ni siquiera mirábamos. Podemos cambiar nuestra vida gris, insignificante, en una nueva vida, si es que dirigimos nuestra atención en los pensamientos buenos. El pensamiento bueno es como el impulso de nuestra vida, va a dirigir nuestra voluntad hacia el alejamiento del mal, nos iluminará y nos creará un nuevo destino en la vida. Para que no lleguemos a esto, el maligno trata de oscurecer nuestra atención. Hay que estar todo el tiempo parados atentamente, en guardia, y eliminar la adhesión del maligno.

La luz de la voluntad de Dios nos ilumina enteramente, tiene que actuar regularmente en nosotros. Pero nosotros gustosamente elegimos aquello que nos parece más fácil, lo que nos parece más propio de nuestra naturaleza. Frecuentemente dudamos con esto, y nos entregamos hacia el camino pecaminoso de nuestras vidas.

La tarea fundamental de nuestras vidas es alejar la oscuridad de nuestro corazón. "Dejemos, pues, las obras de las tinieblas, y revistámonos de las armas de la luz" (Romanos 13:12), dice el apóstol Pablo. Si reemplazamos la oscuridad de nuestros corazones por la luz, nos llenamos del Espíritu Santo. El Espíritu Santo crea una nueva vida, llamándola de la inexistencia a la existencia. Solo hay que esforzarse para abrir nuestro corazón a Dios, y Él entra en nuestro corazón: "He aquí que estoy a la puerta, y llamo" (Ap. 3:20). Claro que el Reino de Dios no se da fácilmente, el se toma con esfuerzo. "El Reino de los Cielos se toma con fuerza, y los que se esfuerzan lo adoran" (Mateo 11:12). El Reino de Dios es un bien mío y un bien de todos, y es totalmente realizable en la tierra, y no solo tras las nubes. Para esto debo ir hacia la lucha contra el pecado. Este esfuerzo espiritual trae tras suyo una nueva vida, nuevas experiencias todavía no conocidas por nosotros.

El esfuerzo para la salvación frecuentemente se deja para la vejez. El comienzo de la salvación presuponemos dejarlo para el futuro, olvidándonos que hasta la vejez capaz que no lleguemos. El futuro esta siempre cerca nuestro, esta relacionado con nuestro arrepentimiento y nuestra corrección. El secreto de una verdadera vida consiste en que la preocupación por la salvación no se deje para un futuro indeterminado, para que cada paso nuestro se ilumine de luz de Verdad y Voluntad de Dios, y en medio de la luz se corrija. Es indispensable recordar que si vamos por el camino del pecado, entonces estamos parados en el límite de la perdición, este recordatorio es imprescindible para que la luz de la verdad ilumine nuestra vida.

Todos esperamos la alegría de afuera, pero aquello, lo que tenemos dentro nuestro no lo notamos. Por eso es que estamos cubiertos de oscuridad interna y externamente. En nuestros corazones se encuentra la oscuridad del pecado, y a las cosas no le damos la importancia que corresponde. Nos confundimos con pequeñeces, nos cansamos con las vanidades, no realizamos nuestras tareas, nos peleamos entre nosotros. Así pasa día tras día, y el momento dado pasa sin aquel contenido divino de vida que pudo haber llenado. No entendemos el significado del tiempo: los minutos, las horas, los días, las cosas... Tenemos alguna especie de ceguera. En nuestra vida cotidiana se nos pide a cada minuto alejar los obstáculos para poder relacionarnos con los demás, pero no somos conscientes de lo importante que es esto. Caminamos por la oscuridad, y a cada minuto nos tropezamos, por lo cual sufrimos mucho. Si tratamos de alejar la oscuridad que hay dentro de nosotros, con esto mismo también se haría más luminoso lo que hay alrededor nuestro. Si alcanzamos el momento de iluminación, entonces todo cambia, y las personas que nos rodean parecen otras.

 

La lucha contra el pecado.

TODO PECADO es una desgracia para nosotros, y para los que nos rodean. El pecado es el comienzo separador y de desunión, que nos aleja de la gente. El pecado no arrancado es un peso en el corazón y separa a la gente entre sí. Toda victoria contra el pecado es una reconquista propia y ajena, que sirve para el entendimiento mutuo de la vida de todas las personas. Ante la victoria contra el pecado se genera una atracción mutua, y una semejanza natural entre las personas: venciendo al pecado en uno mismo, la persona ayuda a otro a abrir las mejores virtudes del alma, también sin la voluntad del último, y como en contra de la voluntad lo lleva al bien. Venciendo al pecado en uno mismo, se revive sus mejores lados en su persona interna, con esto mismo la persona abre un tesoro espiritual en él y en otra persona, y le ayuda a encontrar en sí, aquello que antes no notaba.

Es bueno encontrar la respuesta en aquellas personas que la tenían, pero todavía no la veían. La persona, mientras el pecado la gobierna, es como que le teme a otras personas, pero al vencer al pecado en si mismos, le contagia el bien al otro, y a los que lo rodean. Esto es importante entenderlo y sentirlo, por que en una situación normal nos predomina el sentimiento pesimista, y nos parece que el mal se apoderó del mundo. Un pesimismo así, nos contiene de la lucha contra el pecado, y disminuye el activismo de la lucha contra él.

Ante el conocimiento superficial de la persona no vemos nada, y tampoco podemos ver el tesoro inutilizado de bien, que le es propio. Venciendo al pecado en uno mismo, se abren estas fuerzas de bien y estos lados del alma en otra persona, como una riqueza de virtudes. Cuando una persona pecadora ve al prójimo haciendo el bien, él toma fuerzas en sí mismo para las acciones cristianas. La búsqueda del bien en uno mismo y en otros termina en una enorme e incomparable alegría. Con el aumento del bien en el mundo, se manifiesta la fuerza de gracia de Dios; se manifiesta en aquello que nos ayuda a nuestras fuerzas debilitadas ha realizar obras, que sin ella sería imposible. En la vida, frecuentemente pasa que el hombre "comete el pecado, que no quiere" (Apóstol Pablo). Este prisionero involuntario del pecado, encuentra en el bien ajeno las fuerzas que también lo mueven a él hacia el bien en la vida normal diaria.

Para la verdadera felicidad, y no solo la aparente, hay que vencer al pecado. Siempre hay que examinar atentamente aquello que descontrola a las personas y que las gobierna internamente, hay que examinar sus actos y sus deseos. Este dominio no es simple, pero en las relaciones mutuas está la vida. Hay que iluminarlas con la luz de la Verdad de Cristo, para que estas relaciones no nos sean perjudiciales ni a nosotros, ni a las personas con que nos juntamos. Si hay paz en el alma, entonces esta alegría jamás se quitará. La falta de paz siempre trae la desgracia. Si en el interior de la persona hay paz, entonces el corazón pacífico derrama luz en todas partes. La paz del corazón es una meta principal. Las acciones que están iluminadas por un corazón así, dirigen todas las acciones al bien. Si en el estado pecaminoso que se desprende de otra persona, como la irritación, nosotros controlamos nuestra irritación, esto se vuelve provechoso para construir el bien espiritual nuestro, y el de la otra persona, con esto también contenemos la irritación del otro. Acá se desprende el bien para el que manifiesta mansedumbre, y para el que se irritó. En esto esta la felicidad de la vida. La victoria sobre el pecado nos da el bien, y la preocupación sobre nuestra salvación trae al bien común.

Es bueno, como la fuerza positiva desarrolla y trae a la vida a aquellas personas en donde dormita el bien, hasta ahora tapado con la indiferencia, y lleno de maldad. El bien forma una atmósfera, la cual es una ayuda para la lucha contra el mal y para los actos cristianos. A veces parece que el esfuerzo para desarraigar al pecado de uno mismo, es egoísmo, que la persona esta ocupada en sí mismo, y que le es indiferente a las acciones sociales. Pero esto no es así. La persona que no llego a alejar sus pecados, no puede presentar una influencia buena a los que lo rodean, no puede ayudar a los demás, y no puede interactuar con ellos para vencer sus pecados.

Él no puede obrar el bien común con aquella utilidad y fuerza con la cual podría, si hubiese vencido en sí mismo al pecado. La santidad es una fuerza, y un bien enorme y social. Si realmente deseamos servir al prójimo, antes que nada debemos limpiarnos de las costumbres y tendencias pecadoras, hacernos limpios, llevar una vida útil a Dios. Solo en la medida de nuestra perfección podemos ser útiles a nuestros prójimos, en sus penas y desgracias. Este es el único camino para servir al prójimo. Alcanzando la santidad, se alcanza una mayor posibilidad de servir al prójimo. Es suficiente con recordar los nombres del venerable San Sergio de Radonezh, y de San Serafín de Sarov, para convencerse de esto. Se les acercaban gente de todas partes, y ellos sabían ayudarlos en todas sus necesidades. Ellos servían a la sociedad, y servían en forma perfecta, entregaban al mundo el bien verdadero: ellos con su propia experiencia, descubrieron lo que es el bien, y por eso es que lo pudieron enseñar a otros. Las personas, ante los ojos de Dios, se presentan como organismos íntegros. Algunas apariciones particulares de personas santas limpian todo el organismo. Salvándonos a nosotros mismos, aportamos una parte en la salvación de toda la humanidad.

La formación de la persona interna no se realiza en momentos de hazañas extraordinarias, sino que principalmente en la vida cotidiana de todos los días. La finalidad de las personas, es la formación de su vida interna, la formación en sí mismos del Reino de Dios. Luchando contra el pecado afirmamos en nosotros, y en el mundo, la vida de Dios. La lucha contra el pecado abre las verdades dogmáticas, y nos acercamos al conocimiento de la vida de Dios. Una vida así, es también la formación del Reino de Dios, y es el Reino de Dios venido en fuerza. Se hacen mas claras las palabras de la oración del Señor: "Vénganos Tu Reino, hágase Tú Voluntad."

Cuando vencemos al pecado, venciendo la separación, nos unimos mutuamente, los pensamientos y deseos se vuelven comunes, llegamos a la unidad de pensamiento. En este único sentimiento y deseo, se nos vuelve comprensible la voluntad de Dios, y sus exigencias hacia nosotros. Esta es la unidad de la cual rezaba Cristo Señor. Esto es la unidad de pensamiento y de unión en el amor, no es un ideal abstracto, sino que es una tarea activa en la formación de la vida. Podemos acercarnos a ella, si abrimos nuestra afinidad espiritual. La pregunta sobre la salvación, no es algo teórico, sino que es el camino de las acciones. Lamentablemente, no todas las personas de la Iglesia entienden esto. Hace falta luchar contra el pecado, para un acercamiento mutuo, y para sentir que es un objetivo de la vida, que se encuentra delante de nosotros.

El pecado que vive en nosotros, nos oscurece, y nos obliga a justificarnos ante nosotros mismos. La autojustificación nos la provee el maligno. Mientras no se despierte nuestra conciencia, sensible solo a algunos pecados, y de bajo reconocimiento de nuestros errores. Con nuestros pecados, llevamos a todas partes la separación, y cada golpe al corazón hacia el bien, es una medida que será pesada. Las justificaciones de nuestros actos pecaminosos son el enemigo de nuestra salvación. Solo el reconocimiento del peligro del pecado, llama a la voluntad hacia la lucha contra él. Somos indiferentes al pecado mientras no somos conscientes de que nos priva de la felicidad. Consideramos al pecado como algo natural. "Yo digo soy así y así, y no puedo ser distinto." "Así es mi carácter." Pero el carácter no es algo con lo que no se puede luchar. Ante la decisión de empezar a resistirse al pecado, hay que recordar que el pecado no es de nuestra propia naturaleza, sino que nos fue introducido. Nuestros ancestros fueron creados sin pecado. El pecado es algo externo, introducido en nuestra naturaleza, adherido a nosotros, y sublevado contra aquellos estados del alma que le son naturales, como la creación en semejanza a Dios. El pecado nos toma prisioneros, entra en nuestra composición natural, como un comienzo ajeno, pero de acá en adelante todo va ligado con el pecado. Es sumamente importante comprender que el pecado es ajeno a nuestra naturaleza: esto ayuda a luchar contra él. En los momentos de iluminación del Señor es cuando reconocemos nuestro estado pecador, antes que nada ligado con la voluntad, ya que el pecado esclaviza nuestra voluntad. "La debilidad de la voluntad" es del maligno. Pero, si lo que es mío, lo que se desprende de mí, esta ligado al pecado, entonces ¿cómo es que voy a luchar conmigo mismo? Para que me aparezca la voluntad de luchar contra el pecado que esta en mí, es imprescindible saber que el pecado no es mío. Este conocimiento refuerza la voluntad para resistirse al pecado.

 

El esfuerzo espiritual de la convivencia cristiana.

LA VIDA CRISTIANA, es el andar por la luz. Por la oscuridad de nuestras vidas, no vemos, y no nos damos cuenta de la integridad de nuestra misión en la tierra, de la integridad de los dones que nos dio Dios, ni siquiera nos reconocemos a nosotros mismos. Los dones de nuestra alma quedan sin ninguna utilidad. Nos parece que no valemos nada, así como y otras personas decimos: "Somos personas insignificantes, ordinarias, donde es que tenemos algo para hacer si solo podemos ganarnos un pedazo de pan." Este menosprecio de sí mismos, frecuentemente debilita nuestra voluntad hacia las acciones, mientras que no somos ni insignificantes, ni débiles, sino que cada uno de nosotros tiene su misión. Cada persona en el mundo tiene su fin, se presenta como un mensajero de Dios en la tierra. Al Señor le hace falta cada alma, y cada cual es responsable de su vida, y no es librado de las responsabilidades de otros. La cuestión no esta en nuestra pequeñez, sino en la falta de voluntad de tomar responsabilidades. Frecuentemente decimos: "Esto no es asunto mío, que otros se esfuercen, esto no nos incumbe." Con estas palabras les pasamos nuestras responsabilidades a otros, y con esto mismo les pasamos la culpa a otros, con lo cual se empieza a juzgar, lo que lleva a la separación.

La vida externa depende en gran parte de nosotros mismos. En la fuerza de nuestro trabajo de mensajeros en la tierra, cada uno tiene influencia en los que lo rodean, y con esto mismo en la vida del mundo. Si la mala voluntad, como que neutraliza la fuerza del bien, mas aún, la voluntad que se libera del pecado tiene un enorme significado.

Cada día nos relacionamos con distintas personas, y en estas relaciones podemos mostrarnos con nuestro peor lado, o con nuestro mejor lado. Lamentablemente, normalmente no manifestamos la luz y el bien que se encuentran dentro de nosotros. Nuestros dones se neutralizan con la oscuridad de nuestras vidas. Frecuentemente no conocemos el valor de nuestras almas, y debido a esto, en el alma se encuentra una cierta oscuridad. Para la realización de nuestros fines, hace falta que se abran nuestros ojos internos, y solo entonces veremos en el alma aquellos valores que están cerrados a nuestros ojos internos. Hay que descubrir en sí mismos estos valores, y ayudar a que otros descubran en sí mismos estos valores. Ayudando a otros a descubrirlos, nos conocemos a nosotros mismos con detenimiento. Con esto mismo resultan ventajosas las relaciones con otras personas: ellas se nos presentan como una escuela para nuestra salvación, como un esfuerzo espiritual. Para el cristiano, no siempre es provechoso escaparse de las relaciones con las personas.

En la soledad, el hombre se vuelve casi siempre desgraciado. Mientras más se aleja de las personas, se hará aun más pobre. Viviendo en la soledad, nos separamos de la vida social, de la vida del organismo entero, y con esto mismo nos secamos, ya que no nos proveemos de los vigores de la vida social. Mediante las relaciones con las personas, resulta la aparición de fuerzas desconocidas en el hombre, estas fuerzas se empiezan a mover. De esta manera, las relaciones con las personas enriquecen nuestras almas, ellas resplandecen en medida a nuestro acercamiento a otras personas. Cada persona es individual, pero puede completar objetivos no alcanzados, mediante las relaciones con el integro organismo de las personas. Las personas son flores de Dios; así como una abeja, hay que saber juntar miel de estas flores, enriquecerse con el individualismo de otros, y abrirse uno mismo hacia los otros.

A veces relacionarnos nos resulta difícil, pero estamos llamados a una vida social, y por esto, las relaciones con las personas son un deber cristiano. Pues cada encuentro nos puede dar mucho. Si somos atentos a las personas que nos rodean, entonces sin falta se encuentran los valores de la luz y del bien. En cada persona se encuentra lo bello, y solo nuestros pecados no nos dejan ver esto. Nos encontramos con personas, y en la mayoría de los casos los valoramos incorrectamente, mirándolos solo externamente. Decimos: "Aquel es simpático, pero este no." Regularmente vemos algunos defectos en la persona, y nos apartamos de ella, tomando aquello que tiene superficialmente, la juzgamos por su naturaleza, sin esforzarnos en vencer aquello que nos separa. Nos gusta relacionarnos con gente que nos resulta agradable, siempre y cuando haya una predisposición natural entre el uno y el otro. Cuando nos encontramos con un pequeño obstáculo para relacionarnos, usamos nuestra voluntad para alejarnos de él. Es difícil hablar con una persona con la cual se tiene prevención, pero justamente esta es la dificultad que tenemos que vencer.

El Señor nos quiere reunir conjuntamente, el maligno trata de separarnos. Cuando superamos la desunión, reconocemos aquella particularidad que tenemos entre el uno y el otro, que esta dada por Dios, que constituye nuestra fuerza y que nos da una buena vida. El pecado separó todo el género humano. Al vencer al pecado en sí mismos, las personas se acercan mutuamente, ya que vuelven a su estado primordial de naturaleza comunitaria con la gente, de un único organismo. El pecado desvalija a la gente. Si no alejamos aquello que nos separa, no vemos la verdadera vida de cada persona, sino que vemos su mascara, la cual incorrectamente tomamos como su vida real. Nuestra separación, nuestro individualismo deforma nuestra vida.

Normalmente nos parece que nuestros encuentros con las personas son casuales. ¡Claro que esto no es así! El Señor nos pone uno al lado del otro en la familia, y en la sociedad, para que entre nosotros nos enriquezcamos, para que al contactarnos el uno con el otro, con los roces de las personas se enciendan destellos de luz. El Señor dice: "Acá tenes una tarea. Te puse con aquella, o con tal persona. En tu corazón tenes un don, con el cual Yo te condecore, ahora mostralo." El Señor envía cada alma a la vida, la distingue con algún talento, y le da el lugar para actuar, para que florezca su vida espiritual. Por cuanto cada persona espiritualmente es única, si sus riquezas espirituales no son mostradas, esto será su muerte espiritual, será la desaparición de la luz divina en un determinado punto de su existencia. Por eso, cada uno debe preocuparse por su paz espiritual, para dejar que la luz divina brille en él, y no que desaparezca. ¿Por qué no queremos, y nos demoramos en utilizar las fuerzas espirituales que tenemos? Mediante la lucha contra el pecado en nosotros mismos, liberamos al comienzo del bien, y reducimos el mal que está en nosotros, con esto disminuimos el mal que hay en la tierra. Un pequeño esfuerzo de nuestra parte, abre nuestro interior, despierta el bien que dormita en nosotros, y lo manifiesta.

A cada persona le fueron dados sus talentos. A cada uno el Señor le preguntará: "¿Por qué no hiciste aquello que tenías que hacer? " La tarea de cada persona en su vida, es revelar y aumentar su talento, que le es dado por Dios. Normalmente dicen: "Yo no tengo ningún talento," teniendo en cuenta los talentos de ciencia, de arte, de trabajos sociales,... Pero son mucho más importantes los talentos del corazón, los cuales el Señor asigno a cada persona, como por ejemplo ser agradable, ser sensible, ser compasivo. Revelar estos talentos, como virtudes naturales de nuestra alma, esta en nuestras manos. Estos son nuestros talentos, claro que se descubren mediante una relación vital con las personas. Entre el uno y el otro estamos unidos con distintos hilos, y mediante estos hilos debemos formar una comunidad, y una unidad en nuestras vidas. Es doloroso reconocer que muchas personas se lamentan en soledad. El aislamiento de otros realmente deprime a las personas, y la unión al contrario, da ánimo, ya que la persona siente que no esta perdido en el mundo. La unión entre las personas es un hilo, que se tiende de la tierra al cielo, hacia Dios, hacia el Centro Unificador. La unidad que va del corazón de uno al corazón del otro, tiene su rumbo hacia un único centro, hacia Dios, porque la unión entre las personas es vida, y la separación es la muerte.

La unión entre las personas es un bien, que nos trae la alegría de la vida. Esto es una ley de la vida, las personas que desisten de esto, inevitablemente tienen que sufrir. Todos estamos creados en semejanza a Dios. Esto significa que la semejanza a Dios es lo que nos une. Acercándonos podemos poco a poco alcanzar la unidad de pensamiento, la unidad de sentimiento, la voluntad única... aquella unidad, de la cual Cristo dijo: "Cómo Tú, ¡Padre! En mí, y Yo en ti, así sean ellos en nosotros" (Juan 17:21). Pero nosotros en nuestra vida oscura, ni siquiera consideramos un deber, buscar en nosotros lo que es de Dios, que en efecto podría acercarnos. La separación la tomamos como algo legítimo, y no nos esforzamos para superarla. El estado de desunión nos priva de la felicidad en la vida cotidiana, y no nos deja mostrar nuestras virtudes.

Frecuentemente se escucha: "No hay gente buena" ¿Cómo que no hay gente buena? Entre nosotros hay gente culta, inteligente, y con tesoros espirituales, y solo por la apariencia gris externa, esto no lo vemos, con lo cual enterramos nuestros talentos, y los ajenos. Somos esclavos perezosos y malos. Decimos que no podemos aumentar nuestros talentos, aunque este dicho: "Golpeen, y se les abrirá."

En cada corazón hay que buscar el tesoro. Los tesoros frecuentemente son buscados, pero no los del alma, hacer falta buscar los tesoros del alma. Pueden preguntar: ¿Para qué? Responderemos: "Para enriquecernos." Solo vemos en las personas lo superficial, y tomamos de ellos lo externo, y no notamos, ni buscamos el tesoro que habita en cada uno. Hay que buscar el talento del corazón, este tesoro es fuente de bien ¿Pero como podemos hacer esto? Para esto hace falta esfuerzo y trabajo. Dicen que sin esfuerzo ni siquiera sacarás un pescado del estanque. Si son grandes los talentos, y recibiste el don de Dios, entonces hay que esforzarse para que tenga el fruto correspondiente, y esto también es cierto para las personas comunes.

Cuando nos acercamos a una persona, miremos su corazón, que es el centro de las personas. Cristo dijo que todo sale del corazón de la persona: "El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas; así como el mal hombre las saca malas del mal tesoro" (Lucas 6:45). La bondad del corazón es un don de Dios, se lo puede decuplicar; en la bondad del corazón son más fáciles de construir las virtudes. San Juan Crisóstomo dijo: "El milagro no está en que hagamos obras grandes, sino que el milagro es cuando la persona mala se convierte en buena," entonces es cuando se vencen las reglas de la naturaleza, se quita a la persona vieja y se crea un nuevo ser, mediante la lucha contra el pecado. Cuando se lucha contra el pecado, la persona se perfecciona, se vuelve tal que se lo allega a Dios. El hombre que vence al pecado en sí mismo, con esto abre sus mejores lados del alma, con lo cual también al mismo tiempo descubre el tesoro en otra persona, en donde esta persona ni siquiera miraba la existencia del mismo. Estando en estado de pecador, la persona es como que le teme a otras personas, no actúa alegremente en la tierra. Él piensa para sí mismo como no encontrarse con tal persona, o con tal otra. Venciendo al pecado, la persona se acerca fácilmente a otra persona, y le contagia la bondad. Si miramos a cada persona en su interior, podemos ver su verdadera existencia. Esto no es fácil, pero hay que esforzarse a sí mismos.

Cuando tenemos buenas relaciones con la gente, nos iluminamos de destellos de luz, nos llevamos algo invisible, y con esto vivimos. El Señor nos trae al mundo para revelar sus riquezas. Si juntamos en pequeños granos el bien, y la luz que se nos mostró, esto ya será mucho. Si vamos a juntar los pequeños granos de luz, entonces solos nos proveeremos de luz en este ambiente, se encenderá nuestro corazón endurecido. Este proceso de búsqueda de la luz, resulta en los momentos de iluminación espiritual: entonces la belleza de lo buscado llena de belleza nuestra alma. En la búsqueda del tesoro en nuestra alma, inevitablemente arrancamos las espinas de nuestro corazón, y esta limpieza es un bien verdadero, que nos dará la felicidad en la vida. Este bien es un escalón hacia la morada de encuentro con Dios, es el momento de nuestro crecimiento espiritual, es la bienaventuranza. Está dicho: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mateo 5:8). En estos momentos particulares, el hombre se prepara un rincón en la morada de la luz.

La luz divina que abrimos dentro de nosotros, nos hace videntes, y cuando tenemos la visión abierta, entonces no nos vamos a interesar con todas las fuerzas de nuestra alma, en cosas insignificantes. Con la luz divina, como un farol, el hombre ilumina su camino, entonces también ve en otras personas esa misma luz. Esta luz está en cada persona, pero esta cubierta de oscuridad, de tal manera que hasta ahora no la sentimos, y no la vemos en otros. Cuando sentimos esta luz, es como que nos despertamos, y todo cambia alrededor de nosotros, la presión del enemigo pierde su fuerza. Con la luz divina, y con la atención interna dirigida hacia Dios, juntamos en un solo foco los puntos de luz desparramados, y con esto no solo nos iluminamos nosotros mismos, sino que llamamos a que actúe la luz también en otras personas.

Cuando al relacionarnos con las personas surgen las dificultades, cuando el maligno crea tempestades en nuestro corazón, y allí gobierna la oscuridad, hay que acudir a la ayuda de Dios, invocando Su Nombre en los pensamientos. Esto es el momento espiritual. El hombre poseído por la pasión, se encuentra en la oscuridad, puede calumniar y hacer muchas tonterías. Hay que dirigirse al Señor lo antes posible, Él traerá la luz en la oscuridad. Con este acto creador de dirigirse a Dios, el hombre llama a la luz, y la luz de Dios va hacia su corazón, es decir El Mismo Señor desciende a su corazón, lo ilumina y empieza a reinar en él. Entonces en el corazón habita Dios, entonces la oscuridad se aleja, y este alejamiento nos lleva hacia un campo distinto de la existencia, hacia una nueva vida de felicidad. En el corazón se establece la paz y la alegría, entonces empezamos a sentir aquella unión, la cual tanto ansía nuestra alma. Trabajando para el Señor, es como que nos transfiguramos, estamos en el campo de existencia de la luz, y El Mismo Señor se establece en nosotros: "Donde dos o tres se hallan congregados en mi nombre, allí me hallo Yo en medio de ellos" (Mateo 18:20).

 

El rol de la familia en la búsqueda de la salvación.

LA PREGUNTA SOBRE LA SALVACIÓN, es una pregunta fundamental en la historia de la humanidad del destino íntegro y personal de cada persona. Hacia ella (o visto de otra forma hacia la pregunta sobre la felicidad), se adjuntan las siguientes palabras: "fue, es y será." Todo lo demás se basa en esta pregunta, y en su aplicación en la vida. En este sentido la felicidad esta en nuestras manos. Ella se crea con la victoria sobre el pecado. Un medio cercano para luchar contra el pecado, antes que nada es la familia, y todos aquellos que nos rodean. Miramos a la situación, y al medio en que vivimos, como algo ocasional, y ni siquiera miramos a nuestra familia como el camino, dado por Dios, para nuestra salvación. La vida en familia nos parece algo ocasional, y lo más importante en la familia se escapa de nuestra atención. La familia, según el apóstol, es una pequeña iglesia. Ella especialmente puede ayudar al hombre a alcanzar el objetivo principal de la vida. En la familia se busca la felicidad, ¿Pero que se entiende por felicidad? Las respuestas a esta pregunta no son claras. Esto nos da testimonio de que lo más existencial no surge de esta forma de vida que nos da Dios.

Esta la vida pecadora y la espiritualmente correcta, ambas se encuentran en el interior de la persona, y el medio en que vivimos es una herramienta, que con ayuda de la misma, la persona debe mirarse internamente. Ya se dijo que el pecado es una fuerza separadora. Esto lo explicaré con un ejemplo de vida. Ciertas personas se ofendieron y se hirieron entre sí, no querían ceder el uno al otro, se ofendieron y se separaron. Acá tienen una desgracia. Esto nos dice que hay que luchar contra el pecado para nuestra felicidad, ya que la ira es una desgracia en nuestra vida. El hombre está creado con deseo de ser feliz, puede y debe aprender a luchar por su felicidad, en contra de la desgracia, es decir en contra del pecado que se encuentra en el medio, en aquel medio que particularmente esta cerca suyo, y esta cerca carnalmente. Las fuerzas del pecado y de la santidad se encuentran en la persona, como en un estado de reposo. Y dependiendo de cómo nos acerquemos a la persona, empiezan a actuar en él y en el mundo las fuerzas del bien, o las fuerzas del mal. Siempre necesitamos un medio que limpie nuestra paz interior, y nos dé fuerzas y posibilidades de conocernos realmente.

El medio "en general," como una unión ocasional de personas, ayuda poco en esto. Ante otros, el hombre esconde sus mentiras, las guarda adentro suyo, y trata de mostrarse "limpio." Se avergüenza de aquello que pensarán de él, se avergüenza de la opinión pública, y por eso no "se muestra." Solo en el medio acostumbrado de casa, el principio del mal que se esconde en la persona empieza a volcarse externamente. En este sentido, en el ambiente familiar, esta el momento necesario para mostrarse a sí mismo. No es casual que frecuentemente tengamos miedo de estar en un medio "hogareño" de este tipo. Si nos escapamos de este ambiente, "todos se interesan por nosotros, todos prestan su atención en nosotros," solo lo hacemos para escaparnos de la situación que nos ayuda a conocernos a nosotros mismos.

¿Porque la familia parece ser el medio más cómodo para la salvación? En la familia el hombre espontáneamente abre sus sentimientos, y ante los extraños esconde su personalidad interna. En la sociedad, el hombre se contiene, esconde su irritación, trata de mostrarse distinto. Muestra su lado superficial, y no el interno. En la familia no esconde su forma de ser, se enoja, no tiene vergüenza de mostrar su estado pecaminoso, con la palabra, o con los actos. La personalidad pecadora escondida se manifiesta ante la familia, ante las personas cercanas, y ante ellos mismos. De este modo, la persona que es atenta a su salvación, en el entorno familiar se da a conocer mas fácilmente que es pecador, y se aclaran los motivos que nos separan al uno del otro. Solo hace falta que este reconocimiento de nuestro mundo interno, y su estado pecador, nos lleve hacia la lucha contra el pecado.

La Gran Cuaresma.

EN EL PERÍODO DE LA GRAN CUARESMA la Iglesia en forma insistente, y reiteradamente trata de despertar en nosotros el arrepentimiento. Las misas mas compenetrantes, los cánones, y también las lecturas más frecuentes del Antiguo Testamento resultan ser los medios para llegar a reconocer nuestros pecados. Los ejemplos del Antiguo Testamento nos advierten y nos indican mediante la experiencia de miles de años, el único camino paradisíaco: el camino de la unión con Dios.

Mediante distintas desgracias, estados de esclavitud, y enfermedades pesadas, Dios llevaba al pueblo hebreo hacia Su Verdad. Todo el Antiguo Testamento se presenta como la historia de la Verdad de Dios, con castigos, represalias y con piedad. Pero ante tantas acusaciones, el pueblo hebreo frecuentemente endurecía su corazón, y no quería entender las enseñanzas de Dios.

Pero también, entre muchos de nosotros, se puede notar una dureza de corazón similar. El Señor nos sorprende con aflicciones, derrama desgracias en la base endurecida del corazón, para que la remuevan, y la hagan capaz de recibir la gracia de Dios, es decir, nuestro corazón frecuentemente es insusceptible a Su benevolencia, también hasta en los momentos en que el Señor nos la muestra claramente. Todavía nos gobierna el miedo animal, el miedo a la muerte ¿Pero vive en nosotros el miedo al juicio de Dios? El Señor espera que veamos en las personas que nos rodean sus desgracias, y la misericordia de Dios hacia ellos, y no un conjunto ocasional de circunstancias.

De este modo, si comparamos el Antiguo Testamento con los tiempos actuales, vemos que tanto antes como ahora, el Señor se preocupa por Su gente, no las deja morir en la negligencia, y en el incumplimiento de Sus leyes, por todos los medios nos impulsa al arrepentimiento, por todos los caminos nos llama nuevamente a unirnos con Dios, que es la Fuente de la vida. ¡Realmente el amor de Dios supera la mente humana! Su amor llega a tal punto, que "por causa de Sus elegidos, por causa de una pequeña parte, Él tiene piedad de todo el pueblo." "La semilla Santa, es el sustento del pueblo," dice el profeta Isaías, debido a ella se mantendrá el reinado; es como un cimiento firme, y debe ser la base del pueblo. Así dirigió Dios a sus siervos, apareciéndose como un temible Denunciante y Juez, y como Misericordioso y Perdonador de todo, para el bien de la gente, para afirmar la verdad en la tierra (La Verdad es el otro lado del amor, es su fuerza defensora)

Mostrando tanta preocupación por Su gente, acaso ¿El Señor no se preocupa mas por sus hijos? El Antiguo Testamento es de esclavitud, el Nuevo Testamento es de relación a hijos. Ya no somos siervos en la casa del Señor, sino que somos hijos en la casa del Padre. El siervo solo mira como servir a su señor, y las relaciones que tiene con él, se miden por sus acciones: el hijo tiene temeridad ante el padre, teme ofenderlo no solo con las acciones, sino que hasta con la intención, para no alejarse del amor de su padre; sus relaciones se miden con los sentimientos y con los pensamientos. Pero al que más se le da, más se le pedirá. "Somos niños de Dios, pero todavía no se revelo lo que seremos" dice el apóstol; se nos dió mucho, y esta en nuestra voluntad aumentar el don de Dios. Depende de nuestra voluntad en que estemos en el camino del luchador, en el camino del guerrero de Cristo, luchando en nuestro corazón, en este campo de lucha, por la Verdad de Dios. Depende de nuestra voluntad poner el comienzo bueno, el Señor hasta "las intenciones besa," lo demás lo haremos con la ayuda de la gracia de Dios.

Como medio de lucha tenemos los llamados frecuentes a Dios, mediante las oraciones, momentos de inspiración, que con tanta abundancia nos brinda la Santa Iglesia en las misas conmovedoras de la gran cuaresma, que nos sacan del automatismo. El sentido de la lucha es alcanzar la paz espiritual. Cuando la paz se establezca en nuestro corazón, entonces entramos al camino del bien de la interrelación con Dios. El estado de interrelación con Dios es tan maravilloso, que por si misma resulta ser la recompensa, el Reino de los Cielos está dentro nuestro. A esto nos llamo el Señor, para que nosotros acá en la tierra, en momentos particulares nos acaparemos la eternidad. Amén.

 

Búsqueda de la felicidad.

CASA UNO DE NOSOTROS quiere para sí mismo el bien, la felicidad. El Señor nos dió la tierra, para que habitemos en ella alegremente, para que bienaventuremos, para que participemos de la gloria de Dios. Sin embargo, frecuentemente solemos escuchar que nuestra vida no nos trae ninguna alegría. Día a día nos levantamos, trabajamos y nos cansamos; siempre la misma rutina, todo nos cansa, estamos aburridos, y vemos todo gris alrededor nuestro. Realmente si nos miramos, vemos que todo el día nos gestionamos, nos preocupamos, nos ofendemos, nos irritamos, nos peleamos por pequeñeces y nos sentimos desgraciados, innecesarios y solos. Resultamos ser desgraciados, ya que somos esclavos de las cosas materiales, y vivimos mecánicamente, dependemos de las circunstancias que atravesamos. Ponemos toda nuestra energía en cosas insignificantes, las cuales hoy están, y mañana pueden no estar.

Esta vida inestable y transitoria, con sus ofensas, sus pecados de juzgar al prójimo, y sus envidias, la tomamos como nuestra vida real. Irritándonos y ofendiéndonos, perdemos la paz en nuestro corazón, y nos cargamos de oscuridad. Todo nos desagrada, nuestros amigos parecen ser enemigos, hasta la luz del sol no nos ilumina, y los pájaros no cantan para nosotros. Estando en esta situación nos ocultamos a nosotros mismos nuestra propia fuente de bien, y de alegría. No vemos el bien ni en nosotros, ni en los demás. Todo nos parece malo. Pero ¿Dónde está el problema? ¿Qué es lo que arruina tanto nuestras vidas? Vivimos con los corazones oscurecidos. Tomamos la victoria temporal de las fuerzas oscuras, ese estado pecador de nuestras almas, como algo verdadero, como algo original nuestro. Caminamos por la oscuridad, y el que camina por la oscuridad se tropieza. Tenemos adjuntos los pecados del mal: el pecado de juzgar a los demás, el de irritación y el de odio, lo que nos convierte en poco pacíficos. Cuando nos relacionamos con otras personas que internamente no tienen paz, provocamos la separación y el alejamiento al uno del otro. Al sentir la separación, sentimos el mal y la desgracia, y realmente sufrimos.

¿En la vida cotidiana, dónde está el bien y la alegría? ¿Cómo iluminar nuestra vida? ¿Cómo encontrar el sendero hacia la luz? El Señor es fuente de luz y de alegría, y el maligno nos trae la oscuridad. Somos esclavos del maligno. Nuestro enemigo nos trae oscuridad a nuestro corazón, y en medio de la oscuridad tomamos la vida equivocadamente. La oscuridad de nuestro corazón altera nuestra vida. Realizamos pasos inciertos, decimos cosas innecesarias, hacemos movimientos poco seguros, dejamos de ver la verdadera cara de la persona, y la valoramos incorrectamente, tomando su estado temporal como su verdadera existencia. Tomando lo acumulado como algo válido, nos encontramos en un estado que nos lleva a la desgracia mutua y a la separación. Nuestros ancestros fueron creados sin pecado. Debido a los tiempos de caída espiritual, es como que el pecado entra en nuestra composición natural, se nos adhiere y nos tiene cautivos. Tenemos todo ligado al pecado, y mediante el pecado perdemos la alegría de la vida.

La vida cotidiana es el medio para formar la verdadera vida. Nosotros al medio lo convertimos en el objetivo. Nuestros pasos reales, que se desprenden de lo irreal, llevan consigo el mal, la pena y el sufrimiento. Caminamos como si estuviésemos en un sueño, y cargados por la oscuridad y las pasiones, miramos y vemos solo la oscuridad. El maligno no nos deja ver la luz. Somos instrumentos ciegos de las fuerzas oscuras, por lo cual sufrimos. No somos creadores de la vida, sino que somos esclavos suyos.

¿Cómo hay que ser? Hay que abrir los ojos. Recibir la vida buena, ya que es algo posible. Tan solo hay que usar las fuerzas para poder recibir este tesoro. Este tesoro está en nosotros mismos, y en los que nos rodean.

Queremos vivir felices y bien. Pero ¿qué hacemos para lograr esto? Hasta las oraciones de la mañana, y las de la noche no nos dejan ver nuestro estado de perdición. Es imprescindible que entendamos el sentido de la oración, entonces encontraremos el reconocimiento de nuestros pecados, y reconoceremos la misericordia de Dios. Estas oraciones definen toda nuestra vida y sus acciones, ellas nos indican que tenemos que hacer, y que es lo que tenemos que evitar.

En las oraciones de noche, y en las de la mañana estamos parados ante el rostro de Dios, y nos miramos a nosotros mismos. Estas oraciones nos descubren a nosotros mismos. Es importante que lo poco que nos espera en el día, lo iluminemos con la razón divina.

Nuestra alma está creada para la eternidad, pero nosotros completamente no nos preocupamos por ella. Tratamos de adquirir todos los tesoros posibles, excepto el tesoro de la eternidad. Somos malos comerciantes, y valoramos barato nuestra alma. Pero sin embargo no hay nada más valioso que nuestra alma. Solo compramos aquello que no tiene ningún valor en la eternidad, y aquello que va a la eternidad no lo adquirimos. Esto pasa por que tenemos todo confundido, todos los valores están transgredidos: el pecado nos nubló el valor real de las cosas. Cuando realmente sintamos toda la falsedad, y lo incorrecta que es nuestra vida, entonces se realizará la verdadera adquisición. La persona ante la luz Divina empezará a arreglar el desorden de su vida, y tenderá al bien y a la eternidad.

Es importante que cada día no se valla vacío a la eternidad, hay que encontrar lo valioso en la vida de cada día. Cada día se nos da para sacar aunque sea un mínimo de aquel bien, aquella alegría que esencialmente es la eternidad, y la cual irá con nosotros a la vida futura. Para extraer lo valioso de cada día, hay que relacionarse creativamente con cada momento de nuestra vida. Con el espíritu creador podemos superar nuestra inercia, liberarnos de la oscuridad de la pasión que nos gobierna. La victoria sobre el pecado nos lleva a percibir la paz alegremente, a conocer a Dios, y lleva consigo la formación de la vida real, a la cual, en esencia, es llamado el hombre.

¿Cómo llegar a esta vida creativa? La fuente de nuestra vida es nuestro corazón. Nuestro corazón es el campo de lucha entre el maligno y Dios, y esta lucha sucede a cada hora, y a cada minuto. Hay que estar todo el tiempo en guardia, vigilando el corazón, entender las maquinaciones del diablo y rechazarlas. Entonces tendremos una relación creativa con cada momento de nuestra vida. Todo el tiempo estamos parados en el límite entre el bien y el mal. Depende de nuestra voluntad en que nos inclinemos al bien, o que sin fuerzas nos subordinemos al mal. El maligno nos quiere poseer, y nosotros tenemos que resistirnos. El maligno nos incita al pecado del bien solo aparente, y nos induce a aquello que no es bueno para nosotros. Él nos introduce el pecado con apariencia de alegría.

En cada persona hay más bondad que maldad, solo que el bien esta mezclado con el mal. Usted me dirá "¿Cómo es eso? ¿Por qué vemos en el otro tanto mal? Todo un mar de maldad." Sí, el mal es un mar, pero el bien es un océano. El mal trepa en nosotros, se desprende por los ojos, y el bien esta escondido en nosotros, esta disperso, no esta totalizado. El mal es insolente, y el bien es modesto. El mal es la oscuridad, el pecado, nuestra falta de fuerza, la depravación, la desgracia y la muerte. El bien es la luz, la unión, la fuerza, el poder, la alegría y la vida espiritual.

El comienzo fastidioso de cada día, y de cada hora, se lo puede iluminar, hacerlo alegre, si es que tomamos de la vida el bien, la luz y el color. Debo dirigir la atención correctamente a la vida que me rodea. Si voy a encaminar mi ojo interno hacia la luz, entonces la podré ver. La atención es un acto grandioso de la vida espiritual. Lucha, esforzate en encontrar la luz, y la verás. Esta dicho: "Buscad, y hallaréis" (Mateo 7:7). Nuestra existencia esta llena con dos tercios de luz, pero esta luz interna no se nos manifiesta. Venciendo a la oscuridad, dejamos pasar la luz a nuestro corazón, es decir al Señor. Esto ya nos es un momento pasivo, sino que creador. Hay que revelar el espíritu creador. Creando una nueva vida podemos llegar a la Fuente de Luz, que todo lo ilumina.

El bien es eterno y proviene de Dios, y a Él se unirá. Este movimiento del bien hacia Dios, es la construcción del Reino de Dios en la tierra. Hay que esforzarse hacia el bien, y el bien solo se atraerá a nosotros. Yo voy al Padre, y el Padre viene hacia mi encuentro (parábola del hijo pródigo). Echando al maligno de nuestro corazón, liberamos allá un lugar para el Señor. El Señor entra en nuestro corazón y reina en él, con lo cual se construye el Reino de Dios. Es un bien real en la tierra, es el regocijo del Espíritu Santo. Entonces se abre en nosotros la vida celestial, lo ideal se vuelve real. Rezamos: "vénganos Tu Reino," esto es algo real. La permanente lucha contra el pecado es un estado de luz, de santidad, que tiene como fuente al Espíritu Santo, de la Fuente de la Luz, que es Dios. Por eso el apóstol Pablo determina que: "No consiste el reino de Dios en el comer, ni en el beber, sino en la justicia, en la paz y en el gozo del Espíritu Santo" (Romanos 14:17). En este estado el hombre se une a Dios, y siente la alegría del Espíritu Santo con toda su existencia. Esto se debe a que el hombre regresa a Dios, su Padre, a su casa.

La felicidad no se puede obtener mediante el pecado, quebrantando la Ley de la vida ¿Cómo empezar la lucha contra el pecado? Hay que encontrar la fuerza que derriba y deja sin fuerzas al pecado. Hay que unirse a la Fuente de fuerza del bien, a Dios, dirigiéndonos hacia Él con oraciones, para que nos ayude, ya que nos domina la fuerza del pecado que deja sin fuerzas nuestros esfuerzos, y sin ayuda de Dios no estamos en condiciones de cambiar nuestra naturaleza pecadora.

El Señor está cerca, viene al encuentro, y ayuda. Con un pequeño llamado a Dios, con las palabras: "Señor, ayúdame," en un momento que prevalezca sobre nosotros la fuerza oscura, llamamos a nuestra vida de la inexistencia hacia la existencia. Llamar a Dios es un acto de la voluntad, llamar a la Fuente de luz. El acto de llamar a Dios en los momentos de oscuridad del corazón (irritación, rencor, envidia u otra pasión), diciendo las palabras: "Señor, ayúdame," disminuye las distancias entre la tierra y el cielo. En respuesta al llamado, desciende del Cielo la ayuda, que llega directo al corazón, con un rayo de luz que ilumina la oscuridad, y la dispersa. Pensar en Dios es la acción del Espíritu Santo dentro de nosotros. Llamando a Dios, con la voluntad pasamos a otro campo de la vida, esto es un acto espiritual, que se une con la luz divina. Invocando a Dios, Verbo de la oración, recibimos en respuesta la luz divina, que resulta ser la estrella que nos guía en nuestras vidas. Invita a actuar las fuerzas del bien, y en la persona se generan brotes de vida, en esta tierra helada e indiferente.

El momento de invocación a Dios es la guía de la luz en nuestra alma. Como si fuese poco decir: "Señor, ayúdame," y ante nosotros es como que se abre el cielo con la morada de Dios, del cual se desprende la luz que llega hacia nosotros, y es como que solos entramos en la eternidad. La misma eternidad entra en nuestra vida, como un momento que nos acerca a la Fuente de luz. Esta luz junta nuestros granos del bien, en medio del caos del bien y del mal, característico de nuestra vida cotidiana. El Señor reina en nuestro corazón, y con esto se forma el Reino de Dios, que es de paz y de alegría.

En el proceso de lucha contra el pecado es como que solos renacemos: de irritados pasamos a ser dóciles, de mezquinos a generosos, de malos a buenos, de crueles a misericordiosos, de atareados con las vanidades a graduales. Se nos forman nuevos sentimientos y emociones. Se nos abren los ojos. La oscuridad de nuestro corazón se reemplaza por la luz, y esto es un milagro, que es la aparición de la fuerza divina. Esto es una renovación, apartar (quitar) a la persona vieja (pecadora) y formar una nueva persona, un nuevo ser, es una transfiguración. Lo eterno, lo celestial entra en nuestra vida, y con esto entramos a la eternidad. Al hombre se le da una enorme fuerza, con ayuda de Dios, que es la de cambiar la vida pecadora por una vida nueva. Construir el Reino de Dios en la tierra. El Espíritu Santo empieza a actuar en nosotros, los frutos del Espíritu son: "Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio" (Gal. 5:22).Entonces cada persona se vuelve como si fuese creador de milagros, ya que vence al pecado, realiza un milagro, abriendo en sí mismo a Dios. Empezamos a ver todo el espejismo de nuestra vida.

Sin llamar a Dios, e ir tras Él, no podemos salir de la esclavitud de las cosas y de las situaciones, somos sus esclavos. En la medida de lo posible, hay que iluminar más frecuentemente nuestros días con los rayos de luz divina, abrir una especie de ventana al cielo, para que la luz celestial se vierta en nuestro corazón. Cuanto más tengamos estos momentos de iluminación, más iluminada de luz divina estará nuestra vida. El mundo va a adquirir su belleza verdadera, y el hombre su verdadera existencia, y va a sentir la alegría de la vida. El cristianismo no es una religión de penas, sino que una religión de alegría y bienaventuranzas. El apóstol Pablo dice: "Alégrense siempre" (1 Tesal. 5:16). Esto es el comienzo de aquella bienaventuranza, de la cual está dicho: "Lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó a hombre por pensamiento, lo tiene Dios preparado para aquellos que lo aman" (1 Corintios 2:9).

La vida celestial en la tierra.

LA TAREA INEVITABLE del cristiano, es percibir la vida divina en la tierra. "Sed, pues perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5:48). El cristianismo es un deber del hombre. El cristiano alcanza el bien perdido, para el cual fue creado, y lleva la lucha contra aquello que destruye su bien.

¿Cómo ocurre en la persona la renovación de la vida divina en la tierra? Cristo vino en carne, para iluminar la tierra, y para que el hombre personalmente reconozca la vida divina, y la perciba mediante el esfuerzo humano espiritual de Cristo, de Su vida en la tierra, del sufrimiento de la Cruz y la muerte. Por eso crucificarse con Él, quitarse la persona vieja e investirse en una persona nueva, es el camino de reconstruir una vida divina, lo cual se da mediante el esfuerzo espiritual de la lucha contra el pecado: "El Reino de los Cielos se toma con fuerza, y los que se esfuerzan lo adoran" (Mateo 11:12)

Entregándose a las pasiones y al pecado, el hombre vive bajo la acción del príncipe de este mundo (el diablo), y esta listo para inclinarse ante él, para que en vez del bien recibir "la alegría." El diablo le dijo a Cristo: "Todas estas cosas te daré, si postrándote delante de mí me adorares" (Mateo 5:9). La lucha contra el maligno es una cruz para el hombre, pero mediante la cruz empieza a reinar Dios en su corazón, que es la vida divina. La vida divina no es de este mundo, es el Reino de Dios en la tierra. Y al mismo tiempo es la vida más verdadera, y más real, en su más alta expresión, es la relación con Dios. ¡Relación con Dios!.. Es como una gran tarea, ¿Cómo puede ser posible en medio de nuestra vida pecadora y llena de vanidades? La relación con Dios es alcanzable acá en la tierra. En las personas santas observamos un restablecimiento evidente del orden perdido de la vida: la armonía y el retorno al estado esencial, el cual nos lleva al encuentro con Dios. La relación con Dios es un bien legítimo y real, que cada persona puede alcanzar.

Este camino se da mediante la crucifixión con Cristo. No se puede obtener el bien sin ir por el camino de Cristo. Solo siguiendo a Cristo las personas pueden alcanzar su bondad. Cristo vino a la tierra para salvar a cada persona pecadora, "ubicar la oveja perdidas en Su rebaño," y llevarla a Dios, incorporándola nuevamente a la vida divina. La vida divina no es un ideal teórico, sino que una exigencia práctica. Dios no puede renunciar al amor que manifiesta al hombre, deseándole el bien. Cristo levanta al hombre pecador, mostrándole que es semejante a Dios, Él se dirige al hombre y a sus aptitudes para que se perfeccione, y aprenda a vivir para el bien. El pecado oscureció el icono de Dios en nosotros, no nos conocemos y no vemos en otros la semejanza a Dios. Cristo vino a restablecer en el hombre el icono oscurecido de Dios. Luchando contra el pecado, en nuestro icono limpiamos el polvo y el hollín del pecado, y el icono se renueva, mostrando nuestra semejanza a Dios, que es la verdadera imagen del hombre. Un signo divino de nuestros tiempos es la renovación milagrosa de iconos, que es un símbolo y un llamado de Dios a quitar (a apartar) al hombre viejo, y formar uno nuevo. Esto puede ser un llamado de Dios a la persona pecadora en su última hora.

Nuestro estado pecador es anormal y arruina la armonía de la vida. Hace falta una interrelación correcta entre el espíritu, el alma y el cuerpo: el predominio del alma sobre el cuerpo, y para eso el predominio del espíritu sobre el alma, retorna al hombre a su armonía original. Entonces el hombre se restablece con el mérito de gobernar, y vuelve a ser el rey de la naturaleza. Vemos que las personas que cumplen con la voluntad de Dios, como el venerable San Sergio de Radonezh, y el venerable San Serafín de Sarov, los animales salvajes y los medios de vida se subordinan ante ellos. Y no hay nada asombroso en esto, ya que el hombre vuelve a donde fue designado en esta tierra. Viviendo en lo espiritual, solo a veces sentimos el soplo del Espíritu Santo: "El Espíritu respira, donde quiere, y escuchas Su voz, y no sabes de donde viene, ni a donde se va" (Juan 3:8).

Normalmente la acción del Espíritu Santo no se manifiesta en nosotros, ya que estamos sujetos al pecado. Por cuanto el hombre se libera del pecado, tanto el Espíritu Santo empieza a actuar en él. Vemos como los santos vencen las distancias y realizan milagros. En el milagro no hay nada raro, es una acción de Dios con la fuerza de su grandeza. El corazón que no esta preparado no percibe los milagros, y las personas buscan distintas explicaciones, y no ven la acción divina. Los milagros se repudiaban hasta en los tiempos en los tiempos en que vivió Cristo en la tierra, como por ejemplo el milagro del ciego de nacimiento. Los milagros realizados por las personas santas no violan las leyes de la naturaleza, sino que las afirman.

¿Que es la vida espiritual, o celestial? Y ¿Cómo acercarse a ella? No se puede entender la vida espiritual sin acercarse a ella. Ella es opuesta a la vida carnal, pecadora. "El hombre animal no puede hacerse capaz de las cosas que son del Espíritu de Dios" (1 Corintios 2:14). Ellos hablan en distintos idiomas: uno recibe regocijo en la iglesia, el otro se aburre. El corazón pecador no escucha los sonidos divinos del cielo. Así como cuando uno escucha música, y siente que no entiende nada ya que no tiene los conocimientos musicales necesarios, así es el sentimiento espiritual de las personas inaccesibles, inhibidas por el pecado, y que no luchan contra él. Solo mediante el resultado del proceso de lucha contra el pecado empezamos a entender la vida espiritual. Lo semejante lo reconocen sus semejantes, y a Dios se lo conoce con la santidad. Nos acerca a Dios aquello de que somos de la misma naturaleza. Somos semejantes en las virtudes que reflejan en nosotros la acción del Espíritu Santo. El escalón hacia la unión con Dios, es la santidad. El estado de santidad no hay que mirarlo como algo totalmente libre de pecado, sino como la consolidación en el hombre de los frutos del Espíritu Santo, como por ejemplo la paz en el corazón. El estado de santidad se afirma en nosotros mediante la lucha contra el pecado, y con el triunfo sobre aquellos u otros estados pecadores del alma y del cuerpo. Esta lucha es dolorosa, unida a la cruz, mediante las acciones espirituales, pero lleva a la santidad. El objetivo final es la unión con Dios, pero el camino hacia Él es la santidad. Dios se nos revela como resultado de nuestros deseos y esfuerzos espirituales. "Dios realiza en ustedes los deseos y acciones según Su benevolencia" (Fil. 2:13). Él nos manifiesta su bondad, ilumina a los buenos y a los malos, ya que Dios es amor.

¿Cómo se llega a conocer la vida espiritual? Ella se reconoce por sus frutos. La fuente de la vida espiritual es el Espíritu Santo. Los frutos del Espíritu Santo se forman con la unión ordenada de la voluntad del hombre, dirigida hacia la lucha contra el pecado, con la gracia de Dios. Los frutos del Espíritu Santo, según el apóstol Pablo, son: "Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio" (Gál. 5:22). Las acciones del cuerpo son tales, que mejor ni hablar de ellas, según palabras del apóstol, son: "fornicación, pleitos, lujuria, impureza," etc. (Gál. 5:19). En el mundo vemos los frutos del Espíritu Santo en las personas santas. Cristo encarnado, Dios — Verbo, vino en un medio accesible para nosotros, para que no nos asustemos del resplandor divino, y mediante el hombre podamos comprender lo divino. La permanencia de Cristo en la tierra fue una revelación para las personas que llevan una vida divina en la tierra. En la tierra, Cristo abrió a medias Su Gloria Divina, así como sucedió en la Transfiguración del Señor en el monte Tabor. "Cuando te transfiguraste, Cristo Dios, en el Monte Tabor, revelaste tu gloria a los discípulos según pudieron contemplar." Cuando en el hombre actúa el Espíritu Santo, en el se restablece la paz, la mansedumbre, la alegría del Espíritu Santo, la persona pecadora se ilumina o se transfigura. Con el reinado del Señor, comienza el Reino de Dios en nosotros, y el corazón empieza a ser el lugar de las acciones del Espíritu Santo. Esto puede ser la fortuna de cada uno de nosotros. Recibir al Espíritu Santo es la tarea más imprescindible de nuestra vida.

La acción del Espíritu Santo nos trae un estado de paz, que es la vida real y verdadera. Esta paz se alcanza con la lucha diaria, venciendo al pecado, con lo propio de la persona espiritual. La espiritualidad es algo esencial y natural. Todo lo bueno que esta en nosotros es un don de Dios. El cristiano debe aprovecharlo para formar en sí mismo la vida espiritual. La tarea del cristiano es: vencer su lado malo y aumentar su lado bueno. Esto es un acercamiento a Dios — Padre, como el regreso del hijo pródigo, el cual experimento muchas necesidades y finalmente decidió volver con su padre. Él se levantó y fue hacia su padre y el padre fue a su encuentro. Se produce una acción mutua entre Dios y el hombre. Frente al intento y el esfuerzo el Señor responde con Su gracia, este proceso se llama salvación del alma, pasamos a un estado de santidad, por cuanto en nosotros se refleja Dios. Estos momentos son de victoria sobre el pecado y de esencia de la acción del Espíritu Santo, es decir de la vida espiritual y santa.

Existe el pensamiento de que las virtudes del cristiano son solo acciones externas, como por ejemplo distintos actos de misericordia. Muchos estados cristianos del hombre son sus virtudes internas. De los distintos momentos en que se realizan buenas acciones se forman las virtudes, que son como escalones que nos llevan a la morada celestial. Los escalones que nos acercan a Dios están indicados por Cristo en Su sermón del monte, en sus disposiciones de bienaventuranzas y para los que la cumplen las perciben acá en la tierra: "Bienaventurados los limpios de corazón, los mansos, los que hacen la paz..." Ver el rostro de Dios, está lleno de bienaventuranzas y corresponde a la vida futura, y ahora, por cuanto Dios se ilumine en nosotros vamos a reflejar Su Gloria divina. Haciendo el bien nos presentamos como ayudantes de Dios. Hacer el bien es la vida eterna. Segaremos los frutos del Espíritu Santo, si es que no nos debilitamos. "No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo cosecharemos, si no nos debilitamos" (Gal. 6:9).

Recibiendo al Espíritu Santo se nos abren las puertas de la eternidad, la morada Celestial en la vida futura, y acá en la tierra el estado de santidad: paz y regocijo del Espíritu Santo. El Reino de Dios empieza acá en la tierra, en nuestro corazón, llenándolo de sentimientos santos, los cuales transfiguran nuestra vida. Al hombre se le dió la tarea de reflejar la Gloria divina, la Luz de Cristo. Transfigurándonos y uniéndonos a Dios, reflejamos los rayos divinos y con esto participamos en la Gloria de Dios. De las personas santas se irradia la Luz de Cristo. El rayo del Cielo que cae en la tierra, que pasa por el hombre y pone a brillar en él la fuerza de la gracia de Dios, se refleja una vez mas y nuevamente va al cielo. El objetivo final del mundo es glorificar a Dios y para cada persona es la salvación del alma, el regreso del hombre a su estado primordial. Amén.

 

 

 

Folleto Misionero # S 86

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Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

 

(.doc, 01-25-2003).

 

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