La Epístola de Cuaresma del Obispo Alexander

de Buenos Aires y Sud América.

"Señor, otórgame ver mis pecados y no juzgar a mi hermano, ya que eres bendito en los siglos de los siglos. Amen" (de la oración de Efrem Sirin).

ˇReverendos padres, queridos hermanos y hermanas en Cristo!

Últimos dos meses eran muy difíciles para mí. Varias veces fui internado en hospital, y mi vida estaba en peligro. Pero hay que esperar que lo mas terrible ya pasó y mi tratamiento será exitoso. Los doctores me recetaron los remedios mas nuevos y prometedores. Ellos no aseguran que me curarán completamente del cáncer, pero esperan prolongar los años de mi vida. Sin duda, toda mi esperanza está en Dios, Quien puede hacer posible lo imposible. Siento que debo todavía trabajar mucho para mi diócesis, y de todo corazón quiero visitar mis parroquias, en cuanto el Señor me dé suficientes fuerzas.

De todo corazón agradezco a todos por las oraciones por mi salud y pido no cesar en estas oraciones, ya que poseen una enorme fuerza. "Pidan y se os dará; busquen y encontrarán; llamen y se os abrirá; ya que todo él que pide recibe y él que busca encuentra y al que llama se le abre" (Mat 7:7-8).

Me preocupa que algunos jerarcas intranquilos — como por ejemplo el "obispo" Antonio (Nikita Orlov), el "metropolita" Valentino Suzdalski, el metropolita Cipriano de la iglesia griega de viejo calendario (estilo?) — aprovechando nuestras inquietudes eclesiásticas y mi enfermedad, hacen planes para arrebatar a sus grupos cismáticos a las parroquias y creyentes de la diócesis de Sud América. ˇPor eso les pido a todos Vosotros y les ruego — a fieles hijos de la Iglesia en Exilio — de mantener firmemente la unidad eclesiástica y rogar a Dios de guardarnos de cismas! El Señor Jesucristo lleva con mano firme el barco de Su Iglesia y mientras somos obedientes a Él ningunas tormentas nos son peligrosas.

Llegamos, por la misericordia Divina, de nuevo a aquellos días, cuando la Iglesia dirige nuestros pensamientos y sentidos a lo mas importante: ˇla salvación de nuestras almas! żEn que debemos encontrar nuestros esfuerzos? — ˇEn la penitencia! Con las palabras "hagan penitencia, ya que se acercó el Reino de los Cielos" (Mat 4:17) — así comenzó la prédica Evangélica. "Hacer penitencia" significa cambiar su manera de pensar, rever la escala de nuestros valores, eliminar del alma todo lo que es ajeno a Dios, quebrar el obstáculo que creció entre nosotros y el Reino Celestial. En principio esto es evidente y suena atractivo, pero en la práctica suele ser muy difícil de realizar.

"ˇAbre me las puertas de penitencia, o Dador de la vida!" — también pedimos al Salvador. En otras palabras, pedimos a la bendita ayuda para sentir realmente el rechazo de nuestros pecados, odiar lo que amamos antes y amar lo que antes despreciábamos. Para volar son necesarias las alas, para acercarse a Dios, es imprescindible la fuerza bendita. Sin ella somos como lamentables caracoles, podemos solo arrastrarnos por la tierra. Dios está listo para darnos las fuerzas espirituales, pero debemos agregar nuestro esfuerzo.

Algunos se incomodan con la Cuaresma. Les parece demasiado sombrío y severo este tiempo. Son aquellos, que no conocen la dulzura de la conciencia limpia, liviandad del alma, liberada del peso de pecados. El ayuno es una primavera espiritual. Tal como bajo los vivificantes rayos del sol de primavera revive la naturaleza, así el calor de la penitencia calienta y vivifica a nuestras almas.

Hace tiempo, padre Ambrosio de Optin a la pregunta de cierta mujer creyente "cuanto tiempo es necesario para ofrecer a Dios la penitencia," contestó: "Para una verdadera penitencia no son necesarios ni años, ni meses, ˇes suficiente un instante!" Instantes de una vuelta decidida de la existencia pecaminosa, descuidada y ligera — hacia la vida en Cristo, vida verdaderamente cristiana.

La pena de muchos de nosotros está en que nos parece que no somos ya tan pecadores, que hay otros peores que nosotros y por eso los llamados a la penitencia se refieren justamente a ellos. Tales fariseos contemporáneos, cuando vienen a confesarse, comienzan con la declaración: "no tengo pecados particulares…"

Es útil aquí recordar el relato como a un conocido staretz-asceta vinieron dos mujeres para la confesión. A la primera afligía un terrible pecado, por el cual la conciencia la hacia sufrir constantemente. La otra no tenía ningún pecado grave, solo los "comunes" humanos.

Staretz las escuchó y les ordenó que fueran a su quinta y trajeran de ahí piedras. A aquella que tenía un pecado grave le dijo: "Traé la piedra mas grande que puedas levantar y traer aquí." A la otra dijo: "Aquí tienes una bolsa. Junta piedras pequeñas y tráelas aquí." Cuando ambas cumplieron esto, staretz les agradeció la obediencia y dijo: "Ahora lo que trajeron, lleven de vuelta y pongan en los lugares donde estaban." La primera pecadora lo hizo sin dificultad, en cambio la otra se confundió y volvió con la bolsa casi llena, porque no pudo recordar que piedra levanto donde y engañar al staretz tenía miedo.

Entonces el staretz le dijo: "Mira, tu conocida tiene un pecado grave pero ella constantemente lo recuerda y llora — las lagrimas de penitencia lavan a todo pecado. Tu no puedes llorar tus pecados porque ni los recuerdas, pero el peso de tu bolsa — no es menor que el peso de la piedra pesada."

Por eso debemos considerar que todos nuestros pecados "menores," cuya mayoría olvidamos, en su conjunto representan un gran peso que nos atrae al infierno, si no liberamos a nuestra alma de ellos por el camino de una sincera penitencia.

Cuando con ayuda de Dios tomemos conciencia del peso de nuestros pecados, entonces seremos capaces de hacer esta vuelta salvadora de la vida pecaminosa a la virtuosa. Nos será repugnante todo tipo de pecado y en nosotros surgirá la sed de comunión con Dios, la sed de vivir según Su enseñanza Divina. Despertar en nosotros estos sentimientos luminosos es la meta de la hazaña del Cuaresma.

Así, llamándonos a la penitencia, la Iglesia nos recuerda que sin la bendita ayuda Divina no podemos realizar la penitencia como se debe, ya que la voz de nuestra conciencia se opacó y la vista espiritual se ensombreció.

Vamos a rogar al Señor, para que Él, misericordioso, nos abra la puerta de la penitencia y nos permita percibir la alegría que somos — Sus hijos, y Él — nuestro Padre que nos ama. Amen.

ˇQue el Señor bendiga a todos vosotros! Con amor en Cristo,

+ Obispo Alexander